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Frónesis

versión impresa ISSN 1315-6268

Frónesis v.11 n.2 Caracas ago. 2004

 

Historia del pensamiento histórico moderno

Reyber Parra Contreras 

José Larez Rubio

Escuela de Trabajo Social. Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas Universidad del Zulia. Universidad Católica Cecilio Acosta reyberparra@cantv.net

Resumen

Se presenta una reseña sobre las concepciones de la historia presentes en las principales corrientes historiográficas de occidente, con el propósito de identificar algunas características del pensamiento histórico que surge con la modernidad. Entre dichas características se encuentran: la búsqueda de respuestas a la causalidad histórica, la creencia en el progreso y la aspiración de comprender la sociedad en su totalidad.

Palabras clave: Historia, pensamiento histórico, modernidad.

History of Modern Historical Thinking

Abstract

This paper presents a review based on the current conceptions of the occidental trends of history in order to identify some of the characteristics of historical thinking that have arisen in modernity. Among these characteristics, the answers to historical events caused by chance, the belief in progress and the intention to understand society as a whole, are mentioned.

Key words: History, historical thinking, modernity.

Recibido: 01-06-2004 · Aceptado: 19-07-2004

Introducción

La historia y el historiador son, como lo apuntaran acertadamente los representantes del historicismo, productos de una época. En este sentido, el pensamiento histórico de los siglos XVIII y XIX puede ser considerado una consecuencia de la noción que sobre la historia logra construirse durante la modernidad. Dicha noción se encuentra presente en el conjunto de reflexiones generadas por quienes integraron las principales escuelas y tendencias historiográficas de occidente.

Este estudio recoge algunas de esas reflexiones con el propósito de identificar en el pensamiento histórico occidental características relacionadas con la racionalidad moderna, entre ellas: a) la creencia en el progreso; b) la ambiciosa aspiración de descubrir leyes que expliquen los cambios y el funcionamiento de la sociedad; c) la búsqueda de la comprensión total de lo social.

El objetivo propuesto exigió la elaboración de una reseña sobre la visión de la historia que desarrollaron las figuras más representativas de la historiografía occidental. De esta manera se fueron identificando principios y creencias modernas que se repiten en las diferentes escuelas y tendencias historiográficas, lo que ha permitido elaborar una caracterización parcial del pensamiento histórico moderno.

1. Historia e ilustración

La modernidad se introduce definitivamente en el pensamiento histórico a través de la ilustración. A partir de ese momento la historia fue entendida definitivamente como totalidad racional (1). Antes, específicamente durante la Edad Media, sólo existían narraciones o crónicas centradas en biografías y aspectos teológicos (relatos hagiográficos). Con la ilustración, la razón desplaza las explicaciones religiosas del campo de la historia, y esta característica propia de la modernidad va a presentarse con fuerza en la historiografía de los siglos XIX y XX.

La ilustración condujo al hombre occidental a identificar en la historia leyes que permitieran explicar, al margen de la especulación metafísica, el progreso de las sociedades. En este sentido, se estructuró una teoría del progreso, donde el desarrollo histórico fue entendido como proceso en ascenso (Konstantinov, 1973: 54). Posteriormente, dicha teoría del progreso se haría presente en las diferentes concepciones de la historia que emergen durante el siglo XIX.

La interpretación de la historia en la ilustración se produjo en dos etapas: a) Montesquieu, Voltaire y Rousseau conforman la primera; b) Turgot y Condorcet forman la segunda. En ambas etapas pueden identificarse dos rasgos comunes: la fe en el progreso (2) y la aceptación de los principios establecidos en el Discurso del Método (Suárez, 1976: 67-85).

Entre los historiadores franceses identificados con el espíritu de la ilustración, destacan los nombres de: Agustín Thierry (1795-1856), François-Auguste Mignet (1796-1884) y Alexis de Tocqueville (1805-1859).

2. La historiografía literaria en Francia

En la primera mitad del siglo XIX la historiografía occidental presentó dos tendencias diferenciadas: una de orientación erudita y otra caracterizada por el componente literario (Iggers, 1998: 24). Los dos grandes centros de difusión del pensamiento histórico de la época (Francia y lo que hoy es Alemania) transitaron por caminos diferentes en lo que respecta al relato de los hechos.

Los historiadores franceses, a diferencia de sus homónimos germanos, se inclinaron más por la exposición de los hechos en forma artística; es decir, lo literario se utilizó para dar a conocer las grandes transformaciones sociales y políticas de su época. Personajes como Jules Michelet y François Guizot, figuras sobresalientes en el debate intelectual y político de Francia durante el siglo XIX, elaboraron crónicas y compilaciones con estilo oratorio (Prost, 1996: 35), lo cual les permitió llegar con cierta facilidad a quienes aspiraban convencer con sus propuestas políticas.

