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Revista de Filosofía

versión impresa ISSN 0798-1171

RF v.22 n.48 Maracaibo sep. 2004

 

El mito de la “fase verificacionista” de Wittgenstein*

Sabine Knabenschuh de Porta
Universidad del Zulia
Maracaibo – Venezuela

Resumen

    Este trabajo trata de probar la incompatibilidad entre el principio de verificación neopositivista, y las ideas de Wittgenstein acerca del método de verificación como criterio de significatividad. Se muestra que el concepto wittgensteineano de verificación apunta a un saber moverse en un espacio lógico que, en virtud de su multiplicidad, resulta ser pertinente para una proposición dentro de un contexto determinado. Así, un “método de verificación” es –para Wittgenstein– una manera de localizar un camino para ver conexiones pertinentes, y no una estrategia deductiva que se supone garantice, en su último paso, un contacto decisivo con la realidad.

Palabras clave: Verificación, método, espacio lógico, multiplicidad, Wittgenstein, Neopositivismo.

The Myth of Wittgenstein’s “Verificationist Phase”

Abstract

    This essay attempts to prove the incompatibility between the neopositivist verification principle and Wittgenstein’s ideas concerning the method of verification as a criterion of significance. It is shown that the Wittgensteinian concept of verification points to an ability to move in a logical space which, by virtue of its multiplicity, turns out to be pertinent for a proposition within a certain context. Thus, a “method of verification” is –according to Wittgenstein– a way of locating a path to see pertinent connections, and not a deductive strategy which is supposed to guarantee, in its last phase, a decisive contact with reality.

Key words: Verification, method, logical space, multiplicity, Wittgenstein, Neopositivism.

Recibido: 04-11-04 

Aceptado: 15-12-04

I

    A pocos años de haberse publicado finalmente los textos clave de la –así etiquetada– “época de transición” (1929-1933) wittgensteineana1, Anthony Kenny escribe en su ya clásico libro sobre el pensador austríaco lo siguiente:

    “En las Bemerkungen Wittgenstein estaba más cerca que en ningún otro momento de su vida de las posiciones centrales del positivismo lógico. La mejor conocida de éstas es el principio de verificación, que en su formulación más fuerte enuncia que el significado de una proposición es su modo de verificación. Varias veces durante las conversaciones de 1929-30 suscribió Wittgenstein este principio…”2

    Confieso que semejante clasificación de Wittgenstein como “positivista lógico” siempre me ha resultado poco menos que chocante. Conocidas sus propias fuertes protestas contra la interpretación que los miembros del Círculo de Viena le dieran al Tractatus, y conocida la tendencia de la filosofía wittgensteineana después de 1933, tal entreacto neopositivista no dejaría de parecer un cuerpo extraño dentro del desarrollo de su pensamiento; y la época en cuestión no constituiría ni siquiera una transición, sino más bien una desviación temporal y a todas luces inexplicable. Sin embargo, cabe subrayar que Kenny no es, de modo alguno, el único que defiende dicha lectura. Hasta aproximadamente mediados de los años 80 del recién finalizado siglo XX, abundan observaciones como la arriba citada en la literatura secundaria sobre Wittgenstein. A la cabeza de esta tendencia están, desde luego, aquellos pensadores que se ubican a sí mismos en las filas (post-) neopositivistas. Así escribe, por ejemplo, Ayer:

    “Las Observaciones filosóficas tienen un interés especial porque exhiben el mayor grado de coincidencia alcanzado entre los puntos de vista de Wittgenstein y los del Círculo de Viena. En particular, se declara en varios sitios a favor de una versión fuerte del principio de verificabilidad.”3

    Y como por una curiosa fuerza de inercia, tal juicio se ha infiltrado en gran parte de las interpretaciones tradicionales de Wittgenstein, expresándose, según el caso, con diferentes grados de convicción. Stenius, por ejemplo, cataloga la época en cuestión claramente como un “período de un verificacionismo más bien fuerte”4; Edwards –algo más cauteloso– le atribuye un “fuerte matiz de verificacionismo”5; Kripke, en su célebre libro sobre el lenguaje privado en Wittgenstein, la considera al menos “la fase más verificacionista del período de transición”6; y así sucedió que el mito de la –en palabras de Pilar López– “expresa postura verificacionista”7 consiguió entrada en los libros de texto sobre Wittgenstein y será religiosamente repetido por la mayoría de los alumnos de filosofía.

    Toda esta corriente interpretativa se origina –a mi parecer– en un malentendido fundamental en lo que respecta a la idea wittgensteineana de verificación, malentendido éste que, a su vez, se debe a una lectura un tanto superficial de los respectivos textos. El mismo Hacker, uno de los defensores más convencidos de dicha interpretación, lo admite indirecta y despreocupadamente cuando, en un capítulo intitulado “El interludio positivista” [SIC], declara:

    “En años posteriores, Wittgenstein desmintió haberse adherido jamás al Principio de Verificación. Si bien es cierto que, incluso durante el período de estrecho contacto con los miembros del Círculo de Viena, las ideas de Wittgenstein acerca de la significación se diferenciaban en algunas materias bastante cruciales de las que defendían los positivistas lógicos, la desmentida es poco sincera. Incluso un examen rápido de las notas de conversación de Waismann, de los apuntes de clase de Moore y de las Philosophische Bemerkungen de Wittgenstein, muestra que entre 1929 y 1933 Wittgenstein adoptó un verificacionismo extremo.”8

    Este pasaje es ciertamente delicioso. Parece que nunca se le pasó por la mente a Hacker (ni a los demás partidarios de tal lectura) que quizás la “desmentida” de parte de Wittgenstein señalaba, en vez de una “falta de sinceridad”, una reacción a las malinterpretaciones que los “exámenes rápidos” de sus ideas en torno a la verificación habían originado. De hecho, la pregunta clave –que, por lo visto, Hacker y algunos otros no consideraron necesario plantearse– es muy sencilla: ¿Es, realmente, el postulado wittgensteineano de que “[e]l sentido de una proposición es la manera en que es verificada”9, un “dictum positivista”10? ¿O habrá que interpretarlo, tal vez, en un sentido diferente al del principio de verificación o principio de verificabilidad que proclamaba el Círculo de Viena? Personalmente, estoy convencida de que, efectivamente, las ideas de Wittgenstein en torno a la verificación –y a la experiencia– se distinguen de manera esencial de las que defendían pensadores como Schlick, Carnap o Ayer, por ejemplo; resultando –como acertadamente señala Juliet Floyd– a todas luces inaceptable la estereotipada concepción de que Wittgenstein haya sido en su juventud un “filósofo del lenguaje ideal”, después un “verificacionista”, y finalmente, con avanzada edad, un “filósofo del lenguaje ordinario”11; como si hubiese asumido, sucesivamente, tres papeles diferentes e irreconciliables en el teatro filosófico. Tratar de aclarar en qué consiste –o cómo ha de entenderse– el tan frecuentemente citado “verificacionismo” del pensamiento wittgensteineano de comienzos de los años 30, y de qué manera se integra orgánicamente en el desarrollo de su filosofía, será por tanto el objetivo del presente trabajo.

II

    Al decir que las ideas de Wittgenstein acerca de la verificabilidad y de la verificación se diferencian del principio neopositivista del mismo nombre, no pretendo, desde luego, negar el hecho de que los miembros del Círculo de Viena –en especial su fundador, Moritz Schlick– estaban completamente convencidos de haber derivado su propio postulado precisamente del pensamiento wittgensteineano; inicialmente del Tractatus, y después de las conversaciones sostenidas entre 1929 y 1932. Como subraya José Hierro, Schlick –en sus escritos sobre la temática– “menciona explícitamente lo mucho que debe en sus afirmaciones a la influencia de Wittgenstein”12; y de hecho ni siquiera se precisa tal aseveración si se contempla pasajes como el siguiente:

    “Dar el significado de una oración equivale a dar las reglas según las cuales ha de usarse la oración, y esto es lo mismo que enunciar el modo en que puede ser verificada (o falsada). El significado de una proposición es el método de su verificación.”13

    Es evidente que tales postulados se nutren de ciertas observaciones wittgensteineanas de los años 30, como lo ilustra este grupo de ejemplos que, puestos en secuencia, parecen presentar en efecto la misma argumentación que el citado pasaje de Schlick procura sintetizar14:

    “[E]l sentido de una proposición sólo presupone la aplicación gramaticalmente correcta de ciertas palabras.”15

    “[S]i es que entiendo el sentido de una proposición, entonces debo estar entendiendo también la sintaxis [= gramática] de la expresión en ella contenida.”16

    “[P]ara aprender a entender la gramática de la proposición, uno se preguntará: ¿Cómo se usa esta proposición? ¿Qué es lo que se considera el criterio de su verdad? ¿Qué es su verificación? – Si no está previsto ningún método para decidir si la proposición es verdadera o falsa, entonces resulta que carece de fin, y esto es, de sentido.”17

    “Entender el sentido de una proposición significa saber cómo ha de encaminarse la decisión de si es verdadera o falsa.”18

    “Si se quiere conocer el significado de una proposición, hay que preguntar por su verificación.”19

    “Para señalar qué sentido tiene una aserción [Aussage], hay que indicar cómo se puede verificarla y qué se puede hacer con ella.”20

    “El sentido de una proposición es el método de su verificación.”21

    Pero las apariencias engañan. Si bien las formulaciones wittgensteineanas y las de los empiristas lógicos son frecuentemente parecidas –y en ocasiones literalmente coincidentes–, el marco conceptual subyacente es, en cada caso, otro. Con el detalle adicional de que Wittgenstein estaba en todo momento consciente de tal discrepancia, mientras que unos cuantos pensadores neopositivistas sucumbían reiteradas veces a la tentación de entender a Wittgenstein a su propia manera.

