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Revista de Filosofía
versión impresa ISSN 0798-1171
RF v.25 n.55 Maracaibo abr. 2007
CROSSAN, John Dominic. Jesús: biografía revolucionaria. Barcelona: Grijalbo. 2004, 226 pp.
Durante los últimos tres siglos, la figura histórica de Jesús de Nazaret ha sido sometida a múltiples exámenes biográficos a la luz de descubrimientos y avances en las disciplinas de la sociología, la crítica textual y la arqueología, entre otras. El mundo occidental tardó cerca de dieciocho siglos en descubrir que las narraciones contenidas en los evangelios no son enteramente plausibles, pero que tampoco son mera ficción. Los evangelios son textos harto difíciles de leer, pues en ellos se entremezcla lo verosímil y lo inverosímil, la historia y la leyenda.
Los resultados de estas reconstrucciones biográficas han sido muy variados. Algunos han presentado a un Jesús histórico muy próximo a la imagen que de él se ha formado la teología cristiana, otros lo han presentado precisamente como la antítesis del cristiano contemporáneo. En todo caso, no deja de ser cierta aquella situación que Albert Schweitzer señalaba respecto a las búsquedas del Jesús histórico: los sucesivos Jesuses han sido, a grandes rasgos, proyecciones de lo que sus biógrafos desearían ser. No ha de extrañar, entonces, que Hugo Chávez haga de Jesús el primer socialista, que los nazis hiciesen de Jesús un ario, y que muchas iglesias protestantes norteamericanas hagan de Jesús un hábil empresario.
Sea como sea, en la actualidad, un grupo de académicos norteamericanos se ha reunido para conformar el Jesus Seminar, organización dedicada a analizar, a través de métodos sociológicos, arqueológicos, críticos y lingüísticos, la vida de Jesús. Este seminario aspira a una historiografía objetiva, y prescinde de la teología; de forma tal que, de antemano, los milagros no son considerados experiencias objetivamente históricas. El Jesus Seminar estima que no más de un 20% de los dichos de Jesús contenidos en los evangelios canónicos son auténticos, y no más de un 25% de sus actos ahí registrados realmente ocurrieron. John Dominic Crossan es uno de los fundadores del Jesus Seminar, y en esta obra, Jesús: biografía revolucionaria, se propone reunir y divulgar ante el público no especializado, las conclusiones de sus estudios de más de treinta años.
El lector que, siguiendo el retrato que Hugo Chávez reiteradamente hace de Jesús en sus discursos, pretenda encontrar a un Jesús revolucionario en la obra de Crossan, posiblemente se decepcionará. El título de la obra de Crossan alude a lo revolucionario de la biografía, no del personaje, y si bien Crossan sí llega a considerar a Jesús un revolucionario, de ninguna manera lo presenta como el tipo de revolucionario que se inscribe en la línea de Marx, Lenin o Fidel Castro.
Crossan es un ex sacerdote católico, y a pesar de que se sigue considerando cristiano, de antemano rechaza la historicidad de cualquier evento que viole las leyes de la naturaleza en la vida de Jesús. Pero, los milagros no son la única fuente de inverosimilitudes en los evangelios. Existen muchas otras narraciones que, aún sin incorporar fenómenos que violen las leyes naturales, tienen poquísimas probabilidades de haber ocurrido. Así, Crossan desestima la historicidad de las narrativas respecto a la infancia de Jesús. Su nacimiento virginal, su nacimiento en Belén, la visita de los Reyes Magos, la matanza de Herodes, la huída a Egipto y su disertación en el templo de Jerusalén vendrían a ser historias que hacen cumplir las profecías mesiánicas del Antiguo Testamento, y que por ende, no son dignas de credibilidad histórica para el biógrafo.
¿Cómo entonces, Jesús llegó a la vida pública? Crossan estima que Jesús debió haber sido un discípulo de Juan el Bautista. A juicio de Crossan, Juan debió haber sido un profeta apocalíptico que, conmemorando el paso del Jordán bajo el mandato de Josué (el bautismo en el río), aspiraba a una liberación repentina del pueblo de Israel, sometido al poder imperial romano desde hacía décadas. Juan predicaba una expectativa respecto al final de los tiempos, un advenimiento de Dios en el cual todos serían juzgados, y en sus primeros años Jesús habría formado parte de este movimiento.