Michelet (3), aunque recurrió a la consulta de documentos para realizar sus escritos, no logró dejar a un lado “su imaginación desbordada, su énfasis teatral y su parcialidad política” (Salmon, 1972: 28), razón por la cual se ha puesto en duda el carácter científico de sus obras. En ellas encontramos el concepto de totalidad histórica, el cual está presente en su obra Historia de Francia (1869), en donde propone reconstruir el pasado tomando en cuenta los aspectos materiales y espirituales que confluyen en el tiempo (Tuñón de Lara, 1981: 5). También entendió que la historia es pasado colectivo del pueblo o conjunto social.

A su vez, diferencia el objeto de estudio de la historia del de la filosofía. Para Michelet (citado por Rama, 1959), “el estudio del hombre individual será la filosofía y el estudio del hombre social será la historia”. Asimismo, estuvo convencido de que la historia hace al historiador (citado por Salmon, 1972: 28), lo cual coincide con lo propuesto por los representantes del historicismo, quienes consideraron que el historiador es reflejo de una época.

Guizot (4), por su parte, señaló que aquello “que se acostumbra llamar la porción filosófica de la historia, las relaciones de los acontecimientos, el lazo que los unifica, sus causas y sus resultados, son hechos, es historia, exactamente igual que los relatos de batallas y los sucesos visibles” (citado por Lefebvre, 1974). En sus obras puede observarse cierta inclinación hacia la explicación de los cambios sociales a partir del enfrentamiento entre burgueses y terratenientes; de esta manera se aproximó al concepto de lucha de clases propuesto posteriormente en el materialismo histórico (Konstantinov, 1973: 14).

3. Hegel y el idealismo alemán

En el campo de la filosofía de la historia, Hegel (5) articuló un sistema teórico donde sobresale la acción del espíritu en la historia de la humanidad. Esa acción se despliega en forma racional y por ello la sustancia de la historia es la razón. La relación historia-razón estuvo plenamente identificada con el contexto cultural en el que Hegel produjo sus reflexiones; la modernidad, con su culto a la razón, introdujo esta facultad del espíritu en el devenir histórico y en la explicación de la causalidad de dicho devenir.

En la filosofía hegeliana el espíritu es “aquello que existe ante sí mismo, que puede penetrar en sí mismo” (Cruz Prados, 1991: 37). Si bien el espíritu no es lo finito o lo material palpable, es en lo real, en lo mensurable, donde el mismo actúa para auto- realizarse. Por eso, los acontecimientos no son cognoscibles fuera de la relación de los mismos con el espíritu. Según Hegel (1987: 272), “la historia del Espíritu es su producto porque el Espíritu es solamente lo que él produce y su hecho es hacerse aquí en cuanto espíritu, objeto de la propia conciencia”.

La historia es, pues, dirigida por el espíritu. Dicha conducción se realiza en forma racional, por lo que en las diversas etapas de los procesos históricos puede observarse un orden lógico, en el que los historiadores deben identificar la realización y sucesión de las ideas (Suárez, 1976: 115).

Al definir la historia, Hegel es, en este sentido, enfático: “La historia del mundo es el despliegue del espíritu en el tiempo, esto es, cómo la Idea se va realizando en el espacio, haciéndose naturaleza” (citado por Burk, 1998: 214). Y la idea se hace naturaleza en un proceso dinámico, dialéctico, en el cual surgen los cambios. La totalidad -concepto importante en la interpretación moderna de la historia- viene a presentarse como consecuencia de lo infinito dinámico, no estático (Burk, 1998: 37-38).

En relación con el concepto de la dialéctica, el mismo ya había sido expuesto antes que Hegel por el antecesor directo de éste: el también alemán Juan Teófilo Fichte (1762-1814). La dialéctica, en cuanto realidad “no es fija ni determinada de una vez por siempre, sino que está en un constante proceso de transformación y cambio, cuyo motor es (...) tanto su interna contradicción (...) como la relación en que está con otra realidad, que aparece como su contrario” (Ramírez Sánchez, 2002). En cuanto método de conocimiento, “la dialéctica es ley lógica, ley de la razón. La razón avanza en su conocimiento mediante oposición y síntesis de contrarios” (Cruz Prados, 1991: 40). El método dialéctico es atravesado por la idea en tres fases: a) la tesis: posición inmediata, afirmación; b) antítesis: oposición, negación de lo afirmado; c) síntesis: unidad relativa que concentra la diversidad de la tesis y la síntesis.