    La visión del positivismo (o empirismo) lógico se caracteriza –como es sabido– por el interés en la ciencia y su lenguaje, por el intento de unir un acercamiento empirista al mundo con los medios de la lógica formal, y por la pretensión de proporcionar una manera sistemática y rigurosa –“científica”– de tratar los problemas filosóficos. Esto significa que el denominador común del pensamiento neopositivista (con todas sus variantes) es la búsqueda –o más bien exigencia– de una seguridad articulable.22 Se esperan respuestas concluyentes y definitivas a todo interrogante, de tal manera que cualquier respuesta que no sea concluyente y definitiva no se reconoce como respuesta en lo absoluto. Es obvio que tal punto de vista le imprime un sello muy especial al así llamado principio de verificabilidad: no es suficiente, para la atribución legítima de significaciones, intuir una vía de confirmar (o refutar) una proposición, ver un camino de contestar una pregunta, darse cuenta de que hay una manera de decidir si una afirmación es acertada o no; sino que se considera indispensable decir expresamente en qué consistiría tal vía, camino o manera de decisión. Esta característica, que ya se percibe en el arriba citado pasaje de Schlick (se trata de dar el significado de una oración, de dar las reglas según las cuales ésta ha de usarse, de enunciar su método de verificación), queda más clara aun en este otro:

    “En términos generales, ¿cuándo obtenemos la seguridad de que se encuentra ya claramente definido el significado de una interrogante? Tal parece que esto acontece sólo cuando podemos enunciar con exactitud las condiciones que permiten que dicha interrogante sea contestada afirmativamente o, según el caso, aquellas que permitan que sea contestada negativamente.”23

    Lo curioso es que este rasgo esencial de la posición neopositivista es fácilmente pasado por alto, especialmente en los textos secundarios que defienden el supuesto “verificacionismo” de Wittgenstein. Más aún: parece que a menudo es confundido con otra faceta del positivismo lógico (la que éste sí tiene en común con Wittgenstein), a saber, la insistencia en que el principio de verificabilidad no se refiere a la verificación realizable de facto, sino a la lógicamente posible. Como lo formula el mismo Schlick,

    “…verificabilidad se usa aquí en el sentido de ‘verificable en principio’ ya que el significado de una proposición es, naturalmente, independiente de las circunstancias en que nos encontramos y que en un determinado momento pudieran permitir o impedir su verificación efectiva.”24

    Esto es ciertamente importante: supeditar la verificabilidad de un enunciado a cualquier constelación determinada de condiciones fácticas equivaldría a una posición ingenua sin ninguna perspectiva de ayudar a aclarar el fenómeno de la significatividad, bien sea para el pensamiento científico, bien sea en general. Es verdad que la distinción entre verificabilidad fáctica y lógica no puede visualizarse sino por vía negativa, oponiendo la imposibilidad fáctica a la imposibilidad lógica: “[l]o que es empíricamente imposible…” –así Schlick– “…sigue siendo concebible, pero lo que es lógicamente imposible es contradictorio y, por ende, no puede ser pensado”25; y tiene que expresarlo de esta manera, por no haber criterio decisivo para distinguir entre las respectivas vertientes afirmativas. Pero este detalle no constituye, después de todo, sino un pequeño inconveniente de forma, que en principio no le resta peso a la argumentación misma.

    Por otro lado (y con ello cierra nuestro breve excurso), es precisamente el peso de tal argumentación el que –como queda dicho– suele hacer olvidar la exigencia neopositivista de que el método de verificación sea enunciable con exactitud, es decir, de facto articulable. Pues, superficialmente mirado, parece tratarse de la misma insistencia en que –según lo formula Hierro–

    “…la cuestión de decidir si una oración es verdadera o es falsa presupone la cuestión de asignarle un significado, en el sentido de que tenemos que entender una oración, esto es, saber lo que significa, antes de intentar averiguar si es verdadera o es falsa.”26

    Pero hay que diferenciar, en este contexto, entre la posibilidad de articular la proposición misma y la posibilidad de articular el correspondiente método de verificación, esto es, entre la posibilidad lógica de su verificación y la posibilidad (¡fáctica!) de describir tal posibilidad, o, dicho de una tercera manera, entre saber seguir las reglas para el uso de la proposición y saber dar esas mismas reglas. Esta diferencia me parece fundamental y, en lo que respecta a la visión neopositivista, decisiva. Pues implica que, a pesar de no exigirse, como criterio de significatividad, una verificabilidad actual, sí se exige una articulabilidad actual del respectivo método de verificación (lo cual, entre otras cosas, explica el origen del célebre concepto carnapiano de “significado cognitivo”).

    De aquí partió –según parece– en última instancia el artificioso mecanismo de seguridad que el neopositivismo ideó para el lenguaje científico (en vista de lo cual no se puede sino apoyar el juicio de Popper, de que se trata, en última instancia, de un criterio de demarcación): un proceso regresivo de proposiciones de verificación hasta llegar (suponiendo oportunamente que fue esto lo que Wittgenstein quiso decir cuando hablaba de “proposiciones elementales”) a los enunciados directamente conectados con la percepción inmediata –llámense “constataciones” (Schlick), “proposiciones protocolares” (Neurath) o “proposiciones básicas” (Ayer)–, es decir, hasta llegar a enunciaciones de juicios de percepción que –según acertadamente interpreta Hierro–, por ser éstos “por definición, verificaciones”, “tienen como significado el método de verificación que ellas mismas manifiestan”27. Sirva como ilustración el siguiente pasaje de Carnap en torno a un posible modo de verificar la proposición concreta ‘Esta llave está hecha de hierro’:

    “Premisas: P1: ‘Esta llave está hecha de hierro’; la proposición
que va a ser examinada.

    P2: ‘Si se coloca un objeto de hierro cerca de un imán, es atraído’; ésta es una ley física ya verificada.

    P3: ‘Este objeto –una barra– es un imán’; proposición ya verificada.

    P4: ‘La llave se coloca cerca de la barra’; esto se verifica ahora directamente por medio de nuestra observación.

    De estas cuatro premisas podemos deducir la conclusión:

    P5: ‘La llave será atraída ahora por la barra’.

    Esta proposición constituye una predicción que puede ser examinada mediante la observación.”28

    Lo que tenemos aquí no es otra cosa sino un intento de proporcionar una metodología rigurosa y segura, constituida fundamentalmente a partir de las interrelaciones deductivas entre enunciados empíricos de diferentes grados de generalidad, y cuyo objetivo consiste en garantizar la descriptibilidad del respectivo método de verificación. El mismo desarrollo que experimentaron las sucesivas formulaciones del principio de verificabilidad suele reflejar que, en última instancia, la idea neopositivista de significatividad desemboca en una propuesta metodológica. En 1932, Schlick había proclamado escuetamente que

    “…toda proposición posee significado sólo en cuanto puede ser verificada”29;

pero ya tres años más tarde puntualiza al respecto Carnap:

    “Lo que da un significado teórico a una proposición… [es] la posibilidad de deducir de ella proposiciones perceptivas, en otras palabras, su posibilidad de verificación.”30

    Y esta misma tendencia es continuada después por Ayer, quien intenta corregir su propia propuesta presentada en la primera edición de su célebre texto Lenguaje, verdad y lógica (1936), de que

    “…podemos decir que el signo de una auténtica proposición factual consiste… en que algunas proposiciones experienciales puedan ser deducidas de ella en conjunción con otras premisas determinadas, sin ser deducibles de esas otras premisas solamente”31, precisando, en 1946, las condiciones para que una proposición (no analítica) sea verificable y por tanto “literalmente significante”, en los siguientes complejísimos términos:

    “[U]na declaración es directamente verificable, si es o una declaración-observación en sí misma, o si es tal que, en conjunción con una o más declaraciones-observación implica, por lo menos, una declaración-observación que no sea deducible de estas otras premisas solas; y … una declaración es indirectamente verificable si satisface las siguientes condiciones: primera, que en conjunción con otras determinadas premisas implique una o más declaraciones directamente verificables, que no sean deducibles de estas otras premisas solas; y segunda, que estas otras premisas no incluyan ninguna declaración que no sea ni analítica, ni directamente verificable, ni susceptible de ser independientemente establecida como indirectamente verificable…”32

    De este modo, el principio de verificabilidad neopositivista en tanto que criterio de significatividad deviene en un método neopositivista de descripción que, en rigor, es una fiel imagen de la misma metodología de verificación científica según los cánones de las ciencias empíricas. Y –como veremos a continuación– esto no es, de modo alguno, lo que Wittgenstein llama un “método de verificación”.

III

    Cuando Wittgenstein habla de “método”, “método de verificación” y “verificación”, no se refiere, como los representantes del pensamiento neopositivista, a un procedimiento prediseñado y restringido a involucrar sólo determinados tipos de elementos, ni a una estrategia supeditada a un solo modo de conexión con la realidad. Más bien sus consideraciones sobre tales tópicos giran en torno a nuestra actividad de preguntar en todas sus manifestaciones. El trasfondo de tal enfoque es patente: a toda proposición con sentido subyace, en última instancia, una pregunta con sentido, la significatividad o pertinencia de la cual depende de si la vía que toma –es decir, la manera en que se articula– promete algún éxito, alguna salida de la perplejidad que la originó. En este orden de ideas, método es –para Wittgenstein– una posible vía de pregunta o búsqueda pertinente, enmarcada por un determinado espacio (lógico) o ámbito de incertidumbre; y verificación, una posible respuesta a una pregunta pertinente en concordancia con la multiplicidad o dimensión del respectivo ámbito. Afirmación ésta que ciertamente (en vista de los términos técnicos que en ella aparecen y que –no obstante la insistencia de Wittgenstein en la importancia del lenguaje común– son auténticamente wittgensteineanos) requiere algunas aclaraciones conceptuales.

    El eje epistemológico de toda esta temática –y, en general, de las investigaciones “gramaticales” de Wittgenstein a principios de los años 30– es la noción de espacio (lógico).33 Proveniente del Tractatus y básicamente prefigurado desde aquella época, ese constructo designa (en analogía con el Espacio en tanto que posibilidad de ubicación de objetos extensos) un “elemento formal de ordenamiento”34 que rige nuestros encuentros con el mundo –y los correspondientes usos del lenguaje– según los diferentes modos en que logramos y/o decidimos registrar lo dado. En este orden de ideas, Wittgenstein distingue35, primero, entre lo que podríamos llamar los espacios empíricos –tales como el espacio visual, el auditivo y el táctil (en los que lo dado consiste en las manifestaciones fenoménicas)–, y los espacios abstractos o matemáticos –el aritmético, el algebraico y el geométrico (donde lo dado viene siendo “algún tipo de símbolos” o “imágenes” que el matemático tiene “en la cabeza” y trata de “poner sobre el papel”)36–; segundo, entre el espacio empírico en tanto que se constituye como espacio de la experiencia inmediata, y ese mismo espacio empírico concebido como espacio físico o medido; y tercero (sin que todo ello equivalga a un intento de establecer un sistema de clases jerárquicamente relacionadas), entre los más variados espacios lógicos específicos –de muy distintos grados de especificidad– dentro del marco de los tres ámbitos básicos (el abstracto, el físico y el de la experiencia inmediata).

    El cómo conocemos y cómo articulamos lo conocido depende entonces –según este punto de vista– de los espacios lógicos que se constituyen por igual desde nuestras posibilidades de captación o intención, y desde las posibilidades manifestativas del mundo; o, dicho de otra manera, en la conformación de los cuales intervienen por igual nuestras potencialidades en tanto que registradores, y las potencialidades de la realidad en tanto que registrable. Con ello, la tradicional exigencia epistemológica de clasificar las diferentes maneras de conocer según tipos de objetos se revela como obsoleta, ofreciéndose más bien la posibilidad de enfocar el conocimiento desde distintos ángulos en virtud de la diversidad de los espacios-registro disponibles. Tal diversidad, a su vez, es sumamente compleja (y en principio ilimitada), pues cualquier proceso puede inscribirse en distintos ámbitos, es decir, puede ser registrado de diferentes modos (un fenómeno cromático, por ejemplo, es registrable por medición de sus ángulos de refracción, por un análisis de pigmentos, por su ubicación relativa en el espectro, o simplemente por nuestra sensibilidad visual); y su inserción en uno de los posibles ámbitos o espacios-registro determinará la pertinencia de lo que acerca de él pretendamos decir.

