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Gaceta Médica de Caracas

versión impresa ISSN 0367-4762

Gac Méd Caracas v.111 n.2 Caracas abr. 2003

 

Discurso de bienvenida al Dr. Harry Acquatella en el Acto de Recepción a la Academia Nacional de Medicina

Dr. Blas Bruni Celli

Individuo de Número

Señor Presidente de la Academia Nacional de Medicina,

Sres. Académicos,

Profesor Harry Acquatella

Familiares del doctor Acquatella,

Sra. Zulay de Layrisse

Sras. Señores,

Me corresponde esta tarde dar cumplimiento a la muy honrosa misión que me ha encomendado el Señor Presidente de la Academia Nacional de Medicina, cual es la de dar la bienvenida a esta casa al nuevo ocupante del Sillón XVI, el profesor doctor Harry Acquatella.

Con esta acertada y muy afortunada elección la Academia Nacional de Medicina, mantiene el mismo nivel de altísimo prestigio y excelente formación científica que han tenido desde su fundación todos los ocupantes del Sillón XVI. Entre otros, fue honrada esta silla académica en los comienzos del siglo XX nada menos que por Don Rafael Villavicencio, una figura estelar y legendaria de la ciencia en Venezuela, científico de múltiples facetas, cuyo solo nombre llena toda una época de nuestra evolución cultural. En otro momento ocupa el Sillón el Profesor Antonio L. Briceño Rossi, nuestro recordado y muy querido Profesor de Parasitología en el Instituto de Higiene, Presidente de esta Academia en los tiempos de mi ingreso, quien aunaba a su humildad una sólida cultura científica. En 1982 viene a ocupar este Sillón el muy distinguido Profesor Miguel Layrisse y entonces me correspondió el inmerecido honor de haber hecho el Juicio Crítico a su trabajo de incorporación que versó sobre la absorción del hierro de los alimentos. No fue casual este encuentro. Ya entonces me ligaba al doctor Layrisse una antigua amistad que se remontaba a mis tiempos aurorales de estudiante en que me iniciaba en el estudio de la Anatomía Patológica y coincidíamos en el viejo Servicio del Hospital Vargas y allí me correspondió seguir muy de cerca el angustioso conflicto de Miguel en los momentos en que se apartaba de la Anatomía Patológica para dedicarse de lleno a la Hematología, que fue su fecundo campo de trabajo e investigación durante toda su vida. La trayectoria científica de Miguel Layrisse, ya ampliamente reseñada por el recipiendario de hoy, es una de las más sólidas y fecundas que ha tenido Venezuela; a esa devoción de Layrisse por la ciencia se agregaba su extraordinaria calidad humana, su proverbial honestidad y su generosa disposición para enseñar.

Y hoy la Academia enriquece su composición al incorporar en el sillón XVI al Profesor Harry Acquatella, destacado investigador científico, quien ha hecho muy importantes contribuciones al desarrollo de la especialidad de la Cardiología en Venezuela.

Natural de Ciudad Bolívar, donde nació el 4 de septiembre de 1936, obtiene su grado de Médico en nuestra Universidad Central en 1959 y el de Doctor en Ciencias Médicas en 1969. Luego hizo estudios de Posgrado en el Mount Sinai Hospital de Nueva York donde obtiene el grado de Fellow en Cardiología y luego en Londres en el Fulham Hospital de la Escuela de Medicina del Charing Cross, donde alcanza el grado de Fellow en Investigación. En otras oportunidades ha visitado y realizado estudios en la Universidad de California en San Francisco. Durante toda su vida profesional activa, se ha orientado fundamentalmente hacia la docencia universitaria de pre y posgrado, la investigación científica pura y aplicada, y la asistencia hospitalaria, y agregada a estas actividades una intensa y sostenida acción social proyectada en el medio rural venezolano.