La filosofía de la historia de Hegel repercutió significativamente en el pensamiento histórico contemporáneo. Historiadores y filósofos han aportado múltiples interpretaciones de la historia a partir de sus reflexiones. En el siglo XIX una de esas interpretaciones es la de Thomas Carlyle (6), quien entendió que la acción del espíritu en la historia se lleva a cabo a través de la mediación de “grandes hombres”, a los cuales consideró los verdaderos sujetos de la historia. Según Carlyle (citado por Lefebvre, 1974), “la historia de lo que el hombre ha realizado en la tierra, es en el fondo la historia de los grandes hombres que han trabajado en este mundo. Esos grandes hombres han sido los conductores de los pueblos, sus forjadores, sus modelos y, en un sentido amplio, los creadores de todo lo que la masa humana, considerada en su conjunto, ha llegado a alcanzar”.

De igual manera, Jacques Maritain (1971:18) coincidiría años después con Carlyle al afirmar que “la historia se ocupa de hechos y personas individuales”, para lo cual “no busca una imposible coincidencia con el pasado; requiere selección y diferenciación, interpreta el pasado y lo traduce en lenguaje humano; recompone o reconstituye secuencias de acontecimientos resultantes unos de otros, y no puede hacer esto sino mediante una gran capacidad de abstracción”.

4. El historicismo

El historicismo fue otro de los aportes del pensamiento histórico y filosófico alemán en el siglo XIX. Como visión del mundo, el historicismo sostiene que la realidad sólo puede ser comprendida en su desarrollo histórico (Iggers, 1998: 25). El hombre y la sociedad se encuentran en permanente transformación; todo cuanto existe, existe en devenir, como proceso (Schaff, 1983: 229). La historia, decía J. G. Droysen (7), es la sucesión del devenir.

El historicismo no encuentra explicación a la esencia de la vida humana fuera de una época o temporalidad, con sus ideas y valores específicos. Todo proceso histórico y todo conocimiento serían el producto de una época. No hay nada en la sociedad que no sea realidad histórica (Cruz Cruz, 2002: 172).

Desde sus respectivas interpretaciones de la historia, dos de los grandes filósofos alemanes del siglo XIX desarrollaron visiones antagónicas sobre el devenir y el cambio. Hegel, al retomar de Johan G. Fichte el método dialéctico, buscó establecer una explicación racional del devenir. Los cambios, a su juicio, son consecuencias de la acción de lo infinito -el absoluto- sobre lo finito -el hombre, la sociedad, la naturaleza-; Marx, por su parte, descarta la relación dialéctica infinito-finito y presenta la tesis según la cual el cambio en el plano social es el resultado de la posesión desigual de los medios de producción, que a su vez conduce a la lucha de clases.

Tanto Hegel como Marx ofrecen una visión rígida del historicismo, donde es posible anticiparse a los hechos (Orcajo, 1998: 78) pues, en el fondo, lo que ambos construyen es una explicación teleológica de la sociedad, donde para Hegel la meta de ésta es la formación del Estado liberal, mientras que para Marx la misma se enrumba hacia la erradicación de las diferencias sociales.

Otros historicistas alemanes como: Oswald Spengler, Friedrich Meinecke y J. G. Droysen reflexionaron sobre el concepto de historia y se mantuvieron cerca del planteamiento historicista de Hegel, según el cual la causa del cambio es la acción del espíritu sobre aquello que percibimos.

Spengler (8) entiende la historia como una consecuencia espiritual que se hace concreta en la realidad del hombre. Así, “la historia es la expresión, el signo del alma que ha llegado a tomar sus formas; llegar a contemplar sensiblemente este proceso sintético es el cometido de la historia” (citado por Rama, 1959). Meinecke (9) se aproxima a este planteamiento cuando le asigna a la historia el papel de comprender las manifestaciones divinas presentes en la humanidad. La historia, según él, “debe acoger y revivir comprensivamente la revelación del elemento afín a Dios, ínsito en la humanidad” (citado por Maravall, 1967). Droysen, por su parte, vincula el conocimiento histórico con la memoria del género humano; la historia, a su juicio, “es lo que la humanidad sabe de sí misma, su certidumbre de sí misma” (citado por Rama, 1959).

La historia y su esencia -el cambio- son en Spengler y Meinecke consecuencias de algo que está fuera del mundo de lo sensible. Para el historiador es importante identificar la causalidad del cambio, pero convendría aceptar que la historia no se ocupa del cambio en sí, sino del sujeto que cambia en el plano de las relaciones sociales (Cruz Cruz, 2002: 189).

5. El positivismo

Esta escuela historiográfica surge en pleno siglo XIX y va a dominar la historiografía hasta las primeras décadas del siglo XX. Los positivistas decimonónicos buscaron utópicamente el conocimiento histórico objetivo, reflejo del pasado.

El ansia de la historia científica les llevó a rendir culto a los hechos. Según Fustel de Coulanges (10) (citado por Langlois y Seignobos, 1972: 160-161), “la historia consiste, como toda ciencia, en atestiguar hechos, en analizarlos, en reunirlos, en señalar su lugar (...) El historiador persigue y alcanza los hechos por la observación minuciosa de los textos, como el químico encuentra los suyos en experimentos minuciosamente hechos”.

