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Núcleo

versión impresa ISSN 0798-9784

Núcleo v.20 n.25 Caracas dic. 2008

 

  LA NOSTALGIA EN LA NARRATIVA DE LAS DIÁSPORAS CARIBEÑAS

Mireya Fernández Merino

Escuela de Idiomas Modernos Facultad de Humanidades y Educación. Universidad Central de Venezuela-EIM-FHE-UCV . racas, 51, Venezuela. Telefax: (58 212) 605 29 24 mireyafernandez2002@yahoo.com.

MIREYA FERNÁNDEZ MERINO

 Es Licenciada en Idiomas Modernos, Magíster en Literatura Comparada y Doctora en Humanidades de la Universidad Central de Venezuela. Se ha dedicado en los últimos años al estudio de la narrativa del Caribe anglófono e hispánico y de literatura comparada. Ha participado en proyectos nacionales sobre literaturas y culturas caribeñas, financiados por el Consejo de Desarrollo Científico y Humanístico de la Universidad Central de Venezuela (UCV), e internacionales con profesores de las Universidades de Cuba y Puerto Rico. Ha publicado artículos en diversas revistas nacionales y extranjeras, así como compilaciones en colaboración con otros investigadores de la disciplina. Ha sido presidenta de la Asociación Venezolana de Estudios del Caribe (AVECA). Es profesora Titular en la Maestría de Literatura Comparada y en la Escuela de Idiomas Modernos de la UCV.

RESUMEN

La literatura de los escritores de origen caribeño no ha renunciado a representar la imagen de la isla en sus narrativas. Las ínsulas emergen de las páginas de la ficción con mayor o menor fuerza, haciendo acto de presencia y recordando el valor que tiene para los emigrantes y exiliados el pequeño espacio insular en el Caribe. La memoria recupera un tiempo de la infancia o de la juventud o el regreso al lugar de origen para revelar los sentimientos que mantienen los personajes con ese espacio. Específicamente, el presente trabajo busca analizar el papel que juega la nostalgia en la obra de estos autores. Para nuestro estudio, hemos seleccionado algunas obras representativas de Julia Álvarez, Angie Cruz, Junot Díaz, Oscar Hijuelos, Caryl Phillips, Nelly Rosario y Esmeralda Santiago, autores cuyo origen se encuentra en las islas de Cuba, República Dominicana, Puerto Rico y St. Kitts. El análisis parte de los postulados que propone Svetlana Boym en su obra The Future of Nostalgia (2001), aspectos que nos ayudarán a definir la importancia de este sentimiento en la narrativa de estos autores caribeños.

Palabras clave: islas, nostalgia, narrativa, diásporas del Caribe.

Nostalgia in the Narrative of the Caribbean Diaspora

ABSTRACT

The literature of Caribbean writers still portrays the image of their islands of origin. These islands surface unevenly from fiction, and remind us how valuable they are for immigrants and people in exile from the different islands of the Caribbean. Memory recovers moments of childhood or youth, or the return to the place of origin, thus revealing the characters’ feelings about their homeland. The aim of this paper is to analyze the role played by nostalgia in Caribbean literature. The study includes representative works by Julia Álvarez, Angie Cruz, Junot Díaz, Oscar Hijuelos, Caryl Phillips, Nelly Rosario, and Esmeralda Santiago, writers born in Cuba, the Dominican Republic, Puerto Rico, and St. Kitts. The analysis is based on the postulates which Svetlana Boym proposes in The Future of Nostalgia (2001) and which will help us determine the importance of this feeling in the narrative of these Caribbean writers.

Key words: islands, nostalgia, narrative, Caribbean diaspora.

La nostalgie dans la littérature des diasporas des Caraïbes

RÉSUMÉ

La littérature des écrivains des Caraïbes inclut encore l’image de leurs îles d’origine. Ces îles émergent des pages de fiction à des degrés différents et leur présence nous rappelle à quel point les immigrés et les exilés des Caraïbes apprécient ce petit espace insulaire. La mémoire rattrape des souvenirs de l’enfance ou de la jeunesse ou encore des lieux d’origine et révèle ainsi les sentiments des personnages envers ces espaces. Ce travail vise précisément à analyser le rôle que la nostalgie joue dans les œuvres des écrivains des Caraïbes. L’on a choisi des œuvres représentatives de Julia Álvarez, Angie Cruz, Junot Díaz, Oscar Hijuelos, Caryl Phillips, Nelly Rosario et Esmeralda Santiago. Ces écrivains sont nés à Cuba, en République Dominicaine, à Porto Rico et à St. Kitts. L’analyse est fondée sur les postulats que Svetlana Boym a proposés dans son oeuvre The Future of Nostalgia (2001). Ceux-ci nous aideront à déterminer l’importance de ce sentiment dans les œuvres narratives des écrivains des Caraïbes.

Mots clés: îles, nostalgie, narratif, diasporas des Caraïbes.

A saudade na narrativa das diásporas caribenhas

RESUMO

A literatura dos escritores de origem caribenha continua representando a imagem da ilha em suas narrativas. As ínsulas aparecem nas páginas da ficção com maior ou menor força nos textos e mostram o valor que tem o pequeno espaço insular do Caribe para os emigrantes e expatriados. As lembranças recuperam o tempo da infância, da juventude ou da volta ao lugar de origem e mostram sentimentos que têm as personagens com essas regiões. Este trabalho pretende, especificamente, analisar a importância da saudade na obra destes autores. Para nosso estudo selecionamos algumas obras representativas de Julia Álvarez, Angie Cruz, Junot Díaz, Oscar Hijuelos, Caryl Phillips, Nelly Rosario e Esmeralda Santiago, autores naturais das seguintes ilhas: Cuba, República Dominicana, Porto Rico e Saint Kitts. A análise se inicia com os postulados propostos por Svetlana Boym em sua obra The Future of Nostalgia (2001), que nos ajudaram a definir a importância deste sentimento na narrativa destes autores caribenhos.

Palavras-chave: ilhas, saudade, narrativa, diásporas do Caribe.

