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Argos

versión impresa ISSN 0254-1637

Argos v.27 n.53 Caracas dic. 2010

 

Opiniones, expectativas y evaluaciones sobre diferentes modalidades de inclusión/exclusión social de los adultos mayores en Chile*

Daniela Thumala 1, Marcelo Arnold 2, Anahí Urquiza 3

1 Universidad de Chile. dthumala@vtr.net

2 Universidad de Chile. marnold@uchile.cl

3 Universidad Ludwig Maximilians de Munich. anahiurquiza@u.uchile.cl

* Este estudio contó con el auspicio del Fondo de Población de Naciones Unidas (e.o.CHI1P31A) y fue desarrollado en el Programa PULSO de Estudios Sistémicos en Envejecimiento y Vejez, del Magíster en Análisis Sistémico aplicado a la Sociedad (MaSS), Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Chile (www.esistemicosvejez.cl). Sus resultados fueron discutidos y presentados en seminarios académicos en Chile, Uruguay y Argentina. Agradecemos especialmente la colaboración de Cecilia Dockendorff, investigadora y presidenta de Fundación Soles en la elaboración de este artículo.

Resumen

El creciente aumento de la población mayor en nuestro país desata una serie de interrogantes con respecto a los mecanismos que favorecen o dificultan su integración social. Nuestra investigación tuvo por objetivo conocer, a través de la aplicación de una encuesta nacional, opiniones, expectativas y evaluaciones sobre diferentes modalidades de inclusión y exclusión social de las personas adultas. Los resultados del estudio revelaron la falta de preparación, a nivel personal y como país, para enfrentar el envejecimiento poblacional, junto con una demanda por soluciones colectivas, principalmente de carácter político-estatal, para asumir los desafíos que acompañan este cambio demográfico.

Palabras claves: Chile; envejecimiento poblacional; adultos mayores; integración; exclusión social.

Opinions, Expectations and Evaluations about Different Forms of Social Inclusion / Exclusion of The Elderly in Chile

Abstract

The increasing elderly population in our country generates a series of questions regarding the mechanisms that help or hinder their social integration. Our research aimed to reveal, through the implementation of a national survey, opinions, expectations and evaluations of different forms of social inclusion and exclusion of adults. The result of the study revealed the lack of preparation, both personal and as a country, to address the Population aging, along with a demand for collective solutions, mainly of a political-state character to face the challenges that accompany this demographic shift.

Keywords: Chile; Population aging; elderly; integration; social exclusion.

Opiniões, expectativas e avaliações sobre diferentes modalidades de inclusão/exclusão social dos adultos maiores no chile

Resumo

O crescente aumento da população maior no Chile desencadeia uma série de perguntas com respeito aos mecanismos que favorecem ou dificultam sua integração social. Nossa investigação teve por objetivo conhecer, mediante a aplicação de um questionário nacional, opiniões, expectativas e avaliações sobre diferentes modalidades de inclusão e exclusão social dos adultos maiores. Os resultados do estudo revelaram a falta de preparação no nível pessoal e governamental para enfrentar o envelhecimento populacional, conjuntamente com uma demanda por soluções coletivas, principalmente de caráter político estatal, para assumir os desafios que acompanham esta alteração demográfica.

Palavras chave: Chile; envelhecimento populacional; adultos maiores; integração; exclusão social.

I. Introducción

El sostenido y reciente aumento de la población de adultos mayores es un fenómeno planetario que plantea, por su ocurrencia en un muy breve plazo, problemas y condiciones inéditas para la sociedad. Específicamente, la integración social será uno de los principales desafíos que enfrentará nuestro país durante la primera mitad de este siglo, en la que una población cada vez más envejecida deberá desenvolverse en un contexto que carece de precedentes y, por tanto, de recursos estructurales y culturales para afrontarlo.

De acuerdo con las estimaciones del Instituto Nacional de Estadísticas (INE, 2008), la estructura de la población chilena revela un importante e irreversible proceso de envejecimiento demográfico. La tasa global de fecundidad ha disminuido y quedado por debajo del nivel de reemplazo (Bravo y Bertranou, 2006), fenómeno recurrentemente destacado en la prensa nacional por los eventuales efectos negativos del hecho de que las mujeres estén teniendo alrededor de 1,88 hijos, a diferencia de los 5,5 en promedio que alcanzaban a mediados del siglo XX. Esta tendencia obedece a los múltiples factores que influyen en la decisión de tener familias más pequeñas, que van desde razones económicas y laborales hasta cambios en las expectativas con respecto a la calidad de vida; en otro sentido, también al mejoramiento generalizado de las condiciones sanitarias y nutricionales y la generalización de tecnologías médicas de bajo costo. Las tasas de mortalidad han disminuido, la esperanza de vida actualmente es de 78 años y alcanzará, a mediados de este siglo, los 81 años, lo que representa un incremento de casi 30 puntos en los últimos 50 años (CELADE/ CEPAL 2006).

La relación entre la baja de la fecundidad y el aumento de la esperanza de vida explica que actualmente las personas mayores de 60 años constituyan alrededor del 13% de la población chilena y que, de mantenerse estas condiciones, se calcule que para el 2050 llegarán al 28,2%. Si consideramos estas proyecciones, la población de adultos mayores estaría, en un breve tiempo, ocupando un espacio relevante en nuestra estructura demográfica, desplazando a la cohorte de los menores de 15 años. Este fenómeno, de acuerdo con el Índice de Adultos Mayores elaborado por el INE (2010), se empieza a apreciar en las comunas metropolitanas, entre las cuales destacan Ñuñoa,

Providencia, Independencia, San Joaquín, Vitacura, Macul, Las Condes, San Miguel, Pedro Aguirre Cerda y La Cisterna.

