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Cuadernos del Cendes

versión impresa ISSN 1012-2508versión On-line ISSN 2443-468X

CDC v.49 n.49 Caracas ene. 2002

 

Integralidad y relación economía-ambiente o el arte de armar rompecabezas

 

Hercilio Castellano Bohórquez

INTRODUCCIÓN

El presente artículo da cuenta de una línea de investigación en curso. Como su nombre sugiere, la envolvente se refiere a la sempiterna promesa del análisis integral y cómo nos hemos acercado a ella, en tanto que lo más específico de la relación economía-ambiente se refiere a una forma concreta de aproximarse a esa integralidad, como ventana y como método para abordarla.

La prédica en torno a la necesidad de analizar y planificar las realidades con una visión integral es muy antigua, como también lo es la búsqueda de teorías unificadoras y universales capaces de explicar el todo; y por eso, los términos «integral», «global» y «holístico» son lugares comunes. Sin embargo, a la hora de la verdad, lo usual es parcelarla para poder comprenderla y manejarla, intentando a posteriori algunos ajustes que den cuenta de las influencias de unas variables sobre otras; y esto es particularmente cierto en el mundo de los estudios y planes que se hacen bajo presión en los ministerios, gobernaciones y alcaldías.

Con la investigación reseñada, no pretendemos añadir algo a la discusión teórica general del tema, más allá de un brevísimo recuento de la misma como marco para lo que sí intentamos hacer: ofrecer criterios y herramientas al respecto, es decir, algunas pistas sobre la ubicación y el manejo de ciertas piezas, que contribuyan a comprender y armar el rompecabezas, sin morir en el intento. La mayoría de estas pistas y piezas no son definitivas ni totalmente sólidas; por el contrario, se encuentran en proceso de formación y encierran una invitación a perfeccionarlas. Creemos que el hecho de exponerlas en este momento a la crítica puede contribuir mucho a ese perfeccionamiento.

Lo que me motiva en esta oportunidad es lo mismo que me ha motivado a escribir El oficio del planificador (Castellano, 1992) y Planificación: herramientas para enfrentar la complejidad, la incertidumbre y el conflicto (Castellano, 1997): primero, la preocupación docente por ayudar a estudiantes y profesionales con distintos antecedentes, a enfrentar la praxis de la planificación en sus vidas cotidianas, con una visión lo más integral posible; segundo, ofrecerles algunas herramientas concretas que les ayuden en ese difícil camino; y tercero, invitarles a la crítica constructiva que contribuya de alguna manera a hacer realidad el paradigma del análisis integral.

En función de este objetivo, la investigación reseñada ha sido organizada en dos partes: la primera de carácter general y la segunda referida a las intersecciones de la realidad ambiental con otras realidades en general y con la economía en particular. Este énfasis en lo ambiental se explica por dos cosas: primero, porque la temática ambiental es intrínsecamente integradora, tanto en la teoría como en la práctica; y segundo, porque he estado involucrado con ella durante los últimos veinticinco años.

En la primera parte se incluyen los siguientes temas: el gran rompecabezas que ha significado la búsqueda de una explicación integrada de las realidades parciales, para lo cual se informa sobre los hitos históricos fundamentales de esa búsqueda y el estado actual del arte; dos técnicas muy relacionadas que requieren ser comprendidas plenamente antes de seguir adelante; el uso de la subjetividad para «cuantificar» variables y el proceso analítico jerárquico como herramienta para «fabricar» información generalmente no existente; el análisis sistémico como supuesta gran panacea para curar el fraccionamiento de la realidad, sus limitaciones en la práctica y un método computarizado muy prometedor, que empieza a generalizarse y pudiera tener un efecto multiplicador enorme sobre el análisis integral en el futuro próximo; una rápida visión sobre el modelaje matemático de la realidad social, con sus limitaciones y logros; y el análisis estructural matricial, de gran sencillez conceptual y operativa, pero muy poderoso en la práctica, para cuantificar la intensidad de las relaciones entre variables y obtener una visión integral razonable de la realidad.

La segunda parte, dedicada como ha sido dicho a las intersecciones de lo ambiental con otras realidades, contiene: primero, dos tipos de indicadores para el desarrollo sostenible, los del Foro Económico Mundial, que mezclan variables ambientales con económicas, sociales e institucionales, y los de Bossel, que aplican un enfoque ecológico no sólo a la realidad natural, sino también a la realidad humana.

