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Argos
versión impresa ISSN 0254-1637
Argos vol.30 no.58 Caracas jun. 2013
Algunas consideraciones acerca de la estructura del pensamiento yo
Gustavo Sarmiento
Universidad Simón Bolívar
Resumen Es bien sabido que la filosofía moderna pretende construir el saber filosófico a partir de la certeza máxima de la verdad yo existo, elevada al nivel de primer principio de la filosofía. El presente trabajo intenta ofrecer una explicación de la construcción del pensamiento yo y su empleo por parte del ente sentiente pensante que es el hombre para comprenderse a sí mismo como un yo, explorando algunas condiciones de posibilidad de la referencia a sí mismo que lo constituye como un yo.
Palabras clave yo, conciencia, auto referencia, alteridad.
Some considerations on the structure of the thought I
Abstract It is well known that modern philosophy aims to build philosophical knowledge on the highest certainty of the truth I am, considered as the first principle of philosophy. This paper contains an attempt to offer an explanation of the construction of the thought I and of the use of it by the thinking sentient being that man is, in order to understand himself as an I, exploring some conditions for the possibility of the self-reference that constitutes himself as an I.
Key words I, consciousness, self-reference, otherness.
Quelques considérations sur la structure de la pensée Je
Résumé Il est fort connu que la philosophie moderne a pour but reconstruire le savoir philosophique en partant de la plus haute certitude de la vérité «Je suis», élevé au rang de premier principe de la philosophie. Cet article essaye de fournir une explication sur la construction de la pensée «je» et de son utilisation par lêtre sensible pensant qui est lhomme pour se comprendre comme un je, en explorant quelques conditions de possibilité de la référence à lui-même qui le constitue comme un je pour soi-même.
Mots clés Je, conscience, autoréférence, altérité.
Como es bien sabido, la modernidad filosófica pretende construir el saber a partir de verdades de máxima certeza, relativas al propio ente que conoce y construye ese saber. La certeza inmediata tal que ni siquiera puede ponerse en duda y para cada quien de que yo existo, puesta de relieve por René Descartes, en virtud de la cual esta verdad es elevada al nivel de primer principio de la filosofía, unida a la certeza de que ese yo comprende, o conciencia mas no de que sea una conciencia y de que su concienciar o comprender está dirigido inmediatamente a algo al margen de que ese algo sea real en sí mismo o ideal, mera representación, o, de manera más amplia, de que su loque o la naturaleza de su existencia sean correctamente comprendidos es completamente excepcional, más aún: es única. Sólo estas tres verdades son evidentes de manera tan extrema y lo son sólo para ese ente. ¿Por qué ellas y sólo ellas son evidentes y de manera tal que su certeza resiste cualquier posibilidad de duda? ¿Cuáles son los fundamentos de que las mismas sean evidentes de ese modo para un ente particular si hay tales fundamentos y si efectivamente son anteriores a las tres verdades y en cuál sentido lo son?
En lo que sigue quisiera explorar brevemente algunos de estos fundamentos. Tal indagación forma parte de un proyecto de investigación más amplio, que pretende llevar a cabo una crítica de la modernidad filosófica mediante una discusión de sus basamentos históricamente surgidos. Pues bien, entre los fundamentos de los principios modernos están las condiciones que hacen posible y efectivo que el ente que en cada caso es cada uno de nosotros se vuelva sobre sí mismo y se comprenda como yo. Sin esta comprensión no es posible el conocimiento de la verdad absoluta de la existencia de un ente, ese mismo yo, sobre la cual se apoyan a partir de la modernidad múltiples construcciones filosóficas.
La certeza de tipo absoluto únicamente es posible para un ente que se conciencie y comprenda a sí mismo y, lo que es más importante, solo respecto de lo que le revela su facultad de concienciarse y comprenderse1. Así pues, que algún ente, de entre los entes, pueda darse cuenta con evidencia apodíctica de las verdades fundacionales que pretende poseer la filosofía desde la modernidad se basa en la posibilidad y el acto de concienciarse, darse cuenta inmediatamente de sí mismo y comprenderse que sólo tiene un ente el ente que puede pensar y decir: yo. Esto es así en tanto sólo este ente está inmediatamente presente ante un ente, él mismo, al cual conciencia, comprende y (hasta) conoce inmediatamente de manera tal que ni siquiera le es posible pensar que la existencia y los atributos mencionados del ente presente él mismo no sean verdaderos. La razón de ello es que cuando el ente en cuestión conciencia, su concienciar es y no puede no ser, el mismo se mantiene en tanto está concienciando y no puede no hacerlo, y en virtud del auto concienciar que forma parte de ese concienciar se le revela inmediatamente. De la misma manera se le revela el conocimiento de su propia existencia cuando conciencia, y la misma no puede dejar de revelársele como necesaria. Finalmente, y también por esta razón, conciencia algo concienciado, sea esto lo que sea, y no puede dejar de hacerlo, de manera que la intencionalidad estructural de su concienciar se le muestra inmediatamente cuando conciencia y no puede dejar de mostrársele. El propio concienciar auto-consciente los hace actuales y los mantiene, con base en la no contradicción. De aquí surge la certeza absoluta. Pero la misma está limitada a las condiciones de su concienciar y comprender, que el mismo concienciar conciencia, ya mencionadas; a saber: la existencia del ente que conciencia, el propio concienciar y la intencionalidad del mismo.
