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Letras

versión impresa ISSN 0459-1283

Letras v.47 n.71 Caracas dic. 2005

 

Novela e historia

José  Cruz (UPEL-IPC) 

Resumen 

La historia y la literatura (específicamente la narrativa) comparten la esencia diegética. Se trata de manifestaciones textuales con estrategias comunicativas semejantes. Incluso históricamente, en ciertos casos una y otra se han confundido al punto de no saber, el lector, ante cuál de las dos se encuentra. La ficción, la verosimilitud, lo real y documentable son los elementos en cuestión por cuanto definen qué es historiografía y qué puede insertarse en el ámbito de la literatura. Ya Aristóteles se preocupó por esto en la Poética. Luego mucho se ha discutido. En las últimas décadas del siglo pasado en Latinoamérica algunos autores desataron polémica al restar importancia a los registros históricos (por la manipulación interesada de tales registros por parte de las esferas que detentan el poder) y atribuían a la literatura la facultad de reconstruir el pasado. Así, la utilidad de la literatura se expande más allá de los parámetros establecidos tradicionalmente.

Palabras clave: verosimilitud, verdad, historia, literatura, narrativa

Novel and history

Abstract

History and Literature (specifically narrative) share a diegetic essence. Both represent textual manifestations with similar communicative strategies. Even historically, some cases have been confused to the extent to which the reader may not know whether they are dealing with History or with Literature. Fiction, credibility, the real and the recordable are the key elements, since they define what historiography is and, also, what can be inserted within the scope of Literature. Since Aristotle’s Poetics, some concern on this topic has been shown. During the last decades of the XX century in Latin-America, some authors generated polemic discussion as they disregarded the importance of historic records (due to the manipulation of such records on the part of groups that exercised power) and conferred the faculty for reconstructing the past to Literature. In this way, the usefulness of Literature has been expanded beyond the traditionally established parameters.

Key words: credibility, truth, history, literature, narrative

Roman  et histoire

Résumé

L’histoire et la littérature (spécifiquement la narrative) partagent l’essence diégétique. Il s’agit de manifestations textuelles qui encadrent des stratégies communicatives semblables. Même historiquement, dans certains cas, elles ont été difficiles à dissocier  c’est pourquoi le lecteur a parfois du mal à les différencier. La fiction, la vraisemblance, le réel et le  documentaire sont les affaires en question étant donné qu’ils établissent ce qui est historiographie et ce qui peut être inséré dans le domaine de la littérature. C’est aspect a déjà été    étudié par Aristote dans La poétique. Après cela, on en a beaucoup débattu. Pendant les dernières décennies du siècle passé, en Amérique latine, quelques auteurs ont soulevé des controverses pour avoir ôté l’importance aux registres historiques (dû à leur manipulation de la part des groupes qui détiennent le pouvoir) en attribuant à la littérature la faculté de reconstruire le passé. Ainsi, l’utilité de la littérature s’étend au – delà des paramètres traditionnellement établis.

Mots clé : vraisemblance, vérité, histoire, littérature, narrative

Recepción: 22-10-2004  Evaluación: 29-03-2005

Recepción de la versión definitiva: 01-04-2005

... temo que en aquella historia que dicen

que anda impresa de mis hazañas, si por

ventura ha sido su autor algún sabio mi

enemigo, habrá puesto unas cosas por

                                                          otras, mezclando una verdad con mil

mentiras ... El Quijote, II, 8

INTRODUCCIÓN

Al final de su novela El siglo de las luces, Alejo Carpentier incluye un apartado titulado: «Acerca de la historicidad de Victor Hugues». En él, el autor expone el carácter «real» y documentable de uno de los personajes principales de su célebre novela:

...su acción hipostática ... nos ofrece la imagen de un personaje extraordinario, que establece en su propio comportamiento, una dramática dicotomía.  De ahí que el autor haya creído interesante revelar la existencia de ese ignorado personaje histórico en una novela que abarcara, a la vez, todo el ámbito del Caribe ... (1984, p.318).

