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Cuadernos del Cendes

versión impresa ISSN 1012-2508versión On-line ISSN 2443-468X

CDC v.50 n.50 Caracas mayo 2002

 

El proceso del colapso de sistemas de partidos: una comparación entre Perú y Venezuela

Henry Dietz / David Myers

Henry Dietz

Profesor titular en el Departamento de Gobierno de la Universidad de Texas, Austin. Sus intereses principales de investigación incluyen política urbana, pobreza y sus manifestaciones sociopolíticas y comportamiento electoral en América Latina.

Correo-e: dietz@mail.utexas.edu

David J. Myers

Profesor titular en el Departamento de Ciencias Políticas de Pennsylvania State University de University Park. Sus intereses principales de investigación incluyen la política urbana comparada, el proceso de la democratización y comportamiento.

Correo-e: djm8@psu.edu

RESUMEN

El presente trabajo hace comparaciones entre el derrumbe de los sistemas de partidos políticos en Perú y Venezuela durante los ochenta y noventa. En los casos en los cuales las expectativas por la democracia estén por encima de las capacidades de los gobiernos electos, puede ser que la desilusión con los partidos políticos gobernantes llegue a niveles altos. Los casos de Perú y Venezuela sugieren que si el sistema de partidos políticos que sostiene el régimen de democracia representativa pierde su legitimidad, este sistema puede desplomarse rápidamente. En menos que una década el sistema de partidos políticos en estos países cayó en manos de líderes personalistas enemigos de los partidos tradicionales. Nuestros estudios de casos sugieren que mientras más tienda un sistema de partidos a cualquiera de los extremos en un continuo institucionalización/no institucionalización, más probable sea que se desintegre y menos probable que pueda rescatarse a sí mismo.

Palabras clave

Liderazgo carismático / Democracia / Legitimidad /Sistemas de partidos políticos / Partidos políticos / Perú / Venezuela 

ABSTRACT

This paper compares party system collapse in Peru and Venezuela during the 1980s and 1990s. Where expectations for democracy exceed the capabilities of elected governments, disillusionment with the governing parties reaches high levels. The Peruvian and Venezuelan cases suggest that if the political party system underpinning representative democracy lose legitimacy, those systems may collapse quickly. The Peruvian and Venezuelan party systems succumbed to personalistic leaders hostile to the traditional parties in less than a decade. Our studies suggest that the more a party system tends toward either extreme –on an institutionalized/ inchoate party system continuum– the more likely is that system to collapse and the less likely that it can recover.

Key words

Charismatic leadership / Democracy / Legitimacy /Political party systems / Political parties / Peru / Venezuela

RECIBIDO: NOVIEMBRE 2001  ACEPTADO: ABRIL 2002

 

INTRODUCCIÓN

El estudio de los partidos políticos y de los sistemas de partidos se ha enfocado a lo largo de los años en temas como la forma en que los partidos individuales surgen, crecen y se mantienen o decaen con el paso del tiempo, las formas en que pueden desintegrarse y/o unirse entre sí o realinearse, y cómo los partidos y/o los sistemas de partidos pueden ser inestables o institucionales. Sin embargo, se ha estudiado mucho menos la cuestión específica de las condiciones bajo las cuales puede colapsar un sistema de partidos. En muchas partes del mundo los partidos políticos aparecen y desaparecen con frecuencia, particularmente si éstos son grupos de seguidores de un líder personalista en lugar de partidos per se, pero el colapso de un sistema de partidos es algo menos común, y ciertamente es menos analizado.

La pregunta principal en torno a este tema hace referencia a cómo y por qué colapsa un sistema de partidos políticos. Una respuesta integral a esta pregunta requeriría de la evaluación de un cierto número de casos cuidadosamente escogidos (tanto de colapso como de no-colapso), a fin de comparar (y controlar por) una variedad de partidos, sistemas de partidos y condiciones socioeconómicas. Nuestra intención aquí es más modesta; comparamos dos casos de colapso abrupto del sistema.

El colapso de un sistema de partidos obviamente tiene graves repercusiones para cualquier régimen político que se proclame o desee ser democrático. Para una democracia competitiva, tal colapso puede revelar problemas de legitimidad del régimen de carácter más profundo, ya que resulta muy probable que los electores no hayan rechazado sólo uno o más partidos políticos, sino al sistema de partidos como tal, en tanto mecanismo viable de adquisición, conservación y transferencia del poder. El derrumbe de un sistema de partidos implica también, casi con certeza, que hace falta no sólo una enorme tarea de reconstrucción de partidos, sino también un esfuerzo por recuperar la confianza del electorado. Al mismo tiempo provee oportunidades a políticos personalistas de oposición a la élite gobernante, o puede verse como un pretexto para que ocurra un golpe de Estado militar (justificado con base en la inestabilidad), posibilidad esta que puede muy bien tender a intensificar el estado de incertidumbre en muchas formas.1

Por tanto, se hace crucial la capacidad de identificar tanto teórica como experimentalmente las condiciones y etapas que caracterizan el colapso de un sistema de partidos, y el estudio de los mismos merece una atención más seria de la que ha recibido. No son comunes los estudios de casos de colapsos sistémicos en naciones particulares y los estudios comparativos son aún más escasos. Este artículo compara a Venezuela y Perú, así como el derrumbe de sus sistemas de partidos políticos que ocurrió más o menos simultáneamente a finales de los años ochenta e inicios de los noventa. La escogencia de estos dos países no es para nada al azar; como lo discutiremos más adelante, estos dos países latinoamericanos proporcionan una base especialmente fructífera de comparación.

 

FUNDAMENTOS TEÓRICOS Y DEFINITORIOS

A este punto del artículo se deben analizar algunas cuestiones definitorias. ¿De qué manera debemos entender a un partido político y diferenciarlo de un sistema de partidos? La mayoría de los académicos concuerdan en que, cualquiera sea la definición que se use, un partido político es una organización y no simple o primariamente un conglomerado de electores. Cualquier definición operativa (o como lo expone Janda, 1993, p. 183, cualquier teoría) de partidos políticos no tiene que –y de hecho no debe– esforzarse por explicar el comportamiento de los electores. Por tanto, la manera en que entendemos un partido político es de naturaleza organizativa: siguiendo los lineamientos de Janda (1993), entendemos como partido político una organización que persigue como una de sus metas colocar a sus miembros declarados en cargos gubernamentales. Siendo éste el caso, un sistema de partidos políticos consiste de dos o más de tales organizaciones (es decir, partidos) que compiten entre sí por metas iguales. Al hacerlo, los partidos sostienen al sistema como una entidad distinta de sus componentes, ya que las relaciones entre estos componentes comprenden una parte integral del sistema de partidos.

