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Argos

versión impresa ISSN 0254-1637

Argos v.23 n.45 Caracas dic. 2006

 

RESEÑA BIBLIOGRÁFICA1

Lorenzo González Casas. Urbanismo y patrimonio. La conservación de los centros históricos. En: Premio nacional de investigación en vivienda 2001.*

Tomás Straka

Universidad Católica Andrés Bello. thstraka2@yahoo.es

*Caracas: Ministerio de Infraestura, CONAVI, 2003 ISBN: 980-07-83360-9

Son muy pocos los estudios de raíz profundamente teórica, basados en temas tan, digamos, “académicos” como los de la memoria y la identidad, e inspirados en el rescate y la conservación de artefactos definidos fundamentalmente por sus valores éticos y estéticos, que además logren traducirse en soluciones prácticas y comprobadas para problemas tan inmediatos como los de la vivienda, el empleo o la ordenación del espacio urbano, logrando demostrar, además, su viabilidad financiera. Una combinación así del profesor que reflexiona con el gerente que resuelve, se ve en muy pocas ocasiones, pero es, nada menos, lo que nos presenta Lorenzo González Casas en el texto que se reseña en las siguientes líneas.

En efecto, este profesor e investigador del departamento de Planificación Urbana de la Universidad Simón Bolívar, de Caracas, tiene, entre otros, el mérito de iniciar en Venezuela el análisis del patrimonio cultural desde la perspectiva de su problemática y, sobre todo, de sus potencialidades urbanísticas. Lo cual encierra varios caminos de reflexión. En primer lugar, supera uno de los males típicos que la alta especialización que rigió a la academia desde mediados del siglo pasado impuso: ese de formar estancos separados entre saberes de un mismo fenómeno. Departamentos distintos en una misma universidad o en un mismo ministerio llegaban a conclusiones diametralmente opuestas para un mismo problema. Así, por ejemplo, la planificación urbana fue por un camino mientras la conservación patrimonial avanzó por otro, estando las dos, en muchos casos, referidas a un mismo objeto, la ciudad. La consecuencia no podía ser otra: proyectos de renovación urbana que para el pasado no tenían otra respuesta que la piqueta o el tractor, o políticas de conservación patrimonial que sólo veían en la “musealización” (en la “momificación”, dice González Casas) de los monumentos el camino a seguir.

La oposición era radical: o la ciudad moderna como anatema o como dogma de fe. Sobre todo esto último: la ciudad moderna fue la manifestación más acabada de todas las utopías y, por tanto, el artefacto por excelencia del ethos de la modernidad. Ella sintetiza sus grandes principios estéticos, sus prodigios técnicos y sus anhelos sociales; ella resume la fe en el progreso; la ciudad de corredores viales y rascacielos, la ciudad como laboratorio y las viviendas como “máquinas para vivir”. En ella la conservación no tenía sentido porque el pasado no lo tenía. El futuro era autosuficiente: todo por venir se consideraba por descontado mejor (González Casas, 2002, p. 147). Venezuela, en particular Caracas, la ciudad de la historia demolida, es un ejemplo claro de este modo de pensar: no en vano el ideólogo de la dictadura militar de la década de 1950, Laureano Vallenilla-Planchart, ésa que inició la vertiginosa modernización de la capital, fue capaz de afirmar que “los tractores penetran ...El cascarón colonial mal conservado desaparece bajo la acción de la maquinaria pesada...”, que nada se pierde con echar abajo lo colonial (pp. 231-232). Para hombres como Vallenilla-Planchart (que escribe en 1955 y 1957) el futuro era la legitimidad en sí misma. El porvenir derogaba cualquier intento de conservación.

Pero, si repasamos la frase, de una vez encontramos el núcleo del problema visto desde hoy: para ellos el futuro era. Ahora es otra cosa. González Casas  demuestra cómo el agotamiento del corolario moderno,la evidencia de sus límites y la apertura de nuevos ámbitos en las inquietudes académicas – la historia de lo cotidiano, de la cultura - así como la conversión de la modernidad en una tradición (“se ha llegado a un punto donde el término ‘moderno’ ha perdido su conexión semántica con los fonemas ‘presente’ y ‘contemporáneo’”, p. 150), le ha dado “un futuro para nuestro pasado” (p. 192), un pasado con el cual “medir el presente” (p. 173). No la abolición del futuro ni del presente en pos de la tradición, sino la integración dialéctica del continuo histórico.

De esta manera, la preservación de la memoria se fue abriendo camino en la planificación urbana. Hacia la década de 1980 – aunque los antecedentes, según los casos, se remontan hasta la inmediata posguerra - nace un nuevo paradigma (p. 203): el del entreveramiento entre la conservación y el planeamiento urbano. El retorno a la ciudad de las clases medias, que habían migrado a los suburbios; la desaceleración del crecimiento demográfico hasta su completo detenimiento en algunos lugares, cosa que desdice uno de los argumentos básicos de la demolición para hacer rascacielos: el aumento de la población. Todo ello ha puesto en valor lo legado, lo construido. Así, por ejemplo, ya a mediados de la década casi la mitad (47 por ciento) de la inversión en vivienda en Italia se destinaba a la rehabilitación de edificaciones existentes (p. 192). Porque de eso es de lo que se trata: no sólo de musealizar los centros históricos para fines turísticos o culturales, que es otra forma de matarlos (nadie embalsama lo vivo), sino de volverlos núcleos vivos de desarrollo, fomentando su uso residencial. Experiencias como las políticas fiscales para el estímulo inmobiliario en los centros históricos, basadas fundamentalmente en las exoneraciones de impuestos, practicados en los EEUU, lograron no sólo generar 35.000 nuevas viviendas en espacios rehabilitados, sino que además lograron atraer inversiones por el orden de los US$ 11 millardos, creando 47.000 nuevos negocios y 174.000 puestos de trabajo (pp. 212-213). Otras experiencias, como las de Bolonia (pp. 201-202) y La Habana (p. 216) confirman la bondad del enfoque, aún bajo políticas alejadas de estímulos al mercado.

En consecuencia, González Casas sostiene la viabilidad de la conservación patrimonial como pábulo para una auténtica renovación urbana en Venezuela. El estudio que se reseña, presentado inicialmente como trabajo de ascenso y producto de una intensa actividad de investigación, sobre todo en el Instituto de Estudios Regionales y Urbanos (IERU) y a través del grupo Historia, Arquitectura y Ciudad de la Universidad Simón Bolívar, se cierra con el diagnóstico inicial de lo que al respecto se ha hecho (caso Coro-La Vela) y se puede hacer en Venezuela (caso La Guaira). El camino se vislumbra largo y lleno de obstáculos, pero las tesis expuestas demuestran que vale la pena ensayarlo, cambiando algunos de los enfoques fundamentales (renovación urbana como demolición y amnesia) de la planificación en Venezuela. Un cambio de paradigmas y un camino certero para ejecutarlos es esta obra de Lorenzo González Casas. Por algo se ganó el Premio Nacional de Investigación en Vivienda en el año 2001. Ojalá pronto coseche sus frutos.

Nota

1Una versión en inglés de esta reseña apareció en la revista británica Planning Perspectives, Vol. 20, No. 3, julio 2005, pp. 365-366.