Conoce así el lector que este personaje -y otros tantos de la novela- fue de carne y hueso. Tal hecho no es una novedad en la literatura. La historia ha sido de continuo algo más que una fuente de inspiración. Los hechos «verdaderos» han proporcionado a la literatura abundantes referencias que fueron aprovechadas de distinta manera. Desde las grandes epopeyas hasta la novela moderna, el contenido histórico ha estado presente en una gran número de obras. También sucede lo contrario: la literatura aporta datos históricos. Por ejemplo, a propósito de una biografía de Miguel de Cervantes dice Martín de Riquer que ciertos datos pueden ser extraídos en ... “los relatos del propio escritor  insertados en la Galatea, el Quijote y el Persiles y a sus comedias Los tratos de Argel y Los baños de Argel...” pero enseguida advierte: ... “aunque en estas versiones literarias no hay que buscar un rigor adecuado a los hechos, sino la perfecta captación del ambiente argelino y del espíritu de los españoles cautivos” (2000, p. xx). Es decir, los datos aportados por estos textos no pueden ser considerados exactos desde la perspectiva de la ciencia histórica. Son significativos en tanto trasladan al lector un mundo, una circunstancia, un “espíritu” que, sin duda, plasmará esa situación específica de la vida de Cervantes. Lo importante es destacar, desde ya, que aún tratándose de dos disciplinas distintas ambas se relacionan: la historia busca datos en la literatura para documentar el pasado lo más objetivamente posible; y ésta, por su parte, los busca en la historia para reelaborar estéticamente unas circunstancias determinadas. Sin embargo, este intercambio es posible porque hay entre una y otra una base común.

Hubo períodos cuando la historiografía, propiamente dicha, no se diferenciaba claramente de la literatura. Casos en los que hacer literatura era, de algún modo, hacer historia y viceversa. En España los cronistas medievales a menudo tomaron los cantares de gesta como fuente histórica. Del mismo modo, (como lo señaló Menéndez Pidal, 1975) el romancero fue a menudo un importante surtidor de información para los historiadores españoles aún después de la reconquista.

En el caso de Latinoamérica la práctica literaria y la práctica historiográfica a menudo se han mezclado en una especie de sincretismo con varios resultados -las Crónicas de Indias serían una muestra básica de esto. Las relaciones entre una y otra disciplina han generado lo que puede llamarse una especie de invasión de ámbitos de competencia. Sobre todo la literatura ha reclamado para sí, derechos que se han asignado a la historia. Ciertos sectores intelectuales han cuestionado los recursos de la historia para reconstruir el pasado y han vindicado el poder de la literatura para develar ese pasado de una manera más satisfactoria. Aunque no de manera exclusiva, esto se ha puesto de manifiesto en Latinoamérica donde mucha de la historia que se consume proviene de otros centros de poder.

En este artículo se exponen algunas precisiones teóricas en torno a la historia y a la literatura, así como a la relación entre ambas. También se plantea la visión particular de algunos escritores y críticos literarios en cuanto consideran la literatura como un sucedáneo de la historia canónica.

I. Como es sabido, la separación teórica entre la palabra histórica y la palabra literaria la plantea Aristóteles. La historia –sostiene el filósofo en su Poética- cuenta lo que pasó, usa la palabra para referir hechos, en el entendido de que se toman por verídicos. En cambio la Poesía es universal, sus referentes no son hechos consumados sino potenciales. La Poesía no reproduce lo que acontece en la realidad sino que aborda sus parámetros para imitarla, para crear una nueva realidad a partir del lenguaje. Por ello es que para él lo universal es lo verosímil (eikós). Así, la ficción literaria es la puesta en práctica de esta imitación.

La mimesis representa mundos con base en la verosimilitud, esto es, referentes que parecen verdaderos aunque sean en esencia ficción. De tal manera la historia supone el tratamiento de contenidos «reales», acontecimientos que en realidad sucedieron en algún momento. En cambio, la literatura (o la literatura narrativa de ficción como se precisará adelante) atiende a contenidos que son fruto de la creatividad del escritor y, por lo tanto, son ficticios; es decir «no reales, no verdaderos». Esto podría resumirse en el hecho de que la literatura “inventa” sus referentes tomando como base los parámetros que le ofrece la realidad; en tanto que a la historia no le es dado inventar sino referir sucesos tal y como sucedieron. Es decir, la historia no imita sino que reseña eventos.

