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Utopìa y Praxis Latinoamericana

versión impresa ISSN 1315-5216

Utopìa y Praxis Latinoamericana v.14 n.47 Maracaibo dic. 2009

 

Yo, otro y el texto. Una fenomenología de la lectura 

I, Other and the Text. A Phenomenology of the Reading 

Gregorio Valera-Villegas

Universidad Central de Venezuela, Universidad Simón Rodríguez, Caracas, Venezuela. 

RESUMEN 

El presente artículo tiene como objetivo principal establecer la relación entre: lectura, filosofía-literatura-vida y el saber de sí como intimidad. Se trata pues, de construir un argumento de la conversión de sí, en el sentido de Foucault, desde las implicaciones de la lectura del texto filosófico y el (auto) biográfico. Desde el punto de vista metodológico puede decirse que es un ejercicio de una hermenéutica desde la lectura de los textos en cuestión y desde la lectura de sí (cuerpo-mundo en el sentido de Merleau Ponty), y un contrapunto interpretativo entre los relatos (auto) biográficos (Nietzsche y Ernesto Sábato). Finalmente, como conclusión general puede señalarse que la conversión de sí, en clave de autopilotaje, puede representar un pivote para la constitución de una ética y una estética del yo.

Palabras clave: Conversión de si, fenomenología, Foucault, lectura.

ABSTRACT

The main purpose of this research is to establish the relation among reading, philosophy-literature-life and knowing about the self as intimacy. It constructs an argument about the conversion of self, in the sense of Foucault, beginning with the implications of reading philosophical and (auto) biographical text. In terms of methodology, this is a hermeneutic exercise based on reading the texts in question and reading the self (body-world in the sense of Merleau Ponty), and an interpretative counterpoint between (auto) biographical texts (Nietzsche and Ernesto Sábato). Finally, as a general conclusion, it can be pointed out that the conversion of self, in self-piloting code, can represent a pivot point for constituting an ethic and aesthetic of the self.

Key words: Conversion of self, phenomenology, Foucault, reading.

Recibido: 08-09-2008  Aceptado: 15-05-2009 

1. APERTURA. LECTURA, EXPERIENCIA Y VIVENCIA 

La división de los seres humanos entre alfabetos y analfabetos genera cierta sospecha, sobre todo si se piensa en las consecuencias socio-políticas, educativas y culturales que de ella suelen derivarse para la valoración y aprecio de las mujeres y varones ubicados en alguna de las dos categorías. A primera vista, el asunto parte de la posibilidad o no de saber leer. ¿Quién sabe leer, y quién no? Así, tal asunto se reduciría al pase de un estado a otro, o la posibilidad cierta de concretar el dispositivo pedagógico que suponga el traslado del analfabeto in actu, al alfabeto in potentia1. O en otras palabras, un sujeto nacido analfabeto pero que puede convertirse en alfabeto2.

Ahora bien, la sospecha anunciada viene, entre otras razones, del dar demasiado peso a esa capacidad para descifrar la letra o accionar la leyenda, y así concluir en la sentencia de que aquel o aquella se ha hecho poseedor del arte de leer. Y esta sentencia se alcanza al atravesar un sendero previamente concebido que va de la cartilla elemental a la lectura corrida a ojos vistas. Y a partir de ese momento queda investido para siempre de la distinción de alfabeto. 

Hasta aquí pareciera que todo ha ido bien, que no hay dudas al respecto, sin embargo, el asunto se complica y deja su apariencia lineal, simple, directa, clara e incontrovertible cuando surgen preguntas relacionadas con: la constitución del sujeto lector, la posesión del don de la lectura, por las relaciones entre lectura y cuerpo, lectura y habitus, lectura y conversión de sí, y por la condición de pro-yecto inconcluso del sujeto lector. En estas preguntas el quid del asunto que aquí nos ocupa. 

El alfabeto es un alguien que tiene un fuego lector potencial3, esto es, puede llegar a ser un sujeto lector. O mejor, aunque sabe leer, puede llegar a no hacerlo, o puede llegar a hacer-se, ser-se, sentir-se y tener-se lector. Luego, surgirán interrogantes como: ¿qué lee?, ¿cuándo lee?, ¿cómo lee?, ¿por qué lee?, entre otras. Y sobre este hontanar de preguntas surge una nueva: ¿llegará a ser un buen lector? Si por él se entiende, a primera vista, a aquel sujeto en el que las letras se encarnan, o en palabras de Salinas: “que lo alfabético se transmute en espiritual. Que la letra no sea letra muerta, sino viva”4

En el aula escolar, en una clase de filosofía dado el caso, muchas veces la lectura de los alumnos se limita a retener lo leído. Con esto en mientes, acumulan en su memoria, o guardan con esmero en sus notas si es que las toman, aquellas palabras que repetirán con extrema fidelidad. El objetivo es superar la prueba a presentar y nada más5. Así, el contenido de lo leído no pasa a formar parte de ellos, de su pensamiento y obra, ni los enriquece y desarrolla. Al leer nada les pasa. Ellos y lo que contienen las lecturas resultan al final unos perfectos extraños. Si la meta es memorizar-retener, repetir y aprobar la asignatura de turno, mal se puede aspirar a que crean, produzcan o imaginen algo nuevo. Por el contrario, las ideas, tesis o pensamientos nuevos les incomoda sobre manera, porque aquello, que en un momento dado leen, les hace mover un poco lo que consideran una información segura, estable y fija. Por ello pueden llegar a veces a sentirse embargados por el temor, generado por esas ideas que no pueden acumular fácilmente, y que resultan “raras”, “extrañas” y cambiantes. 

Por el contrario, el lector-estudiante en la referida clase de filosofía, al tratar de que algo le pase, y como veremos con más detalle más adelante, y pueda llegar a alcanzar una conversión de sí, no va a lectura, como lectura privada o lección pública6 en este caso, como ser recipiente para guardar celosamente las palabras e ideas para bien conservarlas. Sino que por el contrario, escucha con atención y mucha paciencia7, para luego, pensar, imaginar, re-interpretar lo leído-escuchado. De esta manera, aquello que ha oído-recibido en la lectura-lección, le permite iniciar un calado hondo en sí mismo, generándole a la vez, nuevas preguntas, nuevas ideas y nuevas perspectivas a partir del asunto leído. Para él, leer-escuchar, pensar, sentir involucran un proceso vital. Escucha con interés8 la lectura propia (la del maestro y la de los compañeros) para re-crear y darle nueva vida a lo leído-oído desde su espíritu y cuerpo. No se limita a guardar conocimientos para salir con ellos a la calle, a casa y luego recordarlos cuando el deber obligue; sino que se siente tocado, afectado y cambiado, llegando a ser distinto después de la lección9

Este último modo de leer tiene que ver de alguna u otra manera con el llamado modo ser de Fromm, y el primero con el modo tener10. Por cuanto, si bien ambos se refieren a dos modos de existencia y dos tipos de orientación hacia el yo y hacia el mundo, y “a dos tipos de estructura del carácter cuyo predominio respectivo determina la totalidad del pensamiento, de los sentimientos y de los actos de la persona”11. El modo de existencia de ser implica una relación viva y auténtica con el mundo. Ser12, dicho sea de paso, denota la realidad de la existencia de lo que es o quien se es, su autenticidad, y no se limita a ser una cópula de identidad entre el sujeto y el predicado, v.g.: yo soy lampiño, sino que reafirma la verdadera naturaleza o realidad de una persona. En contraposición a ese modo ser, el modo tener reafirma: el yo soy: lo que tengo13.

Desde nuestro punto de vista, ese ser como cópula, que afirma una identidad, es también importante si se asume como identidad narrativa: lo que fui, lo que soy, lo que seré; y también en la forma pasiva del verbo ser, v.g.: he sido tocado por la lectura. Por ende, el ser como existencia va acompañado, por decirlo así, por el ser como identidad y como pasividad, porque ese ser (v.g.: sujeto-lector) sólo existe si se (trans)forma desde su sí mismo como otro14.

En el modo de ser, la lectura puede verse como una apertura al texto (y al autor) espontáneamente y sin los prejuicios personales del que todo lo sabe. El lector puede olvidarse por un momento de sí mismo para responder a plenitud en el acto de la lectura (y de la lección). Se le ocurren ideas o las re-crea en un ejercicio de dar y recibir, sin aferrarse posesivamente a aquello que interpreta como lo que no le pertenece, y que a la vez es de sí mismo, de todos y de nadie. Se entrega completamente a la lectura, sin preocuparse por lo que tiene o no, y se apoya en que simplemente es y está allí, “y que algo nuevo surgirá si tienen el valor de entregarse y responder”15.

