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Revista de Filosofía

versión impresa ISSN 0798-1171

RF v.27 n.61 Maracaibo abr. 2009

 

Las ideas positivistas y evolucionistas en la obra de Laureano Vallenilla Lanz

Positivists and evolutionists ideas on Laureano Vallenilla Lanz’s work

Johan Méndez-Reyes, Lino Morán-Beltrán

Universidad del Zulia Maracaibo-Venezuela  Proyecto de Investigación

“La Intelectualidad Venezolana del siglo XX ante la Condición Humana”

Resumen

Laureano Vallenilla Lanz es uno de los intelectuales más influyentes de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX. Pertenece a la generación de teóricos que se nutrió fundamentalmente de la doctrina positivista e hizo de ella la herramienta para desarrollar la interpretación de nuestra realidad con el fin de edificar una estable y próspera nación. Las ideas que guían el presente examen recogen su postura ante la historia, el individuo y la sociedad, la religión, la educación, el centralismo, la guerra y la paz.

Palabras clave: Laureano Vallenilla Lanz, positivismo, historia, educación.

Abstract

Laureano Vallenilla Lanz is one of the most influential intellectuals from Venezuela at the end of 19th and beginning of the 20th centuries. He belongs to the generation of theorists who were nourished fundamentally by positivist doctrine and made of it a tool for developing the interpretation of our reality in order to build a stable and prosperous nation. The ideas guiding the present examination gather their posture before history, the individual and society, religion, education, centralism, war and peace.

Key words: Laureano Vallenilla Lanz, positivism, history, education.

Recibido: 25-11-07 Aceptado: 23-03-09

Introducción

Las últimas cuatro décadas del siglo XIX y las primeras tres del siglo XX, del quehacer filosófico y académico en Venezuela están marcadas por el inicio, desarrollo y consolidación hegemónica del positivismo. La temprana alocución de Rafael Villavicencio (1866) -recibida con entusiasmo por los estudiantes y divulgada por la prensa de Caracas- y la labor docente de Adolfo Ernst, allanan el camino para la penetración del nuevo método cientificista1, a la par que en el ámbito económico y político se gesta y profundiza la penetración imperialista inglesa y norteamericana.

En las aulas de la Universidad Central, en la flamante Sociedad de Ciencias Físicas y Naturales y en los fascículos de Vargasía y El Federalista, se reiteran las excelencias de la escuela de Comte y se dan a conocer los principios del evolucionismo.  Al mismo tiempo, en el diario La Opinión Nacional y otros órganos de difusión, se emprenden largas campañas en defensa de los mismos.

En términos generales el anticlericalismo, el evolucionismo, la limpieza de sangre y el cientificismo, son los rasgos característicos del positivismo venezolano, perspectivas desde las cuales se hizo un gran esfuerzo para la reinterpretación de la historia y de la realidad nacional, signada hasta entonces por una visión conservadora, romántica y teológica.

Los escritos de Laureano Vallenilla Lanz (1870-1936), se inscriben dentro de esta perspectiva doctrinal filosófica y constituyen un hito fundacional de la presencia positivista en Venezuela. Sus obras Cesarismo Democrático. Estudio sobre las bases sociológicas de la constitución efectiva de Venezuela (1919) y Disgregación e integración. Ensayo sobre la formación de la nacionalidad venezolana (1930), se convierten rápidamente en referentes obligados para quienes pretenden participar en el debate nacional.

La Historia como ciencia

Para Laureano Vallenilla Lanz, el objetivo más significativo fue la búsqueda de la razón última de las cosas y para ello nada se le ajustaba mejor que la explicación positiva de la historia, basada en el método científico. En este sentido, comienza por denunciar la pretensión de muchos escritores de querer explicar la sociedad por medio de una óptica “metafísica y teológica”. Al respecto señala:

“Todavía existe, no sólo entre nosotros, sino en la América entera, muchas mentalidades encasilladas en las viejas teorías teológicas, metafísicas y racionalistas que desconocen por completo las leyes fundamentales de la evolución y del determinismo sociológico; todavía hay quienes creen en el imperio absoluto de la razón y del libre albedrío, y en la posibilidad de reformar la sociedad según el método especulativo y deductivo cuyo natural desenvolvimiento conduce forzosamente a apartarse de la observación de los hechos históricos, como bases positivas de la evolución social”2.

Critica Vallenilla a los  historiadores que repiten los errores de la historiografía del siglo XIX, por aferrarse a viejas teorías metafísicas que atribuyen a influencias extranaturales o a la voluntad libre del hombre, las causas esenciales de todo fenómeno social, lo que -según su parecer- produce un ocultamiento de la verdad.

“todo parece surgir en nuestra historia por arte de magia; y la tendencia del espíritu humano, que lo induce a solicitar en las vaguedades teológicas y metafísicas la causa de los fenómenos cuya explicación no encuentra fácilmente, se halla entre nosotros de tal manera acentuada por la mezcolanza de razas, por el medio y por la educación que al más ligero examen podemos encontrar sus perniciosas influencias en cada una de nuestras manifestaciones intelectuales”3.

Así, por ejemplo, critica a Rafael María Baralt (1810-1860), de aplicar afirmaciones bíblicas  al nacimiento de la nación venezolana, aun cuando al publicar su obra Historia de Venezuela (1841), ya se había iniciado en Europa la aplicación del método experimental y del positivismo en los estudios historiográficos. Según palabras de Vallenilla Lanz:

“Nuestro ilustre historiador Baralt, después de contar con su brillante estilo las proezas colosales de la conquista y exponer sucintamente el régimen político, religioso, judicial y de hacienda de la Capitanía General de Venezuela, estudia las costumbres públicas emanadas de aquella viciosa organización, y sintetiza en estas frases el estado de la colonia en vísperas de la revolución: ‘la ínfima clase se hallaba embrutecida y pobre; la más elevada era, con excepciones, ignorante y vanidosa. Por doquiera se veía enseñoreada la superstición; en los ricos el lujo y los vicios que éste engendra... la libertad, empero, el alma de lo bueno, de lo bello y de lo grande, diosa de las naciones, brilló por fin sobre la patria nuestra; y en ese día, ¡cuanta luz no brotó de aquellas tinieblas, cuantos héroes no salieron de aquella generación de esclavos...’”4.

