INTRODUCCIÓN
Hoy más que nunca es necesario repensar el papel de la educación, pues esta no solamente implica asistir a la escuela para atender y memorizar todos los datos e informaciones que ella pretende transferir, a través de las diversas prácticas educativas y/o docentes. Va más allá de eso, ya que se considera una de las herramientas fundamentales para impulsar el progreso y avance de las personas y las sociedades.
Ahora bien, entendida la educación como herramienta de desarrollo implica que esta supera el proceso de enseñanza, en el sentido que debe formar al individuo humano atendiéndolo en su integralidad, como ser bio-psico-social-espiritual en relación constante con el mundo, y no solamente instruirlo en conocimientos y saberes disciplinares. Es por ello que, Martin Gordillo (2010), expresa que la educación:
[…] es más que instruir. Incorpora ese valor añadido que le da sentido a esta última. Educar es humanizar, es favorecer el desarrollo de las potencialidades de las personas. Antes se consideraba que ese proyecto podría lograrse sumando las enseñanzas de los distintos campos del saber. Siendo muy importante, la mera instrucción no conduce a una educación integral. De la suma de los saberes conceptuales no emergen las actitudes que permiten a las personas valorar el mundo en el que viven y apreciarlo. A valorar se aprende valorando y a participar se aprende participando. Quizá en esos dos verbos se sitúe ese valor añadido que tienen los buenos sistemas educativos sobre los buenos sistemas de enseñanza (WMCMF, s/p).
Este valor añadido, que diferencia la educación de la enseñanza, que la humaniza, representa el poder real que ha de tener la escuela para tomar parte de la vida del estudiante y, formarlo como persona, en relación plena “consigo mismo, con los demás y con el mundo en el que vive” (Bona, 2023). Una escuela que, con buenas prácticas educativas, lo dote de la capacidad de ser empático, amoroso, solidario, justo, responsable, equitativo, afectivo, comunicativo, social, racional, relacional, entre otras cualidades que, en definitiva, son las que determinan lo humano del ser humano.
Sin embargo, materializar la educación como humanización no es tarea fácil, sobre todo, en los actuales momentos que la sociedad, con toda su complejidad, pone al descubierto la deshumanización que emerge de manera inmediata en contextos de violencia intergrupal, y se percibe de manera tenue, mediante los prejuicios tóxicos que ponen de manifiesto las actitudes negativas y de aversión hacia los otros, en la diversidad de situaciones que se viven (Martínez, Mora y Rodríguez, 2017).
Al considerar que la educación, como expone Carr, (1996) citado por Ramos (2015), no se circunscribe a ser teoría, por lo contrario, es un dinamismo práctico con propósito formativo, entonces las prácticas educativas que despliegan los docentes le otorgan el poder de “desempeñar una función vital en el cambio del mundo en que vivimos” (Kemmis, 1995, prologo), lo que quiere decir que las prácticas educativas, o las buenas prácticas educativas, tienen el poder de ser humanizadoras, en el sentido de que son instrumentos de transformación. Aunque muchas de estas prácticas como expresa Martínez (2005), “se empeñan en deshumanizar al estudiante reduciendo su actividad de aprendizaje en una obtusa repetición y tediosa rutina […] se dedican a inhibir lo más preciado y prometedor que trae el joven, inculcando hábitos de conformismo y comportamiento automático” (p.13)
De allí que es menester, como ya se enunció, cavilar y discurrir en torno a las prácticas educativas desde nuevas perspectivas pedagógicas, a fin de consolidar, realmente, una educación poderosamente humanista que se caracterice por suscitar el amor, la empatía, la solidaridad, en fin, todo lo que la persona lleva en su naturaleza humana como potencialidad hasta lograr su autorrealización (Martínez, 2005).
Por consiguiente, y dado que esta necesidad es inminente, conviene preguntarse ¿Qué enfoque pedagógico puede consustanciar una práctica educativa humanizadora? Tal interrogante sustenta el desarrollo de este artículo cuyo propósito se enmarca en describir la pedagogía del amor y la ternura como enfoque que posibilita la consolidación de una práctica educativa humanizada y, por ende, humanizadora. Pues, en definitiva, se requiere de una educación que aproxime al ser humano a su esencia, lo eduque en su relación con el mundo, en su poder de sociabilidad y en su capacidad para comprender y entender al otro (Bona, 2021; en Álvarez, 2021).
