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Revista de Filosofía
versión impresa ISSN 0798-1171
RF v.23 n.49 Maracaibo ene. 2005
BURKERT, Walter. Creation of the Sacred: Tracks of Biology in Early Religions. Harvard University Press. 2002, pp. 179.
La esencia del cristianismo, de Ludwig Feuerbach, abre con estas palabras: La religión tiene su origen en la diferencia esencial entre el animal y el hombre: los animales no tienen religión. A pesar de que es cierto que los viejos zoólogos le atribuían al elefante, entre otras cualidades, la virtud de la religiosidad, el hecho es que una cosa como la religión de los elefantes pertenece al género de la fábula. En muchos aspectos, Feuerbach está desprestigiado hoy en día, pero, paradójicamente, el pasaje inaugural de La esencia del cristianismo ha resultado ser característico de la actitud moderna de los estudiosos contemporáneos de la religión: de acuerdo a ellos, la religión es un fenómeno estrictamente cultural, y como bien decía Feuerbach, una característica que distingue a los seres humanos del resto de las especies.
Walter Burkert presenta esta obra, no como una protesta frente a la actitud contemporánea en el estudio de la religión, sino como una exhortación a reconsiderar las bases biológicas que bien pueden yacer tras las instituciones religiosas. El argumento de Burkert es que existen en los animales situaciones que sirven como base para que la cualidad distintiva del hombre, a saber, la Cultura, las desarrolle y convierta en instituciones religiosas. Si bien Burkert no cita a Feuerbach, creo que estaría de acuerdo con el filósofo alemán en que los elefantes no tienen religión, pero agregaría que sí contemplan a sus muertos, y esto bien puede servir como antecedente biológico de instituciones religiosas como los ritos funerarios, el culto a los muertos, etc. La religión ciertamente está construida sobre símbolos y depende de la cualidad del hombre para la representación a través del lenguaje. Pero, el conocimiento que tenemos del hombre Neandertal evidencia que, a un nivel elemental, la religión no depende estrictamente de lo simbólico, y está construida sobre bases biológicas: el hombre Neandertal no tenía un aparato vocal que propiciara el lenguaje, tal como nosotros lo poseemos, pero sí enterraba a sus muertos, cuestión que bien puede ser considerada una de las primeras prácticas religiosas.
Burkert destaca por su impresionante erudición en dos áreas académicas, hasta ahora muy alejadas entre sí: la etología y la historia de las religiones, especialmente la antigua religión griega y en menor medida, el resto de las antiguas religiones mediterráneas. Además de eso, presenta sus teorías con gran accesibilidad al público general. Viene a ser algo así como si Konrad Lorenz y Mircea Eliade se hubiesen reunido un buen día a tomar un café, y de sus conversaciones hubiesen publicado un libro.
La religión, insiste Burkert, es un rasgo estrictamente humano, y está conformada por instituciones culturales. Resulta estéril buscar un gen religioso en el ser humano: nunca será encontrado. Burkert nunca se opone a simbolistas que aprecian en la religión el despliegue de la capacidad simbólica del hombre, y el privilegio de lo cultural, pero sí resalta que muchos de los comportamientos que suelen definir a las instituciones religiosas ya tienen su antecedente en el mundo animal, y por ende, están impresos sobre la programación biológica del hombre, condicionando la conformación de lo sagrado. Con ejemplos muy detallados, provenientes en su mayoría de las tradiciones griegas, Burkert hace un recorrido por las analogías entre el mundo animal y el mundo de lo sagrado.
Burkert inicia su estudio con una consideración sobre la institución del sacrificio. Fue con este tema como años atrás hizo renombre, al publicar Homo Necans, un estudio sobre el sacrificio en la Antigua Grecia y la naturaleza del rito y mito sacrificial en general. Burkert recurre a varios ejemplos para demostrar la forma en que opera la institución sacrificial. Un rasgo marcado del sacrificio es que surge en momentos de crisis, y se entrega una ofrenda para salvar algo de mayor envergadura. Se sacrifica una parte para que la totalidad se pueda salvar. Renunciando a algo o a alguien, el resto podrá salvarse. Atormentados por un dios, una comunidad religiosa entrega una víctima, de forma tal que apacigüe su ira, y la comunidad se salve. Casi todas las sociedades le otorgan gran importancia a ese principio, incluyendo la nuestra.