Para Vallenilla, era urgente aplicar al estudio de la evolución histórica de Venezuela los fecundos métodos positivos, a fin de que el pasado tan oscurecido por los viejos conceptos, por la literatura épica y por las pasiones banderizas, se transformen en realidad en fuente de saludables y fecundas enseñanzas5. Por otra parte, también critica a los “historiadores esquemáticos”, que interpretan los hechos a partir de una idea o de un sistema de ideas6, así sean estas las del cientificismo.

En contraposición, plantea como método histórico el que los historiadores deban atenerse a los hechos y documentos, y esperar a que éstos le dicten las conclusiones7. A su juicio, el método de la historia debe ser heurístico, es decir “basado en el trabajo analítico, en el método científico y objetivo”8 y debe apartarse en consecuencia del método intuitivo que da como resultado una obra enrarecida por la poesía y la pintura.

En este sentido, Vallenilla Lanz se convierte en defensor de la aplicación en la historia del método científico-positivo de observación, experimentación y comparación. Cree que, solo así se podrán comprender las leyes que rigen la evolución de la sociedad y su origen, elementos que debe brotar de los hechos y documentos que los constaten, así como del prestigio o autoridad del historiador; afirmaciones estas que para la época se convierten en una dura crítica a la historiografía tradicional en Venezuela.

El papel del historiador es muy importante en la obra de Vallenilla, en su texto Crítica de Sinceridad y Exactitud, en la que establece los criterios  metodológicos que deben servir como garantía de objetividad en el análisis del documento histórico, señala lo siguiente:

“Estas operaciones -partiendo de la heurística, que consiste en la rebusca y clasificación de documentos- comprenden la crítica externa, de procedencia y de interpretación. Y la interna o psicológica, que es la crítica de sinceridad y exactitud...”9.

Y más adelante dice:

“Nada más fácil, en apariencia, que la lectura e interpretación de un documento histórico; pero nada más difícil, en realidad, cuando los maestros nos hacen ver los tropiezos y los peligros que para la verdad histórica representan la falta de preparación, la ligereza, la candidez o la prevención con que algunos escritores se dan a fabricar historias sobre documentos que no han sido concienzuda y científicamente analizados”10.

En otras palabras, no es posible hacer historia con seriedad si no se aplican ambas críticas. La externa, que tiene que ver con la determinación de la procedencia del documento, con su ubicación espacio-temporal y su caracterización general; y la interna o sicológica, que es la crítica propiamente dicha, mediante la cual el historiador “interpreta” el documento “tratando de poner de relieve todos los indicios propios, no sólo a la personalidad del autor, sino al tiempo, a las circunstancias y a las influencias de todo género que pudieron pesar sobre él”11. Esta crítica se debe hacer con “sinceridad y exactitud”.

Lo más novedoso de esta concepción de la historia es que ella no puede reconstruirse sólo a partir de los documentos oficiales, pues se corre el riesgo de no entender lo que realmente ocurrió. Es necesario, nos dice Vallenilla Lanz, ir al estudio pormenorizado de los hechos, a su ubicación histórica, geográfica, social, etc., en fin, intentar dar cuenta de todos los factores que inciden en ellos.

Biologismo social: el individuo y la sociedad como organismos vivos.

No sólo la historia debe ser sometida a leyes positivas, sino también la política. En este sentido, afirma Vallenilla Lanz: “... el método experimental, que ha hecho de la historia y de la política dos ramas estrechamente ligadas a las ciencias positivas, no se ha tomado en cuenta todavía, cuando se pretende analizar y explicar la evolución política y social de Venezuela...”12.

El estudio de la sociedad -al igual que el de la historia- está enmarcado en el pensamiento de este autor dentro de los lineamientos positivistas que tienen como base una concepción mecanicista del hombre, el cual, lejos de aparecer como un ente creador, es pensado como un elemento pasivo en el devenir histórico social y sobre el que influyen de manera determinante las condiciones geográficas. De hecho, sus acciones son el resultado de “... la raza, el clima, el medio físico y telúrico, la situación geográfica, la extensión territorial y cuantos rasgos especiales obran en cierto modo automáticamente en la existencia y el destino de las sociedades”13.

Esta idea reduce al individuo a la condición de miembro de un organismo, por el cual y desde el cual tiene sentido su vida. En ello, Vallenilla Lanz adopta los planteamientos de Spencer, asimilando a la sociedad a los organismos vivos:

“El concepto organicista de que las naciones, como seres colectivos, siguen en un todo un movimiento análogo al de los seres individuales, se halla ya definitivamente establecido. Ciencia de la vida, la biología abraza también la historia de las sociedades. Los órganos del cuerpo social aparecen primero como esbozos rudimentarios que poseen apenas en su conjunto un carácter de agregación. Sometidos estos diversos elementos a la acción y a la reacción  recíproca, en esa lucha incesante que constituye la manifestación misma de la existencia, va entonces definiéndose, especializándose paulatinamente, hasta que surge el principio vital de la sociedad, como la primitiva agregación celular lo es del organismo individual”14.

Por ello cree que una vez constituido el organismo social, éste encuentra dentro de sí todos los elementos necesarios para su desarrollo y para el fortalecimiento de sus órganos. La sociedad genera también en sí un pensamiento, un ideal, un interés que viene a ser al mismo tiempo el norte que la dirige y la fuerza interior que la empuja en su desenvolvimiento y en la afirmación de su personalidad nacional; la que se da por etapas sucesivas, y que el sociólogo debe observar con la misma curiosidad y el mismo espíritu científico con que el biólogo estudia la evolución individual en las diversas fases de su desarrollo15.

Desde una perspectiva filosófica y según se desprende de lo expuesto hasta aquí, las propuestas de Vallenilla no sólo se ubican en el marco del organicismo social, sino también en el campo del determinismo histórico, materialista y evolucionista. En este sentido, a la evolución inorgánica -de la materia-, le sigue la orgánica de la vida  y a ésta, por fin, la super orgánica - de la sociedad y todas sus instituciones. Bajo esta concepción, las sociedades humanas constituyen “organismos vivientes en los cuales las partes dependen enteramente del todo y cumplen funciones específicas con ese todo”16. A pesar de que cada individuo que integra la sociedad tiene una conciencia propia vinculada a órganos centrales, ella -la sociedad- no tiene una conciencia particular dependiente de su organización central, de donde se deduce que la sociedad vive para los  individuos y no viceversa, “al contrario de lo que sucede con los organismos biológicos donde las partes viven para el todo”17.