Recibido:   18/06/08    Aceptado:  18/08/08

Merely to name them is the prose Of diarists, to make you a name For readers who like travelers praise Their beds and beaches as the same; But islands can only exist If we have loved in them. Derek  Walcott, Islands. [Nombrarlas meramente pertenece a la prosa De los diaristas, hacerse un nombre Para los lectores que gozan de fama viajera Y son lo mismo sus camas y playas; Pero las islas solo pueden existir Si hemos amado en ellas.]1

1. TAN LEJOS Y TAN CERCA

El abandono del lugar de origen engendra el sentimiento de la nostalgia. En estos tiempos caracterizados por los desplazamientos masivos producto de las guerras, los genocidios y las persecuciones políticas, el antiguo mal du pays encuentra su nicho en el corazón de los sujetos alejados del mundo conocido, sea este un pequeño pueblo, una provincia o un país. La enfermedad del espíritu que los médicos europeos del siglo XVII curaban con opio o viajes a las montañas se convierte, con el advenimiento de la modernidad, en condición incurable. La nostalgia resurge en este milenio con nuevas vestiduras en momentos cuando la humanidad enfrenta, de manera paradójica, el acortamiento de las distancias geográficas y el ensanchamiento de las diferencias raciales, culturales y religiosas. En su estudio sobre la representación de la nostalgia en las sociedades modernas, Svetlana Boym asevera que el objeto de este sentimiento no es tanto el espacio geográfico que llamamos hogar, sino la sensación de intimidad que establecemos con el mundo; no es el tiempo pasado en general, sino ese momento imaginado cuando nos sentíamos seguros y no conocíamos añoranza alguna. La nostalgia aparece entonces como un mecanismo de defensa en un tiempo de ritmos acelerados y de agitación histórica (2001: xvi), una forma necesaria y productiva de enfrentar la pérdida y el desplazamiento (Su, 2005: 12).

La desazón que vive el ser humano en el mundo contemporáneo caracterizado por el cambio y la mutabilidad aumenta, sin embargo, cuando se ve obligado a desplazarse y vivir en medio de otra cultura y otro idioma. El lugar de origen se convierte, de forma casi inevitable, en el centro de referencia, especialmente en aquellos casos cuando el viaje adquiere los rasgos obligantes de la migración y el exilio, y los recuerdos del mundo conocido mitigan el desconcierto o la enajenación que se experimenta en tierra extranjera. La imposibilidad del retorno acrecienta la añoranza por la patria, a semejanza de los viejos nacionalismos románticos del siglo XIX. La preservación del espacio abandonado conduce a exaltar sus tradiciones y costumbres; recrearlas en la sociedad de llegada es casi un imperativo que se traduce en un conjunto de prácticas y rituales de naturaleza simbólica, de valores y normas de comportamiento caracterizados por un alto grado de formalización y simbolización más intenso que aquellos que invocan; una tradición inventada (Hobsbawn y Ranger, 1983) que ofrece consuelo colectivo ante la pérdida. La retórica de la continuidad se convierte en el filtro selectivo y purificador de la imagen del suelo natal, que borra cualquier síntoma de decadencia y permanece fiel a los recuerdos conservados en la memoria. La fidelidad al lugar de origen puede, a su vez, despertar otra tendencia, aquella en que la añoranza no está reñida con el juicio y la crítica. El sentimiento que busca mantener viva la imagen del terruño se ve sustituido por otro que medita sobre la historia y el paso del tiempo e impulsa a los sujetos a mirar la relación entre el pasado, el presente y el futuro, evadiendo el peligro de las verdades absolutas (Boym, 2001: 41-50).

La nostalgia se convierte así en un ingrediente que alimenta la identidad de los sujetos desplazados en función de su pertenencia a un espacio determinado. La primera variante, aquella que Boym denomina nostalgia restaurativa, es fácilmente reconocible en los discursos con un único argumento teleológico basados en una memoria nacional, que compensa la distancia con la restauración del lugar de origen en tierra extranjera y con el deseo de un posible retorno al país natal. La segunda, la llamada nostalgia reflexiva, nace de la memoria cultural, de las reminiscencias individuales y alienta, por el contrario, múltiples narrativas cuyo rasgo principal es la mediación entre el pasado y el presente, entre el sí mismo y el otro (2001: 41-55). Este sentimiento atraviesa el corazón de emigrantes y exiliados, para luego penetrar el sentir de los descendientes que nacen o crecen en la diáspora.2 El proceso de desterritorialización/reterritorialización que experimentan los individuos luego del abandono voluntario o involuntario del lugar de origen; el diálogo/conflicto entre dos culturas, dos tiempos y dos lugares son los elementos dominantes en la formación de la identidad de estas comunidades. Las diásporas viven en medio de los recuerdos de un tiempo y un espacio alojados en la memoria, y de las experiencias que rodean el momento y el lugar donde viven; entre la herencia del pasado y las circunstancias moldeadoras del presente. No debe sorprender entonces que la nostalgia impregne con sus notas el sentir individual y colectivo. Sea que se idealice o se piense con extrañeza o admiración, los sujetos experimentan la tendencia a recrear la tierra de origen. Un ejemplo de ello es su representación en la literatura que nace en el seno de estas comunidades.

La herencia de una identidad en función del espacio de procedencia impulsa a los escritores de las diásporas a hurgar en el recuerdo de experiencias vividas o de historias contadas por los padres y abuelos, y rescatar las imágenes de aquel rincón bucólico o citadino guardado en la memoria. La escritura sirve de catarsis al dolor de la distancia o a la ausencia de recuerdos personales. Los autores recorren el viejo camino iniciado en la antigüedad, cuando poetas y pensadores experimentaron la adversidad del destierro y plasmaron en el papel la expulsión de la casa o de la tierra, la distancia insalvable, perenne muchas veces, que revela las entrañas del exilio. Los antiguos dramas y poemas recorren, como describiese María Zambrano, la condición del exiliado, la salida del lugar inicial, de la patria y de cada posible patria, de las posesiones dejadas al huir, de la sombra tentadora del espacio conocido (1990: 38). La creación literaria ha buscado redimir el dolor causado por la pérdida a través de la palabra. En la actualidad, la tradición se ve remozada por la escritura de las nuevas migraciones y sus experiencias cercanas o distantes a las de aquellos poetas y trovadores de la antigüedad.

2. LA NARRATIVA DE LAS DIÁSPORAS CARIBEÑAS

Este es el caso de los escritores de las diásporas caribeñas. La región del Caribe se proyecta ante el mundo como un espacio de migraciones continuas que ha engendrado una “psique caribeña proclive a la errancia” (Giménez, 1991: 148). Los viajes de conquista y colonización que insertaron el archipiélago en la geografía y la historia del mundo occidental pueden ser vistos como corrientes migratorias, que arrojaron a miles de personas a las costas antillanas, en calidad de esclavos o señores. La antigua Europa y la madre África despertaban en aquellos pobladores el sueño del regreso. Tras varias centurias de sentirse ajenos a estas islas, sus habitantes han echado raíces en su suelo. Ironías del destino: la enajenación y el extrañamiento han sido sustituidos por el arraigo y la pertenencia.