Al lado de esta mimesis hay que considerar la diégesis. Para Aristóteles, la primera tendería sobre todo a la representación escénica, es decir el Drama (Tragedia, Comedia), mientras que ... “sea en prosa o en verso, diégesis significa cuento, relato minucioso, historia pormenorizada” (Millán, 2003). Por lo tanto, la narrativa es eminentemente diegética. Por lo que el relato histórico, aun cuando no tiene un carácter mimético, si es diegético.   En tal sentido, Gerard Genette (1988) asevera que la historia es diégesis y no mimesis; y agrega que esta (la historia) admite el ethos  e inclusive la hipotiposis, más no el pathos,  que es propio de la literatura.  Precisar una distinción es importante para evitar confusiones.

La literatura tiene sus orígenes en el lenguaje y las posibilidades del lenguaje, ... El cosmos es un hecho, aun el tenue cosmos  en el neuma del Idealista. La historia y lo histórico se originan en los hechos –hechos que dependen del lenguaje y de las posibilidades del lenguaje para su concreción. En esa medida el hecho historiado es poética discursiva, es decir tropos. Para nuestra civilización y su inexorable dependencia de la palabra escrita, literatura e historia conjugan y conjuegan (sic) en el ámbito de la escritura (Kadir, 1984, p. 297).

Ciertamente, lo histórico y lo literario se hacen patentes casi exclusivamente a través de la escritura. La historiografía es, precisamente, la escritura de la historia. Se hace, sin embargo, la salvedad de que puede existir una historia transmitida oralmente y lo mismo ocurre con la literatura. Ambas inclusive pueden sustentarse en otros soportes distintos al verbal, como las imágenes o la representación gestual, por ejemplo.  Pero es la escritura el instrumento fundamental de expresión en estas dos disciplinas. Este hecho ha tenido como consecuencia que en ambas  ostenten rasgos análogos a pesar de su distinta función social y cultural.

 No obstante, hablar de escritura es muy general si se quiere mostrar las diferencias entre la historia y la literatura, prácticamente todo el conocimiento formal está escrito. ¿De qué tipo de escritura se habla, entonces? Lo que las relaciona es un tipo de escritura ya mencionado: la escritura narrativa, es decir diegética. Por lo que la historia se relaciona no con la literatura en general, sino con un género literario específico: la narrativa. Y narrar es algo tan común y cotidiano que en ocasiones su función en un contexto se extravía. Ya se observó que en algunas oportunidades la épica fue tomada como un índice histórico. Y no es de dudar que una de las intenciones de los juglares, al menos inicialmente, fuera la de ofrecer a su público episodios históricos. Pero en ciertos períodos se confundieron las finalidades del narrar y lo que se tuvo en un momento dado por «historia», devino en un relato que, más que informar  ajustado a determinados hechos, terminó por convertirse en un entretenimiento. El apego a los sucesos, acabó siendo menos importante que el hecho de relatarlos y de mantener la atención de la audiencia. Sin embargo, los avances en la obtención y manejo del conocimiento han cambiado la práctica historiográfica. Con el desarrollo de un rigor en el pensamiento y la comprensión del hombre y de su realidad, la historia  se ha especializado, lo cual destaca su distinción de la narrativa literaria.

II. “El  historiador no es un coleccionista ni un esteta: no le interesan la belleza ni la singularidad. Sólo le interesa la verdad” (Veyne, 1994, p. 19). Relatar la «verdad» marca el prestigio de un historiador, y es este el objetivo más difundido. Sin embargo, la irrupción de la imaginación en la relación de los acontecimientos es uno de los más viejos problemas que ha enfrentado la historia. Ya el mismo Tucídides (460 – 425 a.C) señalaba las necesidades de objetividad que se requerían. Lo ficticio y lo falso siempre han asediado esta disciplina, ya sea por la invención del propio autor o por la ilegitimidad de sus fuentes. El afán de exactitud en los hechos narrados es una de las aspiraciones de la historia moderna.  Con la proximidad del movimiento renacentista la escritura de la historia  fue separándose de las narraciones literarias. La historia quiso ser exacta,  ser ciencia en la medida en que su rigor metodológico acercara sus procedimientos a los de otras áreas del saber. En el siglo XIX Leopold von Ranke, uno de los padres de la historia moderna, señaló la necesidad de estudiar con atención los documentos para desentrañar los hechos pretéritos con fidelidad. Se sabe que esto es acaso imposible puesto que los acontecimientos al pasar por el tamiz del historiador se refractan:

Especular acerca de la distancia que media siempre entre lo vivido y lo narrado, llevaría simplemente a comprobar que Waterloo no fue lo mismo para un veterano que para un mariscal; que esa batalla puede contarse en primera o en tercera persona;  que podemos considerarla como batalla, como victoria inglesa o como derrota francesa; que podemos insinuar desde el principio cuál será su final o bien aparentar que lo vamos descubriendo. Tales especulaciones pueden suscitar experiencias estéticas gratificantes que para el historiador significan el descubrimiento de un límite. (Veyne, op. cit., p.14)

Tal límite es el que exige una percepción más objetiva, pero también más rígida. Hoy día los procedimientos que sigue la investigación histórica quieren ser tan exactos como se pueda. Esto supone una adhesión a los acontecimientos aunque nunca podrá ser enteramente fiel.  Michel de Certau (1985, p. 24) sostiene, por ejemplo, que en todo trabajo historiográfico verdadero ... “el pasado nos resulta ficción del presente...”. A esta altura conviene indicar que se puede distinguir entre una ficción literaria  y una ficción histórica. La diferencia entre ambas residiría en la intencionalidad de quien escribe. Mientras la primera se atiene a requerimientos estéticos más o menos definidos, la segunda está orientada  a maravillar a un lector,  no sólo con una intención estética, sino en procura de retribuciones de índole social e  incluso moral. Bernal Díaz del Castillo es un buen ejemplo: ... “puesto que los hubo muy esforzados, a mí tenían en la cuenta dellos, y el más antiguo de todos, y digo otra vez que yo, yo y yo, dígolo tantas veces que soy el más antiguo y lo he servido como muy buen soldado a Su Majestad ...” (Romero, 1993),  el asunto es que, como se ve, el cronista desea que su relato sirva para enaltecer de algún modo su persona con varios fines, en el caso de Bernal Díaz del Castillo para sostener las prebendas otorgadas por la Corona, así como el reconocimiento de su sociedad.

Recomponer el pasado a través de la escritura deforma los sucesos porque es imposible instaurarlos, ante el receptor, exactamente tal como acontecieron. El proceso de reconstrucción que adelanta el historiador adolece del hecho mismo, es apenas eso: una reconstrucción, un reflejo formado de palabras que no pueden restaurar en todos sus aspectos lo acontecido. De algún modo se trata de la reinvención del pasado, lo cual da cabida a mu-chos elementos que contaminan lo historiado. Esta contaminación ha dado pie a equívocos históricos, pero también ha sido clave en el desarrollo de una literatura basada en la historia –lo cual se analizará luego. Lo cierto es que tal posibilidad existe gracias a un rasgo inherente a la práctica historiográfica, su carácter fragmentario.

Claude Lévy-Strauss observó dicha fragmentariedad: ... “La historia es un  conjunto discontinuo, formado de dominios históricos ...” (2003, p. 34). El historiador se ve en la necesidad de elegir de los documentos que maneja, aquello que considere más pertinente para su labor. La selección de unos hechos en detrimento de otros, además de la forzosa ignorancia de aspectos del suceso, genera la fragmentariedad. Normalmente, quien hace historiografía no cuenta sino con datos que debe articular en una versión de lo que pasó, jamás podrá contar con un devenir conexo análogo a la «realidad». Este hecho tiene un efecto sumamente importante: da la oportunidad al historiador de manipular el relato de lo sucedido, porque, además, el lector generalmente tampoco ha tenido acceso directo a los hechos. Otra vez, un ejemplo clásico es el de los cronistas de Indias, quienes a menudo no titubearon para incluir, en sus reportes «históricos», elementos que no podían surgir sino de su imaginación. Con respecto a lo que ellos contaban, dice González Echeverría: “No se trata de heroicas hazañas que confieren honra y renombre a cortesanos, ni conquistan la mano de esquivas doncellas ..., sino de heroicas hazañas que granjeaban oficios y prebendas en la efervescente sociedad de la época (1984, p. 151). Se han revisado las motivaciones políticas, culturales y sociales de esta  práctica, pero lo  que interesa desatacar aquí es la maleabilidad del recurso histórico para analizar el pasado de acuerdo con  las condiciones personales del historiador.