Esto último nos lleva a pensar en una lectura afincada más en el deseo de conocer que en el de tener conocimientos. Porque tener conocimientos se relaciona directamente con la acumulación de información (y en eso las TIC’s son buenas herramientas), su toma y conservación, memoria y recuerdo. El conocer implica voluntad de pensar creativa y críticamente. Por ello, una lectura así concebida supone una acción de penetración en el texto leído y no un mero quedarse en la superficie informativa del texto, ir a lo profundo, deconstruir (en el sentido derridiano) para crear. De lo que se trata, pues, es de la afirmación de una ignorancia reflexiva, porque conocer e ignorar van aquí de la mano. 

La lectura como posesión de conocimientos, de información, es muy practicada hoy en las escuelas universitarias en nuestro contexto educativo. En ellas, en efecto, se “intenta preparar al estudiante para que tenga conocimientos como posesión, que por lo general se evalúan por la cantidad de propiedad o prestigio social que probablemente tendrá más tarde”16

Hasta ahora nos hemos referido a los pares analfabeto-alfabeto y a la lectura como modo de tener y modo de ser, por lo que podemos insertar otro par: lector inquieto y lector indiferente. Veamos esto último con más detalle.

Un lector inquieto, grosso modo, es aquel a quien le gusta leer, que disfruta leer, que anda buscando el tiempo y el lugar adecuado para sumergirse en la lectura. No lee por encargo, por mandato, por obligación exterior, porque alguien se lo ordene o porque las circunstancias lo obliguen a hacerlo, lee por la pasión de leer, casi siempre al menos. Lo que no quiere decir, que también no lo haga, o no lo haya hecho por las primeras razones señaladas. La lectura realizada por este sujeto reviste para él una experiencia fecunda. Su ser es tocado profundamente. Luego de hacerla ya no es el mismo, algo le ha pasado. Ella, entre otras cosas, posiblemente, le proporciona una caja de herramientas para interpretar el mundo, e incluso su propia experiencia vital. Al lector indiferente nada de esto le pasa, él sólo lee cuando no hay nada más que hacer o cuando no queda otra alternativa, o las circunstancias lo obligan. El lector indiferente usa la lectura como una herramienta más, necesaria para ciertas cosas, y punto. Su interés es muy práctico y exclusivamente utilitario. La lectura de una obra literaria pongamos por caso (pero que bien pudiera ser también, con sus diferencias y matices, una pintura, una sinfonía, por citar algunas17), requiere también ser considerada valiosa en sí misma y como fin en sí misma. El lector inquieto, “se toma en serio las palabras, su interna tensión de claridad y belleza, es sensible al estilo, relee (…) experimenta en sí mismo la fuerza y la coacción de las palabras…”18. Él recibe el ímpetu de las palabras sobre su alma y su cuerpo. La lectura realizada de esta manera implica un riesgo, una aventura, un lanzarse plenamente a la tina del texto a ver que nos pasa, lo que supone 

(…) dejar vulnerable nuestra identidad, nuestra posesión de nosotros mismos. En las primeras etapas de la epilepsia se presenta un sueño característico (Dostoievski habla de ello). De alguna forma nos sentimos liberados del propio cuerpo; al mirar hacia atrás, nos vemos y sentimos un terror súbito, enloquecedor; otra presencia está introduciéndose en nuestra persona y no hay camino de vuelta. Al sentir de tal terror la mente ansía un brusco despertar. Así debiera ser cuando tomamos en nuestras manos una gran obra de literatura o de filosofía, de imaginación o de doctrina. Puede llegar a poseernos tan completamente que, durante un lapso, nos tengamos miedo, nos reconozcamos imperfectamente19.

Algo, seguramente muy serio le ha pasado a ese lector inquieto, quien atrapado aguas adentro y buceando en lo profundo del cauce del río de la obra que tiene en sus manos, resulta trans-formado al cerrar sus tapas, al decantar sus últimas palabras. De allí que se haya sostenido que: “Quien haya leído La metamorfosis de Kafka y pueda mirarse impávido al espejo puede ser capaz, técnicamente, de leer la letra impresa, pero es un analfabeto en el único sentido que cuenta”20.

Al leer no sólo somos de alguna “traducidos”, como se ha afirmado, “se les presta voz a nuestros sueños y fantasmas, a nuestras aspiraciones íntimas y universales. Se nos dice lo “que nos pasa” ”21, sino también, al leer desde nuestro horizonte histórico, en términos de Gadamer, podemos, de alguna manera, dialogar, debatir, consentir y diferir, porque ello también está implicado en eso que nos está pasando, que nos pasa, y que al dejarnos huellas profundas, nos pasó. En otras palabras, visto así el acontecimiento de la lectura, hace posible una participación muy sentida, y en la cual concurren al mismo tiempo, lo vivido y experienciado por el lector, haciendo de ella una experiencia de gran profundidad emocional e intelectual. A este respecto se afirma que: “La <otredad>que entra en nosotros nos hace otros…”22

La lectura inquieta(nte) en tanto y en cuanto es modo de actuar y no de reposar, involucra unos compromisos afectivos, éticos e intelectuales, porque en ella están presentes acciones, en menor o mayor medida, como: el reconocimiento del otro, la empatía y el recibimiento. Lo que se traduciría en el reconocimiento de su diferencia, alguna medida de identificación mental y afectiva, y el abrirse o salirse de sí para encontrarse con el otro. Por supuesto, que estamos mirando el texto como si fuera otro sujeto, sin obviar el hecho de que en el encuentro entre dos personas el asunto presenta elementos de una mayor complejidad. 

La lectura inquieta(nte) deja ver, es decir, permite la mirada libre del lector, su distancia del texto y al mismo tiempo su recibimiento y sentimiento, en tanto goce o padecimiento. La lectura indiferente está anegada por un ojo ansioso de posesión, acumulación y dominio, simbolizada en la metáfora de lo bancario, y también por lo rápido, lo instantáneo, lo fugaz, lo práctico, lo neutral y lo insensible; es en síntesis, la apuesta por el dato a encontrar, y la visión del texto como cosa externa, como puro objeto. Desde luego, que aquí no se trata de establecer categorías y tipos abstractos de aplicabilidad universal, sino más bien de aproximaciones generales, porque lo que prevalece en última instancia, es la actitud e intencionalidad del sujeto lector. Sin embargo, la actitud e intencionalidad del lector inquieto son por lo general distintas del indiferente. El primero adopta una suerte de juego dialéctico de implicación afectiva y distanciamiento con el texto, se sumerge en él, participativa de él y a la vez, se distancia para buscar una comprensión más intensa y penetrante. Steiner concibe al lector como un sirviente del texto, mientras que caracteriza al crítico como un juez y amo del texto23, nosotros pensamos que en un lector inquieto puede llegar a alcanzar ambos niveles: sirviente y juez-amo, mediante un desdoblamiento en el propio acontecimiento de la lectura, desdoblamiento que puede llegar a tener cierto grado de reversibilidad. 

En una lectura inquieta(nte) son asumidos, por parte del lector, unos compromisos de índole ética, ontológica y comprensiva, de mayor peso que el mero compromiso epistemológico, que también está presente. Una lectura indiferente, por el contrario, se queda en lo meramente técnico del desciframiento alfabético y acumulación epistemológica de datos, dejando a un lado los compromisos referidos, especialmente el ético24.

