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Revista del Instituto Nacional de Higiene Rafael Rangel

versión impresa ISSN 0798-0477

INHRR v.37 n.2 Caracas dic. 2006

 

El tiempo, los genes y la historia Parte I

DR. CARLOS APONTE

INHRR

El hombre siempre ha sentido una profunda fascinación y angustia por su persistente temporalidad. Es en el seno de este desconcierto que se debate su historia y su tiempo. Es allí donde se oculta la complejidad de una pregunta: ¿Qué es el tiempo? Hemos buscado respuestas para comprenderlo. Algunos han intentado atraparlo en esferas de cristal con manecillas móviles; otros lo han mirado directo en el movimiento de la esfera celeste; otros aun lo han subjetivizado e incluso relativizado. Pero el tiempo parece estar allí, persistente, inexorable y eterno.

Si visitamos la historia del hombre ubicaremos con precisión algunas de las respuesta que éste le ha dado a ese extraña "entidad" que es el tiempo. Hurgando en las entrañas profundas de la poesía, tenemos que el poeta griego Hesíodo, en Trabajos y Días, el verso 385 del «Proemio al calendario del labrador» relata cómo el movimiento celeste es utilizado como reloj para comenzar la siega:

Al surgir las Pléyades, descendientes de Atlas, empieza la siega: y la labranza, cuando se oculten. Desde ese momento están escondidas durante cuarenta noches y cuarenta días y de nuevo al completarse el año empiezan a aparecer cuando se afila la hoz.

En el verso 450, en «Trabajos de Otoño», Hesíodo atrapa el tiempo en la voz de una grulla:

Estate al tanto cuando oigas la voz de la grulla que desde lo alto de las nubes lanza cada año su llamada; ella trae la señal de la labranza y marca la estación del invierno lluvioso. Su chillido muerde el corazón del hombre que no tiene bueyes.

Por su parte, Jorge Luis Borges en su Arte poética acoge al tiempo y declara:

Mirar el río hecho de tiempo y agua

Y recordar que el tiempo es otro río,

Saber que nos perdemos como el río

Y que los rostros pasan como el agua.

 

Sentir que la vigilia es otro sueño

Que sueña no soñar y que la muerte

Que teme nuestra carne es esa muerte

De cada noche, que se llama sueño.

 

Ver en el día o en el año un símbolo

De los días del hombre y de sus años,

Convertir el ultraje de los años

En una música, un rumor y un símbolo,

 

Ver en la muerte el sueño, en el ocaso

Un triste oro, tal es la poesía

Que es inmortal y pobre. La poesía

Vuelve como la aurora y el ocaso.

 

A veces en las tardes una cara

Nos mira desde el fondo de un espejo;

El arte debe ser como ese espejo

Que nos revela nuestra propia cara.

 

Cuentan que Ulises, harto de prodigios,

Lloró de amor al divisar su Ítaca

Verde y humilde. El arte es esa Ítaca

De verde eternidad, no de prodigios.

 

También es como el río interminable

Que pasa y queda y es cristal de un mismo

Heráclito inconstante, que es el mismo

Y es otro, como el río interminable.

En el antigüo Egipto el tiempo es también un río interminable:

el Nilo. Esta majestuosa civilización, nacida de aquellas primeras poblaciones que se asentaron sobre los terrenos próximos al Nilo en pleno período neolítico, fue muy rápidamente sensible al ritmo del tiempo dado su afán sedentario y cultivador. Observadores entrañables del cielo estrellado, pronto caen en cuenta que la estrella Sothis (Sirio para nosotros) desaparece durante setenta días para luego brillar de nuevo renovada un poco antes de la salida del Sol, hecho que coincidía con la llegada de la Inundación. Esa crecida del Nilo era la bendición de los suelos para el renacimiento posterior de los cultivos. Por ello, los egipcios concibieron el tiempo en función del Nilo; así, en el calendario de Senenmout (XVIII dinastía/ Deir el- Bahari) vemos que los doce meses del año son evocados como círculos. Los cuatro primeros círculos son la estación Akhet (Inundación). El primer día del evento (El Día del Año) se celebra una ceremonia denominada "La Apertura del Año", y ese primer día es consagrado a la ciencia, al conocimiento, a la inteligencia: al dios Thot.

También en la mitología, el tiempo ha sabido granjearse su espacio. Fue durante la próspera edad dorada que los griegos establecieron al joven titán Crono o Cronos ( o Krónos) como una deidad de la cosecha, la agricultura y el tiempo. Para los romanos esta deidad fue fundida a la del dios Saturno, conformando un verdadero regente del tiempo. El hermoso e impactante óleo de Francisco de Goya: Saturno devorando a sus hijos es sin duda alegórico al mito de Krónos quien, temeroso de ser derrocado por uno de ellos, tal y como fue profetizado por Gea y Urano, opta por tragárselos al nacer. ¿Pero acaso no son también nuestras almas envejecidas por el tiempo, devoradas por el tiempo, una alegoría última de lo que vemos cuando nos encontramos frente a este imponente óleo? El mismo Francisco de Quevedo nos lo recuerda en el siguiente texto:

Ayer se fue; mañana no ha llegado;

Hoy se está yendo sin parar un punto:

Soy un fue, y un será, y un es cansado

Desde lo simbólico, el tiempo es representado como una especie de figura circular girante, la cual, al incluir a los doce signos del Zodíaco, deviene en el mapa astral. Rueda que deriva en los ciclos de la vida. De la vida individual, pues en el centro del círculo se encuentra la sustancia esencial del Ser. San Agustín define al tiempo como la imagen móvil de la inmovilidad eterna. Siendo el devenir del Ser mensurable en términos del origen y el fin, en términos de tiempo. Ya hacia el 1800 a.C, la poderosa civilización babilónica relaciona los acontecimientos del cielo con los acontecimientos del hombre. Tablillas con escritura cuneiforme que datan del siglo V a.C. ya contienen descripciones que nos recuerdan los actuales análsis astrales. El siguiente texto es un ejemplo de estas inscripciones realizada hacia el 234 a.C. para un tal Aristócrates:

"La posición de Júpiter indica que su vida será regular. Será rico y vivirá hasta una edad avanzada. La posición de Venus indica que, vaya donde vaya, se encontrará bien. El que Mercurio esté en Géminis indica que tendrá hijos e hijas".