El análisis de las condiciones de que el yo tenga certeza absoluta de las tres destacadas verdades referidas a sí mismo no pretende fundar la evidencia máxima de esas verdades, esto es claro, pues las evidencias en cuestión son inmediatas y necesarias para ese yo, y por lo tanto no presuponen otras verdades. Dicho análisis está al servicio de explicar por qué las mismas se muestran de manera evidente y absoluta al yo que conoce y sólo a él. Tales fundamentos valen únicamente para el conocimiento del yo en tanto ente autoconsciente racional cuando y sólo cuando se conoce a sí mismo, y no fundan la evidencia y carácter apodíctico de ninguna otra verdad. Además, a partir de los mencionados fundamentos se puede delimitar el alcance y límites de lo verdadero con evidencia apodíctica para un yo a la existencia de un ente, el que se refiere a sí mismo como yo, pero no al conocimiento de todo lo que le pertenece, ni al de su esencia. Tiene evidencia máxima que el ente que se identifica en cada caso como yo conciencia me refiero al acto de concienciar, pero no la tiene que sea una conciencia ni que su esencia sea la de ser una conciencia. Asimismo tiene evidencia máxima que cuando ese ente conciencia siempre conciencia algo, pero no la posee que eso concienciado sea meramente para él, solas representaciones, en cada caso apariciones para una conciencia.
Además de lo anterior, al delimitar el alcance de las evidencias posibles y explicar su posibilidad y efectividad en el referirse a sí mismo de un ente particular que existe entre la totalidad de los entes, es posible dar cuenta de dichas verdades sin presuponer una perspectiva privilegiada, como de primera persona. A saber: aquella en la cual el que investiga parte de sí mismo, seguro de sí como conciencia cuya relación inmediata fundamental con la alteridad que conciencia es [y sólo es] la de tener conciencia de ello. Exponiendo las mencionadas verdades sin recurrir a esta perspectiva, las mismas no tienen que ser necesariamente puestas como primeros principios de la filosofía. Limitada la validez de esas verdades a la perspectiva del yo, se puede poner de relieve que a partir de principios que presuponen tal perspectiva no se puede derivar tesis sobre la totalidad del ente, pues desde la misma se comprende a los entes de manera relativa a su mostrarse a ese yo. Tesis correctas sobre la totalidad de los entes dependerán de una perspectiva más amplia, que considere de manera adecuada al hombre como un ente entre los entes.
Un ente que piensa, esto es: no meramente dotado de capacidad de sentir, sino uno que proyecta posibilidades sobre los entes que siente y, mediante esas posibilidades llevadas a conceptos, discurre respecto por ejemplo de entes particulares de múltiples clases, o acerca de totalidades de entes de clases diversas, y de este modo comprende y conoce verdades particulares y generales acerca de los entes, un ente como este tiene que ser auto consciente y ha de poder comprenderse a sí mismo. Tal ente ha de poseer una facultad de referirse a sí mismo, en virtud de la cual se dé cuenta de que él es quien piensa, y por lo tanto se dé cuenta de sí mismo como el que piensa. De lo contrario, no tiene sentido hablar de pensamiento. No puede haber pensar sin algo un ente que entonces es alguien que piense y ese ente no puede pensar sin darse cuenta de que piensa. Referirse a sí mismo es algo que viene con su pensar, en tanto es posibilitado y efectuado por ese pensar. Tan pronto como semejante ente piensa y comprende algo, se piensa y comprende a sí mismo como un yo, que comprende eso comprendido como lo que en cada caso sea.