Los nuevos desplazamientos del siglo XX reviven el sentimiento de la nostalgia. La ruta migratoria es ahora hacia el norte, hacia las ciudades cosmopolitas de Europa y, sobre todo, de Estados Unidos. Un viaje inverso que produce un viraje, pues los recuerdos de los isleños y sus descendientes se alejan de las viejas metrópolis imperiales y toman rumbo hacia el lejano y cálido territorio insular. Resulta entonces comprensible que las islas busquen acomodo en la producción literaria de las diásporas. El lugar de origen surge en las obras para recordar que es allí donde se encuentra el núcleo familiar y cultural de esas comunidades. Las nuevas vivencias de los sujetos en el espacio metropolitano propician el surgimiento de una mirada diferente sobre el país natal. Los tópicos reiterados de la literatura del exilio y del desplazamiento: la idealización del paisaje evocado, la recuperación del pasado a través de la memoria reaparecen en esta literatura (Mateo Palmer y Álvarez Álvarez, 2004: 161). El sentimiento de la nostalgia matizará la escritura.

Un breve recorrido por algunas de las novelas escritas por hombres y mujeres de las diásporas caribeñas nos confirma que la isla es una presencia que se repite en la creación literaria, sea como telón de fondo de la historia o como centro de la trama. Su representación está unida al imaginario colectivo que alimenta y se retroalimenta de la experiencia personal de cada individuo dentro de la comunidad, conjunto de imágenes que los escritores toman y recrean a su vez en la ficción. Las obras dibujan las islas evocando experiencias vividas o apropiándose de los recuerdos     reales o imaginarios de aquellos que habitan en las grandes metrópolis del hemisferio norte. Transportarlos al mundo de la escritura es su tarea. La ínsula surge entonces en las narraciones, tímida u osada, haciendo acto de presencia. Las novelas entrelazan la descripción de un espacio preciso y de unos lazos afectivos que unen al sujeto con su tierra de origen.  La idealización dialoga con la  mirada crítica. Constatemos cómo la representación de las islas emerge en el mundo de la ficción envuelta en un aura de nostalgia.

2.1 La nostalgia en la narrativa de las mujeres

El territorio insular cobra forma en la novela Song of the Water Saints (2003) de la autora dominicana Nelly Rosario. La saga familiar que recorre la vida de Graciela, Mercedes, Amalfi y Leila atraviesa también la historia de República Dominicana desde 1916 hasta 1999. La invasión estadounidense, la dictadura de Trujillo y la migración a los Estados Unidos se entrelazan con las vivencias de los personajes para dar a conocer sus logros y limitaciones en la isla y el continente. Pero son los episodios que transcurren en suelo insular aquellos que acaparan el espacio y el tiempo de la ficción. Nelly Rosario recrea el lugar de origen como un campo de sembradíos escasos, de puestas de sol y noches de fiesta en el caserío, envuelto en un aura de magia que mitiga la humildad y la pobreza que rodea a los personajes. Las escenas cotidianas pueblan el relato: la construcción de una humilde casa, el cultivo de la parcela con yuca, caraotas o plátanos, el trayecto al mercado, las celebraciones improvisadas alrededor de una fogata tomando ron y escuchando los cuentos de los ancianos, los paseos por la plaza de la pequeña ciudad, las lluvias transformadas en huracanes. La imagen costumbrista de una República Dominicana rural que avanza a paso forzado con el siglo se abre ante los ojos del lector. El tono monótono de la descripción unido al transcurrir de las acciones que  marcan la vida de los personajes femeninos, su rutina casera, dibujan la isla sumida en una tranquilidad aparente, desmentida por las referencias a la ocupación yanqui, la retirada de las tropas, el progreso ilusorio del  gobierno de Horacio Vásquez, la opresión de Trujillo y la masacre de los haitianos. La  autora  ha  recreado  una  imagen  de  la  isla  desde  el  sentir  de  los  personajes  femeninos.

La vida de cada una de las mujeres parece responder simbólicamente a un momento preciso de esa historia de tradiciones patriarcales y sometimiento político tanto al poder de los Estados Unidos como a la fuerza dictatorial dentro de la nación. Los deseos y pequeños logros de los personajes femeninos revelan la insatisfacción ante el mundo que los rodea y el despertar paulatino a otra manera de concebirlo. El anhelo de Graciela de traspasar los linderos de su humilde casa y viajar por la isla  es el pequeño grito de libertad del personaje a sus limitaciones como mujer y una denuncia indirecta a la ocupación del territorio dominicano. El trabajo de Mercedes en la bodega del árabe Mustafá, su destreza con los números y las mejoras que introduce en el negocio, es su rebelión a los prejuicios sociales y, en cierta forma, al orden establecido durante la dictadura. La permanencia de Adalfi en la isla, pese a la migración de su madre Mercedes y su pequeña hija Leyla al país del norte, es un signo de resistencia ante la adversidad y la pobreza que impulsa el abandono de la patria. La narración revela la historia de una isla que ha soportado la embestida de temporales sociales y políticos. Nelly Rosario ha escogido representar el lugar de origen desde la cotidianidad de los personajes y con ello ofrecer una mirada diferente de la historia de República Dominicana, entrelazando la ínsula y el sentir de sus mujeres; una manera otra de delinear la geografía de ese espacio llamado hogar. El tono cálido que acompaña la descripción, pese a las desventuras o limitaciones que se relatan, manifiesta la mirada nostálgica por una isla que ya forma parte del pasado.

La ínsula cobra forma también en la novela de Julia Álvarez, How the García Girls Lost their Accents (1992). Los recuerdos trasportan al lector a un tiempo de correrías por los jardines de la casa familiar cuando las hermanas García jugaban con sus primos y disfrutaban de la algarabía de la niñez, vigiladas por un séquito de nanas y cuidadoras en aquel mundo de aparente tranquilidad que era la República Dominicana durante la época de Trujillo; tiempo de inocencia recuperado al inicio del relato cuando Yolanda adulta regresa a su tierra natal y saborea una guayaba, cuyo perfume embarga al personaje de sensaciones vividas durante la infancia. Julia Álvarez le imprime un tono de nostalgia a la novela a partir de esa escena inicial que rememora el gusto por la fruta tropical. La sensación que despierta el aroma y el sabor intensos en el personaje induce a creer en la posibilidad de un retorno. El viejo sueño de los emigrantes y exiliados cobra forma en las primeras páginas de esta obra. La ficción, sin embargo, pronto se encarga de borrar tal posibilidad.

