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Revista de Filosofía

versión impresa ISSN 0798-1171

RF v.24 n.53 Maracaibo ago. 2006

 

Del sentido común a la filosofía de la praxis.  Gramsci y la cultura popular

Nazareno Bravo

Incihusa-Cricyt-Conicet Mendoza - Argentina

Resumen

La problemática de la cultura popular ha sido abordada desde diversos marcos teóricos a partir de su inclusión entre los temas necesarios para comprender una sociedad integralmente. El artículo estudia los aportes realizados por Antonio Gramsci, quien desde una visión marxista heterodoxa, propone un análisis de los sectores subalternos que permite vislumbrar virtudes y limitaciones. Los conceptos filosofía espontánea, sentido común y filosofía de la praxis, surgen como fundamentales para el análisis teórico y la práctica política transformadora y para una necesaria revisión de las herramientas analíticas que ofrecen las teorías clásicas ante la especifica y compleja realidad latinoamericana.

Palabras clave: Cultura popular, Gramsci, filosofía espontánea, sentido común, praxis.

From Common Sense to Philosophy of Praxis. Gramsci and Popular Culture

Abstract

Popular culture and its problems has been studied from diverse theoretical referential shelves which include it among the themes necessary to understand a society integrally. This article studies the contributions of Antonio Gramsci, who, from a Marxist heterodox vision, proposes an analysis of the subordinate sectors, which allows us to glimpse its virtues and limitations. The concepts spontaneous philosophy, common sense and philosophy of praxis, spring as fundamental for a theoretical analysis, a transforming political practice, and a necessary review of the analytical tools that classical theories offer, in face of the specific and complex Latin American reality.

Key words: Popular culture, Gramsci, spontaneous philosophy, common sense, praxis.

Recibido: 09-09-05 • Aceptado: 27-01-06

Introducción

Pueden encontrarse importantes antecedentes sobre los abordajes de la cultura popular, en las corrientes románticas del siglo XIX en Europa, las cuales señalaron la importancia de la diversidad cultural, con el propósito de integrar la variedad de culturas hacia un proyecto de unificación nacional, acorde al liberalismo emergente. Por ello prefirieron hablar de “culturas”, en plural: las culturas específicas y variables de diferentes naciones y períodos, pero también las culturas específicas y variables de los grupos sociales dentro de una misma nación. Posición que los distanciaba de la caracterización despectiva del pueblo propia de la cosmovisión ilustrada1.

De los románticos a esta parte las formas de aproximación al problema se han multiplicado, dando por resultado una diversidad de marcos teóricos disponibles y no siempre complementarios. En el presente artículo nos interesa ocuparnos de aquellas propuestas que se originan al interior de la tradición del materialismo histórico, y, más precisamente, de la visión del pensador y político italiano Antonio Gramsci, representante del llamado marxismo occidental heterodoxo.

La elección de Gramsci no es casual. Su aporte para la renovación del marxismo– por ejemplo, en lo referido a la cuestión nacional o la relación entre los distintos sectores que conforman las clases sociales– mantiene vigencia a la hora de realizar una lectura de la cultura popular en América Latina. Esto es, entre otras razones, porque permite abordar a sectores de la sociedad que no “cuadran” en las categorías de proletarios o burgueses, muy apropiadas para pensar algunas sociedades europeas industrializadas de fines del XIX y mediados del XX, pero insuficientes hoy para agotar la complejidad de nuestras sociedades.

Sin duda, la problemática de los sectores populares para América Latina, posee particularidades que obligan a repensar las categorías planteadas por los clásicos del marxismo desde una mirada propia. Sin embargo, consideramos un buen punto de partida la revisión de la obra gramsciana, ya que algunas de sus categorías nos ayudan a problematizar tanto la forma de comprender la sociedad en su conjunto, como también las formas de acercamiento a ciertas problemáticas específicas, como la de la cultura popular.

Si bien, tanto el concepto de cultura como el de popular, aparecen especialmente escurridizos para su definición –aspecto que se potencia cuando van juntos–, un recorrido histórico por sus diversas acepciones, nos da la posibilidad de aproximarnos a alguna de las formas que resultan más útiles para el presente trabajo.