Para algunos autores esto no ha cambiado sustancialmente. El afán por controlar el conocimiento ha hecho de la historia un instrumento de dominación y poder. De modo que hacer historia es, en un sentido, presentar una perspectiva, un cariz más o menos deformado de acuerdo con los intereses del historiador o de las instituciones que representa. De Certau sostiene que a la historia no le importa una  ...“verdad’ oculta que sea preciso encontrar, se constituye en un símbolo por la relación que existe  entre un nuevo espacio entresacado del tiempo y un modus operandi que fabrica ‘guiones’ capaces de organizar un discurso que sea hoy comprensible -a esto se le llama propiamente ‘hacer historia’ (op. cit., p. 20). Es, pues, fácil entender el valor de la historia para controlar la percepción que tiene el individuo del pasado, lo cual, sin duda, incide en su propio presente. Es necesario advertir que este no es el caso de la literatura, cuya funcionalidad hay que buscarla en un rango estético que plantea un conocimiento distinto al de la historia, aunque adelante se verá como se intenta darle una función distinta dentro de la sociedad, sobre todo en Latinoamérica.

III.Podría decirse que de los géneros narrativos la novela es la que ha invadido con mayor acierto y éxito los códigos manejados por la historia. Ha acometido desde muy diversas perspectivas las propiedades de la disciplina histórica con motivaciones que en ocasiones se han tenido por estéticas, como se apuntó arriba. Se trata no tan sólo  de la utilización de referentes históricos (lo cual dejaría el intento en un plano exclusivamente referencial, esto es, en el plano de la historia, que se opone al del discurso de acuerdo con la terminología propuesta por Tzvetan Todorov (2003, p. 167) sino de la asunción de estrategias discursivas propias de dicho quehacer. Por ejemplo, una tercera persona narrativa que jamás se comporta como un  personaje y que, más que un narrador de relatos, se presenta como un riguroso repetidor de hechos observados, tal cual si fuera un «historiador». Esto deja una impresión de objetividad, requisito indispensable de la historia si quiere el rango de «ciencia»:

El novelar y el historiar son equivalencias del tramar, es decir, de decisión poética. En la consumación de su forma y geometría, entonces, novela e historia son artefactos que se consumen, cada una en sí y entre sí recíprocamente: la novela valiéndose del hecho histórico, la historia de la tramatización lingüística.  (Kadir, op cit.,p. 298)

Conviene insistir en que no se pueden colocar la novela y la historia en un mismo nivel descriptivo por cuanto la primera es un género, una subdivisión de la literatura. La historia es una disciplina en sí. Que una intente abordar los códigos de la otra no implica una relación mutua: la tramatización lingüística de la historia no le viene de la novela sino del hecho narrativo que es mucho más general y que, según se ha determinado, es una de las variantes discursivas básicas que emplea el hombre para establecer comunicación. La importancia de la narración es tal que para algunos constituye la base de toda comunicación humana. Inclusive, en vista del nivel de importancia que ostenta el discurso narrativo, se ha llegado a plantear la premisa ... “de que lo narrativo esté sujeto en el ser  humano a la misma especificidad que  la investigación lingüística le ha a tribuido a la facultad del lenguaje” (Barrera, 2000, p. 16). En consecuencia, podría decirse que la palabra en plan narrativo reviste tanta importancia como la activación del lenguaje verbal mismo. Aun cuando esto es muy discutible, ciertamente no se puede negar la preponderancia que lo narrativo tiene en el sistema de tipos de comunicación del hombre.