Como tipo de concienciar algo, comprender requiere pensar2. Por su parte, el pensar intende3, está dirigido a, persigue comprender. Pensar algo es tratar de comprenderlo mediante actividades variadas del pensar conceptualizar, juzgar, razonar, querer, pedir, ordenar, y así sucesivamente. El pensar pone en marcha al comprender, esto es: a la actividad de comprender, independientemente del mayor o menor éxito en comprender lo que se intenta comprender4, o incluso de que se fracase. Al intentar comprender y por la propia naturaleza del comprender el pensar tiende hacia el resultado, la comprensión de algo. El ente que piensa intenta comprender, en primer lugar entes y, posteriormente, mediante diferentes combinaciones de variadas posibilidades de ser, intenta comprender relaciones entre entes, entre entes y atributos de entes; bien sea, relaciones particulares, bien sea, relaciones universales; o relaciones diversas del yo que piensa consigo mismo, o con otros entes, incluyendo a otros hombres, o diversas relaciones entre hombres (morales, sociales, políticas, económicas), etcétera. Comprender requiere pensamiento y el pensamiento está dirigido hacia la comprensión de algo, ambos se corresponden. No puede haber comprensión sin pensamiento ni pensamiento cuya intención no sea comprender5.
El acto más simple de comprender consiste en proyectar o lanzar una posibilidad de pensamiento sobre un ente. El pensamiento efectúa dicho lanzamiento, en tanto comprende la posibilidad, porque la ha construido (o aprendido), y mediante el lanzamiento de la misma sobre el ente lo comprende. El ente que comprende también puede comprender-se, esto es: pensar-se mediante una posibilidad, lanzada hacia sí mismo. Esta posibilidad es la de ser un yo para sí mismo. La misma es la primera posibilidad de comprensión de su propio ser que construye un ente que piensa y comprende. En cuanto tal, condiciona a cualquier intento posterior de comprenderse y conocerse a sí mismo, tanto respecto de las posibilidades y efectividades de su ser particular, como de su pertenencia a clases y esencias más generales de entes. Asimismo condiciona la posibilidad de comprender a los otros entes.
El contenido de esta posibilidad de comprensión, lo pensado y comprendido en ella por cada ente humano individual, es a sí mismo como algo otro que el resto del ente. Mediante dicha posibilidad de comprensión proyectada sobre él mismo y los otros entes se trata de un pensamiento complejo, del cual una parte se dirige hacia sí mismo y la otra se dirige hacia lo que no es él mismo, habiendo entre ambas complementariedad cada quien se discierne del resto del ente y se comprende a sí mismo en cada caso como un yo. La comprensión que cada ente humano individual tiene de sí mismo como algo otro que todo lo demás incluye como componente constitutivo a la comprensión que tiene de su referencia a sí mismo es decir, la comprensión de su comprensión de sí mismo y no es posible sin ella; sólo en tanto se da cuenta de que se comprende a sí mismo puede comprenderse a sí mismo. A la vez, la comprensión de sí mismo y de su auto referencia no son posibles sin la comprensión de la alteridad esto es, de los entes otros que él mismo, o de cualidades de ellos, tomados individualmente o en pluralidades diversas, incluso hasta llegar a la totalidad de lo que no es él. Es asimismo necesario que la comprensión de la alteridad esté acompañada de la comprensión de la referencia de él mismo a la alteridad mediante la cual referencia comprende la alteridad; únicamente en tanto comprende que se da cuenta de algo otro puede comprenderlo (en su existencia y loque, sobre la base de comprenderlo como algo otro). Se trata, pues, de comprensiones correlativas y complementarias que acaecen juntas en el ente pensante. Cuando el individuo humano se comprende como yo, comprende esta estructura y la lanza sobre los entes (incluyéndose a sí mismo).
Ahora bien, la comprensión de sí mismo y de su auto referencia, unidas a la comprensión de la alteridad y de su referencia a ello, están condicionadas históricamente por la comprensión que el ente pensante llega a tener de un ente como algo otro que todos los demás entes y su identificación con ese ente como sí mismo, es decir su comprensión de que un ente destacado entre los entes que él conciencia es él mismo en tanto es el ente que comprende, la cual comprensión sólo es accesible a él. En este momento se da, a partir del pensamiento, una separación o discernimiento de sí mismo respecto de lo que no es sí mismo y la comprensión de lo primero como yo y de lo segundo como algo otro. Llegar a dicho discernimiento tiene como resultado que el ente pensante y comprensor pase a ser un yo para sí mismo.
