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Letras

versión impresa ISSN 0459-1283

Letras v.48 n.72 Caracas  2006

 

HISTORIAS DE AMOR

Rubem Fonseca

Bogotá: Editorial Norma S.A.

2001; 116 páginas

Alí E. Rondón

Aunque mayormente conocido como guionista de cine, crítico, novelista y cuentista, Rubem Fonseca (1925) ya debe estar familiarizado con el juicio de admiradores según el cual sus cuentos resultan superiores a sus novelas. En otras palabras, quienes prefieren Los prisioneros, Lucía McCartney, Feliz año nuevo, El cobrador, La cofradía de las espadas a volúmenes como Pasado negro, Grandes emociones y pensamientos imperfectos, El salvaje de la ópera o Agosto no hacen más que ratificar el gusto particular por relatos en los que cualquier cosa trasciende los límites del género para rozar los dominios de la muerte, del asesinato, de la más hirsuta y temible corporalidad y del placer más impune.

Por su estilo gratificante (tan cercano al realismo de Paul Auster) hay que leer Ciudad de Dios, el segundo cuento de Historias de Amor para reencontrarnos con uno de los grandes escritores brasileños contemporáneos. En apenas tres páginas el autor de Del mundo postitulo y vano sólo quedó un cigarro en mi mano hace gala de una escritura explosiva pocas veces vista en sus novelas. Soraia Gonçalves "mujer dócil y callada" descubre que su pareja actual, Ziño, lidera el tráfico de drogas en una favela de Jacarepaguá. ¿Su reacción? Pedirle que maten al hijo de una mujer que tiempo atrás le robó a su enamorado. Toda esa violencia brutal, gratuita y desatada en el suburbio carioca, más que subrayar temas como inseguridad y delincuencia en las calles de Río de Janeiro apunta a un ajuste de cuentas; es la genuina expresión de una venganza. Llama la atención, sin embargo, que las novelas de Fonseca casi siempre giren en torno a historias de misterio protagonizadas por una burguesía de telenovelas falsamente refinada que a cada rato cita marcas de habano o su vino francés preferido. Basta recordar la confesión de la asesina que en Del mundo prostituto … alega que sus crímenes se debieron a la chatura del masculino: Todos los hombres son crápulas inmundos y mentirosos. Es una pena que la novela no tenga que ver con Soraia quien acaba llorando su monstruosidad en silencio y abrazada a un retrato (p.15).

La apuesta en los cuentos de Rubem Fonseca es ese dardo que respira detrás del instante: producir revelaciones sin someternos al rigor de ninguna iglesia. En esa diminuta franja donde coinciden narración y reflexión el creador del abogado y detective Mandrake (cuyas aventuras llevó a la TV la productora HBO en el 2004) ha construido la convivencia fecunda entre literatura y filosofía. ¿No son acaso "Betsy", "Familia", "El Ángel de la Guardia y "Viaje de Bodas" pretexto para extraordinarias conversaciones? O mejor aún, nótese como la voz del cuentista se disfraza de aforismo -"Adriana y Mauricio sólo querían saber de las nuevas alegrías que el amor regalaba" - después de entregarse a la descripción detallada, de narrar con nervio trepidante, de pasarse por la textura y el volumen de las palabras atendiendo a las delicias de la luna de miel.

Adriana entró a la carpa. Mauricio le quitó la ropa delicadamente, después se desnudó también, feliz con su virilidad. Se acostaron, y él la besó en la boca, sorbiendo su saliva, y lentamente recorrió con la lengua la más recónditas partes del cuerpo de la mujer que amaba, pues sabía que le sobraba tiempo, y que su deseo por ella jamás se agotaría. Después la poseyó, sintiendo un ardor que nunca había experimentado, y esperó que los brazos y las piernas de su mujer desfallecieran en el goce para disfrutar aquella comunión con un deleite que jamás entonces creyó posible (p.49).

Y si al decir de Elisa Martínez "el decorado en el cine participa del espesor del mundo, porque la pantalla no es marco que aprisiona y delimita la escena, como en la pintura, sino una ventana que no deja ver más que una parte del acontecimiento", cuentos como "El Amor de Jesús en el Ccorazón" y "Carpe Diem" exigen del lector una participación activa de espectador: Ambos son absolutamente ilustrativos de la teatralidad con que escribe Fonseca. Por ejemplo, la investigación de Guedes para descubrir al asesino de menores en "El amor de Jesús en el corazón" nos recuerda las piezas cortas de Plinio Marcos y en "Carpe Diem" el peso carnal de Sabrina y Robert se opone a la tentación de percibirlos como protagonistas de un universo de ficción, por lo que el lector termina convertido en cómplice de sus amoríos epistolares y de su sexualidad encendida los jueves antes o después del cine.

Advertimos entonces en Historias de Amor la intención de Rubem Fonseca de compartir con su público cuentos que hacen la vida humana más digna de ser vivida; metáforas para recordarnos que sólo de nosotros depende hacer de nuestra existencia algo verdaderamente fértil y agradable.

Recibido: 26-06-2006