SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.114 número2La predicción del futuro: desde el oráculo de Delfos hasta la medicina actualLa Gaceta Médica de Caracas, hace 100, 50, 25 años índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

Links relacionados

  • No hay articulos similaresSimilares en SciELO

Compartir


Gaceta Médica de Caracas

versión impresa ISSN 0367-4762

Gac Méd Caracas v.114 n.2 Caracas abr. 2006

 

Palabras del doctor Blas Bruni Celli, en el acto homenaje a los equipos pioneros del rociamiento del DDT en Venezuela y en especial a su director el doctor Arnoldo Gabaldón, el día jueves 2 de febrero de 2006

Es para mí un gran honor participar en este justiciero homenaje que hoy las Academias de Medicina y de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales le rinden al meritorio equipo que hace 60 años inició el rociamiento del DDT en Venezuela, equipo liderizado por la figura señera de un venezolano excepcional: el doctor Arnoldo Gabaldón, quien con una inmensa capacidad organizativa, una tenacidad invencible a toda prueba, y por sobre todo una sabiduría y sólida formación científica, pudo llevar a cabo en Venezuela, en una extensísima área geográfica, la erradicación de una de sus principales y tradicionales dolencias, el paludismo; fue éste un hecho de singular importancia en la historia del país, puesto que cambió definitivamente los ancestrales modelos económicos, sociales y culturales de la Venezuela pobre y sufrida del siglo XIX. La figura de Gabaldón surge igualmente en Venezuela como paradigma de lo que en un momento dado puede hacer la tenacidad, la organización, la disciplina y la entrega sin reservas a una causa noble. Que este homenaje que hoy le rendimos a él y a su denodado equipo que lo acompañó en tan patriótica empresa, sea para los venezolanos de hoy el mejor ejemplo de lo que puede lograrse cuando se trabaja con la vocación de servicio que acompañaba la voluntad de aquellos hombres.

La malaria ha sido conocida desde tiempo inmemorial, pero pasaron muchos siglos antes de que sus causas fueran conocidas. Antiguamente se pensó que los "miasmas" o gases de los pantanos (mal aire = malaria) causaban la enfermedad. Por ello se implantaron algunos tratamientos que fueron efectivos. La infusión de ginghao (Artemesia annua) su usó en China por al menos durante 2000 años y su ingrediente activo la artemisina ha sido identificada recientemente. En el Perú se utilizó la corteza de la Cinchona desde antes del siglo XV y de aquí se aisló su ingrediente activo, la quinina. Igualmente los antiguos, aunque sin conocer el papel de los mosquitos se protegieron de la picadura de estos tanto en el antiguo Egipto como en la Grecia continental. No fue sino hasta 1889 que Laverán descubrió el parásito de la malaria, por lo cual recibió el Premio Nobel de Medicina en 1907; y casi simultáneamente Ronald Ross en 1897 descubrió que un mosquito era el vector del parásito. Estos descubrimientos condujeron a las estrategias de control, lo que culminó con la invención del DDT durante la segunda guerra mundial, que abrió el camino para una noción de posible erradicación de la enfermedad en el mundo, lo cual fue complementado con la sintetización de la cloroquina como una droga altamente eficiente y económica.

Con tales estrategias el paludismo había sido eliminado o al menos controlado en muchas partes del mundo. El profesor José Miguel Avilán Rovira nos ilustrará en cifras concretas cuánto se progresó en Venezuela en la erradicación del mal; al igual que en Venezuela se aplicaron los mismos procedimientos de rociamiento del DDT en otras partes del mundo y se lograron espectaculares cifras de reducción y/o erradicación total. Pero en los últimos años la enfermedad ha resurgido a tal punto de constituir hoy en día un verdadero problema de salud pública en más de 90 países habitados por 2 400 millones de personas, alrededor del 40 % de la población del mundo. Se estima que esta enfermedad es la causa de 500 millones de casos clínicos y que produce la muerte de más de un millón a millón y medio de personas por año. Los niños son los más vulnerables al paludismo y cada 30 segundos muere un niño por malaria en alguna parte del mundo; en particular en África esta enfermedad mata uno de cada 20 niños antes de los 5 años.

