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Gaceta Médica de Caracas
versión impresa ISSN 0367-4762
Gac Méd Caracas v.113 n.4 Caracas dic. 2005
La Academia Nacional de Medicina como paradigma de la divulgación del saber. Discurso de recepción como Individuo de Número, Sillón XXVIII
Dr. Luis Ceballos García
Señor Doctor Otto Lima Gómez, Presidente de la Academia Nacional de Medicina; señores académicos miembros de la Junta Directiva; señores académicos ex-presidentes; señoras y señores individuos de número, miembros correspondientes nacionales e invitados de cortesía; señoras y señores.
Agradecimientos
Hoy es un día especial que en el crepúsculo de mi vida tiene tanta trascendencia para mi persona, como la tuvo otro día en la juventud: el de la obtención del título de médico cirujano en la Universidad Central de Venezuela. Esas circunstancias las visualizo actualmente como dos portales - abiertos en momentos existenciales bien distintos para el ejercicio de la humildad, porque no hay profesión más propiciatoria de la internalización de nuestra pequeñez, que este oficio de acompañar a quien sufre por las laceraciones del cuerpo y del alma. Y ahora, la convivencia no competitiva con el saber decantado de los miembros de la Academia, es el mejor moderador de cualquier resquicio de soberbia. Para ser consecuente con esta postura de vida, debo expresar gratitud a todos mis profesores de la Facultad de Medicina, por la silenciosa pero encomiable labor de formadores de galenos y a todos ustedes, señores académicos, como los mejores exponentes de la generosidad en la repartición de la sapiencia acumulada y de las demostraciones de amistad.
Quiero también agradecer a algunos de mis familiares, que en distintos roles fueron ebanistas de esas puertas que Dios, con absoluta generosidad, me permitió franquear. A mis padres, maestros rurales en Villa de Cura, quienes entre otras cosas me enseñaron que la educación y el cultivo de los valores, son los ingredientes fundamentales del crecimiento y la superación. A Luisa Elena, mi esposa, a quien sólo quiero dedicar unas pocas palabras, pero preñadas de significado: refugio cálido, estimulante y confiable. A mis hijos, Luis Guillermo y Jorge Luis, uno de lago y otro de torrente y ambos, de agua clara y nutritiva. A mis hermanos Marta y Rubén.
El sillón XXVIII
Este sillón que, con absoluta humildad pero también con total compromiso de excelencia, ocuparé desde hoy está aún iluminado por la brillantez de mis antecesores: un hombre santo y sabio, dos rectores universitarios y dos defensores del bien colectivo. Los abundantes y excepcionales méritos de cada uno de ellos hacen superfluos los ditirambos y obligante, la apretada síntesis de sus merecimientos (1).
Doctor José Gregorio Hernández
Hombre de Dios, hombre de los sufrientes y mejor hombre de Hipócrates, su tránsito terreno se inició en Isnotú en 1864 y terminó en Caracas en 1919. Estuvo entre los 35 fundadores de la Academia y ocupó este sillón entre 1904 y 1919. Entre sus muchos legados está el de haber fundado las cátedras de histología normal y patológica, fisiología experimental y bacteriología, en la Universidad Central de Venezuela. Al cuerpo inerte del doctor Hernández, el pueblo de Caracas acongojado lo despidió en este mismo paraninfo.
Doctor Salvador Córdoba
Esencialmente un hombre de la cirugía, pero con suficiente amplitud de miras para ejercer con éxito muchas otras actividades, entre ellas, la política como presidente del Estado Sucre en 1936. Fue rector de la Universidad Central de Venezuela entre 1936 y 1937 y presidente de esta Academia entre 1936 y 1938. Nació en Cumaná en 1883 y estuvo como ocupante de este sillón desde 1922 hasta su muerte en 1967.
Doctor José Domingo Leonardi
Otro hombre de la cirugía, con acciones pioneras en el campo de las vías urinarias. Sus méritos docentes le hicieron rector de la Universidad del Zulia por dos períodos consecutivos, entre 1953 y 1957. Nació en Boconó en 1906 y ocupó el sillón XXVIII desde 1968 y hasta su muerte en 1980.
