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Revista de Filosofía
versión impresa ISSN 0798-1171
RF v.25 n.55 Maracaibo abr. 2007
DIAMOND, Jared: Guns, Germs and Steel: The Fates of Human Societies. W.W. Norton & Company, New York, 2003, 494 pp.
Este libro ha sido recientemente traducido a la lengua castellana (Armas, gérmenes y acero. Debate. 2006), y ha recibido el prestigioso premio Pulitzer (a partir de lo cual también se ha hecho una versión televisiva de este libro en la PBS norteamericana). Por regla general, estos premios se otorgan a libros de difusión, escritos con suficiente sencillez como para que el público en general capte las ideas que se discuten entre eruditos. Si a forma y estilo se refiere, el libro tiene bien merecido el premio en cuestión, pues Diamond hace un genial uso de retórica popular para expresar con bastante claridad sus ideas. Quizás la objeción que se pueda presentar a este libro no radica tanto en la forma, sino en el contenido. Diamond escribe cerca de quinientas páginas para intentar responder a la siguiente pregunta: ¿por qué los europeos han logrado dominar el mundo?, y en sus propias palabras, pretende proveer una historia corta de todo el mundo durante los últimos trece mil años (p. 9). Semejante aspiración ya de por sí resulta sospechosa, pues resumir trece mil años de historia en un solo tomo es escandalosamente superficial, pero veamos hasta qué punto Diamond logra su acometido.
Sería verdaderamente ingenuo negar que, para bien o para mal, Occidente se ha impuesto como la civilización dominante en el mundo. Ahora bien, lo intrigante de este asunto es intentar responder a la difícil pregunta: ¿por qué ha sido así? Algunos podrían responder: porque Occidente desarrolló la racionalidad, la ciencia y la tecnología; otros podrían responder: porque Occidente desarrolló la democracia, el debate y la especulación metafísica, y así, múltiples razones perfectamente válidas. Pero, Diamond califica a estas razones como causas inmediatas, y le parecen insuficientes para explicar realmente el fenómeno del dominio europeo. Pues, si bien Occidente pudo desarrollar la racionalidad filosófica, y esto le permitió dominar a otros pueblos, también hemos de preguntarnos, ¿por qué fue Occidente, y no los wayúu, quienes desarrollaron la racionalidad formal?
Diamond no dedica demasiada atención a la historia de América Latina, pero concede un capítulo entero (capítulo 3) al análisis de los factores que permitieron la victoria de un centenar de soldados al mando de Pizarro, versus un imperio inca protegido por decenas de miles de soldados. Ante la desventaja numérica, ¿por qué aún así Pizarro logró conquistar al imperio inca? Una pregunta similar se hizo Tzvetan Todorov en un maravilloso libro (La conquista de América) escrito hace ya más de veinte años, en relación a Cortés y México. Todorov analizó extensamente las razones que yacen tras la victoria española por encima de los aztecas, y concluyó que los españoles no vencieron simplemente por ventaja tecnológica, sino por una mayor habilidad para el manejo de los signos. El análisis de Diamond no es tan refinado como el de Todorov (a quien nunca cita, dicho sea de paso), limitándose a concluir que Pizarro venció a Atahualpa por que el primero disponía de mejor tecnología militar. Pero, de nuevo, hemos de hacernos una pregunta similar a la que se hace Diamond a lo largo del libro: aún si Todorov tuviese razón, ¿por qué fueron los españoles, y no los incas, quienes desarrollaron una mayor habilidad para el manejo de los signos?