Resurgencia de la enfermedad

La enfermedad está resurgiendo en áreas de la cual había sido eliminada y además se está extendiendo a nuevas áreas, especialmente en Asia y en Europa Oriental. Más personas mueren hoy en día por malaria que hace 30 años. A esto contribuye: 1) La resistencia a la cloroquina, que fue un producto muy seguro, efectivo y económico, pero que se ha hecho ya inefectivo en Asia, África y Suramérica. Aparentemente esta resistencia se ha debido a errores de dosificación en la conducción del tratamiento, al suministrar un curso parcial y no total de la droga, por lo cual el parásito desarrolló la resistencia. Lo más grave de esta situación, —que no ocurre con los antibióticos—, es que es más rápida la velocidad con la cual los parásitos se hacen resistentes que el tiempo requerido para el desarrollo de nuevas drogas, que necesita entre 5 a 10 años de experimentación; lo cual hace que debemos prever un terrible momento cuando se llegue a una total resistencia sin alternativas de tratamiento. Ya el problema casi existe en el sudeste asiático y es posible que se extienda a otras áreas endémicas en las próximas décadas. Esta delicada situación hace que inclusive la previsión de la malaria esté amenazada, pues los viajeros que van a zonas maláricas y que toman drogas preventivas, no tienen ninguna garantía de que con eso puedan evitar la enfermedad, siendo las drogas también inefectivas por la resistencia del parásito. El fenómeno de la resistencia a las drogas se ha extendido ya a la malarona, la mefloquina y el halfán, drogas de avanzadas generaciones que habían substituido a la cloroquina. 2) Los mosquitos han desarrollado resistencia a la mayor parte de los insecticidas que se habían utilizado para controlar la enfermedad, y de acuerdo con opiniones autorizadas esto fue debido a la suspensión o disminución de la intensidad de la irrigación por razones presupuestarias. 3) Los cambios demográficos han conducido a que una mayor población se desplace hacia áreas densamente pobladas, de modo que hay un incremento de la transmisión. 4) Los cambios en el ambiente y en el paisaje, tales como construcción de vías de comunicación, la minería incontrolada, la deforestación y los proyectos de irrigación han creado nuevos sitios para la proliferación de transmisores. 5) Las migraciones, los cambios climáticos y la creación de nuevos habitats han contribuido a que gente sin inmunidad natural se exponga a la enfermedad. Esto trae mayor índice de morbilidad y mortalidad. Recientemente se han descrito la así llamada "malaria de aeropuerto": han ocurrido numerosos casos de personas que nunca han salido de Inglaterra y que viven cerca del aeropuerto de Heatrow han adquirido malaria; esto ha ocurrido también en Ámsterdam y en otros grandes aeropuertos del mundo; se asume que mosquitos infectados fueron trasladados en los aviones desde África o Asia y "desembarcados" en los aeropuertos de destino; y (6) también para explicar esta propagación hay que añadir que en muchos países los programas de control se han deteriorado y hasta totalmente abandonados.

Las consecuencias económicas y sociales de esta resurgencia de la malaria son impresionantes. La cuarta parte del ingreso de una familia pobre puede ser absorbido por el costo del tratamiento o de la prevención de la enfermedad. Cada ataque de malaria significa el producto de 12 días de trabajo. La infección puede ser crónica o remitente, conduciendo a un continuo debilitamiento producido por el parásito, con la consiguiente repercusión económica. Debido a la anemia que produce, la malaria ha sido llamada la enfermedad debilitante por excelencia. Las zonas maláricas se empobrecen aún más por que ahuyentan las inversiones y el turismo.

Una situación alarmante es que a pesar de la evidencia de tal resurgimiento de la malaria en extensas áreas en el mundo, en las últimas décadas el control del paludismo se ha descuidado a tal punto que hay una cada vez mayor disminución de los recursos económicos para combatir la enfermedad, ha disminuido la moral del personal dedicado a la lucha antimalárica y lo que pareciera todavía más grave, las compañías farmacéuticas y los gobiernos no han incrementado suficientemente los programas de investigación de la enfermedad para la creación de nuevas drogas. Otras enfermedades, entre ellas el cáncer y el sida, han absorbido mucho la atención de los grandes centros de investigación.

Las últimas cifras que he podido obtener revelan que en 1993 la suma total invertida en investigación en malaria proveniente de fuentes gubernamentales y no gubernamentales fue de 84 millones de dólares. Todos los investigadores están de acuerdo en que la solución sería la producción de una vacuna, pero su elaboración es muy complicada debido a la habilidad del parásito de cambiar su identidad inmunológica y por tanto de ocultarse a la respuesta inmune que se pudiese estimular por una vacuna. El parásito al pasar de persona a persona vía mosquitos asume una "careta" diferente con cada infección, esquivando el sistema inmune de la víctima y en millones de años y en trillones de infecciones ha desarrollado trucos perfectos para acecharnos y encontrarnos cada vez más en total indefensión. No obstante hay en curso numerosas investigaciones en la búsqueda de este objetivo: una vacuna antimalárica. Igualmente se requerirían nuevas drogas, especialmente para las áreas donde es más evidente la resistencia, como en algunos países asiáticos y por supuesto se requiere más investigación epidemiológica de modo que se puedan predecir mejor las epidemias y puedan prepararse mejores planes de contingencia.

El problema de la malaria contiene una sorprendente paradoja que debe hacernos reflexionar y conducirnos en las próximas décadas a enfrentarla como un desafío: conocemos perfectamente bien los parásitos y los más íntimos detalles de su fisiopatología y sus ciclos biológicos; nos son absolutamente familiares los mecanismos de transmisión y expansión de la enfermedad. En verdad, son muy pocas las enfermedades de las cuales sabemos tanto como ocurre con la malaria. Sin embargo es una enfermedad que todavía en un año mata más personas que las que ha matado el sida en 15 años, siendo esta última una enfermedad todavía no totalmente comprendida y de más difícil profilaxia; igualmente mata muchos más niños y adultos que el cáncer, que sigue siendo una enfermedad llena de misterios; es más funesta que la drogadicción, siendo esta última un problema de múltiples complejidades; esto nos conduce claramente a pensar que en el caso de la malaria quizás lo más importante y efectivo es regresar al ejemplo de Arnoldo Gabaldón, o sea la implementación de campañas sabiamente dirigidas, con una utilización precisa y científica de los recursos, dejando de lado las improvisaciones y la clásica y consabida irresponsabilidad de los gobiernos en la promoción del populismo.

Hay una amenaza permanente y por tanto una necesidad urgente de colocar la malaria como una prioridad no sólo en el campo de la investigación científica, sino también entre los objetivos sanitarios de los países en los cuales la enfermedad es endémica. En el caso venezolano se requeriría que se regrese a la antigua reestructuración de la División de Malariología del Ministerio de Salud y ahora con más énfasis en los proyectos de investigación y con asignaciones presupuestarias suficientes para los programas de saneamiento ambiental, educación, prevención y tratamiento. Contra una enfermedad que es endémica en por lo menos 100 países del mundo, hay que saber apelar a las nuevas tendencias en el campo de la salud pública, de tomar acciones multilaterales en las cuales contribuyan todos los países y en especial los más desarrollados. El aislamiento en estos tiempos de fáciles y rápidas comunicaciones es criminal y no se puede pedir que ningún país resuelva unilateralmente un problema como el de la malaria tan complejo y tan extendido en el mundo.