Crossan rechaza la historicidad de la ejecución de Juan a manos de Antipas según la narrativa evangélica (su dramatismo no es más que una analogía de la Pasión de Cristo). Pero, posiblemente, Juan sí fuese hecho prisionero y su movimiento se disolvió. Jesús, sin embargo, debió haber continuado en sus actividades públicas, y en vez de predicar exclusivamente un apocalipsis liberador por venir, predicó algo más sencillo: un Reino de Dios que ya ha llegado.
Este Reino de Dios, a juicio de Crossan, es una concepción de la sociedad sin distinciones de clase; a saber, un igualitarismo radical. Crossan hace especial énfasis en la gran comensalía predicada por Jesús, en la que todos son invitados a comer. Crossan aprecia los milagros de Jesús a la luz de este mensaje: sus aparentes desafíos a las leyes naturales son muchas veces curaciones de enfermedades psicosomáticas, pero mucho más que eso, sus milagros son una manera de representar a un hombre que, mucho más que curar a individuos, pretende curar a una sociedad. Crossan enfatiza el hecho de que Jesús escoge a los marginales para llevar a cabo sus curaciones y maravillas, y el aspecto milagroso es apenas un ornamento secundario de lo que constituye el núcleo del mensaje: la reivindicación de la inmensa mayoría marginada en la jerarquía de la antigua sociedad mediterránea.
Jesús no sólo predica un Reino, sino que lleva a cabo acciones para manifestar su mensaje. Crossan insiste en que estos dichos y acciones son especialmente chocantes a las convenciones sociales de la época. Y, en función de esto, Crossan representa a Jesús como un cínico judío. Lo mismo que Jesús, los cínicos tuvieron pocas contemplaciones por las convenciones sociales, muchas veces promovían un extremo igualitarismo, y por encima de todo, no se conformaban con la prédica, sino que incorporaban acciones a sus discursos como forma de articular su mensaje. Crossan, sin embargo, advierte una diferencia: mientras que los cínicos griegos operaban en escenarios urbanos, Jesús era un cínico campesino que recorría aldeas galileas.
Crossan presenta a Jesús como un personaje bastante solitario, si bien contó con seguidores ocasionales. A juicio de Crossan, nunca hubo doce apóstoles claramente definidos; este número es altamente sospechoso, pues recapitula a las doce tribus de Israel. En todo caso, el hecho es que este cínico campesino judío acudió a Jerusalén en épocas de Pascua, y por circunstancias que Crossan admite no comprender bien, fue ejecutado y abandonado por sus posibles seguidores.
Lo más aproximado para explicar la muerte de Jesús, postula Crossan, es que el galileo, siguiendo su programa de predicar y actuar, se hubiese enfrentado físicamente a los sacerdotes del Templo en Jerusalén, a quienes consideraba fuente de la marginación y exclusión que se proponía combatir. Este enfrentamiento debió haber generado cierto alboroto, y dado el congestionamiento debido a la concurrencia de peregrinos en la Pascua, debió haber preocupado a las autoridades romanas, quienes quizás vieron en él a un peligroso rebelde.
Los detalles de la muerte de Jesús son considerados a-históricos por Crossan, excepto la existencia de Pilatos y la muerte por crucifixión. Barrabás es un personaje inventado (sería un recurso por medio del cual los evangelistas advierten en contra de los peligros terroristas), y el Sanedrín no tiene nada que ver con la muerte de Jesús. De esto se desprendería cierto anti-semitismo en los evangelios, pero Crossan no dedica atención a este asunto.
Crossan expresa su certeza de que Jesús murió en la cruz. Pero, haciendo un estudio respecto a la institución de la crucifixión en el mundo romano, Crossan encuentra inverosímil que un reo víctima de crucifixión hubiese recibido una sepultura honorable. Crossan se aventura a postular que el cadáver de Jesús fue devorado por los perros (como era costumbre entre las víctimas crucifixión), y que no hubo tumba, ni llena, ni vacía. Crossan detecta otra artimaña en los evangelios para crear la ilusión de que Jesús hubiese recibido una sepultura digna del Mesías: Nicodemo y José de Arimatea son personajes influyentes cuyas simpatías por Jesús sí permitirían una sepultura digna. A juicio de Crossan, José y Nicodemo son personajes ficticios.