Esta lógica de la entrega de la parte para salvar a la totalidad tiene fundamentos biológicos, pues es visible en el mundo animal. Algunos animales, como los lagartos y algunas arañas, al verse amenazados por un depredador, abandonan parte de su cuerpo, de forma tal que puedan escapar mientras el depredador se detiene a capturar la parte abandonada. La cola desprendida del lagarto es lo que le permite escapar del depredador que aún la tiene en su boca. Los animales están programados para que, en situaciones de pánico, se desprendan de algo, de la misma forma en que el sacrificante se desprende de una víctima (o de parte de sí mismo, como ocurre con los penitentes, bien sea mutilándose, bien sea entregando las riquezas que forman parte de su identidad) en situaciones críticas. Los pájaros dejan las plumas, y los humanos dejamos estiércol en situaciones de gran estrés, literalmente, nos cagamos de miedo. De la misma forma en que el lagarto entrega su cola para salvarse del depredador, el flagelante entrega una parte de su cuerpo para lograr su salvación.
El sacrificio, por supuesto, no es sólo la entrega de alguna parte de su cuerpo a manos del flagelante. Mucho más común es la entrega de un tercero, a saber, una víctima aparte. Pero, también ocurre esto en el mundo animal: las cebras abandonan a los individuos más débiles para que sean devorados por los depredadores, de forma tal que el resto pueda escapar.
El sacrificio, y la religión de forma general, suelen ser una respuesta a situaciones críticas. Burkert argumenta que los inicios de la especie humana estuvieron caracterizados por la ansiedad. La amenaza de los depredadores ha dejado una huella en nuestra biología. A muchos animales les perturba el contacto visual, pues sienten que quienes los observan son depredadores que los están seleccionando. El ser humano también siente esta amenaza, por lo que no ha de sorprendernos que el temor al mal de ojo sea una creencia muy difundida en diversas religiones.
Los mitos vienen a ser otra de las instituciones religiosas fundamentales que también han sido desarrolladas a partir de la herencia biológica. Burkert acepta la secuencia de temas que Vladimir Propp esbozó para buena parte de los mitos y leyendas. A grandes rasgos, las secuencias mitológicas se caracterizan por presentar a un guerrero que debe abandonar su hogar, pasar por varias hazañas, enfrentarse con otros personajes, y finalmente regresar con su familia. La Odisea es quizás el ejemplo más célebre. Burkert señala que la secuencia narrativa del héroe mitológica es análoga a la que muchos animales superiores deben atravesar para conseguir alimentos: deben abandonar su manada, atravesar peligros, conseguir su presa, enfrentarse con otros animales, y finalmente, regresar a su lugar de origen con el alimento que ha de ser repartido. El chamanismo es una institución religiosa que, lo mismo que el mito, presenta historias de viajes místicos a otros mundos. El chamán cura en la medida en que ha ido y regresado a lugares lejanos y de difícil acceso. El animal en busca de alimento también debe pasar por esas travesías. De forma tal que los mitos y el chamanismo son, en buena medida, una elaboración cultural de unas bases biológicas que ya se encuentran presente en organismos pre-humanos.
Los ritos de iniciación, tan señalados por los estudiosos de la religión, se ejecutan en función de las transformaciones biológicas del ser humano (pubertad, madurez sexual, vejez, etc.). Todos los seres vivos atraviesan estas transformaciones, y es en función de ellas como la religión desarrolla la institución del rito de iniciación. Una vez más, Burkert no propone que la religión sea estrictamente un fenómeno biológico, pero nos invita a pensar en la biología como el hardware sobre el cual el software de la religión será programado.
Otro de los rasgos fundamentales de la religión es la institucionalización de la jerarquía: tanto entre los hombres, como entre los hombres y los dioses. Lo sagrado implica una relación jerárquica: el mortal nunca está a la altura del dios, siempre respeta la distancia que lo separa de los seres divinos, y reconoce su dependencia para con ellos. La jerarquía también es un fundamento de la vida animal. Constantemente, los individuos menos privilegiados demuestran sumisión, respetando la jerarquía que se impone sobre ellos. Una de las formas más habituales que los animales tienen de demostrar sumisión es empequeñeciéndose, mientras que una forma de mostrar orgullo o desafío es aumentando su cuerpo, bien sea levantando sus plumas o el pelo, o mostrando los dientes.