Resulta pertinente considerar la cultura popular, como el conjunto de “formas y actividades cuyas raíces estén en las condiciones sociales y materiales de determinadas clases, que hayan quedado incorporadas a tradiciones y prácticas populares. Lo que aquí define la cultura popular, son las relaciones en tensión continua (relación, influencia, antagonismo) con la cultura dominante”.2

Con esto se pretende considerar como aspectos de la cultura popular a los modos y prácticas que surgen como respuesta a las demandas de grupos de personas que comparten una situación social y económica de dominación. Estas formas no suponen exclusivamente a las que poseen una génesis popular “pura”, sino que se incluyen en ellas aspectos propios de otros sectores sociales que son incorporados a las prácticas de los sectores subalternos.

Esto, desde ya, no implica desconocer la situación de dominación a la que dichos sectores se ven expuestos, ni tampoco sobredimensionar las capacidades culturales (en un sentido que incluya lo político–social) de los mismos. Más bien consideramos el campo de la cultura popular como un terreno siempre dinámico en el que se cruzan intereses y proyectos opuestos. Allí es donde los sectores populares viven la dominación en su propio terreno, pero también donde encuentran las herramientas –saberes, prácticas, discursos, visiones, etc.– para estructurar formas de participación, de protesta, de resolución de conflictos, etc.

La importancia de Gramsci para el estudio de la cultura popular

Antonio Gramsci (1891-1937) como militante y pensador comunista, se preocupó por darle visibilidad a la cultura subalterna, superando las visiones economicistas preponderantes en las corrientes marxistas de su época, que sólo percibían expresiones de sumisión en las formas populares y, en sus prácticas, un mecánico reflejo del lugar ocupado en la estructura económica.

Gramsci desarrolló marcos categoriales nuevos para intentar una aproximación más compleja y enriquecedora a lo que ocurría en el interior de las clases sociales – no sólo en el proletariado, sino en el resto de los sectores subalternos y en las clases dominantes–. Para ello desplegó una serie de conceptos, anclados en la experiencia histórica y en su propio aprendizaje como político, que ayudan a comprender las formas concretas que adquieren las negociaciones, enfrentamientos y alianzas entre sectores de la sociedad, es decir, la lucha de clases. Surgen así, conceptos creados o reformulados desde una visión novedosa. Hegemonía, bloque histórico, intelectual orgánico, etc., aparecen como los aportes más fructíferos y útiles para el análisis histórico y social, con fuerte anclaje en lo nacional –aspecto no profundizado anteriormente por el marxismo–. Ahora bien, la riqueza de estos conceptos y su capacidad de utilización en la exploración de la realidad concreta, ha opacado, a nuestro entender, otras nociones igualmente importantes para el análisis histórico y político. Este es el caso de los conceptos de filosofía espontánea y sentido común, que se presentan como núcleos significativos del pensamiento de Gramsci, en lo relativo a la cultura popular. Y todo ello sin olvidar, además, que constituyen conceptos axiales en la tesis gramsciana de la construcción de contrahegemonía como estrategia central para estructurar otra sociedad.

Filosofía espontánea: el conocimiento al alcance de “todo el mundo”

Contra la idea, profusamente aceptada, de una práctica filosófica exclusiva de determinados “pensadores” o “intelectuales”, el político italiano presenta una noción novedosa en muchos aspectos: todos los hombres son filósofos, “en cuanto obran prácticamente y en cuanto en su obrar práctico se halla contenida implícitamente una concepción del mundo”3. Subyace aquí, una noción de filosofía entendida como concepción del mundo que permite obrar, comprender y proyectar acciones en cierta dirección (y que por tanto, lo impide en otras).

La idea de la existencia de la filosofía –o de la capacidad filosófica– en todos los hombres, como integrantes de grupos concretos que portan cierta visión del mundo, no impide sin embargo, la diferenciación entre sus formas. Las hay “espontáneas” y “profesionales”, y su principal distinción reside en la profundidad que la reflexión adquiere en cada caso: en aquella, casi inexistente; en ésta, sistemática y consciente.

Es así que “en cada época coexisten muchos sistemas y corrientes filosóficas” 4, por lo que no podría hablarse de una visión del mundo pura o exclusiva de un determinado grupo social que se impone, sin más, al resto. Más bien se trata de la mixtura de miradas –con la preeminencia de una de ellas– que conforman la visión del mundo de una época y que “culmina en una determinada dirección y (...) se torna norma de acción colectiva, esto es, deviene ‘historia’ concreta y completa (integral)”5, esto es, abarcadora de toda la sociedad.