Ahora bien, hay consenso en que muchas cosas se pueden y se deben hacer frente al problema de la malaria. Su control en efecto es difícil, pero no imposible y mucho depende de la cultura del país y de la influencia y de la voluntad de sus organizaciones médicas. Estas serían algunas posibles medidas, aplicables con una buena dosis de buena voluntad, optimismo, mística y vocación de servicio: 1) Si enseñamos al pueblo a evitar la picadura del mosquito, evitando todo estancamiento de agua donde el mosquito pueda crecer; usando juiciosamente insecticidas en los lugares exactos, aplicando telas metálicas en las ventanas, utilizando mosquiteros y plantando árboles "hambrientos de agua" para secar los pantanos, etc. Repartir mosquiteros en áreas endémicas a familias de bajos recursos económicos y enseñar a usarlos adecuadamente, puede ser un programa bastante efectivo, especialmente para la profilaxis en la población infantil. 2) El manejo de la enfermedad. Es un hecho absolutamente comprobado que la enfermedad es menos peligrosa mientras más precozmente se inicie el tratamiento. Por medio de educación y divulgación sanitaria todos los ciudadanos deben aprender a reconocer los primeros síntomas de la enfermedad, especialmente cuando ocurre en niños. Deben establecerse estratégicamente en las áreas de alto riesgo clínicas especializadas en estos tratamientos precoces, dirigidas por médicos verdaderos, que deben actuar con un esquema de tratamiento rigurosamente controlado y bajo la inmediata supervisión de un organismo de salud pública. 3) Incrementar los recursos para el desarrollo de la investigación, especialmente en el desarrollo de estrategias. Según datos suministrados por el Wellcome Trust de Inglaterra, por el precio de un simple bombardero silencioso tipo B-2 americano, se pudiera mantener un programa de investigación hasta el 2034 o un programa global hasta el 2016. Aquí en Venezuela, cuantas cosas pudiéramos hacer con el gasto alegre que a diario se hace en armamento, en cambios de membretes, en dádivas y en otras más cosas más que Uds. muy bien conocen.

Quisiera finalizar estas palabras con una cita del profesor Joshua Lederber, Premio Nobel de Medicina y padre de la genética molecular en uno de sus más recientes artículos publicados en el Journal of the American Medical Asociation: "Tenemos que desarrollar una inteligencia social como última opción para contrarrestar el evolutivo avance del mundo microbiano. Esa inteligencia debe incluir un profundo respeto por los factores ecológicos que incrementan nuestra vulnerabilidad. Estos factores son principalmente, la violenta expansión de nuestra población, con altas densidades de hacinamiento, y lo que es peor, estratificada en injustos estándares económicos, de nutrición, de habitación y de salud pública. Al mismo tiempo tenemos una sin precedentes mezcla de toda clase de gente: un millón de pasajeros cruzan por aire diariamente las fronteras. Difícilmente se podría inventar una fórmula mejor para un coctel explosivo, como ya cruelmente nos lo enseña el problema del sida". Yo agregaría, como ya cruelmente nos lo enseñan estas "enfermedades recurrentes". Frente a las palabras del profesor Lederber, y con respecto a Venezuela, convendría recordar aquella advertencia irónica de hace algunos años en el comienzo de las películas: "cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia".

Sres.

Palabras en el homenaje al Dr. Arnoldo Gabaldón

Sexagésimo aniversario del primer rociamiento

con DDT en Venezuela

Dr. J. M. Avilán Rovira

Después de la excelente panorámica de la situación de la malaria en el mundo, presentada por el doctor Blas Bruni Celli, nos limitaremos a evaluar el impacto de la aplicación del DDT en la salud de los venezolanos.

La historia del inicio del uso del DDT en Venezuela, el 2 de diciembre de 1945, es muy conocida por los relatos de los doctores Archila, Gabaldón, Berti, Guerrero y Levi Borges, por lo cual no la vamos a repetir aquí. Sólo haremos énfasis en que se realizó a los 6 meses del fin de la Segunda Guerra Mundial, que fue cuando se permitió su uso para fines pacíficos y a "tres días después de haber llegado el insecticida al país".

¿Cómo fue eso posible? Por la eficaz organización de la entonces División de Malariología para la época, bajo la experta conducción del doctor Arnoldo Gabaldón. Por los estudios entomológicos de los vectores y epidemiológicos de la malaria, desde su fundación en 1936, así como las provechosas actividades de ingeniería sanitaria y distribución de medicamentos, realizados por personal altamente capacitado y acostumbrado a trabajar en equipo, con motivación y disciplina inigualables en nuestro país, estaban debidamente preparados para aplicar el nuevo instrumento.

Se contaba además con experiencia en la aplicación del piretro, uno de los insecticidas disponibles entonces, como factor de interceptación de la transmisión.

Se explica así la extraordinaria y singular facilidad que tuvo Venezuela para poder desarrollar felizmente, antes que cualquier otro país, una campaña en escala nacional, sin necesidad de seguir el clásico patrón de los ensayos en pequeña escala, que tuvieron que realizarse en otros lugares.