Debemos explicar brevemente a qué nos referimos cuando decimos que los partidos son competitivos y que sostienen al sistema. En cualquier sistema algunos partidos son más importantes que otros. En Estados Unidos, por ejemplo, la presencia o ausencia del Partido Reformista (o si se va al caso, de cualquiera de las varias docenas de otros partidos inscritos ante la Comisión Federal de Elecciones) no importó en lo más mínimo a la vasta mayoría de los votantes en las elecciones del año 2000. Todos los estados-nación tienen partidos o movimientos políticos de mínima importancia, ya que simplemente no son competitivos y no tienen posibilidades de serlo, de manera que resulta trivial si aparecen o desaparecen de la escena electoral. Ser competitivo (cualquiera sea la definición de este término en un contexto nacional específico) es por consiguiente una característica crucial para su inclusión en nuestra definición de sistema de partidos. De manera análoga, un partido forma parte del sistema si ayuda a sostener a dicho sistema. El ser competitivo es una manera obvia en que un partido contribuye a sostener al sistema; otra forma es actuar bajo un conjunto de reglas convenidas.2

Pero un sistema de partidos, como muchos académicos han afirmado, es más que una simple suma de sus partes (o partidos); consiste además del conjunto de interacciones que siguen patrones de normas en la competencia entre estos partidos (Mainwaring and Scully, 1995:4). Como Lane y Ersson (1987:155) lo expusieron, un sistema de partidos es «un conjunto de partidos políticos que operan dentro de un estado-nación de forma organizada...». La forma en que se puede describir ese conjunto de normas bajo las que operan los partidos varía considerablemente, como lo hizo notar Janda en su revisión bibliográfica de 1993, y el universo de variables que pueden proponerse como elementos de un sistema de partidos es muy amplio. Pero nuestro propósito no es simplemente describir o caracterizar como tal los sistemas de partidos políticos de Perú o Venezuela, sino más bien identificar los factores que contribuyeron al derrumbe de estos sistemas.

¿Qué es lo que constituye el colapso partidista, y cuáles clases de observaciones descriptivas y/o medidas empíricas pueden usarse para hacer operacional el colapso del sistema? ¿Además, qué cosas constituyen la causa y efecto? ¿Acaso es el colapso del sistema de partidos lo que lleva a la alienación de los electores o es al revés, es decir, es la alienación de los electores lo que conlleva al colapso del sistema? No existen respuestas categóricas para estas preguntas; cada caso individual puede haber seguido una u otra vía, y en última instancia la alienación de los electores y el colapso son indudablemente factores recíprocos que se refuerzan mutuamente. Sin embargo, asumimos aquí en general que los electores no llegan a estar desilusionados con un partido o un sistema de partidos a menos que existan razones para esto, por ejemplo, que el partido o sistema de partidos se vuelva rígido, se niega a admitir a nuevos integrantes, dé indicios de corrupción incorregible, o de cualquier otra forma deje de ser representativo o se margine.

Aun así, aunque los partidos políticos de manera individual o como parte de sistema manifiesten tales tipos de problemas, a menos que los ciudadanos o votantes perciban o reaccionen ante ellos, los partidos individuales y el sistema de partidos pueden perfectamente continuar dominando al Estado-nación en referencia. El colapso de un sistema de partidos políticos sobreviene cuando ocurre un divorcio entre el sistema de partidos (la combinación de los partidos y sus interacciones) por un lado, y los ciudadanos del Estado-nación que son sus miembros constituyentes, simpatizantes y quienes lo apoyan –es decir, sus electores– por el otro lado.3

Para analizar estas inquietudes, hemos escogido nuestros casos a propósito. En primer lugar, es altamente deseable un enfoque comparativo. Estudiar detalladamente el colapso de un sistema de partidos en una sola nación podría muy bien resultar útil, pero cualesquiera generalizaciones realizadas a partir de ese caso único resultarían necesariamente limitadas y cuando mucho tentativas. En el otro extremo, un estudio entre naciones con muchos casos podría ofrecer generalizaciones de amplio alcance, pero se perdería mucho detalle. En este estudio optamos por una comparación de dos naciones, guiándonos por la historia reciente de dos naciones latinoamericanas –Venezuela y Perú– como nuestros casos.

Estas dos naciones pertenecen a la misma región y por tanto comparten ciertas características grosso modo. Adicionalmente, cada una ha visto ocurrir el colapso de su sistema de partidos de manera rápida y total. A pesar de esto, las características de nuestra variable dependiente –el colapso del sistema de partidos políticos– en estos dos casos demuestran una variación extraordinaria. Esta variación nos permite aprovechar la estrategia comparativa de Przeworski y Teune (1970) de «lo más diferente», la cual se centra en «...eliminar factores sistemáticos irrelevantes» (p. 35) al enfocarse en «la variación de los comportamientos observados a un nivel inferior al de sistemas» (p. 34), lo que significa que los factores sistémicos no son primordiales en la explicación del comportamiento observado. Es decir, si al comparar el colapso de sistemas de partidos podemos identificar algunos factores explicativos comunes en dos escenarios nacionales en extremo diferentes, entonces podemos concluir que las variables sistémicas tienen menos valor explicativo. Por ejemplo, si seleccionamos dos países en los cuales vamos a comparar el colapso del sistema de partidos, y si ellos en ambos países son «lo más similares» (por ejemplo, ambos tienen el mismo número de partidos, el mismo grado de institucionalización de los partidos), entonces los resultados de nuestro estudio podrían explicar mucho sobre otras naciones con esas mismas características, pero no se aplicarían a naciones con características diferentes. Por otro lado, si comparamos dos sistemas de partidos que difieren entre sí de manera categórica pero que han colapsado por igual, entonces podremos concluir que las diferencias entre naciones pueden ser menos relevantes que otros factores para explicar dicho colapso, y por tanto no deberemos limitar nuestras generalizaciones. Si nos vemos obligados a concluir que el colapso del sistema de partidos ocurrió en el país «A» por una serie de razones (únicas al país «A») y en el país «B» por otra serie de razones (únicas al país «B»), entonces no hemos avanzado mucho. Pero si logramos encontrar razones similares para el colapso a pesar de grandes variaciones en las características más importantes que estos sistemas de partidos tienen en común, entonces nuestras conclusiones podrán ser más robustas.

Venezuela y Perú tienen características que cuadran muy bien con estas desiderata. Estas dos naciones desarrollaron sistemas de partidos políticos muy diferentes entre sí. Por ejemplo, en un continuo de estabilidad o institucionalización que vaya de lo más institucional a lo más amorfo, Venezuela se encontraba, según todas las medidas, bien inclinado hacia el extremo institucional durante las décadas de los setenta y ochenta, mientras que Perú estaba igualmente inclinado hacia el extremo opuesto. Pero a pesar de estas diferencias los sistemas de partidos políticos de cada una de estas naciones colapsaron de manera abrupta y absoluta, en lugar de adaptarse a nuevos cambios y desafíos. Fácilmente podríamos estar tentados a buscar razones exclusivamente «venezolanas» o «peruanas» para que estos colapsos sucedieran. Sin embargo, un enfoque hacia factores que no sean específicos de cada Estado-nación puede generar una comprensión más general del colapso de los sistemas de partidos.

Roberts (1997) usa el término «transformación de sistemas de partidos» como un descriptor general de lo que hacen los partidos cuando se confrontan a una situación crítica. Establece tres respuestas que se dan en tales condiciones: la reconstitución del sistema de partidos, la realineación y la descomposición. ¿Cómo podemos hacer para que nuestra noción de colapso quepa dentro del esquema más general de Roberts? Sugerimos que el colapso es una forma específica de descomposición, la cual resulta ser una de las variedades de la transformación (de las tres que expone Roberts). En otras palabras, el colapso es un subcategoría de la descomposición, la cual a su vez es una subcategoría de la transformación. Para nuestros propósitos, definimos el colapso del sistema de partidos como algo distinto a la descomposición, principalmente por la rapidez con que ocurre. La «descomposición» implica un declive gradual y observable; el «colapso» en cambio connota una implosión o desplome mucho más repentino. Como regla general, podríamos proponer que el colapso puede ocurrir entre una elección y la siguiente, mientras que el decaimiento o descomposición tomaría lugar a lo largo de un período de tiempo mucho más largo.

