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Tiempo y Espacio
versión impresa ISSN 1315-9496
Tiempo y Espacio v.19 n.52 Caracas dic. 2009
Napoleón Franceschi, Feliciano Montenegro y Colón. Caracas. Biblioteca Biográfica Venezolana Vol. 70. El Nacional/Bancaribe. 2007
Tomás Straka
UCAB-CEHHG. Caracas-Venezuela
Prácticamente todo cuanto sabemos de la agitada y prolífica vida de Feliciano Montenegro y Colón (1781-1853), se lo debemos a otro profesor que ha dedicado la suya a afanes muy parecidos: a dar clases, a escribir monografías y a publicar exitosos manuales de historia de Venezuela, cosa que, como a su biografiado, le ha valido un par de encontronazos con los poderes establecidos: Napoleón Franceschi González. El libro que se reseña en estas páginas, contextualizado dentro de un esfuerzo más amplio que ha llevado adelante por sondear los problemas de la enseñanza de la historia en Venezuela, si bien es la síntesis de un estudio anterior, tiene el mérito de poner al alcance de todos, en una edición popular y de gran tiraje, las tribulaciones del maestro emblemático de nuestro período de formación republicana. Con ello no sólo podemos compulsar, a través de una existencia singular, la dimensión de lo que esta etapa significó para quienes la atravesaron, sino también el drama de quienes en Venezuela hemos decidido dedicar lo mejor de nosotros a la esforzada, pero hermosa, labor de educar.
Montenegro y Colón, con su Geografía general para uso de la juventud de Venezuela (aparecida entre 1833 y 1837, y cuyo cuarto tomo representa el primer texto del corpus historiográfico mayor de nuestra Historia Patria) y sus Lecciones de Buena Crianza, moral y mundo, o educación popular (1841), prácticamente fundó la enseñanza de la historia y de la educación cívica en Venezuela, experimentando, al mismo tiempo, todos los problemas que esto puede acarrear. Si bien las Lecciones de Buena Crianza se convirtieron en un clásico que se mantuvo en uso por al menos cincuenta años, y entre sus alumnos tuvo una larga lista de hombres públicos que lo recordaron con cariño y con respeto, entre los que se destacan Antonio Guzmán Blanco y Arístides Rojas, la suya fue una vida en la que lo político y las polémicas de sus actuaciones pasadas no lo pudieron dejar en paz, poniendo de manifiesto uno de los problemas más comunes, como poco atendidos, en el mundo de la docencia: el de la idoneidad de los profesores cuando esta es evaluada según parámetros político-ideológicos.
Franceschi nos presenta todas las estaciones del problema y la urdimbre en la que se ramificó. Todo radicaba en que Montenegro atravesó toda la Guerra de Independencia como oficial al servicio del Rey, siendo testigo de combates tan polémicos como el de la Casa Fuerte de Barcelona o tan importantes como la Batalla de Carabobo, en la que se desempeñó nada menos como Jefe del Estado Mayor del ejército del Mariscal La Torre. Sin embargo el desprestigio que le volvió una tortura los últimos veinte años de su vida le vino por un episodio escabroso que ha pasado a la historia como "La Huida de Montenegro". Resulta que siendo militar de carrera en España desde hacía muchos años, volvió a su patria en medio de los sucesos de 1810. ya en Venezuela entró en contacto con las nuevas autoridades que lo nombran Oficial Mayor de la Secretaría de Guerra. Pues bien, en ese cargo estaba cuando al ver que las cosas tomaban un rumbo que no comparte -dejar la representación de Fernando VII para declarar la independencia absoluta. acomete en junio de 1811 una deserción que, por su jerarquía, fue verdaderamente escandalosa: según se dijo, no sólo se llevó importantes papeles, sino también dinero y nada menos que un buque, con el que logró salir del país.
Si Montenegro hubiera sido un realista cualquiera a lo mejor la cosa no hubiera pasado más allá de alguno que otro episodio desagradable, pero la "Huida..." simplemente no se la pudieron perdonar. Pelea en España contra los franceses, distinguiéndose por su valor, vuelve a su patria y se incorpora al Ejército Pacificador de Morillo y, después de Carabobo, regresa a la Madre Patria. Allá, como a tantos, le entra una crisis de conciencia. Acaso la revolución liberal, a la que apoya con las armas, el trato distante (y ahora desconfiado) que por su condición de criollo le prodigan y que a tantos les hizo romper su lealtad al Rey, la situación incómoda que su liberalismo le granjeo cuando llegan los "Hijos de San Luis"...En fin, tantas cosas de la tragedia española de entonces son su Camino de Damasco, el mismo que recorrió su paisano Narciso López: se convence de que, en efecto, los Borbones "ni olvidan, ni aprenden", de que en España no hay mucho que buscar y de que después de haber luchado en contra de la Independencia de su país, podría resarcirse liberando aquel trozo de América que no se ha liberado aún, Cuba. Aprovecha que es enviado a la Isla, en donde empieza la labor por la que sería recordado: la de geógrafo, participando en la composición del Atlas de Cuba en 1823. Pero su condición de liberal ya le hace la vida imposible, y antes de hundirse, como tantos criollos realistas, en los sobresaltos de las guerras civiles españolas que a poco estallarían, entiende que es la hora de su otra huida: ahora se va a México, desde donde planea una expedición libertadora a Cuba que no cuaja. Después se marcha a Nueva York y, de allí, pide permiso para volver a Venezuela. Se lo dan. Regresa entonces lleno de ilusiones, a recomenzar una vida liberal y republicana, dispuesto a dar lo mejor de sí para el país. incluso trae un proyecto para eso, algo que entiende fundamental para que la república prospere: un colegio de alta calidad. Sin embargo pocos le creen...¿quién, al final, asegura que no volverá a traicionar y a huir sabrá Dios con qué y hacia dónde?