Los historiadores positivistas Charles Victor Langlois (11) y Michael Jean Charles Seignobos (12) entendieron que “para hacer la historia general, hay que buscar todos los hechos que pueden explicar ya el estado de una sociedad, ya una de sus evoluciones, porque han producido cambios” (Langlois y Seignobos, 1972: 184). También sostuvieron que la única vía expedita que tiene el historiador para aproximarse a los hechos es la aportada por el documento, recurso que para ellos es imprescindible en la reconstrucción del pasado. La historia -afirmaron- se hace con documentos, y “los documentos son las huellas que han dejado los pensamientos y los actos de los hombres de otros tiempos” (Langlois y Seignobos, 1972: 17).

El estudio de los hechos se consideró importante porque a través de los mismos se pretendía identificar leyes que permitieran descubrir las causas del progreso social: el positivismo aparece, entonces, como continuación del pensamiento ilustrado (Lombardi, 1996: 61) y, en consecuencia, de la modernidad. Al abrazar la visión del mundo propuesta en la filosofía de la ilustración, los positivistas dogmatizaron su teleología al creer en el inevitable progreso de las sociedades. El desarrollo continuo del conocimiento científico garantizaría este proceso ascendente que conduciría a la construcción de la sociedad perfecta.

Esta posición optimista la podemos observar en Robert Mackenzie, historiador positivista del siglo XIX, quien entendió la historia como un “registro de progreso, un registro de conocimientos acumulados y sabiduría creciente, de adelanto continuo desde un nivel inferior de inteligencia y bienestar a otro más alto. Cada generación deja a la que le sigue los tesoros que ella heredó” (citado por Collingwood, 1952: 147).

Angel Orcajo (1998: 11-18) identifica algunos planteamientos que son centrales en la visión positivista de la historia:

a) El discurso científico histórico es aquel que consigue suprimir la especulación y al mismo tiempo logra que los hechos hablen desde su propia materialidad.

b) La objetividad debe ser entendida al margen de cualquier participación subjetiva por parte del historiador. Esto implica que el historiador no debe valorar el pasado ni instruir a sus contemporáneos, sino sólo exponer hechos (Schaff, 1983: 118). Leopoldo von Ranke (13) (citado por Lombardi, 1996: 57) recalcó que “historia es conocer las cosas tal como sucedieron”, lo cual es igual a aceptar la objetividad del conocimiento histórico.

Con el positivismo se buscó extrapolar a la historia métodos propios de las ciencias naturales (algo muy propio del naturalismo), los cuales pretendían ser incorporados a su campo de estudio con el propósito de aportarle herramientas que le permitieran estudiar las sociedades del pasado, entendidas estas como organismos en constante evolución hacia su perfeccionamiento. Así, Taine (14) se introdujo en el mundo de las ciencias naturales para establecer analogías entre éstas y la historia, entre la sociedad y los seres vivos, lo cual le llevó a afirmar que:

(...) la historia no es una ciencia análoga a la geometría, sino a la fisiología y a la zoología. Del mismo modo que existen relaciones fijas, aunque no mensurables cuantitativamente, entre los órganos y las funciones de un cuerpo vivo, de la misma forma hay relaciones precisas, pero no susceptibles de evaluaciones numéricas, entre los grupos de hechos que componen la vida social y moral (citado por Lefebvre, 1974).

Los positivistas pensaron que la historia debía ser considerada una ciencia. Niebuhr nos presenta una “ciencia histórica” que debe ir “más allá del interés erudito por detalles notables del pasado, a favor de una más amplia reconstrucción de aspectos de la realidad pretérita sobre la base de pruebas convincentes para establecer conexiones significativas entre acontecimientos y estructuras” (citado por Moradiellos, 1999). Gil Fortoul (15), por su parte, coincide con Ranke en el sentido de que la historia une la ciencia y el arte. El conocimiento histórico debe moverse entre las fronteras de la ciencia y el arte; por eso aspiró pasar de la simple crónica a una historia con particular estilo literario. Según Gil Fortoul (1942: 07):

La historia es género extraordinariamente difícil y complejo. Es ciencia y arte, o literatura, a un tiempo. Ciencia con los mismos títulos y por iguales razones que las demás ciencias (...) Y arte, porque no es posible escribir historia legible o duradera sin emplear un estilo que atraiga y cautive, que la distinga de la simple crónica de sucesos más o menos encadenados o de la pura colección de documentos. Por ambos motivos la historia no se acaba nunca de escribir.