Aquí reside la importancia de considerar a la filosofía como una visión del mundo conformada por diversas miradas, aunque siempre una de ellas prevalezca. Ello nos permitirá por un lado, tomar en cuenta otras visiones que no son dominantes; y por otro, resaltar el condicionamiento que implica la imposición de una de las visiones, si se considera a la filosofía dominante como matriz de comprensión y acción de una época.

La noción de “filosofía espontánea, propia de todo el mundo”, debe delimitarse y caracterizarse para su análisis y comprensión. Para Gramsci se trata de la filosofía contenida:

“1. en el lenguaje mismo, que es un conjunto de nociones y conceptos determinados;

2. en el sentido común, y en el buen sentido6;

3. en la religión popular y, por consiguiente, en todo el sistema de creencias, supersticiones, opiniones, maneras de ver y de obrar que se manifiestan en lo que se llama generalmente folclore”7.

Aparece aquí, la idea de un saber “inherente”, “natural”, “innato”, que se gesta y utiliza en la vida cotidiana, y que si bien no tiene la complejidad del conocimiento científicamente estructurado – propio de quienes se dedican profesionalmente a pensar – es igualmente digno de reconocimiento. Esto nos permite ubicar, en el interior de esta filosofía espontánea, el concepto que desarrollaremos en el siguiente apartado: el sentido común.

El sentido común como parte integrante de la filosofía espontánea

El sentido común, al decir de Gramsci, es un “concepto equívoco, contradictorio, multiforme” que “es un producto y un devenir histórico” por lo que no existe una única versión de él8. Definido como una “expresión de la concepción mitológica del mundo (que) no sabe establecer los nexos de causa a efecto (…) su rasgo más fundamental es el de ser una concepción disgregada, incoherente, conforme a la posición social y cultural de las multitudes”9.

Podríamos decir que el sentido común –como parte fundamental de la filosofía espontánea– es un saber “inmediato”, ligado a la resolución de conflictos o necesidades ocurridos en la vida cotidiana y que, por su cercanía a lo mundano, obstruye la reflexión profunda, crítica, trascendente que permitiría conocer causas mediatas e inmediatas de los sucesos10.

Otras características del “sentido común” que apunta Gramsci en sus escritos es la de ser adoptado acríticamente, sin conciencia teórica clara, ni mayor problematización. De allí se concluye que “que las masas, en cuanto tales, sólo pueden vivir la filosofía como una fe”, es decir, con un “carácter no racional”11.

A nuestro entender, nos aproximamos a una acepción (que no es la única, por cierto) del sentido común, en la que la palabra sentido se refiere a lo que “experimentan los sentidos” –no la conciencia ni la razón–, una “intuición”. Por su parte, la idea de común se vincula aquí, a la noción de “simple” o “no compleja”. Es decir, sentido común como una “intuición no compleja”, que no conlleva un gran esfuerzo intelectual; que sólo requiere de confianza o fe para justificarse.

Sin embargo, Gramsci, no utiliza el concepto sentido común en forma peyorativa o displicente. Por el contrario, incluso atribuye ciertas ventajas al sentido común respecto de las demás formas de conocimiento. “En una serie de juicios, el sentido común identifica la causa exacta y simple al alcance de la mano (...) En el ‘sentido común’ (hay) cierta dosis de ‘experimentalismo’ y de observación directa de la realidad (si bien empírica y limitada)”12. Si las masas ven dificultada su capacidad reflexiva, no es por causas naturales o ajenas a la forma social dominante, sino que por el contrario, la imposibilidad de la conciencia profunda es parte imprescindible para el mantenimiento del sistema. Es por ello que se interesa por indagar este sentido común, al punto de descubrir en él –como veremos más adelante– la base necesaria para la transformación del orden que lo condiciona.

En definitiva, si bien pueden establecerse diferencias entre el tipo de conocimiento que aporta el sentido común y el que procede de la ciencia, se los piensa como formas complementarias de comprensión de la realidad.

La posibilidad de error en el análisis social

El análisis situado en un mecanicismo extremo, podría llevar a buscar una total correspondencia entre el lugar que ocupan los sujetos en la estructura económica y su forma de pensar y actuar (como parte de la superestructura). De este modo, quienes en el análisis se ubican en los sectores dominados, tendrían prácticas y discursos determinados por esa estructura, lo que daría como resultado, nociones y acciones falsas o propias de los intereses de la clase dominante.