De la misma manera en que diferenciamos entre los conceptos de descomposición y colapso, debemos igualmente hacer una distinción entre el colapso de partidos y el colapso de los sistemas de partidos. Un partido político puede experimentar altibajos competitivos y puede incluso desaparecer (que con seguridad es el caso extremo de la pérdida de competitividad), pero el sistema político al cual ha pertenecido puede continuar en vigencia porque otros partidos ocupan su lugar en el sostenimiento del sistema como tal. Ocurre el colapso de un sistema de partidos: 1) cuando todos los miembros competitivos que sostienen el sistema de partidos políticos son abandonados por el electorado de manera simultánea y 2) cuando los miembros del sistema de partidos no son capaces de realinearse o recomponerse a sí mismos.

Este artículo intenta identificar (al menos de manera tentativa) los procesos por los cuales ocurre el colapso de los sistemas de partidos políticos. En términos muy generales, planteamos que ocurren tres etapas más o menos distintivas en el proceso de colapso de un sistema: la etapa de deshielo, la cual prefigura al colapso mismo; la etapa de respuestas o intentos de respuesta por parte del sistema, de sus componentes (es decir, de los partidos individuales) y de las élites ante tal deshielo; y (suponiendo que tales intentos no sean exitosos) el derrumbe o colapso efectivo del sistema.4

 

DESHIELO DEL SISTEMA DE PARTIDOS: EL ESCENARIO CONGELADO COMIENZA A LICUARSE

El trabajo hecho por Lipset y Rokkan (1967) en el que evaluaron los alineamientos de división y los sistemas de partidos influyó en toda una generación de académicos después de la Segunda Guerra Mundial. Lipset y Rokkan visualizaron a los sistemas de partidos como paisajes en los que las alternativas de los partidos se congelaron luego de la ampliación del sufragio y de la movilización de importantes sectores de nuevas masas de simpatizantes. Concluyeron que con muy pocas excepciones significativas los sistemas de partidos de la Europa Occidental de los años sesenta reflejaban las estructuras de división social que se habían establecido en la década de los años veinte; las alternativas partidistas, y en un gran número de casos las organizaciones partidistas como tal, eran más viejas que muchos de los electorados nacionales (p. 50). Luego de más de tres décadas después de que Lipset y Rokkan publicaran su obra clásica, Wellhofer (2001) evaluó la forma en que las alternativas partidistas que habían configurado el paisaje político italiano desde finales de la Segunda Guerra Mundial hasta 1986 se disolvieron con una rapidez sorprendente en menos de una década. El caso de estudio italiano de Wellhofer sugiere que la descripción de los paisajes partidistas de Lipset y Rokkan, en que éstos persistían «congelados» por largos períodos de tiempo, estaba engañosa, especialmente si los autores al emplear el término «congelado» querían significar una configuración que fuera estática o invariable.

Encontramos que la metáfora de un glaciar resulta más conveniente que el término de paisaje congelado. Bajo este lineamiento planteamos que los sistemas de partidos, cuando conservan sus estructuras durante varias generaciones, se asemejan a sistemas glaciares. Algunos rasgos reconocibles pueden perdurar por amplios períodos en la superficie, pero en lo profundo el cambio es una constante. De tiempo en tiempo las presiones internas creadas por estos cambios se vuelven tan intensas y de tan amplio abarque que son capaces de fracturar la superficie. Uno o más rasgos superficiales pueden desaparecer o transformarse. En los casos más extremos, los cambios de gran alcance destruyen al sistema mismo.

El colapso experimentado por el sistema de partidos en Italia entre 1987 y 1996 podría entonces definirse como el derretimiento del glaciar. Esta experiencia fue tan total que la mayoría de las estructuras y procesos que habían vinculado al gobierno italiano y los grupos de interés entre sí desde 1946 dejaron de existir. Wellhofer describe este nuevo esquema, que aún hoy día continúa cristalizándose, como el «post-aluvión» (pp. 178-80). El término post-aluvión también describe al sistema partidista alemán de la década de los treinta, después del surgimiento del Partido Nacional Socialista y previo a la imposición de la dictadura nazi de Hitler, así como al sistema partidista en Francia luego de que Charles De Gaulle reemplazó a la Cuarta República por la Quinta República. Términos como post-aluvión y colapso no han sido empleados en relación con los cambios en los sistemas de partidos en Latinoamérica, pero parecen ser útiles para describir lo que pasó con el sistema de partidos políticos de Perú entre los años 1986 y 1992, y con su contraparte venezolana entre 1992 y 2000.

Es nuestro propósito aprovechar los casos de Perú y Venezuela a fin de complementar los estudios eurocéntricos acerca de cómo los paisajes de los sistemas de partidos en que las alternativas han permanecido congeladas por extensos períodos de tiempo comienzan a derretirse. La información proveniente de los casos europeos sugiere que una vez que el proceso de deshielo está en marcha, éste crea una corriente en la que los remanentes aún «congelados» del sistema de partidos preexistente interactúan en nuevas formas. Una variedad de operacionalizaciones empíricas puede indicar el inicio de un deshielo. A estas alturas del artículo ofrecemos un indicador simple: cuando los partidos que han conformado y sostenido el sistema de partidos histórico reciben menos de la mitad de los votos populares válidos, han comenzado el deshielo del sistema. Este indicador es más preciso que la formulación de Roberts, la cual afirma que la descomposición de un sistema de partidos ocurre cuando «los patrones institucionales pre-existentes son desarraigados pero no son reemplazados por un nuevo conjunto de arreglos institucionales» (Roberts, 1997:4). Esta especificación de la descomposición nada dice acerca de cómo se puede medir cuando el «desarraigo» está sucediendo. En contraste, nosotros planteamos que cuando el total de los votos populares válidos para un sistema de partidos decae por debajo del 50 por ciento, se está ante la presencia de un deshielo. Un deshielo de esta magnitud amenaza la existencia del sistema, ya que el recibir menos de la mitad de los votos sugiere que el conjunto de partidos que ha formado y sostenido el sistema histórico ha dejado de ser dominante.

Pero otros indicadores o marcadores adicionales pueden también revelar el proceso de deshielo. Por ejemplo, un partido político existente que tiene una orientación antisistema puede incrementar sustancialmente su porcentaje de votos a favor y/o un nuevo partido político o movimiento personalista que se oponga al sistema de partidos existente puede convertirse en una fuerza electoral significativa. Adicionalmente, un aumento dramático en la abstinencia electoral, digamos de al menos 50 por ciento respecto a las elecciones anteriores del mismo género, sugeriría que la insatisfacción para con los partidos políticos establecidos está creciendo de manera peligrosa.

A continuación siguen dos breves relatos que dan cuenta de manera analítica de los eventos que llevaron a la iniciación de un proceso de deshielo sistémico en Perú y Venezuela. Cada uno de estos relatos examina el colapso de componentes individuales del sistema de partidos en cuestión, así como el colapso del sistema en general.