De la misma manera, es conveniente destacar que en la lectura inquieta(nte), su puesta en acto, exige de la complicidad del lector con el texto y el autor, de una gran fuerza y vitalidad, porque “el correlativo dialéctico de la operación de escribir es la de leer y ambos actos se necesitan mutuamente”25. Y aquí cabe señalar el compromiso ético de la lectura, compromiso de acogida, de bienvenida, de recibimiento y de respuesta a la llamada del texto y del autor, el propio Steiner nos habla de este compromiso, de llamada y de respuesta al texto, presencia y voz del otro26. Compromiso que involucra, lo que Sartre denomina, una pasividad encantada y fascinada que por su voluntad asume el lector, y 

es una pasión, en el sentido cristiano de la palabra, es decir una libertad que se coloca decididamente en un estado de pasividad para obtener por el sacrificio cierto efecto trascendente. El lector se hace crédulo, desciende a la credulidad y ésta, aunque acaba por encerrarse en sí misma como un sueño, va acompañada, a cada instante de la conciencia de ser libre (…) lo propio de la conciencia estética es ser creencia por compromiso, por juramento, creencia continuada por fidelidad a sí mismo y al autor, decisión perfectamente renovada de creer. Yo puedo despertarme a cada paso y lo sé, pero no quiero hacerlo: la lectura es un sueño libre27

La lectura inquieta(nte) tiene pues mucho ver con la hospitalidad, por cuanto es la acogida que le da el lector a un(os) huésped(es), la obra (y el autor), en el interior de nuestra morada, de nuestro yo, de nuestra intimidad, para compartir durante un lapso no específicado con antelación. Así, 

el texto (…) entra en el lector , ocupa un lugar dentro de él por un proceso de penetración, de intimación luminosa cuya ocasión puede haber sido enteramente mundana o accidental (…) pero no, o no principalmente, deseada. Los <grandes invitados> entran sin invitación aunque se les espere (…) Cuando son plenamente aceptados, cuando son recibidos y vitalmente asumidos gracias al recuerdo y el estudio precisos, estos penetradores e intrusos dominantes echan raíces. Se mezclan con el tejido del yo; los textos se convierten en parte de la identidad28

Al leer el texto de esta manera, él y el lector se “leen” en esos encuentros profundamente arrebatadores. A este último, incluso, llega a pasarle algo muy serio, de lo cual resulte tumbado o levantado, es el riesgo que tendrá siempre que correr. De esta manera, se hacen hablar mutuamente, se actualizan, hurgan en sus intimidades más recónditas, se preguntan mucho, dialogan, debaten entre sí, sin limitaciones ni trabas. Se dicen abiertamente las cosas, las compartidas y aquellas en las que difieren, no hay cuartel. La lectura así puesta en escena, es oída, sentida, contemplada, y en suma vivida a plenitud, y ya nada seguirá siendo igual que como era.

Y es que esta lectura inquieta(nte) está principalmente impregnada de experiencia. Si por ella se entiende no lo repetible, lo controlable, lo medible, lo predecible que nos refiere la idea de experimento. No, eso no, sino más bien en el sentido hermenéutico del término experiencia, que es parte esencial de la condición histórica del ser humano. En este sentido, ella es una posibilidad de la lectura, por cuanto se funda en la historicidad del lector, en la condición de un ser humano sujeto a experiencias. De allí que, siguiendo a Gadamer29, no es posible al leer tener dos veces la misma experiencia; porque ella al volverse previsible y repetible, deja de ser experiencia en sentido estricto, y se convierte en experimento, repetición de lo mismo. Las experiencias de la lectura, por consiguiente, son siempre únicas, irrepetibles. Para que ellas ocurran es necesario que surja lo singular, lo extraño, lo otro; y cuando aparece lo otro, lo diferente, la experiencia de la lectura no podrá ser nunca la misma. 

El lector inquieto es, de acuerdo con esta idea, sujeto de experiencia, no en el sentido de quien sabe mucho, que tiene muchos conocimientos; sino porque está abierto a nuevas experiencias de lectura, porque no es fabricado, cerrado concluido. Sino que a pesar de las experiencias vividas en las lecturas, está abierto a aprender en las próximas, porque las sabe diferentes y representan para él algo nuevo e irrepetible. 

En ese mismo sentido, la experiencia de la lectura es un acontecimiento intransferible, intransmisible e irrepetible para el sujeto que la vive. Nadie puede vivirla por otro. Nadie puede leer por otro. 

Es verdad, la lectura puede ser estudiada mediante experimentos controlados, sistematizada, uniformizada, estandarizada, pero en la medida en que se vuelve todas estas cosas, la lectura deja de ser experiencia, en el sentido aquí señalado; deja de ser lectura inquieta(nte). 

Con esto, lo que queremos decir es que la lectura en cuanto experiencia exige que el sujeto lector esté abierto a lo nuevo, a lo que todavía no puede imaginar o pensar, a lo impensable, o en ciertas ocasiones, a lo que no se ha atrevido a imaginar, a decir o a pensar junto a alguien, y que, mediante el acontecimiento de la lectura, se arriesga a hacerlo. Por eso en la lectura, cuando es entendida como experiencia, es tan importante el diálogo, la pregunta; porque ella abre el pensamiento, inquieta sus “pisos firmes y seguros”, sus dudas y los espacios donde él entra en contradicción consigo mismo. Desde luego, que si lectura es experiencia, tiene más relevancia el preguntar que la posible respuesta, así como también, la relación que establecemos con la interrogación y con aquel y aquello que nos ha ayudado a generarla. El preguntar es un poner en cuestión lo afirmado, poniéndose el lector en cuestión, es un preguntar(se). Por eso nadie puede leer por otro, porque tampoco puede preguntar por otro. Por eso cada cual tiene que vivir la experiencia de la lectura, arriesgarse en ella, vivir-la en ese compartir-se con otro. Por eso la lectura es experiencia, y también un vivir y un vivido.

Ahora bien, sin vivencia30 no hay vivido. La vivencia o Erlebnis31 es una derivación de la palabra Erleben, la cual, siguiendo a Gadamer32, tiene que ver con la comprensión inmediata de algo real. De esta manera, se trataría de la comprensión de algo vivido por uno mismo, y no con aquello que le han contado, o por alguna otra vía se ha enterado, de lo que le pasó a otro. “Lo vivido (das Erlebte) es siempre lo vivido por uno mismo”33. Ahora bien, y esto es muy importante para la perspectiva de la lectura que estamos construyendo, das Erlebte se refiere también a aquello que deja en uno aquello vivido. 

La lectura inquieta(nte), al contrario de la indiferente no es algo efímero, que pasa sin dejar huella. Por ende, la primera involucra, en tanto Erlebnis, lo inmediato recibido en el acontecimiento de la lectura vivida por el sujeto lector, y también el remanente que queda en él. 

La lectura como Erlebnis se dirige hacia la vida del lector, y ayuda a configurar su biografía, como veremos más adelante. De esta manera, la lectura es entendida desde la vida del lector, desde su vivencia, en el entendido de que “… algo se convierte en una vivencia en cuanto que no sólo es vivido sino que el hecho de que lo haya sido ha tenido algún efecto particular que le ha conferido un significado duradero”34

De igual manera, la lectura inquieta(nte) es una vivencia y un vivido, que toca profundamente a la vida del sujeto lector, no es algo efímero, insignificante, pasajero, episódico y espasmódico; sino al revés, un asunto intenso que perdura en lo profundo de esa vida. Esta lectura, vista como vivencia, supone el abrirse por parte del sujeto lector a la aventura, en el entendido que ella interrumpe el decurso cotidiano de la vida de dicho sujeto haciéndolo a la vez sensible para algo nuevo, distinto e inesperado, y a partir de lo cual ya no será el mismo, por el impacto y la duración como elementos presentes en la vivencia-aventura lectora. Ya no será igual, desde la mismidad será otro. La vivencia de la lectura interrumpe la cotidianidad de la vida, y simultáneamente queda integrada en el todo de la vida, haciéndola igual y diferente al mismo tiempo. 

2. LA LECTURA, EL TIEMPO Y EL ESPACIO PROPIOS, SU EDIFICACIÓN 

Es verdad que leer no es una tarea sencilla, sino más bien de un alto nivel de complejidad, presenta el reto de una experiencia constitutiva de la formación de un ser humano, y en ella se da el encuentro o el choque, como diría Duch35, entre lo que se trae, lo vivido y leído antes, con lo que presenta el texto abierto. Diálogo o choque, encuentro o desencuentro, la lectura es mucho más que “la búsqueda de un punto medio entre lo que sabe el lector y lo que dice el texto”36. Y es mucho más porque, si bien en alguna medida hay un efecto de rellenado, es decir, de acercamiento entre el horizonte del lector y el del texto, lo que Gadamer denomina como fusión de horizontes; no es menos cierto, que a partir de la lectura el lector vuela hacia nuevas perspectivas, siempre iguales y diferentes, en un ejercicio en alguna medida de repetición y diferencia, en el sentido de Deleuze37. Aquí no negamos esa hermosa metáfora de la tessera hospitalis, la cual es relanzada por Rodríguez como un modelo de lectura desde su interpretación de la obra de Gadamer. La tessera hospitalis o tablilla de recuerdo de los griegos38 es un buen modelo de explicación de la comprensión hermenéutica fundada en la noción de círculo hermenéutico; la lectura, por consiguiente se realiza en el encuentro, fusión de horizontes, de las dos mitades de la tablilla, siguiendo con la metáfora, es decir, desde la totalidad así conformada39. El detalle está en que sólo por esta vía llegaríamos a una visión finita de la lectura y no infinita, es decir, a una visión de la lectura como infinita hecha por un ser finito; y más aun, a la idea de una lectura siempre igual y al mismo tiempo siempre diferente, aunque se trate del mismo sujeto lector en dos momentos distintos, porque los prejuicios de los cuales parte el lector en un momento dado son diferentes en otro, y porque además, el cambio de perspectiva que puede generar la lectura no siempre conduce al acuerdo con la perspectiva manifestada en el texto.