METODOLOGÍA
Este apartado contiene lo referente a la metodología que sustentó el desarrollo de este artículo. En tal sentido, el mismo representa una investigación de naturaleza documental, pues implicó el desarrollo sistemático de una diversidad de estrategias y procedimientos que posibilitaron el poder localizar, registrar y organizar un cumulo de informaciones sobre la pedagogía del amor y la ternura, devenidas de una multiplicidad de documentos escritos, en este caso impresos y/o electrónicos, a fin de analizarla e interpretarla como enfoque que posibilita la consolidación de una práctica educativa humanizada- humanizadora, además, de mostrarla como nuevo conocimiento construido de manera científica (Arias, 2012; Palella y Martins, 2010).
Cabe destacar que el estudio se desarrolló mediante un diseño bibliográfico, basado en los documentos afines al objeto de pesquisa, se eligieron bajo el criterio de que fueran concernientes a producciones investigativas-académicas, en idioma español y/o traducciones, presentadas en forma de artículos científicos, libros, informes de ponencias y/o conferencias, publicaciones académicas, páginas web académicas, diarios y boletines científicos. Para el proceso de documentación fue necesario aplicar el análisis de contenido teórico y el análisis semántico, como técnicas para lograr la comprensión de los textos examinados, haciendo uso de mapas cognitivos mentales y conceptuales. Asimismo, se siguió el desarrollo de los procedimientos definidos por Espinoza y Rincón (2006); en tal sentido, estos se describen como:
Selección y delimitación del tema. Aquí se clarificó la temática de la pedagogía del amor y la ternura como objeto de estudio, el esbozo de la pregunta guiadora y en consecuencia el propósito del estudio.
Acopio de información o de fuentes de información. Implicó hacer un arqueo de la información para acopiarla según el criterio de búsqueda y selección que se determinó.
Organización de los datos y elaboración de un esquema conceptual del tema. Esto se hizo con el propósito de facilitar la búsqueda e interpretación de los datos.
Análisis e interpretación de los datos y organización del informe (articulo). Es la parte más fundamental de la investigación, pues representó el desarrollo de los puntos del esquema conceptual trazado, analizando los documentos y sintetizando los elementos más significativos que respondían al propósito de la investigación.
Redacción del informe de investigación y presentación en formato artículo para su difusión. Implica la culminación del proceso de indagación y la presentación del nuevo conocimiento construido, en este caso sobre la pedagogía del amor y la ternura como enfoque que posibilita la consolidación de una práctica educativa humanizada-humanizadora.
RESULTADOS
La educación amerita cambios y transformaciones, ya que la realidad actual así lo exige. En tal sentido, expresa Morín (1999), hoy más que nunca, ella debe enseñar la comprensión humana intersubjetiva, que va más allá de la comprensión intelectiva enraizada con la explicación. Es la comprensión intersubjetiva que implica, realmente, que el sujeto se abra a la comprensión desde la empatía, se identifique y se proyecte en el otro, siendo esto un auténtico acto de amor para la humanización y la paz. Es por ello que, Pérez-Esclarín (2013), señala que es el amor el más excelso de los principios pedagógicos, con el que se puede mirar y asentir a la realidad del otro, cimentando así, la base sólida de una profunda formación humana.
A razón de esto, se hacen algunas precisiones en torno a la pedagogía del amor y la ternura como enfoque necesario para fundamentar el desarrollo de prácticas educativas humanizadas.
La Pedagogía del Amor y la Ternura
La pedagogía del amor y la ternura es un modelo que se está posicionando, sobre todo, desde las primeras etapas escolares, al determinarse como restaurativo de la voz y del lenguaje que da cuenta de la identidad de la persona humana, pues la asume en su posibilidad de expresión plena y autorrealización, mediante el diálogo sincero y la consideración de los otros, desde el respeto, tolerancia y la afectividad (Cussiánovich, 2010; Freire, 2005, en Rodríguez, 2022).