Y segundo, criterios y métodos para la comprensión y el manejo de la relación economía-ambiente, incluyendo: un planteamiento teórico al respecto; una discusión en torno a las relaciones entre política económica y política ambiental en Venezuela; el análisis del flujo de materiales, como una de las formas más simples y contundentes de apreciar el enorme impacto geomorfológico de la economía; una ecuación capaz, en principio, de «cuantificar» el cambio en la calidad del ambiente natural como resultado de diferentes tipos de política económica; y la matriz ecosistémica de insumo-producto, una matriz convencional de insumo-producto, a la que se añade un sector preprimario integrado por los recursos naturales, capaz de simular los cambios en la estructura sectorial de la producción, frente a modificaciones en el consumo, la inversión o las exportaciones.

LA BÚSQUEDA DE LA INTEGRALIDAD: UN GRAN ROMPECABEZAS

La investigación se inicia resumiendo la evolución histórica de la visión integradora del mundo hasta nuestros días, siguiendo la secuencia de Capra (1985), para después discutir cómo el paradigma del desarrollo sostenible abre puertas al análisis integrado, mencionándose el trabajo interdisciplinario como alternativa práctica e inmediata para materializar ese enfoque y resumiendo dos enfoques actuales al respecto, que corresponden a posiciones humanistas y ecológicas de la sociedad: el enfoque sistémico y la ecología del paisaje.

Visiones integradoras en la historia

Como es bien conocido, la visión del mundo y los valores característicos de nuestra cultura, que se encuentran hoy bajo escrutinio, surgieron en los siglos XVI y XVII, mediante un cambio radical en la mentalidad de las personas y en la idea que éstas tenían acerca de las cosas. Antes del siglo XVI, las personas vivían, predominantemente, en pequeñas comunidades muy gregarias en contacto directo con la naturaleza e imbuidos por la idea de Dios, de forma tal que los fenómenos materiales y espirituales se consideraban interdependientes en la vida cotidiana.

En los siglos XVI y XVII, la «metáfora de la máquina» termina con esa visión del mundo. Bacon cambia el objetivo de la búsqueda del conocimiento: no se trata ya de ponerlo al servicio de Dios, consiste ahora en controlar la naturaleza, someterla y obligarla a servir. Descartes plantea una ciencia completamente nueva que resuelva todos los problemas y nos convence de que el concepto de cuerpo no incluye nada que pertenezca a la mente y el de mente nada que pertenezca al cuerpo, distinción tajante que lleva a las humanidades a concentrarse en la res cogitans y a las ciencias naturales en la res extensa.

Obviamente, el cambio de la imagen de la naturaleza de organismo a máquina afectó profundamente la actitud de las personas hacia su entorno natural. La visión orgánica había apoyado un sistema de valores propicios a un comportamiento ecológico. La concepción mecanicista de Descartes proporciona la autorización científica para la manipulación de los recursos naturales, hasta que la física del siglo XX provoca un cambio radical y destruye esta cómoda explicación del mundo por otra mucho más compleja y angustiante. Descubrimos una tendencia en los fenómenos físicos que va del orden al desorden y que las partículas subatómicas no son cosas, sino correlaciones de cosas que, a su vez, son correlaciones de otras cosas, y así sucesivamente, revelándose así la unidad básica del universo y la imposibilidad de dividirlo en partes aisladas independientes, ni siquiera por comodidad metodológica, porque, simplemente, no existen partes; finalmente, Gregory Bateson nos dice que no se puede definir un objeto por lo que es, sino por la relación que guarda con otros objetos.

Desde la posición de las ciencias sociales en general y de la economía en particular, partimos de un mundo donde la creciente diferencia entre recursos y población, manejada a través de la tecnología, con la consiguiente concentración de personas en ciudades, marcó claramente las especializaciones en el trabajo, lo cual fue diferenciando los conocimientos necesarios, la investigación que los generan y las ciencias que los sustentan. La especialización llega, así, a alcanzar niveles alienantes, apartando al hombre de la posibilidad de comprender su entorno humano, cultural y natural, en el que ninguna explicación racional lo satisface y ninguna fe trascendente lo consuela.