Contrariamente, Gramsci quiebra esta lógica –que menosprecia las capacidades de las masas e impide toda iniciativa “hasta que las condiciones objetivas estén dadas”– al poner de manifiesto la existencia de incongruencias entre lo dicho y lo actuado, donde se puede encontrar:

“Contraste entre el pensar y el obrar, esto es, la coexistencia de dos concepciones del mundo, una afirmada en palabras y la otra manifestándose en el obrar mismo [y que] no se debe siempre a la mala fe. Dicho contraste sólo puede ser la expresión de contradicciones más profundas de orden histórico social. Significa ello que un grupo social tiene su propia concepción del mundo, aunque embrionaria, que se manifiesta en la acción, y que cuando irregular y ocasionalmente, por razones de sumisión y subordinación intelectual, toma en préstamo una concepción que no es la suya, una concepción de otro grupo social, la afirma de palabra y cree seguirla, es porque la sigue en ‘tiempos normales’, es decir, cuando la conducta no es independiente y autónoma, sino precisamente sometida y subordinada”13.

De modo que pueden producirse acciones que no coinciden con lo expresado en palabras, es decir con la concepción del mundo que se exterioriza o se pone de manifiesto, y que es la visión predominante14. Esto se debe a que, en realidad, en las prácticas de los sectores subalternos puede cristalizarse una filosofía distinta a la dominante (otra filosofía), que logra filtrarse en determinados momentos históricos y resquebrajar la ideología hegemónica, muchas veces reproducida acríticamente en el lenguaje de los dominados. “Casi se puede decir que [el hombre de masa] tiene dos conciencias teóricas (o una conciencia contradictoria): una implícita en su obrar y que realmente lo une a todos sus colaboradores en la transformación práctica de la realidad; y otra superficialmente explícita o verbal, que ha heredado del pasado y acogido sin crítica”15.

Lo interesante de esta observación de Gramsci, es que permite analizar ciertas acciones, ocurridas al interior de las clases subalternas, como expresión concreta de una (otra) visión del mundo. Si bien, estas prácticas subalternas no tienen siempre un carácter “consciente” (debido justamente al condicionamiento impuesto por los sectores dominantes) o se contradicen con los significados efectivamente articulados como lenguaje, podrían a nuestro entender, ser comprendidas y valoradas en su carácter intrínsecamente ruptural respecto a lo hegemónico.

De todas formas, sería grave restarle importancia a la concepción del mundo “dicha en palabras”, es decir, la que los hombres expresan oralmente más allá de que sus acciones se correspondan absolutamente con ellas. Lo que los hombres dicen que son (como exteriorización de la conciencia teórica que poseen), limita sus posibilidades de acción concreta. Esta es una de las características fundamentales de la hegemonía lograda por las clases dominantes: lograr que los dominados sientan que no lo son, y expresen esta (errónea) convicción no sólo en palabras sino en hechos concretos. Como advierte Gramsci:

“Esta conciencia ‘verbal’ no carece de consecuencias: unifica a un grupo social determinado, influye sobre la conducta moral, sobre la dirección de la voluntad, de manera más o menos enérgica, que puede llegar hasta un punto en que la contradictoriedad de la conciencia no permita acción alguna, ninguna decisión, ninguna elección, y produzca un estado de pasividad moral y política”16.

La importancia del predominio de una visión del mundo es doble. Por un lado, reside en “el logro de una unidad ‘cultural social’, por la cual una multiplicidad de voluntades disgregadas, con heterogeneidad de fines, se sueldan con vistas a un mismo fin, sobre la base de una misma y común concepción del mundo”; y por otro, en el “logro de un mismo ‘clima’ cultural colectivo”17.

Por todo esto, lejos de intentar encontrar prácticas rebeldes en todo lo que a primera vista se oponga al orden dominante, el ocasional desfasaje entre “el pensar y el obrar” de los sectores subalternos, debería obligarnos a profundizar nuestra atención en las causas que impiden que una otra visión del mundo emerja como aglutinadora de las clases subalternas y consiga posicionarse de modo que pueda disputar la hegemonía a los grupos dominantes.

Del mismo modo, pensar que la simple evocación de valores, discursos o prácticas opuestos al orden dominante representa en sí misma una garantía de transformación, puede acarrear graves equivocaciones teóricas y políticas. Inclusive, estas prácticas incongruentes con la visión dominante, pueden llevar –como advierte Gramsci– a la inacción.