Su fundamento radica en el amor y la ternura, como “condiciones ineludibles en el hecho educativo” (Montero, García y Pérez, 2021), que aluden a sentimientos, emociones y estados de ánimo presentes en las relaciones, y que entrelaza: afecto, bondad y compasión. Las cuales inspiran a desplegar buenos actos y a tener un comportamiento ético y moral, necesitando ser proyectadas tanto hacia sí mismo, como hacia los otros seres humanos. Lo que quiere decir, en palabras de Maturana (2017), en Jara (2017), que educar es amar, y ese amar se va transformando en educación en el tiempo en que se constituye en espacio donde se acoge al otro, y se le reconoce sin negarlo desde prejuicio alguno.
De allí que, la pedagogía del amor y la ternura apela a educar desde el afecto y con sensibilidad para nutrir la autoestima, curar heridas y superar todo sentido de inferioridad o incapacidad; pues, no hay educación efectiva si carece de afectividad (Pérez-Esclarín, 2013). Es por ello que, busca proporcionar un entorno afectivo de aprendizaje caracterizado por la comprensión, el respeto, la empatía, la solidaridad, la amabilidad, la capacidad de servir y compartir, para el desarrollo del otro. Siendo así, la pedagogía del amor y la ternura es también:
[…] una pedagogía de la alteridad. Esto supone una relación ética entre el docente y el estudiante que requiere una aceptación mutua, un reconocimiento de la presencia del otro para hacerse responsable del proceso de enseñar y aprender, en el entendido de que este encuentro pedagógico transformará ambas vidas reafirmando su dignidad humana (González. 2022: p.69).
Naturalmente, entonces, es vía para una formación donde prepondere la dignidad humana, pues convergen prácticas educativas marcadas por una auténtica acción recíproca de reconocimiento entre docente-estudiante, y el arrojo de un quehacer educativo humanizado, solidario y tolerante. Lo cual genera las condiciones propicias para el desarrollo máximo de sus potencialidades, ya que se basan en el amor y la aceptación del otro en su cómo es, su originalidad y diversidad (Mendoza, 2019). Así como también, el compañerismo, la ternura y la construcción de una comunidad de aprendizaje amorosa, humanista e incluyente, que sustenta el desarrollo de su método en la afectividad, pues aparte de lograr aprendizajes intelectuales, se requiere aprender a relacionarse e integrarse a la sociedad (López, 2019).
En concreto, y considerando a Cussiánovich (2010), la pedagogía del amor y la ternura no es una mera propuesta metodológica-instrumental, es un pensamiento que subyace y un andar que invita a reencontrar en la cotidianidad educativa el sentido para resignificar la vida de cada individuo, y de la sociedad misma; pues, es un hacer hermenéutico permanente que se da con el cuidado de sí, que pasa, necesariamente, por el cuidado del otro. Pues somos lo que somos a razón de los otros.
Fundamentos Antropológicos, Éticos y Educativos para un Pedagogía del Amor y la Ternura
Para desarrollar una pedagogía basada en el amor y la ternura, es necesario hacer algunas consideraciones desde el punto de vista antropológico, ético-axiológico y educativo. Al respecto, se precisan algunas ideas planteadas por Burga y Quiroz (2020), tal como se muestra en el siguiente cuadro:
Consideraciones para una Pedagogia del Amor y la Ternura | |
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Antropológicas | El ser humano No es una cosa, es un alguien singular, único e irrepetible, capaz de ser consciente de sí mismo. Es cuerpo y alma que se complementan. Tiene intimidad, lugar dentro de sí donde residen sus afectos, pensamientos, anhelos, vivencias, intenciones y decisiones, las cuales comparte mediante el diálogo y la intersubjetividad. Tiene la capacidad de ser feliz, por lo que ha de aprender a amar de manera autentica. Tiene el poder de ser libre en la medida de que concientice y se apropie de las acciones que realiza, de lo que hace. Es un ser para el amor, para estar en relación con los demás. |
Ético-Axiológico | Se ha de educar para La libertad de la persona humana. Para que se asuma como ser libre, único, con inteligencia, voluntad y decisión. El cultivo de las virtudes humanas, donde el amor es principio y fin, fundamento y guía para la acción con prudencia, justicia, fortaleza y templanza. |
Educativas | La labor educativa debe Orientarse para el desarrollo pleno e integral de la personalidad del educando, más allá de la instrucción. Centrarse en el respecto a la dignidad y la singularidad de las personas. Apelar al principio del amor en su sentido más profundo - querer el bien para el otro y para sí mismo. Tener como fin que el educando aprenda a amar y a amarse Asumir como medio y recurso el propio acto de amor del educador |
Fuente: Elaboración de los autores, adaptado de Burga y Quiroz (2020).