Los referentes históricos dentro de la narración podrían explicarse aludiendo a una noción de Barthes. Para el semiólogo hay en una narración ciertos componentes que él denomina informaciones. Las informaciones sirven para darle autenticidad al referente, para enraizar la ficción en lo verosímil. Las informaciones ostentan siempre significados explícitos, son datos puros, conocimiento ya elaborado. Es el caso de fechas o lugares determinados. Inclusive cuando se alude a ciertos sucesos verificables históricamente, se trata de estas informaciones que contribuyen a matizar al relato con referencias que se enclavan en los esquemas de la realidad. Ahora bien, la profusión de informaciones y, sobre todo, su interrelación puede ser paralela al de un esquema histórico determinado. Claro que este paralelismo no puede ser total por cuanto en literatura se persigue un objetivo distinto al de la historia, pero lo es tanto como sea necesario para que la ilusión de verosimilitud extraiga al lector del mundo real y lo inserte en ese mundo análogo sin que él (el lector) perciba con incomodidad su inserción en un universo ficticio. O que con la lectura se sienta en coordenadas que son homologables a las del mundo real. Este juego no es nada nuevo, pero podría decirse  que una de las estrategias de la novela que consiste en «engañar» al lector y hacerlo «creer» que lo que está leyendo realmente sucedió. Es tal vez la manera que tiene al autor de vender como «real» el universo que ha logrado crear a través de la palabra. Esta estrategia fue totalmente exitosa con Alonso Quijano, al menos.

El tratamiento la historia en la novela se verifica porque aquella se presta a ello. La literatura en general toma del mundo los materiales que le permiten elaborar una «obra». La esencia estética se conforma alrededor de los más diversos temas. El caso es que la historia particularmente ofrece una diégesis al novelista. Podría decirse que los hechos están parcialmente digeridos para cuando el novelista decide hacer de ellos una obra. Cualquier novela histórica valdría de ejemplo: Boves, el urogallo de Francisco Herrera Luque o Ivanhoe, de Walter Scott. La misma masa que deja el historiador en su texto contiene en sí la contingencia de ser reelaborada por el escritor literario. Una de las características que arriba se atribuyó a la historia, esto es la fragmentariedad, suscita posibilidades creativas de toda clase. La literatura, cuando sustenta sus referentes en la historia (la novela histórica) a menudo aprovecha los intersticios. Las oquedades que por su propia naturaleza tiene la historia, pueden ser rellenadas con «literatura», presunciones, postulados, conjeturas que en ese ámbito si serían válidas.  Se trata de una propuesta planteada por escritores de relevancia, como el caso de Carlos Fuentes según se verá adelante.

Otra estrategia consiste en deformar intencionalmente algunos hechos con fines irónicos o paródicos. En tal sentido, la historia sería el paradigma a fracturar mediante la práctica literaria. Lo mismo podría decirse de la disolución de la progresión cronológica, para crear la sensación de que el devenir obedece a esquemas reñidos con «realidad». También la aparición de elementos o personajes ajenos a los sucesos, algo así como que Heráclito en persona aconseje al Mariscal Antonio José de Sucre en la batalla de Ayacucho, o cosas por el estilo. Estas maniobras y muchas otras más, pueden ser empleadas en la novela porque la misma esencia de la disciplina literaria lo permite. No es así en la historia. La libertad de la creación discursiva es un patrimonio de la literatura, no de la historia. Aunque cabría considerar aquellos textos históricos que se inclinan a lo literario por la forma en que están relatados. El formalismo ruso determinó que la literariedad residía en los elementos formales del texto, no tanto en lo que él refiere. De este modo muchos textos históricos habrían de ser considerados literarios no por la manera de abordar la historia sino por la manipulación esteticista del discurso, de acuerdo con la ya aludida terminología de Todorov. Muchos manuales, sobre todo de historia de la literatura, incluyen los textos de naturaleza histórica. Generalmente, estos manuales no registran qué criterios se siguieron en la selección de las obras revisadas, por lo que no se conocen las razones puntuales de tal inclusión.