A pesar de su aparente simplicidad, el pensamiento yo es un pensamiento complejo que surge cuando el ente consciente racional (humano) se vuelve sobre sí mismo a la vez que dirige su comprensión al resto del ente y se da cuenta de que él es algo otro que los demás entes. Esto hace efectiva la comprensión de sí mismo como yo, a partir de la referencia a sí mismo del ente que comprende. La estructura de esta referencia consiste en que este ente se piensa y se comprende a sí mismo, lo cual necesariamente está unido con pensar o comprender que se piensa y comprende a sí mismo. Además, pensar la referencia a sí mismo va acompañado de pensar y comprender su referencia a lo que no es él, la alteridad, pues ambas referencias se implican recíprocamente, no puede darse una sin la otra, se trata de correlatos. Lo que permite y hace posible al ente pensante humano discernirse de lo que no es él y comprenderse como sí mismo y algo otro que los demás entes es su propio pensar. Y viceversa, no es posible comprender otros entes sin comprenderse a sí mismo, por lo cual no es posible comprender entes en general sin comprenderse a sí mismo como yo.
La posibilidad y actualidad de referirse a sí mismo se basan en la posibilidad de auto comprensión, a su vez fundada en la posibilidad de comprensión de entes en general, la cual es hecha factible por la posibilidad de pensar que tiene el ente que en cada caso es cada uno de nosotros. Comprender-se es un modo del comprender. Lo peculiar del mismo es que el ente comprendido es el propio ente que comprende; su estructura, no obstante, es la misma de todo comprender. La referencia del pensar y el comprender es, pues, doble, así mismo en cuanto tal y a los otros entes en cuanto algo otro. Pensar esa referencia presupone discernir entre sí mismo (el yo) y lo otro.
La forma primera y fundamental del auto comprenderse es comprenderse como yo. Esta es la base de la comprensión de su propio ser individual. Correlativamente, la comprensión de los demás entes como algo otro está en la base de la comprensión de sus loques particulares y de los diferentes loques bajo los cuales caen los entes. Sin que el pensar conciba y por lo tanto el ente pensante comprenda dicha distinción, este no puede pensar ni comprender algo así como yo. Por otra parte, La comprensión de sí mismo y de la alteridad es algo que se da de manera ordinaria, no se trata de una comprensión filosófica, sino común. Además, ella es condición de posibilidad de la comprensión inmediata e indubitable de su existencia que tiene el ente que comprende.
El pensar construye las posibilidades de comprensión correspondientes ya explicadas ser yo y su correlato: ser algo otro que el yo, las dirige hacia los entes y estos las aceptan. El discernimiento en cuestión hace posible comprender-se y conocer-se en tanto ente individual separado de lo que no es sí mismo. No se trata, evidentemente, de que con esto se produzca la división o separación real, sino de que el individuo humano llega a darse cuenta de ella, comprenderla y hasta hacerla objeto de conocimiento. Lo que ocurre tampoco es la construcción mediante el pensar de una separación del resto del ente, ni consiste en la puesta del yo y luego la puesta de lo que no es yo, algo así como à la Fichte. De lo que se trata es del reconocimiento por parte del ente consciente pensante de dicha separación mediante la comprensión de la misma a la cual llega en virtud de su racionalidad. Por otra parte, permítaseme reiterarlo, la comprensión de sí mismo como un yo no incluye el conocimiento de su propia esencia, ni como especie, ni como individuo particular, sino únicamente la comprensión de que existe y que es otro ente que los demás entes, sólo su discernimiento de los demás entes.
El discernimiento de sí mismo llevado a cabo por el pensamiento que da lugar a comprenderse como un yo permite a cada hombre distinguirse de todo lo que no es él mismo. La distinción cardinal, que hace posible diferenciarse del resto de lo que no es sí mismo, es aquella en virtud de la cual se distingue de los entes que conciencia inmediatamente. En tanto la percepción sensible revela entes inmediatamente, es básico diferenciarse de lo que, siendo percibido sensiblemente, no es él mismo. Es a partir de aquello que siente, como modo originario de darse cuenta inmediatamente de existencias individuales, que el ente sentiente, una vez que llega a poseer pensamiento y comprensión, puede y en efecto logra una comprensión de sí mismo como algo otro que el resto de lo que siente. Añádase a ello que discernirse de los entes con sus atributos que son otros que él y de los cuales tiene noticia inmediata es capital para la existencia humana. Esta transcurre entre entes, primero naturales incluidos sus prójimos y luego útiles construidos por él mismo con crecientes grados de complejidad y hasta abstracción. Rodeado por este entorno en el cual se encuentra como echado a existir, el individuo humano vive su vida. Para él, la primera distinción, primordial para comprenderse como un yo, es separarse de los entes sensibles que no son él mismo. Por otro lado, tal distinción es la primera en ser comprendida históricamente, bien sea por cada individuo de la especie o en el haber llegado a ser de la especie misma. Tal es la génesis del pensamiento yo, de acuerdo con lo que hemos puesto de relieve. Solo cuando esto se ha logrado es posible, mediante un concepto de yo constituido, efectuar discernimientos más complejos que se apoyan en el distinguir originario; a saber: discernirse de entes, imaginados o ficticios, de los cuales no hay intuición sensible, de emociones y pasiones, de las facultades y sub facultades de concienciar y comprender, o de pensamientos (los diversos actos de pensamiento, la expresión de los mismos, lo pensado y significado en ellos), también de las emociones y pasiones, de las facultades propias y de las partes de ese ente, así como de sus propios atributos, que en realidad pertenecen al ente que en cada caso es uno mismo, también es posible diferenciarse de las acciones; hasta llegar a discernirse de entes culturales abstractos, como instituciones, creaciones artísticas diversas, diferentes formas del discurso, p. ej., literario, filosófico o científico; asimismo es posible diferenciarse de construcciones y totalidades abstractas, etc., etc. Así pues, el yo, con base en el discernimiento originario respecto de los entes sensibles que lo rodean, puede distinguirse de los demás entes, conocidos inmediatamente o no, cognoscibles o no, reales o imaginarios, y del ser de los entes en sus diversas manifestaciones, incluido su propio ser. El punto de apoyo para todo discernirse de algo otro, ser o ente, es alcanzar una comprensión de sí mismo como yo a partir de diferenciarse de los entes entre los cuales se encuentra echado.