    Corolario de todo lo anterior es que las actividades de esperar, buscar o –sencillamente– preguntar sólo tienen sentido si la expectativa, la búsqueda o la pregunta se insertan en el espacio (lógico) pertinente, susceptible de abarcar simultáneamente el interrogante y la posibilidad de lo buscado. “[L]a expectativa…” –enfatiza Wittgenstein en las Observaciones filosóficas– “…debe estar en el mismo espacio que lo esperado”37; sin presuponer, desde luego, que lo esperado necesariamente exista: lo decisivo es su posibilidad dentro de ese espacio lógico. Si tal posibilidad no está dada, la búsqueda carece de pertinencia y, por ende, de sentido. Así como “[n]o se puede…” –en palabras de Wittgenstein– “…buscar con el sentido táctil una impresión visual”38 (o –recordando nuestro ejemplo anterior– tratar de determinar los porcentajes de pigmentos azules y rojos de una mancha violeta por medio de la mera sensibilidad visual), así tampoco tiene sentido enunciar, por ejemplo, ‘Esto no es un ruido, sino un color’39; pues ni la pregunta por una impresión visual es pertinente en el espacio táctil (o la pregunta por pigmentos, en el espacio visual de la experiencia inmediata), ni lo es la pregunta por un fenómeno acústico en el espacio cromático (o viceversa).

    Nuestra conciencia epistémica y conceptual de pertinencia (es decir, nuestra percatación de la pertinencia o no-pertinencia de una pregunta o un planteamiento) es, por ende, conciencia40 de un espacio lógico en el cual sabemos movernos (o con el cual estamos familiarizados), y que adquiere la función de un indicador de posibles caminos, de posibles conexiones entre pregunta y respuesta. Todo lo cual significa que el espacio lógico, en tanto que ámbito de incertidumbres y posibilidades pertinentes, viene siendo, no solamente lo único “de lo cual uno, al buscar, puede tener certeza”, sino también aquello “de lo cual debes tener certeza para hacer una pregunta”.41 Expresado en términos más categóricos: no puede haber incertidumbres (es decir, preguntas) sin que alguna certidumbre las fundamente; ciertamente, no una certidumbre puntual, concreta, sino una certeza respecto a la ubicación de los posibles interrogantes. En efecto, una inquietud –bien sea empírica, bien sea abstracta– sólo es concebible como tal si nos sentimos al menos provisionalmente seguros acerca del marco en que se inscribe; pues, sin esa seguridad, nuestra búsqueda quedaría suspendida en un vacío conceptual. Y lo mismo vale, por extrapolación, para cualquier proposición.

    Pero –cabría preguntar en este punto– ¿cómo obtenemos dicha seguridad? En otras palabras: siendo el factor decisivo para la significatividad de una proposición, no su correspondencia con una constelación objetiva, sino más bien la pertinencia del interrogante subyacente, y siendo el factor legitimador de nuestras incertidumbres la certeza de movernos en un espacio lógico apropiado, ¿cuál será el criterio de tal pertinencia y legitimación? Contestaría Wittgenstein –según la tónica de sus textos de los años 30–: la coincidencia entre articulación y ámbito cognitivo en cuanto a su respectiva multiplicidad (con lo cual llegamos al segundo término técnico que había que aclarar).42

    “El signo…” –postula Wittgenstein– “…debe tener la multiplicidad y las propiedades del espacio”43, de manera que el criterio de pertinencia de una pregunta o determinación consiste en que tenga la misma multiplicidad que el espacio lógico en que pretende inscribirse (y en la constitución del cual pretende participar). Ante tal exigencia, es casi inevitable pensar en la noción matemática de variedad, es decir, en sistemas de coordenadas que, por posibilitar la diferenciación y determinación de puntos o valores espaciales, determinan al mismo tiempo las dimensiones del (o redes de relaciones dentro del) respectivo espacio.44 En efecto, la idea de Wittgenstein es ésta: así como, por ejemplo, la descripción pertinente de unas manchas de color en una superficie equivale a la aplicación de un sistema de determinados “patrones-medida” [Maßstäbe] adaptados al número y tipo de “coordenadas” involucradas –afirma Wittgenstein–, “[a]sí sucede en todas partes [= en todos los ámbitos]. Damos a la realidad una coordenada; un color, una luminosidad, una dureza, y así sucesivamente”.45 Y siendo tales coordenadas las que proporcionan (o posibilitan) los criterios de diferenciación del caso, sólo el signo que se adapte a las dimensiones resultantes –es decir, que tenga la misma multiplicidad– podrá determinar un lugar en el espacio (lógico) en cuestión y, así, considerarse pertinentemente empleado.

    Pero hay que subrayar que la red establecida en (o la multiplicidad de) cada uno de los posibles espacios lógicos depende, no solamente de diferencias en virtud de número y tipos de coordenadas, sino también de distinciones respecto a las posibles proyecciones a partir de tales coordenadas.46 Es precisamente en este sentido que Wittgenstein suele insistir en que “[l]a descripción tiene que realizarse siempre de tal manera que la descripción no determine dos veces la misma coordenada”47; observación ésta que apunta a cómo se puede (y cómo no se puede) determinar valores de coordenadas dentro de una dimensión dependiendo de las relaciones entre (las potencialidades de proyección de) las diferentes coordenadas. En tal orden de ideas, el conocido ejemplo wittgensteineano de que no podemos afirmar de algo que sea simultáneamente ‘rojo’ y ‘azul’48, señala que semejante incompatibilidad (es decir, la imposibilidad de coincidencia en un mismo punto) no se da entre un color A y un color B cualesquiera, sino específicamente entre dos determinaciones A y B de la misma coordenada en la dimensión cromática. Nada impediría, a fin de cuentas, determinar un mismo punto como ‘azul’ y ‘celeste’: perteneciendo en este caso (en concordancia con las relaciones entre las distintas coordenadas del sistema) el color B a las potencialidades de proyección del color A, ambos son perfectamente compatibles.

    Nuestra certeza respecto a la pertinencia –o no– de una búsqueda, una pregunta o un planteamiento surge, entonces, de una conciencia de dimensiones: decir, por ejemplo, ‘Esto no es un ruido, sino un color’, equivaldría a presuponer inapropiadamente la posibilidad de aplicar un sistema de coordenadas perteneciente al espacio auditivo, a un ámbito del espacio visual (o viceversa); o presuponer –también inapropiadamente– que los dos espacios tengan la misma dimensión y permitan el mismo sistema de coordenadas. Pero, aparte de casos tan obvios como éste –en los que la misma facultad sensorial básica caracteriza el tipo de registro y facilita con ello la conciencia de la respectiva dimensión–, Wittgenstein aduce especialmente aquellos otros en que o nuestra decisión de acercarnos de una u otra manera a lo dado, o ciertas capacidades específicas de percepción originan un determinado tipo de registro de cuyas dimensiones y multiplicidades hemos de percatarnos.

    En este orden de ideas, la clave de la distinción entre espacio visual y espacio euclideano (o físico)49, por ejemplo, se encuentra en nuestra decisión de considerar o no el factor medición como parte de la constitución del respectivo espacio de incertidumbre. Seleccionamos, de entre todas las dimensiones objetivas posibles, en cada uno de los dos casos una dimensión diferente para nuestra contemplación; con el resultado de tener que desdoblar en ocasiones nuestro dispositivo verbal. Así sucede que –según señala Wittgenstein– “el círculo y la recta tienen, en el espacio visual, otra multiplicidad que … en el espacio físico, pues una sección corta de un círculo visto puede ser recta, aplicando precisamente ‘círculo’ y ‘recta’ en el sentido de la geometría visual”50.

    Y lo que en este terreno ocurre en virtud de nuestra decisión, se produce en otros debido a la diversidad de nuestras capacidades perceptivas, tales como la capacidad de percibir colores bien sea como puros o simples (el rojo en cuanto rojo, el azul en cuanto azul), bien sea como mixtos o complejos (el violeta en tanto que contiene rojo y azul, el anaranjado en tanto que contiene amarillo y rojo). También aquí disponemos de dos dimensiones –o multiplicidades– distintas, con el ya mencionado efecto de desdoblamiento de al menos algunos elementos de nuestro lenguaje: “si la expresión ‘hallarse entre’…” –ejemplifica al respecto Wittgenstein– “…designa en una ocasión la mezcla de dos colores simples, y en otra, el componente simple [que es] común a dos colores mixtos, entonces la multiplicidad de su aplicación es, en cada caso, distinta”51 (pues en el primero se trata de una ubicación indeterminada entre exactamente dos colores puros, y en el segundo, de una ubicación determinada en medio de una indefinida multitud de colores complejos). Habrá que admitir, por tanto, que incluso dentro de un espacio que –como el cromático– se consideraría espontáneamente como homogéneo, es posible que nos movamos en ámbitos distintos. En última instancia –parece querer decir Wittgenstein– cada ámbito experiencial o cognoscitivo tiene su propia multiplicidad, y cada diferencia entre multiplicidades señala la presencia de espacios lógicos diferentes.

    Ciertamente, nuestros movimientos en los diferentes espacios lógicos, y nuestra certeza acerca de la pertinencia –o no– de tales movimientos en virtud de su respectiva multiplicidad o dimensión, son –dentro del marco de la filosofía wittgensteineana– movimientos y certezas gramaticales. Al fin y al cabo, se trata de nuestra conciencia respecto a la pertinencia de nuestras preguntas –las que solamente son tales por cuanto se articulan–, de manera que la determinación de pertinencias de (o respecto a) espacios lógicos ocurre necesariamente dentro del campo lingüístico-conceptual. Sin embargo, ello no significa que la gramática fabrique los espacios lógicos, sino más bien que los espacios lógicos fundamentan la gramática o, mejor, las gramáticas. En esto consiste lo que llamaría el “giro epistemológico” de la noción de gramática en los textos de Wittgenstein: lo gramatical aparece allí como abarcando los diversos ámbitos experienciales y cognoscitivos que se configuran –como queda dicho– por igual desde nuestras decisiones o capacidades, y desde las potencialidades manifestativas de la realidad. Lo cual implica para la relación entre lenguaje y mundo –léase mundo vital– que éstos siempre se conectarán “en algún sentido”52, vale decir, a través de alguno de los posibles espacios lógicos o de incertidumbre. Así lo expresa el propio Wittgenstein:

    “¿Cuál es la conexión entre signo y mundo? ¡¿Podría buscar algo sin que estuviese el espacio en el cual lo busco?! – … – La idea sería entonces que lo que la expectativa tiene en común con la realidad, es, que se refiere a otro punto en el mismo espacio.”53

    En consecuencia, la significatividad de los elementos lingüístico-conceptuales depende, en cada caso, del espacio lógico en que –con la certeza de su pertinencia– los inscribimos. Y la capacidad de tal inserción en –o determinación de– un espacio lógico adecuado es lo que aparece en los textos wittgensteineanos como disponibilidad de un método:

    “A una pregunta corresponde, de forma inmediata [unmittelbar], un método de encontrar. – O se podría decir: una pregunta designa un método del buscar. – Sólo se puede buscar en un espacio. Pues sólo en el espacio se está en una relación con el Allá en donde no se está”.54

    Ésta viene siendo –como trataré de aclarar en la última sección del presente estudio– la base de lo que Wittgenstein concibe, en los respectivos textos, como verificación.