De cualquier modo todas estas variaciones y estrategias textuales exigen una investigación específica y pormenorizada en cada caso. Dentro de esta perspectiva, el presente trabajo alcanza a ser un esbozo inicial que luego deberá ampliado y matizado.

IV. En algunos sectores del pensamiento latinoamericano, sobre todo de parte de  escritores renombrados, ha habido una tendencia a ubicar la literatura en el mismo nivel de validez de conocimiento funcional que ostenta la  historia. Por su propia naturaleza, la literatura es una práctica que atenta contra los valores establecidos. De allí que Tzvetan Todorov (1996, p.49) afirme siguiendo a Maurice Blanchot que una de las características de las obras literarias trascendentes la constituye precisamente el hecho de ser una «infracción» de las reglas establecidas.

Ahora bien, en cuanto a la relación entre novela e historia en el caso de Latinoamérica se observó, más que nada a partir de la segunda mitad del siglo pasado, una tendencia a «desafiar» los cánones históricos. Tal actitud no es enteramente original. Ya los románticos habían tenido una conducta semejante. Anota Amado Alonso (1984) que los románticos especularon con la novela histórica tratando de sintetizar el placer imaginativo y el placer informativo. Esto los llevó a manejar datos históricos  en pos de ideales estético-sociales que bien podían deformar los verdaderos hechos. Pero –advierte Amado Alonso- : ... “cuando una de esas novelas discrepaba de la historia los románticos creían más en la verdad novelesca que en la histórica” (p. 374). Es pues claro que la historia como fuente de información ha sido desafiada y cuestionada desde el romanticismo, al menos. Y es en esta dirección que se alinean algunos autores  latinoamericanos.

Esto no tendría tanta relevancia si no fuera por el hecho de que los autores mismos han destacado la trascendencia de tal propuesta. Se ha señalado que tales procedimientos no tiene una finalidad únicamente estética sino que pretenden  hacer de la novela un instrumento de conocimiento real. Una cosa es apelar a referentes históricos para matizar –en distintas medidas- una obra, y otra muy distinta es pretender que esos referentes tengan de hecho valor para apreciar –en una dimensión más profunda y productiva- el devenir histórico.

La amenaza más abominable que representa la nueva novela para las instituciones normativas, formadoras y autoritarias, es el contagio que imparte la novela desde su autodesmitificación y desde la desmitificación del lenguaje. El orden de la palabra, el ordenamiento de imagen y metáfora que culmina en el topocosmos de la literatura conduce a la ruptura y descoagulación del mito histórico. (Kadir, op. cit., p.301)

En este lado del mundo la literatura vista como una alternativa para “darle voz a los silencios de nuestra historia” como quiere Carlos Fuentes (citado por Kadir, ibid., p. 300), crea un problema insoslayable. En qué medida puede la literatura sustituir a la historia. Anteriormente se ha afirmado que el carácter fragmentario de la historia tiene entre sus causas las preferencias del historiador. Pues bien, otra cosa no hace el novelista, sobre todo si es novela histórica. Toma uno de esos fragmentos que le parece relevante y le da una vida literaria que antes que a la verdad, rendiría culto a una estética. Esa manera estética de tratar la «verdad» pretendería ser la verdad misma. La fragmentación que sufre la historia no sólo da cabida a la literatura para «rellenar» esos vacíos, sino que sirve para contradecir o versionar episodios ya tratados y conocidos. Basta para ello que el receptor acepte la novela como «verdad».

Conviene recordar aquí una idea que hace ya muchos años plasmaron Wellek y Warren con respecto al carácter didáctico de la literatura. Para estos autores existe el riesgo de “tomar en serio la novela pero de un modo equivocado, o sea como un documento o historial o como una confesión, como historia verídica, como historia de una vida y su época” (1985, p..254). Y en seguida advierten: “Hemos de tener un conocimiento que sea independiente de la literatura para saber cuál es la relación de una determinada obra con «la vida»” (ibid. p 255). El temor subyacente parece claro: confundir la “realidad” con la “ficción”. Es decir, forzosamente hay que distinguir entre una y otra instancia, y tener en cuenta que la primera prevalece sobre la segunda.

