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Letras

versión impresa ISSN 0459-1283

Letras vol.56 no.90 Caracas dic. 2014

 

Mal de escuela Daniel Pennac. Barcelona: Mondadori. (Original en francés, 2007) Trad. de Manuel Serrat Crespo, (2008)

María Alejandra Arias Escalante

El saber es primero carnal. Son nuestros oídos y nuestros ojos

los que lo captan, nuestra boca la que lo transmite.

Nos llega por los libros, es cierto,

 pero los libros salen de nosotros mismos.

Un pensamiento hace ruido, y el placer de leer es

 una herencia de la necesidad de decir.

Daniel Pennac

La escolaridad es una experiencia que convoca, muy especialmente, a docentes y estudiantes. Los años escolares son tan contundentes que unos y otros quedan marcados para siempre: aquellos por la enorme responsabilidad que supone cultivar el futuro; estos por el ávido deseo de ser.

Quienes nos hemos sentado en nuestros pupitres con los ojos abiertos al mundo y luego nos hemos encontrado de pie, ante las miradas expectantes de otros, descubrimos en las palabras de Daniel Pennac el eco de un hombre cuyas certezas son producto del niño que fue ayer. Si en el pasado él fue una esperanza truncada, una vida sin porvenir, un apasionado del fracaso, en síntesis, un alumno zoquete sin perspectiva de superación alguna, hoy es un descubridor de potenciales, un convencedor de almas, un reanimador de golondrinas perdidas, en fin, un profesor dispuesto a rescatar del agujero de la soledad a los desahuciados del sistema educativo.

Pennac sabe de lo que habla pues él mismo es ejemplo de lo que nos relata. Sin rencor pero desde las heridas recibidas, el francés comparte con nosotros buena parte de su vida para permitirnos conocer el sufrimiento de los chicos y las chicas, que no logran encajar en el universo escolar debido a su “incapacidad académica”; un cruel diagnóstico que cercena sus posibilidades y que termina siendo la etiqueta que los identifica, ante los demás, como “malos alumnos”. El peso de ser un zoquete es un lastre que impide avanzar y ser feliz a los excluidos.  Sin embargo siempre se puede florecer, y convencido de esto, él es prueba viviente, Pennac confiesa que se hizo profesor porque fue “salvado” por uno de ellos y porque deseaba “curar el miedo” de sus peores alumnos, retribuyendo así, la oportunidad que a él se le dio.

A medida que avanzamos en la lectura de este libro, acompañamos a  Daniel Pennac por un largo recorrido de vida lleno de recuerdos y emociones, conocimientos y experiencias. Cada capítulo, siete en total, se presenta ante nosotros con un título sugestivo cuya fuerza va desplegándose poco a poco hasta llegar al final: El basurero de Djibuti, una metáfora que alude al sentimiento de desecho del mal alumno;  Devenir, una clara alusión a la angustia de los padres frente a lo que podrán ser o no sus hijos; LO, o el presente de encarnación, una disertación en torno al afán de construir el futuro sin afianzar el presente; Lo has hecho adrede, el repetitivo, vacío e incluso a veces injusto señalamiento de los adultos exasperados; Maximilien o el culpable ideal, la idea del “chivo expiatorio” ante los fracasos educativos y, finalmente,  Lo que quiere decir amar, una hermosa lección acerca de las implicaciones amorosas de ser docente y enseñar.

El valor de esta obra, profunda y a la vez entretenida, radica en el hecho de que el autor nos sitúa en un espacio para la reflexión a partir de sus vivencias, las cuales, de una u otra forma, también son nuestras. Pennac no se limita a describir una realidad latente; tampoco pretende buscar culpables; su propósito en Mal de escuela es mucho más noble pues nos invita a reencontrarnos con las razones que nos hicieron  convertirnos en docentes.

Yo me reencontré con la mía. Al igual que Daniel Pennac creo que enseñar es un acto de amor por la humanidad y mi mayor alegría es, para tomar prestadas las palabras del autor, ver a mis alumnos volar libres como golondrinas.