Frente a su estupor y su desconsuelo, dos fuerzas emergentes aparecen como destinadas a «salvarlo». Por un lado, los procesos de globalización que demandan una concepción totalizadora de las fuerzas del mercado y, con ello, la necesidad de ver a las sociedades en conjunto para destacar sus diferencias y similitudes y observar cómo los individuos y sus instituciones se adaptan o no a ese mercado con el propósito de orientarlos «convenientemente». De este modo, la búsqueda de la integralidad deviene en urgente, imprescindible y amenazante.

Por otra parte, abandonado por Dios, sin principios inamovibles que lo orienten, en un mundo complejo, incierto y conflictivo, la angustia vital del hombre lo devuelve a la búsqueda de explicaciones y experiencias místicas, con las que pueda sentirse parte inseparable del universo, bien sea a través del «karma» de las reencarnaciones sucesivas o de la «integración con las fuerzas vitales del universo»; desesperada búsqueda que está obligándolo a desear entender la unidad en la variedad. La evidencia científica en el sentido de que todo es energía, reafirma su convicción de pertenencia a una inasible, infinita e indivisible fuente de vida.

Sociología e integralidad

En este punto se intenta averiguar en qué medida la sociología ha respondido a la necesidad de comprender integralmente a la sociedad y sus relaciones con el entorno. Primero se intenta una síntesis de las principales etapas, escuelas y representantes de la teoría sociológica, indicando en cada caso a un autor clave y su obra fundamental, señalando sus postulados centrales; en la segunda parte se agrupan estas escuelas en función de su mayor o menor acercamiento a la integralidad, su naturaleza determinista o no determinista y su visión de la evolución; en la tercera parte se rescatan dos aportes fundamentales para el análisis integral, la teoría de la acción social de Parsons y la dialéctica marxista; y en las cuarta y última partes se mencionan las tendencias prometedoras, pero aún larvarias, de la sociocibernética, con Luhman a la cabeza.

Como gran conclusión sobre la sociología y el análisis integral, preliminar todavía en el contexto de la investigación que nos ocupa, puede decirse que ninguna de las escuelas sociológicas ha logrado explicar de manera satisfactoria toda la complejidad de las sociedades humanas, aunque el marxismo y la escuela parsoniana de la acción social lo lograron en alguna medida, en tanto que la sociocibernética, el socioanálisis cibernético y el análisis de redes se perfilan como los grandes enfoques sociológicos integradores del siglo XXI, aunque todavía resultan muy difíciles de digerir y de aplicar.

El desarrollo sostenible impone la integralidad

Un gran paradigma emergente es el paradigma del desarrollo sostenible, entendiendo por tal cosa a un estilo de desarrollo capaz de lograr equilibrios dinámicos entre el crecimiento económico, la justicia social y la conservación del ambiente, en función del bienestar de las generaciones actuales y futuras. Definición que pone de relieve la urgencia por desarrollar enfoques, criterios y métodos que permitan el análisis integral de las sociedades humanas. En el contexto de esta definición general existen, por lo menos, cuatro grandes enfoques operativos de la sostenibilidad, que expondremos a continuación:

El primero es el enfoque de la riqueza, según el cual el capital cultural y el natural son sustituibles el uno por el otro, mientras el capital total permanezca igual.

El segundo es el enfoque del mosaico de sistemas, que es el más difundido y el adoptado por el Banco Mundial: los sistemas económico, cultural y ambiental deben mantenerse balanceados, especialmente en su área de intersección.

El tercero es el enfoque del mosaico de principios, según el cual es preciso maximizar el bienestar mejorando la eficiencia, vivir dentro de las capacidades de soporte de la naturaleza y mantener la equidad intra e intergeneracional.

El cuarto es el enfoque sistemático-principista, en el que todos los sistemas deben satisfacer siete necesidades básicas para subsistir: existencia, efectividad, libertad de acción, seguridad, adaptabilidad, coexistencia y satisfacción de necesidades psicológicas.

La metodología interdisciplinaria

Queda claro que lo ideal para la investigación y la acción integral es el enfoque sistémico en el sentido estricto, lo cual será más o menos posible dependiendo de las circunstancias de lugar, tiempo, recursos y temática investigada. En todo caso, para poder acercarse al ideal de la integralidad, toda investigación puede y debe proceder de manera interdisciplinaria. Consecuentemente, la investigación ha dedicado un aparte donde se abordan: el concepto de interdisciplinariedad, los puentes entre distintas disciplinas y los fundamentos del pensamiento sistémico.