En definitiva, la posibilidad de hallar acciones o discursos que no reflejen automáticamente la situación de dominación que viven las clases subalternas, debería servirnos para ampliar nuestra posibilidad de comprensión. Si por un lado, son indicadores de la existencia de otros valores, modos o miradas, por el otro nos advierten sobre el peligro de sobrevalorar esta visión propia de los sectores dominados. Se trata, entonces, de utilizar el hallazgo de aparentes incongruencias, en un doble sentido: por un lado, como herramienta de análisis que permita complejizar la perspectiva teórica para comprender la multiplicidad de variables que posee la realidad; por otro, de apropiarse de elementos teórico–prácticos que permitan reorientar la acción política en el sentido de colaborar en la concientización de las masas e impedir que la contradictoriedad señalada refuerce el sistema de dominación, por no hallar los canales necesarios para su desarrollo.

En esta línea debe interpretarse la advertencia realizada por Gramsci cuando critica las versiones mecanicistas del materialismo vulgar. A propósito del tema de la posibilidad del error, Gramsci resalta que nunca es contemplada en un análisis de tipo reduccionista que “considera a todo acto político como determinado por la estructura, inmediatamente, o sea, como reflejo de una modificación real y permanente (adquirida) de la estructura”18.

Esta consideración resulta muy apropiada para pensar en ciertas acciones de oposición o protesta que encabeza un sector de las clases subalternas; pero también puede aplicarse a manifestaciones de crisis en las capas dominantes.

No queremos con esto dar a entender que dichos actos sean invenciones proyectadas por teóricos malintencionados. Por el contrario lo que se intenta, a partir del abandono del mecanicismo extremo, es ponderarlas en su total extensión, sin desconocerlas ni sobredimensionarlas. No es la existencia de eventos de oposición, lo que está en duda, sino, su valoración. Es decir, que el “error” estaría en el análisis y comprensión desde visiones deterministas, que impiden vislumbrarlas como manifestaciones de otra visión, al considerarlas pruebas concretas de quiebres en la estructura.

Es por esto que muchas expresiones de resistencia o de simple descontento de las clases subalternas (por ejemplo, protestas individuales o grupales o las mismas “incongruencias” de las que hablamos anteriormente), no implicarían necesariamente la existencia real de todas las condiciones necesarias para la transformación del orden establecido, ni la conciencia clara de la necesidad de un cambio por parte de la totalidad de las masas. Más bien, nuestro análisis debería tener en cuenta, tanto posibles decisiones erradas por parte de un líder político, como disputas en el interior del grupo dominante, ya que para Gramsci puede tratarse de “un impulso individual por cálculo errado, o también de una manifestación de las tentativas de determinados grupos (...) de asumir la hegemonía en el interior del agrupamiento dirigente19.

Nos permitiremos aportar una tercera causa de error en el análisis de hechos políticos y sociales, que no implicaría una correspondencia directa con aparentes transformaciones impostergables: los intentos de algunos sectores de las clases subalternas, que con mayor o menor suerte, logran poner en jaque durante un tiempo, a la clase dominante. Estamos pensando aquí, en aquellas manifestaciones organizadas o semi organizadas20, que parten de las clases subalternas, pero que por diversos motivos no logran estructurarse en verdadera alternativa. Si bien esto no apunta a restarles importancia ni a desestimar su estudio –como tampoco a despreciar su práctica–, debería servir de advertencia al momento de su análisis. En este sentido, la aparición de expresiones de protesta o crisis de las clases dominantes, no tendría que ser evaluada como un “anuncio” de la inminente y paulatina caída del sistema.

Lo que intentamos decir aquí es que, si bien existen hechos que entran en contradicción con la concepción dominante, esto no debería llevarnos ni a desconocer su importancia (por no ser conscientes) ni a sobrevalorarla (por su carácter cuestionador). Caer en alguno de estas interpretaciones extremas conduciría, según nuestro entender, a alguno de los dos errores analíticos planteados: o bien descuidar la capacidad transformadora implícita en ciertas acciones –más allá del grado de conciencia alcanzado–, o bien, en el otro extremo, encontrar indicios de cambios irreversibles en todas partes.

La filosofía de la praxis como superación del sentido común

Sin lugar a dudas, lo que Gramsci plantea al desmenuzar este tipo de eventos y advertir sobre posibles “errores” en su análisis, es la necesidad de comprender y valorar la situación concreta de las clases subalternas y poner de relieve la necesidad de unir teoría y práctica, para lograr así la acción consciente y una correcta interpretación de la acción. Esta es la posibilidad (y dificultad) que ofrece, como ninguna otra, la filosofía de la praxis21, que supone la “igualdad o ecuación entre “filosofía y política”, entre pensamiento y acción”22. Así, el programa de la filosofía de la praxis lleva a Gramsci a desarrollar una estrategia que permita la progresiva toma de conciencia de las masas populares, en un proceso de abandono del viejo sentido común y acercamiento a un “nuevo sentido” cuya base se encuentra en el materialismo histórico.