En palabras de Lacenio Guerrero y Levi Borges, "El DDT es pues una simiente que cae en surco abonado". El programa pudo avanzar a ritmo vertiginoso: de la Cuadrilla Nº 1, que roció el rancho de Melecio Castillo y María Pacheco, en Morón, dirigido por Levi Borges, se pasó a 56 cuadrillas en 1948 y a 96 en 1952, alcanzando, entre 1945 y 1984, a un poco más de 24 millones de rociamientos intradomiciliarios.

En efecto, los conocimientos desarrollados y acumulados por el personal de la División, colocaron a nuestros malariólogos e ingenieros en situación pionera. Venezuela poseía los datos más completos referentes a la distribución de la malaria y de las características de sus vectores, que se hubiera recolectado en otro país de Latino América.

Según Benarroch, uno de los que inició los estudios sobre vectores, desde 1928, citado por Archila, "El paludismo puede ser combatido eficazmente si las medidas tomadas se dirigen exclusivamente contra las especies peligrosas, haciendo caso omiso de las que no desempeñan función de importancia en el desarrollo epidémico. Al separar especies transmisoras de las que no lo son, se simplifica el problema, la lucha es más cómoda y sobre todo más barata".

Estos estudios no sólo condujeron al conocimiento de las características bionómicas de las especies transmisoras, que permitieron su identificación, que de las 16 conocidas se aumentaron a 30, algunas de ellas nuevas para la ciencia, como los Anopheles nuñez-tovari, rangeli, benarroch y vargasi, sino su distribución geográfica precisa, así como el conocimiento de sus hábitos, picadores o reposadores, extra o intramurales, de lo que derivó la factibilidad de su interceptación o no con el insecticida.

Los estudios epidemiológicos establecieron la distribución estacional de la malaria y demostraron su periodicidad para quinquenal. El conocimiento de la endemicidad o epidemicidad de su ocurrencia, resultó muy útil para entender las variaciones de los niveles de esplenomegalia y del tiempo para alcanzar la erradicación (el llamado nivel 0).

Se ha reconocido que con la posible excepción de Haití, parece que Venezuela era de las veinte repúblicas latinoamericanas, aquella en donde la enfermedad era más intensa. Según la expresión de Gabaldón "Las áreas libre de malaria representaban manchas semejantes a islas en el mar malárico que era Venezuela".

La zona infectada por la malaria tenía una superficie aproximada de 600 000 Km2, lo que representaba el 65,8 % del territorio nacional, donde se censaron 521 563 viviendas, de las cuales el 70 % eran rurales.

Según Berti, en años epidémicos, la malaria llegó al alcanzar una tasa de 403 por cien mil habitantes. En el quinquenio 1931-1936, la mortalidad representó 164 por cien mil habitantes, o sean unas 7 000 defunciones anuales.

Si a esto se agrega el número de enfermos, estimados en una cifra que variaba desde medio millón a un millón, las pérdidas económicas se calculaban en un mínimo de 200 millones de bolívares. Esto representó unos 60 millones de dólares al cambio del 3,35 de la época. Al cambio actual serían unos 128 400 millones de bolívares.

De acuerdo a las cifras del doctor Gabaldón, en el quinquenio 1941-1945, la tasa promedio fue 109,8 por cien mil habitantes.

Con las cifras de los Anuarios de Epidemiología y Estadística Vital para dichos años, nos fue posible calcular las tasas anuales, las cuales presentaron un descenso entre 126,5 por cien mil, en 1941 a 56,8 por cien mil, en 1945, año a fines del cual se dio comienzo a la aplicación del DDT (Figura 1).

Figura 1. Índices de mortalidad por malaria. Venezuela 1941-1954.

Esto significó un descenso de prácticamente 20 muertes por cada cien mil habitantes por año, logrado fundamentalmente por las obras de ingeniería sanitaria, en su mayoría ejecutadas en las zonas urbanas, tales como diques de tierra, embalses, estaciones de bombeo, sistemas de canales interceptores, dragados de quebradas, acondicionamiento de márgenes de lagunas y movimiento de tierras.

Junto con las obras de ingeniería, también influyeron las medidas antiparasitarias, mediante la distribución gratuita de quinina y luego de metoquina, directamente por los visitadores rurales o indirectamente por otros empleados nacionales, hacendados u otros, en puestos de reparto. En esta forma se llegaron a distribuir más de 800 000 tratamientos anuales. Esta medida no pretendía la erradicación de la enfermedad, como se preconizó en otras partes, sino atacar los parásitos dentro del organismo humano, aliviar a este de la infección, evitando en lo posible la muerte del atacado y disminuyendo los días de la enfermedad.

Después de 1945, con el uso del DDT, las tasas anuales de mortalidad por malaria por cien mil habitantes, descendieron de 51,6 en 1946 a 1,1 en 1954.

Para 1950 la malaria se había erradicado en un área de 132 000 Km2. A los 10 años de iniciada la aplicación del DDT, en 1955, con una tasa de mortalidad de 1 por cien mil habitantes, el área erradicada aumentó a 305 414 Km2.

Como efecto de la disminución de la mortalidad por malaria, descendió la tasa de mortalidad general y aumentó la tasa de natalidad general.

Entre 1939 y 1944, la tasa de mortalidad general varió apenas entre 18,1 y 17,2 por mil habitantes. Es decir, apenas descendió 1 muerte por cada mil habitantes en los 5 años. Pero entre 1945 y 1950, la tasa descendió de 15,3 a 11 por mil habitantes.

Esto representó 1 muerte promedio por mil habitantes por año (Figura 2).

Figura 2. Tasas de mortalidad general. Venezuela 1939-1950.