Religión y orden social

Vallenilla Lanz considera que mientras no ocurra un cambio evolutivo en la psicología de los pueblos -y en especial de los pueblos hispanoamericanos- con respecto a los aportes de la ciencia, la religión va a seguir actuando como mediadora en la preservación del orden moral existente, debido a la fuerza condicionante que esta ejerce sobre la conducta del hombre.

En su artículo, “Notas sobre Religión”, escrita para “un católico”, Vallenilla se autoproclama: “librepensador, determinista y positivista”. Como tal, considera que el papel de la religión debe ser el de servir de “lazo social” y de “freno moral” del pueblo, pues dado el estado de evolución en que éste se encuentra no hay otra forma de conservar el “orden” para el normal progreso social. Para apoyar su tesis, cita in extenso a Hipólito Taine18:

“… se puede valorar al presente todo el aporte del cristianismo en la formación de nuestras sociedades modernas, todo lo que en ellas ha introducido de pudor, de  dulzura y humanidad, todo lo que en ellas sustenta de honestidad, de buena fe y de justicia...”19.

Y más adelante agrega:

“...Sólo el cristianismo puede detenernos sobre nuestra pendiente natal, contener el insensible deslizamiento, por el cual incesantemente, y con todo peso original, nuestra raza retrograda hacia los bajos-fondos; y el viejo Evangelio es todavía, hoy mismo, el auxiliar más poderoso del instinto social”20.

Vallenilla Lanz cree que mientras el progreso de la ciencia y la educación laica y democrática no hayan modificado evolutivamente la herencia sicológica de los pueblos, es, no sólo inútil, sino, peligroso pretender suprimir la influencia cultural de la religión. “Tan grande es su acción educadora que el mismo pueblo anglo-americano, uno de los más positivistas, le atribuye una enorme importancia a causa de las reglas de vida que ella impone”21. En ese orden, Vallenilla subrayará la importancia del catolicismo – religión imperante en América – como factor indispensable para el control social. Esta idea se expresa claramente en el siguiente pasaje:

“Pero es que yo no veo en el catolicismo, como en ninguna otra religión, sino su grande, imprescindible e insustituible utilidad social; el aporte que pueda dar  -dentro los estrictos límites de sus funciones sociales- a la obra de la reconstrucción nacional, sin exponer su prestigio a los embates de las luchas políticas”22.

La religión es postulada como la base de nuestra regeneración moral, perdida en la época jacobina y como vía expedita para rescatar al pueblo de la anarquía social, por medio de su acción educadora:

“En el seno del estado laico, del estado arreligioso, que es el ideal de un pueblo que necesita atraer a su seno los hombres de todas las naciones civilizadas, para dejar de ser algo más que una simple circunscripción geográfica, el catolicismo puede recuperar su influencia moral y educadora contribuyendo al afianzamiento del orden social…”23.

Hay que aclarar, sin embargo, que a pesar de que Vallenilla ve a la religión como la restauradora del orden, considera que después que se llegue a la estabilidad y se alcance el estado laico, su presencia ya no será necesaria en la sociedad. En este sentido, se podría decir que será en un estado laico, donde el hombre podría acercarse más a la realización de los grandes ideales de la humanidad.

Por otra parte, hay que resaltar que Vallenilla Lanz no dejó de hacer duras críticas a la Iglesia por haberse quedado en la apariencia exterior y, más aún, por haber desatendido de manera considerable su rol social y convertirse mucha veces en instrumento de opresión.

La concepción de la raza

La raza constituye una categoría fundamental para explicar la evolución histórico- social de los pueblos, siempre y cuando se le de una connotación diferente  a la étnica, pues científicamente no hay ninguna relación entre raza -étnica- y nación, ni entre raza e ideología. Relacionado a esto, comenta:

“La procedencia étnica, señores, no explica nada por sí sola, no es más que uno de tantos factores en la evolución de los pueblos. Ni las naciones, ni los individuos son más o menos valientes, ni más o menos aptos para la civilización porque pertenezcan a ésta o aquella raza... deben consolarse por el convencimiento de que nunca, al menos en la época histórica, ha existido RAZA PURA en el mundo...”24.

Aún cuando en adelante Vallenilla no dejará de hablar de “raza”, lo hará en un sentido totalmente diferente al étnico y en su lugar, la concibe como “cultura”, la que sí forma, en su manera de ver, una categoría científica que le va a permitir – como ya se ha dicho- explicar una serie de fenómenos en el desarrollo social de los pueblos. Manifestando que:

“No hablamos, pues, de raza, término vago, impreciso, que no corresponde a ninguna realidad sociológica y que nada explica cuando se pretende aplicarlo a la evolución de los pueblos. Hablemos de sociedad, pueblo, Nación, Estado... que es equivalente a cultura...”25.

En efecto, el verdadero concepto de raza –y en esto sigue a Le Bon26, quien afirma que “una aglomeración de hombres de origen diferente, poseyendo alma colectiva, forma una raza...”27 -es el de cultura, mentalidad, afinidad sicológica, en fin, ideales que reúnen a los hombres de diversos orígenes en un solo sentimiento colectivo. Sin embargo, se aleja un poco de Le Bon  -según Carmen Bohórquez-, cuando afirma que los caracteres sicológicos de cada pueblo pueden ser tan variables como los caracteres físicos; en otras palabras, niega que haya una relación necesaria y fatal entre ciertas ideas y ciertos tipos  antropológicos28.

Otra cuestión importante respecto a esta categoría, tiene que ver con  la necesidad que se le plantea a Vallenilla de explicar, conforme a la nueva idea de “raza”, la lucha entre los pueblos; sobre todo después que ha preservado en forma coherente la igualdad étnica de todas las razas, por lo que no le queda otra cosa que reconocer que hay pueblos de “cultura” inferior o que están en una etapa más primitiva de evolución social. Percepción que viene a reafirmarse al señalar:

“Si no hay razas superiores ni inferiores desde el punto de vista biológico, es evidente que sí las hay desde el punto de vista social...”29.

Y en otra parte, nos dice:

“En presencia de razas socialmente inferiores, la aborigen por la conquista  y la negra por la esclavitud, los instintos igualitarios del pueblo español tenían que modificarse profundamente en la colonia...”30.