El pensamiento sistémico y sus herramientas

Peter Senge (1990), uno de los pioneros del pensamiento sistémico1, en el contexto de los negocios, ha dicho que: «El pensamiento sistémico es una disciplina para ver totalidades. Es un marco para buscar interrelaciones más que cosas, para ver patrones de cambio más que fotografías estáticas. Es un conjunto de principios generales... es también un conjunto de herramientas y técnicas, que se originan en dos fuentes: en los conceptos de ‹retroalimentación› de la cibernética y en los servomecanismos de la ingeniería teórica que datan del siglo XIX. Durante los últimos treinta años, estas herramientas han sido aplicadas para comprender un amplio rango de sistemas corporativos, urbanos, regionales, económicos, políticos, ecológicos e, incluso, psicológicos. Y el pensamiento sistémico es un análisis de sensibilidad de las sutiles interconexiones que dan a los sistemas vivientes su carácter único».

A este respecto, se introduce el concepto de «macroscopio» como antesala para lo que sigue; después, se hace una microsíntesis del enfoque sistémico; luego, se discute su aplicación al estudio de los sistemas sociales; finalmente se describe un instrumento analítico computarizado muy prometedor para aplicarlo.

Según la expresión de Rosnay: «Microscopio, telescopio: estas palabras evocan los grandes avances científicos hacia lo infinitamente pequeño y hacia lo infinitamente grande... Hoy nos enfrentamos a otro infinito: lo infinitamente complejo y esta vez no poseemos instrumento alguno. Sólo un cerebro, una intuición y una lógica inermes ante la inmensa complejidad de la vida en sociedad... Necesitamos por tanto una nueva herramienta... A esta nueva herramienta la denomino macroscopio (Rosnay, 1986).

El Macroscopio filtra los detalles, amplifica lo que une, destaca lo que aproxima. No sirve para ver más grande o más lejos, sino para observar lo que, a la vez, es demasiado grande, demasiado lento y demasiado complejo a nuestros ojos, como la sociedad humana, este organismo gigantesco que nos es totalmente invisible. Antaño, para tratar de penetrar los misterios de la complejidad buscábanse las unidades más simples que permitían explicarla: la molécula, el átomo, las partículas elementales. Con respecto a la sociedad, hoy somos nosotros esas partículas y debemos fijar la atención en los sistemas que nos engloban a objeto de comprenderlos mejor antes que nos destruyan. Se han invertido los papeles: ya no es el biólogo que observa al microscopio una célula viva; es la propia célula la que examina, a través del macroscopio, al organismo que la contiene».

Esta nueva herramienta, este macroscopio de Rosnay, no es más que el no tan joven enfoque sistémico, rejuvenecido por las urgencias de los tiempos que vivimos. Desde su aparición, ha sido la gran promesa para lograr el análisis realmente integral de la sociedad y de sus complicadas interrelaciones con el entorno. Si bien es cierto que en la práctica este sueño no se ha realizado, es indudable que los esfuerzos en ese sentido han logrado alcanzar una visión mucho más clara del conjunto, que a su vez ha permitido mejores procesos de planificación y de toma de decisiones que afectan al colectivo. En el peor de los casos, esos esfuerzos han conducido a innumerables investigadores a ser más «sistemáticos», más ordenados y consecuentes en sus trabajos, lo cual constituye de por sí un logro importante.

Ahora bien, a medida que el número de variables e interrelaciones aumenta, el sistema, por definición, se hace más complejo, hasta el punto en que dejamos de entenderlo y deviene en totalmente impredecible. Cuando se trata de sistemas naturales, la creciente complejidad llega a un punto en el que aparecen «fenómenos curiosos», como se les llama en la literatura especializada, tales como los «fractares» o repeticiones ad infinitum de las formas a medida que se observa de lo general a lo particular, o «puntos de atracción» hacia los cuales convergen los movimientos del sistema, como péndulos, cuya presencia en los fenómenos sociales es todavía objeto de especulaciones.