 

POLÍTICA PARTIDISTA EN VENEZUELA 1985-2000: EL DESHIELO DE UN SISTEMA DE PARTIDOS ALTAMENTE INSTITUCIONALIZADO

Antecedentes del deshielo. Los veintiocho años del gobierno primitivo y brutal del general Juan Vicente Gómez destruyeron todos los vestigios del sistema de partidos políticos de la Venezuela del siglo XIX. Los partidos comenzaron a surgir de nuevo en diciembre de 1935, luego de la muerte del dictador telúrico. Estudiantes universitarios atrapados en la aventura romántica del marxismo establecieron tres partidos políticos que darían forma a la izquierda venezolana en las décadas por venir: el Partido Comunista de Venezuela (PCV), Unión Republicana Democrática (URD) y el Partido Acción Democrática (AD). En la centro- derecha, dirigentes proclericales progresistas fundaron el Partido Social-Cristiano (Copei). Finalmente, líderes de las clases alta y media alta lucharon contra grandes desventajas para consolidar un partido político secular en la derecha política. El primer partido político de este género, el Partido Democrático de Venezuela (PDV), colapsó en octubre de 1945 cuando una revolución populista derrocó al gobierno que lo había establecido y fundado (Kornblith y Levine, 1995:39-41).

Tres años de gobierno revolucionario (1945-1948) llevaron al partido AD a una posición dominante. Pero el uso del poder gubernamental por parte de AD para limitar el crecimiento de los partidos URD, Copei y PCV los alienó del flamante régimen democrático-representativo que AD intentaba construir. Por consiguiente, URD, Copei y PCV se echaron a un lado en noviembre de 1948, cuando los militares derrocaron al gobierno electo del presidente Rómulo Gallegos (AD). Los militares, sin embargo, no tenían ninguna intención de permitir que URD, Copei o el PCV gobernara. Este hecho hizo que los tres partidos se unieran a AD para formar un movimiento clandestino que derrocó al gobierno militar del general Marcos Pérez Jiménez el 23 de enero de 1958.

Los dirigentes de AD, Copei y URD acordaron compartir el poder y no llevar su agenda izquierdista hasta el extremo en que los empresarios, la Iglesia y los terratenientes pudieran sentirse amenazados. Este acuerdo, el bien conocido Pacto de Punto Fijo, facilitó la creación de un ambiente en el cual una amplia gama de partidos políticos podía competir por el poder. El derecho secular lanzó el Frente Nacional Democrático (FND), una organización que falló en consolidar su fuerza política inicial en las elecciones presidenciales de 1963. Los izquierdistas y centristas dentro del partido URD cayeron en una contienda que debilitó al partido hasta el punto de volverlo insignificante. El PCV se unió a los partidarios de Fidel Castro en una insurrección fracasada y el conflicto que luego se desató en torno al comportamiento imperial que la Unión Soviética mostraba en Checoslovaquia llevó a los jóvenes más vigorosos y carismáticos del partido (PCV) a abandonar sus filas y formar su propio partido llamado Movimiento Al Socialismo (MAS). El MAS se convirtió en el tercer partido político democrático más importante de Venezuela, pero su apoyo al régimen puntofijista fue poco entusiasta. El MAS permaneció al margen del poder hasta mediados de la década de los noventa. En última instancia, el sistema de partidos políticos de la Venezuela puntofijista, especialmente entre 1973 y 1993, estuvo polarizado entre AD y Copei (Myers, 1998).

El deshielo. El sufragio presidencial de diciembre de 1988 fue la última vez que los resultados electorales venezolanos demostraron una segura dominancia del poder por parte de AD y Copei. Los dos partidos políticos, como sugiere el cuadro 1, recibieron entre sí más del 94 por ciento de los votos presidenciales y casi tres cuartos del total de votos en las elecciones para la Cámara de Diputados y el Senado.

El único motivo de preocupación que percibieron los dirigentes de AD en los resultados electorales de diciembre de 1988 fue el aumento de 6 por ciento en la tasa de abstención. Sin embargo, las campanas de alarma sonaron al momento cuando el presidente Carlos Andrés Pérez, al posesionarse, descubrió que su predecesor había agotado las reservas internacionales, las cuales no alcanzaban siquiera para cubrir los costos de las importaciones de alimentos básicos como las caraotas negras y el café. Esta emergencia requirió de la petición de un préstamo al Fondo Monetario Internacional y los directivos del Fondo exigieron al presidente Pérez que implementara un programa de austeridad nacional a cambio de los fondos que necesitaba. No obstante, la campaña electoral del Pérez se había basado en hacer que el electorado lo asociara con los buenos tiempos de su primer gobierno en los años setenta, y la mayoría de los venezolanos esperaban con ansias una repetición de estos buenos tiempos durante su segunda presidencia. El anuncio por parte del gobierno de medidas de austeridad a sólo tres semanas de haber asumido el poder fue recibido por el pueblo con conmoción, incredulidad y rabia. Esto llevó a tres días de saqueos y motines en diez de las ciudades más importantes del país. El desconocimiento de la autoridad pública en la ciudad capital de Caracas fue casi total. Cientos de personas murieron cuando la Armada recobró el orden (Romero, 1996:393-403).

Luego de los motines urbanos, una calma antinatural se estableció en toda Venezuela. En apariencia todo había vuelto a la normalidad. Diez meses después, en las elecciones locales y regionales, los partidos AD y Copei mantuvieron su dominancia. Sin embargo, dos acontecimientos sugirieron que debajo del paisaje aparentemente congelado del sistema de partidos políticos en Venezuela, el cambio se avecinaba. En primer lugar, el militantemente izquierdista partido político La Causa R ganó la gobernación en el estado industrial de Bolívar, el cual había sido históricamente una plaza fuerte de AD, donde ese partido podía contar con el apoyo de los trabajadores sindicalizados de las industrias de aluminio y hierro. En segundo lugar, la tasa de abstención superó el 55 por ciento. Sin embargo, la tasa de abstención en las elecciones locales siempre había sido mayor que en las elecciones presidenciales o para el Congreso Nacional. Los dirigentes de AD y Copei se sintieron aliviados. Pensaron que su dominancia del sistema partidista venezolano había sobrevivido una tormenta peligrosa pero aislada, sufriendo daños mínimos.

Los indicadores macroeconómicos venezolanos mejoraron en los dos años subsiguientes. La inversión extranjera inundó a Venezuela y en 1991 la economía experimentó la mayor tasa de crecimiento per cápita en el mundo. Sin embargo, el optimismo le cedió a la conmoción el 4 de febrero de 1992, cuando oficiales del Ejército de bajo rango realizaron un intento fallido de golpe de Estado contra el gobierno de Pérez. El comandante Hugo Chávez Frías explicó su uso de la fuerza como un intento por acabar con la corrupción y revertir las políticas económicas neoliberales que habían producido un crecimiento que sólo beneficiaba a los grupos aliados al gobierno. Un segundo intento fallido de golpe de Estado el 27 de noviembre de ese mismo año, esta vez realizado por unidades de la Fuerza Aérea y la Marina, debilitó de manera fatal la presidencia de Pérez (Agüero, 1995:215-230). Aun así, en las elecciones del 6 de diciembre se incrementó el porcentaje del voto total para los partidos políticos que sostenían el sistema. Copei fue el abrumador beneficiario de la insatisfacción militar con el presidente Pérez. Desde su posición tradicional como la alternativa a AD que apoya al sistema, Copei aparecía como el elegido para cargar con el peso de capturar la presidencia en las elecciones nacionales de diciembre de 1993.

El cuadro 1 revela que entre diciembre de 1992 y diciembre de 1993 el apoyo a Copei en particular se desplomó a medida que el apoyo combinado conjunto para AD y Copei decayó por debajo del 50 por ciento por primera vez en el sistema democrático posterior a 1958. Una alianza entre el MAS y otros apoyos personalistas llevó al octogenario Rafael Caldera a una segunda presidencia. Caldera había abandonado a Copei, el partido que él mismo fundó y nutrió. El partido militante de izquierda La Causa R llegó a una posición de sólo unos puntos por debajo de AD y Copei. Esto fue un terremoto político. Acabó con más de tres décadas de dominación del sistema de partidos por parte de los partidos políticos que habían construido y sostenido la democracia representativa en Venezuela.