En el área de la docencia universitaria ha ocupado todos los rangos del escalafón docente, desde Instructor de Medicina hasta Profesor Titular, simultáneamente con el ejercicio de los respectivos cargos asistenciales en el Hospital Universitario de Caracas. En una saludable e inteligente práctica de la asistencia y la docencia el producto fundamental es la creación de conocimientos nuevos a través de la investigación. Y esta función de investigador científico la ha desarrollado y logrado el profesor Acquatella con una fecundidad impresionante. Entre los años de 1965 a 2002 realizó 53 trabajos científicos fundamentales que fueron publicados en revistas de circulación internacional en su mayor parte en idioma inglés. La temática de los trabajos es muy variada, especialmente en la primera parte de este período, aproximadamente hasta el comienzo de los años ochenta, y aunque fundamentalmente dentro del área cardiovascular, los títulos de las investigaciones tienen que ver con la aplicación en la clínica médica de procedimientos altamente especializados y la observación muy aguda y crítica de conductas clínicas y biológicas. Después de los años ochenta el mayor número de los trabajos se orienta hacia el estudio de la enfermedad que más ha cautivado a la cardiología venezolana: la enfermedad de Chagas. Son múltiples los enfoques que se hacen de esta enfermedad en los trabajos de Acquatella: sus diversas manifestaciones clínicas, sus enigmáticas expresiones morfológicas, su precisa evaluación instrumental, su tratamiento, su extensa distribución geográfica en el territorio nacional, su proteica conducta biológica. Dentro de esta misma línea ha escrito 14 capítulos que se han incorporado en sendos libros editados en equipo y de circulación mundial; capítulos cuyos títulos son muy variados, pero entre los cuales también prevalece el tema de la enfermedad de Chagas. Por supuesto que tampoco puede faltar su contribución a la bibliografía nacional y en el país ha publicado entre 1960 y el momento presente 45 trabajos de investigación, todos sobre la misma temática de la medicina interna y en especial sobre la enfermedad de Chagas. Igualmente ha publicado 15 capítulos en sendos libros escritos en castellano para su circulación en países latinoamericanos, en los cuales también se puede apreciar el predominio del tema preferente de su línea investigativa. Es de hacer notar que la inmensa mayoría de todas las contribuciones publicadas, tanto en el exterior como en Venezuela, han sido hechas con el más claro sentido de la importancia de la colaboración de un buen equipo humano que le da a cada uno de los trabajos seguridad, seriedad, veracidad y utilidad. Entre sus inmediatos colaboradores se cuentan los doctores Franco Catalioti, Luis Augusto Rodríguez-Salas, José Ramón Gómez Mancebo, Vicente Dávalos y Héctor González.

Con tan amplio récord de actividades científicas es lógico que Acquatella haya sido premiado con numerosos galardones, tanto nacionales como internacionales, entre los cuales se destaca el Premio Nacional de Medicina 1979, el premio Anual José Gregorio Hernández, el Premio Jorge Varela de Uruguay y el premio Blaine Brower del American College of Physicians. También ha recibido numerosas condecoraciones. Es igualmente miembro en diferentes categorías de numerosas sociedades científicas nacionales y extranjeras.

El doctor Harry Acquatella está casado con la distinguidísima colega Greta Corrales Leal. En los comienzos de la década de los años cuarenta sus padres se fueron a vivir a El Tocuyo. Su madre doña Mila Leal de Corrales, entonces en la plenitud de su vida y su belleza removía con su contagioso entusiasmo la típica apatía de un pueblo caluroso. Doña Mila sabía de todo y todo lo quería enseñar y se encontró allá con un adolescente que adolecía de todo y todo lo quería aprender. Así fue como, aparte de mis regulares estudios de secundaria, aprendí con doña Mila mecanografía, taquigrafía, ejecución del piano, solfeo, teoría de la música. Aprendí con ella a manejar estos instrumentos que me han sido fundamentales en mi vida. Estoy seguro de que nunca más tendré una ocasión mejor que ésta para hacer públicamente un reconocimiento de inmensa gratitud a doña Mila, la honorable madre política del recipiendario de hoy.