IV

    Saber cómo se verifica una proposición equivale –según el pensamiento wittgensteineano de principios de los años 30– a moverse con propiedad en un espacio lógico, consciente de que éste es tan sólo uno de los espacios en principio disponibles. No se trata, por tanto, de captar una determinada relación constante entre elementos lingüístico-conceptuales y elementos objetivos, sino más bien de adoptar una determinada visión de ciertas facetas del mundo, y de aceptar los compromisos que esa visión implica. Con ello, la idea de la verificación o verificabilidad de una proposición se vuelve obsoleta como criterio de su significatividad, y es sustituida por una concepción flexible según la cual hay tantas significaciones potenciales como maneras o métodos de verificación (visiones) posibles. El factor decisivo no está en saber cuál es la verificación de una oración, sino de qué nos servimos, qué admitimos en cada caso y contexto como tal verificación. Es en este orden de ideas que –para Wittgenstein– verificación significa método de buscar, y que entender el sentido de una proposición equivale a conocer el método que subyace a su articulación, es decir, el marco de verificación dentro de cual fue formulada.55 Uno de los muchos ejemplos que aduce al respecto es éste:

    “[S]i digo: ‘Esto es amarillo’, entonces lo puedo verificar de muy distinto modo. Según el método que al respecto admito como verificación, la proposición tiene un sentido completamente diferente. Si por ejemplo admito la reacción química como medio de verificación, entonces tiene sentido decir: ‘Esto se ve gris, pero en realidad es amarillo.’ Si en cambio tomo por verificación lo que veo, entonces ya no tiene sentido decir: ‘Esto se ve amarillo, pero no es amarillo.’”56

    La captación del sentido de una proposición identificando el método de verificación que le corresponde consiste, entonces, en la determinación y aceptación de criterios que señalan un espacio lógico específico y rigen la pertinencia de lo que dentro de su marco se pretende articular. La pregunta ‘¿Cómo se verifica esto?’ siempre se traduce para Wittgenstein en el interrogante ‘¿Cuál sería el criterio de (decir) esto?’; o, dicho de otra manera, preguntar por la verificación significa enfocar el criterio del cual nos servimos al ubicar una proposición cualquiera en un ámbito de incertidumbre determinado.57 Esta peculiar acentuación, a su vez, señala hasta qué punto estamos involucrados activamente en todo proceso de verificación (dándole más bien carácter de acto de legitimación). Pues un criterio es un parámetro de decisión que fijamos para (y con) un determinado contexto, de tal modo que también pudiéramos, en principio, haber fijado uno distinto. Y sólo dicha fijación es la que nos permite manejar un contenido conceptual como efectivamente significante. “Lo más importante…” –postula en este sentido Wittgenstein– “…es la determinación de aquello que se sabe cuando se sabe”58, es decir, la identificación del respectivo criterio de ubicación, la cual no constituye sino una técnica común de organización conceptual. En este orden de ideas interpreta –correctamente– Waismann:

    “No se trata… de ningún discernimiento [Einsicht] nuevo, sino sólo de la formulación de un procedimiento ejercido por todo el mundo, cuando decimos: El criterio de comprensión [Verstehen] es el conocimiento del método de verificación.”59

    Es obvio que –en el contexto del pensamiento wittgensteineano– tal “procedimiento ejercido por todo el mundo” (y respecto de todas las visiones de la realidad, no solamente la científica) implica, para cada una de las visiones posibles, un compromiso de insertarse en la dimensión (el sistema de coordenadas) pertinente; o, en otras palabras, de respetar las multiplicidades del caso. Con lo cual la diferencia entre una verificación y otra se revela como un fiel reflejo de la diferencia entre las multiplicidades de espacios lógicos distintos. Uno de los ejemplos mediante los que Wittgenstein ilustra esta equivalencia, es el de las posibles determinaciones cuantitativas de unos trazos paralelos según sean contados o solamente vistos:

    “Viendo, puedo ciertamente distinguir entre 2 y 3 trazos, pero no entre 100 y 101 trazos. Hay aquí dos verificaciones diferentes, una verificación al ver, [y] la otra al contar. Aquel sistema tiene otra multiplicidad que éste. El sistema visual reza: 1, 2, 3, 4, 5, muchos.”60

    Aquí se manifiesta, una vez más, la ya señalada convicción de Wittgenstein de que la     certeza respecto a la pertinencia de nuestras preguntas dentro del marco de determinados espacios de incertidumbre se fundamenta en último término en una conciencia de multiplicidades o dimensiones61; lo cual le confiere a la noción de verificación la característica especial –y auténticamente wittgensteineana– de no apuntar a la determinación de realidades concretas, sino más bien a la diferenciación de posibilidades inherentes al mundo y a la experiencia vital. De esta manera, la idea –proveniente del pensamiento lógico-formal– de que no se trata, en materia de análisis conceptual, sino de establecer las condiciones de verdad de las proposiciones, es llevada, en las investigaciones “gramaticales” de Wittgenstein, hasta sus últimas consecuencias: ni siquiera son tales condiciones mismas las que interesan en primer lugar, sino más bien los marcos de posibilidades en que éstas se establecen. Así como –desde tal punto de vista– ya no cabe hablar de la verificación de una proposición, tampoco tiene demasiado sentido buscar las condiciones de su verdad, puesto que ellas mismas dependen, a su vez, del ámbito de incertidumbre en que la proposición se inserte. Dicho de otro modo, las condiciones de verdad no pertenecen, en realidad, a la proposición, sino al espacio lógico dentro del cual la proposición puede articularse pertinentemente.

    En consecuencia, cuando Wittgenstein afirma, por un lado, que una proposición es un “andamiaje” susceptible de “las más variadas verificaciones”62, y por otro lado, que “[t]oda proposición es [un] indicador de [Anweisung auf] una verificación”63, está lejos de incurrir –como podría parecer a primera vista– en una contradicción. Lo que precisamente quiere subrayar con tales observaciones es –según mi lectura– la dependencia de una proposición, en cuanto a su significatividad, del espacio lógico en que se ubique: permite, en efecto, “las más variadas verificaciones” (y puede adquirir distintos sentidos) en tanto que puede insertarse, en principio, en diferentes espacios; pero indica con toda claridad cuál es su significación (y cuál su método de verificación) a partir del momento en que ha sido adscrita a un espacio determinado. La conciencia de esa adscripción es, por tanto, el presupuesto de la conocida afirmación wittgensteineana de que “[el] cómo se verifique una proposición, eso lo dice ella [misma]”64. Y queda claro que tal conciencia de pertinencias no equivale –como pretendía por ejemplo Schlick– a “enunciar con exactitud” las condiciones de verdad de la respectiva proposición. Equivaldría, en todo caso, a poder describir –o mejor, ejemplificar– algunas peculiaridades de (la dimensión o multiplicidad inherente a) un espacio de incertidumbre pertinente y por tanto determinador de dichas condiciones de verdad.

    Esto mismo es lo que hace, efectivamente, Wittgenstein en sus textos. Fiel a su lema de no presentar teorías sino de elucidar nuestras organizaciones (y enredos) conceptuales a partir de lo que está a la vista y disponible (es decir, las manifestaciones concretas del lenguaje común), ilustra su peculiar acepción de la equivalencia entre significatividad y método de verificación mediante los más variados ejemplos y descripciones. Gran parte de esas ilustraciones, como los dos ejemplos arriba citados, están al servicio de la diferenciación entre el espacio físico y el espacio de la experiencia inmediata. Otra serie de ejemplificaciones se refiere a la verificación mediante el recuerdo, en tanto que diferente de, por un lado, aquella que se basa en la experiencia presente, y, por otro lado, aquella que requiere algún tipo de fuentes secundarias.65 Un tercer grupo importante se compone de ejemplos cuya finalidad consiste en distinguir entre la verificación empírica y la verificación (es decir, prueba) matemática.66

    En todos esos –y otros– casos67, Wittgenstein logra, primero, fundamentar su postulado “Allí donde hay verificaciones diferentes, también hay significaciones [Bedeutungen] diferentes”68; segundo, evidenciar que su concepto de verificación no se limita, en lo absoluto, a la contrastación empírica; y tercero, mostrar que es precisamente esa noción de verificación la cual, dentro de su sistema de pensamiento, actúa de denominador común para la proposición matemática (en tanto que proposición no genuina, es decir, mera expresión de reglas), la hipótesis del lenguaje físico, y la proposición genuina del lenguaje perteneciente a la experiencia inmediata. Respecto a esta última observación habrá que añadir aún algunas líneas aclaratorias.

    La distinción entre proposición matemática y proposición genuina, por un lado, y entre proposición genuina e hipótesis, por otro,69 está directamente relacionada con la antes mencionada diferenciación entre espacios abstractos y empíricos, y entre tales espacios empíricos en tanto que espacios de la experiencia inmediata o en cuanto espacios físicos. Tratándose de ámbitos de incertidumbre esencialmente diferentes, no puede sorprender que también habrán de distinguirse las respectivas visiones, modos de preguntar o métodos de verificación. Sin embargo, debido a la ampliamente difundida convicción de que el punto de vista wittgensteineano en aquella época fuera equivalente al verificacionismo neopositivista, se han producido en torno a tales distinciones unas cuantas discusiones tan curiosas como –según me parece– innecesarias.

    El punto tal vez más claro y menos polemizado en la literatura secundaria es que la idea wittgensteineana acerca de la relación entre una expresión matemática y su prueba se asemeja en algunos importantes aspectos a su concepción respecto de la relación entre una proposición genuina y su fundamento empírico. En ambos casos se trata –en el sentido arriba expuesto– de una verificación; e incluso los más empecinados defensores del “neopositivismo” wittgensteineano han tenido que admitir que la visión de Wittgenstein al respecto es considerablemente más amplia que la de sus colegas vieneses. No obstante, el mencionado paralelismo se ha presentado a menudo de un modo un tanto tergiversador, por entenderse como una extrapolación del principio de verificación neopositivista a la matemática.70 Y verlo de esta manera nos llevaría a entrar en un círculo vicioso basado en una clara falacia: si el concepto de verificación manejado por Wittgenstein es –según ya he tratado de mostrar– diferente del neopositivista, entonces no tiene sentido suponer que haya aplicado, dentro de su filosofía, este último a ámbito alguno. De hecho, no se trata de ninguna aplicación ni extrapolación, sino del desarrollo de un complejo nocional que abarca tanto las articulaciones acerca de lo empírico como las expresiones matemáticas.

