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Revista de Pedagogía

versión impresa ISSN 0798-9792

Rev. Ped v.24 n.70 Caracas mayo 2003

 

El Positivismo Mexicano en la educación: Aportes de Manuel Flores, entre Comte y Spencer

On Mexican Positivism in Education: The Contribution of Manuel Flores, Between Comte and Spencer

Héctor Antonio DÍAZ ZERMEÑO

Facultad de Filosofía y Letras

Universidad Nacional Autónoma de México

México, D.F., México

hdzermeno@yahoo.com

RESUMEN

En este breve ensayo tratamos de realizar una hermenéutica analógica entre el positivismo de Augusto Comte, el de Herbert Spencer y el del mexicano Manuel Flores quien, conociendo los elementos de los primeros mencionados, creó una corriente filosófica muy original, aplicada por el gobierno de Porfirio Díaz, de fines del siglo XIX y principios del XX, encauzándola a su proyecto educativo oficial bajo la perspectiva de una educación integral que resultaba muy práctica así como útil para justificar la política social y económica del gobierno en turno, donde el individuo se debía al Estado por la protección que le brindaba. Una revisión comparativa de los principios del francés, del inglés y del mexicano, con los últimos documentos oficiales de la Política Educativa de los gobiernos de México, entre 1989 y el día de hoy, nos permitirá apreciar la continuidad de tales principios aunque con más objetivos y modalidades, pero bajo el ropaje del Neoliberalismo, de cara al siglo XXI.

Palabras clave: Positivismo, México, humanismo, educación, Manuel Flores. 

ABSTRACT

In this short essay a hermeneutic analogy is attempted between the positivistic ideas of A. Comte, H. Spencer and those of the Mexican pedagogue M. Flores. This educationist, taking into account the proposals of the two former European theorists, was able to put forward an original philosophical reflection which was assumed by the regime of Porfirio Díaz (1877-1880 and 1884-1911) at the turn of the twentieth century. This government`s educational project was based on the perspective of the so-called integral education which proved both practical and useful for governmental politics in which individuals were expected to serve the state, a sort of protective sole-provider. By comparatively reviewing the postulates of both the three educational theorists mentioned above and current educational policies of the Mexican state, a continuity of the older principles, but now with a higher number of objectives and modalities, has been perceived. 

Key words: Positivism, Mexico, humanism, mexican education, Manuel Flores.   

Presentación 

Con esta exposición no pretendemos mostrar de forma exhaustiva el origen y evolución del positivismo mexicano en la educación y sus implicaciones de cara al siglo XXI, sino simplemente dar una idea, en la medida que el espacio nos lo permite, de cómo el positivismo fue incluido en México como un medio de educar al pueblo con el espíritu científico e industrial del siglo XIX, durante el siglo XX y, de cara al XXI, cómo es que todavía influye en el que recién principia.

Si bien queda fuera de duda que el cúmulo de sacudidas políticas y sociales de fines del siglo XVIII y principios del XIX contribuyeron a transformar el mundo tanto o más que el invento de la máquina de vapor y otras invenciones prácticas, y tampoco se duda de la influencia de la independencia de las colonias inglesas, ni de las repercusiones de la revolución francesa y luego del imperio napoleónico, el día de hoy tampoco ponemos en tela de juicio que la ciencia y sus implicaciones en el estudio de las fuerzas hasta entonces desconocidas suscitaron una serie de progresos tecnológicos nunca imaginados, influyendo en la forma de concebir y proyectar la educación a los pueblos más avanzados de la Europa del siglo XIX, donde con el pensamiento ilustrado se justificaron y proyectaron sus gobiernos respectivos, como fue el caso en particular de Francia e Inglaterra con el positivismo. 

La Educación Integral al Servicio del Estado, de la Ciencia y del Industrialismo en Augusto Comte y Manuel Flores 

De todos es conocido que Augusto Comte y su obra se ubican en la primera mitad del siglo XIX, época en la que continúa en Francia la lucha entre el viejo orden monárquico y el liberalismo burgués. Si las leyes de la primera constitución francesa procuraban establecer los derechos del ciudadano y del individuo como principios normativos de un orden político, social y económico, los monarcas luchaban por volver al viejo régimen feudal, teológico y militar. Ante esta situación se hacía necesaria una "doctrina orgánica" que reorganizara la sociedad y evitara la "rapiña de las revoluciones" (Comte, 1942: 31).