Llegar a ser un yo para sí mismo pasa, pues, por discernirse respecto de los demás entes que son conocidos inmediatamente, esto es, de los entes percibidos. Esto consiste en distinguirse a sí mismo de los demás entes entre los cuales se encuentra, pues así es como estos están dados. Ahora bien, con base en la relación inmediata de estar unos entre los otros que tienen los entes que conciencia inmediatamente, incluido él mismo, tal discernimiento es numérico y consiste en comprender las distinciones numéricas que existen entre los diferentes entes que percibe inmediatamente, en virtud de las cuales se le revela una pluralidad de entes percibidos y cada uno de ellos no es ninguno de los demás; a lo cual se añade comprender que él mismo se distingue de esa manera de los demás entes, o sea, que no es ninguno de ellos. La distinción numérica, que revela entes distintos, es posible en tanto se trata de entes que están unos entre los otros. La relación inmediata fundamental de los entes de estar unos entre los otros da lugar a la coexistencia de lo simultáneo y a la co-existencia o co-presencia de lo sucesivo, las dos maneras fundamentales de estar unos entre otros los entes y sus atributos. En cuanto los entes percibidos están unos entre los otros, a este respecto son independientemente de las diferencias de esencia y/o atributos que haya entre ellos unidades. Son unidades que están juntas, coexisten y están dispuestas en un orden determinado, o determinable, por las relaciones inmediatas concretas de estar unas entre las otras que guardan entre sí. En la pluralidad así conformada de unidades, cada una de ellas es otra que cada una de las demás, numéricamente diferente, en tanto es otro ente. Así se presentan los entes a la percepción sensible, bien sea, que sean reales en sí mismos, bien sea, que sean para una conciencia que los percibe. La situación relativa, derivada de la relación de estar o existir entre, o si se quiere: estar echado entre, determina la diferencia en cuanto al número. Tal situación se da en lo simultáneo y lo sucesivo, de manera que el discernimiento se mantiene a través de la sucesión de estados de los entes que son otros.
Así pues, el discernimiento entre sí mismo y el resto de los entes es en cada caso sólo para quien lo hace y consiste en comprender que como ente es numéricamente distinto que cualquier otro ente que conozca. El ente pensante discierne un ente con el cual se identifica como sí mismo. Hacerlo consiste en, por un lado, el discernimiento numérico de este ente y, por otro, la identificación con el mismo; a saber: darse cuenta y comprender que ese ente es él mismo. Se trata de identificarse consigo mismo con y como uno y el mismo ente y discernirse de cualquier otro ente. Sin esto no es posible decirse a sí mismo yo.
Hasta ahora hemos examinado el discernimiento numérico de un ente (entre los entes) que es en cada caso uno mismo; queda por indagar cómo se da la identificación de sí mismo con ese ente, es decir, consigo mismo. Aquí cabe poner [una vez más] de relieve que la distinción o discernimiento entre el yo y los demás entes requiere que los entes discernidos sean entes comprendidos y conocidos inmediatamente por ese yo, incluido él mismo. Para que ella sea posible, tanto el yo como lo que no es ese yo tienen que estar dados inmediatamente. Lo que no es el yo es conocido inmediatamente mediante la percepción sensible. En tanto es una estancia en el sentido de ente individual auto estante como cualquiera otro de los entes que percibe, el yo también está dado inmediatamente a sí mismo. Esta es, según sugeriremos más adelante, la única manera en que el yo puede ser comprendido inmediatamente para poder ser discernido de los demás entes. Por ahora, está claro que en el mundo de entes en el cual nos encontramos echados no es posible pensarse a sí mismo como un yo sin concebirse a sí mismo como una estancia, un ente individual auto estante entre los otros entes, el cual tiene un cuerpo. Queda pendiente determinar si ese cuerpo es algo constituido por un yo más fundamental, en sí mismo de naturaleza no corporal u objetiva, o si el ente que se dice yo es primordialmente lo que estoy llamando estancia, y no cuerpo ni substancia, para evitar, por un lado, considerarlo como un interior o un subyacente, y, por el otro, como algo que se reduce a un cuerpo o es mero cuerpo.