    El problema es que Wittgenstein gusta de usar el término ‘verificación’ (al igual que la palabra ‘proposición’)71 en dos acepciones: una general, que abarca todo control de admisibilidad de un enunciado (incluyendo el matemático y el gramatical), y otra que se limita a enfocar la pertinencia de una proposición empírica. En el primer sentido, su pregunta por la verificación rige indistintamente sus planteamientos acerca de la matemática y acerca de los ámbitos empíricos: para diferenciar, por ejemplo, el caso de una generalidad algebraica (como la validez de una fórmula para ‘todos los números’) del caso de una generalidad empírica (como la atribución de una predicación a ‘todas las personas en esta habitación’) –así Wittgenstein–, “preguntamos: Cómo se verifica aquél y cómo este otro”.72 En el segundo sentido, sin embargo, separa categóricamente –como es de esperar– el procedimiento matemático del empírico. “Nada es más fatal para la comprensión filosófica…” –dice en la Gramática filosófica– “…que la concepción de prueba y experiencia como dos métodos de verificación diferentes y por ende, después de todo, comparables.”73 Pero debe tenerse en cuenta que aquí entiende por ‘verificación’ un método de búsqueda empírico, el cual, evidentemente, no es pertinente para la matemática: a ningún matemático medianamente sensato se le ocurriría comprobar una fórmula mediante sucesivas experimentaciones, o revisar una serie infinita por medio de un conteo.74

    La búsqueda en el espacio matemático (abstracto) –y esto queda muy claro en todos los textos wittgensteineanos de los años 30– es algo muy diferente, pues consiste en una visualización de un sistema (cerrado) ya expresado en su totalidad por la misma proposición que se trata de probar. “Lo que [en matemática] se llama proposición…” –subraya en este sentido Wittgenstein– “…es sólo un nombre abreviado para el método”75, de manera que “[u]na proposición matemática siempre dice lo que prueba su prueba”76. Tanto la proposición matemática como su prueba son –según este punto de vista– visualizaciones de las mismas reglas; con la única (pero importante) diferencia de que la primera se presenta en una forma menos compleja que la segunda. Y, siendo precisamente la complejidad de la prueba la que, generalmente, nos revela con mayor claridad lo que ambas expresan, es ésta la que nos sirve de verificación de aquélla77:

    “Lo que lo inmediatamente dado es a una proposición del lenguaje común a la cual verifica, lo es la relación aritmético-estructural vista a la ecuación a la cual verifica.”78

    Verificación esta última que –como queda dicho– es visualización abstracta79 en vez de búsqueda empírica, de modo que la –ya arriba citada– fórmula “toda proposición es un indicador de una verificación” adquiere, para el caso de la matemática, la forma específica “la proposición matemática es un indicador de un discernimiento [Einsicht80.

    Otra es, evidentemente, la problemática de la verificación de hipótesis, y la correspondiente distinción entre éstas y las proposiciones genuinas o aserciones. Como ambas expresiones pertenecen al lenguaje empírico sin que sean de la misma naturaleza, Wittgenstein parece sentir la obligación de subrayar en este caso expresamente lo que respecto a la diferenciación entre lenguaje abstracto y empírico deja casi siempre implícito: el que la distinción que busca aclarar es una distinción de multiplicidades, de espacios lógicos y, por tanto, de gramáticas. “La hipótesis…” –así Wittgenstein– “…se diferencia de la proposición por su gramática. Es una configuración [Gebilde] gramatical distinta.”81 Y es debido a su naturaleza gramatical que la hipótesis no es, como la proposición (genuina) o aserción, susceptible de ser concluyentemente verificada por la experiencia.82 A primera vista parece tratarse del mismo postulado crucial que ha sido tan extensamente discutido por los incansables filósofos de la ciencia hasta nuestros días. Pero la noción de Wittgenstein no es el axioma (por aceptar o rechazar) de un teórico de la ciencia, sino una concepción que abarca toda articulación proposicionalmente estructurada que propiamente exija ser comprobada o fundamentada, y que, precisamente por exigirlo, nunca lo será de manera definitiva. A este respecto convergen, en los textos wittgensteineanos, varias ideas:

    En primer lugar, una hipótesis no es –para Wittgenstein– meramente una aserción la verdad de la cual no ha sido determinada aún por no haberse examinado todos los casos.83 Puesto que la hipótesis no es ninguna aserción, ni se deriva de una o varias aserciones, su “probabilidad” –concepto éste que también Wittgenstein maneja (aunque ciertamente suele colocar el término entre comillas)– no se origina en una verificación sólo aproximada, sino en el hecho de que “[l]a hipótesis mantiene con la realidad, por así decir, una conexión más laxa que la de la verificación”.84

    En segundo lugar, esa “conexión más laxa con la realidad” en tanto que particularidad gramatical de la hipótesis consiste en ser una representación simple de experiencias85, es decir, una representación que reviste un determinado grado de generalidad, origen de su relación simultánea con diferentes fenómenos y, por tanto, de su diferencia esencial de una aserción. “Una hipótesis…” –afirma en este sentido Wittgenstein– “…es una ley para la formación de proposiciones [= aserciones]”; constituyendo cada una de éstas, a la inversa, un “corte a través de la hipótesis en un lugar determinado”.86

    En tercer lugar, siendo precisamente una ley para la formación de aserciones, la hipótesis presenta una conexión de (o, mejor dicho, una red de conexiones entre) experiencias muy diversas. Al unificar distintos fenómenos o aspectos fenoménicos87 (y permitir –a diferencia tanto de la expresión matemática como de la proposición genuina– “distintas fuentes de evidencia [» registro]”88), resulta ser una oración que “mira hacia el futuro”89, conectando, a modo de una predicción o profecía, experiencias presentes (actuales) y futuras (posibles).

    En cuarto lugar, dicho carácter de predicción o profecía implica, no solamente que una hipótesis no puede verificarse concluyentemente, sino también que “no puede ser verificada en absoluto, y [que] no hay para ella verdad y falsedad”.90 Lo cual, sin embargo, no significa que no exista ninguna relación entre hipótesis y criterio de verdad, sino que –según lo expresa Wittgenstein– “aquí las palabras ‘verdadero’ y ‘falso’ no pueden ser aplicadas, o tienen una significación [Bedeutung] diferente”91: puesto que “[s]iempre se verifican facetas de la hipótesis”92, su aceptabilidad no puede determinarse sino en virtud de la verdad (o falsedad) de algunos de sus aspectos.93

    De todo ello se deduce que hipótesis es toda oración empírica que exprese más de lo que sería capaz de expresar una mera descripción o aserción; de manera que

    “[e]n los casos… en que da la impresión de que hemos verificado la misma proposición de diferentes maneras, hemos verificado en realidad diferentes cortes de la misma hipótesis”94.

    Y queda claro que la hipótesis así entendida pertenece, desde luego, tanto al lenguaje científico como a los más diversos ámbitos del así llamado lenguaje común.

    Hasta aquí, las diferentes contribuciones a la interpretación de Wittgenstein suelen coincidir, en líneas generales, tanto entre sí como con lo efectivamente planteado en los mismos textos wittgensteineanos.95 Pero esta última relación se torna un tanto problemática cuando se trata de caracterizar la oración empírica que no es hipótesis, es decir, la proposición genuina o aserción. Basándose en gran parte en ciertos comentarios de Moore a las observaciones que sobre el tema había hecho Wittgenstein durante sus clases dictadas entre 1930 y 193396, muchos autores llegan a la conclusión de que, alrededor de 1932, el pensamiento wittgensteineano haya experimentado un cambio esencial en lo que respecta a su concepción de la proposición genuina. Según tal interpretación, se trata –como lo formula, por ejemplo, Malcolm–

    “[d]el ‘descubrimiento’ de que el concepto de verificación no es aplicable a algunas oraciones psicológicas en primera persona. … Ahora [Wittgenstein] se percató de que había oraciones completamente comunes del lenguaje cotidiano que ciertamente tienen sentido y son verdaderas (o falsas) – pero que no son ‘comparadas con la realidad’”.97

    “Descubrimiento” éste que, para Malcolm y otros, motivó a Wittgenstein a “abandonar el principio de verificación”98 o –según lo expresa García Suárez– a “rechaz[ar] la tesis verificacionista de que el sentido de una proposición es su método de verificación” y reemplazarla por la idea de que “la pregunta por la verificación de una proposición es, cuando más, una contribución a la gramática de la proposición”.99

    Ahora bien, considero que esta última idea es justamente la que Wittgenstein venía manejando desde al menos el mismo año de su regreso a Cambridge; y que, de no haberse creado la costumbre de interpretar su “verificacionismo” en sentido neopositivista, probablemente ningún comentarista habría hablado nunca de su posterior abandono o rechazo. Lo que efectivamente hizo Wittgenstein –según mi lectura– fue tratar de afinar cada vez más la formulación de lo que desde un principio tenía en mente: el que a todo empleo de una oración dentro del marco de nuestro lenguaje pertenece, como característica gramatical, algún método de verificación en tanto que ubicación (según la dimensión o multiplicidad del caso) en un espacio lógico pertinente. El siguiente pasaje de las Observaciones filosóficas lo señala –según me parece– claramente:

    “‘No tengo dolor’ quiere decir: Si comparo la proposición ‘tengo dolor’ con la realidad, entonces se muestra que es falsa. – Debo poder compararla, por tanto, con lo que efectivamente es el caso. Y esta posibilidad de la comparación –a pesar de que su resultado sea negativo– es lo que queremos decir con la expresión: [de que] lo que es el caso debe ocurrir [sich abspielen] en el mismo espacio que lo negado; sólo [que] debe ser diferente.”100

    Aquí se muestra, una vez más, que precisamente la noción de espacio (lógico) le confiere al concepto de verificación un sentido muy peculiar, constituyendo, por lo visto, la única clave para entender cómo se verifica –según Wittgenstein– una proposición genuina. La comparación con la realidad –la que para el pensamiento neopositivista es estrictamente una confrontación observacional (y discursiva)– se revela en tales casos como contenido de la experiencia misma: el comparar no consiste en un dirigirse a, sino en un hallarse (o ubicarse) en. Será por ello que, en la mayoría de los textos correspondientes, Wittgenstein renuncia por completo a hablar de “comparación” para el caso de las aserciones, y prefiere presentar esa relación especial entre lenguaje y mundo vital como una “verificación en la experiencia”101 o simplemente como “verificación”.