Por tanto, no se puede olvidar que una lectura profunda es aquella en la que se realiza, siempre de nuevo, una diferencia, “al mismo tiempo inquietante y creadora, entre el texto escrito, por un lado, y la asunción y la recepción, por el otro, que hace de él el lector”.40 El lector, desde el ejercicio de su subjetividad, le da al texto al leerlo una nueva vida, unos nuevos aires, una perspectiva otra. 

En el acto de la lectura inquieta(nte), por tanto, la nueva perspectiva originada, con toda la carga innovadora e impactante que lleva implícita, representa una auténtica vivencia que trastoca al sujeto lector en su memoria, lo que él ha sido, y lo que es, esto es, con su ser presente y su ser pasado, teniendo como consecuencia todo ello, por la acción y la pasión involucrada, un cambio de sí, de trans-formación, relativamente permanente. De esta manera, en la acción de leer por medio de la coligación de 

un elemento más o menos estable, como es nuestra memoria, con un elemento móvil, como es el proceso de lectura, irrumpe la experiencia, el novum imprevisto e imprevisible, en el mismo centro de nuestras existencias. Entonces, a partir de la acción de leer, resulta posible la creación de mundos alternativos (…) el acceso a niveles de realidad situados más allá, más arriba, más a fondo”41.

Otro argumento que es necesario enfatizar, además de ese juego dialéctico entre memoria y proceso lector, es la de que la razón lectora se va haciendo a través de la vivencia de la lectura. Se puede confiar en el esfuerzo del lector en la búsqueda de la comprensión, en la búsqueda de un cierto consenso, de un cierto acuerdo, diríamos con Gadamer. El quid en este punto es el diálogo y el intento de conjugar el mundo del texto con el mundo del lector, en términos de Ricoeur42

Hay, desde luego, una implicación entre intersubjetividad y lectura en la atmósfera creada en la relación yo-otro-yo. Leer y entender, que implican una forma de hablar, suponen una especie de intercorporeidad. Leer y comprender conllevan un dejarse tocar, trastocar, cambiar por otro actual, que trae una memoria de lecturas. La lectura aviva, prolonga y transforma la relación con el otro. El lector encuentra al otro en la vivencia lectora. 

La existencia tiene que ver con un saber-se, con un saber de sí, y también con la ek-sistencia o con un salir-se, con un salir de sí. El otro es un referente constante de la existencia individual, para llegar a esa co-existencia bipolar yo-otro. La existencia individual tiene como elemento permanente el descentramiento y su ubicación en una dinámica que va hacia el otro, lo otro y el sí mismo. La lectura inquieta(nte), en tanto proceso, es un abrir la experiencia de sí y mi experiencia a otra experiencia. El texto, visto como otro, y que, dicho sea de paso, no es otro en estricto sentido, no sólo es para mí, sino también para sí, y ha sido y será para otros. El lector penetra en él por medio de una participación activa y creativa desde mi mundo en su mundo. 

La lectura inquieta(nte) del texto filosófico, literario, y artístico, que son especialmente a los que aquí continuamente tomamos como referencia (sin que ello signifique descartar absolutamente otros tipos de texto), puede representar el abrirse a uno mismo, el entrar a uno mismo, quizá no tanto como refugio, sino como morada de la intimidad, la cual se constituye no desde un solipsismo a ultranza, sino desde la palabra del otro y del mundo. Ese sí mismo se abre como yo desde el encarnamiento de la palabra del otro, que lo convierte en otro yo como él, otro que también puede decir yo, y allí comienza la inquietud, en nuestro caso cuando el otro es el texto. Y es allí en el acto lector, acto de hablas, en el que escucho con atención al otro, me escucho a mí mismo también con sumo cuidado, y hablo. Le escucho, me escucho y hablo, me hablo, le hablo, hablo. Leer así, no es una relación de soledad, de uno con uno mismo, sino de uno con alguien, con algo, por alguien, por algo, y conlleva una inquietud, una angustia, una inclinación, una pasión por… Y aquello que se ubica en los puntos suspensivos me permite leer y seguir leyendo. 

En ese acto de leer me ocupo también de mí mismo, porque hay algo frente a mí que me limita, que me establece unas condiciones de posibilidad (y de imposibilidad) y que me permiten distanciarme de mí, lo que a su vez, hace posible que me escuche, que oiga lo que digo y me digo, que sienta lo dicho, allí en el texto, dicho por mí y con/y en mi propia lengua. Y al mismo tiempo pueda darme cuenta de que algo me está pasando o de que algo me ha pasado al leer así. Me desdoblo en suma, al leer de esta manera. En este nivel de la lectura se alcanza una faceta de la intimidad, la así llamada intimidad com-partida o momento de la mismidad, siguiendo en este asunto a Pardo43. El acto de leer, en tanto acontecimiento, puede llevarme a sentir y a comprender que he llegado a ser otro, no sólo a reconocerme como mí mismo sino también como un otro para mí mismo. Y esto puede explicarse porque en el acto de la lectura, como en otros tipos de actos, no puedo ser unicamente presente, tener presencia plena, porque en cada momento de mi vida soy lo que soy y también lo que fui y lo que seré, o mejor, soy no sólo lo que vivo o vivencio en el acontecimiento de la lectura, sino lo que recuerdo y lo que imagino que seré. A esto lo podemos denominar con palabras de Pardo, momento de alteridad44. Desde luego, que el tiempo al que se hace referencia aquí, tiene que ver con el tiempo vivido y no con el cronométrico, con la experiencia íntima del tiempo en que vivencio la lectura, con lo que en ella me pasa y que me hace ser otro, al trastocarme, al alterarme, al (trans)formarme. Si el momento de la mismidad, se ubicó en una intimidad com-partida, este último tiene su lugar al interior de una intimidad con-sagrada. Ahora, nos referiremos a otra fase de la lectura como acontecimiento íntimo, en el cual ese sujeto lector que llega a sentirse otro para sí mismo reflexiona sobre ese sí mismo, es el momento denominado de la estupefacción. Este momento final de la intimidad pertenece a la denominada intimidad con-sentida45.

De acuerdo con nuestra interpretación el sujeto lector en su lectura inquieta logra construir un espacio-tiempo de intimidad, el cual se despliega en tres momentos, a saber: el del desdoblamiento del sí mismo, la mismidad, el de duplicación del sí mismo en otro, la alteridad, y el de la reflexión del segundo sobre el primero, la estupefacción, o momento de la búsqueda de un sentido a lo ocurrido, o la búsqueda de un sentido de ese sí mismo como otro, en el sentido de Ricoeur. Por lo cual, el acto de la lectura inquieta involucra una búsqueda de un saber de sí

3. LA LECTURA COMO CONVERSIÓN DE SÍ: NIETZSCHE Y SÁBATO 

Muchas veces cuando imaginamos a un lector (y escritor ) como Jorge Luis Borges, nos lo representamos como un individuo extraordinario, casi mítico. Incluso nuestra fantasía puede llegar a imaginar su terrible ceguera padecida en la parte final de su trayecto vital, como una “natural” consecuencia de su habitus lector (y escritor). Por el contrario, podemos retrotraer al mirada hacia un ser humano, a un ser de carne y hueso, al decir de Unamuno, hijo de vecino, como cualesquiera de nosotros, sempiterno caminante por las calles y avenidas de su Buenos Aires, sin que ello signifique menospreciar su extraordinario talento, que llegó a ser lo que se es, que llegó a convertirse en un gran lector, practicante, de acuerdo con nuestro estudio, de una lectura inquieta(nte), con un habitus de lector inquieto in-corporado a su sí mismo. Lector-habitus, porteño convertido en sujeto lector inquieto, o como lo describiera Williamson: “…manso bibliofilo distraído que vivía ensimismado, casi fuera del tiempo, encerrado en la biblioteca total”46.