El paseo que lleva al personaje a visitar la hacienda de uno de los primos y hacer una parada en el trayecto para recoger de los árboles la tan ansiada fruta despierta a la joven de su fantasía. El temor que siente cuando su auto se queda varado en el camino, el recelo ante la presencia de los hombres que trabajan en el campo y se acercan a ayudarla, la imposibilidad de emitir palabra alguna en español y refugiarse en el inglés al ser confundida con una “americana”, revelan la distancia que separa a la mujer de su terruño natal. El posible regreso a casa se desvanece. La narración asume, a partir de ese capítulo inicial, la forma de un viaje a la inversa que desanda la vida de las hermanas García desde el presente de la historia, en 1989, ya adultas y firmemente establecidas en los Estados Unidos, hasta llegar a aquellos años de su infancia en la República Dominicana entre 1956 y 1960, cuando huyen del régimen de Trujillo y comienza el exilio familiar. La narración en reversa muestra los cambios  ocurridos  en  la  vida  de  los  personajes:  su  integración  a  la  sociedad estadounidense, el proceso de adaptación que atraviesan, para describir, por último, los días felices en la ínsula y la pérdida de esa dicha cuando las acciones subversivas del padre conducen a todos a abandonar el espacio caribeño.

El  sentimiento  que  embarga  a Yolanda  en  las  primeras  páginas  de  la  obra encuentra en la construcción del relato su justificación. Esa manera de contar la historia enfatiza la distancia emocional y física que separa el presente de las hermanas de aquellos primeros años en la isla. La inocencia se ha perdido así como el acento de las jóvenes ha ido cambiando a medida que su estancia en los Estados Unidos se      convertía  en  permanencia  definitiva  y  los  personajes  asumían  el  estilo  de  vida norteamericano; un modo de vida independiente lejos de la imagen tradicional de esposas y madres impuesta a las mujeres en el país natal. La nostalgia surge entonces por un tiempo y un espacio específico, la infancia en República Dominicana cuando el orden y la seguridad de la casa familiar cobijaban a las García y las protegían de los desmanes de la dictadura; una isla dentro de la isla que desaparece cuando los esbirros de Trujillo traspasan sus muros. El viaje inverso revela la imposibilidad del retorno. Aquel lugar ya no existe; solo permanece en los recuerdos. El relato desanda las huellas y hace visible los cambios en el personaje, tanto las pérdidas emocionales como las ganancias: la libertad y la emancipación personal alcanzadas en la nueva sociedad a cambio de un cierto acento, a cambio de vivir lejos de la ínsula.

Julia Álvarez recrea el sentimiento que anida en el corazón de aquellos que se han  visto  obligados  a  abandonar  el  espacio  conocido  y  aventurarse  en  tierra extranjera. El  lugar  de  origen  se  encuentra  representado  por  las  imágenes  que dibujan de manera simultánea la isla, la casa, la familia. La autora traduce en las páginas de la ficción esa emoción que anida en el interior de todo sujeto cuando mira hacia el  pasado  y  añora  el  tiempo  de  la  infancia  o  la  juventud.  La  condición  de  los personajes,  su  vida  en  la  diáspora,  acrecienta  ese  sentimiento,  pues  aquellos momentos conservados en la memoria coinciden con los años vividos en el Caribe antes  de  abandonar  su  territorio. La  isla  es  más  que  un  lugar; es  un  tiempo  de inocencia cuando la dictadura no había mancillado la vida de las hermanas García ni las había obligado a navegar el incierto mar de las diferencias en suelo continental. El tono existencial de las primeras páginas, la nostalgia sentida por la joven Yolanda cuando regresa a la casa familiar, corresponde con ese sentimiento que en la novela une un espacio y un tiempo precisos: los primeros años de vida transcurridos en la República Dominicana.

La imagen de esta Antilla reaparece en la novela Soledad (2001) de Angie Cruz. La autora -de origen dominicano nacida en Brooklyn- recrea la isla de La Española como el espacio primigenio a donde acuden el personaje de Soledad y su madre, desde Nueva York, para sanar las heridas del cuerpo y del alma que han ido acumulando tras largos años de desencuentro. Un viaje de regreso a los orígenes simbolizado en la escena última de la novela, cuando la joven se sumerge en la profundidad abismal del estanque dentro de la cueva y resurge con el espíritu limpio y tranquilo de quien ha regresado de un tiempo y un espacio prístinos:

And when I surrender the warmth of the water, I feel the past, present and future become one. My mother becomes the ocean and the sky, wrapping herself around me. I can’t remember where I am or where I’m going, but when my mother’s photograph flips over I see this window to another world. (Cruz, 2001: 227) 

 

[Y cuando me rodea la calidez del agua, siento el pasado, el presente y el futuro ser uno. Mi madre se convierte en el océano y el cielo que me envuelve. No puedo recordar dónde estoy o adónde voy, pero cuando la fotografía de mi madre flota sobre mí puedo ver la entrada a otro mundo.]3

 

El contenido simbólico de la escena evoca el origen de la vida, la madre tierra o el vientre materno, espacio completo y perfecto. La isla es el axis mundi, centro primordial a donde el personaje y su madre regresan para encontrar el equilibrio.

 

Haciendo eco a estas últimas representaciones, las novelas de Esmeralda Santiago y Judith Ortiz-Cofer dibujan también la isla natal bajo el velo de la nostalgia y la idealización. En las obras de estas autoras emerge un Puerto Rico rural, edénico, donde la belleza del paisaje y la presencia de la familia compensan las limitaciones económicas y los prejuicios sociales; una descripción que se asemeja a aquellas que hace Nelly Rosario de su lugar de origen.