El aumento de la esperanza de vida es ciertamente un logro evolutivo, pero puede constituirse en catástrofe si los servicios públicos, las redes de apoyo social y los propios adultos y adultos mayores no tienen una adecuada preparación o carecen de efectivas oportunidades para enfrentar estas nuevas condiciones. En ese último escenario, lo más común es que la condición de vejez se visualice bajo múltiples formas de exclusión, que van desde el monto de las pensiones y cobertura de salud, el acceso a tecnología y esparcimiento, la disponibilidad de transporte y seguridad, la falta de protección jurídica, la pérdida y vacío de roles, hasta el significado de vivir la vida o la posibilidad de una muerte digna, limitaciones que se potencian con la situación de pobreza, marginalidad, género, viudez, fragilidad familiar, soledad, ruralidad y pertenencia étnica. Podemos considerarnos, como país, víctimas de nuestros propios éxitos, por cuanto nuestro progreso ofrece posibilidades que no radican en las institucionalidades tradicionales, como el Estado y la familia, con lo cual la solución de estos nuevos problemas progresivamente se ha desplazado hacia el sector privado y las lógicas de mercado que regulan, por ejemplo, a las administradoras de fondos de pensiones (AFP) y al nuevo sistema de salud (ISAPRES), o ha quedado sujeta a las iniciativas de los mismos adultos mayores y sus familias.

Si bien las familias, y en particular sus integrantes femeninas, habitualmente han operado en la primera línea de protección y cuidado de los adultos mayores, la prosecución de estas prácticas es improbable, sobre todo si se considera que el tamaño de las familias ha disminuido, sus estructuras han cambiado, los parientes se han dispersado, los roles femeninos se han diversificado, la cultura moderna acentúa los valores individualistas y el desapego social (Arnold, Thumala y Urquiza, 2008 y los jóvenes se alejan de valores como religión y tradición (Angelucci, et al. 2008). Según un reciente estudio de la P. Universidad Católica (Diario La Tercera, 2010), las expectativas respecto del cuidado de los adultos mayores por parte las generaciones más jóvenes, han ido progresivamente cambiando desde una condición de obligatoriedad –solidaridad intergeneracional– hacia una de carácter voluntario asignando esta responsabilidad al Estado o a la eventual posibilidad de contar con recursos para solventar, en forma privada, el pago de cuidadores. De acuerdo con la investigadora Paulina Osorio (Diario La Tercera, op cit), los actuales adultos entre 40 y 59 años se proyectan como ancianos que no dependerán de sus hijos. En concordancia con lo anterior, es posible observar una mayor proporción de personas mayores que viven y envejecen solas, aproximadamente un 8,2% de las personas entre 60 y 74 años, cifra que aumenta a un 13,8% en el grupo de 75 o más años, el que se compone mayoritariamente de mujeres, muchas de éstas viudas (MIDEPLAN, 2006).

Al mismo tiempo los nuevos adultos mayores, de acuerdo con los datos arrojados por la Encuesta de Caracterización Socioeconómica CASEN (MIDEPLAN, op.cit.), que incluye como adultos mayores a todas las personas que han cumplido los sesenta años (Ley N° 19.828), cuentan con más recursos que sus ancestros, se sienten más saludables, están más informados, son más educados, se encuentran progresivamente más organizados y se sienten –y están– mucho más activos que sus padres o abuelos a la misma edad. Aquellos que tienen entre 60 y 74 años tienen en promedio casi un año y medio más de educación formal que los de más edad, más del 60% se autoevalúa sin condiciones patológicas de larga duración, vive mayoritariamente en grandes ciudades (el 84% habita en zonas urbanas) y tiene más influencia económica y potencial político que sus predecesores. En este escenario, los adultos mayores incrementarán su demanda por servicios que respondan mejor a la necesidad de mantener su bienestar, dignidad e independencia. Requerimientos que tradicionalmente se satisfacían en sus núcleos familiares se dirigirán progresivamente hacia organizaciones, profesionales y especialistas y, paralelamente, habrá mayor presión para promover, extender y cautelar sus derechos.

Finalmente, la llegada de la modernidad ha implicado la diversificación de los estilos de envejecimiento. Las experiencias compartidas que antes daban forma a identidades generacionales se difuminan en tanto los ciclos biográficos son cada vez más polimórficos. Frente a este panorama, la pregunta por la integración de los adultos mayores requiere ajustarse a los diferentes tipos de vejez que comienzan a manifestarse. Este cambio es progresivamente reconocido por los medios de comunicación y las distintas demandas de los adultos mayores se reflejan en las campañas publicitarias de sus auspiciadores. Por ejemplo, si se diferencia a los adultos mayores de 60 a 74 años de los de 75 y más años, pueden establecerse dos categorías generales: la tercera y la cuarta edad, aunque cabe señalar que se trata de una diferenciación de carácter arbitrario que intenta separar a los viejos más jóvenes de aquellos más envejecidos que pueden presentar menos autonomía. Al comparar ambos grupos, se aprecia el predominio de la tercera edad, o viejos más jóvenes, que representa al 9,2% de la población total, por sobre la cuarta edad o viejos más envejecidos que alcanza al 3,8% de nuestra población. Sin embargo, se anticipa un creciente aumento de este grupo –envejecimiento del envejecimiento-, estimándose que para el año 2050 el número de personas mayores de 75 años aumentará más de cinco veces con respecto a la cantidad del año 2005, superando al aumento de la tercera edad que sólo lo hará en más de tres veces (INE, 2008), de donde se pronostica que pronto se visibilizará el segmento de nonagenarios y centenarios entre nuestra población.