    Lo importante es, a este respecto, que Wittgenstein no les niega a las aserciones experienciales la posibilidad de verificación (como se ha interpretado a menudo), sino que llama la atención sobre una peculiaridad esencial de ésta: el que la inmediatez de la verificación de proposiciones genuinas (es decir, no hipotéticas) origina, más que un conocimiento racional, una certeza vital.102 Es así como lo formula en una de las clases a las cuales se refieren los ya mencionados comentarios de Moore (que, a su vez, habían desencadenado la lectura del “abandono del principio de verificación”):

    “Las aserciones ‘Yo tengo dolor de muelas’ y ‘Él tiene dolor de muelas’ se verifican de manera distinta; pero [además] ‘verificación’ no tiene en los dos casos la misma significación. El que yo tenga dolor de muelas se verifica por yo tenerlo. … Referente a ‘Él tiene dolor de muelas’, tiene sentido preguntar ‘¿Cómo lo sabes?’, y se puede nombrar criterios que en el propio caso no son aducibles. En el propio caso no tiene sentido preguntar ‘¿Cómo lo sabes?’.”103

    Y estas afirmaciones, lejos de señalar un cambio en el pensamiento wittgensteineano de los años 1932/33, reflejan la misma convicción que ya en 1929 había expresado en sus conversaciones con Schlick y Waismann:

    “Cuando A tiene dolor de muelas, entonces puede decir: Ahora duele la muela, y con ello termina la verificación. B, en cambio, debería decir: A tiene dolor de muelas, y esta proposición ya no es el final de la verificación.”104

    Verificar una proposición genuina no significa, entonces, ni siquiera establecer una especie de contacto directo (idea ésta que estaría aún en la línea de las “proposiciones básicas” neopositivistas), sino más bien vivir, a través de la experiencia inmediata, una fusión de pregunta y respuesta. De hecho, sucede aquí algo muy parecido a lo que –según la concepción de Wittgenstein– caracteriza la relación entre una proposición matemática y su prueba: la búsqueda es, en ambos casos, propiamente un ver; y a la visualización –abstracta– en la matemática corresponde el darse cuenta –empírico– de la experiencia inmediata. Es en este orden de ideas que –según ya se señaló105– la verificación de aserciones (o su método) se distingue, junto con la prueba matemática, esencialmente de la verificación de una hipótesis; a pesar de pertenecer tanto la aserción como la hipótesis al lenguaje empírico.

    Todo lo cual significa que el criterio de la verificación de aserciones o proposiciones genuinas no es observacional–discursivo (como lo implicaría una concepción neopositivista) sino meramente experiencial; es decir –puesto que la(s) manera(s) de ubicarnos experiencialmente se manifiesta(n) en la(s) gramática(s) de nuestro lenguaje–, constituye, en última instancia, un criterio gramatical. “El modo de verificarse una proposición…” –recalca Wittgenstein en 1935 (tal vez con la finalidad de precisar su posición, pero no de rectificarla)– “…pertenece a su gramática”.106 Y es la consideración gramatical la que nos revela, por ejemplo, si una proposición adquiere, en una situación determinada, carácter de hipótesis o de aserción; y con ello, en cuál(es) espacio(s) lógico(s) puede insertarse pertinentemente. Pues una oración no pertenece por naturaleza a un determinado tipo de proposición, sino exclusivamente en dependencia del contexto en que se articula.107 El pasaje citado al inicio del presente capítulo108 proporciona un buen ejemplo de tal flexibilidad: la oración ‘Esto es amarillo’, proferida como aserción, pertenece inevitablemente al espacio visual de la experiencia inmediata, y su verificación termina en la misma percepción de algo como amarillo; pero, empleada a modo de hipótesis, puede inscribirse –dentro del marco del espacio físico– en tantos espacios lógicos como facetas presenta (o expectativas genera), con la consiguiente diversidad de los posibles métodos de verificación.

V

    Mucho quedaría por decir sobre el peculiar “verificacionismo” de Wittgenstein a principios de los años 30, especialmente en lo que respecta a sus observaciones en torno a la experiencia inmediata y lo que en ocasiones designa como “lenguaje fenomenológico” (cuya relación con las así llamadas proposiciones psicológicas promete revelarse como sumamente interesante). La pregunta subyacente al presente trabajo, sin embargo, ha sido –según creo– contestada: en ningún momento, Wittgenstein defendió un principio de verificación neopositivista. Su célebre “fase verificacionista” no constituye sino una etapa de pensamiento que se integra orgánicamente en el desarrollo de sus ideas acerca de cuál es la finalidad –y cuál el valor– de aquellas indagaciones que gustaba de llamar “investigaciones gramaticales”, y que se basaban en gran medida en inquietudes (también) epistemológicamente relevantes.

    Como espero haber mostrado en las páginas precedentes, método de verificación es –para Wittgenstein– ante todo (y para toda clase de proposición) “método de contestar”109 o de “encontrar”110, es decir, en última instancia, “método de buscar”111: una manera de localizar un camino para ver conexiones pertinentes. No en el sentido de una estrategia, de una metodología que se supone garantice, en un último paso, un contacto directo con la realidad (entre otras cosas, porque tal contacto está dado para toda articulación significativa), sino en el sentido de una vía la cual nos indica el tipo de respuesta que cabe esperar legítimamente para una pregunta, o el tipo de interrogante que se puede relacionar legítimamente con una proposición.

    Por tanto, el único criterio necesario para la verificabilidad de una proposición es la certeza de que existe tal vía; y esta certeza –pienso que debe subrayarse– no es discursiva. Es una certeza gramatical y, sobre todo, vital. No se trata, por consiguiente, en ninguna parte de los textos wittgensteineanos, de un “dictum positivista”: mientras que –según lo formula Michael Dummett– “[e]l error cardinal del positivismo lógico residía en … desentenderse de la estructura articulada del lenguaje”112, el “verificacionismo” de Wittgenstein es precisamente una concienciación de esa misma estructura articulada del lenguaje y, a través de ella, de la diversidad de nuestros ámbitos cognitivos y conceptuales.113 Quod erat demonstrandum.

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33. WITTGENSTEIN, Ludwig, Wittgenstein’s Lectures. Cambridge, 1930-1932, ed. Desmond Lee, Basil Blackwell, Oxford, 1980.

* Un extracto de este trabajo -el cual sintetiza algunos resultados parciales de los Proyectos de Investigación CH-0065-01 y CH-1059-02, auspiciados por el Consejo de Desarrollo Científico y Humanístico (CONDES) de la Universidad del Zulia, Maracaibo- fue presentado, bajo el título “Verificación wittgensteineana, o: el arte de preguntar”, como ponencia en el XV Congreso Interamericano / II Congreso Iberoamericano de Filosofía, Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima, enero de 2004. - Mi agradecimiento al profesor Juan José Acero, de la Universidad de Granada, por sus valiosos comentarios a una versión anterior del presente artículo.

1 En 1964, se publicaron por primera vez las Observaciones filosóficas (Philosophische Bemerkungen, un extracto, revisado y reorganizado por el mismo Wittgenstein, de cuatro tomos manuscritos escritos entre febrero de 1929 y abril de 1930); en 1967, el texto Ludwig Wittgenstein y el Círculo de Viena (Ludwig Wittgenstein und der Wiener Kreis, una compilación de las conversaciones con Schlick y Waismann, sostenidas entre 1929 y 1932); en 1969, la Gramática filosófica (Philosophische Grammatik, parte principal del llamado “Gran Mecanograma” cuyos apuntes iniciales se remontan a los años 1930 a 1932 y fueron en gran parte modificados y reagrupados por Wittgenstein durante el 1933); y tuvieron que transcurrir a continuación diez años más, antes de que se completara esa colección -en 1980 y 1979, respectivamente- con la publicación de las Lecciones en Cambridge 1930-1932 y 1932-1935 (Wittgenstein’s Lectures. Cambridge 1930-1932 y Cambridge 1932-1935, los apuntes que varios de los discípulos de Wittgenstein tomaron durante sus clases, y de los cuales interesarán aquí especialmente los pertenecientes a los dos últimos trimestres del año académico 1929/30 y a los períodos lectivos 1930/31, 1931/32 y 1932/33). - Para el presente trabajo se utilizaron las siguientes ediciones de los textos mencionados: Ludwig Wittgenstein und der Wiener Kreis (1967), ed. B.F. McGuinness, Werkausgabe (8 tomos), tomo 3, Suhrkamp, Frankfurt a/M, 1984 [WWK]; Philosophische Bemerkungen (1964), ed. Rush Rhees, Werkausgabe (8 tomos), tomo 2, Suhrkamp, Frankfurt a/M, 1984 [PB]; Wittgenstein’s Lectures. Cambridge, 1930-1932, ed. Desmond Lee, Basil Blackwell, Oxford, 1980 [WL30/32]; Cambridge 1932-1935 (1979), ed. Alice Ambrose, trad. J. Schulte, en Ludwig Wittgenstein. Vorlesungen 1930-1935, Suhrkamp, Frankfurt a/M, 21989, pp. 141-442 (año académico 1932/33: cap. I+IV, pp. 147-198, 415-442 [WV32/35(1)]); Philosophische Grammatik (1969), ed. Rush Rhees, Werkausgabe (8 tomos), tomo 4, Suhrkamp, Frankfurt a/M, 1984 [PG]. Las referencias y citas se identificarán en cada caso con las siglas aquí indicadas. La traducción al castellano de las citas es de mi responsabilidad.

2 KENNY, Anthony, Wittgenstein (1972, trad. A. Deaño), Alianza, Madrid, 21988, p. 119. Las Bemerkungen a las que alude Kenny, son desde luego las Observaciones filosóficas.

3 AYER, Alfred J., Wittgenstein (1985, trad. J. Sempere), Crítica, Barcelona, 1986, p. 52; cfr. también ibid., p. 56.

4 STENIUS, Erik, “The Picture Theory and Wittgenstein’s Later Attitude to it”, en BLOCK, Irving (ed.), Perspectives on the Philosophy of Wittgenstein (1981), The MIT Press, Oxford, 21983 (pp. 110-139), p. 126.

5 EDWARDS, James C., Ethics without Philosophy. Wittgenstein and the Moral Life (1982), University Presses of Florida, Gainesville, 21985, p. 78.

6 KRIPKE, Saul, Wittgenstein: Reglas y lenguaje privado (1982, trad. A. Tomasini Bassols), UNAM, México, 1989, p. 128.

7 LÓPEZ DE SANTA MARÍA DELGADO, Pilar, Introducción a Wittgenstein. Sujeto, mente y conducta, Herder, Barcelona, 1986, p. 182.

8 HACKER, P.M.S., Insight and Illusion. Wittgenstein on Philosophy and the Metaphysics of Experience, Clarendon Press, Oxford, 1972, pp. 188-189 (traducción mía).

9 Así lo cita, por ejemplo, Moore en sus notas -un escrito que contiene una secuencia de apuntes, citas literales y comentarios propios- a las clases dictadas por Wittgenstein entre enero de 1930 y junio de 1933: “The sense of a proposition is the way in which it is verified.” [MOORE, G.E., “Wittgenstein’s Lectures in 1930-1933”, en WITTGENSTEIN, L., Philosophical Occasions 1912-1951 (1993), eds. James C. Klagge y Alfred Nordmann, Hackett Publishing Company, Indianapolis / Cambridge, 21994 (pp. 45-114), p. 59.]

10 HACKER, P.M.S., Insight…, cit., p. 106.

11 Cfr. FLOYD, Juliet, “Wittgenstein, Mathematics and Philosophy”, en CRARY, Alice y READ, Rupert (eds.), The New Wittgenstein, Routledge, London / New York, 2000 (pp. 232-261), p. 233.