¿Cómo fue que el sistema de partidos en Venezuela se derritió en los doce meses que separaron las elecciones municipales y regionales del diciembre de 1992 de las elecciones nacionales del diciembre de 1993? Primero que todo, es necesario repetir que para diciembre de 1992 ya había ocurrido cierto derretimiento del congelado paisaje del sistema de partidos. Pero la verdadera ruptura del sistema vino después. Su causa inmediata fue la amarga batalla dentro de Copei que sembró dudas sobre la capacidad de ese partido para gobernar de manera cohesiva y de proveer una verdadera alternativa a la de AD. El empeño de Rafael Caldera de lanzarse una vez más a la contienda presidencial reabrió viejas heridas dentro del partido que databan a mediados de los años ochenta. En esa época, dirigentes jóvenes de Copei destronaron de la dirigencia del partido a Caldera y entregaron la postulación presidencial para las elecciones de 1998 a Eduardo Fernández. A pesar de haber perdido contra Carlos Andrés Pérez, Fernández se mantuvo en su puesto como Secretario General de Copei. Luego del fallido intento de golpe de Estado del 4 de febrero de 1992, Fernández describió la crisis como una amenaza a la democracia y le ofreció su apoyo al presidente Pérez. En contraste, Caldera criticó las políticas neoliberales del gobierno y por poco apoyó el golpe de Estado. A pesar de que su posición estaba más acorde con los sentimientos de la mayoría de los venezolanos, Caldera no logró sacar del partido a Fernández y sus aliados. No obstante, Caldera retuvo un apoyo significativo entre los militantes de Copei y los sectores medios urbanos. Su candidatura independiente atrajo a electores que en condiciones normales se esperaría que hubieran apoyado a Copei.

El desafío sin éxito de Rafael Caldera a Fernández incitó a hacer lo mismo a otros dirigentes ambiciosos de entre las generaciones jóvenes de Copei. Oswaldo Álvarez Paz derrotó a Eduardo Fernández en las elecciones primarias para la postulación presidencial de Copei, a pesar de que el aparataje del partido había apoyado a Fernández. Pocos dirigentes de Copei hicieron campaña por Álvarez Paz con entusiasmo. Adicionalmente, Álvarez adoptó una posición de mucho mayor apoyo a la privatización y a las reformas neoliberales que el candidato de AD. Esto antagonizó a los electores de las clases marginales y trabajadoras que se habían vuelto en contra de Carlos Andrés Pérez debido a sus políticas neoliberales. Con Copei ofreciendo más de lo mismo, ese partido ya no parecía ser una verdadera alternativa a AD.

Desde luego, existían verdaderas alternativas. Rafael Caldera se ofreció como el candidato con mayores posibilidades de restaurar el crecimiento económico centrado en el Estado que había definido a la democracia posterior a 1958 desde sus inicios. Los opositores a AD y Copei de orientación más radical podían optar por el militantemente izquierdista partido La Causa R y su candidato presidencial Andrés Velázquez. Velázquez no sólo enfatizó su oposición a las políticas económicas neoliberales, sino que también identificó su candidatura con la rabia que los trabajadores y los pobres de las ciudades sentían por no haber recibido su justa porción del ingreso que los gobiernos democráticos habían obtenido de la riqueza petrolera.

El triunfo de Caldera señaló que los votantes estaban dispuestos a darle una nueva oportunidad a la democracia post-1958, aunque no a los partidos políticos AD y Copei (Martz, 1998:73-77). Ninguno de los partidos políticos tradicionales identificados con el sistema había convenido a los electores de que el sistema distributivo centrado en el Estado, vigente en las décadas anteriores, ya no era viable. Este fracaso hundió todos los esfuerzos para «vender» el neoliberalismo. La adopción de políticas neoliberales por parte de Pérez justo después de haber realizado una campaña electoral basada en la expectativa de que su gobierno retornaría a las políticas distributivas centradas en el Estado, condenó a su presidencia al fracaso y debilitó a AD. Cuando las circunstancias obligaron a Rafael Caldera a realizar un cambio de política similar, las consecuencias para AD y Copei, sin mencionar las consecuencias para el sistema democrático representativo como tal, serían incluso mayores (Pereira Almao, 2001:52-55).

 

LA POLÍTICA PARTIDISTA DE PERÚ, 1980-2000: UN SISTEMA DE PARTIDOS POCO RÍGIDO SE DERRITE

Antecedentes a los acontecimientos de 1980. Perú nunca ha sido conocido por tener partidos políticos altamente institucionalizados, si con el término se quiere implicar a una organización con una ideología bien establecida, reglas coherentes y que tenga vida aun sin la presencia de su líder actual y/o sus fundadores. Luego de la independencia, los primeros partidos se formaron en la década de 1850, y unos cuantos pocos de estos partidos perduraron por algún tiempo (el Partido Civil, el Partido Nacional, entre otros). Pero estaban dirigidos por una pequeña élite cuyos integrantes competían por un pequeño número de votos, ya que el sufragio estaba altamente restringido por el género, estatus legal, nivel económico y otros factores. Estas élites dirigieron a Perú durante la época llamada la «Edad de Oro de la Aristocracia», o lo que Dahl (1971) denominaría una oligarquía competitiva. La política dirigida a las masas no emergió sino hasta la década de los veinte, específicamente en las elecciones presidenciales de 1931, cuando dos personajes contrarios al sistema imperante (Luis Sánchez Cerro de la Unión Revolucionaria y Víctor Raúl Haya de la Torre de la Alianza Popular Revolucionaria Americana, mejor conocido por las siglas APRA) libraron una cerrada batalla electoral que culminó con una cuestionada victoria de Sánchez Cerro.

A la larga, sin embargo, el año de 1931 fue más importante por la emergencia del APRA en el escenario político que por la victoria de Sánchez, ya que este partido político mostró ser el mejor organizado y más coherente en la historia política de Perú. Era además y de manera simultánea el partido más ferozmente apoyado y el más difamado. Una vez tras otra, durante los años 1930, 1940, 1950 y 1960, el APRA intentaba lograr que Haya de la Torre se lanzara como su candidato presidencial, pero siempre era proscrito o perseguido o se le prohibía su candidatura. Tal persecución lo único que logró fue hacer que sus seguidores lo apoyaran de manera aún más ferviente, y la habilidad del partido de mantenerse intacto a lo largo de las décadas lo convirtió en la admiración y la causa de desesperación de todos sus contendientes.

La mayoría de los otros partidos políticos de Perú a partir de la década de los treinta fueron ser altamente personalistas y fueron de hecho más bien en conglomerados de seguidores partidos.5 Muy pocos duraron, menos aún tuvieron algún éxito electoral. Los choques de personalidades provocaron separaciones, fracturas y coaliciones que usualmente eran de naturaleza temporal. Además, el hecho de que los militares intervenían de manera constante en el proceso político, ya fuera actuando como grupo de veto o asiéndose del poder, hizo que se generaran grandes dificultades para que los partidos y sus dirigentes pudieran ejercer su oficio y para que los votantes adeptos al partido desarrollaran su lealtad.