El territorio insular cobra vida nuevamente a través de la mirada de los personajes femeninos en la narrativa de Santiago. En su primera novela de corte autobiográfico, Cuando era puertorriqueña (1994), Negi, la protagonista, imagina la isla “como una mujer cuyo cuerpo era un jardín de flores, sus pies acariciados por las olas del mar, sus cielos sin nubes” (1994: 84). En otra de sus obras, America’s Dream (1996), la distancia hace que el personaje de América recuerde la pequeña isla de Vieques como un espacio de verdes colinas, luz amarilla y cálido sol; de brisa salada y casas de techos planos (1996: 213). En la novela de Judith Ortiz-Cofer, La línea del sol  (1996), el personaje de Rafael describe el Valle de la Cabra, en el interior de Puerto Rico, como una pequeña ínsula ejada de los prejuicios del pueblo de Salud donde su amigo Guzmán vive su historia de amor:

El río, que ahora estaba un poco crecido por los aguaceros diarios, hacía un ruido agradable, como el murmullo de una mujer. Hasta la vieja casa se veía limpia y brillante, como barnizada por la lluvia bajo  el  sol  del  atardecer. En  pocas  semanas  el  río  se  inundaría como lo hacía todos los años, y los dos amantes estarían a salvo   como  si  estuvieran  en  un  castillo  rodeado  por  un  foso. (Ortiz-Cofer, 1996: 92).

La escritura de estas autoras enlaza las imágenes de la isla y de la mujer para describir el lugar de origen como un espacio primigenio, madre-tierra que acoge y cobija a sus habitantes. Las escritoras han apelado a la carga simbólica para enfatizar el cordón umbilical que vincula a los sujetos de las diásporas caribeñas con el espacio insular. El  tono  nostálgico  que  caracteriza  las  descripciones  enfatiza  los  lazos  de pertenencia que mantienen los personajes con la isla, sin que ello signifique obviar las  precarias  condiciones  o  los  abusos  que  enfrentan  las  protagonistas  de  estas historias en su suelo natal, motivos principales de su destierro.

2.2 Cuando los hombres dibujan la isla

Esta manera de representar las Antillas no es ajena a la producción literaria de los  escritores  de  origen  caribeño. En  la  novela  de  Oscar  Hijuelos  Los  Reyes  del Mambo  tocan  canciones  de  amor  (1990), la  nostalgia  es  uno  de  los  ingredientes principales de esta obra donde el autor recrea la migración cubana a Nueva York durante los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo, cuando la efervescencia de los ritmos caribeños en la metrópoli norteamericana atraía a los músicos del Caribe.La trama desanda las aventuras y desdichas de César Castillo y su hermano Néstor: la infancia en un remoto pueblito de provincia en la isla de Cuba, la violencia paterna, el recuerdo amoroso de la madre, su vida como músicos en las grandes ciudades insulares, Santiago y La Habana; la migración al continente, sus éxitos y fracasos en la cosmopolita ciudad.

El grueso de la novela se construye principalmente a través de la mirada de César, de los recuerdos que evoca el personaje en esas horas previas a su muerte cuando rememora los momentos cruciales de su vida acompañado únicamente por unas cuantas botellas de licor y el sonido melancólico de la música, en especial de la canción que catapulta la fama de los Reyes del Mambo por un corto tiempo: Bella María de mi alma, una melodía quejumbrosa escrita por su hermano Néstor, cuya primera estrofa condensa el dolor causado por un pasión imposible: “¿Oh, tristeza de amor, por qué tuviste que venir a mí?Yo estaba feliz antes que entraras en mi corazón” (Hijuelos, 1990: 548). La actitud taciturna de Néstor, su atadura irracional a la imagen de la mujer que lo abandona, son los rasgos empleados por Hijuelos para recrear la figura del sujeto que no logra rehacer su vida en la sociedad adonde emigra. Como la esposa de Lot, Néstor Castillo ha quedado petrificado en el pasado. La frase

Era un hombre atormentado por los recuerdos, como lo sería, treinta años más tarde, su hermano César Castillo. Un hombre que acariciaba la equívoca ilusión de que el simple hecho de componer una canción sobre María podía hacer que esta volviera a su lado (Hijuelos, 1990: 69)

sintetiza, de cierta manera, la forma y el contenido de la novela. La trágica muerte del personaje en un accidente desencadena el fluir de la nostalgia que se derrama a lo largo de las casi seiscientas páginas que tiene la obra en su traducción al español, contagiando el relato de los otros personajes.

Así, la historia de César se inicia y se cierra en el cuartucho del hotel Splendor donde el viejo inmigrante cubano rememora su niñez y juventud en la isla, y sus experiencias como adulto en la ciudad de NuevaYork, cuando la pasión por la música y por las mujeres llenaba la vida del protagonista. Su relato representa la nostalgia por un tiempo anterior que conjuga vivencias en el lugar de origen y en el continente. Las escenas en que el personaje recuerda los cuidados amorosos de la madre están cargadas del mismo tono sentimental que aquellas que describen el vigor sexual de sus años mozos, sus aventuras amatorias y las largas noches en los locales nocturnos de la Gran Manzana tocando junto a su hermano Néstor. La evocación de sus inicios como cantante en la provincia cubana es dibujada con los mismos trazos melancólicos que los logros de la orquesta en los locales nocturnos de la metrópoli.

La añoranza se propaga como una onda que penetra e impregna la narración. El sentimiento que inunda las páginas de la novela no se queda en las vivencias de los dos hermanos. Sus historias están enmarcadas por el recuerdo de Eugenio, el hijo de Néstor, quien rememora a su vez el éxito alcanzado por su padre y su tío cuando aparecen en la serie de comedia, Yo quiero a Lucy, junto a Desy Arnaz y Lucille Ball, y cantan su famosa melodía. El episodio traduce en la imagen televisiva la  condición de los hermanos: dos músicos que llegan desde Cuba a visitar a su primo Ricky Ricardo y tocan en el programa la bella canción que han compuesto. La breve secuencia reproduce los esfuerzos del joven por despertar a su deteriorado tío, para que mire junto a él la repetición del programa y contemplar la imagen de su padre; escena que se repite nuevamente al final de la novela, cuando el joven visita al ya anciano y retirado Desy Arnaz en su  mansión de Los Ángeles, y ambos recuerdan a los hermanos Castillo y su aparición en televisión.