Comte parte de este contexto histórico y de esta necesidad fundamental: era necesario crear una "doctrina orgánica" original ya que "ni la opinión de los reyes ni la opinión de los pueblos pueden satisfacer en manera alguna la necesidad fundamental de reorganización que caracteriza la época actual" (Comte, 1942: 85). Así, era necesario desarrollar una "idea principal", una "doctrina positiva" que diera lugar a un "sistema de ideas generales destinado a servir de guía a la sociedad" (Comte, 1942: 90). Con estas ideas y frente a la cruda realidad de que la sociedad era controlada en forma violenta con el empleo de la fuerza militar, Augusto Comte concibe otra postura. Había que influir sobre la misma naturaleza del individuo para encauzarla en su propio bien, es decir, en el trabajo, en la productividad. Si el fin militar era el del sistema antiguo, el del nuevo sería "el fin industrial" (Comte, 1942: 91).

Es obvio que si Comte quiso acabar con los órdenes monárquico, feudal, teológico y militar, no quiso hacer menos con el socialismo y el comunismo, por considerar las soluciones de estos dos últimos como "ilusorias y subversivas" (Comte, 1912: 8). Sin embargo, de tales sistemas retomó sus características individuales y colectivas para proponer su combinación, de tal modo que, una vez determinado el objetivo industrial, se hicieran coincidir todas las fuerzas y corrientes personales, familiares y sociales en la búsqueda del "bien común" (Comte, 1912: 36).

Es claro que para llegar a realizar estos objetivos era necesario infundir al pueblo una "doctrina orgánica fundamental, una educación conveniente y un espíritu de cuerpo notable", empleando y desarrollando los recursos fundamentales del hombre: el "sentimiento, la razón y la actividad" (Comte, 1912: 10).

También había que concientizar al pueblo para que "subordinara siempre" la inteligencia a la sociedad, tomando la primera como medio y la otra como fin (Comte, 1912: 38). Los cuatro aspectos a educar serían el moral, el estético, el físico y el filosófico (Comte, 1912: 18-19). Éstas son las pautas educativas de orden general propuestas por Comte con el fin de encauzar la creación, la formación y la consolidación de lo que dio por llamar Gran Être [Gran Ser] (Comte, 1912: 18), o "religión de la humanidad", que tendría el "amor por principio, el orden por fundamento y el progreso como finalidad" (Comte, 1912: 25).

En estos principios se sintetizan y condensan los vínculos de unión con los que los mismos hombres, con sus características individuales y colectivas, crearían una nueva re-ligión, la religión de la humanidad. Toda actividad no tendría otra finalidad que coadyuvar, mejorar y hacer progresar la misma humanidad. Así se pretendía acabar con el sentido religioso-teológico del obrar por Dios. Este es el "organismo", este es el Gran Être en función del cual, por el cual y en el cual habría que trabajar. En la humanidad, por ella y para ella se condensarían "directement les trois caractères essentielles du positivisme, son moteur subjetif, son dogme objetif et but actif" ["Directamente los tres caracteres esenciales del positivismo: su motor subjetivo, su dogma objetivo y su finalidad activa"] (Comte, 1912: 27).

Por otro lado, si bien era cierto que de la concurrencia de la actividad individual se desprendería el bien de la humanidad, también era cierto y necesario que la colectividad debería ejercer cierta función sobre los individuos, para así lograr "la influencia de la sociedad sobre la personalidad" (Comte, 1912: 34). ¡Qué mejor medio que una "educación sistematizada" por medio de la cual se enseñara e hiciera sentir que lo fundamental era satisfacer las necesidades como camino para colmar las aspiraciones de dignidad, de libertad, de felicidad y combinar así la utilidad con la realidad!

En síntesis, lo que ofrecía Augusto Comte era un sistema en el que destacando el valor intrínseco de la humanidad, su sociedad tuviera un modelo que no fuera monarquista, politeísta o monoteísta, sino eminentemente humanista positivista. El principio y fin de la existencia humana no tendría ni cobraría sentido sino en función de su actividad industrial, de su amor, de su orden y de su progreso al servicio de este nuevo y Gran Être: la humanidad.

