Servicios Personalizados
Revista
Articulo
Indicadores
- Citado por SciELO
- Accesos
Links relacionados
- Similares en SciELO
Compartir
Revista de Filosofía
versión impresa ISSN 0798-1171
RF v.24 n.53 Maracaibo ago. 2006
CABALLERO, Manuel. Por qué no soy bolivariano. Caracas: Alfadil. 2006, 219 pp.
A riesgo de pasar por pretencioso, confieso que tenía en mi mente la escritura de un ensayo cuyo título fuese Por qué no soy bolivariano, emulando el título de la obra ya clásica de Bertrand Russell, Por qué no soy cristiano, o más recientemente, del perspicaz manifiesto apóstata de Ibn Warraq, Por qué no soy musulmán (el cual he reseñado en una edición anterior de la Revista de Filosofía). Reconozco haber simpatizado con Hugo Chávez en algún momento, pero nunca con el culto a Bolívar y la deformación hagiográfica que se ha hecho de su figura. Algunas experiencias personales, que no vienen al caso, me han convencido de que no soy bolivariano, y deseaba escribir un ensayo exponiendo mis razones. Para mi desagrado personal, este ensayo ya no podrá ser, pues el eminente Manuel Caballero se adelantó a emplear el título que yo tenía en mente; para fortuna de la intelectualidad venezolana, la hábil pluma de Manuel Caballero ha producido este libro, de seguro mucho mejor escrito y documentado que lo que yo pudiera haberlo hecho en mi frustrado ensayo.
En Venezuela, la moneda, las plazas, estados y municipios, por sólo mencionar algunos ejemplos, llevan el nombre de Bolívar. Del Libertador se ha hecho un moralista, un humanista, un periodista, un ingeniero, un sociólogo, un psicólogo, un poeta etc. En el plano del entendimiento que los venezolanos suelen tener de la filosofía, que es el que nos concierne, Bolívar pasa por ser uno de los grandes pensadores del siglo XIX, juicio bastante errado. El hecho de que las cátedras bolivarianas sean más populares y numerosas que un curso sobre, por ejemplo, Francis Bacon, no habla muy bien de los programas curriculares de nuestras escuelas de filosofía. Si Bolívar fue grande, no pasó de serlo en el plano militar. Ni siquiera debemos considerarlo un gran político a emular, pues tuvo fuertes tendencias totalitarias y no parecía concebir la democracia en el sentido que la vasta mayoría de los venezolanos ha aprobado a partir de la segunda mitad del siglo XX. Mucho menos fue Bolívar un filósofo. Documentos como la Carta de Jamaica, a mi juicio, no pasan de ser panfletarios, y bajo ninguna circunstancia una Escuela de Filosofía debería concederle mayor estudio que a un texto, como por ejemplo, la Crítica de la razón pura. Si bien la filosofía se ha nutrido de panfletos, éstos son de segundo orden en el canon filosófico. A modo de ejemplo, ni siquiera en la España franquista se intentó elevar a la misma altura de Ortega y Gasset o Unamuno los discursos de Donoso Cortés que, si bien pueden tener cierto aspecto filosófico, no dejan de ser panfletarios. Por desgracia, no ha ocurrido lo mismo en Venezuela.
El culto a Bolívar ha alcanzado todas las esferas de la vida venezolana, al punto de convertirse en una religión civil (e incluso, no deja de atribuírsele explícitas cualidades mágicas al Libertador en las prácticas religiosas de María Lionza). Lo que más me sorprende de este culto es su alcance: si bien la oposición a Chávez ha crecido significativamente, virtualmente nadie se atreve a cuestionar los méritos de Simón Bolívar, ni siquiera los más acérrimos opositores al actual gobierno bolivariano; ¡incluso, algunos acusan a Chávez de no ser realmente bolivariano y haber traicionado los ideales del Libertador! Esto es señal de que en modo alguno el culto a Bolívar nació con Chávez (a pesar de que el actual presidente sí puede pasar por ser uno de sus grandes promotores). El libro en cuestión, Por qué no soy bolivariano, es una importante contribución para iniciar una verdadera crítica de Bolívar, su legado, y sus seguidores.
Quizás el libro peque de desorganización, pues llega a ser repetitivo; incluye temas que realmente no tienen nada que ver con Bolívar o el bolivarianismo (son más bien críticas concretas al actual gobierno), y al lector se le hace evidente que se trata de una aglomeración de viejos textos escritos por el autor a lo largo de su carrera. En ocasiones, Caballero llega a hacer juicios irresponsables (a los cuales regresaré), y cita varios textos sin especificar sus fuentes. En todo caso, Caballero se propone un objetivo triple: presentar la figura de Bolívar en términos objetivamente historiográficos, entrando en profundidad en sus ideas políticas; estudiar cómo Bolívar se fue convirtiendo en un semidiós en generaciones posteriores; y por último, cómo el actual gobierno venezolano, fiel a su herencia bolivariana, amenaza a la democracia.
