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Letras

versión impresa ISSN 0459-1283

Letras vol.53 no.84 Caracas jun. 2011

 

Historias de Amor. Rubem Fonseca. Bogotá: Editorial Norma S.A., 2001; 116 páginas.

Alí E. Rondón

Aunque mayormente conocido como guionista de cine, crítico, novelista y cuentista, Rubem Fonseca (1925) ya debe estar familiarizado con el juicio de admiradores según el cuál sus cuentos resultan superiores a sus novelas. En otras palabras, quienes prefieren Los prisioneros, Lucia Mc-Cartney, Feliz año nuevo, El cobrador, La Cofradía de los Espadas a volúmenes como Pasado Negro, Grandes emociones y pensamientos imperfectos, El salvaje de la Opera, Agosto o El caso Morel no hacen más que ratificar el gusto por relatos en los que cualquier cosa trasciende los límites del género para rozar los dominios de la muerte, del asesinato y del placer.

Por su estilo (tan cercano al realismo de Salvador Garmendia o Paul Auster) hay que leer Ciudad de Dios, el segundo cuento de Historias de amor para reencontrarnos con unos de los grandes escritores brasileños contemporáneos. En apenas 3 páginas el autor de Del mundo prostituto y vano solo quedó un cigarro en mi mano hace gala de una escritura explosiva pocas veces vista en sus novelas. Soraia Goncalves "mujer dócil y callada" descubre que su pareja actual, Ziño, lidera el tráfico de drogas en una favela de Jacarepaguá. ¿Su reacción? Pedirle que maten al hijo de una mujer que tiempo atrás le robó a su enamorado. Toda esa violencia del suburbio, más que subrayar temas como la inseguridad y la delincuencia en las calles de Río de Janeiro, apunta a un ajuste de cuentas; es la genuina expresión de una venganza. Llama la atención, sin embargo, que las novelas de Fonseca casi siempre giran en torno a historias de misterio protagonizadas por una burguesía de telenovelas que a cada rato cita marcas de habano o cosechas de vino francés. Basta recordar la confesión de la asesina que en Del mundo prostituto... alega que sus crímenes se debieron a la chatura del sexo masculino: Todos los hombres son crápulas inmundos y mentirosos. Es una pena que la novela no tenga que ver con Soraia quien acaba llorando en silencio y abrazada a un retrato (p. 15).

La apuesta de los cuentos de Fonseca es ese dardo que respira detrás del instante: producir revelaciones sin someternos al rigor de ninguna iglesia. En esa diminuta franja donde coinciden narración y reflexión el creador del detective Mandrake (cuyas aventuras llevó a la TV la productora HBO en 2004 y 2005) ha construido la convivencia fecunda entre literatura y filosofía. ¿No son acaso Betsy, Familia, El ángel de la guardia y Viaje de bodas pretexto para conversaciones extraordinarias? O mejor aún, nótese como la voz del cuentista se disfraza de aforismo--"Adriana y Mauricio sólo querían saber de las nuevas alegrías que el amor les regalaba"--después de entregarse a la descripción detallada, de narrar con nervio trepidante, de pasearse por la textura y el volumen de las palabras atento a las delicias de la luna de miel.

Adriana entró a la carpa. Mauricio le quitó la ropa delicadamente, después se desnudó también, feliz con su virilidad renacida. Se acostaron, y él la besó en la boca, sorbiendo su saliva, y lentamente recorrió con la lengua las mas recónditas partes del cuerpo de la mujer que amaba, pues sabía que le sobraba tiempo, y que su deseo por ella jamás se agotaría. Después la poseyó, sintiendo un ardor que nunca había experimentado, y esperó que los brazos y piernas de su mujer desfallecieron en el goce para disfrutar aquella comunión con un deleita que jamás creyó posible (p. 49).

Sirva este comentario liminar, inevitablemente incompleto, de pestaña abierta al espacio inmediato de estos relatos urbanos. El resto lo agotarán sus miradas a esas casi 120 páginas de los personajes que se dan cita en ellas.