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Utopìa y Praxis Latinoamericana

versión impresa ISSN 1315-5216

Utopìa y Praxis Latinoamericana v.15 n.49 Maracaibo jun. 2010

 

Vivir la revolución 

Living the Revolution 

Emir Sader

CLACSO, Argentina.

RESUMEN 

El mundo estaba en guerra o, por lo menos, el resto del mundo cuando nacimos. No quedaba claro contra quien peleaban, pero sí que el gran vencedor apuntaban a ser los EUA – cuna de la democracia y la libertad. Ese era el escenario mundial que nos aguardaba acompañado de la fecha fundamental para toda mi generación: 1959 y el triunfo de la Revolución Cubana. La foto de Fidel y sus compañeros, con sus barbas, sus uniformes verde olivo y sus fusiles, cambiaria para siempre mi generación. Hasta ese momento revolución era algo lejano, asiático: de Rusia, de China. La victoria representó la actualidad de la revolución en toda América Latina, que nunca más sería la misma desde entonces.

Palabras clave: America Latina, Revolución Cubana, Brasil, Socialismo. 

ABSTRACT 

The world was at war or at least the rest of the world when we birth. It was not clear against whom they were fighting, but the big winner aims to be the U.S.A. – cradle of democracy and freedom. That was the world scenario that awaited us accompanied by the key date for all my generation: 1959 and the triumph of the Cuban Revolution. The photo of Fidel and his companions, with their beards, their olive green uniforms and rifles, would forever change my generation. Until then revolution was something distant, asian: from Russia, China. The victory represented the actuality of the revolution throughout Latin America that would never be the same since.

Key words: Latin America, Cuban revolution, Brasil, Socialism. 

Recibido: 25-02-2010 Aceptado: 02-05-2010

¿Qué determinaciones significa haber nacido en 1943, en América Latina? Nadie puede hablar en nombre de una generación, por más que uno crea que las experiencias que ha vivido puedan ser suficientemente significativas para representar un referencial histórico. 

Yo hablaré desde mi vida, desde el mundito que me toco vivir, desde el cual he tratado de vivir de las maneras más intensas. 

Sin que lo supiéramos, cuando nacimos, el mundo estaba en guerra o, por lo menos, el resto del mundo. La única imagen –además, claro, de la interminable cantidad de películas de guerra norteamericanas, de las cuales me quedó más claramente en la memoria, “Infierno 17”, con William Holden– que quedó de la guerra en la vida cotidiana, eran coches que circulaban con bombas de gas atadas atrás, para recordar que se vivió épocas de grandes carencias. 

No quedaba claro contra quien habían peleado, pero sí que el gran vencedor eran los EUA – cuna de la democracia y la libertad. Ese era el escenario mundial que nos aguardaba. Nos inundaron con películas norteamericanas, entre las cuales, claro, las de Disney, los juguetes y otras inutilidades que el presidente Dutra había comprado para quitar las deudas de EUA. Eran sin duda los “buenos”, de que John Wayne –el “norteamericano indómito”– y otros afines representaban, en su indomable pelea en contra de los no confiables pieles rojas –sin que supiéramos que eran la población originaria de los territorios que se habían vuelto EUA, diabolizados por los blancos. 

Nuestra infancia trascurrió en el marco de lo que después supimos que llamaban de “guerra fría”, en sus antecedentes –incluyendo las bombas de Hiroshima y Nagasaki, de que solo supimos bastante tiempo después–, sus inicios y la guerra de Corea, que introducía nuestra primera década consciente. 

En Brasil –en particular en la ciudad de São Paulo– se vivía un “boom” espectacular de crecimiento. Nos enorgullecíamos, alegre e ingenuamente, de que São Paulo era –o sería– “la ciudad que más crece en el mundo”, donde se construían cuatro casas por hora. Cruzábamos, yendo a la escuela o, los domingos por la mañana, a la iglesia católica, con montones de obras de la construcción civil, siempre habitadas por retirantes nordestinos, huyendo de la seca del seco y retrasado nordeste del país –entre los cuales estaba Lula y cientos de miles más de gentes como él. 

Crecí bajo el signo del “progreso”, que significaba industrias, coches, departamentos, y, a partir de un cierto momento –la más grande novedad de mi generación–, televisores. Hasta allí la radio nos maravillaba, sobre todo por las músicas, sea las de carnaval, sea las norteamericanas –The Platters, Ray Coniff, Paul Anka, antes de que descubriéramos a Nat King Cole, Frank Sinatra, Tony Bennet, Sammy Davies Jr. entre otros. El progreso era norteamericano: coches, películas, músicas, rascacielos. 

La televisión abrió otra dimensión de la realidad, de un imaginario hasta ese momento exclusivamente poblado por el cine. Ambos acompañaran a la generación de ahí en adelante, como referentes fundamentales. 

La primera gran fecha importante para mi generación en Brasil fue el campeonato mundial de futbol, de 1958, en Suecia. Hasta allí habíamos crecido bajo el trauma de la derrota de Brasil para Uruguay el día 16 de Julio de 1950, en Maracaná. El futbol fue la actividad y el deporte de la generación. Ese campeonato fue la primera vez que Brasil fue primero en algo. 

Ello se combinaba con un período de mucho optimismo y creatividad cultural en Brasil, de que han hecho parte la bossa nova, el cine nuevo (en que Glauber Rocha, con su “Dios y el diablo en la tierra del sol”, de que me acuerdo siempre la espectacular impresión que causo su presentación en una première en el centro de São Paulo), la construcción de Brasilia como nueva capital del país. 