Es por esta razón que Vallenilla considera necesario traer a Venezuela  - y a países que lo ameriten desde la óptica positivista- inmigrantes europeos, a fin de que nuestra población escasa y heterogénea adquiera “los hábitos, las ideas y las aptitudes que les permitan cumplir con los avanzados principios estampados en nuestras constituciones escritas”31.

Esta concepción de raza como sinónimo de cultura nos permite comprender  -según nuestro autor-  rasgos profundamente arraigados en el carácter de nuestro pueblo, como lo es el igualitarismo. En este sentido, comenta: “nada define tanto el carácter venezolano como su profundo amor por la igualdad. Ninguna superioridad en el orden social, a menos que sea de talento, tiene cabida en sus sentimientos. Desde el Presidente de la República hasta el más humilde ciudadano, todos los venezolanos somos iguales...”32.

El papel de la educación en la evolución de la sociedad.

La educación juega una importancia fundamental en la evolución de la sociedad, no sólo respecto a la superación de los individuos, sino también respecto a la evolución misma de la sociedad en su conjunto, elevando en primer lugar el nivel moral del pueblo y, en segundo lugar, formando buenos ciudadanos. Esta idea está presente en Vallenilla Lanz, cuando afirma:

“… vuestros padres están cumpliendo con vosotros un gran deber patriótico, os están educando para que seáis buenos ciudadanos… tendréis siempre el espíritu abierto a todos los progresos, viviréis en esa renovación constante de ideas y de principios que caracteriza el movimiento intelectual…”33.

La educación es una necesidad vital para los pueblos regidos por los principios democráticos y de ella depende el progreso de la sociedad gracias a la renovación constante de ideas y principios, del avance del conocimiento científico y de su aplicación en la transformación del medio geográfico y social.

En otras palabras:

“… estudiando… podéis seguir paso a paso los progresos de la ciencia y de la evolución social y política que hoy toma rumbos distintos a los que siguió durante largos años, que se encaminan, sobre todo, a la conservación del orden social, a la preponderancia de la intelectualidad, al encumbramiento de los hombres que comprenden que las sociedades tienen, antes que todo, el derecho a vivir” 34.

  En este sentido, la educación tiene el poder de liberar a los pueblos de la ignorancia y de la opresión; ella es el instrumento más eficaz para la plena emancipación:

“… soy de los que creen en el poder de la educación como elemento esencial de la prosperidad nacional, y considero que la más dura esclavitud a que puede estar sometido un pueblo es la ignorancia; veo que estamos presenciando ya la emancipación social de la patria, sin la cual será  siempre irrisoria la emancipación política que nos legaron nuestros libertadores”35.

Caudillismo y poder

Vallenilla Lanz, enmarcado siempre en sus ideas positivistas y evolucionistas, sostuvo la tesis de que nuestros pueblos tenían la necesidad de un caudillo, quien, imponiendo su firme autoridad, fuese capaz de controlar la anarquía reinante producto de las pugnas de intereses locales, del carácter igualitario y del poco grado de civilización alcanzado. Anarquía que signaba la historia de nuestros pueblos desde el período mismo de la independencia y que por la influencia del medio geográfico y razones de orden socio-histórico, continuaban todavía presentes. Expresada esa anarquía en la lucha permanente entre conservadores y liberales, Venezuela necesitaba de un gendarme que pudiera ponerle fin e instaurar el orden y la paz tan anhelados y necesarios para el  progreso de la sociedad.

El concepto mismo de gendarme necesario fue tomado del pensador Hipólito Taine, para quien en todos los países y en todas las épocas –inclusive en la nuestra-, por encima de cualquier mecanismo constitucional existe “el gendarme electivo o hereditario de ojo avizor, de mano dura, que por las vías de hecho inspira el temor y que por el temor mantiene la paz”36.

En el caudillo se resumen “conceptos al parecer antagónicos” como democracia y autocracia, además de representar la voluntad popular:

“El césar democrático, como lo observó en Francia un espíritu sagaz, Eduardo Leboulaye, es siempre el representante y el regulador de la soberanía popular. “Él es la democracia personificada, la nación hecha hombre. En él se sintetizan estos  dos conceptos al parecer antagónicos: democracia y autocracia”, es decir cesarismo democrático; la igualdad bajo un jefe; el poder individual surgido del pueblo por encima de una igualdad colectiva...” 37.

Es un fenómeno universal, una necesidad nacida del estado de integración por el que se van formando los pueblos, y que se ha venido dando igualmente a lo largo de nuestra  historia. Aclarando que:

“... es evidente que en casi todas las naciones de Hispano América, condenadas por causas complejas a una vida turbulenta, el caudillo ha constituido la única fuerza de conservación social, realizándose aún el fenómeno que los hombres de ciencia señalan en las primeras etapas de integración de las sociedades: los jefes no se eligen sino se imponen. La elección y la herencia, aún en la forma irregular en que comienzan, constituyen un proceso posterior...”38.

Vallenilla Lanz hace un estudio profundo sobre la evolución social de Venezuela y en ella encuentra que lo que ha prevalecido y determinado nuestra evolución política ha sido la idiosincrasia del llanero39, cuya máxima expresión fue José Antonio Páez, en quien Vallenilla ve el arquetipo del gendarme necesario:

“Sólo la acción del caudillo, del gendarme necesario, podía ser eficaz, para mantener el orden. Venezuela permanecía en aquellas mismas situaciones que Don Fernando de Peñalver describía al Libertador en 1826: Es una verdad que nadie podría negar que la tranquilidad de que ha disfrutado Venezuela desde que la ocuparon nuestras armas, se ha debido exclusivamente al General Páez...”40.

En general, el caudillo, el hombre fuerte, - según Arturo Sosa- va a satisfacer en la situación dejada por la larga lucha emancipadora, una verdadera “necesidad social”, que está presente prácticamente en toda la América hispana. Las sociedades, no progresan sino en el orden, y la única forma real de imponer y conservar el orden en estos pueblos es con la mano de hierro de la dictadura41.

Este “césar democrático” representa, por otra parte, la “constitución efectiva” de la nación, en tanto que sus atribuciones no las toma de ninguna constitución escrita, sino que le provienen de las necesidades que surgen de la propia circunstancia histórica42.  Así, al encarnar la constitución y la ley, el caudillo, no puede tener límites legales en sus atribuciones.