De ese modo surgió en Francia el positivismo comtiano. Una "doctrina orgánica" que ofrecía una solución a una problemática política, social y económica. ¿Acaso al doctor Manuel Flores no se le ocurriría la posibilidad de trasplantar este sistema a México, como ya de hecho lo había iniciado Gabino Barreda? La problemática que afrontaba México por el año de 1877, en el que Flores ingresó como miembro fundador de la sociedad metodófila Gabino Barreda, era muy similar a la que afrontara Francia en la primera mitad del siglo XIX, en cuanto que ésta era una etapa de crisis para el país americano. Apenas si habían pasado diez años de que la república se restaurara y aún no se encontraban los medios adecuados y específicos para lograr el desarrollo y progreso de la sociedad, de la economía y de la política mexicana. Así fue como a Manuel Flores correspondió la difícil y gloriosa tarea de proyectar y justificar, en parte, el México moderno, al lado de Justo Sierra, Luis E. Ruiz, Ezequiel A. Chávez y muchos más, por medio de la creación de una teoría pedagógica que mentalizara al maestro mexicano, y por ende a la niñez mexicana, de su papel histórico, como miembros de una familia, de una sociedad que los necesitaba en la producción industrial, para el bien de la colectividad y "obviamente" del Estado mexicano.

En este sentido general Flores es totalmente comtiano, pues al igual que Augusto, quiso y pretendió dar forma a una organización, a una sociedad mexicana apenas balbuciente. Lo que menos se quería en los inicios del porfiriato era una revolución; tampoco se deseaba la sumisión forzada por las armas y menos aún volver al estado de dominio eclesiástico que había caracterizado a la sociedad colonial. ¿Qué otros medios, formas y modelos se podrían encontrar de momento? ¿La vía del socialismo, la del comunismo? ¿La solución del positivismo? Esta última pareció la más adecuada y, sin embargo, era evidente que como filosofía no podría llegar sino hasta una élite. La mayoría del pueblo era analfabeta. Sin embargo, la educación, los principios positivistas y el encauzamiento en ese modelo de trabajo industrial ofrecían uno de los medios más pertinentes para empezar a crear una conciencia colectiva del papel individual a desempeñar dentro de una sociedad industrial y capitalista. Éste es el espíritu comtiano, ésta es la "doctrina orgánica" de que está permeado todo el Tratado Elemental de Pedagogía del doctor Manuel Flores.

A pesar de lo expresado hasta ahora, no pensemos que las ideas pedagógicas de Manuel Flores hayan sido una calca de Comte y sus ideas en los "primeros ensayos" o del "sistema de política positiva", o de su tratado sobre la educación moral. De ninguna manera. La más grande diferencia y la principal característica de la obra de Manuel Flores consiste en que, si bien toma de Augusto Comte el modelo general, las ideas generales sobre el tipo de sociedad y los planteamientos generales sobre cómo educar al pueblo, el maestro mexicano los desarrolla con profusión, ciencia y elegancia en su tratado específico sobre la pedagogía. Esto es lo que lo identifica y lo distingue con claridad.

Desde el punto de vista metodológico y filosófico hay otra semejanza, pues si Comte asigna al positivismo la misión fundamental de "généraliser la science réelle et systématiser l’art social" ["Generalizar la ciencia real y sistematizar el arte social"] (Comte, 1912: 4), Flores no hace otra cosa con su Tratado. Pero por esto mismo, por tratarse de un ser que observa, compara, reflexiona y somete a prueba sus deducciones, se transforma en un científico de la pedagogía muy personal y original. Pero también hay que decirlo, por el hecho de seguir a Comte se ubica en un contexto histórico de control social, al pretender mediante la educación cimentar el orden y procurar el progreso industrial del México moderno. Negarlo sería negar a su maestro y su obra, como negar la suya propia. Pero aquí volvemos a encontrar otra diferencia. Si a Comte le sirvió su doctrina para justificar una realidad que estaba en proceso de desarrollo, Manuel Flores la utiliza para crear una doctrina pedagógica específica, que sirviera para unir y dar cohesión a las células tan dispersas de la sociedad mexicana y con ello echar los cimientos de una sociedad industrial. Es decir, trató de dar a la sociedad mexicana lo que Herbert Spencer llamó la "actividad funcional", determinante del cambio de la evolución y progreso de todo "organismo social" (Spencer, s.a.: 30), mediante un sistema propio de educación que en un principio dirigió al nivel elemental y que luego el mismo gobierno determinó continuar en el profesional mediante la "educación integral" del preparatoriano y profesionista en 1896, ya con la intervención del otro gran pedagogo mexicano Ezequiel A. Chávez.