Esto es lo contenido en la distinción del ente en un yo y lo que no es yo. Ese yo se distingue de los demás entes sólo en que él es otro ente que ellos. Eso y sólo eso es lo allí comprendido y nada más se puede sacer de dicho discernimiento. Tal partición de la totalidad del ente tiene los condicionantes que hemos puesto de relieve. Por su parte, la deducción de ese discernimiento a partir de sus condiciones revela que la distinción entre el yo y el resto del ente es relativa al yo y no es una división absoluta de la totalidad del ente en dos clases completamente heterogéneas de ente, ni da pie a concluir que el ente esté dividido de esa manera. Se trata de una distinción relativa a sí mismo, en tanto el yo se identifica con el ente que discierne, él mismo, pero no incluye una distinción esencial entre yo y no-yo. No se puede concluir del discernimiento del yo respecto de los demás entes, pues no forma parte de su contenido, una distinción de esencia entre dos clases de entes: por un lado el ente racional autoconsciente que conciencia y, por el otro, los entes cuya propiedad esencial es ser concienciados por el primero. Menos puede dar lugar a una división de la totalidad del ente en estas dos clases de ente. Para concluir en esta dirección se requiere algo más, que no está contenido en la comprensión inmediata que tiene cada individuo humano de sí mismo como yo. A saber: que el yo se muestre inmediata y originariamente a sí mismo como conciencia y lo otro que conoce inmediatamente como mero concienciado; o, puesto en otros términos, que lo que se revele inmediatamente sea una distinción de esencia entre una conciencia o un concienciar auto consciente y lo concienciado. Pero esto no está contenido ni se revela inmediatamente en el discernimiento que el yo hace de sí mismo. A partir de la modernidad se piensa que el volverse sobre el yo es volverse sobre sí mismo en tanto conciencia o ente cuya esencia es ser conciencia, o en tanto se es un concienciar, lo cual implica una relación con lo concienciado donde esto es algo otro que la conciencia en cuanto concienciado y cuya esencia queda determinada como la de ser concienciado y, por cierto, como algo distinto, secundario y fundado en el concienciar del ente que lo conciencia. Desde este punto de vista, la relación inmediata fundamental entre el yo y los entes concienciados es otra que la relación simétrica de estar unos entre otros en tanto unidades homogéneas. Ahora, la relación inmediata fundamental entre el yo y los entes por él concienciados es una relación asimétrica entre relacionados heterogéneos. A partir de este momento se piensa que la alteridad entre el yo y lo que percibe inmediatamente se basa en la distinción de esencias heterogéneas pero correlativas, donde una depende de la otra. Desde esta posición, la distinción entre conciencia y concienciado funda la alteridad, que sean otros, y, en consecuencia, el conocimiento de esa distinción funda el discernimiento de sí mismo (como conciencia) respecto de los entes concienciados.
