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Revista de Filosofía

versión impresa ISSN 0798-1171

RF v.23 n.51 Maracaibo sep. 2005

 

Letters to Lily: On How the World Works  

MACFARLANE, Alan.  

London: Profile Books. 2005. 311 pp.

Alan Macfarlane ha escrito cerca de quince libros desde tres grandes disciplinas: la historiografía, la antropología y la filosofía. Sus áreas temáticas son tan amplias, que van, desde la brujería en la Inglaterra isabelina, hasta los problemas demográficos de los grurungs de Nepal, pasando por los efectos fisiológicos del té, el impacto de la invención del vidrio, y el pensamiento de la Ilustración.

Entrado ya en el inicio de su vejez, ha decidido recopilar toda su carrera académica en un pequeño libro. Los escritos de Macfarlane se caracterizan por un cierto pragmatismo: si bien es un académico de inmensa erudición y profundidad, dista de estar recluido en su claustro de Cambridge. Casi todos sus libros están conducidos por un hilo pragmático, insistiendo en la aplicabilidad de sus conocimientos históricos, antropológicos y filosóficos a la vida cotidiana. De forma tal que, Macfarlane considera que su fructífera carrera como pensador no ha de limitarse a las densas discusiones con sus colegas y estudiantes: tiene la aspiración de que sus años como investigador le permitan a la gente vivir sus vidas óptimamente.

Así, Macfarlane escribe Letters to Lily en forma de epistolario. Quizás al público contemporáneo le podrían parecer cursi los libros en forma de epistolario: desde La nueva Eloísa de Rousseau, pocos lo han intentado. Pero, da la impresión de que Macfarlane pareciera tener mucho más en mente el estilo epistolar de San Pablo: la epístola es uno de los mejores recursos retóricos para ofrecer consejos. En esta ocasión, los consejos van dirigidos a su nieta Lily, actualmente de siete años de edad, pero imaginada por Macfarlane de diecisiete años de edad. En treinta cartas, Macfarlane trata de abordar los fenómenos más importantes del mundo moderno, ofreciéndole consejos a su nieta, sobre cómo vivir acordemente en este mundo.

Si bien sus temáticas son amplísimas, existe un hilo conductor temático en toda la obra de Macfarlane: explicar la naturaleza y los orígenes de las transformaciones que han abierto el paso a la sociedad moderna. Éste fue, sin dudas, uno de los grandes temas de la Ilustración, de la cual Macfarlane se declara un fiel seguidor. Es el espíritu enciclopédico de la Ilustración el que Macfarlane ha seguido para la redacción de estas treinta cartas: con ejemplos de vastos lugares y diversas épocas, Macfarlane le explica a su nieta las peculiaridades del mundo moderno, visto desde una pluralidad de áreas temáticas. También es de inspiración ilustrada, el tropo que Macfarlane recurrentemente utiliza para abordar el mundo moderno: para explicar cuán extraño es el mundo en que vive su nieta, se imagina a un visitante de otro mundo tratando de entender las peculiaridades de este mundo, algo no muy diferente de lo que Voltaire hacía en El ingenuo.

Es tarea virtualmente imposible reseñar una enciclopedia. De forma tal que, no podré elaborar propiamente un resumen del libro. Simplemente exhorto al lector a que lo haga por sí mismo. Si bien las cartas son de contenidos variadísimos, el propio Macfarlane le advierte a su nieta que están escritas como contribución a un tema común: apreciar la peculiaridad de la civilización inglesa, y la manera en que Inglaterra ha contribuido a la formación del mundo moderno que se ha expandido a casi todos los rincones de la Tierra, y del cual muchas veces podemos olvidar su singularidad.

Como antropólogo y como historiador, Macfarlane resalta que, si bien el mundo moderno es hoy el más vasto y el que más ‘natural’ nos parece, en realidad ha sido una rara excepción, cuyos orígenes se remontan a una pequeña isla separada del continente europeo, pero cuyas instituciones son tan válidas como las de otras sociedades. A algunos, Macfarlane podría parecer un imperialista; a otros, un extremo relativista. A decir verdad, no es ninguno de los dos. Cierto es que Macfarlane resalta las virtudes de la civilización inglesa, y endosa el punto de vista de que resultaba inevitable que una sociedad libre, democrática e industrializada, consiguiese grandes fortalezas y se expandiese por el mundo entero. Pero, esto no constituye un argumento imperialista: exaltar las virtudes de una civilización es hablar con franqueza y combatir hipocresías. Por otro lado, la antropología e historiografía de Macfarlane le han permitido apreciar que el camino escogido por Inglaterra apenas ha sido uno entre muchos, y el que han seguido otras sociedades, si bien no ha conseguido la misma estabilidad que entre los ingleses, ha funcionado en muchos contextos. Por lo general, Macfarlane se abstiene de elaborar juicios de valor, limitándose a apuntar que, lo que los ingleses, y por extensión, los modernos, han defendido con gran ahínco, le ha resultado muy extraño a culturas premodernas y no occidentales.