La religión también estipula que la sumisión ha de ser demostrada empequeñeciéndose: para mostrar respeto ante lo sagrado, nos despojamos de los sombreros, de los zapatos, etc. El mortal se somete al dios para evitar despertar su ira: instituye la jerarquía como una forma de suspender la violencia. Muchas religiones estipulan el arrodillamiento, cuestión que encuentra su analogía en el mundo animal, cuando los individuos inferiores se tiran al piso para evitar ser atacados, confirmando la superioridad del atacante. Ambos sugieren una reducción del tamaño del individuo sometido.
Burkert señala que la adivinación ha sido otra de las características de las religiones, especialmente las antiguas religiones mediterráneas. Los adivinos surgen como una reacción frente a situaciones críticas. Estas crisis también tienen un fundamento religioso. Burkert cita varias exclamaciones religiosas que asimilan la crisis a un sentimiento de cautiverio. La principal fuente de estrés en el mundo animal es la de sentirse atrapado, especialmente a manos de un depredador. La religión busca alivio intentando escapar de la crisis, de la misma forma en que el animal, al sentirse atrapado, busca escapatoria.
Los adivinos suelen determinar sus presagios en función de elementos naturales, especialmente relacionados con otros animales. El vuelo de las aves frecuentemente sirvió como signo de los dioses para determinar futuros eventos. Una vez más, la atención que el hombre ha dirigido hacia los cielos ha estado sujeta a su condición de depredador carroñero: las aves de carroña le indican dónde encontrar la comida.
Los conceptos de contaminación y pureza son también una constante en las religiones mundiales, y tienen una evidente base biológica. De alguna u otra manera, los símbolos religiosos de pureza están concernidos con la limpieza del organismo, función biológica atribuible a casi todos los animales superiores.
Burkert concede que la institución de la donación a dioses y mortales, característica fundamental de la religión, no tiene claros antecedentes en el mundo animal. Lo más cercano sería la entrega de alimento que los padres le ofrecen a las crías. Pero, la donación probablemente tuvo un origen en el homínido cazador. Aquí Burkert retoma algunas de las tesis de Homo Necans, las cuales adelantaban una teoría de los orígenes culturales sustentada en la caza y el rito sacrificial. El homínido se distingue del simio bajando de los árboles para cazar. En la medida en que caza, canaliza en la presa las agresiones que podría dirigir con sus compañeros. Formando un lazo unitario con los otros cazadores, reparte la presa entre ellos, instituyendo la donación que, luego será aún más elaborada en el rito sacrificial.
El libro de Burkert viene a ser así una reconsideración de la etología y la sociobiología, disciplina ésta que, desde los escritos de Edward O. Wilson, ha sido catalogada como reaccionaria por diversos sectores de la academia. Teniendo este antecedente presente, Burkert se cuida de moderar sus puntos de vista, impidiendo a toda costa negar el papel de lo simbólico y lo estrictamente humano en la religión, pero a la vez destacando las huellas que la biología ha dejado en lo religioso.
La concepción que Burkert esboza de lo sagrado es acorde a lo que la mayoría de los historiadores de la religión han señalado, y sus ejemplos le otorgan solidez al argumento. De igual forma, las analogías que destaca entre el mundo animal y el mundo religioso ciertamente han de hacernos reconsiderar el papel de la biología en nuestras vidas. Uno de los mayores méritos de Burkert ha sido el de rescatar una corriente de pensamiento estigmatizada, en gran parte debido a sus implicaciones políticas derechistas y a la falta de moderación de autores como Desmond Morris.
Pero, quizás las analogías entre el mundo animal y el mundo religioso no pasen de ser más que eso: meras analogías. Destaco aquí una frase que Luis Vivanco, profesor de la Universidad del Zulia, nos decía a sus estudiantes: Cuidado con las analogías, porque los siete enanitos no tienen nada que ver con los siete sacramentos, excepto que son siete. El mero hecho de que los animales compartan algunas conductas manifiestas en las instituciones religiosas, quizás no sea suficiente como para decir que existe una base biológica en la creación de lo sagrado.
Gabriel Andrade
Universidad Bolivariana, Venezuela