12 HIERRO S. PESCADOR, José, Significado y verdad. Ensayos de semántica filosófica, Alianza, Madrid, 1990, p. 14.

13 SCHLICK, Moritz, Philosophical Papers, II, p. 457; citado en HIERRO, J., Significado…, cit., p. 14.

14 Respecto a los términos ‘sentido’ [Sinn] y ‘significado’ [Bedeutung], debe recordarse que en un primer momento Wittgenstein suscribe en principio la diferenciación conceptual ideada por Frege, atribuyendo sin embargo ‘sentido’ solamente a las proposiciones y ‘significado’ exclusivamente a sus elementos constitutivos [cfr. Tractatus logico-philosophicus (1921/22), ed. 1971 de D.F. Pears y B.F. McGuinness, Werkausgabe (8 tomos), tomo 1, Suhrkamp, Frankfurt a/M, 1984 (pp. 7-85), § 3.3, p. 20]; pero que más adelante empieza a desinteresarse de dicha distinción -hasta el punto de declararla “anticuada” [cfr. WV32/35(1) I 26, p. 184]- y a intercambiar con progresivo desenfado los dos términos, refiriéndose con ambos a lo que podría sintetizarse (en castellano) con expresiones como ‘significación’ o ‘significatividad’.

15 PB 28, p. 67.

16 WWK 02/01/1930, p. 78.

17 PG II 39, p. 452.

18 PB 43, p. 77.

19 WV32/35(1) I 25, p. 182.

20 WV32/35(1) I 16, p. 169.

21 WWK 02/01/1930, p. 79.

22 Como se verá más adelante, el concepto de articulación (lingüístico-conceptual) resulta ser de suma importancia para el presente trabajo; trátese -en el contexto neopositivista- de la (posibilidad de) articulación del método de verificación de una proposición, o -siguiendo el pensamiento wittgensteineano- de lo que implica o muestra la articulación de la proposición misma. En vista de ello, será tal vez conveniente resaltar ya en este lugar que la connotación decisiva al respecto es precisamente el sentido básico del término (común a sus diferentes acepciones en los ámbitos mecánico, biológico, sociocultural o -como en nuestro caso- lingüístico-conceptual): la disposición u organización de elementos interrelacionados en un complejo funcionalmente estructurado.

23 SCHLICK, Moritz, “Positivismo y realismo” (1932/33), en AYER, Alfred J. (comp.), El positivismo lógico (1959, trad. L. Aldama y otros), FCE, México, 31981, p. 92 (cursivas mías).

24 Ibid., p. 94. En muchos textos secundarios, este aspecto es presentado como característico de la “versión débil” del principio de verificación (frente a una “versión fuerte”, según la cual se exigiría para cada caso una verificación efectivamente realizable o incluso realizada); sin embargo, es de subrayar que ya los mismos fundadores del movimiento neopositivista estaban bien conscientes de que no podía tratarse sino de potencialidades de verificación. De hecho, esta misma idea fue la que fundamentó la creación del término ‘positivismo lógico’ [cfr. ibid., p. 113].

25 Ibid., p. 95.

26 HIERRO, J., Significado…, cit., p. 16.

27 Ibid., p. 17. Respecto a la concerniente discrepancia entre Carnap y Neurath (la que en nuestro contexto resulta ser secundaria), cfr. ibid., pp. 17-18.

28 CARNAP, Rudolf, Filosofía y sintaxis lógica (1935, trad. C. Molina), UNAM, México, 1998, p. 8.

29 SCHLICK, M., “Positivismo…”, cit., p. 96.

30 CARNAP, R., Filosofía…, cit., p. 9.

31 AYER, Alfred J., Lenguaje, verdad y lógica (1936/1946, trad. M. Suárez), Orbis, Barcelona, 1984, p. 42.

32 Ibid., p. 16.

33 Acerca de la evolución del concepto de espacio lógico, he desarrollado algunas observaciones, referente al Tractatus, en el artículo “Apuntes epistemológicos al Tractatus wittgensteineano: en torno al espacio lógico” [publicado en Revista de Filosofía, 36, LUZ, Maracaibo, 2000, pp. 31-46], y, con respecto a los textos de principios de los años 30, en la ponencia “Espacios lógicos y experiencia vital: una relectura de Wittgenstein” [presentada en el XI Congreso de Filosofía de la Asociación Filosófica de México, UNAM, México D.F., agosto de 2001], así como en el artículo “Del espacio lógico a los espacios de incertidumbre. Wittgenstein, 1929-1933” [publicado en Revista de Filosofía, 39, LUZ, Maracaibo, 2001, pp. 7-24]. Las siguientes observaciones resumen algunas de las ideas principales presentadas en dichos trabajos.

34 PB 119, p. 140.

35 Respecto a los diferentes espacios lógicos a los que Wittgenstein alude en sus textos, cfr. p.ej. PB 1, p. 51; 42, p. 76; 45, p. 79; 73, p. 102; 82, p. 110; 162, p. 191; 185, p. 228; 206, p. 257; 212, p. 265; 214, p. 268; 215, pp. 269-271; también WWK 05/01/1930, pp. 86 y 89; WL30/32 A II, p. 6.

36 PB 151, p. 176.

37 PB 28, p. 68.

38 PB 43, p. 77.

39 Cfr. PB 8, p. 55.

40 Debo admitir que la aparición del término ‘conciencia’ en este contexto puede resultar un tanto controversial, puesto que la percatación de cuál es el espacio lógico al cual remite (o no) el uso de un signo podría entenderse como una especie de captación tácita de la cual sólo en ocasiones llegamos a ser propiamente conscientes. Por otro lado, merece recalcar que el mismo hecho de tratarse del uso del lenguaje -es decir, de nuestros movimientos en un nivel conceptual- implica que semejante percatación va más allá de una simple captación instintiva. En vista de esta problemática quisiera hacer constar que, al hablar de nuestra conciencia de espacios lógicos (nuestro ser conscientes de la pertinencia de una expresión respecto a un espacio lógico), me refiero a un grado de concienciación que de cierta manera se ubica entre la captación instintiva o tácita, y la conciencia reflexiva o argumentativa. Utilizo, pues, el mencionado concepto (en este y otros lugares a lo largo del presente trabajo) en un sentido muy cercano al del término inglés awareness, o del (ciertamente poco usual) término alemán Innesein.

41 PG II 22, p. 365; WL30/32 A IX, p. 16 (cursivas mías).

42 Las siguientes observaciones sintetizan algunos resultados de mi estudio “Multiplicidad y conocimiento. Alcances y trasfondos de un concepto wittgensteineano” [publicado en Ideas y Valores, 121, Univ. Nacional de Colombia, Santafé de Bogotá, 2003, pp. 3-39].

43 PB 177, p. 216. Respecto a esta cita hay que aclarar que, por hallarse en una secuencia de observaciones sobre cuestiones geométricas, se refiere primariamente al Espacio propiamente dicho (como posibilidad de ubicación de objetos extensos), pero que, dado el ya reseñado manejo del constructo de espacio(s) (lógico(s)), ha de entenderse como válida para todo tipo de tales espacios.

44 De esta manera, un plano geométrico, por ejemplo, se constituye como una variedad bidimensional, o el espacio estudiado en la geometría analítica, como una variedad tridimensional.

45 WWK 02/01/1930, p. 76.

46 Según traté de aclarar en otro lugar, es éste el punto en que la noción tractariana de multiplicidad se modifica (debido al abandono del postulado de la mutua independencia de las “proposiciones elementales”) en los textos de los años 30. [Cfr. el estudio mencionado en la nota 42.]

47 WWK 02/01/1930, p. 76. Cfr. también PB 83, p. 111.

48 Cfr. p.ej. WWK 02/01/1930, pp. 74ss; PB 76-84, pp. 105-112.

49 Es de notar que Wittgenstein no reserva el adjetivo ‘euclideano(a)’ para referirse al espacio abstracto de la geometría pura. Precisamente en los momentos en que le interesa comparar la “geometría visual” (o “geometría del espacio visual”) de la experiencia inmediata con la consideración espacial en tanto que susceptible de medición, su terminología oscila, respecto de esta última, entre ‘geometría física’ (o ‘geometría del espacio físico’) y ‘geometría euclideana’ (o ‘geometría del espacio euclideano’). [Cfr. PB 178, pp. 216-217; WWK 04/01/1931, p. 162].

50 PB 215, p. 270; cfr. también WWK 30/12/1929, pp. 59n y 67n.

51 PB 221, p. 277.

52 PB 225, p. 282.

53 PB 32-33, p. 70.

54 PB 43, p. 77. - En la segunda parte de esta cita se percibe claramente el ya mencionado carácter analógico de la noción de espacio lógico.

55 Cfr. p.ej. WWK 02/01/1930, p. 79; 09/12/1931, p. 204.

56 WWK 22/03/1930, p. 97.

57 Cfr. p.ej. WWK 09/12/1931, p. 187; PG I 62, p. 102; WV32/35(1) I 16, p. 166.

58 WV32/35(1) I 24, p. 181.

59 WAISMANN, Friedrich, Logik, Sprache, Philosophie, eds. G.P. Baker y B. McGuinness, Reclam, Stuttgart, 1976, p. 476 (traducción mía). - Cabe recordar que con este libro (iniciado bajo la dirección de Wittgenstein y concluido por cuenta propia), Waismann trató de convertirse en portavoz del pensamiento wittgensteineano de principios de los años 30.

60 WWK 30/12/1929, p. 66n.

61 Cfr. también, p.ej., WL30/32 A II, p. 5.

62 PB 56, p. 87 (cursivas mías).

63 PB 150, p. 174 (cursivas mías).

64 PB 166, p. 200; también (literalmente) en PG II 39, p. 458.

65 Cfr. p.ej. PB 19, p. 62; WWK 22/03/1930, p. 98.

66 Cfr. p.ej. PB 166, pp. 200-201; PG II 39, pp. 458-459.

67 Cabe subrayar que los mencionados tres grupos de ejemplos no agotan la gran variedad de ilustraciones que Wittgenstein aduce. De hecho, la pregunta por la significatividad / verificación constituye una constante y un hilo conductor en prácticamente todos los planteamientos de los textos de esa época.

68 WWK 25/12/1929, p. 53.

69 Debe señalarse que Wittgenstein emplea, en los textos de los años 30, el término ‘proposición’ [Satz] en dos acepciones: una que podríamos llamar genérica, y que abarca todo tipo de articulación que tenga estructura proposicional (incluyendo las hipótesis, las expresiones matemáticas y las enunciaciones gramaticales -tales como ‘El rojo es un color’-); y otra específica, referida exclusivamente a las articulaciones que llama proposiciones genuinas [eigentliche Sätze] (y que, en vista tanto de la etimología del término alemán -Satz < setzen = ‘colocar’, ‘poner’, ‘fijar’-, como del hecho de que el mismo Wittgenstein sustituye a veces Satz por Aussage -‘afirmación’, ‘declaración’, ‘aserción’ [cfr. p.ej. WWK 22/03/1930, pp. 99-100]-, convendría traducir como ‘aserción’). Este doble uso ha llevado en ocasiones a confusiones como la de Kenny quien se pregunta un tanto desconcertado por la compatibilidad entre las diferenciaciones arriba señaladas y la aparente sinonimia de los términos ‘proposición’ [Satz] e ‘hipótesis’ [Hypothese] en algunos pasajes de los concernientes textos [cfr. KENNY, A., Wittgenstein, cit., pp. 120-121].