Del contexto que hemos expuesto surge una serie de interrogantes con respecto a los mecanismos que actualmente favorecen o dificultan la integración social de las personas mayores en Chile pues, si bien es evidente la complejidad de este fenómeno y los múltiples factores y relaciones que lo componen, carecemos de un adecuado conocimiento que pueda aportar tanto a una comprensión sistémica de los distintos efectos del envejecimiento poblacional, como al diseño e implementación de políticas y estrategias específicas de intervención que favorezcan la inclusión de esta creciente y cada vez más diversificada población. Nuestro estudio intenta hacerse cargo de este desafío.

II. Programa de observación

La integración social, en el sentido de la cohesión que da unidad a la sociedad, es un problema central para las teorías acerca de la sociedad y, desde Durkheim en adelante (De la division du travail social, 1893), constituye una de las materias centrales para las ciencias sociales. Sin embargo, este concepto también se ha utilizado para indicar y describir las vinculaciones que sostienen las personas con los diferentes sistemas de los cuales obtienen las prestaciones que les aseguran su presencia, por ejemplo, en la familia, el trabajo, el acceso a la salud y a la educación, los amigos o el reconocimiento social. En este sentido destaca el aporte del sociólogo británico David Lockwood (1964), quien advirtió sobre la diferencia entre la integración de los componentes de la sociedad y la integración social, que compete a la relación entre los individuos y la sociedad. Es el carácter de esta última lo que nos orientó para preguntarnos sobre las modalidades y procesos que influyen en cómo son integrados los adultos mayores. La complejidad de esta indagación se incrementa en tanto se advierte que las actividades de las personas transcurren en diferentes ámbitos de la sociedad, no tienen un lugar único, son contingentes y afectadas por condiciones tanto micro como macro-sociales. Para el caso de la población en estudio, se puede jubilar y empobrecerse pero no por ello se deja de tener familia, votar o pagar las cuentas.

El concepto de integración pierde su potencia teórica y aplicada cuando no se consideran sus múltiples y parciales expresiones y posibilidades, requiere precisarse antes de que pueda aplicarse a una sociedad que toma la forma de funcionalmente diferenciada (Luhmann, 1998). Ante ello, codificamos la noción de integración utilizando la distinción inclusión/exclusión, la cual es ampliamente utilizada con diversos propósitos en las ciencias sociales, pues permite la observación de procesos que, aunque disímiles, a un nivel general son equivalentes (vid. Nassehi, 2000; Luhmann, 1995).

La inclusión (o exclusión) en los distintos ámbitos de la sociedad no es uniforme, las personas adultas mayores no pueden ser inequívoca y definitivamente clasificadas en un solo lado. Lo anterior exige identificar exclusiones acordes con los niveles de complejidad alcanzados por la sociedad y que no pueden ser explicadas con conceptos tradicionales más integrales que refieren a desigualdades más estructurales como las de clase social o marginalidad social (vid. Stichweh, 1995). Sin embargo, puede preverse que exclusiones específicas se hagan por su misma dinámica acumulativas y plenas de consecuencias, gatillando integralmente condiciones de dependencia y vulnerabilidad, que pueden observarse con los conceptos de clase o marginalidad social, especialmente cuando se carecen de los recursos compensatorios para enfrentarlas oportunamente, como es el caso de la ausencia de atención de salud que arrastra efectos que limitan la inclusión de los adultos mayores en más de un ámbito y que la hacen cada vez más difícil de reparar.

Tomando en cuenta estas formulaciones generales, nuestro estudio operacionalizó la distinción seleccionada reconociendo las siguientes cuatro dimensiones:

• Inclusión/ exclusión primaria. Referida a las modalidades y grados de acceso efectivo de los adultos mayores a sistemas institucionalizados y de cuyas prestaciones dependen, parcial o totalmente, para sustentar su existencia biológica, psíquica y social. Implica su participación en la economía, en la política, en la justicia, en la salud, en la religión, en la ciencia, en la tecnología, en la recreación, en la educación formal, en el arte, en la arquitectura y vida urbana, entre otros ámbitos sistémicos instrumentales.

• Inclusión/exclusión secundaria. Referida a la disponibilidad de redes de apoyo mediante las cuales se satisfacen necesidades que compensan condiciones objetivas de vulnerabilidad. Se trata de las modalidades y grados de integración de la población adulta mayor con sus familiares, corresidentes, vecinos y amigos, y su participación en organizaciones comunitarias o en otras instancias con las cuales componen capitales sociales que favorecen el reconocimiento, la cooperación y la solidaridad intergeneracional.

• Inclusión/exclusión simbólica. Referida a la producción y circulación de las imágenes sociales sobre los adultos mayores que amplían o restringen sus rangos de inclusión social y que constituyen su trasfondo cultural. Incluye las producciones periodísticas, artísticas, textos de instrucción escolar y obras literarias que modelan y conforman las creencias y opiniones estereotipadas más comunes sobre la vejez y el envejecimiento. Entre éstas se encuentran las distinciones que indican y describen sus distintas etapas, estilos y otros aspectos que pueden influir en su discriminación positiva o negativa.

• Inclusión/exclusión autorreferida. Se refiere a la autoeficacia atribuida o percibida y a la sensación de satisfacción de los adultos mayores que contribuyen a reforzar o a mermar su integración social. Alude específicamente a factores como la afectividad, sexualidad e intimidad, autonomía y estrategias de afrontamiento vinculadas al bienestar psicológico y corporal percibido por las personas mayores. Estas expectativas operan en los procesos de inclusión (o exclusión), por cuanto las personas no intentan hacer que sucedan cosas si no se perciben capaces o con competencias para mantener y/o incrementar su integración social y bienestar personal por medio de sus acciones.

