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Revista de Obstetricia y Ginecología de Venezuela
versión impresa ISSN 0048-7732
Rev Obstet Ginecol Venez v.61 n.2 Caracas jun. 2001
Discurso con motivo del día del médico, realizado el 16-03-2001 en la Maternidad "Concepción Palacios". Sociedad de Médicos
Dra. Giannina Sue
Presidenta de la Sociedad de Médicos de la Maternidad "Concepción Palacios"
Recibido: 12-11-00
Aceptado para publicación: 21-04-01
"Usaré tratamiento para ayudar al enfermo, no causaré daño, ni cometeré injusticias. Conservaré mi vida como arte puro y sagrado y me abstendré de hacer mal o daño intencionalmente cualquier cosa que vea o escuche durante el curso del tratamiento o inclusive fuera de él, no puede ser divulgada, guardaré silencio manteniendo tales cosas como secretos sagrados". Estoy segura que muchos de nosotros se acuerdan de este juramento, efectivamente este es nuestro JURAMENTO HIPOCRÁTICO que ha permanecido vigente a través de 2500 años.
El médico de vocación no es un técnico en el arte de curar, va más allá, es una persona preparada en el sentido humano e integral, pero desgraciadamente debemos reconocer el impacto de la modernización y la tecnología en la deshumanización del paciente, transformándolo en un instrumento de trabajo o en un modelo para experimentación.
Quizás el más famoso médico sacerdote, sea Moisés, el intermediario entre Dios y el pueblo elegido. Diez siglos más tarde durante el siglo de oro de la cultura helénica, se separa de la religión y ya sus curaciones no tienen un don sobrenatural, se plantean la búsqueda de la verdad a través del razonamiento o de la experiencia y en este momento se hacen científicos. Empezamos a figurar al lado de los filósofos con un carácter netamente espiritual, como se refleja en nuestro juramento hipocrático.
Es fundamental que los médicos comprendamos que tenemos el privilegio más grande que se le puede conceder a un ciudadano, cuando el estado nos autoriza a penetrar profundamente dentro de las intimidades increíblemente hermosas a veces, pero que también pueden resultarnos lamentablemente despreciables dentro del templo de la personalidad humana, pero cualesquiera que sea la circunstancia que nos toque, el sabio, el apóstol, el reformador, o el asesino, el demente o el depravado, frente a esa persona tenemos un deber y una tarea tan grande que cumplir que solamente el estado, la ciencia, la religión y la sociedad se han confiado a un solo tipo de persona, al que llaman MÉDICO.
Por esto, todos los códigos de ética médica, siguiendo la tradición hipocrática establecen como deber primordial del médico, el respeto a la vida y la integridad de la persona humana, el fomento y la preservación de la salud como componente del bienestar social en todas las circunstancias.
Por todo lo dicho, el médico, ancestralmente, está ubicado desde el punto de vista humano, profesional, social y económico en un status especial. Pero en Venezuela, en los tiempos actuales, estamos asistiendo a una decadencia progresiva de los niveles éticos, científicos y sociales de nuestra profesión, como en ningún país del mundo.
Los factores que determinan este fenómeno son la existencia de un proletariado médico, la fuga de talentos, la degeneración de la infraestructura médica, la falta de recursos económicos, la ranchificación y masificación de nuestros colegas y la politización medular de la dirigencia profesional que sólo actúa en función de sus intereses personales y nunca la exaltación de nuestro estatus natural. Probablemente todos somos culpables, pero nuestros gobernantes politizando nuestros medios han logrado sacarnos del nivel que nos corresponde históricamente.
Hemos perdido un territorio precioso, cuando en la sociedad éramos reconocidos como señores, ahora somos los mendigos de la medicina.
Señores médicos, en mi concepto somos una clase elitesca, somos una clase especial, somos esencialmente humanistas y científicos en una hermosa simbiosis que nos coloca en un lugar extraordinario dentro de nuestro país, la cual nos debe reconocer como tal.
Nuestra generación médica ha trabajado duramente por el país y no quisiera perder en modo alguno su apuesta por el futuro.
La explosión de nuestro natural crecimiento estimula a nuestros gobernantes y dirigentes gremiales, responsables directos de nuestra conducción, a la búsqueda de rápidos paliativos para satisfacer las aspiraciones populares. El portaestandarte es lo que ellos han llamado justicia social. Los miembros de esta justicia social son funcionarios de alto o mediano grado, que dan derecho a controlar, intervenir y reprimir las acciones de los individuos.
El Estado, las Gobernaciones, los Colegios de Médicos se han convertido en una agencia de colocaciones para los activistas emparentados o simpatizantes de los gobernantes y, como he señalado, para este problema no hay solución posible.
Buena parte de la actividad cumplida por los beneficiarios del Estado, está destinada a entrabar la acción de los gobernados, a imponer límites a su iniciativa y diques a su imaginación. Sin esas trabas, habría sin duda contingentes mayores y menos reprimidos de médicos dispuestos a crear mayor bienestar y mayor riqueza para el país y habría también muchos venezolanos dispuestos a capacitarse y a perfeccionarse en sus oficios y profesiones en vez de resignarse a que su progreso personal dependa de los factores de un partido político.
La dedocracia médica, o sea, los médicos elegidos por inspiración divina y omnipotente de nuestros rectores, obtienen un imperio absoluto sobre nuestros hospitales. Ejercen discretamente el poder y al ejercerlo perturban, paralizan y destruyen inciativas privadas del bien común.
Pero mucho más grave es que la mayoría de sus daños son irreversibles, porque las decisiones arbitrarias pueden adoptarse de un día para otro, de un momento para otro. Pero la revisión de esas arbitrariedades requiere de infinitas gestiones, muchas de ellas estériles y del esfuerzo de muchos hombres que podrían estar empleando su tiempo para construir y no para reconstruir.
Amigos y compañeros, colegas, saquemos nuestra vocación ancestral hipocrática, pongámonos en el nivel que nos merecemos, quiera Dios que avancemos a un futuro mejor y que los peligros que se ciernen sobre nosotros no lleguen a tocarnos nunca. Quiera Dios que nuestro país pueda ganar su apuesta con el futuro. Pero todos debemos tomar en cuenta que el futuro tiene que comenzar ahora mismo, o no empezará nunca.
Muchas gracias.