Doctor José Tomás Jiménez Arráiz
Perteneció a la estirpe de los hombres preocupados más por el bien de la comunidad, que por el de los individuos: fue sanitarista, gremialista e historiador médico. Su actuación opositora a Juan Vicente Gómez, desde las aulas universitarias, lo condujo al exilio en 1928. Nació en Cumaná en 1904 y fue numerario del sillón sólo durante un año, el de su muerte, en 1981.
Doctor Abel Mejía Cifuentes
También hombre dedicado a lo social, fue a las universidades de París y de Harvard, en búsqueda del saber necesario para dar mucho a sus compatriotas. Estuvo entre los fundadores de los servicios de seguridad social en Venezuela, creó la Unidad Sanitaria de Maracay y ejerció la docencia en ginecología en la Universidad Central de Venezuela. Nació en Valera en 1912 y fue titular de este sillón desde 1982 y hasta su muerte en 2004.
La Academia Nacional de Medicina como paradigma de la divulgación del saber
La divulgación del conocimiento médico, mediante la palabra escrita y la palabra hablada, tiene en la Academia Nacional de Medicina un bastión inigualable de linaje y de perdurabilidad. La Gaceta Médica de Caracas, publicación con 112 años de vida ininterrumpida, hoy llena de prestigio y de actualidad, es modelo entre las publicaciones médicas venezolanas, con el aval de calidad que representa la indización en LILACS y en BIREME OPS/OMS. El análisis de estos ciento doce volúmenes demuestra la vitalidad, la calidad y el compromiso de los colaboradores. Aunque la categorización de los artículos siempre estará sesgada por la subjetividad del revisor y por las ambivalencias de muchos temas, pudimos establecer con bastante aproximación las características generales de esta ubérrima cosecha, que sintetizamos en estas cifras:
Desde 1893 hasta 2004, se publicaron 6 654 items. De ellos, casi dos tercios correspondieron a artículos científicos y técnicos. El tercio restante cubrió aspectos de ética, filosofía, educación, historia, estadísticas, arte, bibliografía y vida académica.
Este excelente material científico y humanístico fue producto de la acción de 1 670 autores. La devoción de ellos por esta publicación se aprecia en el hecho de que en sólo 108 académicos (seleccionados por tener más de 10 artículos cada uno) recayó la autoría de 4 031 items: el 60,5 % de todo lo publicado (2-5).
Pienso que cuando el Dr. Luis Razetti escribió la nota editorial "A nuestros lectores" en el número 1, del volumen 1 de la Gaceta Médica de Caracas en 1893, su genialidad debió hacerle vislumbrar que esa pequeña piedra inicial podría llegar a ser la inmensa mole de ciencia y humanismo que es hoy nuestra publicación y que es, a la vez, una de las facetas más conspicuas de nuestra Academia Nacional de Medicina.
Por otra parte, los congresos, los foros, las conferencias Razetti y las sesiones ordinarias y extraordinarias de la Academia han sido durante un siglo el escenario para el buen decir, científico y humanístico, de sus miembros y de los invitados nacionales y extranjeros. Los hechos antes mencionados, por una parte, y por la otra un sentimiento de profunda gratitud con nuestros predecesores quienes han sido adalides de la dignificación del habla en esta docta corporación, me facilitaron la elección del tema para el discurso de recepción que pronunciaré ante ustedes y que tiene como única intención la de aportar mis modestas experiencias, a guisa de herramientas elementales, para facilitar la tarea principalmente a quienes ejercen el noble oficio de obreros de la palabra hablada.
La conservación de la vida, como instinto primario de todos los seres humanos, tiene dos componentes reforzadores que actúan constante y sinérgicamente: el aprecio por la salud y la valoración positiva de la seguridad.
Una parte muy importante del respeto que genera la profesión médica en la humanidad se debe a que los genuinos cultores de esta profesión, han sido y siguen siendo los actores principales de grandes acontecimientos universales relativos a logros en cantidad y calidad de vida:
Todas las acciones preventivas que frente al abigarrado universo de riesgos de enfermedades y lesiones accidentales, refuerzan la seguridad individual y colectiva de la especie humana y que han producido, como resultados tangibles, más y mejores años de vida.
