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Tiempo y Espacio

versión impresa ISSN 1315-9496

Tiempo y Espacio vol.25 no.63 Caracas jun. 2015

 

Pensar, representar y administrar el petróleo

El 31 de julio de 1914 la historia de Venezuela se partió en dos. Convencionalmente se ha aceptado esta fecha, en la que ocurre el reventón del pozo Zumaque I, como la del inicio de la industria petrolera en el país. Aunque las evidencias documentales demuestran que el pozo había iniciado su producción en abril, y es un hecho que para entonces ya llevaba treinta y seis años funcionando una empresa de capital y gerentes venezolanos, la Petrolia del Táchira, que para muchos pudiera ser más a propósito para afincar una tradición petrolera nacional, las compañías establecieron este acontecimiento como su natalicio, y así lo han seguido sosteniendo PDVSA y el Estado después de la nacionalización.

En todo caso, al menos en un aspecto tienen razón: lo que arranca en 1914 —bien sea en abril o en julio— impulsó cambios de un volumen y un alcance que ya no dejarían nada igual. Los parajes solitarios de la Costa Oriental del Lago de Maracaibo se trastornaron con ejércitos de trabajadores, maquinarias y construcciones improvisadas como nunca había pasado antes, pero como a partir de entonces terminaría pasando en el resto del país. Braceros venidos de los Andes, de Coro y muy pronto de Margarita, técnicos llegados de México y de las Antillas (sobre todo de Trinidad y Granada), capataces norteamericanos, holandeses e ingleses, crearon, como por ensalmo, una Babel en la que corre el dinero (y con demasiada frecuencia el licor, las prostitutas, las pianolas y las puñaladas). Con ellos aparecen los balancines y las torres, acaso el primer paisaje industrial de Venezuela; aparecen rancherías que en veinte años se convirtieron en urbanizaciones ordenadas y pulcras, aparecen campos de beisbol y carreteras asfaltadas; va perfilándose una clase media y una nueva forma de ser pobre, distinta a la del tradicional Juan Bimba; una nuevas comidas y unos nuevos bailes: aparece, en suma, la Venezuela petrolera. Es una dinámica que se ve primero que en ningún otro sitio en aquellos alrededores de Mene —donde está Zumaque— y que, a la vuelta de un siglo, ya ha transformado todos los rincones del país.

El petróleo, como una y otra vez lo dijo uno de los hombres que más pensó sobre él, Arturo Uslar Pietri es, después de la conquista, el hecho más importante de la historia venezolana. La forma en la que cambió nuestra geografía, nuestros modos de vida, nuestro idioma, es solo comparable con el impacto que produjo el sojuzgamiento de la población autóctona y la incorporación del territorio a la dinámica del mundo atlántico en el siglo XVI. En ambos casos hubo épica y muchas injusticias, en los dos hubo mucho de sometimiento a poderes externos y de mestizaje; en el uno el oro fue un aliciente inalcanzado mientras en el otro, la riqueza estalló en la forma de continuos reventones (el episodio de la riqueza rápida y trágica de Cubagua vino a la memoria de muchos en un principio, sobre todo su moraleja final, pero el petróleo ha demostrado más permanencia). No pocas veces el uno simplemente remató al otro, como en la ocupación del espacio fundando centros urbanos o en la asimilación de algunos grupos indígenas. ¿Cómo, entonces, reaccionar a cambios tan grandes y acelerados? ¿Cómo controlarlos? Las respuestas dadas por los venezolanos fueron tan variadas como pudieron serlo los bari que flechaban a los ingenieros que se aventuraban en su territorio y los ministros del gabinete de Juan Vicente Gómez que bascularon del entusiasmo por la dimensión de las inversiones al temor de que la avalancha se los llevara a todos.

Pensar el petróleo para comprenderlo y aprehenderlo, eso que se ha llamado la conciencia petrolera; administrar su renta para transformar a Venezuela según los diversos proyectos de país que se han diseñado y adelantado; representar al petróleo y a sus dinámicas en una creación capaz de expresar las vivencias de una sociedad cambiante; fueron desafíos que por cien años han retado al talento venezolano. En algunas ocasiones hemos sido más exitosas que en otras, aunque el balance —para sorpresa incluso de nosotros mismos, tan dados a la autoflagelación— es alentador. Compulsar lo que al respecto ha sabido (o podido) generar, es el objetivo del dossier que se presenta en estas líneas. A través de los artículos que en él se reúne se espera ofrecer una visión de conjunto de este siglo de historia, a través de las manifestaciones culturales, del pensamiento y de la acción política estructurados en torno al fenómeno petrolero. Así, Lorena Puerta, profesora de la Universidad Central de Venezuela, nos presenta un análisis de los cambios inducidos en la estructura económica venezolana gracias al impacto del petróleo, tomando como referencia el caso de las casas comerciales y las compañías petroleras establecidas en el país.

Por su parte, Manuel Silva-Ferrer, venezolano avecindado en la Universidad Libre de Berlín, nos ofrece una panorámica sobre el impacto del petróleo en nuestra cultura y la forma en que impulsó dos procesos fundamentales: una determinada modernidad y, entreverada con ella, la estructuración de una identidad nacional.

María Soledad Hernández Bencid, investigadora de la Universidad Católica Andrés Bello, centra en el estudio del pensamiento petrolero a través de las caricaturas publicadas en la legendaria revista Fantoches. Demuestra cómo las relaciones entre dos fi guras, Juan Bimba, por Venezuela, y “el Míster” (colérico, embutido en un salacot imperialista), por las compañías petroleras, fueron la representación crítica de lo que estaba pasando en toda la sociedad durante la década de 1930. Guillermo T. Aveledo, de la Universidad Metropolitana, también optó por una mirada innovadora: en su enjundioso estudio se detiene en el pensamiento político sobre el petróleo a través de sus exponentes socialcristianos. Se trata de un tema injustamente olvidado, comoquiera que la importancia del socialcristianismo en la democracia venezolana fue enorme, jugando siempre un papel muy relevante en aspectos claves como, naturalmente, el de la política petrolera. Por último, Guillermo Guzmán Mirabal, de la Universidad Católica Andrés Bello, se enfoca en la diplomacia petrolera poniendo de relieve otro tema olvidado: el de las tensas relaciones entre Venezuela y los Estados Unidos durante la década de 1960, por el problema de las cuotas de importación establecidas por la potencia del norte. Guzmán Mirabal se adentra en las difíciles negociaciones a través de fuentes primarias norteamericanas, lo que constituye todo un aporte que permitirá a la política venezolana en general, y petrolera en particular, desde un ángulo que hasta el momento prácticamente no se había estudiado.

Como vemos, la oferta es variada tanto en problemas, como en enfoques y fuentes consultadas. Todos los trabajos fueron presentados como ponencias en las XIII Jornadas de Historia y Religión, dedicadas a la industria petrolera por su centenario, que se realizaron en la Universidad Católica Andrés Bello en mayo de 2013. Resulta todo un honor contar con la prestigiosa revista Tiempo y Espacio para su difusión. Ojalá contribuyan a generar debates, tan necesarios en estos momentos de Venezuela, y detonen en los lectores el deseo de emprender nuevas investigaciones.

Tomás Straka