En este punto se trata justamente de mostrar cómo un ser humano llega a convertirse en un sujeto lector inquieto, cómo es esa metamorfosis, sin para nada tengamos que imaginarnos a un ser extraordinario, ni mítico lector, como lo hiciéramos en su momento con Borges. 

Se trata pues de mostrar como la experiencia auténtica de la lectura nos puede conducir a una conversión de sí, de tal suerte que al narrar la experiencia vivida con el texto leído ella sirva para hacerme comprender lo que me ha pasado o me está pasando. En caso contrario, estaríamos hablando de una suerte de enajenación, de lectura enajenada, esto es, en ella no me ha pasado nada porque me he despojado, me he anulado, me he cerrado a recibir una experiencia viva. En otras palabras, puede decirse que he proyectado todo mi pensamiento, interés, intención y pasión, en y desde un asunto, objeto exterior o finalidad externa a mí, el mero manejo o disposición de una información, los cuales memorizo con el objeto de recuperarla en función de la referencia a ese objeto o fin. Abdicando de toda posible vivencia íntima. De esta manera, Así a la lectura se le termina mirando como un utensilio, como lo dispuesto a la mano, que se usa y no más. El lector no se mira desde un sí mismo sino como un ego exterior al cual no le pasa nada, o no le debe pasar nada, y mira la lectura y el acto lector que realiza desde un afuera. Ese ego está envuelto en una estructura impermeable y cerrada que no permite que le pase nada; y como lector-ego está bloqueado para experimentar-se como sujeto de su acción lectora.

El lector enajenado es opuesto a un yo consciente, a un lector que se abre a la experiencia de su propio ser-en-la-lectura, el cual está siendo sujeto de su propia acción lectora. Pensado y sentido como un yo, este último lector puede sentirse: “…como un sujeto auténtico de sus actividades, en el momento de actuar me siento como el yo que actúa, no me siento como un ego…”47 La experiencia del yo-lector se da en la vivencia propia de la acción de la lectura. El lector es un yo, un sí mismo, que experimenta, siente y padece su hacer, que implica un hacer-se; por tanto, establezco con la lectura una relación estrecha, incluso íntima, por lo que ella no es una cosa exterior a mí, un ahí afuera que miro desde el blindaje exterior que me recubre, sino que por el contrario, me abro a ella, la recibo a plenitud como otro que llega y al cual le brindo mi hospitalidad. 

Una experiencia auténtica de la lectura que conlleve a una conversión de , tiene que ver al mismo tiempo con un ir más allá y más lejos de una lectura, del texto filosófico pongamos por caso, que vaya más allá del mero ejercicio de la razón, de una racionalidad exegética, y, consustanciada con ellas, del seguimiento riguroso de unas estrategias y técnicas, en el marco de la macro área denominada comprensión de la lectura, tan emparentadas con una racionalidad instrumental48 del acto lector. Este ir más allá y más lejos supone la apertura a la pasión, al sentimiento, al gusto, a la sensibilidad en la lectura del texto en cuestión, así como también de la obra literaria, del ensayo y de la obra artística. 

Por tanto, puede afirmarse que tal experiencia auténtica de la lectura, como lectura inquieta(nte), es aisthesis, es decir, experiencia sensible de la lectura, percepción y sentimiento. Desde este punto de vista, tal lectura es experiencia sensible, e implica atención profunda, escucha e involucramiento pleno, encarnamiento. Esta experiencia es justamente la alteración, lo que le pasa o le llega a pasar, que padece el sujeto lector. Es claro que dicha experiencia no se limita a ser una afección pasajera e inofensiva, sino que toca hondo la subjetividad del lector, al mismo tiempo de que la altera.

La experiencia de lectura inquieta(nte), en tanto aisthesis, es huella, y ella no es simplemente lo dado, sino lo re-creado o generado por la lectura. En su despliegue no se trata de un juego de planos activo y pasivo, sino de seducción y entrega. Aquí el centro de la experiencia lectora es el sujeto, sin menospreciar al texto y al autor. Porque, si bien es importante lo que el texto, y el autor, quieren decir y dicen, no lo es menos el compromiso y la repercusión en la vida del lector. Por ende, la clave del asunto no radica exclusivamente en la interpretación y la apropiación de contenidos, sino también en la sacudida aisthésica del sujeto, en qué medida se encarnan en él, le dan vida y le hacen vivir, produciendo, en el marco de una heautonomía49, una conversión de

3.1. LA CONVERSIÓN DE SÍ Y LA LECTURA 

La conversión de sí en la lectura, con base en buena medida en las tesis de Foucault50, implica una vuelta del lector sobre sí mismo, que exige un desplazamiento real, un ir hacia, un encararse con, del sujeto lector con relación a sí mismo, y una trayectoria de cierta intensidad y duración. La conversión de involucra en efecto una trayectoria, el tránsito por un trayecto no preestablecido a la manera de un tour turístico, sino más bien un viaje que tiene todo el espíritu de la aventura, de lo imprevisto, de idas y venidas. De la misma manera, el viaje va dejando un remanente, un saber como un arte de sí a sí, que tiene que ver con una teoría y una práctica de la orientación y el gobierno de sí mismo

En este viaje en dirección hacia la conversión de hay una circularidad entre el texto, el lector y, en cierta medida, el autor, esto es, un viaje de ida o apertura al recibimiento del texto y vuelta al propio lector para llegar a ser el que se es, a la (auto)formación del yo como meta a alcanzar, en esa relación-viaje lector de ida-apertura al texto (y al autor) y retorno a 51.

Ahora bien, cómo imaginamos a la lectura inquieta(nte) como conversión de , la respuesta no es simple ni fácil, veamos. Hemos dicho que la lectura, para ser inquieta(nte), supone ir más allá del mero conocer y almacenar información, y por ello exige un asimilar, in-corporar y hacer habitus. En la lectura inquieta(nte) como conversión de sí se trata además de lo señalado, de realizar, a partir de la lectura de una obra filosófica, literaria o artística, una meditación. Por tanto, esta lectura no consiste en el solo hecho de conocer la obra de un autor, sino de, mediante ella, provocar tal meditación. Cabe agregar además, que esta lectura no consiste en la realización de una exégesis, del mero preguntarse por lo que quiere decir, o quiso decir, tal o cual obra52. Un ejercicio de meditación de la lectura iquieta(nte) como conversión de comprende:

1) apropiarse del pensamiento contenido en una obra para pensar y actuar como corresponde;

2) pensar el asunto mismo y sobre todo ejercitarse en el asunto en que se piensa, ponerse en situación, experimentarse en el como si, mediante herramientas como la imaginación y la ficción, para lograr hacer un juego del pensamiento sobre el sujeto mismo, un desplazamiento del sujeto en relación con lo que él mismo es por efecto del pensamiento53;

3) y por último, esta lectura que conlleva una meditación, una experiencia de un pensamiento sobre , va aparejada con una escritura como ejercicio de sí y como elemento de la meditación y de regulación y moderación mutua, de la lectura por la escritura y viceversa. La idea central consiste en que la escritura posibilite la construcción de un corpus propio, del sujeto lector, a partir de lo leído.

Escribir a continuación de la lectura nos ayudará a asimilar el asunto en que pensamos, a que penetre en nuestra alma y en nuestro cuerpo, se nos encarne, y nos ayude a apuntalar un habitus. Y después de la escritura, la relectura de lo escrito, releer para como si se fuera otro, o de otro lo escrito, para in-corporar-lo mejor en sí mismo.

3.2. EL IMAGINARIO LITERARIO DE LA CONVERSIÓN DE SÍ 

La historia de la subjetividad del individuo lector, o mejor, la manera en la que el sujeto hace la experiencia de sí mismo en el juego de la lectura, implica un proceso de subjetivación mediante el cual dicho sujeto se constituye, llega a ser el que se es. El análisis de las múltiples relaciones presentes entre la constitución de ese sujeto, el juego y apuesta a una lectura inquieta(nte), busca comprender por dónde llega a ser lo que es, y cómo lo que es podría dejar de ser lo que es. Lo que involucra una auténtica posibilidad de transformación. El lector no es una sustancia, siempre idéntico a sí mismo, sino un ser humano en el decurso particular de un sí mismo como otro, en los términos de Ricoeur54, un ser de identidad narrativa que se transforma en sujeto. La existencia de este sujeto es, con mucho, un hacer la experiencia de sí mismo en la lectura y posibilitar libremente una conversión de sí en sujeto lector inquieto.