De igual manera, la absoluta autoridad  y el poder pleno que ejerce este “césar democrático” tiene su fundamento profundo en el “instinto político” del pueblo. El pueblo, por una especie de sugestión inconsciente, obedece al más sagaz, a aquel en el que reconoce su propia imagen y de  quien espera protección. En ese horizonte, el  positivista venezolano establecerá:

“El pueblo nuestro que puede considerarse como un grupo social “inestable”, según la clasificación científica, porque entonces y aún en la actualidad se halla colocado en el periodo de transición de la solidaridad mecánica a la solidaridad orgánica, que es el grado en que se encuentra hoy las sociedades legítimas y estables, se agrupa instintivamente alrededor del más fuerte, del más sagaz...”43.

Vale señalar que para Vallenilla, la solidaridad mecánica gira en torno a un caudillo, es decir, se sustenta en el compromiso individual de hombre a hombre, con quien en ese momento representa la unidad nacional, para luego transformarse en solidaridad orgánica en la medida en que “el desarrollo de todos los factores que constituyen el progreso moderno vaya imponiendo al organismo nacional nuevas condiciones de existencia y, por consiguiente, nuevas formas de derecho político”44.

Es de hacer notar, que si bien, la existencia de este gendarme es sustentada con argumentos científicos y con ejemplos históricos, tal necesidad histórica no implica que el “césar” deba cumplir con una preparación intelectual exigente, basta con que esté revestido de ciertas virtudes guerreras que le aseguren el éxito de su misión: será un déspota necesario, pero no necesariamente ilustrado. Esta idea se refleja claramente en el siguiente texto:

“Por fortuna para la patria adolescente, el general Páez llegó a ser un verdadero hombre de Estado. Concepto éste que considerarán extraño aquellos que se figuran aún que la ciencia de gobernar se aprende en los libros y no se dan cuenta de las enseñanzas positivistas de la historia. Se nace hombre de gobierno como se nace poeta. Cuando se lee con criterio desprevenido la vida de Páez, se recuerda su origen humilde, su falta absoluta de instrucción, el género de guerra que le tocó hacer y en la cual se destaca más como un jefe de nómadas, que como un conductor de caravanas...”45.

De este modo, el caudillo será el elemento indispensable en la evolución política de un país, el cual será su obra personal y no la obra de las ideas dominantes en una época determinada; será el motor necesario para la consolidación de las nacionalidades:

“Los grandes hechos de la historia, entre los cuales ocupa el primer puesto la constitución y la consolidación de las nacionalidades, no se realizan con académicos, sino con caudillos. No es obra de la teoría sino, el resultado lógico de los hechos...”46.

El jefe carismático, el “césar”, junto con el determinismo geográfico, serán decisivos en Vallenilla para explicar la génesis y proyección histórica del país. Aún cuando afirma que “los partidos políticos no se forman ni las sociedades se conmueven por la sola voluntad de un hombre”, sin embargo, cuando ya las sociedades están conmovidas, sea por un proceso revolucionario o por cualquier otra causa análoga que conduzca a la anarquía, sí se hace absolutamente necesaria la aparición providencial del césar democrático, único capaz de volver las aguas a su cauce tradicional; aunque ese césar imponga su voluntad despótica:

“En todas las grandes revoluciones anarquizadas que registra la historia ha aparecido siempre ese hombre, ese ser superior, ese jefe, ese gran unificador...casi siempre cuando las sociedades se disgregan, cuando no hay partidos sino fracciones, sindicatos egoístas en que cada quien no piensa en el momento psicológico, sino en su interés, en su venganza, entra en escena – como dice Nietzsche- el Gran Egoísta; el césar o cesarión, que va a dominar todos esos egoísmos rivales para conducirlos al triunfo...”47.

Siendo constante con sus proposiciones evolucionistas, Vallenilla Lanz, enmarca la tesis del “gendarme necesario” dentro de la más general de la evolución de los pueblos, por la cual no pretende afirmar que ésta sea la forma definitiva e inmutable de gobierno para un pueblo determinado, pues como todo organismo viviente el mismo está sometido a las leyes de la evolución.

En otras palabras, aún cuando Vallenilla justifica la necesidad de un caudillo fuerte y capaz de controlar la anarquía que viven los pueblos hispanoamericanos y en especial Venezuela, considera sin embargo, que después que se obtenga el orden, y que las leyes evolutivas así lo indiquen, en nuestros países reinará la democracia; ésta entendida como el concurso donde todas las posibilidades se igualan por un momento,  pero es para que justamente se puedan apreciar mejor los diferentes valores de las acciones individuales.

Venezuela ante el debate de la integración o la disgregación

A pesar de autodenominarse liberal48, Vallenilla Lanz ataca con gran energía al más radical de los ideales socio-políticos del liberalismo hispano-americano: el Federalismo, al que considera fuente de disgregación, de anarquía y atraso49. Advierte que:

“Ya se ve como en España, del mismo modo que en América – sobre todo en aquellos países donde por los antecedentes indígenas, el medio geográfico y la imprecisa organización colonial existía menos coordinación entre los diferentes núcleos pobladores- Federación, significó también separación, antagonismo, disgregación del cuerpo social...”50.

Federalismo es sinónimo de desatadas pasiones y primitivo desorden, en tanto que unitarismo o centralismo, equivale a lo concerniente a racionalidad y a sensatez política. Es por ello que entra en juego su tesis del proceso de disgregación e integración de las sociedades; entendida la fuerza integradora como proveniente de la centralización y defendida por los hombres concientes, en contraposición a la fuerza disgregadora que proviene del federalismo y es protegido por los pueblos, las masas, los movimientos populares.

Por esa razón, acusa a los defensores del federalismo -siguiendo la interpretación del Libertador- de propugnar repúblicas etéreas y constituciones librescas que no tienen nada que ver con la realidad nacional51.  Para Vallenilla Lanz, la disputa entre el partido liberal y el partido conservador no era en el fondo sino la continuación  de la lucha civil de la independencia, entre patriotas o liberales y realistas o godos.

Para él, el centralismo representa el gobierno unitario, la integración, y por ende la paz y el progreso.

Tesis controversial sobre la Guerra y la Paz

Una de las tesis más controversiales de Vallenilla es, sin duda alguna, su concepción de la guerra, y sus posturas sobre la paz. En particular, considera a la guerra como una condición necesaria para el progreso del hombre, de la sociedad y por ende de la humanidad: “... la guerra ha sido siempre, en todos los tiempos y países, uno de los factores más poderosos en la evolución progresiva de la humanidad....”52.