LA GENERACIÓN DE LA REVOLUCIÓN CUBANA 

Ese escenario interno seria acompañado de la fecha fundamental para toda mi generación: 1959 y el triunfo de la Revolución Cubana. Hasta ese momento revolución era algo lejano, asiático: de Rusia, de China. De repente, irrumpiendo de forma inesperada, aparece inicialmente un movimiento de unos barbudos que habían tumbado una dictadura en “América Central” (sic), porque el Caribe no existía para nosotros en Brasil. La foto de Fidel y sus compañeros, con sus barbas, sus uniformes verde olivo y sus fusiles, cambiaría para siempre mi generación. 

La victoria de la Revolución Cubana representó la actualidad de la revolución en toda América Latina, que nunca más sería la misma desde entonces. Adeptos de Revolución Cubana, críticos de ella, “desencantados” con ella, enemigos – nadie más se quedará indiferente aquel proceso revolucionario que a todo cuestionaba. 

En mi caso, me llegó la Revolución Cubana por la primera tarea que Michael Lowy nos entregó, a mí y a mi hermano, de vender el periódico de la organización a que recién ingresábamos – Acción Socialista, de la Liga Socialista Independiente, organización a la vez leninista y luxemburguista. En la primera página del periódico estaba la mencionada foto de los barbudos. Corría el año de 1959, yo cumplía 15 años. Vivía las primeras grandes pasiones de mi vida: la Revolución Cubana y mi primer amor. 

La imagen misma del revolucionario pasó a ser calcado en las figuras de Fidel y del Che. El debate sobre vía reformista o revolucionaria parecía definitivamente decidido a favor de esta. Los golpes militares –empezando por el brasileño– parecían confirmar que los tiempos del capitalismo democrático habían concluido. “Revolución socialista o caricatura de revolución” –nos decía el Che. 

Me acuerdo que, dirigente estudiantil en la secundaria, había impreso, en mimeógrafo –instrumento esencial de la militancia durante mucho tiempo– un discurso de Fidel que era el supra sumo del voluntarismo. En la portada, una frase que decía: “Aquel que no hace todo lo que puede e incluso más de lo que puede, en verdad no está haciendo nada”. 

Hasta aquel momento los izquierdistas –en general padres de amigos– eran comunistas, ya viejos a nuestros ojos, gente aislada, minoritaria de alguna manera derrotada. Nos parecía que a partir de aquel momento los revolucionarios romperían con aquel aislamiento, en las nuevas generaciones nos volveríamos mayoritarios, de tal manera nos parecían convincentes los apelos revolucionarios llegados desde la lejana isla caribeña. 

Mientras el capitalismo se deshacía de su cara democrática, el socialismo presentaba toda su fuerza. La campaña de alfabetización, movilizando voluntariamente a los estudiantes para los rincones más lejanos de la Sierra Maestra nos confirmaba que surgía un nuevo tipo de sociedad. 

Ese impulso revolucionario reforzará el espíritu militante en parte significativa de la generación. Todo el empuje revolucionario de la década del ‘60 –que hizo con que un compañero de Régis Debray le hubiera escrito que “aun nos congratularemos de haber completado 20 años en los 60”– revelará que lo mejor de la humanidad estaba de nuestro lado. De Sartre a los Beattles, de Vinicius de Morais a Glauber Rocha, de Cortazar a García Márquez, de Chico Buarque a Silvio Rodríguez, Felini a Bertrand Russel, de Jane Fonda a Joan Báez, de Mercedes Sosa a Eduardo Galeano – entre tantos otros. 

La resistencia victoriosa de los vietnamitas a la más grande potencia imperial del mundo confirmaba ese sentimiento. La nuestra era una lucha justa y victoriosa, que se proyectaba como una posibilidad real de una lucha victoriosa, en escala planetaria. 

LA GENERACIÓN DE LOS AÑOS ‘60 

Haber nacido en 1943 nos permitió vivir nuestra adolescencia en la década de los años 60. Creo que ese es el factor fundamental que condicionó nuestras vidas. Por lo menos para mí, fue así. 

Fue una generación rebelde, que se planteó “asaltar al cielo”, que retomó las tradiciones utópicas dentro de la izquierda. El carácter libertario de la década propició el surgimiento del feminismo, de las conquistas de liberación de la vida sexual, de las críticas a los modelos autoritarios en el socialismo. Cuba, Argelia, Vietnam, China, Mayo del 68 – fueron referencias esenciales, que han marcado toda nuestra trayectoria, al igual que Marx, Lenin, Trotsky, Rosa, Gramsci, Mao, Ho-Chi-Minh, Fidel, Che, Lukács, Sartre, Marcuse, entre tantas otras lecturas que nos acompañarían siempre. 

Haber nacido en 1943 es ser menos hijo de la guerra que del pos-guerra, pero es sobretodo haber conocido al mundo en medio de las barricadas de Paris y las guerrillas de Sierra Maestra, de los años 60. Cumplir 20 años en aquella década nos dio un sentimiento de la historia, de las utopías, de que las victorias que revierten correlaciones de fuerza absolutamente desfavorables, son posibles, que ellas tienen que fundamentarse en los valores éticos, en la fuerza ideológica, en la comprensión creativa de la realidad, valiéndose del marxismo como método dialéctico y no como cuerpo doctrinal ya acabado. 

Los que hemos sobrevivido –física y políticamente– a todo lo que ocurrió y sigue ocurriendo en el mundo, tenemos que agradecer habernos nacido en 1943 y, así, podernos habernos constituido como seres políticos, éticos, apasionados, en la década del “asalto al cielo”.