Una vez que están claras las nociones sistémicas básicas, es necesario pasar a la noción del cambio en los sistemas vivos y complejos como los ecosistemas y las sociedades, en los que «cualquier cambio se paga con entropía» (Margalef, 1980) y son de naturaleza abierta y disipativa como afirma Margalef (1990), término este último que explicamos brevemente a continuación: cualquier sistema vivo, abierto y complejo que intente comportarse de manera uniforme en el tiempo, tropezará de todas formas con perturbaciones que son inciertas e intentará superar en cada caso, lo cual le mantendrá permanentemente cambiando, para mantener lo que se denomina «equilibrio dinámico».

En ese proceso de cambio, la entropía no cesa, el sistema pasa frecuentemente del orden al desorden, de lo previsible a lo imprevisible y, viceversa, lo que permite hablar de un «desorden creador», en medio del cual se generan «ruidos», alteraciones en la transmisión de información en el sistema, y se cometen «errores» o reproducciones incorrectas de esa información (Morin, 1983).

En suma, al alejarse por determinadas circunstancias de su punto de equilibrio, los sistemas vivos tienen capacidad de «autoorganización» y pueden alcanzar una nueva forma de estabilidad. Este tipo de organizaciones con capacidad de autoorganización han sido denominadas «estructuras disipativas» por Prigogine (1983). Si el nuevo equilibrio no se logra a la velocidad necesaria, el sistema entra en crisis, se impone el desorden y deja de ser lo que ha sido.

Así, pues, en tales momentos de crisis, el desorden conduce a una «bifurcación» entre adaptarse o desaparecer, que suele ser explicada por el «azar», el cual deviene en creador y constituye, entonces, una de las más extraordinarias posibilidades de los sistemas vivos (Wagensberg, 1985).

Podemos concluir entonces, con Novo (1997), que «Lo normal no es el equilibrio perfecto. Lo normal es el orden por fluctuaciones, el juego entre equilibrio y desequilibrio, la irregularidad, el azar, la incertidumbre. Y con todo ello, la vida va abriéndose paso a partir de la única forma posible: la regeneración permanente, la lucha por la autoorganización, la búsqueda de sucesivos estados estables que, por definición, serán siempre provisionales».

Un instrumento computarizado para el análisis sistémico

En lo que sigue, se describe un instrumento computarizado importante para la aplicación práctica del enfoque sistémico, denominado «Ithink» (High Performance Company, 1995), el cual es relativamente amigable y muy flexible. Con unos pocos elementos gráficos se dibujan en pantalla los distintos componentes y flujos del sistema, de manera directa e intuitiva; y al «cliquear» cualquiera de esos elementos, se abre la posibilidad de describir matemáticamente el tipo de relaciones que mantiene con otros elementos. El programa facilita enormemente esta tarea, indicando los elementos que es posible utilizar en cada caso.

Una vez que todo el sistema está dibujado y se han especificado las relaciones que unen los distintos componentes, se hace posible construir automáticamente y muy rápido una tabla o dibujar un gráfico, en el que se reflejen los cambios de una o varias variables, como resultado de cambios en otra u otras. A cada variable se le puede asignar gráficamente una especie de regulador, que permite aumentar o disminuir su valor y pasar de inmediato a ver los efectos en otras variables.

Una  propuesta para el análisis integral

Queda claro hasta este punto, que todos aspiramos a lograr análisis verdaderamente integrales y que existen ciertos fundamentos teóricos y algunos enfoques más o menos prácticos que pueden contribuir para ello, cuando se trabaja con cierta capacidad de abstracción, en medios más bien académicos. Cuando se trabaja a presión en ambientes enteramente dedicados a las aplicaciones prácticas del conocimiento, la teoría y las herramientas directamente utilizables son mucho menos claras.

Es en este segundo contexto que pudiera tener sentido la propuesta que hacemos a continuación. En primer lugar, se describen maneras de identificar «las piezas del rompecabezas», y después, una manera de armarlo.

Las piezas del rompecabezas

En el ámbito de la planificación del desarrollo existen formas más o menos estereotipadas de dividir la realidad para analizarla, siendo posible distinguir, entre otras y como ejemplos, las siguientes: la división de los planes en los subsistemas natural, económico, social, cultural, físico-urbano, institucional y legal; la división de los proyectos en oferta, demanda, tecnología, precio, costos y beneficios; y la división de los análisis institucionales en funciones internas y externas. Cada una de estas partes es analizada individualmente, intentándose tomar en cuenta sus interrelaciones de una manera siempre difícil y por lo general a posteriori.