En la conversión de de este sujeto, en tanto y en cuanto proceso inconcluso, le invade o se deja invadir por la curiosidad, entendida no como un afán de asimilación de aquello que conviene o es legítimo conocer, sino aquella que permite el cuestionamiento, distanciamiento y desprendimiento de uno mismo, un ejercicio crítico del pensamiento sobre sí mismo. Este ejercicio conduce a un atreverse a pensar de otra manera, previa reflexión sobre un cómo y un hasta dónde, mediante el despliegue de un ejercicio de meditación. Desde luego, que ello exige un permanente quehacer con la(s) obra(s), y el autor(es), que no pretende que tal ejercicio sea el último y mucho menos el definitivo. Ejercicio que conlleva un experimentar(se), un problematizar(se) y el correspondiente cuestionamiento de uno mismo, y re-creación, re-invención, conversión de que conlleva. De esta manera, estamos en presencia de una ascesis, un ejercicio de , en el pensamiento.

Esculpamos unas imágenes literarias de la conversión de sí de unos sujetos lectores inquietos. El sentido de este imaginario es, justamente, “esculpir” en el sentido de recrear, reimaginar esas imágenes. En un primer momento tomaremos la palabra de Nietzsche como lector, luego la de Ernesto Sábato.

Nietzsche, ¿lector inquieto? O ¿escritor que inquieta? O ¿ambas cosas? En fin, escuchemos sus palabras:

Sé, en cierto modo, cuáles son mis privilegios como escritor; en algunos casos puedo incluso probar hasta qué punto familiarizarse con mis obras “corrompe” el gusto. Simplemente, ya no se pueden soportar otros libros, sobre todo, los de filosofía. Entrar en este mundo noble y delicado constituye una distinción sin parangón (…) se trata, en suma, de una distinción de que hay que hacerse antes acreedor. Pero quien se asemeja a mí por la altura de su voluntad, experimenta verdaderos éxtasis aprendiendo de mis obras, pues vengo de alturas a las que ningún pájaro se ha remontado nunca, conozco abismos que ningún pie se ha atrevido a hollar55

Es claro que este lector/escritor tiene como palabra clave el éxtasis como expresión de lo que padece al leer. Ese salirse de sí exige un nivel de conversión de sí, el hacerse acreedor de, para poder experimentar ese éxtasis. Sigamos la palabra de Nietzsche:

Me han dicho que, una vez empezado, es imposible cerrar un libro mío antes de haberlo acabado, que perturbo incluso el descanso nocturno… La verdad es que no existe en modo alguno un tipo de libros más altivo y, a la vez, más sutil; en una y otra página alcanzan la mayor altura a la que se puede ascender en la tierra: el cinismo; hay que conquistarlos utilizando tanto los dedos más delicados como los puños más potentes. Todo el que tenga el alma enferma e incluso todo dispéptico queda excluido de ellos, de una vez para siempre; no hay que ser nervioso y tener unos intestinos sanos. De mis libros están excluidos también no sólo la pobreza, sino las almas que respiran un aire enrarecido, y, sobre todo, la cobardía, la suciedad, la sed inconfesada de venganza nacida de los intestinos: una sola palabra mía pone al descubierto todos los instintos56.

La inquietud y la pasión atrapan a este lector, el libro lo absorbe, lo atrapa y no lo libera sino al final de su última letra. Y así se extasia, y luego lo libera en su ejercicio de meditación, para hacer un juego del pensamiento sobre el sujeto lector mismo, con su correspondiente desplazamiento de este sujeto con relación a él mismo (allí ese tipo de éxtasis). 

Varios conocidos míos me sirven de conejillos de Indias para experimentar las reacciones significativamente diversas que provocan mis escritos. Aquel a quien mis obras le tienen sin cuidado (…) Los “espíritus” totalmente viciosos, las “almas hermosas”, los mentirosos de los pies a la cabeza no saben en modo alguno qué hacer con estos libros (…) Es preciso no haber sido indulgentes con uno mismo; es preciso haber hecho de la dureza un habito, para sentirse sereno y bien dispuesto ante tantas verdades duras. Cuando imagino al perfecto lector de mis libros, me represento siempre a un monstruo de verdad y de curiosidad, a la vez que a alguien dúctil, astuto, prudente, un aventurero y un descubridor nato. En suma, no podría decir mejor a quién me dirijo exclusivamente de lo que lo he dicho en el Zaratustra. ¿A quién es al único a quien quiere contar Zaratustra su enigma? “A vosotros, intrépidos que estáis siempre buscando e indagando, y a quienquiera que se haya lanzado alguna vez al proceloso mar con velas apropiadas…”57

Aquí podemos continuar esculpiendo al lector Nietzsche, lector inquieto, curioso, aventurero. Al lector que avanza sobre una meditación, sobre una experiencia de un pensamiento sobre , y que a la vez realiza una escritura como ejercicio de , y de regulación mutua de la escritura por la lectura y viceversa. Es claro, que al referirse Nietzsche a ese su lector, está realizando su autorretrato como lector. 

La conversión de representa una vía hacia la lectura inquieta(nte), lo cual involucra un proceso de (trans)formación para alcanzar una identidad narrativa como sujeto lector inquieto, e incluso cultivarla o transformarla. Esta conversión y su subsecuente llegar a ser ese lector inquieto, no es una simple preparación o situación momentánea, sino una forma de vida, un proyecto de vida. La conversión va pareja a un encarnamiento o in-corporación, a la conformación de un habitus. Esta ascesis lectora exige: una escucha atenta al sonido de la obra, silencio y escucha para que haya habla; una toma de notas, escritura, sobre la lectura y de las reflexiones que hace el lector desde lo leído y más allá de lo leído, sobre lo que te hace decir/escribir la obra sin haber lo dicho por ninguna parte; y finalmente, el autoexamen o el volverse a uno mismo. 

Volvamos al imaginario lector inquieto Nietzsche para conocer sus exigencias y bondades: 

Voy a añadir ahora algunas generalidades relativas a mi arte del estilo. El sentido del estilo es transmitir un estado, una tensión interna del pathos mediante signos, incluyendo el ritmo de los mismos (…) Es bueno aquel estilo que transmite realmente un estado interior, que no se equivoca en los signos, en su ritmo, en los gestos, todas las leyes del período pertenecen al arte de los gestos58.

El lector/escritor Nietzsche permite desde su llamado arte del estilo comprender la exigencia de abrir los oídos en una escucha atenta para recibir eso que trata de transmitirnos el texto, para que a la vez podamos sentir una tensión interna similar en nosotros los lectores. La lectura así se hace pathos padecimiento y recibimiento para poder de esta manera captar ese estilo particular de transmitir lo padecido.

Pasemos de seguidas a “esculpir” otro lector imaginario, otro lector inquieto con su particular estilo de leer y escribir sus padeceres/pareceres. Démosle a Ernesto Sábato la palabra para escucharlo atentos y con un lápiz en la mano, dispuestos a volvernos sobre nosotros mismos. 

Una de las misiones de la gran literatura; despertar al hombre que viaja hacia el patíbulo59. (…) Dada la naturaleza del hombre, una autobiografía es inevitablemente mentirosa. Y sólo con máscaras, en el carnaval o en la literatura, los hombres se atreven a decir sus (tremendas) verdades últimas (…) En un cuadro vemos de golpe y simultáneamente toda su realidad, la vivencia estética es integral e instantánea, podemos sentir el todo, estructuralmente, antes de sentir sus partes o de reflexionar sobre ellas. En la narración es al revés60. (…) Por otra parte, la literatura de hoy no se propone la belleza como fin (que además lo logre, es otra cosa). Más bien es un intento de ahondar en el sentido general de la existencia, una dolorosa tentativa de llegar hasta el fondo del misterio61. (…) Un mal escritor o un principiante puede incurrir en la tentación de incluir una auténtica carta de amor en una novela, con el resultado de que resulta falsa, al ser desprendida de la complicada magia que en la vida real formaba su soporte y su contorno (…) todo corte es automáticamente falsificador (…) La paradoja de la creación novelística consiste en que el escritor debe dar en una obra que es forzosamente finita una realidad que es fatalmente infinita. Para lograrlo no puede recurrir al corte sino a la recreación; y debe proceder con aquella carta de amor de modo parecido a las falsas perspectivas que usan los escenógrafos: que son falsas precisamente para dar la sensación de la verdadad62. (…) Decimos “silla” pero no queremos decir “silla”, y nos entienden. O por lo menos nos entienden aquellos a quienes está secretamente destinado el mensaje críptico, pasando indemne a través de las multitudes indiferentes y hostiles. Así que ese par de zuecos, esa vela, esa silla, no quieren decir ni esos zuecos, ni esa vela macilenta ni aquella silla de paja, sino yo, Van Gogh, Vincent (sobre todo Vincent): mi ansiedad, mi angustia, mi soledad; de modo que son más bien mi autorretrato, la descripción de mis ansiedades más profundas y dolorosas63. (…) El lenguaje (el de la vida, no el de los matemáticos), ese otro lenguaje viviente que es el arte, el amor y la amistad, son todos intentos de reunión que el yo realiza desde su isla para trascender su soledad. Y estos intentos son posibles en tanto que sujeto a sujeto, no mediante los concretos símbolos de la ciencia, sino mediante los concretos símbolos del arte, mediante el mito y la fantasía: universales concretos. Y la dialéctica de la existencia funciona de tal modo que tanto más alcanzamos al otro cuanto más ahondamos en nuestra propia subjetividad64.

