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Interciencia

versión impresa ISSN 0378-1844

INCI v.32 n.4 Caracas abr. 2007

 

MÁS ALLÁ DE OPINAR

Entre nosotros, solo un tercio de los hombres y mujeres que se supone hacen ciencia terminan llevando los resultados de su quehacer investigativo a publicaciones calificadas; es decir, uno de cada tres investigadores informa adecuadamente sus logros. La labor de llevar ese conocimiento al público lego o divulgar la ciencia, ha recaído tradicionalmente sobre los hombros de los periodistas. Opinar y criticar son los otros dos elementos del proceso que comienza con informar y divulgar para conformar así el virtuoso circuito comunicacional.

Opinar sobre hechos de ciencia conlleva su análisis y ubicación dentro de un cuerpo doctrinal de conocimiento, mientras que aquellos hechos que muestran un quehacer intelectual trascendental en atención a su universalidad e intemporalidad son el sujeto de la crítica y juzgados a la luz de los valores innatos del ser humano como su bondad o belleza. Contrariamente a la especialización profesional que se requiere para informar o divulgar verazmente, todos nos sentimos libres de opinar o criticar sobre cualquier asunto.

Traemos a colación estas consideraciones después de meditar las reacciones que ha causado en Venezuela un artículo de opinión del físico y matemático Claudio Mendoza, publicado por un diario de circulación nacional y en el cual crítica a la política sobre energía nuclear que adelanta el gobierno de Venezuela (www.asovac.org.ve/bitacora/?p.34). Hubo quienes vieron en ese texto una excelente explicación de las complejidades y contradicciones que conlleva el desarrollo de la energía nuclear y la cuasi-inevitable tentación de emplearlo como una herramienta del máximo poder. Para muchos lo escrito fue la oportuna llamada de atención de un pacifista, preocupado por la ligereza con que le pareciera que se está manejando un delicadísimo asunto en el que el país no tiene mayor experticia. Asunto preocupante ya que el menor desliz del más insignificante poseedor de algún artefacto nuclear bastaría para borrar de la faz de la tierra a la humanidad entera.

Otros interpretaron el mismo texto como una manipulación de la información motivada por una desquiciada oposición al gobierno. Cuestionan la irresponsabilidad de que se diga que Venezuela pudiera estar contemplando membresía en el club nuclear, ya que ese hecho no se ha comprobado pero que como información nos podría ganar la ira del gigante del norte; un poder que cuando se siente amenazado por armas de destrucción masiva, no se detiene en honrar tecnicismos tales como asegurarse de la veracidad de la inteligencia que maneja.

Las consecuencias del artículo de opinión de Claudio Mendoza fueron que la institución académica para la que trabaja, un ente gubernamental, lo sometió al escarnio público al descalificarlo profesionalmente y más recientemente retirarle la jefatura del laboratorio donde se ha desempeñado con gran lustre durante las últimas décadas. Para rematar la faena, voceros políticos han pedido juicios por traición a la patria para él, así como para todos quienes han manifestado apoyo a su cruzada o rechazado la criminalización de su escrito.

Interciencia, como tantas otras veces, se hace eco de la defensa de la libertad de expresión y aboga por el respeto a las opiniones y creencias de todos. No basta con que un poder sostenga que la mejor prueba de la libertad de expresión en sus dominios la representa la publicación de escritos como el de Claudio Mendoza. Ello simplemente podría sugerir que no se practica la censura previa pero, tomando en cuenta las consecuencias que le acarreó lo escrito, es muy difícil no concluir que la libertad de expresión en Venezuela está coaccionada.

En ese orden de ideas, sea buena la oportunidad para hacer un llamado de alerta ante la muy entendible reacción de optar por el silencio y, así, evitar ser sancionado por opinar o criticar. En la medida en que un gobierno fuerce a sus ciudadanos a mantenerse al margen de materias controversiales, ellos terminarán por aislarse y retirarse de la vida en sociedad. Las consecuencias de esta actitud están más que recogidas en la historia donde sobran los ejemplos de las tragedias que conlleva atropellar la libertad de expresión.

Opinar sobre la libertad de cátedra, paradigmas, éxitos, fracasos, desilusiones y esperanzas, en otras palabras, de lo humano y lo divino en ciencia, es la mejor garantía de que nuestras sociedades comprendan lo que hacemos mientras que, para los investigadores, es el medio más idóneo para conocer lo que esas sociedades quieren, necesitan y esperan de nosotros. El reto está en el respeto mutuo que nos debemos y que pasa por no abusar del poder temporal para avasallar o callar conciencias que reclaman el bien común, aunque no nos parezca así.

Jaime Requena

Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales Caracas, Venezuela