En 1963 la democracia peruana parecía estar entrando en una nueva era. En unas elecciones competitivas se vio al UNO (el partido de Odría), al APRA y al AP (fundado en los años cincuenta) enfrascarse en una muy reñida contienda de tres opciones, en la que el AP finalmente resultó el ganador. El dirigente de AP, Fernando Belaúnde, fue algo así como un respiro de aire fresco, corriendo sobre una plataforma centrista que incluía (por primera vez en la historia de Perú) elecciones municipales en todo el país (anteriormente se nombraban a los alcaldes). Elecciones de este tipo fueron realizadas en 1963 y 1966, pero todo ese tipo de experimentos políticos de esta naturaleza fue abruptamente cancelado en 1968, cuando las fuerzas militares una vez más tomaron el poder y lo conservaron hasta 1980.

Los años 80. El año 1980 presenció la restauración del gobierno civil, el surgimiento de lo que aparentaba ser un sistema de partidos sin precedentes aunque vacilante y el inicio de lo que se convirtió en un período de gobierno democrático de duración sin paralelo. El sistema de partidos políticos en el Perú en los años ochenta consistía de cuatro partidos o agrupaciones: la IU (Izquierda Unida) representaba a la izquierda a través de una frágil y a menudo contenciosa coalición de varios grupos marxistas; el APRA, ocupando la centro-izquierda; el AP (Acción Popular), que era básicamente un vehículo personalista para Fernando Belaúnde, su fundador, en centro-derecha; y el PPC (Partido Popular Cristiano, también conocido en las elecciones posteriores como CODE). Estos cuatro partidos ganaban una variedad de elecciones (presidenciales o municipales), se adjudicaban curules en el Congreso y/o protagonizaban de alguna manera el escenario político durante la década; constituían el sistema de partidos de Perú por casi cualquier definición del término. Todos estos partidos eran competitivos y orientados al sostenimiento del sistema.

Aparentemente, los años ochenta mostraron que Perú había avanzado significativamente hacia una democracia sostenible, al menos en términos de procedimientos. Cualquier partido que quisiera competir podía hacerlo; las elecciones nacionales (presidenciales y legislativas) y municipales eran efectuadas a tiempo según la planificación (cada cinco y tres años, respectivamente); las denuncias de fraude o corrupción en los procesos electorales estaban virtualmente ausentes; los ocupantes de los cargos cedían el poder a sus sucesores, permitiendo de esta forma la alternación en el poder; y tal vez lo más importante de todo, los militares no mostraban ningún interés en interferir con el proceso electoral. En su conjunto, la democracia peruana parecía estar más cerca de convertirse en una realidad en el largo plazo de lo que nunca antes había estado.

A primera vista, el cuadro 2 indica estas distintas fortalezas de la política partidista en Perú a lo largo de los años ochenta. Como ya se indicó, el poder presidencial era intercambiado entre los partidos políticos durante los años ochenta, pasando de manos del AP al APRA y luego al Cambio 90, el partido de Fujimori. Pero además de las alternaciones del poder al nivel nacional, las elecciones municipales demostraban que una variedad de partidos podía ser viable como contendores por el poder. En Lima, el partido AP ganó las elecciones de 1980, y le siguió el IU en 1983 y el APRA en 1986 (cuadro 2). Esto sugiriere una sana circulación del bastión de mando (sin mencionar que todos los adversarios jugaban de acuerdo con las reglas del juego).

Pero estas señales globales de salud democrática deben ser situadas en su contexto. La década de los ochenta fue de muchas dificultades económicas para Perú; el período comenzó con un crecimiento lento y una ascendente deuda externa bajo el gobierno de Belaúnde, y luego sufrió un rápido colapso durante el de García, cuando una política heterodoxa que se sobreextendió, acompañado por un equivocado esfuerzo de nacionalizar la banca, llevó a un estancamiento seguido de un agudo descenso del PNB que eliminó las inversiones extranjeras y nacionales, y a una hiperinflación catastrófica que alcanzó el 7.600 por ciento en 1990. Además, la presencia del grupo revolucionario Sendero Luminoso a lo largo de los años ochenta produjo niveles ascendentes de violencia política, una intimidación ampliamente difundida y una milicia fuera de control. La combinación del colapso económico y la violencia sociopolítica trajo consigo unos niveles horrorosos de pobreza, de desempleo y subempleo, problemas de salud pública y una letanía de otras dolencias sociales.

Dado este contexto socioeconómico nacional, ¿cuáles otras conclusiones se pueden esbozar del cuadro 2? En 1980 la victoria presidencial del partido AP estaba acompañada por victorias de magnitudes aproximadamente iguales en el Senado y en la Cámara de Diputados. Pero para 1983 las políticas económicas de Belaúnde habían perdido su brillo y las elecciones municipales fueron vistas por todo el mundo más bien como un referéndum sobre AP. Como tal, el partido AP sufrió una dramática pérdida de votos; su candidato a la alcaldía en Lima acopió sólo 12 por ciento de los votos y el partido logró un total del 17,5 por ciento al nivel nacional. En contraste, el IU y el APRA (los dos partidos de oposición principales) juntos obtuvieron más del 60 por ciento de los votos nacionales, y el candidato del IU Alfonso Barrantes ganó la Alcaldía de Lima.

Parecía entonces que el AP había tenido su oportunidad de probarse con el electorado y había fracasado. La popularidad personal de Belaúnde no pudo ser traspasada a los otros candidatos de su partido sólo tres años más tarde, y sus logros económicos no resultaron satisfactorios para mucha gente. En 1983 el AP tuvo muy malos resultados electorales en las elecciones municipales y en 1985 el candidato presidencial de AP (Javier Alva Orlandini) recibió sólo 7 por ciento del voto popular.

Al mismo tiempo, el APRA y el IU parecían estar escalando posiciones y de hecho lo estaban. La conquista por el IU de la Alcaldía de Lima en 1983 generó mucho regocijo en la izquierda, y el desempeño de Alfonso Barrantes como alcalde fue percibido en general como sólido y responsable. Pero cuando Barrantes decidió lanzarse como candidato presidencial por el IU en las elecciones de 1985, fue derrotado de manera contundente por García y su partido el APRA. Entonces se lanzó para la reelección como alcalde en 1986 y perdió una batalla muy cerrada ante su contrincante Jorge del Castillo, candidato del APRA. Estas dos derrotas seguidas hicieron que se generaran en la izquierda una serie de penosas autoevaluaciones y recriminaciones, dejando al partido IU dividido y fatalmente debilitado.

Entre tanto, el APRA parecía haberlo ganado todo. La victoria presidencial de García estuvo acompañada por una mayoría, tanto en el Senado como en la Cámara de Diputados, y cuando estas victorias estuvieron seguidas por la victoria de del Castillo en la Alcaldía de Lima en 1986, el APRA tuvo todos los resortes del poder en sus manos. Sin embargo, las ineficaces políticas contra Sendero Luminoso, las condiciones económicas en deterioro y los constantes rumores de corrupción y fraude provocaron una caída vertiginosa en el porcentaje de apoyo público al gobierno. A continuación se tratará el tema de qué fue exactamente lo que ocurrió en esas elecciones y en las de 1990.