Aquí podemos ver la imagen esculpida de un lector a trasluz de sus reflexiones sobre su escritura y sobre el arte de la novela. La búsqueda de un sentido, o de unos sentidos, para su oficio. La presentación de una(s) posibles lecturas de la obra literaria, artística y filosófica desde la perspectiva del escritor que habla sobre el oficio, y que permite recrear al lector implícito. En ese lector llamado Sábato que imaginamos, la conversión de en un lector inquieto, pasaría por ese ejercicio constante de meditación, el cual enfatizaría en ese ejercitarse en el asunto en que se piensa, ponerse en situación, experimentarse en el como si, mediante herramientas como la imaginación y la ficción, para lograr hacer un juego del pensamiento sobre sí mismo, y alcanzar un desplazamiento de ese sujeto en relación con lo que él mismo es, por efecto del pensamiento.

Ahora bien, las cosas que hace, vive y padece el cuerpo de un lector inquieto se sustenta, comprende y justifica sobre el cimiento de lo que ha sido, valga decir sobre su memoria. Así el ejercicio de meditación que él realiza es un juego en el cual concurren la memoria, el horizonte histórico, en términos de Gadamer, del texto y el del lector, y la situación u horizonte del presente en el cual se realiza la lectura y la meditación. El texto leído sólo adquiere sentido como si lo dicho en él fuese dicho para él lector, lo que genera otro significado que el lector incorpora en sí mismo, con el que re-actualiza su propio pensamiento interior. De esta manera, la experiencia lectora de dicho lector no es, por tanto, una pasiva aceptación de lo dicho en el texto, sino una re-elaboración. De allí, que “un texto que habla en el presente de cada lector necesita por el hecho mismo de ser texto, o sea, lejanía de su autor y de su tiempo, ser vivido totalmente en la mente de aquel para quien se constituye como lenguaje. Este hecho implica que el lector es, necesariamente, autor también”65. La lectura inquieta es aquella que propicia una meditación, que mueve al lector, e incluso lo trastoca. En la experiencia de esa lectura la palabra lo engancha en un escenario en donde esa palabra es re-interpretada, re-creada, re-semantizada, re-inventada, en el marco de una subjetividad (o intersubjetividad) plena. Y a través de esa palabra, y de la experiencia que resuena en él, es posible re-lanzar una nueva experiencia, un pensamiento-palabra renovado desde esa subjetividad que asume y crea. Volvamos a continuación al narrador argentino.

Sábato se pone de pie y camina en dirección a un armario lleno de libros, estamos en su estudio. En ese armario vemos obras de Víctor Hugo, Rimbaud, Neruda, Apollinaire, Gogol, Flaubert, Huidobro, Borges, Proust, Conti. Un poco más allá está la colección de las traducciones de sus obras a varias lenguas. Nos muestra una gran cantidad de libros recibidos de muchos lugares. De inmediato, y como si se excusase, nos dice: “…leo muy poco ahora, tengo mala la vista y debo hacer grandes esfuerzos. Prefiero no leer, aunque a veces me gustaría poder hacerlo con la frecuencia y la intensidad de antes… Algunas lecturas no poseen mucho valor, ya que pasan por nuestro espíritu sin dejar rastros, y sólo aquello que nos hiere, que nos imprime una huella, sirve al despliegue de nuestra vida. Por eso Kafka recomendaba leer libros que nos atraviesen el cuerpo como un hacha. La lectura que deja tal cual al lector es una lectura inútil…. Una novela se escribe con todo el cuerpo, con la sangre, con la piel, con la cabeza. Con la conciencia, pero también con los dictados de ese universo oscuro que está debajo de los niveles de conciencia. Por eso expresa la realidad total del hombre y su circunstancia: realidad desgarrada y ambigua (…) Frente al hombre abstracto de los iluministas, ya en Hegel se observan los primeros elementos de reacción, pues para él el hombre no es aquella entelequia ajena a la tierra y a la sangre, a la sociedad misma y a la historia de sus vicitudes; sino un ser histórico que va haciéndose a sí mismo, realizando lo universal a través de lo invidual”66.

El ser de la lectura inquieta está en el tiempo, en lo (auto)biográfico, en el tiempo histórico de un lector, que bien podría ser Sábato. El texto es re-construido subjetivamente (o intersubjetivamente) por el lector; por lo cual, se tiene: una “a) reducción de la escritura a la momentaneidad de la letra leída, o sea, reconstruida en la conciencia e integradora y formadora de la subjetividad. b) Supeditación de la escritura al tiempo y personalidad del lector (…) d) Tras de los ojos del lector, alguien, un sujeto, construye el mundo de lo leído que alienta en cada momento del tiempo de ese lector, no como presencia total, sino como presencia momentánea, cuya totalidad ha de reconstruirse, siempre parcialmente, en el sucesivo diálogo consigo mismo o con otros. e) Cada momento o parte de la lectura, cada sintagma de la escritura, busca una integración en un posible universo, o en una posible totalidad. Esa totalidad está, esencialmente, determinada por lo que el tiempo y la memoria hayan hecho de una existencia humana bajo la forma de experiencia”67. La lectura como conversión de sí se propicia en un lector situado, en un ahora, desde un pasado, lanzado a un por-venir. 

Notas

1  Tal y como lo concibe SALINAS, P (2002). El defensor. Barcelona, Península, p. 332. 

2  Por cierto que al analfabeta se le ha estigmatizado al considerársele un ser inferior. En verdad, se olvida con frecuencia que él/ella lee el mundo, e incluso muchas veces mejor que el alfabetizado o neoanalfabeto, como lo designa Salinas, porque este último sólo usa este conocimiento para leer aquellos materiales imprescindibles de su hacer y vivir, con la consabida reducción de experimentar e imaginar el mundo y lo vivido. En contraparte, baste señalar, a este respecto, la enorme capacidad de memoria, imaginación y narración que muchos analfabetas logran desarrollar. 

3  La condición de alfabeto es una abertura de alguien hacia algo, a ese llegar a ser o no, un lector. 

4  SALINAS, P (2002). Op cit., p. 333. 

5  Sin duda, que la manera como se lee/estudia un libro de filosofía, o de otra disciplina, tiene que ver con la formación recibida en la escuela correspondiente. Si se les enseña a leerlo de acuerdo con la lógica de memoria/repetición, el estudiante-lector se limitará a repetir las principales tesis o ideas (o las que de acuerdo con la lección del profesor son tales) de un autor en particular. De esta manera, en los cursos de filosofía en nuestras escuelas universitarias, conocen, o más bien memorizan, a Aristóteles, a Kant y a Hobbes, por nombrar algunos. Ser un excelente estudiante ( ¿un buen lector) consistiría para esos ámbitos en repetir muy bien, especialmente sin tergiversar, lo que han dicho cada uno de los autores, o filósofos considerados como tales, luego de una exhaustiva selección. La posibilidad de pensar, imaginar, recrear, interpretar, plantearse interrogantes e intentar resolverlos desde el aquí y el ahora, desde su horizonte histórico en términos de Gadamer, son tareas, generalmente, no previstas (no autorizadas)a realizar.  

6  Por lección se entiende aquí, a la lectura en público y especialmente la realizada en un aula. La lección es lectura, convocatoria a la lectura y comentario público de un texto “cuya función es abrir el texto a una lectura común”. LARROSA, J (2000). Pedagogía Profana. Estudios sobre lenguaje, subjetividad, formación. Buenos Aires, Novedades educativas y CEP-FHE-UCV, p. 138. 