Las ideas y los hechos que fomentan la conservación de la salud física, mental y social, vale decir, el ingrediente primario de la felicidad unánimemente ansiada por todos.
Los descubrimientos y las invenciones que promueven la restitución de la salud perdida, mediante la optimización de la medicina curativa, para regresar a la vida plena a muchos de los caídos en la desesperanza de la enfermedad.
Este innegable, apreciado y trascendente papel de la clase médica ha transformado a sus integrantes en los oráculos de sus congéneres. Los médicos son agentes natos de la comunicación, porque tanto el hombre sano y pleno de vida, como el hombre enfermo ansioso de salud buscan en el diálogo con el galeno las respuestas confiables a sus alienantes inquietudes. Éticamente no es admisible el enclaustramiento del conocimiento médico para el beneficio de unos pocos afortunados, porque el saber abierto y generoso ha sido una característica distintiva de los buenos discípulos de Hipócrates. La divulgación del conocimiento tiene un gran sentido altruista en beneficio de la comunidad y en el plano estrictamente personal, es un inagotable recurso de retroalimentación del intelecto y de íntima satisfacción individual.
Estas consideraciones previas destacan la obligación que tienen los galenos de manejar con fluidez, con exactitud y con propiedad muchas herramientas de comunicación en el lenguaje escrito para la redacción de informes de casos clínicos, informes experimentales, revisiones bibliográficas, monografías, ensayos, editoriales y notas clínicas, terapéuticas o técnicas, destinados principalmente a publicaciones periódicas o a libros; pero, también a otros medios informativos dirigidos al público: prensa escrita y páginas web de Internet. En el campo del lenguaje hablado, los médicos son frecuentemente requeridos por sus propios colegas y por universidades, asociaciones, gremios o instituciones de diversa índole para que expongan públicamente sus puntos de vista, experiencias, vivencias o resultados. La conferencia como recurso de disertación pública, con o sin apoyo de recursos gráficos o sonoros, es el instrumento por excelencia para la divulgación del conocimiento y para el intercambio de información.
Los resultados de la activa interacción conferencista / audiencia son influenciados por las cualidades del expositor; por la composición, interrogantes planteadas y motivaciones de los participantes; por las características ambientales del lugar seleccionado, y en mucho, por las características intrínsecas de la conferencia: tema, originalidad del asunto o de la forma de exponerlo, estructuración de los contenidos, satisfacción de las expectativas, presentación, duración y recursos técnicos empleados.
En razón de que la atención humana se dispersa muy prontamente, aun cuando el asunto tratado sea importante y atrayente, se debe poner especial atención a todos los detalles para ofrecer a la audiencia que generosamente nos da parte de su tiempo una información precisa, coherente, breve y fructífera. Estos detalles son la médula de este discurso, en el cual se resaltan las cualidades deseables de una buena disertación. La conferencia debe verse como un todo indivisible, porque la buena o mala comunicabilidad de aquélla es el resultado de la sumatoria de todas sus partes. Sin embargo, por razones didácticas, en esta exposición analizaré separadamente aspectos referentes al conferencista, y a la conferencia misma.
El conferencista
El conferencista está obligado no sólo a informar, sino a optimizar la información. Para cumplir con esta primera premisa es necesaria la actualización frecuente de los textos y de los materiales audiovisuales, la preparación con suficiente antelación y la incorporación de los recursos pedagógicos más modernos. Los beneficios inmediatos de estos procederes se traducen en aprobación de la audiencia, mayor número de intervenciones de los participantes y dinamismo de la fase de discusión.
La segunda premisa reza que la excelencia es, entre otras cosas, el producto de la práctica y del ensayo sistematizados. En los temas científicos o técnicos el conferencista debe eliminar textos e imágenes irrelevantes o de simple relleno y en sentido figurado, debería armarse con una gigantesca tijera para podar lo superfluo, lo redundante o lo innecesario. El ensayo repetido y controlado de la exposición permitirá adecuarla al tiempo estipulado, porque el interés de la audiencia se mantiene en forma inversamente proporcional al tiempo de exposición. El conferencista cuidadoso del tiempo generosamente asignado, genera mucho respeto de sus oyentes.