La historia científica del positivismo es neutra e indiferente en relación con el presente. Esta dimensión del tiempo histórico es secundaria para el historiador positivista, pues sólo le interesa conocer el pasado. El materialismo histórico va a cuestionar el mito de la historia neutral y totalmente objetiva, para proponer que tal consideración es una herramienta ideológica que no puede ser aceptada por los historiadores comprometidos con la transformación social.

6. El materialismo histórico

Con Karl Marx (16) se superó la concepción materialista desarrollada en los siglos anteriores, en la cual sólo se proporcionaban elementos para el estudio de la naturaleza o para la enunciación de sistemas económicos. El viejo materialismo:

(...) surgió sobre la base del capitalismo en gestación y del avance consiguiente de las fuerzas productivas, de la nueva técnica, de la ciencia. Los materialistas, como ideólogos de la burguesía, progresiva en aquellos tiempos, combatieron a la escolástica medieval y a las autoridades eclesiásticas, tomaron la experiencia como maestro y la naturaleza como objeto de la filosofía (Rosental, Iudin, 1965: 298).

El materialismo histórico aparece como una corriente del pensamiento histórico que perseguía establecer las bases para la comprensión del desarrollo de las leyes generales de la sociedad, aspiración que también estuvo presente en Comte y los positivistas en general.

Dichas leyes son el resultado de la interrelación existente entre los componentes primordiales de la sociedad: la infraestructura y la superestructura. El primer componente abarcaría un modo de producción (primitivo, esclavista, feudal, capitalista y socialista) el cual definiría la naturaleza del segundo, donde convergen los hechos jurídicos, políticos y culturales en general. Marx, con su propuesta materialista, desarrolla una filosofía de la historia “cuya clave es la prioridad determinante de la vida material sobre la conciencia, el espíritu y el pensamiento” (Cruz Prados, 1991: 60). De esta manera buscó comprender en su totalidad la “interdependencia” de los aspectos que integran la sociedad. Según Marx (1973: 39), la concepción materialista de la historia:

(...) consiste, pues, en exponer el proceso real de producción, partiendo para ello de la producción material de la vida inmediata, y en concebir la forma de intercambio correspondiente a este modo de producción engendrada por él, es decir, la sociedad civil en sus diferentes fases como el fundamento de toda la historia, presentándola en su acción en cuanto Estado y explicando a base de él todos los diversos productos teóricos y formas de la conciencia, la religión, la filosofía, la moral, etc., así como estudiando a partir de esas premisas su proceso de nacimiento, lo que, naturalmente, permitirá exponer las cosas en su totalidad (y también, por ello mismo, la interdependencia entre esos diversos aspectos).

El materialismo histórico propone una visión de la historia en la que se reivindica el papel del hombre en el proceso de transformación de la sociedad: el hombre es considerado un sujeto activo que participa en los cambios sociales. Esta interpretación de la causalidad histórica constituyó una ruptura con el idealismo de Hegel, donde en líneas generales se planteaba que los cambios sociales eran consecuencia de una realidad metafísica, en la que los hombres no pasaban de ser simples sujetos pasivos.

La noción de la historia de Marx reconoce el papel transformador del hombre, el cual posee “su acta de nacimiento, la historia, la que sin embargo, es para él una historia consciente y, por lo tanto, como acto de nacimiento, un acto que supera como conciencia. La historia es la verdadera historia natural del hombre” (citado por Garzón Bates, 1974). Sin embargo, desde el punto de vista meta-histórico, Marx entendió que las leyes del desarrollo social indican que los hombres, independientemente de la conciencia que estos posean de su mundo, avanzan en forma indetenible hacia el establecimiento del comunismo.

Lenin (17), siguiendo a Marx en lo relativo al papel del hombre como ser transformador de la sociedad, afirmaría que “toda historia se construye con los actos de individuos, los cuales son, sin duda, figuras activas” (citado por Childe, 1974: 129). De igual manera, Lefebvre (18) (1974: 55) dirá que “la historia es, a buen seguro, obra del hombre. Tiene sin duda otros motores, tales como el clima, la distribución de la tierra, los mares (...) Pero estos factores solo actúan por mediación del hombre y en última instancia, de su propio espíritu”.

Adam Schaff (19) (1983: 324-325), por su parte, incorpora en su visión marxista de la historia lo que él denominó el “núcleo racional del presentismo”, donde reconoce la relación entre una época y los juicios, necesidades y actitudes del historiador. El materialismo histórico y el presentismo tendrán en común el interés por sumergir al historiador en su época, la cual no es ajena a él. En ambas interpretaciones de la historia, el historiador no se reduce a un individuo que escribe sobre el pasado: es un actor social que escribe sobre ese pasado, pero en función de la posición que asume frente a su presente.

