SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.23 número49La moral de Avendaño respecto a los "indios toreros": Avendaño’s Moral Thought on the "Bullfighting Indians"Creation of the Sacred: Tracks of Biology in Early Religions índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

Links relacionados

  • No hay articulos similaresSimilares en SciELO

Compartir


Revista de Filosofía

versión impresa ISSN 0798-1171

RF v.23 n.49 Maracaibo ene. 2005

 

Apostilla a “La moral de Avendaño respecto
a los ‘indios toreros’”, de Ángel Muñoz

A commentary on Muñoz’s article “Avendaño’s moral thought on the «Bullfighting Indians»”

Gabriel Andrade
Universidad Bolivariana de Venezuela
Maracaibo - Venezuela

El hecho de que se reconozca en las culturas hispánicas que el Cid fue el primer torero, es suficiente como para confirmar el esbozo de la historia de la tauromaquia que Ángel Muñoz ha presentado en su artículo. Y es que, la historia de la tauromaquia es representación de las transformaciones sociales de Occidente en general. La evolución de la tauromaquia ha mantenido un curioso espíritu democrático que ha marcado la pauta de la modernidad en nuestra civilización desde finales de la Edad Media, aún en España, un país que, aparentemente, la modernidad llegó de forma tardía.

Muñoz ha relatado bien que los primeros lidiadores de toros, montados a caballo, no podían ser sino nobles. No en vano, los historiadores suelen señalar que el riesgo ha sido un privilegio mucho más que una condena en varias sociedades, incluyendo la nuestra: son los nobles, y no la plebe, los que tienen la distinción de poner a riesgo sus vidas, asegurando su honor. Los nobles medievales lidiaban toros, los nobles contemporáneos corren Fórmula Uno.

1789 es ciertamente la fecha revolucionaria y democrática de Occidente, pero el espíritu que terminó de dar muerte al Ancien Regime ya se venía gestando desde hace siglos. Y en la tauromaquia encuentra su representación. A partir de la muy bien llamada tauromaquia ‘moderna’, ya no serán los nobles a caballo los encargados de lidiar a los toros bravos, sino los plebeyos a pie. La tauromaquia se ‘democratiza’, y aunque de forma muy tenue, sobrepasa el orden jerárquico que privilegia a la nobleza y marca una certera distinción con los plebeyos. Goya, el pintor del pueblo, hace bastante explícito el compromiso de la plebe con la tauromaquia, que antaño, estuvo confinada a los nobles.

Recibido: 13-01-05 • Aceptado: 15-03-05

Pero, no hemos de olvidar que las corridas de toro vienen a ser, de una u otra forma, una práctica sacrificial. El propio Muñoz ha señalado al taurobolio (un rito que ningún historiador de la religión se negaría a clasificar como ‘sacrificio’) como un posible antecedente de la corrida contemporánea. Las prácticas sacrificiales son propias del mundo tradicional, y en las sociedades democráticas e industriales el sacrificio pierde cada vez más prominencia.

Y es que, el sacrificio detenta jerarquías, fundamento del orden de la sociedad tradicional. No en vano, grupos con alta jerarquía social, como los levitas y los brahamines, se han desempeñado como sacerdotes sacrificiales. Es de un sacrificio primordial de donde, de acuerdo a los hindúes, se ha originado el sistema de castas. El sacrificio establece jerarquías entre el dios y los mortales (hay que rendir honores a los seres superiores, entregando a la víctima como don), así como también entre los propios mortales (sólo un selecto grupo conoce bien cómo ejecutar el rito sacrificial, cómo ejecutar a la víctima). Cualquier visita a las capillas de las plazas de toro contemporáneas revelará que la tauromaquia es una institución nunca desligada de lo religioso.

De forma tal que la ‘democratización’ de la tauromaquia es un proceso paradójico. Por una parte, acerca al pueblo a un arte antes confinado a los nobles, pero ese mismo arte tiene la estructura de un rito sacrificial, el cual establece jerarquías entre los hombres. Así, hemos de esperar que, aún si, como bien señala Muñoz, el toreo a pie estuvo confinado a los individuos pertenecientes a los sectores más bajos de la sociedad española, también sirvió para reestablecer jerarquías que quizás ese espíritu democrático original había amenazado. Tanto así, que el torero contemporáneo dista de ser un mamarracho como Pepe Hilo o el Gallo. En la revista Hola con frecuencia aparecen, junto a nobles y reyes, personajes como Ortega Cano o Jesulín de Ubrique.

Desde Durkheim, el fundador de la sociología, se ha dicho que el rito es representación de la sociedad. “Observad al rito, y comprenderéis la sociedad”, nos dicen los antropólogos funcionalistas. Tengo algunas reservas con respecto a esta teoría, pero algo de cierto hay en ella; ciertamente el paso de la lidia a caballo al toreo a pie ha de decirnos algo sobre las transformaciones que se suscitaron en el siglo XVIII. Lo mismo puede decirnos una festividad taurina en la Lima del siglo XVII sobre la sociedad colonial.

Muñoz curiosamente ha relatado cómo negros e indios eran incorporados a la Fiesta. El sacrificio es una institución muy común, tanto en el África como en la América precolombina, pero ni los indios ni los negros conocían el ganado (ciertamente hay muchos pueblos ganaderos en el África, pero no son los ancestros de los esclavos traídos a América). De forma tal que, si en una época, los indios y los negros pudieron haber participado de los sacrificios y haber instituido jerarquías en sus culturas autóctonas, en la Colonia son incorporados a un rito sacrificial, pero esta vez, en condición claramente inferior. La descripción que Muñoz elabora de la corrida colonial es suficiente constancia de que, si bien la tauromaquia ya se estaba ‘democratizando’ en la época de Avendaño, distribuyéndose entre la plebe, al mismo tiempo establecía una nueva jerarquía en los territorios americanos: indios y negros desempeñan el papel más deshonroso en la corrida, sirviendo de puntilleros o de blanco inmediato de los toros al salir de los toriles.

El ejemplo de Pizarro da muestra de que los nobles coloniales solían ser escoria en las metrópolis. Algo similar sucede con el toreo. Se importa a América un arte que ya no gozaba del privilegio aristócrata en España, pero al mismo tiempo se transforma en un medio de instituir jerarquías en los nuevos territorios. El populacho de España se convierte en la nobleza de América, y sus inferiores serán ahora los indios y los negros.

En otro lugar he señalado algunos rasgos modernos en una mentalidad del siglo XVII como la de Avendaño, en lo referido a su concepción del matrimonio y la administración pública. Creo que su reacción contra la tauromaquia es otra muestra de su modernidad. Quizás Muñoz esté en lo cierto que el principal motivo para que Avendaño le prohíba a los indios la participación en las corridas, es evitar muertes y lesiones en un arte que les es ajeno. Pero, más allá de eso, yo aprecio en esta prohibición un espíritu democrático e igualitario que, de seguro, ya se estaba gestando en el siglo XVII. Si Avendaño no desea que los indios participen de la Fiesta, no es sólo porque se oponga particularmente a ella, o porque la considere letal para los indios inexpertos, sino porque, en tanto moderno, Avendaño es un hombre que se empieza a sentir incómodo con las jerarquías. Si el indio participa en las corridas, lo hará en clara condición inferior. Avendaño prefiere evitar esto, y les niega la oportunidad a los ‘nuevos-nobles’1 de fortalecer jerarquías, esta vez a expensas de los indios.

NOTAS:

1 Hago alusión, quizás un tanto anacrónica, a la expresión contemporánea ‘nuevos ricos’.