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Revista del Instituto Nacional de Higiene Rafael Rangel

versión impresa ISSN 0798-0477

INHRR v.42 n.2 Caracas jul. 2011

 

La bioética, una reflexión ética ante la vida

Bioethics, an ethical reflection on life

Dr. Carlos Aponte*

* Doctor. Coordinador de Investigación. Gerencia de Docencia e Investigación. Instituto Nacional de Higiene “Rafael Rangel”.caponte@inhrr.gov.ve

Cuando de un reflexionar ético se trata siempre es saludable recordar conceptualmente a que llamamos ética. En esta circunstancia siempre tiendo a apelar a un concepto que ya he utilizado en otros artículos. Así tenemos que:

“Ethos” proviene precisamente de la voz griega que significa costumbre y de la misma deriva la palabra “Ética”. Pero este término “ethos” para algunos se encuentra asociado a la personalidad moral. Así, se comienza a dilucidar el “ethos” en función de una orientación adquirida o asumida por el hombre frente a una realidad dada. Para la ética la realidad se golpea desde las preguntas de ¿Qué es el bien? ¿Qué es el mal? ¿Qué es virtud? ¿Qué es felicidad? ¿Qué es la verdad? ¿Qué es lo justo? Cuando la realidad que nos impele a decidir sobre ella es de carácter biológico entonces toda la historia de simbolismo y trascendencia de lo vivo nos arremete y nos cuestiona1.

Ahora bien, si detallamos el párrafo anterior tenemos, por tanto, que la ética va más allá de una posición moral o acción moral frente a una situación dada. La ética hace su énfasis en el complejo proceso que genera la reflexión. Pero este fenómeno será producto de un ser que, como lo dice von Wright2, conoce, pero además siente y tiene voluntad. Tal y como lo explica Morin3, nuestra lógica nos es indispensable para verificar y controlar, pero el pensamiento finalmente opera, de las transgresiones a esa lógica. La racionalidad no se reduce a la lógica…Es allí donde reside la magia esencialmente humana de lo ético. Por tanto, para abordar la Naturaleza en toda su realidad desde lo ético, la ética debe necesariamente transversalizar a la Naturaleza.

En términos más concretos, la ética ya no puede reconocer límites entre aquellas diferentes áreas de conocimiento (Ciencias y Humanidades) que se generaron a lo largo de más de dos cientos años de diferenciación para entender la Naturaleza. Por ello, cuando del ser humano, de la biodiversidad, de la Tierra, de la Naturaleza, se trata, las consideraciones éticas se imponen. No es difícil aceptar esta indestructible transversalización, pues basta recordar que la perspectiva ética nace de la filosofía, del filosofar, justamente de la contemplación de la Naturaleza. La filosofía, como una especie de conocimiento madre de todas las ciencias, ante los hechos, acontecimientos y eventos de indudable trascendencia que habitualmente vivencia el ser humano en su diario transitar por el planeta que habita, nos apela, nos demanda, nos exige una reflexión, que en su esencia será –por tanto– de naturaleza filosófica. Ahora bien, toda reflexión de naturaleza ética deberá sustentarse, al menos, sobre tres ideas básicas fundamentales que atañen al ser humano y su condición:

1. La ubicación del ser humano en su contexto cósmico. Habitamos sobre el denominado planeta Tierra y desde ese punto focal, el diámetro del Universo visible u observable es de cerca de 100 mil millones de años luz. Es decir, la extensión del universo conocido, sabiendo que un año luz equivale a 9,46 x 1012 km, hasta don de alcanzan nuestros detectores (el horizonte cosmológico), nos revela que el Universo tiene una edad de unos 13,7 ± 0,12 mil millones de años luz. A la distancia de 1026 años luz, solo vemos puntos blancos (amas de galaxias) y grandes vacíos; el universo a esta escala es esencialmente vacío. En la medida que vamos desplazándonos hacia el punto focal, a la distancia de 1025 años luz, vamos a distinguir cierta arquitectura del Universo constituida por grupos más o menos regulares de amas de galaxias de algunas decenas a unos millares de astros. Sin embargo, lo que aun predomina en el Universo a esta escala es el vacío y la nada (un átomo por metro cúbico). La estructura de las galaxias (elípticas, espirales, etc) se desvela poco a poco a medida que nos desplazamos.