El tema central de su discurso de esta tarde es la revelación de su aproximación a la enfermedad de Chagas y el manejo continuo de los diversos aspectos de su investigación. Como él mismo lo expresa se interesó por esta enfermedad desde sus días de estudiante, y dada su amplia área geográfica de extensión en Venezuela, su elevada morbilidad y el desconocimiento que de ella se tenía de muchos de sus aspectos fundamentales, constituyeron acicate para permanecer explorando tan vasto campo de investigación. Su tesis doctoral titulada "Estudio hemodinámico renal de la enfermedad de Chagas", se inscribe dentro de esta inquietud inicial del doctor Acquatella.

Mi condición de patólogo formado en la década de los años cincuenta me permitió vivir una etapa decisiva en el tema de la cardiopatía chagásica. En la clínica médica de la década de los años cuarenta prevalecía la idea de que las insuficiencias cardíacas por miocarditis eran debidas a factores carenciales o a la influencia indirecta de enfermedades parasitarias que conducían a las carencias. Era hasta entonces el campesino venezolano una víctima de la expoliación por el Necator americano, cuando no un palúdico en cualquiera de sus etapas, o realmente un hambriento, fuere por la pobreza o la ignorancia. Entonces la causa a la cual se echaba manos —la carencia— no era pues una idea descabellada. Como la sífilis era una enfermedad tan proteica, que podía simular todas las cosas, y como veíamos mucho en las autopsias las más diversas manifestaciones de las aortitis sifilíticas, tampoco parecía fuera de lugar poner a la sífilis a jugar un papel importante en la explicación de las cardiopatías con cardiomegalia. A los jóvenes de entonces el tema nos intrigaba, especialmente por que leíamos los trabajos en que José Francisco Torrealba desde San Juan de los Morros y con una sorprendente clarividencia proclamaba que la causa de las miocarditis del campesino venezolano era fundamentalmente producida por la enfermedad de Chagas, ya descrita extensamente en Argentina, Brasil e inclusive en Venezuela. Igualmente el maestro Félix Pifano en la Cátedra de Patología Tropical le daba a la enfermedad un peso fundamental como la causa de las miocardiopatías que con frecuencia veíamos en las mesas de autopsia. Esta prédica al fin contagió a mucha gente, entre ellos a Juan José Puigbó, a Gilberto Morales Rojas y el grupo nuestro de Patología del Hospital Vargas. El tema era motivo de apasionantes discusiones. Un sábado de noviembre de 1950 resolvimos José A. O’Daly, Edmundo Enríquez Cedraro, Luis Carbonell y yo, ir a visitar a José Francisco Torrealba en San Juan de los Morros. Manejaba Luis Carbonell una recién estrenada camioneta marca Ford. Llegamos como a las 10 de la mañana y estaba en el corredor de su casa acostado en una hamaca leyendo un libro que acababa de editarse con el tema de las miocarditis parásito-carenciales. Cuando leyó algunas páginas de la casuística allí expuesta, con su pintoresco lenguaje nos dijo, yo no tengo la menor duda de que esto es enfermedad de Chagas.