 

INTENTOS DE DETENER EL DESHIELO

Teóricamente hablando, ¿cuáles tipos de reacciones se podrían darse ante el inicio de un deshielo que presagia el colapso del sistema? Podríamos sugerir que se dan dos reacciones básicas: intentos de culpar a alguien o algo por el deshielo, e intentos de contener, revertir o manejar de cualquier otra forma el proceso de deshielo.6 En el primer caso, podrían ocurrir acusaciones mutuas y señalamientos, tanto dentro de los mismos partidos que sostienen al sistema como entre ellos. Este tipo de recriminaciones puede conducir a: 1) una mentalidad de «sálvese quien pueda», donde la política comienza a verse crecientemente como un juego de suma-cero (si tú ganas yo pierdo, y viceversa) y/o 2) una fracturación dentro o en todo el sistema a medida que uno o varios partidos intenten abandonar al sistema y librarse de la imagen de pertenecer a una causa perdida.

Al mismo tiempo, sin embargo, las élites de los partidos que sostienen al sistema podrían intentar llevar a cabo una serie de reformas. Tales reformas podría incluir, pero no necesariamente estarían limitadas, sistemas fortalecidos de seguridad social para los pobres; programas especiales de creación de empleos públicos para los pobres; políticas económicas neoliberales diseñadas para estimular la macroeconomía; una campaña contra y castigos para la corrupción; mayores oportunidades para la participación política; descentralización y otros cambios presuntamente dirigidos a afianzar la democracia; cambios en los procedimientos electorales; un aumento de las comunicaciones simbólicas que dé la impresión de que los grupos marginales están incluidos y tengan más poder, para que se sientan más valorados o echarle la culpa a los extranjeros.

 

EL CASO DE VENEZUELA

Las respuestas que dieron los partidos políticos identificados con el sistema en Venezuela ante el deshielo del paisaje del sistema de partidos estuvieron estrechamente ligadas a la percepción de que la propia democracia puntofijista se estaba desenredando. AD y Copei habían dominado la democracia post-1958 por tanto tiempo ya que el apoyo a estos partidos y el apoyo al régimen democrático solían ser vistos como lo mismo. Por tanto, los esfuerzos por contener al «derretimiento del apoyo» para AD y Copei estuvieron entrelazados con los esfuerzos para preservar a la democracia representativa. Las amenazas al régimen puntofijista, que comenzaron en 1989, provenían de los tumultos y saqueos citadinos, de la contracción de la economía y de los intentos de golpe de Estado, pero no fue sino hasta las elecciones presidenciales de 1993 cuando se observó que la dominancia de AD y Copei sobre el sistema de partidos comenzaba a derrumbarse. En el caso de Venezuela, entonces, esos esfuerzos de apoyo al sistema democrático comenzaron antes de los esfuerzos por contener el derretimiento del apoyo a Copei y AD.7 No se buscaron culpables para la caída del dominio bipartidista, sino hasta después de que los resultados de la elección de 1993 revelaran el daño masivo que AD y Copei habían sufrido durante sus esfuerzos sin éxito de mantener a flote al régimen democrático post-1958.

Los esfuerzos por contener el deslave. Los esfuerzos que se hacían para incrementar el poder de los gobiernos locales y regionales en Venezuela se hicieron notorios durante el gobierno del presidente Jaime Lusinchi (1984-89). Durante la campaña electoral de 1988, tanto Carlos Andrés Pérez (AD) como Eduardo Fernández (Copei) prometieron ambos hacer reformas que permitieran la elección de los gobernadores regionales, establecer el cargo de alcalde electo y deshacerse de la selección de candidatos legislativos mediante listas controladas por cada partido (de la Cruz, 1992). Ya para entonces existían importantes oposiciones a estas reformas dentro de los partidos AD y Copei, pero los tumultos urbanos convencieron a los opositores de que resistirse al fortalecimiento del poder local sería un suicidio político. El cambio hacia las elecciones de alcaldes y gobernadores vino en diciembre de 1989, y en los sufragios siguientes se eligieron a los diputados, senadores, diputados estadales y concejales municipales en un sistema mezclado de listas partidistas y circunscripciones uninominales (Molina, 1998).

La segunda ronda de respuestas cuya intención era preservar la democracia post-1958 y la dominancia de AD y Copei, surgió tras el intento de golpe de Estado del 4 de febrero de 1992. Algunos miembros de Copei asumieron cargos ministeriales en el gobierno de Pérez, los dirigentes de AD silenciaron sus críticas a las políticas neoliberales del presidente Pérez, quien dio marcha atrás en algunos de sus proyectos de privatización más polémicos. El segundo golpe de Estado del 27 de noviembre de 1992 sugirió que todas estas respuestas fueran ineficaces, aunque los resultados electorales de las elecciones regionales en diciembre de ese año, tanto para AD (36 por ciento) como para Copei (42 por ciento) fueron mejores de lo esperado (Penfold, 2001:47-48).

La respuesta de los dirigentes de Copei ante el éxito electoral y la oportunidad de reconquistar la presidencia fue descrita anteriormente. Las ambiciones y rencores personales llevaron a adoptar actitudes que eliminaron ese partido como una fuerza política importante en Venezuela. Luego de que Rafael Caldera asumiera la presidencia en febrero de 1994, Copei se confrontó a una situación en que su fundador, quien había sido desplazado por los líderes del momento, ahora controlaba el gobierno nacional, que era la fuente tradicional de los recursos usados para nutrir la infraestructura de ambos partidos políticos identificados con el sistema. Por su parte, el presidente Caldera intentó integrar a Copei a su nuevo partido llamado Convergencia Nacional (CN) y crear un nuevo partido político de democracia cristiana para Venezuela. Los dirigentes de Copei se resistieron al cambio. Rafael Caldera como respuesta montó un ataque sobre el partido que pronto lo dejó como una concha vacía.8

Los resultados de la elección de diciembre de 1992 convencieron a los dirigentes de AD que su partido conservaba un significativo núcleo de apoyo duro a pesar del amplio rechazo al presidente Pérez. La respuesta ante esta situación fue su ayuda a los enemigos del Presidente en sus esfuerzos por destituirlo del poder y colocarlo bajo arresto domiciliario. Por otra parte, la vieja guardia del partido se hizo a un lado para dejar que el alcalde de Caracas, Claudio Fermín, se lanzara como candidato presidencial por el partido. Fermín, quien era uno de los pocos líderes jóvenes del partido, había estado identificado con el presidente Pérez. Cuando Fermín fue derrotado, como era de esperarse, el secretario general del partido Luis Alfaro Ucero consolidó un poder sin precedentes dentro de AD.

Alfaro había arriesgado su vida repetidamente en la lucha para derrocar al general Pérez Jiménez y el partido AD era su vida. Para cuando las continuas dificultades económicas obligaron al presidente Caldera a adoptar las mismas políticas neoliberales que tanto había criticado en su campaña electoral, Alfaro le brindó el apoyo en el Congreso que permitió que Caldera siguiera gobernando. A cambio, el presidente Caldera le otorgó al Secretario General de AD los recursos que éste necesitara para mantener la infraestructura del partido (entrevista a Luis Alfaro Ucero por David Myers, 11 de septiembre de 1997). Incluso hasta los últimos diez días de la campaña electoral presidencial de 1998, cuando la dirigencia de AD le quitó a Alfaro la postulación presidencial del partido, él era el segundo político de mayor influencia en Venezuela.

El arreglo entre Alfaro y Caldera mantuvo en pie a AD por un tiempo, pero también identificó al partido con un gobierno que se convirtió, incluso, en menos popular que su predecesor. Para el último año de la presidencia de Caldera (1998), el partido AD ya no representaba una verdadera alternativa al desacreditado gobierno en funciones, una situación similar a la cual se encontraba Copei en 1993.