III. Objetivos del estudio y metodología

Nuestro estudio tuvo por propósito identificar opiniones, expectativas y evaluaciones de la población chilena sobre aspectos seleccionados vinculados con las diferentes modalidades de inclusión y exclusión social de las personas adultas mayores. De este propósito se desprenden seis objetivos específicos, que responden a cada una de las dimensiones de la inclusión/exclusión social que hemos distinguido:

1. Identificar las opiniones con respecto a las actuales condiciones institucionales del país para enfrentar la integración social de la creciente población de adultos mayores.

2. Identificar las expectativas con respecto a la acción estatal y los aportes colectivos que favorecerían la inclusión social de los adultos mayores.

3. Identificar cómo se evalúa la importancia de las redes familiares, la acción política y la actividad propia como medios que favorecen la inclusión social de los adultos mayores.

4. Identificar cómo se evalúan las formas en que los medios de comunicación de masas (diarios y televisión) presentan a los adultos mayores.

5. Identificar cómo se evalúan las capacidades propias de los adultos mayores como medio para enfrentar aspectos relacionados con la condición de vejez.

6. Identificar las expectativas con respecto a las eventuales capacidades de que dispondrían los adultos mayores para valerse por sí mismos.

Los objetivos específicos están orientados a describir cómo se observa la inclusión (o exclusión) social de los adultos mayores, y no a contabilizar sus relaciones efectivas —por ejemplo, la cantidad de personas que recibe prestaciones en el sistema de salud. Dicho sucintamente, se persigue identificar los esquemas de distinción con los cuales se describen las condiciones que aprecian los encuestados frente a la vinculación de los adultos mayores y ciertas condiciones presentes en la sociedad, tal como ellos las visualizan. Nuestra estrategia de observar cómo se observa el envejecimiento poblacional chileno resulta congruente con la perspectiva sociopoiética y sus orientaciones metodológicas (Arnold, 2003, 2006, 2008).

Aspectos metodológicos

Los objetivos del estudio fueron abordados en siete preguntas que se incorporaron en una encuesta desarrollada por la Corporación de Estudios de la Realidad Contemporánea (CERC1), institución que ejecutó el levantamiento de los datos y el primer análisis de los mismos. La conformación de la muestra fue de carácter trietápico, para lo cual se realizó un sorteo aleatorio simple de unidades al interior de los distritos censales, selección de hogares por rutas y números terminales domiciliarios, selección de individuos por cuotas de sexo, edad y sector pasivo de la población sobre la base de los datos del INE del censo de 2002. La encuesta, que representa al 99% de la población nacional con un margen de error de un 3% para un nivel de confianza del 95%, se aplicó durante el año 2008 a 1.200 personas de ambos sexos, de 18 y más años, que constituyó la muestra real.

La caracterización de los encuestados permite identificar la muestra en los siguientes diez aspectos: sexo (un 51,5% fueron mujeres y un 48,5% hombres); edad (tramos de 18-25 años (17,5%), 26-40 años (35,4%), 41-60 (32,4%), 61 y más años (14,7%)); estado civil (el 53,2% estaba casado(a), el 25,7% soltero(a), un 10,8% convivía en pareja, un 4,7% estaba separado(a)/anulado(a) y un 5,3% era viudo(a)); lugar de residencia (el 59,9% residía en regiones y el 40,1% en la Región Metropolitana); status socioeconómico (distribuido en los segmentos ABC1 (4,7%), C2 (19,2%), C3 (36,4%) y D-E (39,7%)); nivel socioeconómico apreciado por el entrevistador (según categorías "muy bueno" (4,2%), "bueno" (26,4%), "regular" (52,3%), "malo" (15,4%) y "muy malo" (1,7%)); orientación política (un 20,2% se declaró de izquierda, un 29% de centro, un 21% de derecha y un 29,8% NS/NR); nivel educacional (el 17,9% era analfabeto(a) o con educación básica incompleta, el 26,4% con educación media incompleta, el 31,3% había completado la educación media y el 24,2% tenía estudios superiores completos o incompletos); propiedad (un 21,7% era arrendatario(a) de la vivienda donde habitaba, el 66,5% era propietario(a), el 11,2% vivía en una propiedad prestada u ocupada y un 0,5% NS/NR) y, por último, orientación religiosa (un 33,4% declaró un alto nivel de práctica religiosa, un 52,1% un bajo nivel y un 13,9% se declaró sin religión).

Caracterización del instrumento

Si bien las preguntas se formularon a partir de las cuatro dimensiones de inclusión/exclusión identificadas y corresponden a aspectos seleccionados de las mismas, tarea en la cual colaboró el equipo técnico del Servicio nacional del Adulto Mayor (SENAMA), de ninguna manera intentan cubrir el amplio espectro de estas dimensiones. Por último, su redacción final se ajustó al formato del resto de las preguntas de la encuesta y, para su formulación se solicitó el aporte de los investigadores del CERC.

Preguntas referidas a la inclusión/exclusión primaria:

[P1] En Chile para el año 2050, aproximadamente una de cada cuatro personas será un adulto mayor: ¿En qué medida diría usted que nuestro país se está preparando para enfrentar esa realidad? Categorías de respuesta: Mucho – Algo – Poco – Nada.

[P2] ¿Estaría usted de acuerdo con pagar un impuesto específico para ayudar a garantizar los servicios que requieren las personas adultas mayores? Categorías de respuesta: Sí – No.

Pregunta referida a la inclusión/exclusión secundaria:

[P3] Hay distintas opiniones sobre quiénes deberían preocuparse especialmente por el bienestar de los adultos mayores: ¿Cuál de las siguientes alternativas se acerca más a su manera de pensar? Categorías de respuesta: La responsabilidad de los adultos mayores es de los políticos - La responsabilidad de los adultos mayores es de los familiares - La responsabilidad de los adultos mayores es de ellos mismos.