Le abren un juicio -porque todos saben que dar clases es demasiado estratégico como para dejarlo en manos de cualquier godo- y recibe mil ataques. Leer los folletos que en defensa de su reputación publica hasta el final de su vida, es leer las angustias de un hombre atribulado, bajo fuego enemigo por todos los frentes, que no tiene un lugar bajo el sol y que a todos genera suspicacias: en España no lo quieren por liberal, y en Venezuela no lo quieren por godo. Por eso incluso desde antes de Carabobo ya insistirá una y otra vez en una empresa de desagravio que, por la intensidad de los argumentos y el tesón de costear la publicación de ocho folletos que a lo largo de veintisiete años saca en dondequiera que lo lleva la vida -porque los pie de imprenta incluyen Caracas, Nueva York, Madrid, Nueva Orleans y Puerto Rico- nos habla de la magnitud de las angustias y las obsesiones que esto le causaba, así como de su personalidad muy singular. Sin embargo, su talento y cultura indiscutibles, así como una cierta facilidad del gobierno para reinsertar godos a la vida pública le granjea el apoyo de Páez. Así, después de combatir y ganar esta -¡otra más!- batalla, "el 19 de abril de 1836, abrió un colegio que llamó de la Independencia, contando con la cooperación de los hombres mas sabios de Venezuela para enseñar las asignaturas del programa", como recuerda el Centauro en su Autobiografía.
En efecto, el Colegio de la Independencia rápidamente adquiere prestigio, y no sólo por el apoyo de Páez que inscribe sus hijos en él -siguiéndolo sus ministros, como el aún paecista Antonio Leocadio Guzmán- sino, fundamentalmente, por el esmero que efectivamente le ponía Montenegro a la formación de los muchachos. "Bien pronto -continúa Páez- halló [Montenegro] nuevos patronos que le brindaron protección, y pudo conseguir mejor edificio, y más adelante el Tesoro le prestó doce mil pesos, y algunos padres le adelantaron dinero por las pensiones de sus hijos. Entonces acometió la obra de convertir los escombros de un convento en un colegio de primer orden." Según su fundador, este Colegio fue,
"el primero que se ha planteado en la América que era antes española, si gravamen del tesoro público para enseñar primeras letras, idiomas, matemáticas puras, geografía, dibujo y música. El más interesado en su apertura fue el doctor José María Vargas; y no habiéndose podido lograr en el tiempo de su presidencia por falta de local y de fondos; realizada después, según se ha dicho, tuvo la generosidad de ofrecer y entregar a su director la suma necesaria para pagar por un año el que se había elegido provisionalmente. Poco después, el ciudadano Manuel Felipe Tovar se prestó a dar otro edificio más hermoso y más capaz, y recompuesto a su costa con grandes gastos; lo entregó también a su director haciendo donación del alquiler de seis meses."
Ciertamente, tanto la obra de su colegio, como las innovaciones que representaron sus manuales, sobre todo el de buena crianza, que abrió el exitoso camino de la urbanidad en la educación venezolana -y que hizo que cierto dueño de un colegio rival, Manuel Antonio Carreño, se decidiera redactar el suyo - no se pueden negar. Pero la prolongada batalla que debió librar prácticamente hasta morir, también dejó en claro otra cosa: que el peligro no agrada a todos, cuando se busca la verdad, siempre acecha a los que se atreven a historiarla y, más aún, a difundirla entre los demás. Sobre todo si son sus hijos.
Napoleón Franceschi es profesor titular jubilado del Instituto Pedagógico de Caracas, en donde formó a generaciones de docentes y dejó toda una escuela con sus discípulos. Máster y doctor en historia por las universidades del Pacífico (California) y Católica Andrés Bello (Caracas), respectivamente, junto a la enseñanza media y superior, dedicó buena parte de sus esfuerzos a la investigación histórica, de lo que dan cuenta más de una decena de libros, muchos de ellos verdaderos aportes en sus áreas. No obstante el texto que lo puso en contacto con un público muy amplio, y por el cual su apellido -herencia de los inmigrantes corsos que llegaron a mediados del siglo XIX- resuena en la memoria de una gran cantidad de venezolanos no vinculados a la academia, fue su manual de historia contemporánea. Siendo uno de los propulsores de esta asignatura -que desde 1973, y para escándalo de unos cuantos, se imparte en bachillerato- llegó a ser, también, su manualista más exitoso. Comenzando con el casi legendario Problemas de historia de Venezuela contemporánea (1973) que publicó con Evelyn Bravo, y que pese a no haber recibido la aprobación oficial logró imponerse entre los profesores de vanguardia, hasta sus manuales más recientes, muchos escritos a cuatro manos con Freddy Domíguez, por cuatro décadas su nombre no ha dejado de sonar entre aquellos que día a día se empeñan en amoblar la memoria de los venezolanos con la mirada puesta en un mejor porvenir.