Lo planteado conforma un entretejido de ideas que básicamente pueden encauzar el desarrollo de una pedagogía diferente y centrada en el ser humano, en cualquier contexto y nivel educativo. Dicho esto, se puede enunciar sintéticamente que todo modelo educativo, que se fundamente en la pedagogía del amor y la ternura, ha de asumir al educando como persona con existencia y autonomía ontológica, y, a la educación, como un acto de libertad que forma para la autonomía, el amor y las virtudes humanas basadas en valores morales. Siendo el mismo amor, una actividad, un estar dando continuamente (Fromm, 2014, en González, 2022), es el principio que orienta la búsqueda de la plenitud humana del otro, y el instrumento que guía toda acción educativa del docente, a propósito de que el educando aprenda a amarse y pueda amar a otros.
La Pedagogía del Amor y la Ternura como Modelo Didáctico Renovador
La pedagogía del amor y la ternura como modelo educativo y mediante su accionar didáctico, pretende transformar la condición humana, teniendo como fin último la constante búsqueda del sentido de la paz y la felicidad, dibujando en la consciencia de los educandos, a través de las experiencias educativas, el amor y el cuidado hacia el prójimo, hacia sí mismo y hacia todas las cosas que constituyen su mundo de vida. Situación que bien fue planteada por Johann Pestalozzi (1746-1827), padre de la educación moderna, a través de su idea de que era primordial forjar el corazón del niño en la moralidad, por lo que era necesario ayudarlos a desarrollar el amor dentro de sí mismo, con las atenciones educativas que, necesariamente, giran en torno a las vivencias emocionales y físicas en la cotidianidad, y no solo a las de índole cognitivas-intelectivas (Roldan, 2022).
Siendo así, el amor tiene un papel preponderante en el proceso de enseñanza-aprendizaje al constituirse en dinámica mediadora de las distintas relaciones, entre docente y estudiante, que determinan la experiencia educativa, y eje vertebrador que induce “buenas prácticas docentes […] desde ámbitos de interacción más humanos, más espirituales, más tolerantes y más amorosos, en los cuales los estudiantes desarrollan sin límites, su imaginación, creatividad, innovación y aprendizaje holístico e integral, como buenas personas con valores” (López, 2019; p. 269).
Cabe destacar que, desde esta perspectiva, la praxis docente se concreta con la creación de escenarios educativos caracterizados por la tolerancia, la libertad, la solidaridad y la justicia, pues son necesarios para centralizar al educando en la búsqueda del sentido de amor y paz, significándolo como “sujeto cogno-sintiente, capaz de autoconstruirse en el escenario de vida” (González, 2022; p.69). Por consiguiente, y considerando que la pedagogía del amor se materializa como una relación sana educador-educando (Sánchez, et al., 2021), dicha praxis docente se ha de caracterizar por:
Procurar el reconocimiento, aceptación y valoración del educando tal como es, de su individualidad, sus debilidades, necesidades y potencialidades.
Respetar los ritmos y formas de aprendizaje de los educandos, a la vez que se muestren los logros y reenfoquen los desaciertos, como forma de estimular y reforzar positivamente la necesidad de continuar mejorando cada día.
Enfatizar en el arte de educar con cariño, con sensibilidad, para sanar y/o fortalecer la autoestima (Pérez-Esclarín, 2013).
Ser una forma de darse las relaciones educativas desde la aceptación mutua docente-estudiante, mediadas por el afecto, el amor y la empatía.
Enmarcarse en la diversidad y pluriculturalidad, impulsando el respeto entre todos los participantes (López, 2019).
Impulsar el amor como lenguaje verbal y corporal para “suscitar el deseo, el seguir aspirando” (Cussiánovich, 2010; p.126), desde la tolerancia y el respeto mutuo.
Ser exigencia, compromiso, responsabilidad, rigor, trabajo sistemático, interpelación permanente y fraterna (Pérez-Esclarín, 2013).