Por otra parte, sabemos que el concepto mismo de desarrollo sostenible es, por definición, de naturaleza integradora. Consecuentemente, la teoría y el instrumental analítico que le sustentan, derivados en gran medida del ambientalismo, tienden a la búsqueda de visiones holísticas de la realidad. En ese contexto, los indicadores para el desarrollo sostenible constituyen una interesante fuente de criterios y datos construidos expresamente para ser armados, para que las piezas encajen las unas con las otras, razón por la cual se exploran dos propuestas: la del Foro Económico Mundial y la de Hartmut Bossel. cuadro 1

El cuadro siguiente resume los componentes que integran el índice propuesto por el Foro Económico Mundial (World Economic Forum, 2000). El hecho de tratar conjuntamente variables tan disímiles para intentar dar una idea adecuada sobre el tipo de desarrollo en cuestión, resulta un aporte importante para el logro de visiones integrales.

Según Bossel (1997), cuando se dice que un sistema es viable, se quiere decir que es capaz de sobrevivir, estar saludable y desarrollarse en su ambiente particular. Por otra parte, recuerda que todos los sistemas de cualquier tipo tienen ciertas propiedades, para cada una de las cuales es posible definir un orientador que permite diseñar indicadores de la sostenibilidad. Uno de los puntos más interesantes de la investigación reseñada consiste, precisamente, en una aplicación libre de estos indicadores al caso de la sociedad venezolana.

La cuantificación del grado de satisfacción de los orientadores proporciona una medida de la salud del sistema en diferentes ambientes. Esto puede hacerse identificando indicadores que puedan informarnos sobre cómo cada uno de los orientadores está siendo satisfecho en un momento dado, tomando en cuenta que cada orientador representa un requerimiento único y que no es posible satisfacer uno mediante la sobreatención a otro. El desarrollo del sistema estará constreñido por el orientador que menos está siendo satisfecho.

Cada sector o subsistema requiere indicadores para cada orientador. Estos sectores son: infraestructura, sistema económico, sistema social, desarrollo individual, gobierno y recursos; cada uno de ellos cuenta con un tipo particular de capital que debe ser mantenido: infraestructuras, de producción, social, humano, organizacional y natural.

Armando el rompecabezas

Sin desmedro de otras formas posibles de armar rompecabezas, como el «pensamiento murmullante»2, la correlación estadística o los modelos, la experiencia personal nos dice que el análisis estructural a lo Godet (1997) constituye una excelente alternativa que se ha difundido en todo el mundo, durante el pasado decenio. Nuestro trabajo incluye una aplicación muy libre de este enfoque a lo que consideramos es la realidad venezolana, parcelándola previamente de conformidad con el enfoque de Bossel antes descrito.

 

ECONOMÍA Y AMBIENTE

La conservación del ambiente es un campo particularmente fértil en esfuerzos por lograr análisis integrales, estando claro que las tecnologías, las actitudes, los comportamientos y las necesidades humanas terminan reflejándose de una manera u otra en la calidad y posibilidad de permanencia de su entorno.

En efecto, sobre un territorio con determinadas características naturales, una cierta población con sus actitudes, aptitudes y organización, mediante una tecnología más o menos agresiva, se localiza en los lugares correctos o incorrectos, para realizar actividades productivas que generan más o menos desechos, los que a su vez producen problemas sobre los ambientes natural y social. Esta misma población es remunerada adecuada o inadecuadamente por el sistema productivo, provocando un cierto estilo de vida y nivel de marginalidad, que condiciona sus actitudes y aptitudes, generando, a su vez, problemas ambientales.

Política económica y calidad del ambiente

Lo que sigue a continuación es parte de un esfuerzo por cuantificar los posibles cambios en la calidad del ambiente, frente a diferentes políticas económicas. La metodología utilizada (Castellano, 1997) puede ser resumida de la siguiente manera: se analizan, como ejemplo, dos tipos de política económica nacional posibles, en las que el énfasis pasa de lo meramente económico a una preocupación adicional importante por lo social, neoliberal ortodoxa y neoliberal social.