Han sido múltiples las razones por las cuales Inglaterra vino a ser el punto de partida de la sociedad moderna. La noción teleológica está muy pobremente desarrollada en la filosofía de la historia de Macfarlane. Para el autor, han sido la casualidad y la suerte, mucho más que el propósito, las que han conducido los grandes cambios de la Historia. Macfarlane rechaza categóricamente el argumento imperialista victoriano de que los ingleses han logrado grandes cosas por ser una raza superior. El éxito y la singularidad de Inglaterra y el mundo moderno son más bien atribuibles a una serie de condiciones que nadie se las propuso; no existe un ‘proyecto moderno’ diseñado o guiado por ninguna mente excepcional o divina. Simplemente, agrega Macfarlane, los ingleses han sido uno de los pueblos con más suerte en el mundo.

Siguiendo a Montesquieu, uno de sus grandes antecesores intelectuales, Macfarlane atribuye a la condición geográfica de Inglaterra, el punto de partida de su éxito. A partir de su condición isleña, han surgido el resto de las instituciones modernas. Siendo una isla lo suficientemente grande como para formar una civilización propia, Inglaterra se mantuvo alejada de peligros de invasiones. Sin una amenaza militar endógena, alimentó el espíritu de libertad, lo cual conduce al espíritu de igualdad y a la mayor producción económica. Al mismo tiempo, se generan mejores condiciones demográficas y sistemas jurídicos menos represivos y más balanceados.

Macfarlane intenta ser lo más objetivo posible con respecto a su propia civilización. Trata de reseñar los vicios y virtudes de la civilización inglesa, exportada al mundo entero. Pero, en ocasiones, esta objetividad no es del todo conseguida. Especialmente al comparar el imperio inglés con potencias rivales (Francia, España, Rusia, China), Macfarlane se complace en sólo resaltar las virtudes inglesas y los vicios continentales.

Macfarlane se declara un pacifista, y critica con justa razón las políticas imperialistas y agresivas que actualmente su país está adelantando, especialmente la ‘guerra contra el terrorismo’: deplora cómo, ignorando los sufrimientos del mundo, EE.UU. e Inglaterra se complacen en inflar cada vez más el gasto militar. Pero, Macfarlane pareciera elaborar estas protestas aisladamente: aborda la agresión militar como si fuese un rasgo periférico y circunstancial de Inglaterra. Rara vez considera que, quizás, la agresión imperialista sea un rasgo inevitable y central de la civilización inglesa.

Igualmente, en ocasiones, las virtudes inglesas se exaltan de forma demasiado apresurada, sin detenerse a elaborar un justo contraste con las instituciones de otros países. Es, por ejemplo, el caso del sistema jurídico. Macfarlane alaba el sistema jurídico inglés, contrapuesto a un Derecho Romano represivo. Pero, su nieta Lily correrá el riesgo de formarse un estereotipo del Derecho Romano (por lo demás, con muchas grandes virtudes), pues Macfarlane nunca especifica en qué consiste esa represión. Algo similar sucede en su tratamiento de la invención y expansión de los juegos y deportes colectivos modernos: casi todos fueron inventados en Inglaterra, y el espíritu deportista ha contribuido al espíritu cívico de la modernidad. Pero, ¿no ha sido Inglaterra la tierra de los hooligans? Más aún, Macfarlane alaba el espíritu igualitario de los ingleses, pero completamente ignora el apartheid, institución deplorable que tanto los ingleses como los holandeses impusieron en Sudáfrica.

Salvo algunas excepciones, como las anteriormente mencionadas, la presentación que Macfarlane hace de la civilización inglesa es bastante balanceada. No todas las culturas han sido lo mismo, no todas funcionan igual. Guste o no, para bien o para mal, Inglaterra es el origen de buena parte de las instituciones que, nosotros los modernos, de derecha e izquierda, tanto valoramos.

Gabriel  Andrade

Universidad del Zulia - Venezuela