En el marco de los contextos planteados, un modelo didáctico, consustanciado con el amor y la ternura, teleológicamente apunta a minimizar las múltiples formas de violencia social, a la vez que coadyuva en la construcción de sociedades de relaciones sanas determinadas por la escucha profunda, la comprensión y el perdonar, pues esto supone un hecho restaurativo, un eros pedagógico de esperanza y optimismo, que se encuentra dialécticamente entre el amor y el poder (Cussiánovich, 2010).
Para ello, toda práctica docente debe apalancarse con estrategias afianzadas en el tacto, la caricia y el abrazo como expresiones típicas de la pedagogía del amor. Estas expresiones han de arropar a las estrategias en los distintos niveles educativos, sin embargo, son fundamentales en las primeras etapas de vida escolar; pues con ellas se coadyuva a desarrollar habilidades, para construir relaciones adecuadas y sanas, ya que son mecanismos para brindar y recibir amor, cariño, seguridad, etc. (Assmann, 2002; citado por Sánchez, 2015).
Ante una labor educativa, asumida desde esta perspectiva, el docente se constituye en instrumento fundamental, y aunque ha de tener distintos conocimientos disciplinares, también debe poseer un saber pedagógico profundo que le de la fuerza de “entregarse en un acto de donación absoluta de su ser, a través del conocimiento y su humanidad” (Montero, García y Pérez, 2021; 451). Es así entonces, que el docente, como mediador de los aprendizajes y orientador enfocado en que cada uno de los educandos participe del derecho a una educación con amor (Mendoza, 2019), debe mostrarse con una gran vocación de servicio, que debe potenciar continuamente, desde un hábito como actitud y comportamiento, que expresa el leguaje de las virtudes (Cussiánovich, 2010), ya que ha de ser expresión viva de pasión y amor en el acto de enseñar; al mismo tiempo que es instrumento de luz para el aprendizaje del otro.
En tal sentido, debe desplegar sus capacidades y competencias para erigir formas y maneras, de llevar a cabo planes y programas de aprendizajes tocados por el amor, la ternura y la empatía. En tal sentido, estos deben apuntar a que los educandos y docentes:
Descubran la existencia de ser en el mundo que se vive
Se apropien de herramientas para el cuidado de si y del otro como acto de profundo amor.
Construyan para sí, entornos de aprendizajes ricos, seguros y amenos
Despierten las capacidades y potencialidades para crear y recrear su mundo, desde el amor y con motivación, inteligencia y trabajo colaborativo.
Para finalizar, es importante destacar que, aunque la pedagogía del amor y la ternura descansa en la labor del docente, la acción de los padres y el papel de la familia en el proceso formativo de sus hijos es preponderante, ya que la formación se impulsa desde el hogar. Por tanto, es menester que la pedagogía del amor y la ternura inicie allí, con relaciones que se den desde la escucha respetuosa, la tolerancia y la afectuosidad; pues el ser de la persona, su esencia, es el amor y depende de lo que se le prodiga. (Melendo, 2008, en González, 2022).
CONCLUSIONES
El proceso de documentación realizado en relación a la pedagogía del amor y la ternura permite expresar que esta es una posibilidad de educar para la dignidad humana. Es una postura ético-axiológica que desemboca, también, en una pedagogía de la alteridad asentada en la consideración mutua y el reconocimiento que se da entre docente y estudiante, a través del diálogo sincero marcado por la afectividad, el respeto, la tolerancia, la solidaridad y la empatía.
La pedagogía del amor y la ternura conlleva a que la educación se constituya en una acción para la formación de la autonomía y las virtudes humanas. Esto transforma el quehacer cotidiano del docente en un acto de darse continuamente en amor y cuidado, para que el educando reencuentre el sentido del ser de la vida, aprendiendo a amarse a sí mismo al mismo tiempo que aprende a amar a los otros. Forjándose así, la educación en un auténtico acto de libertad.
Esto materializa un quehacer educativo humanizado y humanizador, movido por un docente que ha de ser expresión viva de pasión en el acto de enseñar. Con estrategias afianzadas en el lenguaje del amor verbalizado, y el tacto, la caricia y el abrazo como expresiones corpóreas de este, que llevan a despertar las capacidades y potencialidades de los educandos para crear y recrear su mundo, desde el propio amor y con motivación, inteligencia y trabajo colaborativo.