José Francisco Torrealba nace en Santa María de Ipire en 1896. Se gradúa de médico en nuestra Universidad Central en 1923. Después de un breve tiempo de ejercicio profesional en Caracas viaja a Alemania donde se interesa por el estudio de las enfermedades tropicales. A su regreso por los años de 1929 va a ejercer como médico rural en Santa María de Ipire. Allí le llama la atención la abundancia del Rhodnius prolixus, que identifica según las descripciones clásicas y relaciona su presencia con la enfermedad de Chagas, endémica en la zona, de la cual describe los primeros casos. Diagnostica el primer caso de la forma aguda de la enfermedad en una niña de 40 días; practica inoculaciones en animales y sistematiza la práctica del xenodiagnóstico. En 1935 por primera vez relaciona de una manera directa un paciente con insuficiencia cardíaca, graves alteraciones del ritmo y xenodiagnóstico positivo. Desde entonces no cesa de publicar sus observaciones. Incorpora multitud de colaboradores a sus exploraciones de campo y se mantiene en permanente comunicación con otros tropicalistas del país, especialmente con el maestro Felix Pifano. Su aguda capacidad de observación y su buena formación científica le permitió darse cuenta muy precozmente de que estábamos frente a un gigantesco problema de salud pública en Venezuela. Incansable hasta el momento de su muerte en 1973 publicó todas sus observaciones epidemiológicas y sus experiencias clínicas sobre esta enfermedad. Entre 1942 y 1962 Torrealba publicó siete fascículos en los cuales están recopilados todos sus trabajos alrededor del tema de la enfermedad de Chagas. Hoy, cuando hemos escuchado los extraordinarios resultados de una investigación de campo realizada con la más seria y rigurosa metodología científica y con las más precisas técnicas, sobre el mismo tema y en cierta forma cumplida bajo la inspiración inmediata de los trabajos de Torrealba, en el Centro de Investigaciones José Francisco Torrealba, fundado, sostenido y regentado por Acquatella, que durante 23 años, desde 1980, ha funcionado en San Juan de los Morros, tenemos que reconocer que nuestro nuevo Académico, con los resultados de esta trabajo, le ha sabido rendir a la memoria de José Francisco Torrealba el más justo y merecido homenaje que por mucho tiempo y desde esta Tribuna le había estado debiendo la medicina nacional.

Entre 1952 a 1956 vino a Venezuela un buen grupo de patólogos alemanes contratados para iniciar los servicios de Anatomía Patológica, en los recién construidos hospitales del Ministerio de Sanidad y Asistencia Social. Eran científicos muy bien preparados que realizaron en Venezuela una excelente labor; pero lamentablemente ellos no tenían ninguna formación de la patología tropical y muy poco nos pudieron ayudar en dilucidar la etiología de esa dolencia del campesino venezolano.

Cuando yo me encargué de la Jefatura del Servicio de Anatomía Patológica del Hospital Vargas en 1956, era entonces Jefe del Servicio de Cardiología Gilberto Morales Rojas, a la vez que Director del Hospital Vargas. Morales Rojas era un convencido de la tesis de la miocarditis chagásica y esto contribuyó a que se me dieran todas las facilidades para montar un departamento de xenodiagnóstico que lo manejó inicialmente Rómulo Lander Hernández y luego José Antonio O’Daly Carbonell; y además se me asignaron varias técnicas histólogas destinadas solamente a hacer cortes de los corazones con miocarditis, pescando entonces en las fibras cardíacas los elusivos nidos de Leishmanias. Posteriormente se nos agregó el Doctor Alberto Maeckel para hacer los estudios serológicos. Trabajamos mucho, almacenamos una inmensa cantidad de información, pero publicamos poco y nuestros trabajos tuvieron escasa proyección por el hecho de que coincide este período con el traslado de las clínicas al Hospital Universitario y la escuela Vargas estaba aún sin consolidarse, en su difícil proceso de formación. Pienso que debería quedar en las manos de nuestro Presidente Juan José Puigbó, quien se ha revelado como un experto historiador de la medicina, escribir una rigurosa y verdadera historia de la enfermedad de Chagas en Venezuela, para aclarar de un modo preciso cómo se llegó a, y cómo se transitó en, esa etapa en que se consolida el concepto de la etiología chagásica de las miocarditis flácidas.