A su parecer, la guerra proviene de dos necesidades esenciales del hombre: la necesidad de conservación personal, lo cual lo lleva a defender y utilizar sus instintos agresivos para asegurar su supervivencia, y la necesidad de extensión, que lo impulsa a dirigir su agresividad hacia la conquista de nuevas metas. Siguiendo el esquema positivista, Vallenilla Lanz recurre a los principios de la ciencia para explicar esta necesidad de la guerra en la evolución de la humanidad. Para él:

“La guerra es ante todo la expresión concreta de las necesidades de extensión y conservación personales... por ello siempre implica una necesidad de agresividad, de poder y la voluntad de usar la fuerza para alcanzar su fin... los principios científicos cada vez más extendidos en el mundo comprueban que la humanidad no se transforma por obra y gracia de los ideólogos...” 53.

Vallenilla Lanz considerará a la guerra como un fenómeno “natural”, como puede serlo un huracán, una erupción volcánica. En efecto, la guerra es tan inevitable como cualquier fenómeno telúrico, sirve de desahogo natural a los pueblos; frenarla sería contraproducente para el desarrollo de la Nación, incluso para la conservación del Estado:

“... cuando el alma popular se siente sacudida por una conmoción repentina y violenta, lanza a lo lejos su grito o su sollozo, el sentimiento popular es siempre impuro. El vaso donde se condensan los sentimientos de las multitudes tiene en el fondo un sedimento que toda sacudida puede hacer subir a la superficie cubriendo de una espuma de violencia el licor brillante y generoso. Eso es lo que sucede en todos los grandes trastornos de la naturaleza: en los ciclones, en los terremotos, en las revoluciones. Todos los pueblos han sufrido esa dolorosa experiencia...”54.

Según Vallenilla, si no fuera por la guerra las sociedades humanas no hubieran podido vencer los problemas de la supervivencia en la tierra; gracias a ella han podido surgir los valores que engrandecen al hombre. En este sentido, la guerra es considerada como principio para el avance de la humanidad. Además:

“La guerra, y entre ella la agresividad, llegó a ser así una condición necesaria a la formación moral, pues nunca las flores de la simpatía hubieran podido abrir en el estrecho medio de la familia, si sus miembros no se hubieran visto precisados a aumentar sus fuerzas por medio de una unión común para el ataque y para la defensa… la guerra ha sido el motor principal  para el desenvolvimiento social de la humanidad...”55.

Sin embargo, más controversial aún, es su concepción de la paz, sobre la que manejará dos nociones diferentes; una respecto a las relaciones entre naciones -en contraposición de la guerra-, y la otra respecto al orden interno de cada una de éstas y que tiene que ver fundamentalmente, con el papel del caudillo.

En este sentido, en la primera percepción sobre la paz,  la considera incapaz de engendrar las virtudes humanas, -muy pesimista al respecto-, y por el contrario piensa que ella sólo crea “vicios”. En sus palabras: “Como la agresividad es una condición esencial del hombre, la paz absoluta entre las naciones traería como consecuencia la rivalidad entre las religiones, las provincias, las comunas, los individuos...”56.

La guerra, en cambio, sí es capaz de engendrar una serie de virtudes humanas, tales como el amor a la patria, incrementar las libertades políticas y el solidarismo social, así como también elevar el nivel moral. Esta idea se refleja claramente en el siguiente texto:

“Los vicios de las paz, de la molicie y de la riqueza desaparecerán ante el florecimiento de grandes virtudes que sólo pueden engendrarse en la guerra. Las costumbres públicas serán mejores; el despertar del amor a la patria y el acrecentamiento de las libertades políticas y del solidarismo social, levantarán el nivel moral y servirán de ejemplo a otras naciones... y otra vez imperará en el mundo el espíritu de sacrificio, que ya había desaparecido por completo... como un resultado lógico de la selección individual realizada por la paz”57.

La otra noción de paz, aparece en la edificación de la legalidad del régimen gomecista y -según Bohórquez-  como principio ideológico que guía la acción estatal, y esto sólo se entiende si poseemos conocimiento de las constantes pugnas civiles que anteceden al mandato de Juan Vicente Gómez. El César -el caudillo- representa esa paz que permite además empezar la modernización del Estado y hacer positiva la unidad nacional “por el desarrollo del comercio, de las industrias y de las vías de comunicación”, por lo que todo intento de oposición es entendido como fuente de atraso y de anarquía58.

Finalmente, es necesario señalar que Vallenilla entiende que tanto el progreso de la humanidad, como el de toda naturaleza viviente, conllevan un proceso de “selección natural” mediante el cual los grupos más fuertes y aptos se conservan y desarrollan, en tanto que los más débiles mueren. Existen diversos medios de selección individual entre los humanos, pero sólo la guerra es el medio de selección “colectiva”.

Estas ideas se enlazan notoriamente  con la teoría  del  biologismo social, con la selección natural darwiniana y spenceriana y son tomadas por Vallenilla, del autor Steinmetz59, quien nos dice que la selección que es consecuencia de la lucha individual sirve únicamente para desenvolver las cualidades egoístas. Para desenvolver las cualidades altruistas, es necesaria la selección colectiva: “...sin guerra, la humanidad retrogradaría desde el punto de vista moral...”60.

Asimismo, hay que resaltar la innovadora tesis de Vallenilla de que la guerra de independencia fue una guerra civil, lo que desató en ese momento -en 1911- una polémica nacional.

En efecto, Vallenilla busca la explicación de la guerra de independencia en la estructuración y evolución de la sociedad colonial, no sin antes refutar a los historiadores románticos por empeñarse en no explicar la emancipación como guerra social, ya que para él, aquella  fue un verdadero conflicto entre castas:

“Con  un  velo pudoroso  ha  pretendido  ocultarse  siempre a  los  ojos  de la posteridad este  mecanismo  íntimo  de  nuestra  revolución, esta  guerra  social, sin darnos cuenta de la enorme trascendencia que tuvo esa anarquía de los elementos propios del país...61.

Las constantes pugnas de las clases sociales en la colonia producen, dice Laureano Vallenilla, una expresión muy particular de la guerra independentista, por lo que “parece imposible ... que haya en Venezuela quien se empeñe en negar la jerarquización de las clases sociales en la colonia y las luchas a que daban lugar los prejuicios y las preocupaciones que de manera tan trágica repercutieron en la revolución de la independencia...”, y más adelante, “... no eran clases en realidad las que existían, sino verdaderas castas ...”62.