Preguntas referidas a la inclusión/exclusión simbólica:

[P4] ¿Cómo diría usted que presenta la televisión a los adultos mayores? ¿Diría usted que destacan más bien las características positivas o más bien las características negativas? Categorías de respuesta: Las características negativas – Las características positivas – No sabe.

[P5] ¿Cómo diría usted que presentan los diarios a los adultos mayores? ¿Diría usted que destacan más bien las características positivas o más bien las características negativas? Categorías de respuesta: Las características negativas – Las características positivas – No sabe.

Preguntas referidas a la inclusión/exclusión autorreferida:

[P6] En Chile para el año 2050, aproximadamente, una de cada cuatro personas será un adulto mayor. ¿En qué medida usted diría que está preparado o se está preparando para enfrentar esa realidad? Categorías de respuesta: Mucho – Algo – Poco – Nada

[P7] Tomando todo en cuenta: ¿diría que la mayoría de los adultos mayores puede valerse por sí misma o la mayoría no puede valerse por sí misma? Categorías de respuesta: Pueden valerse por sí mismos –No pueden valerse por sí mismos.

La presentación de los resultados de la encuesta comprende un análisis descriptivo univariado y bivariado donde se indican y grafican, en porcentajes, las frecuencias de las respuestas frente a cada pregunta. Además, se vincularon con las variables independientes consideradas en la caracterización de la muestra, a partir de las asociaciones más relevantes –95% de confianza y con una significación menor a 0,05– se extrajeron conclusiones.

IV. Presentación de los resultados

Con respecto a cómo se percibe la preparación de nuestro país a nivel de sus instituciones -inclusión/exclusión primaria-, para abordar el envejecimiento demográfico de su población [P1], los encuestados mayoritariamente (55%) respondieron que hay "poca o nada" (ver Gráfico N° 1).

Gráfico N°1: Preparación del país para enfrentar el envejecimiento poblacional

En relación con las asociaciones significativas de mayor intensidad con la pregunta [P1], se destacan las diferencias respecto de la preparación del país para el envejecimiento según lugar de residencia y sexo de los encuestados. Específicamente, en regiones, a diferencia de Santiago, las personas tienden a considerar que el país se está preparando "algo" (39,5%) o "mucho" (7,3%) para enfrentar el envejecimiento poblacional hacia el 2050 (ver Gráfico N°2).

Gráfico N°2: Preparación del país para enfrentar el envejecimiento poblacional según lugar de residencia

Con respecto a la asociación con la variable sexo, las opiniones positivas son en su mayoría de mujeres, entre quienes destaca la alternativa "mucho" (61,1%); en los hombres, por el contrario, predominan las alternativas contrarias y se destaca la opción "nada" (ver Gráfico N°3).

Gráfico N°3: Preparación del país para enfrentar el envejecimiento poblacional según sexo

Con respecto a las expectativas frente a la acción estatal como medio de inclusión social [P2], la mayoría de los encuestados (57,5%) estaría de acuerdo con pagar un impuesto específico que permita garantizar los servicios necesarios que requieren las personas adultas mayores (ver Gráfico N°4).

Gráfico N°4: Porcentaje de acuerdo con pagar un impuesto específico

Las asociaciones significativas de mayor intensidad con la pregunta [P2] refieren a la edad y nivel socioeconómico apreciado por el entrevistador. En los más jóvenes predomina el acuerdo de pagar un impuesto para garantizar los servicios que requieren los adultos mayores (70,6%) pero, a medida que se avanza en edad, las opciones de respuesta presentan porcentajes cada vez más similares, hecho que se evidencia con mayor claridad en el grupo de 61 y más años –presumiblemente personas viudas– (ver Gráfico N°5).

Gráfico N°5: Porcentaje de acuerdo con el pago de un impuesto específico según rango de edad

Por otra parte, las personas que el entrevistador aprecia como de nivel socioeconómico "muy malo" presenta un mayor acuerdo con el pago de un impuesto para garantizar los servicios que requieren los adultos mayores (78,6%). Le siguen los grupos evaluados como "bueno, muy bueno y regular," siendo el grupo evaluado como "malo" el que tiene la mayor proporción de desacuerdo con este tipo de impuesto (ver Gráfico N°6).

Gráfico N°6: Porcentaje de acuerdo con el pago de un impuesto específico según nivel socioeconómico del entrevistado

Respecto de quiénes deberían preocuparse especialmente por el bienestar de los adultos mayores [P3], la mayoría considera que la responsabilidad corresponde especialmente a los políticos (55%), poco más de un tercio de las personas considera que la responsabilidad es de sus familiares y sólo un 9%, de los propios adultos mayores (ver Gráfico N°7).

Gráfico N°7: Quiénes deberían preocuparse por el bienestar de los adultos mayores

Las asociaciones significativas de mayor intensidad con la pregunta [P3] tienen relación con la orientación política, status socioeconómico y sexo de los encuestados. Específicamente, las personas que se declaran de izquierda tienden a atribuir especialmente la responsabilidad a los políticos (63,3%), mientras que los de derecha equiparan esta responsabilidad con la de la familia y aumentan, comparativamente, la responsabilidad de los propios adultos mayores con su bienestar (ver Gráfico N°8).

Gráfico N°8: Quiénes deberían preocuparse por el bienestar de los adultos mayores según orientación política

Respecto del status socioeconómico, los segmentos D y E (63,5%), así como el C3 (54,4%), atribuyen la mayor responsabilidad a los políticos, seguidos por la familia y luego por los propios adultos mayores. Esta tendencia cambia en el segmento más alto, en el que se atribuye la mayor responsabilidad especialmente a la familia (55,4%) y luego a los políticos. Cabe destacar que en el segmento C3 (emergente) la atribución de la responsabilidad a los propios adultos mayores es la más alta de todos los segmentos socioeconómicos (ver gráfico N°9).

