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Revista de Pedagogía

versión impresa ISSN 0798-9792

Rev. Ped v.25 n.73 Caracas mayo 2004

 

RESEÑA DE LIBROS

 

JENSEN, Eric. (2004). Cerebro y aprendizaje. Competencias e implicaciones educativas. Madrid: Narcea. 184 p. (Original: Teaching with the brain in mind. Alexandria, VA: Association for Supervision and Curriculum Development. 1998).

Este es un libro escrito por un neurocientífico y dedicado especialmente a los educadores y educadoras y a otras personas no especializadas en neurociencias que quieran saber más sobre el cerebro y el aprendizaje. La indagación moderna acerca de la anatomía y la fisiología del cerebro ofrece nueva información que vale la pena tomar muy en cuenta en la enseñanza y en la investigación educativa. Los diversos capítulos van considerando temas como la alimentación para un buen funcionamiento de la mente, la importancia del movimiento para el desarrollo cerebral y el aprendizaje, las vías y la química de la atención, por qué las amenazas y el estrés impiden el aprendizaje, las posibilidades de la motivación intrínseca y la extríseca al aprender, el papel central de las emociones en el aprendizaje, el cerebro como elaborador de significados, y la memoria y el recuerdo.

La vieja separación mente-cuerpo ya no se sostiene: nuestra mente es un producto de la actividad cerebral y, más allá, de toda la actividad del organismo. Nuestro cerebro, nuestro cuerpo todo, son la base material de nuestro pensamiento. Jensen cita a Richard Bergland: “El pensamiento no está enjaulado en el cerebro sino que está disperso por todo el cuerpo”. También, las diferentes partes del cerebro están interconectadas y cada función puede depender de la acción conjunta de diferentes regiones cerebrales. De esta manera, se desechan las delimitaciones exageradas entre hemisferio izquierdo y derecho, y las nociones simplistas de “cerebro triuno”.

¿Qué podemos hacer para fomentar el aprendizaje a partir de lo que ya sabemos del cerebro? Cada capítulo del libro tiene algunas sugerencias prácticas, aunque el autor se apresura a señalar que falta mucha investigación al respecto. En primer lugar, hay que considerar la importancia de una buena alimentación, equilibrada y completa, rica en vegetales verdes, frutas, frutos secos y pescado, y donde se minimicen los colorantes y otros aditivos. Se destaca la conveniencia de tomar suficiente agua diariamente, que permita una óptima concentración de sales en las neuronas. La falta de agua produce letargo y estrés. Por otra parte, los niños y niñas no deben pasar horas y horas frente a un televisor o a una pantalla de computadora: necesitan enriquecer las conexiones ojo-cerebro observando objetos tridimensionales diversos y no pantallas planas; y requieren moverse en forma variada para estimular a sus centros del equilibrio en el oído interno, así, deben saltar, dar volteretas, columpiarse, balancearse, etcétera.

En la escuela, hay que comenzar eliminando la amenaza y el estrés: humillaciones, sarcasmo, advertencias intimidatorias (“si no hacen equis entonces... se quedan sin recreo, llamaré a su representante...”), exigencias no realistas, hostigamiento. No hay evidencias de que estos métodos logren cambios conductuales efectivos, mientras que a nivel biológico liberan químicos que dañan las neuronas y bloquean la capacidad de atención y el recuerdo. A partir de la eliminación de estos factores, es importante avanzar hacia un ambiente escolar enriquecido.

El aprendizaje necesita retos abordables y retroalimentación concreta y oportuna: conviene así evitar las tareas repetitivas, monótonas y sin conexiones con la vida del estudiante. En la escuela, afirma Jensen, deben predominar las actividades que exijan a la mente un trabajo de calidad: proyectos, resolución de problemas, debates, construcciones, experimentos...; la pertinencia es importante, el estudiante debe apreciar vinculaciones de la tarea escolar con situaciones del mundo “fuera de la escuela”; así mismo, es relevante que los alumnos tengan cierto margen de escogencia en lo que hacen, y disfruten de la posibilidad de trabajar en grupos diversos, incluidos los inter-edades. La variedad en las actividades implica tareas de distinta naturaleza, desarrolladas en lugares distintos (no siempre en el mismo pupitre, ni en la misma aula) y con compañeros distintos. La novedad debe equilibrarse con ciertas prácticas fijas, usuales, que den seguridad a los niños y niñas y bajen el estrés (pues no se trata de que cada jornada escolar sea totalmente impredecible). Como indicamos, además del reto Jensen destaca a la retroalimentación: la misma reduce la incertidubre, incrementa la habilidad de afrontar situaciones y disminuye las respuestas al estrés. Resulta importante que el alumno tenga control sobre esta retroalimentación y que la misma se dé a tiempo y sea precisa.