Desde otros puntos de vista, Comte y Flores también se identifican. Si el positivismo resulta en cierto sentido una amalgama del pensamiento conservador revolucionario, del que toma su inclinación por el orden, la moral, la unidad y la tendencia del liberalismo burgués por el progreso, Flores aprovecha todos estos elementos y los encauza en su Tratado, procurando la educación integral del mexicano. Su intención es muy clara. Si en Francia el positivismo pretendía evitar la vuelta al pasado mediante un sistema racional, civil y laico, en México también era necesario impedir el regreso de las fuerzas que Mora llamara del "retroceso", pero no con una revolución violenta sino con una evolución gradual y sistematizada, por la educación del pueblo mexicano, dentro de este cuadro de ideas. Así, la obra de Manuel Flores se ve permeada en diferentes páginas de este pensamiento conservador, en el que la unidad familiar y civil deberían tender al progreso gradual mediante el control del sentimiento, el uso de la razón y la actividad industrial necesaria para llegar al fin (Díaz, 1994: 90).

También la idea de Comte sobre la función que debía ejercer la educación como poder espiritual cobra fuerza en el desarrollo de la teoría pedagógica de Flores, pues con el espíritu de Comte desarrolla un "sistema entero de ideas y costumbres, necesarios para preparar a los individuos al orden social en que habrían de vivir y para adaptar en todo lo que sea posible a cada uno de ellos al destino particular que deben llenar en él" (Comte, 1942: 170). De aquí la necesidad de desarrollar mediante una acción especial lo que hay en el hombre de moralidad natural, para reducir, tanto como sea posible, los impulsos de cada quien a la medida requerida por la armonía general, "habituándolos para ello a la subordinación voluntaria del interés particular respecto del interés común, y reproduciendo sin cesar en la vida activa, con todo el ascendiente necesario, la consideración del punto de vista social" (Comte, 1942: 153).

Si bien hasta ahora hemos delineado en términos muy generales cuáles son las ideas comtianas que permean y nos explican el porqué y para qué serían usadas por Manuel Flores, para tener una fundamentación científica y social de su propia teoría pedagógica de cara al México del siglo XX, ésta resulta más que actual si observamos la actitud del gobierno mexicano, de cara ahora al siglo XXI. De tal modo que aquí, y de manera más específica, trataremos de mostrar en qué forma y medida las ideas positivistas educativas de Herbert Spencer influyeron en el mexicano. Este análisis comparativo resulta un poco más fluido, porque Spencer tiene un estudio específico sobre la educación integral, igual que Flores, y porque este último sigue en buena cantidad los mismos rubros del primero en su estudio titulado La Educación.  

La Educación Integral en Herbert Spencer y en Manuel Flores 

Spencer, como digno hijo de su época y de la filiación positivista a que se ha hecho acreedor, parte de una observación sociológico-política: señalando que era necesario cambiar el enfoque de la educación en general, pues debido a las características del momento se prefería enseñar y educar lo superficial antes que lo fundamental. Se adornaba a la juventud de elementos dignos del aplauso de los salones y reuniones, y no se le enseñaba rudimentos de mayor importancia. Se prefería instruir en materias que dieran más apariencia, influencia y dominio sobre los demás que en aspectos que cultivaran al individuo y que, como resultado, le hiciera más útil a la familia y a la sociedad industrial. Si hasta ese momento la coerción y el castigo servían como auxiliares de la educación, en la que se proyectaba el sistema político, ahora, por contraposición, se necesitaba la libertad, la motivación y el incentivo personal (Díaz, 1994: 91).

Herbert Spencer se revela a través de su obra como un liberal cuyo centro de atención es el individuo, fiel reflejo del espíritu de la Ilustración, en que el Estado se debe al individuo, a la familia y a la sociedad, ya que sin ellos no existiría el primero. Por esto era necesario partir de la educación de las facultades del individuo de modo científico, ya que sólo así se verían satisfechas las necesidades y actividades básicas que, después de haber llenado su primer objetivo, el de la propia conservación, se evolucionaría hasta perfeccionar el cuerpo y el espíritu, proyectándose en la familia como padres y en la sociedad como ciudadanos útiles a su época, aptos para el trabajo en la producción organizada. ¡Qué mejor medio para lograr este objetivo que instruirse y conocer las materias que eran objeto de un estudio científico y no sólo empírico, y que prestaran la utilidad necesaria para conocer y mejorar su actividad productiva, como la aritmética, la geografía, la lengua materna, etcétera! Una vez satisfechas estas necesidades, el siguiente y último paso sería desarrollar las facultades que proporcionaran placer y satisfacción a los gustos y sentimientos por medio de la educación estética.