La disminución de la tasa de mortalidad general se notó tanto en las áreas maláricas como no maláricas, pero fue más intensa en las primeras. Por su elevada proporción sobre la totalidad del país, tuvo un efecto muy importante en la mortalidad general del país.

El decrecimiento indicado afectó más a las tasas de los grupos menores de 20 años en el área malárica, por el descenso concomitante de la mortalidad por gastroenteritis, mientras que en el área no malárica fueron las tasas de los grupos mayores de 20 años.

El descenso de la tasa de mortalidad por gastroenteritis en el área rural, en condiciones inferiores de saneamiento respecto al área urbana, se debió aparentemente al efecto sobre las moscas del rociamiento intradomiciliario del DDT, mientras aquellas no adquirieron resistencia.

La disminución significativa de la mortalidad general por supuesto se tradujo en una elevación de la esperanza de vida al nacer, de 43,2 años en 1941 a 53,9 años en 1950. Es decir se ganó un poco más de 1 año de vida por año.

La tasa de natalidad general que permaneció prácticamente invariable entre 1940 y 1945, aumentó a razón de 1 nacimiento por cada mil habitantes entre 1946 y 1955: de 36,3 a 44,6 (Figura 3).

Figura 3. Tasas de natalidad. Venezuela 1940-1955.

Al descender la mortalidad general y aumentar la natalidad general, hubo un aumento de la población: la tasa de incremento natural por mil habitantes prácticamente se triplicó, de un poco menos de 12 en 1940 alcanzó a 30 en 1950.

Concordamos con el doctor Berti, que la elocuencia de estas cifras no expresa el verdadero bienestar que ocasionó la lucha antimalárica en Venezuela. En efecto, puede apreciarse mejor si se mide por el resurgimiento económico de ciertas áreas rurales que fueron aprovechadas para proyectos agrícolas de envergadura, como sucedió en extensas zonas de los llanos, como en Portuguesa y Cojedes, donde se puso en práctica un plan de fomento arrocero, que habría sido imposible cuando existía la enfermedad.

Al mismo tiempo, fue notable la utilización de áreas rurales próximas a las poblaciones saneadas, como Maracay, Acarigua, Araure y otras, donde se establecieron industrias de diversa índole, tales como textiles y madereras.

El Dr. Lacenio Guerrero, uno de los grandes colaboradores del Dr. Gabaldón, ha expresado que "Venezuela es consecuente defensora del uso del DDT y de su inocuidad". Personalmente me comunicó que para especies no resistentes, en dosis correctamente calculadas, que para fines sanitarios, son mucho menores que para el control de plagas en cultivos agrícolas, no ocurren intoxicaciones humanas y continúa siendo efectivo.

A menudo se cita de Arturo Uslar Pietri, lo que escribió en 1957: "La transformación social y económica que está ocurriendo en nuestro país en el presente no es puramente la consecuencia de la Venezuela con petróleo, sino en gran parte de la Venezuela sin malaria".

Queremos terminar, citando las palabras que traducían la gran preocupación del gran venezolano que fue Arnoldo Gabaldón, en su libro "La Enfermedad Latinoamericana de la Educación Superior" (1982). Evaluando el efecto del uso del DDT con fines sanitarios, que al eliminar la malaria, produjo una gran demanda de servicios de salud, educación, vivienda, consumo de alimentos y problemas de convivencia en general, para los cuales el país no parecía estar preparado para satisfacer y ofrecer soluciones, expresó: "Por tal motivo principié a pensar que al haber suprimido ese obstáculo con la ayuda de un grupo de hombres excepcionales, cuyas vidas ejemplares deben constituir orgullo para cualquier pueblo, la educación de esos nuevos habitantes era un elemento fundamental para impedir que el beneficio súbitamente conseguido pudiera transformarse en grave mal".

Nos llama sinceramente a reflexionar, que culminara diciendo: "En efecto, creo que es preferible para un país continuar con grandes territorios despoblados antes que verlos llenos de huestes incultas seguidoras de caudillos ignaros de la peor especie".

Señores!

Homenaje al doctor Arnoldo Gabaldón con motivo de haberse cumplido el pasado 2 de diciembre de 2005

60 años del primer rociamiento con DDT efectuado en Venezuela

Dr. José M. Carrillo

Me siento muy honrado al cumplir la tarea que me han encomendado los presidentes de las Academias Nacional de Medicina y de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales de llevar la palabra en este acto solemne que han convenido celebrar con motivo de haberse cumplido el pasado 2 de diciembre, sesenta años del primer rociamiento con DDT que se hizo en Venezuela. Desean así las mencionadas corporaciones académicas hacer un justo reconocimiento a la labor llevada a cabo por el equipo de sanitaristas que hizo posible erradicar la malaria del territorio nacional y a la vez, rendir homenaje al hombre que tuvo a su cargo el comando de ese equipo.

La malaria fue una de las dolencias más antiguamente conocidas por la humanidad. Llegó a América después del descubrimiento, en las primeras décadas del siglo XVI, importada por grupos procedentes de África, en donde era endémica según se desprende de estudios epidemiológicos y de la distribución de anofelinos realizados en el continente. Desde el siglo XVII se reportan episodios epidémicos en Venezuela, cabiendo destacar que en todo ese tiempo y hasta la primera década del siglo XX, ninguna acción gubernamental concreta con carácter de lucha contra la enfermedad, fue emprendida.

Fue en 1926, después de la firma de un convenio con la Fundación Rockefeller, cuando los doctores Rolla B. Hill y Elías Benarroch iniciaron estudios importantes sobre la enfermedad. Entonces se identificaron y clasificaron 16 especies de anofelinos existentes en el país y se realizaron observaciones sobre infección de insectos vectores por parásitos maláricos.