Estas preguntas indagan respecto a las causas ulteriores y no inmediatas, que han regido el curso de la Historia durante los últimos trece mil, y que permiten explicar por qué han sido los europeos, y no los africanos o nativos australianos, quienes han venido a dominar el mundo. Llevado a su extremo lógico, ante la pregunta, ¿por qué un grupo humano desarrolló una tendencia, y por qué otro grupo humano, desarrolló otra tendencia?, sólo habría tres respuestas. La primera, que Diamond nunca considera, pero que es muy común, es la proveída por los religiosos: porque Dios ha conducido a algunos pueblos, pero a otros no. Así se ha explicado la expansión del cristianismo, la supervivencia de Israel, la conquista de América, etc. No creo que, ante una audiencia secular, valga la pena considerar esta explicación abiertamente irracional. La segunda explicación tiene tonalidades racistas; a saber, los europeos han desarrollado poderío porque son racialmente superiores al resto de los pueblos. Diamond se detiene a refutar las teorías racistas y, con bastante éxito, demuestra que la especie es una, y que en rigor, no se puede explicar el dominio de un pueblo en función de atributos raciales. De nuevo, podría explicarse el dominio de un pueblo en función de atributos culturales y no raciales (por ejemplo, sugerir como causa del dominio occidental que los europeos desarrollaron el Estado, inexistente en Australia), pero, una vez más, habría que retroceder un paso y preguntarse por qué surgieron esas diferencias culturales en una especie cuyo cerebro funciona igual entre todos sus miembros. La insuficiencia de la segunda respuesta nos lleva a la tercera respuesta, que es la propuesta por Diamond; a saber, que si bien la especie humana es homogénea en términos de la biología, no lo es con respecto a los factores geográficos con los cuales interactúa, y precisamente son estas diferencias geográficas las causas ulteriores que determinan las causas inmediatas, a saber, las diferencias culturales. De manera tal que, ante la pregunta que hemos hecho más arriba, ¿por qué fueron los griegos, y no los wayúu, quienes desarrollaron la racionalidad filosófica?, Diamond respondería: porque a diferencia de los wayúu, los griegos encontraron una serie de factores geográficos que generaron una cadena causal que desembocó en la racionalidad filosófica y, de manera más amplia, en el dominio occidental.
Así, el argumento de Diamond es una gran cadena causal que explica cómo las condiciones geográficas propiciaron el dominio de Occidente. La primera de estas causas, en orden cronológico, fue el origen de la agricultura. Ésta se desarrolló por primera vez en la Creciente Fértil hace unos diez mil años. Hubo otros lugares de origen autónomo, como por ejemplo, Mesoamérica, pero fue en la Creciente Fértil el lugar en el que más intensamente se desarrolló. Esto se debió sencillamente al hecho de que, en esa región, había más especies vegetales prestas a ser domesticadas y cultivadas que en otras regiones del mundo. Aunado a eso, la agricultura de la Creciente Fértil pudo expandirse a lo largo de Eurasia, pues este continente es una gran masa de tierra relativamente ininterrumpida por barreras geográficas que, además, está expuesta en un eje este-oeste, de forma tal que comparte la misma latitud. Esto permite una relativa homogeneidad climática, cuestión que permite que las especies cultivadas en la Creciente Fértil también fuesen cultivadas en España y China, los dos extremos del continente euroasiático. No ocurre esto en América o África, donde aún si hubo un origen autónomo de la agricultura, su eje geográfico es norte-sur, impidiendo la difusión de la agricultura, pues las migraciones se dificultan con las variantes climatológicas enraizadas en el cambio latitudinal, amén de que las especies que se cultivan en un clima no pueden ser cultivadas en un clima de diferente latitud. Así, los habitantes de Eurasia pronto desarrollaron la agricultura, mientras el resto del mundo seguía estando conformado por cazadores y recolectores, o mantenía una agricultura limitada por la imposibilidad de difusión.
La agricultura exige más esfuerzo que la caza y la recolección, y Diamond opina que quizás a la especie humana le hubiese ido mejor si no hubiese descubierto la agricultura. Pero, así como exige más esfuerzo, la agricultura también genera un excedente de producción que permite a un sector de la sociedad no trabajar en la producción de comida, y dedicarse a funciones ociosas especializadas, tales como la reflexión filosófica, la organización burocrática, etc. Esta clase ociosa ya no dedica su tiempo a la producción de comida (de eso se encargan los agricultores), se concentran más bien en el desarrollo de la tecnología, la escritura, la complejidad social, etc., factores éstos que a la larga contribuyen al dominio de unas sociedades por encima de otras.