De lo que se trata entonces, para las masas populares, no es de una lisa y llana “adquisición de una conciencia” –como si tuvieran su mente en blanco–, sino de un proceso más complejo de “reemplazo” de concepciones, que las ponga en posición de convertirse en hegemónica (dirigente de los aliados y dominantes de los opositores). Nos referimos a la superación dialéctica de un estado de cosas, que no deshecha lo viejo, sino que lo utiliza de base para la construcción de lo “nuevo”.

Por ello, lejos de esperar resultados favorables a partir del simple adoctrinamiento, por parte de los sectores ilustrados y comprometidos con su causa, las clases populares deberán ellas mismas, vivir el proceso del paso del “sentido común” a la “filosofía de la praxis”. Esto no supone la imposibilidad de participación de sujetos “externos” al pueblo, sino más bien, la necesidad de una comunión de intereses en la que se respeten los tiempos, necesidades y formas de las masas.

Puede decirse que lo que debe eliminarse no es, simplemente, el sentido común; sino un sentido común, que prevalece en estos sectores y que lo obligan a detentar una cosmovisión que no le es propia, sino impuesta, que obstaculiza cualquier forma de cuestionamiento o de reclamo, y que llega a experimentarse subjetivamente “como una fe”. Ante esto, lo que se propone es el predominio de un nuevo sentido común, de carácter popular (en, desde y para el pueblo), en el que ya no reinan las posiciones acríticas y la fe ciega, sino una visión problematizadora y consciente.

“Necesidad de nuevas creencias populares, de un nuevo sentido común y de una nueva cultura y de una nueva filosofía que se arraiguen en la conciencia popular con la misma solidez e imperatividad de las creencias tradicionales”23.

Lo que se plantea es que el sentido común que portan los sujetos sirva de base sobre la cual erigir un nuevo sentido común; que “de la ganga popular” surja “el metal de una nueva clase” 24, despojada finalmente de los factores que limitan e impiden la conciencia crítica. “No se trata de una ciencia que es introducida desde fuera en al clase obrera; se trata más bien de renovar y hacer más crítica una actividad intelectual ya existente. La ideología marxista no sustituye a una conciencia defectuosa, sino que expresa un deseo colectivo, una orientación histórica presente en la clase”25.

La filosofía de la praxis, está intrínsecamente ligada al pueblo, no sólo por su interés en lograr la transformación del orden que lo mantiene sumido en la explotación y la dominación, sino por su relación con el sentido común: lo retoma para superarlo y –junto con otros elementos– transformarlo en uno nuevo. Es decir, que no se trata de la producción de algo absolutamente “original”, sino más bien, de una mixtura de lo nuevo y lo viejo, que permite una mirada novedosa.

Otro aspecto por el cual el materialismo se relaciona con el sentido común, positiva y estrechamente, lo encontramos en el hecho de que éste no se “deja desvariar por enredos y obstrucidades seudoprofundas, seudocientíficas, etc.”26. Una condición necesaria –aunque no suficiente– para el desarrollo de la filosofía de la praxis en toda su magnitud, que no debería desconocerse. Son muchas las ocasiones en las que personas que adhieren a un proyecto transformador desestiman lo que surge desde el pueblo por considerarlo un razonamiento “falso” o “errado”, propio de sujetos dominados.

No está de más aclarar, que para Gramsci, la filosofía de la praxis no puede ni debe estancarse en un ejercicio mental, sino que incluye la práctica consciente de los sujetos sociales.

Por todo esto, creemos que la propuesta gramsciana deber ser dimensionada en toda su riqueza política y teórica. El planteo de la necesidad de partir desde el sentido común (y no hacia, lo que supondría “bajar” al nivel de las masas), para su transformación, sumado a las virtudes que se le reconocen (su capacidad para identificar la causa exacta y para evitar el seudocientificismo) y a la idea de que todos los hombres son filósofos, constituyen definiciones filosófico–políticas fundamentales al interior del pensamiento materialista.

Para Gramsci, la transformación del orden establecido, es impensable sin el involucramiento directo del propio pueblo; y aunque no desestima el rol de los intelectuales, advierte sobre lo improductivo de una separación respecto a las masas. Las clases subalternas no son sólo las beneficiarias directas del cambio, sino que deben ser sus ideólogos y ejecutantes27.