En el mes de junio de 1936 el Congreso Nacional promulga la Ley de Defensa contra el paludismo la cual dispone el establecimiento, en el recién creado Ministerio de Sanidad y Asistencia Social, de una Dirección Especial de Malariología y la creación de una Escuela de Expertos Malariólogos.

Para dirigir esa Dirección fue llamado el doctor Arnoldo Gabaldón, quien había nacido en la ciudad de Trujillo en marzo de 1909 y recibido allí su educación básica; luego hizo sus estudios de medicina en la Universidad Central de Venezuela obteniendo el título de doctor en Ciencias Médicas el año 1930. En su época de estudiante había trabajado en el Laboratorio de Bacteriología y Parasitología de la Oficina Central de Sanidad Nacional que dirigía el doctor Enrique Tejera, quien le sirvió de guía en los primeros estudios sobre los protozoos que allí llevó a cabo. En 1931 viaja a Alemania a tomar un curso de malariología en el Instituto de Enfermedades Navales y Tropicales de Hamburgo obteniendo el certificado correspondiente para pasar después a Roma a estudiar los trabajos antipalúdicos de la Estación Experimental de Lucha Antimalárica que allí se realizan. Regresa en 1932 siendo entonces nombrado Médico de Sanidad del Estado Apure comenzando así a investigar la enfermedad en su propio medio.

Con beca en la Fundación Rockefeller inicia el año 1933 estudios de posgrado en la Universidad de Johns Hopkins que culmina en 1935 al obtener el grado de Doctor en Higiene, pasando después al Instituto Rockefeller en Nueva York a hacer una pasantía. Allí a comienzos de 1936, recibe del General Eleazar López Contreras invitación para incorporarse al servicio sanitario del nuevo gobierno y el 30 de julio de aquel año es designado Director de la Dirección Especial de Malariología la cual debía enfrentar el más grave problema sanitario del país ya que la malaria afectaba a un tercio de su población y ocasionaba cerca de siete mil muertes al año cuando Venezuela contaba con 3 millones de habitantes, produciendo además pérdidas estimadas entonces en un 20 % del ingreso nacional.

De inmediato se comienza en la Escuela de Expertos Malariólogos dirigida por el doctor Alberto J. Fernández el entrenamiento del personal de técnicos necesario y se envía a un grupo de ingenieros y médicos a la Zona del Canal de Panamá y a Costa Rica a observar obras de ingeniería antimalárica y cumplir programas de adiestramiento previamente establecidos y quienes, a su regreso, pasan a dirigir las oficinas de las zonas en las cuales se había dividido el país, para después, junto con otros profesionales más, ser enviados a las mejores universidades de Estados Unidos a realizar cursos de perfeccionamiento profesional.

En dichas oficinas zonales llamadas Estaciones de Malariología se hacen encuestas epidemiológicas e investigaciones entomológicas. También se realizan observaciones meteorológicas; se proyectan los canales de drenaje utilizados para eliminar criaderos de anofelinos y se realizan otras importantes obras de ingeniería antimalárica en 30 localidades de las zonas más afectadas por el paludismo. Así en los 5 primeros años de existencia ya comenzaron a vislumbrarse los éxitos de la campaña: la población de Venezuela que en 1936 era un poco más de 3 millones de habitantes y su expectativa de vida de 38 años, llega a 3 850 000 habitantes en 1941 alcanzando la expectativa de vida a 43 años. Todo ello debido a la disminución de la incidencia de la enfermedad en las áreas palúdicas, como consecuencia de las medidas aplicadas.

En esta etapa de actividad febril pudo consolidarse el equipo multidisciplinario necesario para atender el problema malárico. Es justo hacer aquí un reconocimiento a este grupo pionero entre los que se encontraban: Arturo Luis Berti, primer profesional no médico interesado en trabajar contra la malaria, según palabras del mismo Gabaldón; Alberto J. Fernández, Salvador José Carrillo, Gerardo González, Pablo Anduze, Pablo Cova García, Mario Montesinos, Luis Wannoni Lander, Rafael de León Álvarez, Antonio Gómez Marcano, Miguel Nieto Caicedo, Lacenio Guerrero, quienes contaban con el decidido y eficaz apoyo de Miguel Suárez, Levy Borges, Gregorio Ulloa y otros a quienes la memoria y la brevedad nos dificulta mencionar, a más del personal de campo y de oficina.

Cuando en abril de 1944 el doctor Arnoldo Gabaldón asistiera a la V Conferencia Panamericana de Directores Nacionales de Salud en Estados Unidos y fuera entonces invitado a dictar una serie de conferencias en universidades del sur de ese país, tuvo noticias de la existencia del DDT producto de fórmula secreta que, sólo para fines militares, estaba usando el ejército norteamericano y dando magníficos resultados en la lucha contra la malaria en el Pacífico. No obstante, Venezuela hizo su primer pedido en febrero de 1945 lográndose que, después de una larga tramitación, la División de Malariología como después fue llamada la primitiva Dirección Especial de Malariología, recibiera en el mes de noviembre de ese año una cantidad suficiente para el rociamiento de un pueblo. Fue así como el 2 de diciembre de 1945, Día Panamericano de la Salud, a sólo seis meses de terminada la Segunda Guerra Mundial, se hizo el primer rociamiento con DDT en Venezuela en Morón, estado Carabobo, siendo también el primero que, con fines civiles, se hacía en el mundo.