Volvamos ahora nuestra indagación hacia la identificación consigo mismo del ente sensible y pensante humano. Ella consiste en comprender que un ente, al cual ha discernido (numéricamente) de los demás entes, es él mismo. Se trata de identificarse consigo mismo con y como uno y el mismo ente. Considérese la perspectiva del ente que conciencia [sensiblemente], pero aún no se ha dado cuenta de sí mismo como ente auto estante diferente de los demás entes. Si se quiere, de manera no rigurosa, podría decirse que no se ha dado cuenta todavía de su propio cuerpo (por ahora algo así como si fuera una mera conciencia que tampoco se ha dado cuenta de que lo sea). Este ente tiene ante sí un conjunto de entes diferentes, incluido él mismo. Tal ente tiene que comprender esto, lo cual hace a partir de posibilidades de interpretación construidas por él mismo que le permiten pensar como entes y cosas diferentes unas de las otras a los múltiples entes que tiene alrededor, entre los cuales está él mismo en tanto estancia individual. Aquí se trata de la entificación o comprensión como ente de los entes individuales. La siguiente fase hacia el discernimiento, no solo numérico de un ente, sino de sí mismo como yo, consiste en identificarse con uno de estos entes, él mismo, o, de nuevo, si se quiere: con su cuerpo o a partir de su cuerpo, aunque esta es una manera ilustrativa, pero carente de rigor, de aproximarnos al problema, la cual puede conducir a un reduccionismo. Es por medio de su concienciar (autoconsciente) y su comprensión auto compresora, sin todavía identificarse con su propia estancia, con el ente entre los entes que es él mismo, que el hombre llega a diferenciar numéricamente su estancia e identificarse con ella. El punto de partida es el sentir, darse cuenta de que la siente, lo que es lo mismo que sentir-se, comprender que la siente cuando está sintiendo a otros entes y entre ellos a sí mismo. Mediante el pensamiento aplicado a la comprensión de su sentir a los otros entes y a sí mismo, este ente llega a diferenciarse o a reconocer que se diferencia numéricamente de los demás entes y a delimitarse, entificarse en el sentido, no de hacerse ente, sino de comprenderse y, mediante dicha comprensión, reconocerse como ente a sí mismo y, por cierto, reconocerse como ente otro que los demás entes. Parte de esta identificación consigo mismo consiste en delimitar hasta dónde llega el ente que es ese yo, dónde termina y comienzan los otros entes. Esto es posible en tanto el yo es un ente entre otros entes, lo cual hace posible a su vez diferenciar entre un ente y otros que lo rodean. Una vez hecho esto, sigue identificarse con esta estancia y esto es darse cuenta de que es uno mismo.
He aquí lo comprendido cuando se piensa el pensamiento yo. En tanto toda comprensión requiere pensar y todo pensar está dirigido a comprender, la capacidad de comprenderse solo es posible para un ente que piensa y todo ente que piensa puede llegar a comprenderse. En cuanto a la investigación acerca de las condiciones de que el yo tenga certeza absoluta de las tres señaladas verdades referidas a sí mismo, hemos abordado el necesario discernimiento de sí mismo respecto de la alteridad que da lugar a que el ente consciente pensante sea un yo para sí mismo. La comprensión de sí mismo como un yo que mediante dicho discernimiento logra el ente racional pensante está constituida por una doble referencia, a sí mismo como tal y a la comprensión de sí mismo (es decir, que ese ente se comprende a sí mismo, lo cual es no es posible sin la referencia a sí mismo). A esto se suma el correlato de la comprensión de sí mismo como yo, a saber, la doble referencia a la alteridad y su comprensión de la alteridad en cuanto tal (que ese ente comprende lo que no es él mismo, lo cual es no es posible sin la referencia a sí mismo). Este entramado de referencias comprensivas forma parte de las condiciones de que el yo pueda lograr certeza respecto de su propia existencia. Las condiciones del volverse sobre sí mismo son condicionantes de las proposiciones ciertas sobre sí mismo que dan inicio a la modernidad filosófica. A la vez, ellas revelan el carácter relativo al yo y no absoluto de las premisas modernas y dan razones para pensar que las mismas dependen de que el yo sea un ente entre los entes y no algo cuya esencia es concienciar o comprender. Esto a su vez da lugar a dudar que sean primeros principios necesarios de la filosofía.