Para nuestro autor, las clases sociales de la colonia tienen todas las características de una “casta”, es decir, “responden a un tipo de estratificación social rígido y cerrado, a grupos sociales absolutamente diferentes y con una movilidad intergrupal nula”63. En otras palabras:

“... la revolución en aquellas sociedades por una anarquía latente y cuya historia íntima en los centros urbanos no es otra cosa que las luchas constantes, el choque diario, la pugna secular de las castas... la repulsión por una parte y el odio profundo e implacable por la otra, estalló con toda su violencia cuando el movimiento revolucionario vino a romper el equilibrio, a destruir el inmovilismo y el misoneísmo que sustentaban la jerarquización social”64.

La guerra de independencia fue, según Vallenilla Lanz, una lucha intestina, una guerra civil entre los integrantes de una misma sociedad y en la cual es imposible decir que de un lado estaban los buenos y del otro los malos, de un lado los defensores de la libertad, la igualdad y la democracia  y del otro los abanderados del statu quo, del absolutismo y de la monarquía. Vallenilla enfatiza:

“... en todo ese largo período de cruentísima guerra  yo no veo otra cosa que una lucha entre hermanos, una guerra intestina, una contienda civil y por más que lo busco no encuentro el carácter internacional que ha querido darle la leyenda”65.

Y en otra parte:

... es de todo punto de vista imposible establecer en ningún pueblo conmovido por una guerra intestina como fue aquella, esas grandes clasificaciones: de un lado los fanáticos, los ignorantes, los serviles, los degradados por el régimen tiránico de la colonia, incapaces de comprender y mucho menos de amar la libertad; del otro lado los más inteligentes, los más libres, los más ilustrados, los más capaces de comprender y apreciar los inmensos beneficios de fundar una patria libre, una república democrática66.

En este sentido, Vallenilla Lanz defiende la tesis de que la guerra de la independencia fue una guerra civil, no sólo en Venezuela, sino en toda la América española, y que esta tesis ya existía desde antaño. En sus mismas palabras: “... yo no puedo envanecerme ni siquiera de haber tenido el mérito de la originalidad, pues apenas hice otra cosa que repetir y presentar lo que se viene diciendo desde los mismos días de la revolución...”67.

Por tanto, no es posible dar una explicación satisfactoria de toda la historia de Venezuela si no se tiene claro el carácter social y de la guerra civil que tuvo la llamada guerra de independencia.

Algunas consideraciones finales

La obra de Laureano Vallenilla Lanz, ha sido reducida, en muchas investigaciones a su filiación política al régimen de Juan Vicente Gómez. Si bien es cierto que esta afinidad no puede ocultarse, reducir el análisis a esta particularidad no ha hecho otra cosa que ocultar la riqueza de este escritor e historiador que como ninguno de su generación supo evaluar la dimensión histórica de la Venezuela de principios del siglo XX.

Su obra, francamente positivista, contribuyó a importantes estudios sobre la realidad de Venezuela y América Latina. Una realidad oscilante entre la anarquía y el despotismo. La anarquía de que fuera testigo el Libertador Simón Bolívar cuando victimaron su obra integradora, situación que a su vez fuese pretexto para el cesarismo -antecedente de la democracia dirigida de la que tanto se ha hablado en nuestro continente que pretendía ponerle fin.

Lo escrito por Laureano Vallenilla Lanz, constituye un amplio estudio sociológico que pretende ser objetivo frente a una realidad que no podrá ser eludida en Latinoamérica. En su trabajo se vuelven a plantear los problemas que las circunstancias de estas tierras han puesto y ponen a los intérpretes de la historia. Busca pues, en el pasado colonial, los antecedentes de esa realidad que oscila entre la disgregación y la integración. Situación que aun, hoy en día, ocupa el escenario político de los pueblos ubicados al sur del río Grande.

Muchas de sus tesis no han sido superadas aun. Vuelven sobre ellas muchos intelectuales. Revolucionarios y conservadores, racistas y etnólogos, providencialistas y materialistas, retoman hoy la tesis del gendarme necesario, de la seguridad democrática, de la guerra preventiva, de la superioridad de unos pueblos sobre otros, que en términos generales fueron esbozadas por este intelectual venezolano.

Queda mucho por decir sobre su labor, sea este trabajo una invitación a la tarea de reconstruir la historia de nuestras ideas.

Notas

1 TINOCO, Antonio: Guerra, en su libro: La idea de progreso en el pensamiento positivista venezolano. Siglos XIX y XX. (2007), Ed. Universidad del Zulia, señala que cabe destacar que el célebre discurso de Villavicencio pronunciado el 8 de diciembre de 1886, se escuchó un año antes de la Oración Cívica, de Gabino Barreda, texto iniciador del positivismo en México. p. 89.

2 VALLENILLA, L.: Disgregación e Integración en Cesarismo Democrático y otros textos. Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1991, p. 372.

3 VALLENILLA, L.: Ob. Cit. p. 365-67.

4 VALLENILLA, L.: Ob. Cit. p. 373

5 “Juzgamos por ello como la más noble labor a que pueden consagrarse nuestros modernos hombres de ciencia, la de aplicar al estudio de la evolución histórica de Venezuela los fecundos métodos positivos, a fin de sacar a la luz aquellos hechos oscurecidos por los viejos conceptos metafísicos y teológicos...” Ob. Cit, p. 374.

6 El dogma científico, como el religioso, es la negación completa de todo espíritu de investigación. Visto desde la óptica positivista, claro está

7 Vallenilla tomó este método histórico de Fustel de Coulanges, un historiador positivista europeo.  Autor de la obra La ciudad antigua. Frecuentemente citado por Vallenilla en toda su obra.