En vista de los favorables resultados observados, de inmediato se procedió a sentar las bases para la campaña: se aplicaron procedimientos que poco a poco fueron adaptándose a las nuevas necesidades y se ajustaron a las nuevas técnicas los equipos que venían utilizándose. Con la experiencia adquirida se logró conformar una eficaz tecnología para el uso del DDT que luego, recomendada por la Organización Mundial de la Salud, se ha venido aplicando en aquellos países que llevan a cabo campañas antimaláricas en el mundo. Es la única tecnología que ha podido exportar Venezuela.

Los resultados obtenidos fueron sorprendentes: para 1950, a los 5 años de haberse comenzado a usar el DDT, la población del país llegaba a más de 5 millones de habitantes y su expectativa de vida a 54 años. El área originalmente malárica de 600 000 km2 se había venido reduciendo desde comienzos de aquel mismo año 1950 y para 1961, cuando la Organización Mundial de la Salud certifica un área de malaria erradicada de 408 000 km2, la mayor lograda en la zona tropical del planeta, la población del país llegaba a 7 500 000 habitantes, la esperanza de vida a 66 años y la tasa de mortalidad por malaria que en 1936 era de 164/100 000 habitantes se había reducido a cero.

Así quedaba demostrada la clara visión de la problemática de la higiene del medio que tenía aquel eximio ambientalista llamado Arnoldo Gabaldón, cuando insistentemente proclamaba que con el control de los riesgos ambientales basales de origen biótico y físico propios del ambiente en donde el hombre habita, y de los adicionales que la actividad del hombre mismo engendra, podría asegurársele al venezolano un ambiente salubre y agradable para el pleno disfrute de la vida y apropiado para el cabal desarrollo de sus actividades.

Aún en la actualidad los cultivadores del regateo han pretendido empañar con sus críticas el éxito de esta campaña aduciendo que su resultado fue debido solamente al prodigio del DDT y que al aplicar el insecticida se acababa la malaria en Venezuela, a sabiendas de que "en el país existía una organización y un equipo de hombres, que supieron interpretar un curioso fenómeno epidemiológico y tuvieron la capacidad de llevar de casa en casa aquel producto que iba a reducir y luego a interrumpir la transmisión de la enfermedad". Por ello, en este caso, cabe aplicar el comentario que hacía Luis Beltrán Guerrero cuando se refería a una situación de mezquindades similar: "En Venezuela es difícil hacerse perdonar un talento y una acción... Aquí, donde todo se perdona, no se perdona la grandeza".

En 1948, a petición de Gabaldón, se asignó a la División de Malariología la campaña contra el Aedes Aegypti, vector del dengue y de la fiebre amarilla y aquel mismo año se comenzó a recabar información sobre la distribución del Rhodnius prolixus, transmisor de la enfermedad de Chagas, y a poner en práctica las primeras medidas de control; como investigación colateral, se iniciaron los primeros ensayos de la vivienda rural. Las dos campañas acusaron después, exitosos resultados.

El año 1959 Gabaldón fue designado Ministro de Sanidad y Asistencia Social. Como gran conocedor del estado de la salud de país, comenzó su gestión consciente de que la situación sanitaria nacional precisaba más extensión que profundidad y que era necesario obtener resultados tangibles que fueran estadísticamente mensurables.

De inmediato comenzó por mejorar la atención hospitalaria y regularizar el envío de insumos a los centros asistenciales y asimismo, dio un gran impulso a los programas de medicina preventiva. Creó la Dirección de Malariología y Saneamiento Ambiental al unir la División de Malariología con la División de Ingeniería Sanitaria, encargada del saneamiento urbano, dando así igual jerarquía dentro del Ministerio a las acciones de saneamiento del medio que a las asignadas a la prevención y restitución de la salud.

A la nueva Dirección le fue confiado el Programa de Vivienda Rural el cual entre 1958 y 1998 logró construir más de 434 000 casas rurales, y el de Acueductos Rurales que en el mismo período suministró agua potable a 6 400 localidades sirviendo una población cercana a 1 375 000 habitantes. En el medio urbano recibieron también un gran impulso los programas de saneamiento ambiental así como los de control de las helmintiasis y de la esquistosomiasis en las áreas rurales.

Gabaldón se había propuesto para su gestión ministerial alcanzar medio año de aumento en la esperanza de vida por cada año de trabajo. En la Memoria del Despacho correspondiente al año 1963 pudo decir con satisfacción que la esperanza de vida que en 1958 era de 63,1, se elevó a 66,4 años en 1962 "...lo que equivale a 10 meses por año de trabajo". Demostración fehaciente de una exitosa labor ministerial.

Terminada su gestión en el Ministerio, pasó a ser Asesor de la Dirección de Malariología y Saneamiento Ambiental. Va a la Universidad de Columbia en donde, entre otras actividades, escribe su libro Una Política Sanitaria, que, en dos volúmenes, fue publicado por el Ministerio de Sanidad y Asistencia Social en 1965, pasando a ser desde entonces, consulta obligada para quienes laboran en el campo de la administración sanitaria.

De regreso a Venezuela en 1966, es requerido como asesor en programas de erradicación de malaria en Ceylán y Papúa y Nueva Guinea y en 1968 pasa a regentar la Cátedra Simón Bolívar en la Universidad de Cambridge, Inglaterra. El año 1972 se incorporó como Individuo de Número de la Academia Nacional de Medicina a la cual pertenecía como Miembro Correspondiente Nacional desde 1942, y ese mismo año es nombrado Miembro Honorario del Colegio de Ingenieros de Venezuela.