La escena dibujada con detalle, tanto al inicio como al cierre del relato, enfatiza la nostalgia por aquellos años cuarenta, cuando los directores y cantantes cubanos se hicieron presentes en los Estados Unidos; huella del  Caribe en el continente que recupera el autor en el momento en que pone a dialogar a los personajes de la obra con la figura de Desi Arnaz en su papel de Ricky Ricardo. La construcción en abismo, la vida de Néstor dentro de los recuerdos de su hermano César y los de estos a su vez contenidos en el breve relato de su sobrino, sitúa las historias en  perspectiva. El joven es el depositario final de las experiencias y recuerdos de su familia. La canción, por su parte, sintetiza la nostalgia que contagia cada línea de la narración. Bella María de mi alma traduce el amor imposible del más joven de los Castillo para luego convertirse en recordatorio de la figura de Néstor en los relatos de César y su sobrino Eugenio. Pese a que el título de la obra hace referencia al mambo, uno de los ritmos más pegajosos popularizado por las grandes orquestas tropicales en los Estados Unidos, Oscar Hijuelos ha escrito un relato en clave de   bolero para transmitir la nostalgia que sienten las viejas generaciones y también las más jóvenes de la diáspora cubana por ese tiempo anterior al que solo se puede acceder a través de los recuerdos; experiencia a la que no es ajeno el propio escritor. Este  sentimiento  vuelve  a  impregnar  las  páginas  de  otra  de  sus  novelas,  La emperatriz  de  mis  sueños  (2001),  cuando  Lydia  España,  el  personaje  principal, rememora los momentos de su infancia y adolescencia en el seno de una familia acomodada de la isla. La distancia y la imposibilidad del regreso engrosa la nostalgia por un tiempo y un espacio perdido. El contraste entre la situación presente de la protagonista y su pasado acentúa el sentimiento. Lydia España pasa de ser la niña mimada de su padre, un alcalde de provincia cuyos bienes alejaban a la familia de las penurias que enfrentaban la mayoría de los cubanos, a convertirse en la mujer de limpieza que mantiene el orden y la pulcritud en los hogares de profesores univer- sitarios y acomodadas familias de Manhattan.

La  narración  transita  sin  sobresaltos  la  vida  anodina  que  vive  el  personaje, aderezada con los recuerdos de su vida feliz en la isla y sus primeros años en Nueva York, cuando la fogosidad sexual compensaba el duro trabajo en las fábricas y su tediosa rutina como mujer de servicio. A semejanza de la obra anterior, el personaje revive su infancia y juventud, espacio de la memoria donde se refugia tras la fatiga y la decepción de no haber hecho realidad el sueño americano:

Muchas veces, mientras fregaba los suelos, rememoraba los días de su pasado glorioso. Además de ser el alcalde de su pequeña ciudad, su padre, don Antonio Colón, era propietario de varios negocios, entre ellos una panadería y varios almacenes, la Bodega Colón, que ocupaban un chaflán popular, cerca de la plaza de la iglesia. Como decía a sus hijos hasta la saciedad (¿si ella había sido tan rica por qué ellos ahora eran tan pobres?), vivían en una calle sombreada y verdeante, y hubo un tiempo en que ella tenía una docena de muñecas de fantasía, un ropero de bellos vestidos, una cama con almohadones bordados y un dosel de encaje francés. (Hijuelos, 2001: 50)

El reacomodo forzado por la autoridad paterna, el paso de una existencia holgada en la isla a una de restricciones perennes en la metrópoli norteamericana, alienta esa manera de endulzar la vida llenándola de añoranzas y ensoñaciones diurnas.

El tono melancólico y nostálgico domina la narración en las dos novelas de Hijuelos. La figura de los inmigrantes en ambas historias potencia el sentimiento que acompaña a aquellos obligados a abandonar la patria, sea cual fuere la causa o el motivo del desplazamiento. Los recuerdos que asaltan a los personajes rescatan un tiempo anterior cuando la inocencia y la seguridad de los afectos compensaban cualquier otra circunstancia. La época de la juventud en la ciudad se imbrica con la infancia en la isla para potenciar el estado de bienestar, cuando los tintes de la nostalgia eran desconocidos. Las figuras de la madre y de la isla se yuxtaponen para alimentar la descripción del lugar de origen como un espacio de equilibrio, imagen congelada que resiste la pátina del tiempo.

La idealización de la isla en las novelas de Hijuelos cede el paso al desconcierto y a la mirada crítica en las obras de otros autores de origen caribeño. El territorio insular a donde regresa Bertram Francis, el personaje de A State of Independence (1988), una de las primeras novelas de Caryl Phillips, no es el mismo que dejó veinte años atrás. El protagonista contempla las calles a su alrededor y cree reconocer en ellas escenas ya vividas: niños semidesnudos corriendo por la calzada, hombres jugando dominó en las aceras, jóvenes uniformados regresando de sus clases en los colegios; imágenes de su infancia y juventud grabadas en la memoria que dibujan el  espejismo de una posible vuelta a casa. El sueño, sin embargo, se desvanece en el primer encuentro con su madre y su mejor amigo. El rencor y la hostilidad hacia el personaje son los sentimientos que embargan a aquellos que se quedaron en la isla y que ahora pasan factura al recién llegado. El lugar de la pertenencia no espera con los brazos abiertos a los que la abandonaron. La isla ha alcanzado su independencia de Inglaterra y comenzado alianzas con el nuevo imperio que surca las aguas del Caribe, los  Estados  Unidos  de América. Los  lazos  con  la  vieja  metrópoli  se  han debilitado así como los vínculos familiares de Bertram se han perdido con el paso de los años. La ínsula es otra. El regreso rompe la imagen preservada en la memoria.

 

La  novela  cierra  con  un  final  donde  el      personaje  se  interroga  sobre  su  futuro mientras contempla lo que será la marca de los nuevos tiempos en la isla:

  He tried hard to imagine how he might cope, were he to make peace with his own mediocrity and settle back on the island.  And then he glanced upward. He saw a man who, at this time of the morning and considering what was happening in Baytown, appeared unreal. The  man  was  threading  wires  from  telegraph  pole  to telegraph pole, as though trying to stitch together the island’s villages with one huge loop. Then Bertram remembered. That evening the people would receive their first cable television pictures, live and direct form the United States. Bertram waved courteously to the man and turned away. Then he spat. He ground the spittle into the Tarmac  with  the  tip  of  his  shoe. And  then  he  walked  on  and wondered if later this same day he should ask Mrs. Sutton how he might help his mother. (Phillips, 1988: 158)

     [Trató de imaginar cómo podría arreglárselas, cómo hacer las paces con su propia mediocridad y establecerse en la isla.Y entonces miró    hacia arriba. Vio a un hombre que parecía irreal, dada la hora de la mañana   y   lo   que   estaba   sucediendo   en   Baytown,  pues   se encontraba colocando cables de un poste de telégrafo a otro como si tratara de unir los poblados de la isla con una gran lazada. En ese momento  recordó.  Esa  tarde  las  personas  podrían  mirar  por primera vez las imágenes de televisión por cable, en vivo y directo desde los Estados Unidos. Bertram saludó cortésmente al hombre y siguió  su  camino. Luego  escupió  y  enterró  el  escupitajo  en  el asfalto con la punta de su zapato para luego caminar y preguntarse si más tarde, ese mismo día, debería preguntar a la señora Sutton cómo podría ayudar a su madre].