8 VALLENILLA, L.: Críticas de Sinceridad y Exactitud. Imprenta. Bolívar, Caracas, 1921, p. 373.

9 VALLENILLA, L.: Ob. Cit. p. V.

10 VALLENILLA, L.: Ob. Cit. p. VI.

11 VALLENILLA, L.: Ob. Cit. p. 166.

12 VALLENILLA, L.: Ob. Cit. p. 369.

13 VALLENILLA, L.: Cesarismo Democrático, Monte Ávila Editores, Caracas, 1990 p. 86.

14 VALLENILLA, L.: Críticas de Sinceridad y Exactitud. Imprenta. Bolívar, Caracas, 1921, p. 207.

15 VALLENILLA, L.: Ob. Cit. p. 209.

16 VALLENILLA, L.: Ob. Cit. p. 215.

17 VALLENILLA, L.: Ob. Cit. p. 216.

18 Hippolyte, Taine (1828-1893) Filósofo e historiador francés, produjo una abundante obra cuya coherencia obedece a la aplicación de un método de investigación riguroso y sistemático basado en el determinismo geográfico y racial.

19 TAINE, Hippolyte, citado por Vallenilla Lanz, “Notas sobre Religión”, p., 416 en Críticas de sinceridad... Ob. Cit.

20 TAINE, Hippolyte, citado por Vallenilla Lanz, Ob. Cit. p. 417.

21 VALLENILLA, L.: Ob. Cit. p. 418.

22 VALLENILLA, L.: Ob. Cit. p. 42.

23 VALLENILLA, L.: Ob. Cit. p. 423.

24 VALLENILLA, L.: Cesarismo Democrático, Monte Ávila Editores, Caracas, 1990 p. 86.

25 VALLENILLA, L.: Críticas... Ob. Cit. p., 282.

26 Gustave Le Bon (1841-1931), divulgador de las tesis de la sicología colectiva (Les Lois Psychologiques de L´évolution des peuples 1894).

27 Le Bon, citado por Vallenilla en Críticas de sinceridad y exactitud; p.  286.

28 BOHÓRQUEZ, C.: Vallenilla Lanz ante la condición humana. En proyecto CONDES titulado; El pensamiento venezolano del siglo XX ante la condición humana. Maracaibo, 2003, p. 15.

29 VALLENILLA, L.: Cesarismo Democrático, Monte Ávila Editores, Caracas, 1990 p. 110.

30 VALLENILLA, L.: Críticas... Ob. Cit. p.  89 .

31 VALLENILLA, L.: Cesarismo democrático... Ob. Cit. p. 156.

32 VALLENILLA, L.: Ob. Cit. p.  219.

33 VALLENILLA, L.: Ob. Cit. p.  382.

34 VALLENILLA, L.: Ob. Cit. p.  384.

35 VALLENILLA, L.: Ob. Cit. p.  385.

36 TAINE, H.: Les origenes, T. I., p. 341 Citado por Vallenilla Lanz en Cesarismo democrático.

37 VALLENILLA, L.: Cesarismo democrático... Ob. Cit. p. 254.

38 VALLENILLA, L.: Ob. Cit. p.  185.

39 En las que no faltan la típica tesis positivista del determinismo geográfico y étnico y la comparación del jinete sudamericano con el beduino. Cappelletti, Positivismo... Ob. Cit. p, 56.

40 VALLENILLA, L.: Cesarismo democrático... Ob. Cit. p. 86.

41 SOSA, A. Ensayos sobre El Pensamiento Político Positivista Venezolano Centauro,  Caracas, 1985. p. 45.         [ Links ]

42 SOSA, A.: Ob. Cit. p. 53.

43 VALLENILLA, L.: Ob. Cit. p. 188.

44 VALLENILLA, L.: Ob. Cit. p.  175-76.

45 VALLENILLA, L.: Ob. Cit. p.  181.

46 VALLENILLA, L.: Ob. Cit. p.  32.

47 VALLENILLA, L.: Ob. Cit. p.  92.

48 VALLENILLA, L.: en “Los principios constitucionales del Libertador” El Nuevo Diario, 29 de octubre de 1917.

49 BOHÓRQUEZ, C.: Ob. Cit. p. 6.

50 VALLENILLA, L.: Disgregación e Integración... Ob. Cit. P. 388.

51 VALLENILLA, L.: en “Los principios constitucionales del Libertador” El Nuevo Diario, 29 de octubre de 1917. Cf. Bolívar, Simón. “Manifiesto de Cartagena”, 1812.

52 VALLENILLA, L.: Críticas... Ob. Cit. p. 386.

53 VALLENILLA, L.: Ob. Cit. p.  348.

54 VALLENILLA, L.: Ob. Cit. p.  305.

55 VALLENILLA, L.: Criticas de Sinceridad y Exactitud, Imprenta Bolívar, Caracas, 1921, p. 349.

56 VALLENILLA, L.: Ob. Cit. p.  354.

57 VALLENILLA, L.: Ob. Cit. p.  352.

58 BOHÓRQUEZ, C.: Ob. Cit. p. 13.

59 Escritor holandés, nacido en la Haya. Su ensayo La guerra medio de selección colectiva, fue publicado en Ámsterdam en 1899, bajo el título Der kriegals sociologisches problem, siendo traducido al francés en 1907.

60 VALLENILLA, L.: Criticas de Sinceridad y Exactitud, Imprenta Bolívar, Caracas, 1921, p. 360.

61 VALLENILLA, L.: Cesarismo democrático... Ob. Cit. p. 46.

62 VALLENILLA,, L.: Criticas de Sinceridad y Exactitud, Imprenta Bolívar, Caracas, 1921, p. 156.

63 SOSA, A.: Ensayos sobre El Pensamiento... Ob. Cit. 69.

64 VALLENILLA, L.: Cesarismo democrático... Ob. Cit. p. 72.

65 Ibíd. p. 47.

66 Ibíd. p. 139.

67 VALLENILLA, L.: Críticas... Ob. Cit. p. 156.

Referencias

1. SOSA, A: Ensayos sobre El Pensamiento Político Positivista Venezolano. Centauro,  Caracas, 1985, p. 45.

2. VALLENILLA, L.: Disgregación e Integración en Cesarismo Democrático y otros textos. Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1991, p. 372.        [ Links ]

3. VALLENILLA, L.: Cesarismo Democrático, Monte Ávila Editores, Caracas, 1990 p. 86.         [ Links ]

4. VALLENILLA, L.: Críticas de Sinceridad y Exactitud. Imprenta. Bolívar, Caracas, 1921, p. 207.         [ Links ]

5. VALLENILLA, L.: Cesarismo Democrático, Monte Ávila Editores, Caracas, 1990 p. 86.        [ Links ]

6. VALLENILLA, L.: Criticas de Sinceridad y Exactitud, Imprenta Bolívar, Caracas, 1921, p. 349.         [ Links ]