Estas políticas se diferencian entre sí por el tratamiento que dan a las siguientes variables: nivel de privatización, liberación de precios, liberación de intereses, subsidios, apertura a las importaciones, apertura a la inversión extranjera, exportación según ventajas competitivas, nivel de impuestos, nivel de controles gubernamentales. Varios descriptores de estas políticas son insumidos por un modelo econométrico (Mata Mollejas, 1994), que genera cifras globales sobre el consumo final, la inversión, la variación de existencias y la exportación para un decenio.

Esos totales son desagregados por sectores de la producción, y de acuerdo con la experiencia histórica y el vector de demanda final resultante es multiplicado por una matriz de Leontief inversa3, obteniéndose un vector de la producción sectorial. La producción en cada sector es insumida, entonces, por una ecuación, calculada aparte, que cuantifica la variación correspondiente en el estado del ambiente.

La variable dependiente, es decir, el estado del ambiente, ha sido el de las treinta y cinco subregiones geoeconómicas que integran el país, calificando cada recurso natural de acuerdo con una encuesta entre expertos de primer orden. Las variables independientes seleccionadas se refieren a la capacidad de soporte del ambiente natural, la densidad de población, el nivel de vida y la producción sectorial.

De acuerdo con los resultados obtenidos, la política neoliberal ortodoxa resultaría ambientalmente catastrófica en función del énfasis indiscriminado en la explotación de minerales y bosques, y el aumento masivo de la pobreza. La política neoliberal social, con mayor diversificación de la producción y mejorando el nivel de vida de las mayorías, resultaría mucho mejor para la calidad del ambiente.

El análisis del flujo de materiales

El análisis (o contabilidad como también se le denomina) del flujo de materiales sustraídos a la naturaleza por el hombre, en distintos países y momentos históricos, constituye actualmente una manera de intentar comprender las múltiples interrelaciones de lo ambiental (Castellano, 2000). Puede ser visto como «un conjunto de métodos para describir y analizar el metabolismo socioeconómico».

Cuánta energía y materiales, cuáles materiales extraen de sus ambientes y cómo los transforman, depende mucho de sus modos históricos de subsistencia y éstos, a su vez, están íntimamente relacionados con la tecnología, de forma que se pueden describir «perfiles metabólicos característicos» para cada modo de subsistencia, y asociar cambios históricos globales con cambios sustantivos en el metabolismo. Esto implica cambios sustantivos en la utilización de los recursos y cambios sustantivos en la degradación del ambiente (Fischer-Kowalsky et al., 1999).

Por su parte, el metabolismo socioeconómico se refiere a la suma total de flujos materiales y energéticos hacia, dentro y desde un sistema socioeconómico y sirve para producir y reproducir los elementos materiales del sistema socioeconómico y, eventualmente, para producir excedentes para otros sistemas socioeconómicos.

El método utilizado parte de una lista de materiales predefinidos, dividida en tres grupos (extracción, importación y exportación) y, a su vez, en fósiles, minerales y biomasa, separando las cantidades directamente apreciables, de las «ocultas», entendiendo por «ocultos» aquellos materiales desperdiciados durante los procesos productivos o que constituyen insumos no explícitos de otros materiales.

La suma de los materiales extraídos con los materiales importados, constituye el insumo directo de materiales (IDM) de un país o región; y al restarle las exportaciones, se obtiene el consumo doméstico de materiales (CDM). Las relaciones entre el IDM y el CDM, por una parte, y el producto interno bruto y la población, por otro, constituyen indicadores de la presión que ejerce ese país o región sobre la naturaleza. Se supone que dichas relaciones son características de cada tipo de país y de cada momento histórico.

La estimación de los flujos ocultos constituye la parte más reveladora y más difícil de este enfoque, ya que pone de manifiesto la enorme cantidad de materiales naturales que suelen ser desperdiciados o sacados de sitio para generar todo tipo de problemas ambientales en zonas muy extensas y durante mucho tiempo. Piénsese, por ejemplo, que por cada tonelada de carbón se remueven entre cuatro y seis toneladas de material estéril, o que cada gramo de oro puede significar cuatro toneladas de tierra removida, o que cada tonelada de madera significa el doble en biomasa no utilizada.

La matriz ecosistémica de insumo-producto

Los numerosos esfuerzos por cuantificar la relación economía-ambiente han tomado dos direcciones muy claras y complementarias: primero, la inserción de «cuentas» de los recursos naturales dentro de los sistemas de cuentas nacionales, que permitan contrastar el crecimiento económico con la degradación (y eventualmente el mejoramiento) del capital natural que lo sustenta; y segundo, la valoración de «externalidades» generadas por proyectos específicos.