Entre el 290 y 270 aC., el sacerdote babilónico Beroso seduce al filosofo Séneca con una teoría que aún hoy es interesante: la Teoría del Gran Año. Esta teoría sugiere que el mundo sufriría periódicamente su total destrucción, volviendo a reconstruirse –a intervalos periódicos– cuando un evento particular celestial aconteciese: la conjunción estelar de las estrellas en la constelación de Cáncer.Un evento de muerte y renacimiento que era predicho en función de un concepto de un tiempo cíclico.

Pero es Platón, en su diálogo Timeo, quien razona que el tiempo no puede ser abordable sin asociarlo a los movimiento periódicos observables que se dan en el firmamento. Así, la ritmicidad ciclica de los eventos celestes está en resonancia con la ritmicidad cíclica del tiempo:

 Son pocos los hombres que son conscientes de los períodos de (los planetas)... En realidad, son casi incoscientes de que sus movimientos errantes son tiempo, al dejarles perplejos su gran número y su asombrosa complejidad. No por eso deja de poderse percibir con claridad que el número temporal perfecto y el año perfecto (Gran Año) llegan a su culminación cuando las ocho órbitas han cumplido sus revoluciones totales con relación a los demás, medidas por el movimiento regular de su órbita.

Una variante más individual de este tiempo cíclico, la reencontramos también en los Upanishad, textos hindúes explicativos de los Vedas (800 – 500 a.C. aprox.). Una idea importante contenida en los Upanishad es aquella del Karma y la Reencarnación, en la cual un hombre necesariamente reencarna en una nueva forma en función de sus acciones de vida (Karma). Esta cadena de reencarnaciones es eterna: los ciclos de la peregrinación del alma. Subyace así, en el orden cósmico, la idea de una ley eterna del mundo (Dharma) cuya manifestación última es el hombre.

Otra portentosa civilización, la azteca, nos lega un extraordinario monolito basáltico, labrado en bajorrelieve, donde deja petrificada su visión del tiempo: la Piedra del Sol. Una visión que refleja los ciclos astronómicos (el calendario nahuatl o mexica), el tiempo civil (Xihuitl) y el tiempo místico (Tonalpahualli), constituyendo así un complejo patrón de relaciones y procesos espacio-temporales dentro del cual gira su filosofía de vida, valores, costumbres, tradiciones; era la ciencia que dominaba toda su cultura.

Desde lo puramente melomaníaco, el tiempo se entreteje entre los sonidos y el espacio musical, creando también la música. Sí, el tiempo le proporciona sentido al ritmo, desde el simple batir del tic-tac de un reloj hasta aquellos hermosos tres primeros movimientos de la Novena Sinfonía de Beethoven. Pero no sólo es el tiempo lo que se inscribe en el ritmo, sino también es lo que le proporciona textura a la melodía, porque más allá de la altura de los sonidos agudos y graves en las cinco líneas de una partitura, está la prolongación de estos sonidos en el tiempo (la duración). Este conjunto de elementos asociados a la polifonía, el contrapunto, la armonia y el timbre, conlleva en definitiva a lo que denominamos música. Al final, lo demás es la memoria que ha de retener ese continuo fluir en el tiempo que es la música (Enciclopedia Salvat de Los Grandes Temas de la Música, 1984, –Tomo 1– Obras Representativas. La Novena como ejemplo. Salvat S.A. de Edic. 2:9-17).

Desde lo filosófico, es con Heráclito (hacia el 500-480 a.C.) que el tiempo alcanza ese status fascinante del conocimiento. Pues Heráclito coloca en el centro de su filosofía al Ser como devenir y sometido al fluir constante del tiempo. De allí la famosa formula: pues no se puede entrar dos veces en el mismo río. O aquella de todo pasa y nada queda. Así, para Heráclito, todo es devenir en el tiempo.

Interesantemente, en su Critica de la razón pura y desde su Estética trascendental, Immanuel Kant retoma el concepto del tiempo examinándolo desde los a priori y la intuición. Para Kant, los conceptos de espacio y tiempo son intuitivos, no pertenecen a aquellos conceptos conocidos discursivamente por el entendimiento. Es decir, cualquier cosa percibida o imaginada (fenómenos) sólo lo es en el contexto del espacio y el tiempo; siendo éstos por ende condición de nuestra intuición.

Con el arribo de la ciencia sistematizada, el tiempo fue objetivizado en busca de su carácter esencial, pero eso será parte de nuestra segunda entrega en la próxima Revista del Instituto Nacional de Higiene "Rafael Rangel".

BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA:

1. Morris, R. (1987). Las flechas del tiempo. Biblioteca Científica Salvat, Salvat Edt., Barcelona, España.        [ Links ]

2. Hawkings, S. (1996). La historia del tiempo. Crítica, Grijalbo Mondadori, S.A., Barcelona, España.        [ Links ]