7  La noción de paciencia (del lat. patientia) que aquí manejamos, tiene que ver con la aptitud para recibir algo, aun cuando ese algo sea doloroso o provenga de asunto trágico. Tiene que ver con la experiencia, esto es, con lo que de verdad nos pasa y nos deja huella. De igual modo, se refiere al tiempo en cuanto a espera paciente de algo que se desea ser y que no se puede apresurar. Por lo que la paciencia involucraría al recibimiento, a la experiencia propia, a la espera. 

8  Interés en el sentido de su raíz latina: inter-esse, es decir, estar en o entre. Estar de verdad en la lección, estar en cuerpo y alma en ella. 

9  Desde luego, que ello exige una lección que sea ofrecida como donación, en el sentido de Derrida, como aquello que no le pertenece en este caso al maestro, y que permita realizar unas lecturas otras, iguales y siempre diferentes a la vez, en un auténtico ejercicio antitotalitario. 

10  FROMM, E (1998). ¿Tener o ser? México, FCE. 

11  Ibíd., p. 40. 

12  Con todo el compromiso antropológico aquí involucrado. 

13  FROMM, E (1998). Op. cit., pp. 37-43. En el modo tener mi relación conmigo mismo y con el mundo es de posesión y de propiedad. Soy si me poseo a mí mismo, incluso al mundo. Tengo información, leo para tenerla, siempre como algo externo, como algo añadido a mí. Y, muchas veces, me sirva para aparentar lo que soy o poseo. 

14  En el sentido de RICOUER, P (1996a). Sí mismo como otro. México, Siglo XXI. Puede agregarse, que, además de trans-formar-se, el sujeto-lector es capaz de narrar-se, a partir del darse cuenta de su mismidad y de su otredad. 

15  FROMM, E (1998). Op. cit., p. 49. 

16  Ibíd., p. 54. 

17  Nosotros, hemos hecho un estudio sobre este asunto, véase a VALERA-VILLEGAS, G & MADRIZ, G (2006). Una hermenéutica de la formación de sí. Lectura, escritura y experiencia. Caracas, CDCH-UCV, pp. 25-58. 

18  PEÑA VIAL, J (2002). La poética del tiempo: ética y estética de la narración. Santiago de Chile, Editorial Universitaria, p. 286. 

19  STEINER, G (2003). Lenguaje y silencio. Ensayos sobre la literatura, el lenguaje y lo inhumano. Barcelona, Gedisa, p. 32. Aquí puede vislumbrarse la tesis de Steiner de las presencias reales, o esas presencia que nos trasladan de nuestro mundo y nos ponen en relación con otro, desconocido, hasta cierto punto, por nosotros, que la razón no logra explicar del todo y que remite, en última instancia, a Dios. Véase a STEINER, G (1992). Presencias reales. Barcelona, Destino.

20  Ibídem.

21  PEÑA VIAL, J (2002). Op cit., p. 287.

22  STEINER, G (1992). Op. cit., p. 228

23  STEINER, G (1990). Lecturas, obsesiones y otros ensayos. Madrid, Alianza.

24  Este tipo de lectura es con frecuencia practicada por el crítico literario (y también por el de arte) cuando le dan prioridad al manido distanciamiento que arroje un comentario o reseña objetiva/aséptica, de modo que la obra se convierte en sólo un pre-texto para un vano ejercicio de ritornelo canónico de los añejos claustros académicos.

25  PEÑA VIAL, J (2002). Op. cit., p. 291.

26  Véase a STEINER, G (1992). Op. cit.

27  SARTRE, J-P (1972). ¿Qué es la literatura? Buenos Aires, Losada, p. 74.

28  STEINER, G (1990). Op. cit., p. 123.

29  GADAMER, H-G (1999). Verdad y Método I. Salamanca, Sígueme.

30  La noción de vivencia es, desde el punto de vista fenomenológico, distinta a la de vivir y habitar, y tiene, por un lado, un notable componente subjetivo (evoca emociones, sentimientos, recuerdos), y por el otro, uno contextual (refiere objetivaciones y externalidades, espacios-tiempos socialmente construidos). Al referirse a lo vivido y a lo en vías de vivirse en un momento dado, la noción refiere a la idea de un continuum, en el sentido de que la situación presente está vinculada a situaciones pasadas.

31  Traducción de Ortega y Gasset de la palabra alemana.

32  GADAMER, H-G (1999). Op. cit., p. 96.

33  Ibíd., p. 97.

34  Ibídem.

35  DUCH, L (2002). Antropología de la vida cotidiana. Simbolismo y salud. Madrid, Trotta.

36  RODRÍGUEZ, A (2005). Poética de la interpretación: la obra de arte en la hermenéutica de H.G. Gadamer. Mérida, CDCHT-ULA, p. 195.

37  DELEUZE, G (2002). Diferencia y repetición. Buenos Aires, Amorrortu.

38  “Esto es, el anfitrión entregaba a su huésped la mitad de una tablilla que rompía con el objeto de que, pasado el tiempo, pudieran reconocerse al juntar las dos mitades”. Véase a RODRÍGUEZ, A (2005). Op. cit., p. 167.

39  Desde luego, que una lectura de un texto determinado incluye de alguna manera las lecturas que sobre él se han hecho. Los textos son archivos potenciales de sentido que cobran vida, reviven, en el acto de lectura.

40  DUCH, L (2002). Op. cit., p. 158.

41  Ibíd., p. 160.

42  Véase a RICOEUR, P (1996b).Tiempo y narración III. El tiempo narrado. México, Siglo XXI.

43  PARDO, JL (2004). La intimidad. Valencia, Pretextos, p. 155ss.

44  Ibíd., p. 164ss.

45  Ibíd., p. 176ss.

46  WILLIAMSON, E (2006). Borges, una vida, Buenos aires, Seix Barral. Williamson nos narra como el argentino pasaba muchas horas de su infancia sumergido en la lectura de la biblioteca familiar, hasta el punto de que llegó a la escuela en la prepubertad, y en la cual, por cierto, nunca fue lo que se entiende un alumno exitoso.

47  FROMM, E (1996). Espíritu y sociedad, Barcelona, Paidós, p. 121.

48  De manera muy general, esta racionalidad estaría aquí referida a una de índole de carácter muy funcional, configurada en los medios (estrategias) que permiten conseguir un fin razonable en una coyuntura determinada, esto es, leer para entender.

49  Entendida la heautonomía como modo de las potencialidades/capacidades del sujeto de hacerse, formarse y guiarse a sí mismo. Lo que desde una fenomenología heideggeriana se fundaría en el pre-ser-se, poder-ser, del ser-ahí.

50  FOCAULT, M (2002). La hermenéutica del sujeto. México, FCE.

51  Que tiene que ver con el modelo helenístico o de “a autofinalización de la relación consigo, de la conversión a sí” FOUCAULT, M (2002). Op. cit., p. 253. 

52  Por lo cual, el asunto de la lectura no se limita, tal como se ha entendido generalmente, al hecho de entender lo leído.

53  Una meditación, al decir de Foucault, “produce, como otros tantos acontecimientos discursivos, nuevos enunciados que traen aparejadas una serie de modificaciones al sujeto enunciador (…). En la meditación, el sujeto es modificado sin cesar por su propio movimiento; su discurso suscita efectos dentro de los cuales está contenido; lo expone a riesgos, lo hace pasar por pruebas o tentaciones, produce en él estados y le confiere un estatus o una calificación que no poseía en el momento inicial…”. FOUCAULT, M (2002). Op. cit., p. 340.

54  Véase a RICOUER, P (1996a). Op. cit.

55  NIETZSCHE, F (1999). Ecce homo. Cómo se llega a ser lo que se es. Madrid, Edimat, p. 81.

56  Ibíd., pp. 81-82.

57  Ibíd., pp. 82-83.

58  Ibíd., p. 83. 

59  SÁBATO, E (1979). El escritor y sus fantasmas. Barcelona, Seix Barral, p. 22.

60  Ibíd., p. 59.

61  Ibíd., p. 87. 

62  Ibíd., p. 94. 

63  Ibíd., pp. 95-96.

64  Ibíd., p. 144.

65  LLEDÓ, E (1999). El silencio de la escritura. Madrid, Espasa Calpe, p. 82.

66  Estas palabras de Sábato han sido tomadas de distintas entrevistas ofrecidas por él. Aquí hemos tomado algunos fragmentos de las mismas para recrear-lo como lector. Algunas de estas entrevistas están disponibles en: http://www.letras.s5.com/sabato170802.htm 

67   Ibíd., p. 109.

Reseñas Bibliográficas

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