Por supuesto que el panorama cambia definitivamente en la década de los sesenta con motivo de la monumental lucha antimalárica dirigida por Arnoldo Gabaldón, por la cual, al cabo de 25 años de campaña la seropositividad para Chagas baja de 48 % a 15 % en la población adulta y de 18 % a 0,2 % en menores de 10 años. A esto se agregó igualmente un cambio ocurrido en la década de los años sesenta en la distribución geográfica de la población venezolana que pasa de ser predominantemente rural a predominantemente urbana. Aun más, es a partir de los años sesenta cuando el Ministerio de Sanidad y Asistencia Social pone en su política sanitaria un especial énfasis en el cuido del ambiente rural y se dotan adecuadamente las Divisiones de Endemias Rurales, Acueductos Rurales y Vivienda Rural, y se intensifican las campañas del rociado del DDT en las paredes y áreas adyacentes de la vivienda campesina. Este conjunto de situaciones y medidas redujo considerablemente la frecuencia de la enfermedad; pero también contribuyó y mucho el hecho muy importante de que la investigación sobre la enfermedad ganó en profundidad, alcance y eficacia. Los múltiples trabajos de investigación de Juan José Puigbó, Harry Acquatella, Otto Hernández Pieretti, Germán Camejo, Claudia Suárez, José Ramón Gómez-Mancebo, y otros han llevado hoy en día el conocimiento de esta enfermedad a su mayor grado de profundidad y comprensión. Todos sabemos que en la ciencia ningún camino termina, y por supuesto que siempre estarán surgiendo nuevas áreas para la investigación en esta compleja enfermedad.

Señores Académicos,

La Academia Nacional de Medicina está llegando a su edad centenaria. El próximo año de 2004 se cumplirá el primer siglo de su instalación, ocurrida ésta el 11 de junio de 1904. Era entonces Venezuela un país rural en todos los sentidos. Había quedado atrás un siglo de fracasos y pobreza. La guerra de independencia había sido más larga y destructiva de lo que hubiera sido necesario; y entre sus consecuencias funestas estuvo la formación de una casta militar que por su heroísmo en la guerra se sintió dueña del Estado y como ella nunca se pudo unificar, eso fue el germen de un siglo de sangrientas guerras civiles y de una permanente e infecunda inestabilidad económica y política, donde era casi imposible que pudieran germinar las instituciones culturales. Es por ello que nuestras Academias llegan muy tarde y gracias al esfuerzo heroico de un puñado de valientes soñadores. El siglo XX mucho más estable permitió que nuestra Academia hubiese alcanzado un desarrollo cónsono con su misión de mantenerse como una institución vigilante y rectora del apropiado desarrollo de la medicina nacional. Todos hemos de convenir en que ha cumplido su cometido con eficacia y dignidad. Pero hoy tenemos que reconocer y darnos muy bien cuenta que nuestro futuro inmediato nos está presentando un desafío muy superior al que tuvo que afrontar aquella generación fundadora de 1904. En primer lugar la medicina de hoy es totalmente otra y no la podemos ponderar adecuadamente con los mismos instrumentos legales que manejaron los fundadores, pero que inexplicablemente todavía siguen vigentes. Cien años en el tiempo significan distancias astronómicas en el progreso y en los cambios del enfoque particular de cada una de las ramas de la medicina. Si a este desafío ya de por sí importante que ya nos plantearía la perentoria necesidad de actualizar nuestra Institución para manejar adecuadamente la situación intrínseca de la compleja medicina del siglo XXI, se agrega ahora la aterradora amenaza que apunta a la destrucción o mediatización de las instituciones políticas y culturales en las que se fundamenta nuestra vida republicana, entonces, Señores, es hora de que nos sentemos a pensar con toda responsabilidad y objetividad en lo que es necesario hacer para mantener vigente y vigorosa la presencia útil y la debida dignidad de nuestra institución académica. No me cabe la menor duda de que estamos en una encrucijada histórica que va a requerir de la presencia activa de los muchos hombres sensatos que la Institución cuenta entre sus filas, y entre las diversas cosas que nos van a ser necesarias, pienso en alta voz, se deberán incluir algunos, más muchos que pocos, sacrificios heroicos.

La llegada a la Academia de Medicina de un nuevo compañero siempre nos ha alegrado mucho a todos, porque sentimos que cada nueva incorporación constituye una inyección de savia nueva que prolonga en el tiempo la presencia de la Academia y le asegura el relevo necesario para cumplir adecuadamente con sus responsabilidades históricas. Mucho más nos alegramos cuando, como en el caso presente, el nuevo académico trae sus alforjas repletas de buenas intenciones. Doctor Harry Acquatella, Bienvenido. Señores.