7. El presentismo

El presentismo fue una corriente del pensamiento histórico que reaccionó en contra del positivismo y se mantuvo cercana al idealismo de Hegel, así como a los planteamientos centrales del historicismo. En dicha corriente se plantea que el historiador no debe limitar su trabajo al ordenamiento de datos (heurística) sino que debe, además, valorarlos (Carr, 1978: 28); es decir, verlos a partir de los intereses del presente, pues el conocimiento histórico no es más que “el pensamiento contemporáneo proyectado sobre el pasado” (Schaff, 1983: 126). En palabras de Croce (20) (citado por Walsh, 1980) “la historia es el pensamiento vivo del pasado”.

Para los presentistas no hay una historia sino una multiplicidad de historias según el número de espíritus que las crean (Schaff, 1983: 132). La historia, entonces, es el resultado de los anhelos y necesidades de los actores sociales y del mismo historiador que la escribe; como consecuencia de esto, la visión del pasado y la selección de los hechos estudiados están condicionados por la cultura del presente, espacio en el que actúa el espíritu (tesis idealista de Hegel) con el propósito de ordenar el mundo en forma racional. Por tanto, la historia es un producto del espíritu, el cual, al actuar en el presente, propicia hechos particulares que están dotados de conceptos universales (Flamarión Cardoso, 1985: 107).

Los hechos son una consecuencia de la dialéctica que el mismo espíritu introduce en el devenir histórico. No hay permanencia de situaciones y de estructuras en la historia. Al igual que los historicistas, los presentistas consideran que el cambio es lo único que permanece en la historia.

Para comprender el despliegue del espíritu sobre los hechos, el historiador debe contemplar los mismos para narrar aquello que es real y descartar lo irreal. La obra del historiador sólo difiere de la obra del novelista en que aquella se considera verdadera, en cuanto experiencia revivida en su espíritu (Schaff, 1983: 133). Por eso, la condición científica de la historia es particular en relación con otras ramas del saber. Collingwood (21) (1952: 224) concebía la historia como ciencia, “pero una ciencia de una clase especial. Es una ciencia a la que compete estudiar acontecimientos inaccesibles a nuestra observación, y estudiarlos inferencialmente, abriéndonos paso hasta ellos a partir de algo accesible a nuestra observación y que el historiador llama testimonio histórico de los acontecimientos que le interesan”.

A diferencia de Croce, quien en su primera etapa de reflexión teórica visualizó la historia como arte y no como ciencia, Collingwood acepta el carácter científico de la historia e identifica en ella un método particular: observación indirecta de hechos a través de las fuentes históricas.

El proceso de observación del pasado a través de las fuentes o evidencias históricas, representa en la historiografía un aporte significativo de los historiadores positivistas. En el siglo XX, este aporte sería retomado por los historiadores franceses de Annales para proponer que dicho proceso heurístico debía realizarse a través de la interdisciplinariedad: la historia comenzaba a dialogar con las ciencias sociales.

8. Escuela de Annales

La práctica historiográfica de las primeras décadas del siglo XX obtuvo un significativo aporte con el movimiento o escuela de Annales. Sus precursores plantearon una nueva orientación del proceso de investigación histórica, diferente en relación con la historiografía positivista y en menor grado del materialismo histórico.

(...) No obstante, la novedad de los Annales no está en su método, sino en los objetos y las preguntas que plantean. L. Febvre y M. Bloch respetan escrupulosamente las normas de la profesión: trabajan sobre documentos y citan sus fuentes, pues no en vano aprendieron su oficio de la Escuela de Langlois y Seignobos. Ahora bien, critican su estrechez de miras y la compartimentación de las investigaciones. A su vez, rechazan la historia política episódica que entonces predominaba en aquella Sorbona cerrada (...) (Prost, 1996: 52).  

Annales propondrá una epistemología de la historia, caracterizada por el trabajo de investigación interdisciplinario. Con la misma se aspiraba:

1. Dotar al discurso histórico de categorías tomadas de otras disciplinas científicas como la antropología, economía, filosofía y sociología. El trabajo interdisciplinario también buscaba incorporar herramientas metodológicas en el análisis e interpretación de las fuentes históricas, para ofrecerle al historiador la posibilidad de obtener información sobre el pasado en rastros humanos de todo tipo: desde una muestra de tejido orgánico, hasta las ruinas de una ciudad abandonada.

2. Mantener el carácter de relevancia de la historia ante el surgimiento de otras propuestas científicas. La historia “se encontraba amenazada por el auge de la sociología, sobre todo desde 1898 con Durkheim y su Année sociologique. Esta disciplina pretendía ofrecer una teoría total de la sociedad, y proponía hacerlo con métodos más rigurosos” (Prost, 1996: 49).

3. Consolidar la creencia en la condición científica de la historia y la aceptación de la misma como una ciencia en permanente proceso de construcción (Flamarión Cardoso, 1985: 123).