Estas, que a primera vista podrían parecer aclaraciones innecesarias, constituyen nítidos posicionamientos en los debates de su época (en cierta forma muy actuales aún hoy) sobre la manera de transformar la sociedad. La posición del italiano no coincide con la de la mayoría de los políticos de izquierda de la época, e incluso choca en algunos aspectos, con las concepciones más divulgadas del propio Lenin28.

La filosofía de la praxis se posiciona habitualmente de modo paradójico y confrontativo porque debe problematizar (sin negar) el sentido común, pero también porque enfrenta y combate a las ideologías dominantes que condicionan ese sentido común. Si por un lado, debe ser herramienta de superación para las masas –por lo que debe buscar formas no complejas de difusión–; por el otro, necesita servirse de refinadas armas teóricas y políticas, para confrontar con los defensores más sagaces de la ideología dominante.

“La filosofía de la praxis es la coronación de todo este movimiento de reforma intelectual y moral, dialectizado en el contraste entre cultura popular y alta cultura; es una filosofía que también es una política que es también una filosofía”29.

En el momento en que escribe, Gramsci considera que la filosofía de la praxis, se encuentra aún en su “fase populachera”, más vinculada con la crítica del sentido común, que con la tarea de disputar el predominio a la ideología dominante. Sin embargo, es este el camino que debe recorrer “una nueva cultura en incubación que se desarrollará con la evolución de las relaciones sociales”30.

De lo que se trata, salvando las redundancias, es de darle al sentido común un nuevo sentido. Dejar de lado su acepción de intuición no compleja y – a partir de la filosofía de la praxis – lograr una doble transformación: que sentido se transforme en sinónimo de aquello que se siente por ser conciente y vivido en carne propia, y que común se relacione con lo que un grupo humano comparte, con lo que tiene en común (idad).

Así, sentido común será aquello que se siente (piensa y practica) en conjunto.

Retomamos aquí, una posible lectura de un texto fundamental de Karl Marx, para profundizar aspectos mencionados:

“En la medida en que millones de familias viven bajo condiciones económicas de existencia que las distinguen por su modo de vivir, por sus intereses y por su cultura de otras clases y las oponen a éstas de un modo hostil, aquéllas forman una clase [...] Por cuanto existe entre los campesinos parcelarios una articulación puramente local y la identidad de sus intereses no engendra entre ellos ninguna comunidad, ninguna unión nacional y ninguna organización política, no forman una clase”31.

Lo que queremos destacar de este texto, es el planteo de Marx de la “necesidad de comunidad” – a la que podríamos describir como un grupo organizado y consciente de su situación32 – para la existencia de la clase como tal. En cierta forma, esto puede ser vinculado con la propuesta gramsciana de transformación dialéctica de los sectores populares, a partir de su vinculación con la filosofía de la praxis, como condición necesaria aunque no suficiente, para una paulatina transformación social.

En resumen: la comunidad es la base indispensable sobre la que se erige la clase. Esa comunidad supone –además de condiciones económicas de existencia comunes– un modo de comprender la realidad compartida, que es resultado de las disputas entre visiones opuestas. Allí es, entonces, donde además de encontrarse aspectos claramente impuestos, pueden hallarse formas propias de los sectores subalternos y donde la filosofía de la praxis puede interactuar con mayor claridad. La conjunción entre dichas formas y el materialismo histórico darán como resultado un nuevo sentido común, superador del anterior debido a sus aspectos críticos, conscientes y políticos.

Conclusión

Hemos intentado, en este recorrido por algunos escritos gramscianos, descubrir en toda su riqueza analítica ciertos conceptos que consideramos útiles para producir una lectura de la cultura popular atenta a las especificidades que adquieren los sectores subalternos en América Latina.

Creemos que las mismas pueden ser abordadas en forma integral a partir de un enfoque inscripto en el materialismo histórico, a condición que se lo entienda como caja de herramientas –y no como molde en el que lo que no encaja no existe– para el análisis teórico de la realidad social e histórica y para la práctica.

La idea de una filosofía al alcance de todos implica un abordaje complejo que supone la distinción entre diferentes tipos de “concepciones del mundo”. De este modo, la filosofía espontánea –propia de las masas populares– emerge como punto de partida para la comprensión del pensamiento y la acción de las mismas. La falta de profundidad y crítica que en ella prevalece, la limitan a la resolución y entendimiento de asuntos “menores” de la vida cotidiana, obstruyendo la posibilidad de la reflexión causal profunda.