He argüido que para comprenderse a sí mismo como un yo, el hombre, en especie o individuo, tiene que llegar a discernir un ente de los demás entes e identificarse con ese ente como sí mismo. El discernimiento es llevado a cabo mediante la aplicación en cada ente humano del pensar a la interpretación del sentir y lo sentido y la consiguiente comprensión de ello como un ente entre otros entes también comprendidos. La base de dicha comprensión es la existencia, unos entre otros, de los entes que se le revelan inmediatamente6. Como consecuencia de esta manera de existir el lugar o situación es una determinación relacional básica de cada ente. Por esto, para discernir un ente de los otros hay que comprender lo cual ocurre en cada uno de nosotros de manera vulgar u ordinaria, no filosófica la relación particular con los demás entes de estar entre ellos que es el lugar. Esto contiene la determinación, en el sentido de comprenderla, de la relación del ente con los entes distantes, así como la determinación de su relación respecto de los entes próximos. Es central aquí la determinación de la relación de contigüidad con los entes que están inmediatamente próximos al ente que es discernido de los otros. Discernir un ente de otros requiere comprender sus límites, esto es, donde termina y comienzan los demás entes; pide comprender su lugar y límites, la delimitación de los mismos, desde y hasta donde llegan. La delimitación y consiguiente discernimiento de los entes es realizada por el ente pensante desde afuera a partir de su sentir mediante la vista, tacto, oído, etc., en tanto ello le permite recorrerlos completamente desde afuera, por decirlo así, y comprender sus relaciones de lugar y los límites, constituidos por los otros entes, dentro de los cuales están encerrados. Hay un ente destacado que, siendo también, si bien parcialmente, sentido desde afuera, es asimismo sentido internamente, lo cual sólo ocurre respecto del mismo. Esto hace posible la delimitación de este ente, desde afuera, p. ej., viéndose parcialmente, y desde adentro, sintiendo su interior. Ahora bien, este ente es delimitado no solo desde afuera, envolviéndolo mediante la sensibilidad, lo cual no es posible de manera absoluta, sino desde adentro, mediante un sentir-lo desde adentro y hasta sus límites, allí donde toca o encuentra a los demás entes que lo rodean. Con esto todavía no hay un yo para sí mismo, sino solamente el discernimiento de los entes sentidos unos respecto de los otros, incluido el ente que va a identificarse consigo mismo. Pero ya se asoman las diferencias en el sentir de un ente. A partir de estas diferencias, el ente pensante puede comprender que un ente notorio entre los que siente es sentido de manera diferente a los demás, que ha de ser comprendida como sentir-se por oposición a sentir algo otro, y puede identificarse con ese ente como sí mismo, con lo cual se comprende a sí mismo como un ente otro que los demás. La identificación de un ente como él mismo depende de la comprensión de la diferencia entre sentir otros entes y sentir-se a sí mismo, pero también de la diferencia entre el movimiento de los demás entes, el mover entes otros y su propio mover-se. En esto son esenciales los modos de sentir que dependen del contacto inmediato, primero consigo mismo, pero también con los demás entes. De ellos depende el comprenderse y delimitarse respecto de ellos. El tacto, interno y externo, es primordial, después vienen otros modos de sentir. Sobre la base de estas distinciones, las cuales no puedo desarrollar en el tiempo que me queda, vienen después otras formas de sentir-se que también delimitan y revelan la otredad del yo respecto de los demás entes: el sentimiento de estados de ánimo, emociones, pasiones, y la comprensión de los mismos como formas de sentirse a sí mismo. Posteriormente ocurre la comprensión de las facultades de conciencia y comprensión, incluido el pensar, como una manera de revelarse uno mismo. El resultado de todos estos procesos es la comprensión de sí mismo como yo y como algo otro que todo lo demás.
Una siguiente etapa de investigación habría de negar la posibilidad de que si el hombre no es un ente entre los entes, sino un ente cuya esencia es concienciar o comprender, le sea posible llegar a pensarse como un yo y discernirse de los demás entes. Tal argumentación tiene varios momentos que pueden ser esbozados a modo de conclusión. En primer lugar, el reconocimiento de que incluso las diferentes filosofías modernas tienen que dar cuenta del cuerpo y ofrecer una explicación de cómo tiene lugar un yo empírico asociado de una u otra manera con el cuerpo, si bien a este se lo ve como objeto posibilitado por el sujeto que conoce y por lo tanto algo otro que ese sujeto. Esto es ineludible puesto que la vida concreta del hombre transcurre entre entes, aún si estos son meros objetos y en esas condiciones pensarse como un yo requiere alguna forma de discernimiento de los demás objetos a partir de una identificación con el cuerpo. Después habría que mostrar que el discernimiento del yo fundamental requiere la presencia y consiguiente comprensión inmediata del yo, ahora no de naturaleza corpórea ni como ente entre los entes. Pero la comprensión o conocimiento inmediatos de semejante ente es problemático, bien sea que se lo piense como un ente que tiene la posibilidad, fundada en él, de concienciar, bien sea que se lo iguale al concienciar. Tratar estos asuntos, sin embargo, nos lleva más allá del propósito de estas palabras.
Notas
1 Por lo tanto, hay que determinar qué es lo que ésta revela inmediatamente y los límites de dicho revelar.
2 Por la misma razón, el conocimiento, como tipo del comprender, lo requiere.
3 Del latín intendere.
4 La comprensión de algo puede ser más o menos acabada, puede ser más o menos acertada. No tiene que ser total, completa y definitiva. Con excepción de las definiciones arbitrarias, rara vez lo es.
5 Incluso lo absurdo es comprendido. Hay una comprensión de lo pensado y con base en ella, el pensar llega a pensar que ello es un absurdo, como en las contradicciones, por ejemplo, el círculo cuadrado. Eso es comprendido y solo con base en la comprensión de lo que quiere decir círculo cuadrado pensamos que es contradictorio y absurdo.
6 Respecto de los cuales ocurre el discernimiento originario de sí mismo como yo.