70 Cfr. p.ej. HACKER, P.M.S., Insight…, cit., p. 108; MONK, Ray, Ludwig Wittgenstein. El deber de un genio (1990, trad. D. Alou), Anagrama, Barcelona, 21994, p. 278; GARCÍA SUÁREZ, Alfonso, La lógica de la experiencia. Wittgenstein y el problema del lenguaje privado, Tecnos, Madrid, 1976, pp. 52-53.

71 Cfr. nota 69.

72 PG II 33, p. 413.

73 PG II 22, p. 361.

74 Cfr. a este respecto PG II 22, pp. 359-365; 39, p. 452; WWK 18/12/1929, pp. 33-36.

75 WWK 18/12/1929, p. 33.

76 PB 154, p. 181.

77 Supongo que será por ello que Wittgenstein le ha dado en ocasiones a la prueba matemática el (desconcertante) nombre ‘proposición matemática genuina’ [cfr. p.ej. PB 155n, p. 184 (cursivas mías)]; y precisamente, porque muestra (¡no dice!) cómo funciona el respectivo sistema, es decir, cuáles son los posibles movimientos en el respectivo espacio lógico.

78 PB 166, p. 200 (cursivas mías).

79 En este orden de ideas, Wittgenstein habla también de un “control” o “método de control” [cfr. p.ej. PG II 23, p. 366; 31, p. 401].

80 PB 174, p. 212.

81 WWK 01/07/1932, p. 210.

82 Cfr. WL30/32 B XI, p. 53.

83 Cfr. WWK 01/07/1930, pp. 210-211.

84 PB 227, p. 284.

85 Cfr. PB 226, p. 283. - En este mismo sentido, Wittgenstein subraya ocasionalmente que ‘probable’ no significa otra cosa sino “simple, cómodo” [WWK 22/03/1930, p. 100].

86 PB 228, pp. 285-286; también (literalmente) en PG I apénd. 6, p. 219. Cfr. también WWK 22/03/1930, p. 99; 04/01/1931, p. 159.

87 Cfr. PB 225, p. 282; PG I apénd. 6, p. 220.

88 WL30/32 A X, p. 16.

89 WL30/32 A IX, p. 16. Cfr. también WWK 22/03/1930, p. 101.

90 PB 226, p. 283.

91 PB 228, p. 285 (cursivas mías).

92 PG I apénd. 6, p. 221 (cursivas mías). Cfr. también WWK 04/01/1931, p. 161.

93 En este orden de ideas, no me parece justificada la aseveración de Carla Cordua (en un capítulo que, por lo demás, aduce toda una serie de observaciones muy valiosas sobre la concepción wittgensteineana de hipótesis), de que “[l]a hipótesis es un símbolo que promete algo que no puede cumplir, o que despierta una expectativa a la que no corresponde ninguna satisfacción futura” [CORDUA, Carla, Wittgenstein. Reorientación de la Filosofía, Dolmen, Santiago, 1997, p. 70]; pues tal juicio no vendría al caso sino precisamente cuando, por un malentendido gramatical, la hipótesis se tomara equivocadamente por aserción. El mismo Wittgenstein deja muy claro que entiende la hipótesis como una ley para la formación de expectativas -en plural-, y nunca como una proposición que exprese una expectativa o búsqueda determinada [cfr. PB 228, pp. 285-286; PG I apénd. 6, p. 219].

94 WWK 04/01/1931, p. 159.

95 Debe mencionarse sin embargo que el tema no ha encontrado tanta resonancia como tal vez cabría esperar. En muchos textos aparece más bien al margen de las respectivas presentaciones [cfr. p.ej. STERN, David G., Wittgenstein on Mind and Language (1995), Oxford University Press, New York / Oxford, 21996, p. 143; HALLER, Rudolf, Questions on Wittgenstein (1979/1986, trad. J. Braaten), University of Nebraska Press, Lincoln, 1988, p. 103]; en otros, los pasajes sobre la hipótesis consisten en una -según el caso, más o menos ilustrativa- secuencia de citas wittgensteineanas a título de interrogante [cfr. p.ej. KENNY, A., Wittgenstein, cit., pp. 120-121] o de constatación [cfr. p.ej. HACKER, P.M.S., Wittgenstein. Meaning and Mind (Part I: Essays) (1990), Blackwell, Oxford (UK) / Cambridge (USA), 31998, pp. 246-247; ID., Insight…, cit., p. 108]; encontrándose sólo muy pocas contribuciones que en efecto presenten un intento de interpretar las observaciones wittgensteineanas relacionadas con el status de las hipótesis [cfr. p.ej. el ya mencionado capítulo de CORDUA, C., …Reorientación…, cit., pp. 66-71].

96 Los pasajes centrales de Moore (los cuales, en vista del peso que se les ha dado, me tomo la libertad de citar aquí in extenso) son los siguientes: a) “Near the beginning of (I) he made the famous statement, ‘The sense of a proposition is the way in which it is verified’, but in (III) he said this only meant ‘You can determine the meaning of a proposition by asking how it is verified’ and went on to say, ‘This is necessarily a mere rule of thumb, because 'verification' means different things, and because in some cases the question 'How is that verified?' makes no sense’. He gave as an example of a case in which that question ‘makes no sense’ the proposition ‘I’ve got toothache’, of which he had already said that it makes no sense to ask for a verification of it - to ask ‘How do you know that you have?’ I think that he here meant what he said of ‘I’ve got toothache’ to apply to all these propositions which he had originally distinguished from ‘hypotheses’ as ‘what I call propositions’; although in (II) he had distinguished the latter from ‘hypotheses’ by saying that they had ‘a definite verification or falsification’. It would seem, therefore, that in (III) he had arrived at the conclusion that what he had said in (II) was wrong, and that in the case of ‘what he called propositions’, so far from their having ‘a definite verification’, it was senseless to say that they had a verification at all.” [MOORE, G.E., “Wittgenstein’s Lectures…”, cit., pp. 59-60 (cursivas mías). Con (I), Moore se refiere a los trimestres enero-marzo y abril-junio de 1930; con (II), al año académico 1930-1931; y con (III), al trimestre abril-junio de 1932 y al subsiguiente año académico 1932-33.] - b) “[H]e introduced a question…, viz. ‘Is another person’s toothache 'toothache' in the same sense as mine?’ In trying to find an answer…, he said first that it was clear and admitted that what verifies or is a criterion for ‘I have toothache’ is quite different from what verifies or is a criterion for ‘He has toothache’, and soon added that, since this is so, the meanings of ‘I have toothache’ and ‘he has toothache’ must be different. In this connexion he said later, first, that the meaning of ‘verification’ is different, when we speak of verifying ‘I have’ from what it is when we speak of verifying ‘He has’, and then, later still, that there is no such thing as a verification for ‘I have’, since the question ‘How do you know that you have toothache?’ is nonsensical.” [Ibid., pp. 98-99] - Ahora bien, sin querer restarle importancia al testimonio de Moore, debe recordarse sin embargo que precisamente los comentarios propios contenidos en sus -visiblemente desconcertados- apuntes suelen mostrar cuáles fueron los puntos que no entendió. El mismo Moore -ciertamente un destacado filósofo, pero no muy versado en el campo en que se movía Wittgenstein- admite repetidamente sentirse “perplejo” acerca de muchas cosas que Wittgenstein decía en clase, y no lograr “ver la conexión” entre los distintos puntos expuestos [cfr. ibid., p. 97]. Pienso por tanto que tales intentos exegéticos deberían asimilarse con mayor cautela de lo que se ha hecho comúnmente en la literatura secundaria.

97 MALCOLM, Norman, Wittgenstein: Nothing is Hidden (1986), Basil Blackwell, Oxford, 31989, pp. 136, 148. - Cfr. también, p.ej., HACKER, P.M.S., Insight…, cit., pp. 110-111; ID., Meaning…, cit., pp. 112-113, 248.

98 Cfr. MALCOLM, N., …Nothing..., cit., p. 136.

99 GARCÍA SUÁREZ, A., La lógica…, cit., p. 58.

100 PB 62, p. 92. También Malcolm cita este pasaje, pero -curiosamente- de forma incompleta: su cita termina con las palabras “…is what we mean by the expression” [MALCOLM, …Nothing…, cit., p. 135]; con el resultado de que todo el pasaje queda, obviamente, desfigurado.

101 Cfr. p.ej. WL30/32 B XI, p. 53.

102 Respecto a tal diferenciación entre conocimiento (racional) y certeza (vital) -con la cual Wittgenstein adelanta una idea que reaparecería posteriormente en las anotaciones de Sobre la certeza y su conocida crítica al “saber del sentido común” de Moore-, he presentado algunas observaciones en el trabajo “En torno a la experiencia: L. Wittgenstein y C.I. Lewis” [publicado en Areté. Revista de Filosofía, XIV/2, Pontif. Univ. Católica del Perú, Lima, 2002, pp. 211-247].

103 WV 33/35(1) I 16, p. 168 (cursivas mías).

104 WWK 22/12/1929, p. 50n (cursivas mías). Cfr. también WWK 22/03/1930, p. 97.

105 Cfr. el texto relacionado con la nota 88.

106 Cambridge 1932-1935, cit., III 3 (año académico 1935), p. 309.

107 Cfr. al respecto WL30/32 C V, pp. 76-77.

108 WWK 22/03/1930, p. 97.

109 PB 27, p. 66.

110 PB 43, p. 77.

111 Ibid.

112 DUMMETT, Michael, “Frege and Wittgenstein”, en BLOCK, I. (ed.), Perspectives..., cit. (pp. 31-42), p. 39 (traducción mía).

113 Al igual que otros autores quienes -muy acertadamente, y en oposición a las interpretaciones tradicionales- han llamado la atención sobre la diferencia entre el principio de verificación neopositivista y el “verificacionismo” wittgensteineano [cfr. p.ej. STERN, D., Wittgenstein on Mind…, cit., p. 109; TOMASINI BASSOLS, Alejandro, El pensamiento del último Wittgenstein. Problemas de filosofía contemporánea, Trillas, México, 1988, p. 42], también Dummett se limita, en el lugar citado, a señalar al respecto la -indudable- importancia que para Wittgenstein revisten los movimientos gramaticales del lenguaje. Quisiera insistir, sin embargo, en que la peculiaridad de las concernientes ideas wittgensteineanas radica en última instancia en la acentuación del trasfondo epistemológico (ilustrado magistralmente por el constructo de espacio lógico) de tales movimientos -o redes- gramaticales. (Por lo demás cabe señalar que el factor argumentativo, al cual Dummett parece querer apuntar prioritariamente, no es el rasgo decisivo al respecto: como hemos visto, también el pensamiento neopositivista lo contempla, en las diferentes formulaciones del principio de verificación, al menos en la forma de la argumentación deductiva - que es justamente la que menos importancia adquiere para el “verificacionismo” wittgensteineano).