Paralelo al origen de la agricultura, Diamond considera como causa ulterior la domesticación de los animales. En ningún continente se domesticaron los animales como se hizo en Eurasia. En un pintoresco capítulo (capítulo 9), Diamond explica qué factores permiten que los animales sean domesticados, y llega a la conclusión de que, de muchísimos aparentes candidatos para la domesticación, sólo una veintena es realmente domesticable, y la mayoría de estos animales son originarios de Eurasia. Así, por ejemplo, en África hay muchísimos animales grandes que parecieran ser propicios para el trabajo en granjas, pero aún así no se domesticó ningún animal en ese continente. El ejemplo más paradigmático, señalado por Diamond, es el de la zebra: ¿por qué se ha logrado domesticar al caballo, pero no a su pariente de rayas blancas y negras? Porque la zebra es más agresiva, y eso impide la domesticación. Basta un pequeño impedimento para que un animal no sea domesticable. Sólo en Eurasia se encontraban animales salvajes que no presentaron ningún impedimento para la domesticación.
Lo mismo que con la agricultura, en América también se asistió a la domesticación (por ejemplo, la llama y el perro), pero la heterogeneidad climatológica impidió la difusión de los animales domésticos por todo el continente, a diferencia de la gran extensión del caballo, la oveja y la vaca a lo largo de Eurasia. Domesticar animales permitió incrementar la producción agrícola gracias al arado, impulsó el transporte, mejoró las técnicas militares, y proveyó más fuentes de comida que aumentaban la población y generaban aún más ocio y permitían la especialización en otras actividades humanas.
Una consecuencia dramática de la domesticación de los animales fue la transmisión de gérmenes. El contacto prolongado con animales propició que las sociedades euaroasiáticas sufrieran sucesivas epidemias que, a la larga, fortalecieron el sistema inmunológico de los europeos, bien fuese a través de la inmunización, bien fuese a través de la resistencia genética por medio de la selección natural. Cuando los exploradores europeos entraron en contacto con otros pueblos, éstos no tenían defensas inmunológicas para protegerse de las enfermedades transmitidas por los europeos, para quienes eran inofensivas. Así, la población de las sociedades no europeas se fue diezmando, al punto de que la epidemia se convirtió en el arma más importante en la expansión occidental.
Según Diamond, la superioridad tecnológica de Occidente también es explicable en función de variables geográficas. La historia de la tecnología ha demostrado que los grandes inventos, desde el alfabeto hasta el teléfono celular, suelen ser perfeccionamientos de invenciones anteriores. En este sentido, la difusión es un aspecto clave para el desarrollo de la tecnología. De esto se sigue que las zonas más aisladas por barreras geográficas, terminen albergando a sociedades más tecnológicamente primitivas. El ejemplo más emblemático, señalado por Diamond, es el de los tasmanios: estuvieron aislados por más de diez mil años debido al difícil acceso marítimo a Tasmania, y a la llegada de los europeos, eran el pueblo con tecnología más primitiva del mundo. Así, Eurasia, una gran masa de tierra libre de barreras geográficas, propició el flujo de tecnologías, y ha terminado por albergar a las sociedades más tecnológicamente avanzadas.
Por último, Diamond toma en consideración la organización social como factor determinante del dominio de Occidente por encima de otras sociedades. Por regla general, las sociedades con mayor complejidad social y mayor amplitud suelen absorber y/o destruir a las sociedades con organización social más simple y de menor escala (no obstante, Diamond permite algunas excepciones, como la destrucción de Roma a manos de los germanos). El Estado, epítome de la complejidad en la organización social, surgió por primera vez en Eurasia y no ha cesado de hacerse más complejo en Occidente, cuestión que le ha permitido dominar otros pueblos. La complejidad en la organización social viene dada, de nuevo, por los excedentes de producción que permiten la especialización de funciones diferentes de la producción de comida y multiplican el tamaño de la población, y por la escritura, pues propicia una burocracia que permite la apta organización a gran escala. Como ya se ha mencionado, todos estos factores son ulteriormente determinados por condiciones geográficas.
Diamond dedica unas breves páginas al final del libro para explicar por qué, dentro de Eurasia, han sido las sociedades europeas, y no las del Medio Oriente o China, las que han logrado dominar otros territorios. Los territorios de la Creciente Fértil, que hoy ocupan buena parte del Medio Oriente, fueron deforestados y desertizados por la actividad humana; mientras que los bosques de Europa son más resistentes a la erosión y deforestación generada por los humanos. En lo que respecta a China, Diamond cree que la impresionante homogeneidad geográfica y cultural de China, si bien en un inicio fue una ventaja, se convirtió en una desventaja en los últimos cinco siglos. Diamond reconoce que, así como un territorio libre de barreras geográficas propicia la difusión, también puede propiciar la difusión de obstáculos culturales a la tecnología. En la historia china ha habido períodos en los que, por circunstancias políticas, se ha desmotivado la innovación tecnológica, y dada la homogeneidad china, el país entero ha sufrido esas consecuencias. Europa, por su parte, no es tan homogénea y libre de barreras geográficas, y eso le permite amortiguar los posibles obstáculos a la innovación tecnológica. En resumidas cuentas, para Diamond, el éxito europeo radica en su geografía mixta: sus barreras geográficas no son tan grandes como para impedir la difusión tecnológica, pero sí lo suficientemente grandes como para amortiguar los obstáculos culturales a la innovación tecnológica.