La brillantez de la exposición es el resultado final de amalgamar la buena dicción, el tono de la voz, el respeto a las reglas gramaticales, el uso adecuado del lenguaje del cuerpo y del método de disertación; pero, por encima de todas las consideraciones anteriores, en un acto de oratoria hay que darle primacía al léxico fluido, porque son las palabras las que permiten nombrar las cosas y darle sentido práctico al pensamiento. El conferencista debe hablar claro, con pausas y con momentos de énfasis, para romper la monotonía, y debe mantener igual intensidad de la voz para la pronunciación de las consonantes finales de las palabras, porque solamente las vocales se pronuncian aun sin nuestra atención. En cuanto al material proyectado, no es permisible ni una sola trasgresión de la ortografía, ningún error de concordancia de género, de número o de tiempo verbal y es imperativo no apelar a extranjerismos innecesarios o porque estén de moda. El lenguaje del cuerpo es tan importante, que el conferencista per se puede ser el argumento más poderoso de la conferencia. La aprobación general de la audiencia generalmente se otorga a quien demuestra entusiasmo y energía cuando expone sus ideas, que sólo apela al humor fino parcamente y con mucho sentido de la oportunidad, que es capaz de gesticular, sonreír, mover las manos, desplazarse en pequeños trechos y hacer contacto visual con todos los participantes alternativamente. Finalmente, es obligación ineludible del conferencista esclarecer el significado de todo el material que se proyecta, privilegiando el comentario y no la lectura de los textos en la pantalla.
La conferencia
Por parcelado que sea el conocimiento, siempre es absolutamente inabarcable para la mente más prodigiosa y esta premisa obliga a que el orador, más que abrumar, llene de claridad el tópico en discusión, aportando pocas ideas básicas pero importantes y motivadoras y dejando espacio para que quepan muchas interrogantes. El conferencista debería cuidarse del pecado de la soberbia, intentando cubrir todo el tema y recurriendo al exceso de citas propias o de otros expertos.
La mente humana privilegia el orden y la razón sobre el caos y la sinrazón e inconsciente e involuntariamente busca las relaciones de dependencia. La mayoría de las presentaciones, en forma muy general, pueden ceñirse a dar respuesta a cuatro grandes interrogantes ¿qué se presenta y por qué se presenta? ¿cómo se hizo? ¿qué se encontró? ¿cuál es el significado y cuáles las aplicaciones de las ideas y hechos discutidos y de los hallazgos?. Las respuestas respectivas llenarán los espacios de la introducción, del método, de los resultados y de las conclusiones, respectivamente.
En nuestra época, en el campo de las comunicaciones, la característica distintiva es la abundancia de recursos sónicos y gráficos estáticos o dinámicos, para acompañar, para complementar o para sustituir a la palabra. Es aceptable, que si se dispone del recurso, se utilice, pero la racionalidad debe ser la norma para moderar la embriaguez que produce la disponibilidad ilimitada de artificios.
En los textos proyectados, que son la columna axial de la presentación, la jerarquización de los asuntos facilita la comprensión rápida de las relaciones y la claridad y la legibilidad deben privar sobre la estética. El complemento indispensable que significa el uso de los cuadros y gráficos estadísticos debe ser concebido con la filosofía de que un solo vistazo baste para apreciar las tendencias que se muestran gráficamente y que la interpretación por la sencillez de presentación sea accesible a todo tipo de audiencia.
El lenguaje icónico cuando se relaciona con los hechos reales a los cuales, ora remplaza ora representa, suele ser más concreto que la palabra. Por eso es recomendable que cada concepto básico se refuerce con una imagen, pero acatando la sentencia popular que reza "es mejor decir mucho con poco que poco con mucho" para poder tener una audiencia no perturbada por la parafernalia de la animación y más concentrada en los contenidos, que en los recursos efectistas en la pantalla.
A modo de conclusión cito a Sir Francis Bacon "La lectura hace a un hombre completo, la escritura un hombre exacto y la disertación, un hombre listo".