Gráfico N°9: Quiénes deberían preocuparse por el bienestar de los adultos mayores según status socioeconómico

Respecto del sexo de los encuestados, el grupo que pone en el primer lugar la responsabilidad en la familia se compone mayoritariamente de mujeres (62,5%), mientras que entre los hombres predominan quienes atribuyen esta responsabilidad especialmente a los políticos y a los propios adultos mayores (ver gráfico N°10).

Gráfico N°10: Quiénes deberían preocuparse por el bienestar de los adultos mayores según sexo

Sobre cómo se evalúa la forma en que los adultos mayores son representados en los medios televisivos [P4], la mayoría considera que la televisión destaca las características positivas (42%), no obstante un 35% considera que las características negativas son las más destacadas (ver Gráfico N°11).

Gráfico N°11: Características de los adultos mayores que se destacan en la televisión

Para esta pregunta [P3], la única asociación significativa refiere a la variable edad. En el grupo de los más jóvenes predomina la opinión de que la televisión destaca las características negativas de los adultos mayores (59,2%), tendencia que se reduce en los demás grupos de edad (ver Gráfico N°12).

Gráfico N°12: Características de los adultos mayores que se destacan en la televisión según rango de edad

Con respecto a cómo se evalúa la forma en que los adultos mayores son representados en los diarios [P5], un 28% no sabe o no responde y entre quienes respondieron el 44% considera que en estos medios destacan las características positivas (ver Gráfico N°13).

Gráfico N°13: Características de los adultos mayores que se destacan en los diarios

Las asociaciones significativas de mayor intensidad con la pregunta [P3] se relacionan con el lugar de residencia y la orientación política. Las personas que viven en regiones tienen la opinión de que los diarios destacan las características positivas de los adultos mayores (66,5%), y entre quienes residen en Santiago esta evaluación tiende a ser más equilibrada (ver Gráfico N°14).

Gráfico N°14: Características de los adultos mayores que se destacan en los diarios según lugar de residencia

Entre quienes se declaran de izquierda, la gran mayoría considera (70,1%) que los aspectos enfatizados en los diarios son los positivos.

Esta tendencia se atenúa en la medida que la orientación política se acerca a la derecha (ver Gráfico N°15).

Gráfico N°15: Características de los adultos mayores que se destacan en los diarios según orientación política

Con respecto a las percepciones sobre el uso de capacidades propias para enfrentar la vejez [P6], las categorías "poco" y "nada" suman más del 63% de las opiniones, y sólo un 7% declara prepararse mucho (ver Gráfico N°16).

Gráfico N°16: Evaluación de la preparación personal para enfrentar la propia vejez

La asociación de mayor intensidad con la pregunta [P6] es la edad. Las personas más jóvenes, sobre todo aquellos entre 18 y 25 años, consideran, en menor proporción que las mayores (61 y más años), que se están preparando para su envejecimiento. Se observa una relación de proporcionalidad inversa entre edad y percepción de preparación para el envejecimiento personal (ver Gráfico N°17).

Gráfico N°17: Evaluación de la preparación personal para enfrentar la propia vejez según rango de edad

Respecto de si los adultos mayores son capaces o no de valerse por sí mismos [P7], un 62% de los encuestados considera que no lo son y sólo un 35% considera que son capaces de hacerlo (ver Gráfico N°18).

Gráfico N°18: Percepción de la capacidad de los adultos mayores de valerse por sí mismos

Las asociaciones significativas de mayor intensidad con esta pregunta [P3] remiten a la pertenencia a un status socioeconómico, nivel socioeconómico atribuido por el encuestador, orientación política y estado civil. Quienes tienen un status socioeconómico de nivel D y E consideran mayoritariamente que los adultos mayores no pueden valerse por sí mismos (72,1%). En la medida que aumenta el status socioeconómico, se incrementan los que opinan que los adultos mayores pueden valerse por sí mismos, aun cuando se mantiene el predominio de la creencia de que son dependientes, salvo en el grupo C2, donde hay un leve predominio (51,1%) de la opinión de que sí pueden valerse por sí mismos (ver Gráfico N°19).

Gráfico N°19: Percepción de la capacidad de los adultos mayores de valerse por sí mismos según status socioeconómico

La proporción de personas que considera que los adultos mayores pueden valerse por sí mismos disminuye a medida que empeora el nivel socioeconómico apreciado por el encuestador, a la vez que aumenta progresivamente la opinión de que no son autovalentes. Esta tendencia cambia en el grupo que es apreciado en un nivel socioeconómico muy malo, donde la mayoría opina que las personas mayores sí son capaces de valerse por sí mismas (71,4%). Así, solamente en los casos en que la apreciación del nivel socioeconómico por parte del entrevistador es muy buena o muy mala predomina la opinión de que los adultos mayores sí pueden valerse por sí mismos (ver Gráfico N°20).

Gráfico N°20: Percepción de la capacidad de los adultos mayores de valerse por sí mismos según nivel socioeconómico

En cuanto a la orientación política, a diferencia de los grupos de centro y derecha que tienden a considerar que los adultos mayores no pueden valerse por sí mismos, en los que se declaran de izquierda predomina la opinión de que los adultos mayores sí pueden valerse por sí mismos (51,7%) (ver Gráfico N°21).

Gráfico N°21: Percepción de la capacidad de los adultos mayores de valerse por sí mismos según orientación política

Finalmente, con respecto al estado civil, la mayoría de las personas casadas (69%), convivientes (66,4%) y separadas (61,8%) considera que los adultos mayores no son capaces de valerse por sí mismos. En el caso de los(as) solteros(as) y viudos(as), si bien comparten esta opinión, ésta tiende a ser más equilibrada (ver Gráfico N°22).