4. Alcanzar la meta de ofrecer un conocimiento histórico que abarque la totalidad social. Según Fernand Braudel (citado por Pereyra, 1980): “La historia (...) es el estudio de lo social, de todo lo social, y por lo tanto del pasado; y también, por tanto del presente, ambos inseparables”.

Los historiadores de Annales insistirán en la pertinencia social del conocimiento histórico; la historia no es conocimiento estéril del pasado, es la posibilidad de lograr una lectura del presente con el propósito de comprenderlo y transformarlo. De igual manera sostendrán, como lo hicieran los representantes del materialismo histórico, que el epicentro de la historia es el hombre. Marc Bloch (22) (citado por Bauer, 1957) nos dice al respecto que:

El objeto de la historia es esencialmente el hombre. Mejor dicho los hombres (...) Detrás de los rasgos sensibles del paisaje de las herramientas o de las maquinas, detrás de los escritos aparentemente más fríos y de las instituciones aparentemente más distanciadas de los que las han creado, la historia quiere aprehender a los hombres.

Sobre el particular, Lucien Febvre (23) (citado por Salmon, 1972: 32) afirmó lo siguiente:

Jamás debemos olvidar que el sujeto de la historia es el hombre. El hombre, tan prodigiosamente distinto y cuya complejidad no es posible reducir a una fórmula sencilla. El hombre, producto y heredero de millares y millares de uniones, mezclas, amalgamas de razas y sangres distintas.

La labor de Bloch y Febvre, en lo que respecta a la fundación de Annales, se mantendría en el tiempo con la incorporación de nuevas generaciones al movimiento; entre ellas las encabezadas por Fernand Braudel y Jacques Le Goff, respectivamente, en la segunda mitad del siglo XX.

Conclusiones

La creencia moderna en el progreso de las sociedades se reflejó en las reflexiones de los historiadores de las distintas escuelas historiográficas de occidente. El pensamiento histórico que surge en dichas escuelas presentó un notable interés por comprender el orden lógico del progreso en las diversas etapas de la historia.

De igual manera, los historiadores modernos se dedicaron a construir interpretaciones racionales de la historia. En ellos, la razón moderna se expresa en la ambiciosa aspiración de alcanzar la comprensión total de lo social. Hay en los representantes del pensamiento histórico moderno una tendencia hacia la elaboración de síntesis omniabarcantes de los hechos sociales. Los marxistas lo intentaron partiendo del análisis de los aspectos económicos; los positivistas, por su parte, prefirieron hacerlo a través de los hechos políticos; entre tanto, los historiadores de Annales optaron por el análisis de la interrelación entre todos los componentes de la convivencia social.

En el pensamiento histórico moderno, el hombre -como ser temporal y social- es el objeto de estudio que se le atribuye al conocimiento histórico. En este sentido, se observa que dicha creencia guarda relación con la noción de la historia que se inició en la cultura griega clásica, en la cual el hombre fue reconocido como ser histórico.

Para algunos idealistas, el objeto de estudio de la historia lo conforman los personajes destacados del pasado. A nuestro juicio el conocimiento histórico no parte, y menos se agota, en el plano biográfico; por el contrario, va más allá de él para aspirar la comprensión integral de la sociedad. La historicidad no es patrimonio exclusivo de personas “notables” o héroes; se trata de una condición inherente a todo ser humano. Por lo tanto, las sociedades del pasado deben ser entendidas captando la interrelación de la mayor parte de sus integrantes y no desde las acciones de individualidades.

Otra característica del pensamiento de los historiadores modernos es el interés de los mismos por lograr respuestas al por qué de los cambios en la historia. Los historicistas insistieron en la tesis de la permanencia de los cambios en el tiempo. Hegel y Marx, con interpretaciones diferentes, emplearon el método dialéctico con el propósito de desarrollar teorías sobre las causas de los cambios sociales.

Notas

1. En Heródoto y Tucídides, personajes pertenecientes a la cultura griega clásica, puede encontrarse un antecedente significativo de esta visión de la historia como totalidad racional; es decir, la historia como conocimiento total de los hechos.

2. Rousseau es un caso particular, pues él, a diferencia de sus contemporáneos, no entendía el progreso como consecuencia de la convivencia en civilización. Para él los hombres son esclavos de los comportamientos que no se desprenden de la naturaleza.

3. Michelet, Jules (1798-1874). Historiador y político francés. Profesor de la Sorbona y del Colegio de Francia. Autor de: Historia de Francia (1869); Historia de la revolución francesa (1847); Historia del siglo XIX.

4. Guizot, François (1787-1874). Historiador y político francés. Autor de: Historia de la revolución en Inglaterra; La democracia en Francia; Historia de la civilización en Europa.