A una distancia al punto focal de 1024 -1022 años luz, estas formaciones estelares (las galaxias y las agrupaciones de galaxias), constituidas por miles de millones de estrellas, son las estructuras a gran escala del Universo. En una de esas galaxia, la vía Láctea, y, sólo a una distancia cercana a la 1015 años luz al punto focal, es cuando visualizamos aquellos cuerpos, más o menos, esféricos, que rotan alrededor de una estrella central, los planetas; el sol, nuestra pequeña estrella, lo observamos con cierta intensidad a 1014 años luz, brillando en el espacio. Apenas a 109 años luz, observamos la tierra y su satélite natural, la luna. De esta manera se nos revela nuestro planeta azul, perdido en esa inmensidad de años luz. Carl Sagan los resume magistralmente de la siguiente manera4:

Mira ese punto. Eso es aquí. Eso es casa. Eso es nosotros. En él se encuentra todo aquel que amas, todo aquel que conoces, todo aquel del que has oído hablar, cada ser humano que existió, vivió sus vidas. La suma de nuestra alegría y sufrimiento, miles de confiadas religiones, ideologías y doctrinas eco nómicas, cada cazador y recolector, cada héroe y cobarde, cada creador y destructor de la civilización, cada rey y cada campesino, cada joven pareja enamorada, cada madre y padre, cada esperanzado niño, in ventor y explorador, cada maestro de moral, cada político corrupto, cada “superestrella”, cada “líder supremo”, cada santo y pecador en la historia de nuestra especie vivió ahí – en una mota de polvo suspendida en un rayo de luz del sol. La Tierra no es más que un pequeñísimo grano que forma parte de una vasta arena cósmica. Piensa en los ríos de sangre derramados por cientos de generales y emperadores para conseguir la gloría y ser los amos momentáneos de una fracción de un punto. Piensa en las crueles visitas sin fin que los habitantes de una esquina de éste píxel hiciera contra los apenas distinguibles habitantes de alguna otra esquina. La frecuencia de sus mal entendidos. La impaciencia por matarse unos a otros. La generación de fervientes odios. Nuestras posturas, nuestra presunción imaginada. La falsa ilusión que tenemos de tener un lugar privilegiado en el Universo, son desafiadas por éste pálido punto de luz, nuestro planeta. Es una mota solitaria en la inmensa oscuridad cósmica. En toda esta extensa oscuridad, no hay ninguna pista que la ayuda vendrá de otra parte para salvarnos de nosotros mismos. (…) Quizás no exista mayor demostración de la locura de la presunción humana que esta imagen distante de nuestro diminuto mundo. Para mí, recalca nuestra responsabilidad de compartir más amablemente los unos con los otros para preservar y cuidar ese punto azul pálido, el único hogar que hemos conocido”.

2.Nuestra ineludible condición biológica de ascendencia animal. La visión de conjunto que nos permite tener el denominado árbol filogenético universal [árbol de relaciones evolutivas construido en base a la comparación de secuencias genéticas de ARN ribosómico (ARNr) provenientes de diversos organismos], sobre la naturaleza y su biodiversidad, nos permite posicionar a la especie Homo sapiens en el segmento que agrupa a los animales. De manera que, utilizando la clásica clasificación taxonómica, tenemos que el ser humano pertenece a:

Nuestro ADN nos relaciona profundamente con los Gibones, Orangutanes, Gorilas, Chimpancés y Bonobos, to dos pertenecientes a la super familia: Hominoidea. Nuestra biología es el resultado de una historia evolutiva que se extiende en unos 7 millones de años. Proceso evo lutivo que parece comenzar con formas prehumanas de locomoción bípeda que se desarrollaron hacia el final del Mioceno: Sahelanthropus tchadensis (Toumaï), Orrorin tugenensis, Ardipithecus kadabba y A. ramidus. La llegada del Homo sapiens con no más de 200 000 años y una capacidad craneana de 1100 – 2000 cm3 impactará, como nunca otra especie biológica en la Tierra, el escenario de la biosfera:

La dotación genética nos hace individuos de la especie Homo sapiens, con posibilidades de llevar a cabo habilidades muy sutiles de carácter operativo, manual o relacional y cognitivo-abstracto, que sólo se harán efectivas si el sujeto encuentra el medio adecuado para recibir los estímulos y los aprendizajes necesarios, así como los medios de maduración y perfeccionamiento de las complejas estructuras corporales y mentales de las que disponemos5.