¿Cómo se explica la resurrección? Crossan estima que el trance puede propiciar alucinaciones, de forma tal que es perfectamente concebible que alguien vea a un resucitado, sin que realmente éste esté presente. Pero, además de eso, Crossan explica la resurrección de Jesús como un instrumento político en el seno de las primeras comunidades cristianas. A juicio de Crossan, el gran artífice de la idea de la resurrección es Pablo, un hombre que nunca conoció directamente a Jesús. Asegurar haber visto a Jesús resucitado es una manera, consciente o no, de afirmar su liderazgo en la temprana comunidad cristiana, liderazgo éste que, por lo demás, fue disputado por los seguidores cercanos y parientes de Jesús.
Algo similar sucede con las otras apariciones y con los hechos milagrosos de forma general: con muy pocas excepciones, suelen ocurrir cuando un reducido grupo de seguidores están presentes; y estos seguidores más adelante se convertirán en líderes legítimos de la temprana comunidad cristiana. Así, haber visto a Jesús realizar algún milagro o haberlo contemplado una vez resucitado se vino a convertir en una señal de prestigio y honor que permitía detentar liderazgo en una comunidad cuyo fundador, ironía de ironías, precisamente predicó y actuó en detrimento del honor y a favor de una sociedad sin distinciones.
Mi reacción frente a los argumentos de Crossan es mixta. En general, Crossan demuestra una gran documentación extra-canónica para confirmar o desechar la verosimilitud de los acontecimientos en la vida de Jesús, pero en ocasiones me resulta demasiado radical. Como Crossan, yo no estoy dispuesto a admitir que las leyes naturales puedan ser violadas. Igualmente, me inclino a pensar que los milagros son alegorías de curaciones sociales cuyo objetivo es impactar y chocar contra las convenciones de la sociedad judía del siglo I. También acepto la inverosimilitud de las narrativas de la infancia, y no tengo mayor dificultad en pensar que Jesús pudo iniciar siendo un discípulo de Juan el bautista.
No obstante, Crossan presenta a un Juan apocalíptico y a un Jesús cínico, cuestión que no acepto del todo. Me resulta bastante verosímil que Jesús continuase con el programa apocalíptico de Juan, y no creo que los múltiples dichos apocalípticos contenidos en los evangelios sean meras adiciones posteriores. En todo caso, la prédica de Jesús habría sido mixta: el Reino ya está acá, pero también estará por venir y habrá convulsiones. Por otra parte, me resulta inverosímil que un campesino posiblemente analfabeta (hecho reconocido por el mismo Crossan) de una remota aldea galilea pueda ser considerado continuador de una escuela filosófica que se desarrolló en ciudades griegas. En ocasiones, Crossan admite que quizás Jesús fue un cínico sin saber formalmente en qué consistía el cinismo, pero luego Crossan se contradice cuando enfatiza que el hecho de que Nazaret estuviese relativamente cerca de Séforis pudiera permitir la posibilidad de que Jesús fuese un cínico a toda luz. Ciertamente yo aprecio en Jesús muchos rasgos cínicos, pero debemos estar atentos al hecho de que empleo la palabra cínico como una sinécdoque: a saber, cínico no como una escuela filosófica particular, sino como alguien que presenta un conjunto de actitudes determinadas frente a la vida, independientemente de su ubicación geográfica o histórica.
Respecto a si el cadáver de Jesús fue o no devorado por los perros, tampoco encuentro inverosímil la existencia de José de Arimatea o Nicodemo. Así como algunos cínicos atrajeron a nobles griegos (incluso al mismo Alejandro Magno), es perfectamente plausible que José y Nicodemo se interesasen por las palabras y acciones revolucionarias de este galileo y se compadeciesen de él, concediéndole digna sepultura. Pero, he de confesar que sí me parece verosímil que, si José y Nicodemo no existieron, entonces el cadáver de Jesús debió haber sido devorado por los perros.
Por último, si bien Pablo puedo haber sido un intruso que quería legitimarse a toda costa entre los primeros seguidores de Jesús, no creo que conscientemente hubiese inventado la historia de la resurrección para afianzar su estatuto y distinción como apóstol. Me inclino más a pensar la resurrección en los términos en que los ha concebido Gerg Ludemann: habría sido una alucinación producto del gran trauma emocional surgido en Pablo tras la culpa sentida por haber perseguido a los primeros cristianos.
Gabriel Andrade Universidad del Zulia-Venezuela