El sentido común asoma, por su parte, como la expresión fundamental de esta filosofía espontánea, y deviene la base necesaria para su transformación en un “nuevo sentido común”, capaz de vincularse con nuevos valores, con una “nueva moral”.

Aquí se evidencia la preocupación de Gramsci por establecer vínculos entre los sectores populares y los intelectuales que adhieren a la filosofía de la praxis. La intención, es lograr una amalgama de acciones y saberes que permitan construir una nueva sociedad.

El aporte de cada uno de los sectores –desde distintos lugares, pero con la misma importancia–, es fundamental. Aquellos con sus prácticas y conocimientos de sentido común, éstos con el objeto de transformar el materialismo histórico en una “nueva fe”, basada en un conocimiento crítico y superador de la situación de dominación.

Referencias

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12. SOLER, Ricaurte: Idea y cuestión nacional latinoamericanas. De la independencia a la emergencia del imperialismo, Siglo XXI, México, 1980.        [ Links ]

Notas

1 Cfr. WILLIAMS, R.: Palabras clave; un vocabulario de la cultura y la sociedad. Nueva Visión, Buenos Aires, 2000, p. 89.

2 SAMUEL, Raphael: Historia popular y teoría socialista. Crítica, Barcelona, 1981, p.127.

3 GRAMSCI, Antonio: El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce. Nueva Visión, Buenos Aires, 2003, p.11.

4 GRAMSCI, A.: ob. cit., p. 12.

5 GRAMSCI, A.: ob. cit., p. 27.

6 La noción de “buen sentido” no es desarrollada ampliamente por Gramsci.

7 GRAMSCI, A.: ob. cit., p. 27.

8 GRAMSCI, A.: ob. cit., p. 10 y 129.

9 GRAMSCI, A.: ob. cit., p. 62 y 126.

10 Para ejemplificar: El actuar “con sentido común”, aparece como una forma “evidente para todo el mundo”, lo que implicaría, no sólo su aparente justeza, sino también lo innecesario de la reflexión.

11 GRAMSCI, A.: ob. cit., pp. 21-22.

12 GRAMSCI, A.: ob. cit., p. 30.

13 GRAMSCI, A.: ob. cit., pp. 10 y 11.

14 Consideramos que el lenguaje es una de las formas de mediación privilegiadas entre el sujeto y la realidad. De allí, que la consciencia teórica de los hombres, se exprese fundamentalmente, en sus palabras.

15 GRAMSCI, A.: ob. cit., p. 16.

16 GRAMSCI, A.: ob. cit., p. 16.

17 GRAMSCI, A.: ob. cit., p. 31.

18 GRAMSCI, A.: ob. cit., p. 105.

19 GRAMSC I, A.: ob. cit., p. 107.

20 Por “semi organizadas” entendemos aquellas expresiones que se producen sin ser pautadas por algún tipo de aparato político. No utilizamos la noción de “espontaneas” por considerar que no ayuda a visualizar la experiencia acumulada por los sectores subalternos.

21 Gramsci utiliza el término “filosofía de la praxis” para referirse al marxismo.

22 GRAMSCI, A.: ob. cit., p. 38.

23 GRAMSCI, A.: ob. cit., p. 129.

24 GRAMSCI, A.: ob. cit., p. 94.

25 BOTTOMORE, Tom: Diccionario del pensamiento marxista. Tecnos, Madrid, 1984, p. 385.

26 GRAMSCI, A.: ob. cit., p.30.

27 Esta concepción se advierte asimismo en la caracterización del partido, como parte del pueblo y no como “órgano de”.

28 Nos referimos a escritos como ¿Qué hacer?, publicado en 1902, donde la función del partido es “injertar” la semilla revolucionaria en el pueblo, que se sugiere pasivo. Vale aclarar que al final de sus días, Lenin revisó esta posición.

29 GRAMSCI, A.: ob. cit., p. 93.

30 Ibidem.

31 MARX, Karl: El XVIII Brumario de Luis Bonaparte. Cartago, Buenos Aires, 1983, p. 72.

32 No desconocemos que el tema de la conciencia de clase, es uno de los más discutidos al interior del marxismo. Sin embargo, consideramos que por su dificultad merece un tratamiento pormenorizado que excede los objetivos de este trabajo.