 La historia de Bertram Francis revela, a semejanza de la historia de Julia Álvarez, la  dificultad  del  regreso  y, en  particular, los  cambios  que  experimentan  las  islas  mientras los emigrantes se encuentran lejos de su tierra natal. Pese a las escenas  cotidianas que el personaje contempla a su regreso y que crean el espejismo de que  el tiempo no ha transcurrido, nada es igual tras la larga ausencia; tampoco lo es el personaje quien regresa con las manos vacías y sin el título de abogado que motivó la migración a la metrópoli. Los recuerdos no diluyen la transformación del territorio insular y sus habitantes. El relato revela el paso de la nostalgia a la realidad, la caída de ese velo que ha ocultado a los ojos de los emigrantes los cambios políticos y sociales ocurridos en el lugar de origen y que hacen sentir al personaje como un  extranjero. Caryl Phillips trasciende la añoranza que despierta la isla en los habitantes de las diásporas para ofrecer una mirada diferente del espacio de los afectos y la pertenencia. La imagen idealizada cede terreno a una descripción que se ajusta más a la experiencia real de aquellos que buscan regresar y encuentran que todo ha cambiado, empezando por ellos mismos. La nostalgia se diluye en esta obra.    

Una  visión  de  la  isla  alejada  de  todo  romanticismo  podemos  igualmente encontrarla  en  Drown  (1997),  la  primera  compilación  de  cuentos  del  escritor dominicano Junot Díaz, donde se describe las penurias que vive la familia de Yunior  en la República Dominicana y su migración a Nueva York.  A través de la mirada del narrador protagonista recorremos las calles de un barrio marginal en la capital o del pueblo donde suele pasar los veranos, mientras su madre trabaja intensamente o cuando la situación económica es tan apremiante que no tiene otra salida que enviar a sus hijos al campo. La descripción se aleja de la imagen idílica que encontramos en las historias de las narradoras de origen dominicano. A la pobreza de la ciudad se suma el atraso que impera en el pueblo, aspecto que queda evidenciado en el relato a través de la atmósfera de letargo, de tiempo detenido que caracteriza la narración:

Mami shipped me and Rafa out to the campo every summer. She worked long hours at the chocolate factory and didn’t have time or energy to look after us during the months school was out. Rafa and I stayed with our tíos, in a small wooden house just outside Ocoa; rosebushes blazed around the yard like compass points and the mango trees spread out deep blankets of shade where we could rest and play dominos, but the campo was nothing like our barrio in Santo Domingo. In the campo there was nothing to do no one to see.You didn’t get television or electricity and Rafa, who was  older  and  expected  more, woke  up  every  morning  pissed  and dissatisfied. He stood out on the patio in his shorts and looked out over the mountains, at the mists that gathered like water, at the  brucal trees that blazed like fires on the mountain. This, he said, is shit.(Díaz, 1997: 4)

     [Mami nos mandaba al campo cada verano. Ella trabajaba muchas horas en la fábrica de chocolate y no tenía tiempo o energía para cuidar de nosotros durante esos meses que no había escuela. Rafa y yo nos quedábamos con nuestros tíos en su casa de madera a las afueras de Ocoa. Los rosales marcaban el espacio alrededor del patio como si fueran puntos de un compás y los árboles de mango extendían sus mantos de sombra donde podíamos descansar y jugar dominó. Pero el campo no era nada comparado con nuestro barrio en Santo Domingo. Allí no había nada que hacer o que ver. No había ni televisión ni electricidad. Rafa, que era mayor que yo y deseaba más cosas, se levantaba cada mañana de mal humor e insatisfecho. Se paraba semi desnudo en el patio y miraba hacia fuera, hacia las montañas;  la  bruma  se  esparcía  como  lluvia,  los  flamboyanes   resplandecían como fuego en las colinas. Esto es una mierda, decía].

La  mirada  del  adolescente  está  cargada  de  la  inconformidad  propia  de  esa edad  en  que  se  busca  aventuras  y  acción.  Pese  a  la  frustración  del  joven,  la descripción no puede borrar por completo la belleza bucólica del lugar. Sin embargo, la humilde vivienda, la carencia de servicios, los trabajos limitados que realizan los habitantes  enfatiza  la  estrechez  de  oportunidades  que  justifica  la  migración  que emprende la familia, luego de que el padre logra establecerse en Nueva York. Díaz  se distancia de la idealización de relatos como los de Hijuelos y describe una isla y sus males endémicos.

3. DE UNA A OTRA NOSTALGIA

Los autores de origen caribeño han recreado el espacio insular en la ficción, sea que se idealice o se describa de manera crítica. La síntesis de las historias permite constatar  cómo  su  descripción  está  entrelazada  con  el  delicado  mundo  de  las relaciones familiares. Las obras dibujan los afectos anclados en la otra orilla. Apegos, rencillas, amores frustrados, pasiones extremas conforman el rosario de emociones que alimenta la ficción y nos conduce a través de los intricados lazos que unen o alejan a los sujetos de las diásporas del territorio insular. Recordemos que huir de la dictadura es la razón que impulsa la salida de las hermanas García de la isla o cómo el  repudio  del  padre  obliga  a  Lydia  a  abandonar  la  estabilidad  económica  y  emocional de su familia, y convertirse en una mujer de limpieza en el país del norte.  El orden patriarcal o el sistema político empujan a los personajes a emprender un viaje sin retorno. Pese a ello, los héroes y heroínas de la ficción añoran el tiempo de la infancia o la juventud cuando la armonía dominaba las relaciones familiares. Lydia recuerda la casa paterna así como Yolanda mantiene el contacto con sus tíos y primos de la isla, a la que regresa tras larga ausencia. Los personajes masculinos cultivan de igual manera el vínculo con el lugar de origen. Pese a haberse alejado  de su casa por la severidad y maltrato del padre, César Castillo evoca los recuerdos de  la  niñez  y, sobre  todo, las  caricias  pródigas  de  la  madre; imagen  que  raya  por  momentos en la cursilería dado el excesivo tono emotivo así como del erotismo que impregna la descripción, imprimiendo a la escena de un contenido digno del  sofá de cualquier psicoanalista.                                                 

