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Letras

versión impresa ISSN 0459-1283

Letras v.52 n.82 Caracas ago. 2010

 

El sueño del celta

Mario Vargas Llosa (2010). Caracas:

Santillana Ediciones Generales S.L.; 454 pp.

Alí E. Rondón

Decía W.H. Auden que "nuestro juicio acerca de un escritor consagrado nunca es un juicio estético. Sumado a cualquier mérito literario que pueda tener, un nuevo libro suyo encierra para nosotros el interés histórico de un acto realizado por una persona en la que nos hemos interesado por mucho tiempo. Ya no es sólo un poeta o un novelista; es también un personaje de nuestra biografía". En efecto, con El sueño del celta –vigésimo cuarto libro de Vargas Llosa publicado por Alfaguara- el ganador del Premio Nobel de Literatura 2010 se conecta con un subgénero popular entre varias generaciones de lectores alrededor del mundo. Nos referimos a la novela de aventuras donde fabuladores de la estatura de Daniel Defoe (con Robinson Crusoe, 1722), Jonathan Swift (con Los Viajes de Gulliver, 1726), Víctor Hugo (con Los Miserables, 1862), Julio Verne (con La Vuelta al Mundo el 80 días, 1872), Robert Louis Stevenson (con La Isla del Tesoro, 1883), Mark Twain (con Las Aventuras de Huckleberry Finn, 1884), Joseph Conrad (con El Corazón de las Tinieblas, 1902), Rómulo Gallegos (con Canaima, 1935), Graham Greene (con El Poder y la Gloria, 1940), Alejo Carpentier (con El Reino de este Mundo, 1949), Joao Guimaraes Rosa (con Gran sertón, veredas, 1956), Ernest Hemingway (con París era una fiesta, 1964), Gabriel García Márquez (con El General en su Laberinto, 1989) y Eduardo Liendo (con El Round del Olvido, 2002) emplean el motivo del viaje hacia otras latitudes o dentro de un mismo país en cuanto apertura, vía hacia el conocimiento tanto de la realidad que nos circunda como de nosotros mismos.

El mérito de Vargas Llosa descolla en esta oportunidad pues logra elaborar una trama de carácter psicológico valiéndose de la novela de aventuras. Narrada en tercera persona El sueño del celta desmenuza cuanto acontece en la vida de un sujeto tan idealista que meses antes de morir en la horca se descubre como: "…un hombre todavía joven, apasionado por la música, vegetariano y pacifista. Estaba contra esta guerra (Irlanda vs Inglaterra) y contra todas las guerras y soñaba con que un día se estableciera la fraternidad universal –‘la paz kantiana’, decía- en todo el mundo, se eclipsaran las fronteras y los hombres se reconocieran como hermanos" (p. 428).

La condena de instituciones internacionales a la satrapía e injusticias que encubre la explotación del caucho en África por parte de Leopoldo II de Bélgica y las expoliaciones de etnias indígenas –léase huitotos, ocaimas, muinanes, nonuyas, andoques, rezigaros y boras- que padecen mutilaciones, flagelaciones o asesinatos trabajando como braceros para la Peruvian Amazon Company de Julio C. Arana traerán como resultado los informes presentados por Roger Casement al Foreign Office. La pericia del nacionalista irlandés para alertar al mundo civilizado sobre las iniquidades contra nativos en el Estado Independiente del Congo y el régimen esclavista que en el Putumayo reeditaba idénticas torturas hasta reducir a sus víctimas a autómatas que sólo viven para la recolección del látex tendrá sus frutos en la censura de media Europa y el Congreso de los Estados Unidos. Pero mucho antes de conmover a tales instancias Casement –por boca de Vargas Llosa- atiza el mea culpa del hemisferio occidental hacia ese reducto de Latinoamérica arruinado, arrasado y destrozado por la ignorancia, los intereses comerciales y el abandono social. Recordemos la velada del acto cultural escenificada para los ilustres visitantes:

La fiesta tuvo lugar a comienzos de la tarde, en un claro vecino al poblado huitoto. Un enjambre de indígenas había acarreado mesas, sillas y ollas con comida y bebida para los forasteros. Los esperaban formados en círculos muy serios. El cielo estaba despejado y no se percibía la menor amenaza de lluvia. Pero a Roger Casement ni el buen tiempo ni el espectáculo del Igataparaná hendiendo la llanura de espesos bosques y zigzagueando a su alrededor consiguió alegrarlo. Sabía que lo que iban a presenciar sería triste y deprimente. Tres o cuatro decenas de indios e indias –aquellos muy viejos o niños y éstas en general bastante jóvenes-, desnudos algunos y otros embutidos en la cushma o túnica con que Roger había visto a muchos indígena en Iquitos, bailaron, formando una ronda, al compás de los sonidos del manguaré, tambores hechos de troncos de árboles excavados, a los que los huitotos, golpeándolos con unos maderos con puntera de caucho, les arrancaban unos sonidos roncos y prolongados que, se decía, llevaban mensajes y les permitían comunicarse a grandes distancias. Las filas de danzantes tenían sonajas de semillas en los tobillos y en los brazos, que repiqueteaban con los saltitos arrítmicos que daban. A la vez canturreaban melodías monótonas, con un dejo de amargura que congeniaba con sus semblantes serios, hoscos, miedosos o indiferentes (p. 227).

Ése es el Perú que exaspera e indigna a Vargas Llosa. Es su enfermedad incurable. ¡Quién sabe si la misma que transpira la poesía de César Vallejo!

Y así como apeláramos al comentario de Auden en el pórtico a esta reseña pues con El sueño del celta Vargas Llosa enriquece nuestra biografía particular, quisiéramos rubricar nuestra apreciación con la de Harry Levin:

Cuando el hombre se asienta sobre sus propios pies, orgullosamente consciente de los logros de sus prójimos, vive más plenamente y su arte encierra la plenitud de su vida, su sentido fundamental de la realidad. Entonces, la Eneida no es un pélégrinaje de la vie humaine, sino la epopeya de un héroe, el Cantar de los Cantares no es una alegoría sino un canto de amor, y las tragedias de Shakespeare son dramas de acción física y conflicto psicológico…

Lo dicho por el catedrático de Harvard citado a menudo por Gustavo Díaz Solís coincide con el juicio del poeta británico. En otras palabras, gracias a esta historia fabulada del irlandés Roger Casement (1864-1916) la pluma de Vargas Llosa arremete contra los horrores del colonialismo en el Congo Belga y la Amazonía suramericana. Conocido por su apasionamiento al analizar joyas literarias como Madame Bovary, Los Miserables o Cien años de soledad para luego hacer hincapié en cuanto de la vida de Flaubert, Victor Hugo o García Márquez encontramos detrás de La orgía perpetua, La tentación de lo imposible e Historia de un deicidio, este peruano que actualmente ejerce la docencia en Princeton ha sabido asumir el oficio de Balzac con rigor creativo. Dedica 446 páginas al periplo de Casement entre el Congo, la Amazonia e Irlanda y otras 5 páginas al epílogo. He allí la dolorosa confesión del hombre tras la leyenda, del héroe devenido en traidor; el alma desnuda o anecdotario personal y colectivo atisbando día a día, año tras año, la sordidez y mezquindad que aqueja a su patria celta. Afortunadamente, más allá del sentimiento de indefensión, de la impotencia del preso político sentenciado a muerte queda la construcción narrativa del autor de La ciudad y los perros y La fiesta del chivo. En ambos textos hay verdades esgrimidas contra la vergüenza del autoritarismo militar y la pezuña de los dictadores latinoamericanos. Basta leer cualquiera de los dos para convencernos de que los esperpentos de Valle Inclán escaparon de la prosa del gallego para esparcir su fetidez y estela sangrienta por estos lares. No en balde los sociópatas de uniforme en Lima quemaron mil ejemplares de La ciudad y los perros en el Colegio Militar Leoncio Prado y varios generales atacaron al novelista calificándolo de "mente degenerada". ¿Hará falta mencionar aquí al oficial que baboseaba las botas de Francisco Franco y se jactaba de desenfundar el revólver cada vez que alguien hablaba de inteligencia? Eran caimanes del mismo charco, diría Casement.

Transcurrida ya la primera década del tercer milenio, vistos también los atentados terroristas del 11 de septiembre del 2001 a las Torres Gemelas de New York, las exequias del decadente Pinochet, la ejecución de un iraquí alucinado llamado Sadam Hussein, la caída aparatosa de Hosni Mubarak, el polvorín del Medio Oriente encendido con rebeliones en Yemen, Siria y Bahrein y la soberbia de Gaddafi aferrado al poder cuando buena parte de Libia insiste en librarse de semejante sarna, seguimos leyendo los artículos de prensa y conferencias escritas de Vargas Llosa. Mientras los demagogos totalitaristas siguen cayendo por su incapacidad para justificar el espejismo de la utopía marxista o disimular la desmedida corrupción de sus gabinetes, nosotros interpretamos El sueño del celta como una llamada de atención a la opinión pública del mundo. El nuevo libro de Vargas Llosa predica la ética de la libertad amparado en el discurso de la verdad.