5. Hegel, Jorge Federico Guillermo (1770-1831). Filósofo alemán. Profesor de la Universidad de Heidelberg y la Universidad de Berlín. Autor de: Fenomenología del espíritu (1807); Ciencia de la lógica (1816); Enciclopedia de las ciencias filosóficas (1817); Filosofía del derecho (1821); Lecciones sobre filosofía de la historia (1837).

6. Carlyle, Thomas (1799-1881). Filósofo e historiador británico. Autor de: Los héroes, el culto de los héroes y lo heroico en la historia (1840); Pasado y presente (1843); Historia de la revolución francesa (1837); Panfletos de nuestros días (1850).

7. Droysen, Johan Gustav (1808-1884). Historiador alemán. Profesor de la Universidad de Berlín. Autor de: Historia de la política prusiana (1855); Historia del helenismo (1877).

8. Spengler, Oswald (1880-1936). Filósofo alemán. Cursó estudios en la Universidad de Munich y en la Universidad de Berlín. Autor de: La decadencia de occidente (1918); Prusianos y socialismo; Años decisivos.

9. Meinecke, Friedrich (1862-1954). Historiador alemán. Rector de la Universidad Libre de Berlín. Autor de: Ciudadanía universal y estado nacional (1908); Die Deutsche Katastrophe Nationalstrat (1919); Der idea der Stratsräson in der neveren geschichte (1924).

10. Fustel de Coulanges, Numa Denis (1830-1889). Historiador francés. Catedrático de la Universidad de Estrasburgo (1860-1870) y de la Sorbona (1878-1888). Autor de: La ciudad antigua (1864); Historia de las instituciones de la antigua Francia (1875).

11. Langlois, Charles Victor (1857-1924). Historiador francés. Autor de: Manual de bibliografía histórica; Introducción a los estudios históricos (1897), obra cuya autoría compartió con M.J.C. Seignobos.

12. Seignobos, Michael Jean Charles (1854-1942). Historiador francés. Autor de: Introducción a los estudios históricos (1897).

13. Ranke, Leopoldo von (1795-1886). Historiador alemán. Autor de: Historia universal; Historia de Alemania en tiempos de la reforma (1839); Historia de los Papas; Historia de Francia; Historia de Inglaterra.

14. Taine, Hyppolite (1828-1893). Historiador y filósofo francés. Autor de: Filosofía del arte; Orígenes de la Francia contemporánea (1876); Historia de la literatura inglesa.

15. Gil Fortoul, José (1861-1943). Historiador, novelista y político venezolano. Autor de: El hombre y la historia (1896); Historia constitucional de Venezuela; Julián (1888); Idilios (1892); Pasiones (1895); El humo de mi pipa; Filosofía constitucional.

16. Karl Marx (1818-1883). Filósofo alemán. Principal exponente del materialismo en el siglo XIX. Autor de: Diferencia de la filosofía de Demócrito y la de Epicuro (1841); Manuscritos económicos y filosóficos (1844); La sagrada familia (1845); La ideología alemana (1845); Tesis sobre Feuerbach (1845); Miseria de la filosofía (1847); Manifiesto del Partido Comunista (1848); El capital (1867).

17. Vladimir Ilich, Lenin (1870-1924). Fundador del partido comunista ruso. Autor de: Marxismo y reformismo (1913); En torno a la cuestión dialéctica (1915); Sobre el estado (1919); El estado y la revolución (1917).

18. Lefebvre, George (1874-1959). Historiador. Autor de: La revolución francesa (1930); El gran miedo (1932); Napoleón (1937).

19. Schaff, Adam (1913). Filósofo e historiador marxista. Autor de: Nacimiento y desarrollo de la filosofía marxista (1949); Introducción a la semántica (1960); El marxismo y la persona humana (1965); Lenguaje y conocimiento (1963); Historia y verdad (1973).

20. Croce, Benedetto (1866-1952). Filósofo e historiador italiano. Autor de: Teoría e historia de la historiografía (1916); La historia como pensamiento y como acción (1938); Filosofía del espíritu (1902); Materialismo histórico y economía marxista (1900); La filosofía de Vico (1911); Breviario de estética (1913); Ética y política (1930); Filosofía e historiografía (1949).

21. Collingwood, Robin George (1889-1943). Filósofo británico. Profesor de la Universidad de Oxford. Autor de: Religión y filosofía (1916); La idea de la historia (1946); Autobiografía (1939); The principles of natura (1945); Historical imagination (1935).

22. Marc Bloch (1886-1949). Historiador Francés. Fundador de la revista Anales de historia económica-social (1929). Profesor de la Sorbona. Autor de: La sociedad feudal; Introducción a la historia (1949).

23. Lucien Febvre (1878-1956). Historiador Francés. Fundador de la revista Anales de historia económica-social (1929). Profesor de la Universidad de Estrasburgo. Autor de: La contrarreforma y el espíritu moderno; Martín Lutero: un destino; Combates por la historia (1953).

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