He ahí la plena justificación de la educación integral, es decir, física, intelectual, moral y estética, fundamentada en el principio liberal de las necesidades individuales y, muy hábilmente encubierto bajo este ropaje de la utilidad del trabajo del individuo, el servicio a una sociedad capitalista e industrial manejada, obviamente, por una pequeña élite en el poder. Al mismo tiempo que liberal, esta corriente educativa se manifiesta conservadora en cuanto a que, por oposición al cambio radical, propone la evolución gradual de la sociedad, partiendo del desarrollo individual hasta llegar al familiar, al cívico y por supuesto al del Estado, conformando su existencia al modo de vida ideal para alcanzar el progreso, o por lo menos la idea del progreso material y económico del momento.

Así Manuel Flores da origen a las características de la educación integral mexicana al lado de Gabino Barreda, Justo Sierra, Luis E. Ruiz, Ezequiel A. Chávez y otros educadores más. Si Spencer dirigió su obra al público en general y a los padres de familia en particular, Flores escribió su Tratado con el propósito de que sirviera como libro de texto a los alumnos del primer año de la Escuela Normal de Profesores, con la evidente intención de proyectar sus ideas y principios a la niñez mexicana a través de la educación institucionalizada por el mismo Estado.

Si Spencer parte de una observación sociológico-política, Flores también, pero de una realidad diferente, donde el clero y la religión católica permeaban a la sociedad y la política de su tiempo, por lo cual es natural que desde su introducción señale que la educación de las facultades surge como una necesidad vital del hombre y de su condición ya que, si bien es cierto que las circunstancias determinan en cierto modo la educación, ésta no se da en forma espontánea por virtud y gracia de la Providencia, sino con la colaboración activa del ser humano.

Por otro lado, si Spencer escribió su obra por partes, publicándola en artículos y luego reuniéndola en una obra, dejando el hueco de una síntesis de sus ideas y principios. Flores nos hereda una obra en la que desde el principio se observa una mayor claridad en los conceptos, los objetivos, una sistematización de conocimientos y síntesis de los mismos. Pero coincide con Spencer en cuanto a la necesidad de la ciencia y la necesidad de la educación por la conservación y desarrollo de las facultades citadas. Mientras en Spencer se nota un eclecticismo de conceptos, de los que va señalando sus fuentes de inspiración (Flores, 1887), en Flores se observa un análisis más detallado aunado a una síntesis personal, proyectada en un listado de conceptos y temas que va desarrollando en un estilo inductivo-deductivo muy lógico sin que por ello deje de reconocer la influencia que tuvo de Spencer en varios aspectos.

Por último, en cuanto al esquema general de la obra, si Spencer escribe en forma genérica, desarrollando conceptos y principios en torno a la educación, Flores es más específico y no sólo desarrolla los "preceptos" generales en torno a la misma sino que los enfoca desde el punto de vista del arte-ciencia de la pedagogía. Procura ligar reflexiones de tipo filosófico-educativas con otras que parten de la observación de la realidad, para desarrollarlas en torno a la "enseñanza" en la doble vertiente de educación e instrucción de las facultades al estilo de Saint Simon. Su intención inmediata era que los estudiantes del primer año de la Normal de Maestros de la ciudad de México, captaran los rudimentos y principios fundamentales de la pedagogía mexicana que se verían consagrados por las leyes de instrucción pública primaria de la época del porfiriato, teniendo su más amplia y grande legitimación en la Ley de 1908, como un fruto maduro, resultado de la reflexión, de las pruebas experimentales a que se sometieron durante varios años y de las conclusiones a que se llegaron (Díaz, 1994:93).

Es evidente que Flores se basó en Spencer en términos de un marco referencial, pero su adecuación a lo que él creyó podría tener mayor influencia en la educación de los mexicanos y el modo en que sus ideas se vieron plasmadas en leyes y planes de estudio, no solo de la primaria sino también de la Escuela Nacional Preparatoria, nos podrían permitir considerarlo como uno de los creadores de la corriente pedagógica más original que, en términos de una estructura educacional institucionalizada, todavía es actual y da la cara al siglo XXI que recién empieza, tanto por sus principios educativos como por los sistemas, métodos y los objetivos de una "educación integral" (Díaz, 1994), que Spencer nunca llegó a considerar como tal sino sólo como una necesidad de "interrelación" de la educación de las facultades.  