REFERENCIAS
1. Puigbó JJ, Briceño-Iragorry L, editores. Centenario de la Academia Nacional de Medicina. Caracas: Editorial Ateproca; 2004. [ Links ]
2. Gaceta Médica de Caracas. Índice Global. Volumen 1 al 100. 1893-1992. [ Links ]
3. Ibid. Índice Global. Volumen 101 al 110. 1993-2002. Volumen 111. Marzo, 2003. [ Links ]
4. Ibid. Índice de Autores. Volumen 111. Nº 4. Oct-Dic 2003. [ Links ]
5. Ibid. Índice de Autores. Volumen 112. Nº 4. Oct-Dic 2004. [ Links ]
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El enigma de la antigua biblioteca de Alejandría
Dr. Fernando Báez*
* Experto internacional en Bibliotecas, Barcelona, España. Conferencia dictada el 24-01-05 en el Auditorio de la Facultad de Humanidades, Universidad Central de Venezuela.
Informe de la Fundación TALVEN
PREFACIO
Conviene advertir que la historia de las bibliotecas está siempre vinculada a la crónica de alguna pérdida o devastación parcial o total, natural o premeditada. Todo parece conspirar contra la memoria del hombre. Las catástrofes naturales, los insectos, los incendios, las inundaciones, las guerras, la indiferencia, las ratas y en particular el hombre mismo. Todo parece haber estado desde siempre en contra de la preservación de la identidad más profunda de los pueblos porque la memoria es un pasaporte de identidad. No debe ignorarse que para los griegos, la memoria era la madre de las nueve musas y se llamaba Mnemósine. La idea era la de que la memoria era madre de las artes. Del término griego al latino el matiz se conserva porque memoria proviene de "memor-oris", que viene a ser el que recuerda y lo más sorprendente es justo que "recuerdo" viene de una palabra latina que significa "volver al corazón", así que la destrucción de la destrucción de la memoria es también un ataque directo al corazón del hombre.
Es interesante observar que las primeras bibliotecas de la humanidad están en rutinas. En Ur y Adab, por ejemplo, hubo dos bibliotecas activas alrededor de los remotos años de 2800-2700 a.c., que sólo se reconocen ahora con dificultad. A saber, sólo permanecen mínimos vestigios de unas cien bibliotecas en toda la región que hoy conocemos como Mesopotamia. Hacia el año 612 a.c., babilonios y medos destruyeron la gran biblioteca de Asurbanipal, que fue la primera biblioteca internacional del mundo.
Alejandro Magno, a pesar de haber sido discípulo de Aristóteles, no desaprovechó la oportunidad de quemar Persépolis en el 331 a.C. Uno de los libros que estaba en ese palacio fue nada menos que el Avesta, un texto con el poder de dar inmortalidad a quienes lo reciban. Más del ochenta por ciento de la literatura y la ciencia egipcia se perdió con la debacle de sus bibliotecas.
El hombre quema libros desde hace 55 siglos, que es la edad que tiene el libro, es decir, se queman libros desde el propio nacimiento de este gran instrumento de la memoria, y todavía en el año 2003 pudimos ver cómo todas las bibliotecas de Irak fueron saqueadas y destruidas y se arruinó un millón de libros. Pero hay algo que en esta historia siniestra sobresale, y es la quema de libros más simbólica de la historia de la humanidad, la quema de la biblioteca de Alejandría. En el oriente y en el Occidente, entre los cristianos y los musulmanes, hay acusaciones de lado y lado sobre el culpable de la destrucción de este gran centro intelectual y ha sido imposible llegar a una conclusión. Desde el siglo XIX, los eruditos han tratado de organizar el gran crucigrama de la organización y estructura de la biblioteca, sin mucha suerte. El carácter polémico, evasivo, y algo cordialmente tedioso del tema ha propiciado decenas de hipótesis. Ante esta situación, como es natural, creo que es imprescindible recuperar el trasfondo de esta historia, que no es meramente la historia de una biblioteca, sino la historia de cómo el hombre afirma su poder a través de la cultura y de cómo la esencia de ese mismo poder puede negar espacios a la pluralidad que le da origen. Muy brevemente, advierto, las páginas que voy a leer sólo intentan dar cuenta de cómo nació y cómo fue arrasada esa gran maravilla que fue la Biblioteca de Alejandría. Lo que trataré de probar es que su destrucción no tuvo un único culpable.