El revisionismo histórico que Caballero hace de la vida y obra de Bolívar es difícilmente cuestionable: presenta al Libertador como un hábil estratega militar, que va construyendo sus ideales políticos en función de los aliados que consiga en el camino. Así, por ejemplo, Bolívar es abolicionista para conseguir el apoyo haitiano; es anti-estadounidense para congraciarse con Gran Bretaña en un momento específico, en el cual necesitaba apoyo de la poderosa nación isleña; se muestra jacobino para conseguir apoyo de los jóvenes revolucionarios caraqueños. Caballero señala que Bolívar no está exento de haber ordenado atrocidades (como la matanza de españoles en La Guaira), pero a favor de Bolívar, agrego que ningún caudillo militar puede obviar el genocidio, con lo cual no lo excuso, pero sí lo incluyo en una muy larga lista.
Caballero manifiesta que, una vez conseguida la Independencia, aparece el rostro de Bolívar en su perfil más oscuro. Desprendido de España, el Libertador parece retener mucho del despotismo hispano, ideando un Estado bastante conservador, concentrador de poderes, autoritario, militarista y combatiente de ideas federalistas. Tanto así, que Caballero llega a tildar a Bolívar de ser uno de los reaccionarios más desapercibidos del siglo XIX, enemigo de las ideas de la Revolución Francesa. No puedo dejar de manifestar mi acuerdo con Caballero: sólo un dictador terriblemente totalitario, despreciador de la democracia, estaría feliz de bajar al sepulcro si los partidos políticos desaparecieran. Sólo un tirano, despreciador de la libertad, estaría dispuesto a decretar la muerte aún a inocentes.
La iconoclasia de Caballero se extiende al Bolívar poeta. Considera el poema del Chimborazo como una de las más espantosas muestras de cursilería decimonónica, e incluso excusa al Libertador, considerando apócrifo al poema. Cree que Bolívar no juró nada en Roma, sino que fue un invento del ya senil Simón Rodríguez, e incluso, deja abierta la posibilidad de que el vino y los calurosos días de Roma pudieron afectar el sano juicio de los dos Simones en ese momento. A decir verdad, Caballero no tendría necesidad de estos comentarios, pues si bien es necesario desacralizar a Bolívar, hacerlo con semejante especulación no contribuye al laicismo, sino todo lo contrario: los fanáticos bolivarianos confirmarían que Bolívar es magno, pues quienes lo critican sólo pueden hacerlo especulando sin fundamento.
Muy interesante es la relación que Caballero esboza entre la mentalidad de Bolívar y el fascismo del siglo XX. Nuestro autor da inicio a su análisis de manera muy irresponsable: cita unos textos de Mussolini, y colaboradores de Hitler y Franco (sin ni siquiera especificar en qué libro y página podemos encontrar esas citas), en los que se enaltece la figura de Bolívar. A partir de esto, Caballero concluye que Bolívar es un precursor del fascismo. Este proceder histórico es muy errado, pues el nombre de Jesús se ha usado en matanzas, sin que ello implique que el nazareno haya sido un asesino; el mismo franquismo era ultra-católico, pero no por ello debemos creer que el contenido de los evangelios propicie el fascismo. De forma tal que, hasta ahí, el estudio de Caballero es reprochable.
Pero, Caballero prosigue exponiendo las semejanzas entre el pensamiento y acción de Bolívar y el pensamiento y acción de los fascistas, y encuentra importantes paralelos, con lo cual, a mi juicio, nuestro autor redime su análisis. Bolívar destaca por su militarismo: sólo conoció la guerra, y no logró desprenderse de ella en su carrera política. Estimuló la marcialidad en la población venezolana, y pretendió gobernar con ella. Con esta marcialidad apeló a las masas, de las cuales consiguió apoyo. Forjó ideas imperialistas panamericanas, aspirando el dominio de un vasto territorio desde una remota capital; tanto así, que Caballero considera que Bolívar no puede ser el padre de la Patria, pues Venezuela como nación nació no gracias a él, sino en su contra. Bolívar no era simpatizante de la elemental fórmula montesquiana que desconcentra poderes, sino más bien se presentaba como un rousseauniano que, en nombre de la libertad, cree al Estado en legitimidad de abarcarlo todo. Todo esto es característico del fascismo. Si bien cree que el actual gobierno venezolano no es fascista, y si se compara con el de Castro y Gómez, sigue siendo democrático, Caballero considera que el gobierno de Chávez coquetea con ciertas ideas fascistas. Fiel a Bolívar, Chávez se muestra reaccionario al liberalismo, rasgo esencial del fascismo que, a la larga, es el último intento por suprimir a la Revolución Francesa.