Las figuras de la madre o la mujer se superponen a la descripción del espacio  en varios de los relatos y amplían el contenido simbólico asociado a los orígenes. Las imágenes femeninas dan forma a la configuración discursiva del territorio insular. La  isla es un espacio que protege y acoge, pero también que encierra y ahoga. El deseo de  permanecer  y  de  alejarse  está  presente  en  el  corazón  de  los  isleños.  Su representación se llena entonces de los valores simbólicos que despliega el arquetipo materno: tierra y mujer, vientre del mundo y del ser humano, lugar primordial al que se espera regresar, pero del que se parte en búsqueda del sí mismo.

El breve recorrido por algunas obras muestra cómo la imagen de la isla caribeña  atraviesa esta narrativa y cómo la distancia impulsa a los escritores a mirar hacia el  pasado para recrear el espacio abandonado, los hogares imaginarios que habitan en sus mentes (Rushdie, 1992: 10). El deseo de recuperar un espacio y tiempo perdidos conduce a los autores a posar su mirada en las islas, hurgar en los recuerdos de la  niñez, en  aquellos  otros  heredados  de  sus  padres  y  abuelos, o  en  la  memoria colectiva que anida en la comunidad donde habitan, para ofrecer una visión múltiple del lugar de origen. La descripción está marcada por una profunda carga emotiva que se construye a partir de la relación espacio geográfico/espacio familiar.

La lectura revela cómo la nostalgia impregna las novelas de Julia Álvarez,  Angie Cruz, Nelly Rosario y Oscar Hijuelos. Las autoras de origen dominicano y el escritor  de  raíces  cubanas  sucumben  ante  el  peso  emocional  que  ejerce  la  isla  en  el imaginario de la diáspora. El género no parece marcar una diferencia substancial en el tratamiento del tema. La idealización está presente tanto en la obra de Rosario y su descripción de la bucólica Santo Domingo, por ejemplo, como en Hijuelos y las emociones que despierta la Antilla mayor en los personajes de Lydia España y los hermanos  Castillo.  La  diferencia  la  marcan  Junot  Díaz  y  Caryl  Phillips  cuyas narraciones carecen del tono emotivo que modula el contenido de las otras novelas. Sin embargo, la ausencia de este rasgo no minimiza la importancia que le conceden a ese espacio vital.

Las notas de una nostalgia reflexiva que recupera el espacio insular y lo describe con detalle, revelando simultáneamente sus virtudes y defectos, es la característica común  que  matiza  la  producción  de  las  diásporas  caribeñas. Como  fabuladores modernos, estos  hombres y  mujeres  han  logrado  llevar a  la página en  blanco el conjunto de imágenes y creencias acerca de esas islas; apropiarse del magma de significaciones imaginarias que arrastra consigo la comunidad ha sido su tarea. En conjunto, no  han  prescindido  del  tono  nostálgico  que  acompaña  los  recuerdos; tampoco han dejado que este desdibuje las verdaderas condiciones que imperan en el territorio insular. La escritura restaura el espacio sin caer en el estereotipo idealizado del paraíso tropical o en la crítica exacerbada que denigra del lugar de origen; un equilibrio entre la nostalgia que impulsa la reificación de las islas y aquella que mira y analiza su transformación es el logro alcanzado en las obras. La creación se aleja de las imágenes absolutas y congeladas en el tiempo para ofrecer al lector una descripción más genuina del territorio insular. La nostalgia ofrece a los escritores un modo de imaginar y representar plenamente el espacio ausente, de articular el dolor por la distancia con las circunstancias del presente (Su, 2005: 9), de aceptar las contradicciones de vivir y ser parte de las nuevas comunidades que se fundan lejos de  la  tierra  de  origen,  un  reto  ético  y  creativo  y  no  un  mero  pretexto  para melancolías de medianoche (Boym, 2001: XVIII). De esta manera, Julia Álvarez, Angie Cruz, Junot Díaz, Caryl Phillips, Judith Ortiz-Cofer y Nelly Rosario mantienen viva la imagen de las ínsulas a través de esta narrativa que nace en el continente, pero que tiene sus raíces ancladas en el archipiélago caribeño.

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Notas:

1 Walcot (1993), Islas. La traducción y edición de esta obra estuvo a cargo de José Carlos Llop.

2 El término diáspora ha pasado a ocupar un amplio espacio semántico que trasciende su significado de dispersión de un pueblo. Su relación con otros conceptos afines como exilio y migración; con el problema de las identidades étnicas, religiosas y nacionales; con fenómenos como el nacionalismo y las fuerzas globales transnacionales ha obligado a los especialistas a profundizar sobre su uso y diferenciación. Son muchos los autores que se han dedicado a su estudio; entre ellos podemos nombrar a J. Boyarin y D. Boyarin (2002), J. Clifford (1994), S. Hall (2003), W. Safran (1991), G. Sheffer (2003), K. Tölölyan (1991, 1996). La mayoría reconocen las siguientes características para definir el fenómeno de la diáspora: abandono del lugar de origen por parte de las personas o de sus antepasados; conexión con ese espacio, real o imaginado, cuya consecuencia directa es la idealización de esa tierra, su gente, su historia; relación no exenta de conflictos con la sociedad receptora; surgimiento y consolidación de una conciencia de identidad del grupo en relación con el lugar de origen y con los miembros de otras comunidades en igualdad de condiciones. Si bien consideramos que estas son las características básicas, la conciencia diaspórica nace no solo de la relación con el país, región o pueblo lejano, también de los vínculos que establece el sujeto en la sociedad receptora. Para un análisis comparativo de las acepciones y usos del concepto consultar el trabajo de Mireya Fernández Merino (2008), Espacios transgredidos: voces y rostros de la narrativa de las diásporas caribeñas.

3 La traducción al español de todas las citas es de la autora del artículo. Se ha tratado de preservar el sentido y la forma de acuerdo con el registro que impera en cada una de ellas.