I. Digamos, para comenzar, que el padre intelectual de la biblioteca de Alejandría, llamado Demetrio de Falero, murió asesinado hacia el año 285 a.C., en el bajo Egipto, porque le aplicaron un áspid que le causó una muerte agónica, infame, inmerecida. Al morir, aparentaba más edad de la que tenía, acaso 60 ó 70 años. Fue enterrado sin honores en el distrito de Busiris, cerca de la región de Diospolis, pero en eso no evitó que algunos escritores y filósofos, al enterarse, sintieran mucha pena, pues era un personaje excepcional que misteriosamente había caído en desgracia ante los ojos del nuevo rey, Ptolomeo II Filadelfo, y había sido expulsado inexplicablemente de Alejandría. En honor a la verdad, hay que decir que a partir de su deceso, el destino de la biblioteca, por un sino fatal estuvo sometido a los vaivenes de la política real y de las guerras de conquistas. De aquí la importancia de iniciar esta conferencia con una sinopsis de la vida de Demetrio y sus relaciones con la biblioteca, pues comprender sus acciones es la mejor manera de entender lo que sucedió siglos más tarde.
Debo señalar que sabemos poco de Demetrio de Falero, pero podemos establecer algunos aspectos con cierta precisión. Había nacido en el año 350 ó 360 a.C. en el Puerto de Falero, hijo de Fanóstrato, un esclavo de la casa del general Conón. Fue a Atenas y estudió en el Liceo con el propio Aristóteles. Posteriormente, siguió su educación con Teofrasto. Era bien parecido, y como todos los favorecidos, era autosuficiente, intuitivo y paranoico. Sus buenos discursos y el apoyo de los filósofos peripatéticos, lo llevaron a ser designado líder de la ciudad, en el año 317 a.C., y en este cargo permaneció hasta el año 307 a.C., es decir, diez años.
Durante este tiempo, realizó un censo, redactó leyes, estableció medidas fiscales y constitucionales oportunas que tuvieron una buena acogida. Su fama llegó a tal nivel que se erigieron 300 estatuas en su honor. El año 307 a.C., su gobierno finalizó al caer Atenas ante otro Demetrio, apodado Poliorcetes (sitiador de ciudades). Las estatuas fueron derribadas y se convirtieron en urinarios por el mismo pueblo que lo había exaltado.
Al obtener un salvoconducto, marchó a Tebas, donde vivió desde el año 307 a.C. hasta el 297 a.C. Pasaba los días leyendo y escribiendo. Cuando se convenció de la imposibilidad de retornar del exilio a su querida Atenas, se estableció en Alejandría, aunque no esperaba una ciudad como la que encontró.
Alejandría, llamada así en honor del conquistador Alejandro Magno, había sido creada el año 331 a.C. en el oeste del delta del Nilo, junto al Lago Mareotis, y era obra del arquitecto Dinócares de Rodas, quien decidió darle la forma de una clámide macedónica con una especie de orla. Las calles y la población se dividían en cinco zonas, de acuerdo a las cinco primeras letras del alfabeto griego: alfa, beta, gamma, delta, epsilon. Algunos veían en esos cinco signos un acrónimo en griego: "Alejandro Rey nacido de Dios la fundó". La ciudad tenía un faro de 122 metros de altura. Una de sus calles, la de Canopus, tenía más de 30 metros de ancho. Había tres grandes puertos. En Alejandría convivían egipcios, griegos, judíos y africanos.
Demetrio, deslumbrado, se introdujo en los palacios reales, en el Bruquion. Era el año 306 a.C. y Ptolomeo I Sóter acababa de asumir el reinado en el territorio de Egipto. Hijo de Ptolomeo Lago y de Arsinoe, fue uno de los generales de Alejandro Magno; participó en la marcha a la India y su lealtad, le valió el aprecio del conquistador.
Continuará (Vol 114(1)06)