En ambos casos, funcionan dos fenómenos que de alguna manera limitan ese avance: primero, los intentos mecanicistas por trasladar a este nuevo campo la teoría microeconómica con todas sus virtudes y aberraciones, encasillando a priori el pensamiento, y segundo, la evidente carencia de una visión conceptual e instrumental comprehensiva de la relación economía-ambiente. Intentando disminuir esa carencia, el concepto más central de nuestra investigación consiste en considerar al conjunto de recursos naturales que integran la naturaleza, como un capital que pertenece a la sociedad, capaz de producir bienes y servicios y por el cual ésta tiene derecho a que se le retribuya de alguna manera su participación en los procesos económicos.

A partir de este concepto, el instrumento utilizado ha sido una matriz de insumo-producto, a la que se añade un sector preprimario, integrado por los recursos naturales. Como es sabido, en estas matrices cada fila corresponde a un sector de la producción y cada columna a un destino de esa producción: la demanda intermedia, integrada por ellos mismos, y la demanda final, integrada por el consumo, la inversión, la exportación al resto del país, la exportación al resto del mundo y la variación de existencias.

Lo importante aquí es que una matriz de insumo-producto es capaz de simular lo que ocurriría con la producción y el valor agregado de los distintos sectores, a partir de cambios en el consumo, la inversión o las exportaciones, como consecuencia de cambios en las políticas gubernamentales, la estructura tecnológica o la estructura cultural. Al añadirle la naturaleza como ente capaz de producir bienes y servicios para ella misma y los sectores económicos, se abre la posibilidad, también, de simular la presión que sobre ella pueden ejercer esos mismos cambios.

 

CONCLUSIONES

La investigación que hemos emprendido en relación con el problema de la integralidad como envolvente y la relación economía-ambiente como tema práctico particularmente integrador, abarca ya cinco años de esfuerzos discontinuos, aprovechando diferentes tipos de circunstancias en el contexto de la consultoría y la docencia. Creemos haber establecido algunos criterios y enfoques, que hemos aplicado parcialmente en diversos casos, tanto reales como hipotéticos. Por ahora, nuestras conclusiones principales son las siguientes:

• El paradigma del análisis realmente integral está lejos de haber sido alcanzado.

• Sin embargo, pareciera que nos acercamos a medida que la vieja concepción cartesiana del mundo se desdibuja, se afirman las ideas en torno a su indivisibilidad y empiezan a desarrollarse instrumentos y técnicas de análisis apropiados.

• En ese proceso de acercamiento, la noción también paradigmática del desarrollo sostenible resulta particularmente fértil en criterios y en métodos para comprender y manejar la integralidad.

• La complejidad de ese desarrollo es manejable mediante indicadores específicos, cuyas interacciones pueden ser visualizadas a través del análisis estructural propio de la planificación actual.

• Una familia particular de indicadores, los de Bossel, resulta universal para todo tipo de sistemas naturales o sociales, lo cual abre una puerta para su tratamiento simultáneo y complementario.

• Dentro de la teoría y la praxis del desarrollo sostenible, la comprensión y el manejo de la relación economía-ambiente es crucial, no en un sentido determinista, sino como un pivote conceptual, metodológico y práctico para articular coherentemente el resto de las realidades.

• Consecuentemente, estamos proponiendo y ensayando tres enfoques instrumentales complementarios sobre dicha relación: ecuaciones que vinculen el estado del ambiente de una región con sus características naturales, sociales y económicas; el análisis de los flujos de materiales utilizados y su relación con la población y el producto; y matrices de insumo-producto que incluyen a la naturaleza como sector preprimario y pueden simular cambios en la economía a partir, también, de cambios económicos, tecnológicos o culturales.

 

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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NOTAS

1 Que él llama «La quinta disciplina».

2 La habilidad para interrelacionar variables mentalmente, mientras se emiten murmullos y se mira hacia arriba.

3 La matriz de Leontief resulta de restar la matriz de coeficientes técnicos de una matriz unidad, en el proceso de utilizar la matriz de insumo-producto. Por su parte, la matriz de coeficientes técnicos resulta de dividir cada insumo de un sector por la producción total del mismo.