Es muy bueno leerles a los niños y niñas, incluso desde que son bebés. Igualmente, es necesario dialogar con ellos, oir lo que tengan que decir, responderles, y utilizar un vocabulario rico. Para muchos, la idea de aprender es estar sentado durante horas en un pupitre, pero Jensen destaca la importancia del movimiento como estimulador de conexiones en el cerebro: deporte, juegos, danza, teatro, no son un “complemento”, o un “caramelito escolar”, sino parte esencial de una educación adecuada. Si nuestros movimientos se debilitan, el cerebelo y sus conexiones con otras zonas del cerebro se ven afectados; y diversos estudios sugieren la existencia de fuertes vínculos entre el cerebelo y la memoria, la atención, el lenguaje, la emoción e incluso la toma de decisiones.

A menudo se dice que en la escuela hay que concentrarse en lengua y matemáticas, sin embargo Jensen señala la importancia de las artes: música, plástica, artes escénicas... Una sólida base artística, dice el neurocientífico, construye la creatividad, la concentración, la resolución de problemas, la autoeficacia y la coordinación, a la par que desarrolla la atención y la autodisciplina. De nuevo, el autor cita factores neuroquímicos y cambios estructurales en las neuronas y sus conexiones implicados en estos progresos.

El cerebro funciona mal en un estado de atención continua de alto nivel, de hecho, la atención “externa” sólo puede mantenerse en un nivel alto y constante durante unos diez minutos. El cerebro necesita tiempo para procesar la nueva información y para tratar de encontrarle significado. Jensen recomienda ofrecer espacios de tiempo a los alumnos para trabajar sobre la información nueva, antes de acumular demasiada: discusiones, escritura, trabajo en pequeños grupos... En la escuela media, las clases magistrales de una materia tras otra con intervales muy breves se hacen poco productivas.

Particularmente interesante resulta el capítulo sobre emociones y aprendizaje. Es común la creencia de que las emociones “nublan” el razonamiento y son un obstáculo para el funcionamiento cognitivo. Pero si bien esto puede suceder en casos extremos, la verdad es que sin emociones no podemos pensar cabalmente, tomar decisiones ni ser creativos. Las emociones ayudan a la razón a centrar la mente y fijar prioridades, crean significados, tienen sus propias vías de recuerdo y mueven a la acción. Implicación: la buena enseñanza debe tomar muy en cuenta a las emociones. Jensen ofrece algunas recomendaciones: es importante que los educadores tengan entusiasmo por lo que enseñan y por su trabajo, convienen los debates y las controversias que inciten a tomar posición sobre ciertos temas, en la escuela debe haber espacio para la celebración y el compartir, y hay que ayudar a los alumnos y alumnas a establecer conexiones personales con el trabajo que hacen en clase (introspección, relatos...). Más allá de ello, pensamos que es importante construir un ambiente escolar cálido, de aceptación y apoyo para todos, y desarrollar actividades como proyectos de investigación, trabajos de expresión creativa, reflexiones filosóficas, que los estudiantes hayan podido escoger o plantear y que respondan cabalmente a sus intereses.

La investigación sobre el cerebro de las últimas dos décadas no hace sino apoyar las concepciones de grandes pedagogos del siglo XX, como Célestin Freinet y Paulo Freire, defensores de una educación democrática, investigativa y crítica, que permita a cada estudiante aprender de manera intensa y alegre. Los resultados de la neurociencia nos alejan de las prácticas tradicionales, de la disciplina impuesta sin más, los castigos, las tareas sin sentido (para “adquirir hábitos”), la pobreza de ambientes y actividades, la uniformidad y la imposición. Está planteado avanzar de la escuela-fábrica a la escuela-casa de la cultura.

Aurora Lacueva

Escuela de Educación

Universidad Central de Venezuela

lacter@cantv.net