Después de todo, el libro de Diamond no es tan superficial como uno sospecharía que lo es, dada la declaración de sus intenciones al inicio de la obra. Su argumento es un coherente esfuerzo por intentar explicar la disparidad humana, no en función de los seres humanos (que por definición, no son esencialmente dispares, en tanto constituyen una única especie), sino en función de la disparidad geográfica.
A grandes rasgos, su argumento me resulta convincente. Pero, insisto en que Diamond lleva demasiado lejos sus pretensiones. Si bien la geografía puede explicar muchas disparidades entre las sociedades humanas, existen factores causales que han propiciado grandes diferencias entre las sociedades humanas, y que nada tienen que ver con la geografía. Consideremos el ejemplo del origen del monoteísmo. Creer que existe un solo dios ha tenido gigantescas consecuencias, ha dejado una huella sobre la conformación de Occidente, y a la larga ha propiciado parcialmente el origen de la ciencia, del fanatismo religioso, de la democracia, etc. Bien puede ser que, como sugeriría Diamond, el monoteísmo es una causa inmediata. Pero, ¿es explicable el origen del monoteísmo en función de causas geográficas ulteriores? Suele considerarse que el monoteísmo surgió por primera vez entre los israelitas (aunque esto podría ser discutible), pueblo rodeado por vecinos politeístas con quienes compartían virtualmente las mismas condiciones geográficas ¿Por qué fueron los israelitas, y no los filisteos, quienes inventaron el monoteísmo? A no ser que se acepte la explicación religiosa, la pregunta es bastante misteriosa, y es mejor dejarla irresuelta, pues ni la geografía ni la biología humana podría proveer respuestas a esta cuestión.
Como el ejemplo del monoteísmo, podemos asistir a muchos otros ejemplos de momentos históricos determinantes que nada tienen que ver con las causas ulteriores y los factores geográficos señalados por Diamond. ¿Por qué la Reforma Protestante se dio en Alemania, y no en Italia, países con condiciones geográficas bastante similares? Más aún, creo que el análisis de Diamond está un poco desactualizado; el mundo contemporáneo no se debate entre sociedades de cazadores-recolectores y sociedades con Estado, animales domésticos y tecnología, sino entre dos modelos de civilización: la secular, provista por el Occidente post-cristiano, y la teocrática, provista por el Islam. ¿La geografía explica esta dualidad? ¿La teocracia es propia de los desiertos y el Estado secular es propio de climas templados? Sólo en el epílogo del libro, el mismo Diamond reconoce estas limitantes en su argumento.
Una última objeción, que los lectores con tendencias religiosas y metafísicas podrían compartir de forma especial, sería, ¿por qué hemos de detenernos en los factores geográficos como causas ulteriores de la diversidad humana? Si respondemos que la disparidad tecnológica tiene como causa la diversidad geográfica, ¿no podríamos preguntar también cuál es la causa de la disparidad geográfica? Este tipo de razonamiento, que es propiciado por el mismo Diamond, nos llevaría en una cadena causal, o bien al infinito, o bien al Motor Inmóvil aristotélico o su vertiente judaica del Dios creador, que es causa de todo, pero no es causado por nada. A la larga, terminaríamos por abrazar la visión religiosa que señalaría que Occidente ha dominado al resto del mundo, porque la Providencia así lo ha previsto. En ocasiones, me parece que es deseable que algunos misterios, como el de la disparidad humana, permanezcan parcialmente irresueltos, pues de lo contrario, nos conducirían a especulaciones metafísicas que podrían tornarse muy peligrosas.
Gabriel Andrade Universidad del Zulia-Venezuela