Gráfico N°22: Percepción de la capacidad de los adultos mayores de valerse por sí mismos según estado civil

Discusión

Los acelerados descensos de mortalidad y fecundidad acaecidos en pocos decenios afectaron bruscamente el crecimiento vegetativo y variaron la composición etaria de la población chilena. Las cifras globales son contundentes: la población mayor de 60 años, que hoy corresponde a 1,5 millones aproximadamente de un total de alrededor de 16 millones de habitantes, ascenderá a más de 5 millones en el año 2050. De hecho, la mayoría de los recién nacidos, si las aplicaciones biomédicas y la expansión de su cobertura continúan sus logros, llegarán a viejos. Este fenómeno implica una profunda, aunque silenciosa, transformación social que, si se quieren aprovechar sus oportunidades, requiere medidas que permitan ajustes graduales para compensar impactos que recaen en primera línea sobre los sistemas familiares, de previsión y de salud, y desde allí al conjunto de la sociedad. En este sentido, es importante conocer las opiniones, expectativas y evaluaciones que tienen los chilenos sobre las diferentes modalidades de inclusión/exclusión social de los adultos mayores considerando sus distintas dimensiones.

Nuestros análisis referidos a la dimensión inclusión/exclusión primaria, permiten concluir que aún cuando el Estado ha comenzado a desarrollar una serie de iniciativas para promover la calidad de vida y el reconocimiento de los derechos de las personas mayores, fundamentalmente a través de la creación el año 2002 del Servicio Nacional del Adulto Mayor, los encuestados evalúan las actuales condiciones institucionales del país para enfrentar la integración social de la creciente población de adultos mayores, como insuficientes. Posiblemente ello tenga relación con las grandes expectativas que se observan con respecto a la acción estatal para apoyar soluciones colectivas que se hagan cargo del bienestar de los adultos mayores. Específicamente, la opinión predominante es que el sistema político, a través del Estado, es quien debe asumir esta responsabilidad. Posiblemente las políticas públicas implementadas, o bien no resultan lo suficientemente visualizadas por la población o, en caso contrario, son todavía consideradas como escasas o limitadas. En este sentido, las expectativas puestas en el Estado también se reflejan en que aproximadamente dos tercios de los encuestados se manifiesten dispuestos a pagar un impuesto para garantizar los servicios que requieren los adultos mayores. Esta declaración implica que se percibe el envejecimiento de la población como un fenómeno cercano y relevante y habría disposición para apoyar medidas específicas y para asumir, en parte, y en la medida que sea posible, los costos de las mismas. Esta disposición es extremadamente importante, especialmente si se consideran los montos de la actual contribución privada a los fondos de pensiones y a su previsible incremento, considerando que la presión demográfica se encuentra aún en un nivel bajo debido al equilibrio entre beneficiarios y contribuyentes ("bono demográfico"). Cabe señalar que la información obtenida permite adelantar una condicionalidad de la disposición a pagar un impuesto específico que guarda relación con las expectativas de estabilidad o mejoramiento de la situación económica nacional, familiar y personal.

Las respuestas ante las preguntas iniciales son coherentes con la evaluación de la importancia de las redes familiares, la acción política y la actividad propia como medios que favorecen la inclusión social de los adultos mayores. La pregunta [P3] hacía referencia fundamentalmente a la inclusión/exclusión secundaria, sondeando, de forma indirecta, la importancia de las redes familiares en relación con los otros dos medios típicos de inclusión social. Los resultados obtenidos muestran un Chile tradicional, que pone en primer lugar al Estado para la solución de sus problemas y luego a la familia, y deja en un tercer lugar, y bastante distante, la responsabilidad de las personas de asegurar su propio bienestar. Así, en relación directa con la preparación para el envejecimiento, la opinión mayoritaria sobre quiénes principalmente deben hacerse cargo del bienestar de los adultos mayores recae en el gobierno o los políticos, seguidos por las familias y, en un porcentaje mucho menor, por los mismos adultos mayores. Estas respuestas reafirman el rol protector atribuido al Estado y la confianza en sus agentes y acciones, hecho que, como señalamos, se vincula directamente con la aceptación del pago de un impuesto específico. Esta opinión es congruente con la ampliación del sistema de protección social que caracterizó las políticas públicas de los últimos cuatro gobiernos y que la nueva coalición gobernante ha señalado que mantendrá, reforzará y diversificará (Comunicado del Gobierno de Chile, 21 de mayo 2010). No obstante lo anterior, llama la atención que aun cuando se han venido desarrollando en los últimos años nuevas y diversas políticas públicas para atender las necesidades de las personas mayores –como la reforma previsional orientada a brindar protección social efectiva a toda la población y programas específicos destinados a mejorar las condiciones de vida de los adultos mayores más vulnerables– como mencionamos, a nivel generalizado predomina la imagen de una falta de iniciativas. Probablemente, las tendencias recogidas guardan relación no sólo con altas expectativas hacia la acción estatal, sino también con una imagen fuertemente negativa, casi catastrofista, de los efectos del envejecimiento poblacional y de la escasa efectividad, o posibilidad, de contar con programas sociales que reviertan esta situación.