No obstante, Caballero cae en descalificaciones personales respecto al presidente venezolano, que no ameritan exponerse acá. Baste agregar que son innecesarias e inapropiadas en un texto que había prometido mantener un tono académico, más allá del estilo sarcástico e irónico que caracteriza a Caballero. Más aún, no hace falta insultar ni a Chávez ni a los bolivarianos para demostrar sus inconsistencias.
Respecto a la cuestión de si Bolívar fue o no promotor de su propio culto, Caballero reconoce que el Libertador no llegó a los extremos de Stalin, ni siquiera del propio Hugo Chávez. Pero, agrega Caballero, Bolívar sí dejó la puerta abierta para la conformación de su culto. Continuamente hacía referencia a su propia muerte, cuestión que fácilmente evoca emociones religiosas entre sus seguidores. A favor de Caballero, destaco acá la célebre teoría del antropólogo escocés James Frazer, según la cual muchas religiones están conformadas por un tema del dios agonizante. A partir de este tema, la sacralización de una figura se construye en función de su muerte apoteósica. Según Caballero, en cierto sentido, Bolívar anticipó su muerte apoteósica, en un país que, por lo demás, nunca ha sido devotamente religioso. En vista de este vacío de religión, el culto a Bolívar cuajó con bastante facilidad. Y, estima Caballero, en el siglo XXI, frente a la caída de la otra gran religión civil, el marxismo soviético, el bolivarianismo se ha afianzado aún más como forma religiosa en Venezuela.
De Caballero no me agrada su insistente valoración negativa de la religión. De forma análoga a los ilustrados, considera a todas las religiones despóticas, totalitarias, fuentes de ignorancia y contrarias a la razón. En primer lugar, tengo la convicción de que no podemos cometer el grave error de creer que todas las religiones son lo mismo: la religión azteca era más sangrienta que el budismo, el Islam es más político que el cristianismo. Si todas son lo mismo, ¿para qué estudiarlas? Y, en segundo lugar, Caballero no parece estar al tanto que, desde los días de Durkheim, entendemos cada vez más la positiva función social de la religión en tanto factor de unidad social y prevención de la anomia, independientemente de la veracidad de los dogmas religiosos (el propio Durkheim era agnóstico). Incluso, la deformación poética de la Historia puede llegar a ser positiva, pues como el mismo Aristóteles señaló, el historiador y el poeta difieren en que el uno narra lo que sucedió y el otro lo que podía suceder. Por eso, la poesía es algo más filosófico y serio que la Historia, la una se refiere a lo universal; la otra, a lo particular (Poética, 9, 1451 b).
En este sentido, se podría argumentar que el culto al Libertador no es perjudicial en sí mismo, pues contribuye a la unidad moral de los venezolanos, y tampoco es vital la clarificación histórica de la figura de Bolívar, pues es el mito (y la poesía), y no la Historia, lo que contribuye a la formación de imaginarios que contribuyen al buen estado de una sociedad.
Pero, precisamente por mi negativa a considerar que todas las religiones son lo mismo, tengo la convicción de que el culto a Bolívar es profundamente perjudicial en la sociedad venezolana. Lo mismo que Bolívar, la figura del Jesús histórico ha sido de alguna u otra manera deformada por el cristianismo, y eso, lejos de ser reprochable, más bien ha contribuido a la grandeza del cristianismo. De forma tal que, hasta ahí, adorar a una personalidad histórica haciendo caso omiso a la historiografía no es nada fuera de lo común. La diferencia crucial, a mi manera de ver, radica en el arquetipo de Cristo vis-a-vis el arquetipo de Bolívar. El Libertador era y sigue siendo, ante todo, un militar, un guerrero avalador de lo marcial, y un dictador que, en el momento en que él lo consideraba necesario, se atribuía poderes desmedidos. Nada de eso ocurre en el pacífico Cristo. El asceta cristiano imita a Cristo en la abstinencia sexual, el teniente coronel imita a Bolívar en el golpe militar y en la abolición de poderes. El resultado: un país con una historia llena de intrigas militares, y una progresión cada vez mayor del militarismo, cuestión en la que coincido con Caballero.
En definitiva, es mi esperanza que éste sea apenas uno entre muchos libros iconoclastas del bolivarianismo por aparecer. Por desgracia, Caballero se deja arrastrar por su oposición visceral en contra de Chávez, cuestión que lo separa de otros historiadores igualmente iconoclastas, pero quizás más serios, como Elías Pino Iturrieta. Por qué no soy bolivariano no cumple las expectativas que el lector académico se haga respecto de semejante título (especialmente teniendo como referente las obras de Bertrand Russel e Ibn Warraq), pero, al menos sí es suficiente para iniciar una voz de protesta frente a una religión cada vez más despótica.
Gabriel Andrade
Universidad del Zulia - Venezuela