Las Críticas al Positivismo. El Nuevo Enfoque Popular y hacia las Humanidades 

Hay que señalar que a fines del siglo XIX y principios del XX un sector muy religioso criticó acremente al positivismo porque parecía enfriar las almas con su carácter rigurosamente científico, desconocedor de Dios con su método demoledor de reconocer sólo lo material y que establecía como verdad sólo lo demostrable a través de la experiencia y de los hechos, al mismo tiempo que en apariencia relegaba a un segundo término a las humanidades. Sin embargo, la verdad es que su espíritu era, como lo hemos mencionado renglones arriba, el de la religión de la humanidad y que la naturaleza de la educación integral propuesta por Manuel Flores consideraba todos los aspectos del ser humano incluyendo el estético y el moral.

Por otro lado hay que reconocer que si Flores entrevió la necesidad de una "educación popular", igual que Comte, e inclusive lo llegó a mencionar en su obra, nunca se preocupó por promoverla. Este mérito le correspondería más a los regímenes posrevolucionarios, aunque de hecho y desde fines del porfiriato, a principios del siglo XX, ya existieran las escuelas ambulantes y las rudimentarias con un enfoque menos clasista, menos urbano y más abierto al pueblo en general.

También hay que señalar que no es sino hasta 1906, con la creación del grupo conocido como Ateneo de la Juventud, que se comenzó a criticar a la educación positivista en el nivel medio superior y superior, por la carencia de estudios humanísticos como la literatura, la filosofía, la historia y las artes. Y gracias a éste, en cierta medida, fue que, si en 1910 se refundó la Universidad Nacional de México, casi de inmediato y a través de la Escuela de Altos Estudios se procuraron tales aspectos, destacando algunos hombres en particular como propulsores de ellos: Antonio Caso, Pedro Henríquez Ureña y José Vasconcelos. Sobre todo este último, quien al ser nombrado Secretario de Educación Pública a principios de los mil novecientos veintes, logró darle una nueva modalidad e impulso a la educación mexicana, hasta que finalmente y con la creación de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México se logró dar a las humanidades el lugar que hasta ahora han tenido.  

  1. Reflexión Final: Hacia el Siglo XXI 

Una revisión de los últimos documentos promulgados por el Gobierno Federal de México, como son: el Programa para la Modernidad Educativa de 1989-1994; la Ley General de Educación de 1993; el Programa de Desarrollo Educativo 1995-2000 y el enorme Programa Nacional de Educación 2001-2006, así como la observación a grosso modo de la creación de una buena cantidad de universidades tecnológicas, pero conservando la estructura básica de jardines de niños, primarias, secundarias, preparatorias, nos podrían permitir opinar que los principios básicos de la educación positivista integral mexicana no han variado en términos generales, incluyendo el nivel medio superior, pues los programas de estudio así lo reconfirman, encubriendo en última instancia los objetivos de la política neoliberal del Estado Mexicano, bajo este nuevo ropaje, pero que, en última instancia no hacen sino justificar los principios de la globalidad industrial y financiera, descendiente natural del viejo positivismo.

Sin embargo, no dejamos de reconocer el esfuerzo del gobierno mexicano para ampliar y mejorar el sector educativo en la medida que las circunstancias se lo han permitido, pero reduciendo el presupuesto de este ramo, como en una buena cantidad de los países latinoamericanos, tal y como se podría apreciar en un cuadro comparativo con respecto a los países del primer mundo que lo han ido aumentando, pero lo cual no es nuestro objetivo mostrar en este artículo.  

Referencias bibliográficas

1.Comte, A. (1942). Primeros Ensayos (Versión de Giner de los Ríos). México: Fondo de Cultura Económica.        [ Links ]

2.Comte, A. (1912). Systeme de Politique Positive ou traité de Sociologie. Paris: M. Giard y E. Briere.        [ Links ]

3.Díaz Zermeño, H. (1994). Las raíces ideológicas de la Educación durante el Porfiriato. México: Universidad Nacional Autónoma de México, Campus Acatlán.        [ Links ]

4.Flores, M. (1887). Tratado Elemental de Pedagogía. México: Oficina de la Tipografía de la Secretaría de Fomento.        [ Links ]

5.Spencer, H. (s. a.). El Organismo Social. Madrid: La España Moderna.        [ Links ]