A la luz de las respuestas pareciera que las iniciativas, tanto propias como de la familia se perciben como insuficientes y se estuviera esperando, en compensación, respuestas de carácter colectivo, político-estatal, salvo en los grupos que se sienten más favorecidos en términos económicos y que atribuyen también en gran medida la responsabilidad a la familia. Sin embargo, también en términos generales, las redes de apoyo más directas, como la familia, siguen siendo un factor importante para asegurar la inclusión de los adultos mayores. Cabe destacar que los más jóvenes asignan en primer lugar la responsabilidad por el bienestar de las personas adultas mayores a la familia, lo que podría deberse a que en sus propios hogares haya algún adulto mayor, señal de que la solidaridad intergeneracional permanecería presente en la experiencia de los más jóvenes. Más aún, la disponibilidad por parte de este grupo a pagar un impuesto que garantice el bienestar de las personas mayores podría ser otro ejemplo de esta solidaridad. Por otra parte, tal vez el hecho de no atribuir mayor responsabilidad por su bienestar a las propias personas mayores se relacione con imágenes que destacan las condiciones de dependencia y falta de autonomía de los adultos mayores. Estas creencias no resultan extrañas, otros estudios dan cuenta de que las representaciones sobre la vejez contienen, mayoritariamente, estereotipos con fuertes cargas negativas que se alejan de lo que los adultos mayores podrían esperar ante los avances de la modernidad que han dado lugar a sus actuales expectativas de vida (Arnold, Thumala, Urquiza y Ojeda, 2007). Ciertamente, las personas viudas, aun cuando mantienen la tendencia general de atribuir la responsabilidad a los políticos, muestran una distribución más equilibrada de esa responsabilidad entre los distintos actores y aumentan la propia.

Estrechamente vinculadas con el imaginario social de la vejez se encuentran las formas en que esta población se presenta en los medios de comunicación (diarios y televisión). Si bien casi la cuarta parte de los encuestados no manifestó una opinión al respecto –lo que puede tener relación con la efectiva baja presencia de adultos mayores en los contenidos televisivos y de la prensa escrita– la tendencia indica un predominio de las visiones positivas tanto en la televisión como en los diarios, sobre todo en estos últimos. Posiblemente en este ámbito las políticas públicas implementadas han sido más visualizadas por la población, observándose mayores impactos. Por cierto, estas representaciones contribuyen significativamente a los procesos de inclusión/exclusión simbólica, por cuanto configuran el imaginario sobre la vejez que es aplicado no sólo por los medios sino también por la población en general, incluidos los propios adultos mayores quienes, finalmente, adecuan su propio comportamiento a lo que socialmente se espera, limitando o ampliando de esta forma su inclusión social.

La falta de preparación para el envejecimiento propio aparece como una tendencia que atraviesa a la mayoría de los sectores de nuestra población. Solamente llama la atención que quienes reportan estar preparándose para el envejecimiento son, en su mayoría, mujeres (de hecho, viven en promedio más años que los hombres). En cuanto al nivel educativo, aunque con una asociación significativa de baja intensidad, predomina entre quienes han completado la enseñanza media o tienen estudios de nivel superior la indicación de estar preparándose "mucho" para el envejecimiento.

En cuanto a las capacidades que dispondrían los adultos mayores para enfrentar aspectos relacionados con la condición de vejez, llama la atención la percepción de ésta como una etapa de dependencia. La opinión generalizada define la vejez como equivalente a una condición de dependencia y, por lo tanto, se cuestiona la capacidad de los adultos mayores para ocuparse de sí mismos, hecho que influye en sus expectativas de autoeficacia, lo cual puede generarles una suerte de "síndrome de exclusión" (Bude y Lantermann, 2006). Al respecto, cabe indicar que esta opinión se contrapone con otros estudios que indican que sólo una cuarta parte de los adultos mayores chilenos padece alguna limitación funcional significativa (Albala, C., et al. 2007). En el análisis de las respuestas se destaca que los más jóvenes y los propios adultos mayores tienden a distribuir de forma más equivalente su opinión respecto de si estos últimos pueden valerse por sí mismos. Lo mismo ocurre en aquellos que perciben la situación económica actual del país como buena, así como en los que señalan que sus ingresos les alcanzan para cubrir sus necesidades. Por otra parte, puede destacarse que quienes atribuyen mayor capacidad de autovalencia a los adultos mayores son las personas viudas, solteras y separadas, quienes comparten la experiencia del auto cuidado. Finalmente, es importante subrayar que el conocimiento de los procesos de inclusión/exclusión autorreferidos resulta central para el desarrollo de políticas públicas, pues apunta a la elaboración de fórmulas que potencian las capacidades personales y la disposición activa con que se facilita un envejecimiento más satisfactorio (Cumming y Henry, 1961).

Concluimos que si bien nuestro país se encuentra enfrentando una nueva composición sociodemográfica, producto del significativo aumento de la población de adultos mayores, la mayoría de los chilenos asegura que ni el país, ni ellos mismos, están preparados o preparándose para enfrentar los desafíos que conlleva el envejecimiento poblacional y su propio envejecimiento, observación que merecería ser considerada por el Estado en la planificación y evaluación de sus políticas públicas. Esta percepción de falta de preparación podría asociarse con las situaciones de exclusión de los actuales y futuros adultos mayores, o favorecerlas. Por otra parte, aunque tanto el Estado como las redes de apoyo familiares persisten como las fuentes más importantes de inclusión de los adultos mayores, consideramos que los procesos de modernización deben diversificar los mecanismos de inclusión primaria y secundaria, promover el reconocimiento social y la solidaridad entre las generaciones, que constituyen medios efectivos para contrarrestar los efectos del aislamiento social y la soledad de los adultos mayores (Sosa y Huenchuan, 2002), y potenciar la inclusión autorreferida que permitiría desarrollar nuevas expectativas para esta etapa, que se sitúa como la más prolongada de la vida humana.

Sin duda, estudios más específicos e investigaciones comparativas podrán enriquecer estas conclusiones y contribuir a tomar decisiones políticas, familiares y personales informadas que aporten al bienestar e incorporación activa de esta población en nuestro país.

Referencias

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