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Letras

versión impresa ISSN 0459-1283

Letras v.47 n.70 Caracas jun. 2005

 

La balsa de piedra José Saramago, (A Jangada de Pedra, Trad. Basilio Losada) Madrid: Alfaguara, 1999; 412 páginas

Alí  E.  Rondón (UPEL – IPC)

La primera vez que leí a Saramago no fue precisamente por sus escritos literarios.  No había tenido aún el placer de internarme en las páginas de El año de la muerte de Ricardo Reis, Manual de pintura y caligrafía, Casi un objeto, Alzado del suelo, Historia del cerco de Lisboa, Memorial del convento, El Evangelio según Jesucristo, Ensayo sobre la ceguera, Todos los nombres, El equipaje del viajero, viaje a Portugal ni el diario Cuadernos de Lanzarote.   La ocasión surgió por una entrevista que le hiciera Edmundo Bracho desde la redacción de Feriado a finales de los 90.  Como Bracho no habla portugués y el autor lusitano  -a juzgar por lo evidenciado en el fax- no es muy fluido en español, la conversación ameritaba cierta traducción y dado que el entonces director del magazine dominical de El Nacional sabía de mi experiencia como traductor y actor de doblajes en los dramáticos de TV Globo, me pidió que leyera el texto para enmendar cualquier gazapo lingüístico.  Quedé gratamente impresionado por la musicalidad verbal de Saramago.  Hay algo muy fluido y espontáneo en su prosa que a ratos nos recuerda a Balzac y a Dickens, por citar apenas un par de novelistas extranjeros consagrados a nivel universal.  Y es que Saramago es precisamente eso; es un autor versado en la vida y el mundo.  En sus declaraciones convergen lo sagrado y lo profano; se intercambian tradición y modernidad pues Saramago moja su pluma en el tintero de lo vivencial.  Difícilmente nos suena hueco, intrascendente o fraudulento como tanto narrador de pacotilla promocionado en vitrinas de librerías de moda.  A diferencia de esos bluffs Saramago habla con voz propia sin descuidar este matiz o aquella inflexión.  No abusa de la sinonimia o del refranero popular, lo cual no significa que el proverbio ideal no esté allí en la punta de la lengua listo para saltar a la página por si acaso.

Pero vayamos a lo que nos ocupa hoy.  Acabo de leer La balsa de piedra y coincido plenamente con lo expuesto por quienes reseñan la obra en la contraportada del volumen editado por Alfaguara:

“La balsa de piedra parte de un audaz planteamiento narrativo. Una grieta abierta espontáneamente a lo largo de los Pirineos provoca la separación del continente europeo de toda la Península  Ibérica, transformándola en una gran isla flotante, moviéndose sin remos ni velas ni hélices en dirección al sur del mundo, camino de una utopía nueva: el encuentro cultural de los pueblos peninsulares con los pueblos del otro lado del Atlántico, desafiando así el dominio sofocante que los Estados Unidos de la América del Norte vienen ejerciendo en aquellos parajes”

 Saramago nos ofrece todo lo anecdotario disfrazado de novela cuya agudeza pinta magistralmente los vuelcos absurdos de la realidad.  Entrecruza situaciones del más variado espectro y que traen de cabeza hace algún tiempo a la propia unión europea, lucha contra la pobreza, reducción de la violencia, integración regional, inserción en la economía global, migraciones internas, respeto a los derechos humanos, reconciliación nacional, protección del medio ambiente, etc.  Todo ello sin sacrificar el despliegue de sensualidad y erotismo que arroja a personajes como la viuda María Guavaira a los brazos de Joaquin Sassa. 

“Durante unos minutos se le cerraron los ojos, cuando los abrió vio que Jaquin Sassa se había  despertado, sintió la dureza de su cuerpo, y jadeando de ansiedad, se abrió a él, no gritó, pero lloró riendo, y el día se hizo claridad. De lo que dijeron no vale la pena levantar un registro indiscreto, ponga cada quién lo que pueda, intente sacar de su imaginación, lo más probable es que no acierte, incluso pareciendo tan limitado el vocabulario del amor”.

Pero las travesuras de Saramago no terminan allí, no.  Más allá de su burla al infame desempeño de los gobiernos de emergencia nacional y cómo éstos superan notablemente en torpeza, ineptitud e incapacidad a los regímenes democráticos del mundo occidental, el novelista se da el lujo de poner en jaque al racionalismo y a la ciencia cuando éstas se enfrentan a la poesía.

“No faltará por ahí, nunca faltó, quien afirme que los poetas, realmente, no son indispensables, y yo pregunto qué sería de todos nosotros si no viniera la poesía a ayudarnos a comprender cuán poca claridad tienen las cosas que llamamos claras.  Hasta este momento, cuando ya van escritas tantas páginas, la materia narrativa ha quedado reducida a la descripción de un viaje oceánico, aunque no del todo banal, e incluso en este dramático instante en que la península tomaba su camino, ahora hacia el sur, al mismo tiempo que sigue rodando alrededor de su imaginario eje;  ciertamente no sabríamos rebasar y enriquecer el simple enunciado de los hechos si no viniera en nuestra ayuda la inspiración de aquel poeta portugués que comparó la revolución y descenso de la península a un niño que, en el vientre de su madre, da la primera voltereta de su vida.  El símil es magnífico, aunque tengamos que censurar  en él la sumisión a las  tentaciones del antropomorfismo, que todo lo ve y juzga en relación obligatoria con el hombre, como si, de hecho, la naturaleza  no tuviera más cosa que  hacer que pensar en nosotros...  Probablemente, el vacío no puede ser llenado por nosotros, y eso a lo que llamamos sentido no pasará de ser un conjunto fugaz de imágenes que en cierto  momento parecen armoniosas, o en las que la  inteligencia, presa del pánico, intentó poner razón, orden, coherencia”.

Podríamos seguir enumerando las virtudes de La balsa de piedra por las alusiones  a La Odisea, Platero y yo entre otras joyas de la Literatura Universal  -creímos identificar algunos guiños a Twain, Melville, Stevenson y Conrad, sin olvidar a Thomas Mann, Antonio Machado, Paulo Coelho o Los pájaros de Alfred Hitchcock, por cierto- pero nos basta con esa metáfora de que Europa toda debería trasladarse hacia el sur para expiar tantos siglos de pillaje, saqueo y rapacidad comercial en nombre de esa inmundicia llamada política.