Pero para Alejo Carpentier (1976, p.9) la función “cabal” de una novelística:

... consiste en violar constantemente el principio ingenuo de ser relato destinado a causar “placer estético a los lectores”, para hacerse un instrumento de indagación, un modo de conocimientos de hombres y de épocas –modo de conocimiento que rebasa, en muchos casos, las intenciones de su autor.

Aquí la perspectiva cambia. La condición de utile que Horacio asignaba a la Poesía (literatura) junto con el placer, en el caso de la novela adquiere dimensiones de valor didáctico independientemente de sus rozaduras con la historia.

Ya antes Julio Cortázar en su novela Rayuela había señalado la necesidad de que la novela fuera un medio de conocimiento. Aun cuando en este caso se tratara de un conocimiento más que histórico, ontológico (cft. Cortázar, 1982, p. 365), se trata de ver en la novela una herramienta que proporciona un conocimiento mucho más trascendental, cuyos asideros se hayan no en el saber institucionalizado sino en una comprensión más integral de la condición humana.

Como sostiene Carpentier, el placer estético (que viene siendo una experiencia personal y subjetiva), es una instancia «ingenua» comparada con la importancia que puede cobrar la novela al plantear la historia en perspectivas enmarcadas por la creatividad del autor. Cuando Carpentier en El reino de este mundo, distingue apreciablemente la sociedad negra de Haití, no niega, ni deforma la historia (todos los personajes de esta novela son históricos, con la excepción del esclavo Ti Noel), sino que la reconduce de manera que una etnia harto oprimida y por esto vilipendiada, sea vista con ojos más dúctiles. Es así como la novela, la obra literaria permite ofrecer al lector una perspectiva distinta a la de la historia institucionalizada. Sirve de una especie de contrapeso porque trata de colocar todos los factores que intervinieron en determinado evento en una balanza más justa. En este sentido, hay que tener en cuenta que la objetividad tan deseada para la historia puede ser manipulada de manera que resulte ser sólo aparente. ¿Son los relatores de esa historia (o los relatores que prestigia determinada sociedad) los voceros autorizados para dar cuenta de unos hechos? La historia la escriben los vencedores, se dice. Lo cierto es que la relatan aquellos que son autorizados para ello. De cierto modo ocurre con la historia lo que con la literatura: sólo son conocidos aquellos autores que tienen la posibilidad de publicar sus trabajos. Aquellos que son reconocidos por ciertas esferas academicistas que normalmente atienden a una serie de intereses institucionalizados. Estos, por una serie de elementos que no viene al caso examinar, se establecen en un ángulo de apreciaciones que no contradiga las bases sobre las cuales se asienta nuestra sociedad, es decir en la que la clase dominante sostiene este saber y lo manipula. Carpentier al retratar épocas a través de la literatura no hace sino ampliar la percepción de modo que distintas visiones étnicas (negra, blanca, india y sus mezclas), resalten con sus costumbres e ideas. Claro está que este intento está lejos de ser una reproducción fiel de los sucesos. Tampoco es probable que quiera ser precisamente una mera reproducción de esta clase.

Lo que temían los pedagogos norteamericanos aludidos por Wellek y Warren, es un deseo en ciertas esferas latinoamericanas. Se diría que es incluso una esperanza para rehacer la historia, para reinventar el pasado. Porque como se ha dicho, la historia, tal cual llega a nuestras manos, es un objeto que muchas veces está manipulado por una intencionalidad mucho más engañosa que la de la literatura: vender el documento de una «realidad» que, por desconocida, ha de ser aceptada e incorporada al esquema de creencias del individuo.

La literatura en tanto «instrumento de indagación» adquiere una dimensión funcional diferente. Así, se ofrece una perspectiva de sucesos históricos que bien pueden ser presentados de manera relajada, gracias a la permisividad del quehacer literario. La exactitud es un elemento secundario porque los datos históricos no constituyen sino una plataforma para estructurar una obra, cuya utilidad se resuelve en la percepción del lector.

REFERENCIAS

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