El 1º de enero de 1973 se jubiló del Despacho de Sanidad a los 64 años de edad y 45 de servicios prestados. Luego, se encargó ad honórem del Laboratorio para Estudios sobre Malaria, adscrito al Instituto Nacional de Higiene de la Universidad Central de Venezuela. Allí se dedicó a investigar sobre malaria aviaria, habiéndolo llevado sus investigaciones al descubrimiento de una especie nueva de plasmodio encontrada en pavos domésticos a la cual dio el nombre de Plasmodium (Haemamoeba tejerai), en honor de su maestro el doctor Enrique Tejera.

Es imposible reseñar en tan corto espacio la extensa obra de Gabaldón. Ya desde muy joven, en 1928, comenzó a publicar sus trabajos científicos. Luego en castellano, inglés, francés y alemán cubrió con extensión, diversos asuntos relacionados con malariología, saneamiento ambiental, ciencias médicas y biológicas, salud pública, administración sanitaria, educación, temas sociales y culturales y de divulgación científica, los cuales tuvieron cabida en revistas, periódicos, libros y folletos, alcanzando su bibliografía a un poco más de 1 300 títulos.

El interés y la preocupación por la formación y el adiestramiento del personal, acompañó a Gabaldón toda su vida. El año 1936 en aquella Escuela de Expertos Malariólogos después llamada Escuela de Malariología, comenzó a preparar el personal medio y auxiliar necesario. Creó cursos por correspondencia para inspectores de campo y mediante una publicación mensual mimeografiada denominada "Tijeretazos sobre malaria" hacía llegar, a todo el personal la traducción de artículos sobre malaria aparecidos en las mejores revistas especializadas.

El 2 de octubre de 1944 se inauguró el Primer Curso Internacional de Malariología en cuya organización tomó parte muy activa; desde entonces se han dictado 60 de estos cursos que han seguido la mayor parte de los jefes de las campañas antimalárica de América y otros continentes. Hasta que le fue posible, dictó en estos cursos la materia epidemiología y estadística.

Cuando fue ministro firmó convenios de cooperación con las principales universidades nacionales y el despacho otorgó cerca de 1 900 becas al personal universitario que allí laboraba. En 1983 salió publicado su libro titulado "La Enfermedad Latinoamericana de la Educación Superior", en el cual se refiere entre otros aspectos de importancia, a la desproporción entre la matrícula de la educación primaria y secundaria y la universitaria y las altas tasas de deserción y repitiencia en nuestras universidades.

Jamás Arnoldo Gabaldón albergó en su alma odios, resentimientos o rencores. Exigía a sus empleados el fiel cumplimiento de sus obligaciones, pero por ser el primero en cumplir, podía exigir cumplimiento; pregonaba con insistencia que la constancia, la exactitud y el interés en el trabajo debía ser la norma en el desempeño de las labores asignadas a cada quien. Todos sus empleados tenían acceso a él y siempre procuró que todos se conocieran, que sintieran la organización como suya, estimando indispensable, que la consideración, la estimación y la lealtad con el compañero debían siempre regir el trato entre los integrantes de aquel equipo, que supo hacerlo compacto y que siempre dio muestras de un espíritu de cuerpo indeclinable.

Perteneció a muy importantes corporaciones científicas. Asistió a gran número de congresos, reuniones y comités de expertos y fue asesor de programas de lucha antimalárica en distintos países del mundo. En 1985 se incorporó como Individuo de Número de la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales a la cual pertenecía como Miembro Correspondiente Nacional desde 1944. Como reconocimiento a su incomparable labor, fue distinguido con las más honrosas designaciones, condecoraciones y premios, tanto en Venezuela como en el exterior. Las universidades de Brasil, en Río de Janeiro, y las de Los Andes, de Oriente y Simón Bolívar, en Venezuela, le confirieron el Doctorado Honoris Causa y la del Zulia lo designó Profesor Honorario.

Después de una vida sin descanso dedicada al engrandecimiento de Venezuela a la que siempre quiso hacer tan grande como lo fueron sus ideales y de la magnitud de su pasión venezolanista, Arnoldo Gabaldón falleció en Caracas el 1º de septiembre de 1990.

Señoras y señores

Permítaseme hacer algunas reflexiones: atravesamos tiempos difíciles. Atónitos contemplamos cómo se dilapida la riqueza nacional, cómo la corrupción campea en todos los ámbitos y cómo las obras de infraestructura se desmoronan una tras otra. La educación que se imparte está dirigida al adoctrinamiento y no al cultivo del espíritu. Se busca desvirtuar la universalidad de la ciencia, implantar una ciencia doméstica y una tecnología de calle, así como masificar las universidades en detrimento de la excelencia. En el campo de la salud pública el deterioro es notorio: los hospitales se encuentran en extremo desabastecidos y la consulta médica está en manos de seudoprofesionales traídos de otros países. La poca atención que las autoridades sanitarias han venido prestando a los programas de saneamiento ambiental ha traído el repunte de enfermedades que por largo tiempo habían estado bajo control, bastando sólo con señalar que el pasado año 2005 se registraron en el país casi 40 000 casos de dengue y 45 328 casos de malaria con el agravante de haberse reinfectado áreas de malaria erradicada. El déficit habitacional alcanza 1 600 000 viviendas mientras la productividad descrece y la pobreza aumenta.

El país clama por una dirigencia que asuma de inmediato su reconstrucción. Precisa de una gerencia de avanzada; de hombres con un claro sentido de sus deberes para con la patria y para consigo mismo; de hombres que con fe e idealismo acometan sus tareas, sin que las dificultades los arredre, de hombres en fin, cuyo paradigma sea el venezolano de excepción a quien hoy rendimos homenaje.

Muchas gracias.