Así y ciertamente, la aparición del hombre sobre el planeta se traducirá en la llegada del simbolismo y la valorización trascendente de la vida, de los objetos y de los fenómenos, a través del espíritu y la razón para bien y/o para mal, si es que de consideraciones éticas se trata.

3. Filosofar. Sí, la condición que nos hace, en mucho, singulares dentro de la escala zoológica es el hecho de que nos planteamos preguntas. Y, existen, al menos, tres que son particularmente significativas6: (1) ¿Por qué hay algo en vez de nada? (2) ¿Qué hay detrás de los fenómenos que observamos? y (3) ¿Por qué vivimos? Las respuestas, quizás, no la sabremos, pero lo que si esta en el núcleo de la reflexión humana es lo que podemos definir como la consciencia de la muerte. Tomamos conciencia de que podemos morir y que esa “amenaza permanente del fin prohíbe una simple existencia sin mayor interés, pues nos empuja a reflexionar sobre sí mismo y a decidir qué es lo que en la vida debe ser tomado como esencial” ibid. Por ello, el sufrimiento y la muerte son experiencias- límite, que nos arrancan de la quietud superficial y hacen surgir la pregunta respecto al sentido que se da a la vidaibid. Y como ya lo decía en un texto anterior (ética, calentamiento global y salud. In press), toda reflexión ética que hagamos de aquí en adelante deberá supeditarse a esta categórica condición humana. Lo cual, Edgar Morin, ya destacaba, en su libro Los siete saberes necesarios a la educación del futuro7: la necesidad de que los problemas particulares fuesen planteados cada vez más desde un contexto planetario. Morín lo expresa de la siguiente manera:

Habrá que señalar la complejidad de la crisis planetaria que enmarca el siglo xx mostrando que todos los humanos, confrontados desde ahora con los mismos problemas de vida y muerte, viven en una misma comunidad de destino.

Ahora bien, la Bioética nace en el núcleo de esta confrontación en los años ‘70 del siglo pasado8. Fue en ese entonces cuando los biólogos enfrentados a las notables implicaciones de sus descubrimientos, implementación de tecnologías e innovaciones, experimentaciones y manipulaciones de lo biológico, comenzaron a construir un estilo de reflexión, que les podría haber parecido original, pero que era herencia del pasado. Al menos, de aquel pasado griego,

La Hélade, esas pequeñas comunidades separadas, independientes, pero con una lengua y política comunes que constituyeron la Grecia Antigua será el escenario donde se montará la mayor de las epopeyas humanas. Fue en Jonia s. -VIII, costa de la llamada Asia Menor (hoy, Turquía) donde se gesta tal epopeya, la mayor de las proposiciones humanas: La proposición filosófica. Definida por Sócrates como el amor a la sabiduría, fue “el asombrarse ante lo real delante de mi” lo que constituyó el piso sólido sobre lo cual se estructurará lo trascendente humano1.

Y no sólo de un pasado griego. Por ejemplo, se ha considerado a Eisai (1141-1215) como el sacerdote budista quien introdujo el zen en el Japón. Toda la estructura ética desde la religión zen se fundamenta, desde un punto de vista filosófico, en la intuición. Y, desde lo moral, el zen enseña a no mirar atrás una vez que el curso de las cosas está decidido9. Ahora bien, observemos con atención este relato de inspiración zenibid que transcribo a continuación y percibamos la portentosa fuerza ética contenida en el mismo:

Takeda Shingen (1521-1573) y Uyesugi Kenshin (1530- 1578) fueron dos grandes generales del siglo xVI, cuando Japón se encontraba en estado de guerra en el interior de sus fronteras. Generalmente se los menciona juntos, pues sus provincias –una en el norte y la otra en el centro de Japón– estaban muy próximas y en varias ocasiones ha bían luchado por la supremacía. Se enfrentaron noblemente como hábiles soldados y buenos gobernantes, y se dedicaron también al estudio del zen. Cuando Kenshin se enteró en una ocasión de que Shin gen estaba sufriendo mucho por falta de sal para su pueblo, se la proporcionó a su enemigo desde su propia provincia que, situada en las costas del mar de Japón, producía sal en abundancia.

Daisetz T. Suzuki destaca que Kenshin “pensó que toda lucha entre ellos se debía resolver sobre bases de nobleza, esto es, en el campo de batalla” ibid. Ciertamente, lo trascendente humano, lo ético, esta tan anclado en la naturaleza humana (salvando aquellos ejemplos confusos, pero ricos en conocimiento ético, que también nos muestra la Naturaleza en el reino de lo viviente)* que hay que tener mucho cuidado cuando “a fuerza de hablar de leyes, de reglamentos y de opiniones oficiales se corre el riesgo de olvidar que la ética [la bioética no es excepción] no merece ese nombre más que si se encarna en los conductos cotidianos más usuales”10. A este punto es de destacar que en el terreno estrictamente científico, justamente, la ética se encuentra en terreno pantanoso, por ello, la historia de Trinh xuan Thuan11 (astrofísico del California Institute of Technology [Caltech]) es particularmente elocuente:

“…a la edad de diez y nueve años me fui a Caltech, que era al momento la Meca de la ciencia mundial. Uno reencontraba las más grandes eminencias científicas, premios Nobel y otros miembros de la Academia de ciencias. Inocentemente, yo pensaba que sus competencias y creatividad los hacia seres superiores al nivel de otros aspectos de la vida y de las relaciones humanas. Yo estaba amargamente decepcionado. Uno puede ser un gran cien tífico, un genio en su especialidad, sin dejar de ser el peor individuo en la vida común y corriente. Esta disparidad, mucho me ha sorprendido negativamente. Yo pienso que el budismo o de otras formas de espiritualidad puede completar la ciencia, caminando más allá en donde ella ya no tiene nada que decir, particularmente en el terreno de la ética”.

Por ello, la ética deberá trascender el conocimiento científico. La supremacía de lo estrictamente técnico en el de venir científico (células madres, transplantes de órganos, clonación, biotecnologías, eutanasia, terapia génica, organismos modificados genéticamente, entre muchas otras) de finales del siglo xx e inicios del siglo xxI, nos permite recordar las palabras de Matthieu Ricard (biólogo molecular del Instituto Pasteur y monje budista)ibid:

Esta muy claro que el conocimiento científico, no está, por su naturaleza, ligado a la bondad o al altruismo, no es en sí, portador de valores morales. Nosotros tenemos por tanto la necesidad de una ciencia contemplativa, dentro de la cual es el espíritu mismo el que examina al espíritu, con el fin de disipar las ilusiones fundamentales que engendran tanto sufrimiento para nosotros mismo como para los otros.

BIBLIOGRAFÍA

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11. Ricard, M & Thuan, Tx. (2000). L’infini dans la paume de la main. NiL éditions/Librairie Fayard. Paris.        [ Links ]

* En nota a pie de página en el texto de Gerardo López Sastre, ¿En qué reposa la moralidad? una respuesta desde una perspectiva intercultural; (Compilador N. zavadivker. 2007. La ética en la Encrucijada. Edt. Prometeo Libros. pp. 47-61), se destaca un texto de Jesús Mosterín: “Por ejemplo, en un juego diseñado al efecto, en que obtienen recompensas en función de sus resultados, los monos capuchinos (Cebusapella) se indignan si reciben recompensas desiguales por las mismas acciones, como si tuvieran aversión a la injusticia. Si ven que otros reciben más que ellos por la misma acción, se niegan a seguir participando en el experimento y renuncian a su recompensa”.