Echando culpas. Cuando Rafael Caldera se juramentó como Presidente de Venezuela por segunda vez, el 2 de febrero de 1994, la pregunta principal que se hacía la mayoría de los dirigentes de los partidos era si la democracia puntofijista sobreviviese otros cinco años más. Mientras los partidos políticos se prepararon para las elecciones locales y regionales del diciembre de 1995, las exigencias de la elaboración de estrategias de campaña electoral condujeron a AD y Copei a reconsiderar cuáles cosas les habían servido y cuáles no. Luis Alfaro Ucero subrayó la importancia de la unidad y ordenó que AD debía retornar a los temas populistas que lo habían convertido en el partido político por excelencia de Venezuela. Debido al buen resultado logrado por AD en las elecciones de 1995, la posición de Alfaro no pudo ser atacada dentro del partido (Maingon y Thanalí). Muchos de los que lo criticaban abandonaron el partido. Sin embargo, su desafortunada candidatura presidencial fracasó en captar el apoyo siquiera del 10 por ciento de los entrevistados en las encuestas de opinión pública que se realizaron en el transcurso de la campaña electoral de 1998. Diez días antes de las elecciones, los dirigentes nacionales de AD retiraron a Alfaro la postulación presidencial del partido. Las recriminaciones eran tan amargas que inclusive quienes siempre habían estado de su lado lo expulsaron de AD.

La rabia, la amargura y la tensión predominaron dentro de Copei a raíz de que Oswaldo Álvarez Paz llegara de tercer lugar en la campaña electoral presidencial de 1993. Incluso hasta julio, las encuestas de opinión pública indicaban que Copei recuperaría la presidencia. Además, y con razón, los dirigentes de Copei temían que un mandato de Caldera pudiera cobrar cuentas pendientes que remontaban a la lucha por el control del partido en la década de los ochenta. Copei estaba alterado, y no se dedicó con mucho ahínco a la preparación para las elecciones regionales de 1995. Cuando salieron los resultados, mostró que la votación para los candidatos copeyanos a gobernador y alcalde fue tan sólo la mitad de lo que había sido en las elecciones regionales de 1992.

Las derrotas electorales de 1993 y 1995 desacreditaron a tal extremo a Álvarez Paz y a Eduardo Fernández que los dirigentes nacionales de Copei hicieron lo impensable: acudieron al ex presidente Luis Herrera Campins en busca de liderazgo. Herrera había presidido uno de los gobiernos más incompetentes y corruptos de Venezuela, pero era considerado como un político habilidoso. Herrera apostó a nombre del partido a la candidatura de Irene Sáez, la ex Miss Universo, quien era para ese entonces alcaldesa del próspero municipio Chacao. Cuando el apoyo popular a Sáez descendió por debajo del 10 por ciento en las encuestas de opinión, la dirigencia nacional de Copei le retiró la postulación del partido como candidata presidencial. La nueva opción del partido fue Enrique Salas Römer, el gobernador independiente del estado Carabobo, quien parecía tener cierta posibilidad de ganar las elecciones (McCoy, 1999:66-74). Menos del 2 por ciento de los electores votaron por Salas marcando la bandera de Copei en las boletas electorales. Tras esta debacle, Herrera renunció al partido. Aquellos que permanecieron en el partido quedaron tan obsesionados con identificar a los culpables que Copei no fue capaz de proporcionar ningún liderazgo en la lucha por salvar la democracia representativa de Venezuela o de crear un nuevo, y más aceptable, régimen político.

PERÚ

A medida que comenzaban a aparecer las primeras señales de un deshielo del sistema a mediados y finales de los ochenta, las reacciones de las élites partidistas de Perú reflejaban ambas las posibilidades de reacción arriba mencionadas, es decir, acusaciones mutuas y una búsqueda un tanto desesperada por cambios que pudieran permitir la preservación del sistema.

Echando culpas. La historia variegada y episódica de Perú con el gobierno democrático ha demostrado a menudo que sus partidos políticos están dispuestos y con frecuencia capaz de tumbarse los unos a los otros sin consideración por la viabilidad o sostenibilidad del sistema como un todo. Los ejemplos abundan. En la experiencia democrática truncada de Perú en los años sesenta, el partido político de Belaúnde (AP) poseía una mayoría relativa en el Congreso, mas no una mayoría absoluta. Pero en lugar de ser capaz de formar una coalición con el APRA o el UNO (Unión Nacional Odriísta –el vehículo personalista del anterior dictador Manuel Odría), el AP tuvo que enfrentarse a una alianza improbable entre estos dos partidos que habían sido anteriormente amargos enemigos entre sí, la cual constantemente bloqueó, desvirtuó o tomó el crédito por las iniciativas de AP. La alianza entre el APRA y el UNO no sólo impedía que se llevaran a cabo las reformas moderadas que pretendía establecer el AP, sino que también frustraba a los fieles al partido UNO y especialmente a los del APRA. Adicionalmente, este bloqueo de la acción congresional le dio a la milicia peruana, que de por sí estaba ansiosa por ver suceder una reforma, una justificación para la toma del poder en 1968.

A inicios de los años ochenta el AP, bajo la dirección de Belaúnde, evitó graves confrontaciones con el APRA, partido que estaba ocupado en batallas de sucesión luego de la muerte de Haya de la Torre en 1979. Pero a medida que Alan García emergía como líder del partido, el APRA hizo todo lo que pudo para desacreditar al gobierno de Belaúnde a manera de abrirse camino para la contienda presidencial de 1985. Fue poco lo que el AP pudo hacer contra la fuerza organizacional superior del APRA y su núcleo duro de seguidores permanentes e intensamente comprometidos, ya que Belaúnde no podía sucederse a sí mismo y el partido terminó postulando en la candidatura presidencial a Javier Alva Orlandini, un antiguo politiquero del partido, en lugar de alguien que estuviera más en la onda confortante y regia de Belaúnde.

Pero la presidencia de García confirmó los más terribles temores y predicciones de los oponentes del APRA. Una vez que el APRA hubo controlado la totalidad del sistema político –la presidencia, el Congreso, la Alcaldía de Lima y el grueso de las otras alcaldías al nivel nacional– el partido y sus dirigentes mostraron ser incompetentes, sectarios y corruptos; por tanto, se ganaron la frustración de muchos ciudadanos, lo que permitió que dirigentes no sólo antiAPRA, sino también antisistema de partidos pudieran emerger (Mario Vargas Llosa y Fredemo, Alberto Fujimori y Cambio 90) en 1990.

Haciendo reformas. En un intento por reformar al sistema, las élites de los partidos identificados con el sistema en Venezuela intentaron implementar una variedad de reformas una vez que el deshielo del sistema había comenzado. Pero sus contrapartes peruanos se encontraban más o menos frustrados, ya que muchas de las reformas que Venezuela implementó ya existían en Perú desde que la Constitución de 1980 permitiera la transición al mandato civil. Esa Constitución establecía el sufragio a partir de los 18 años, sufragio universal (incluso para los analfabetos), elecciones municipales en toda la nación en fechas distintas a las de las elecciones presidenciales y congresionales, prohibición a la reelección presidencial inmediata y otras reformas y cambios de reglas igualmente importantes. A lo largo de los años ochenta todos los participantes cumplieron con estas normas. Adicionalmente, y en contraste dramático con el pasado peruano, las elecciones determinaban el resultado: a quienquiera que saliera electo le era permitido gobernar. En ningún momento se cuestionó de manera seria los procedimientos electorales o los resultados; las campañas electorales eran duramente peleadas, pero los resultados eran respetados por todos.

Por tanto, cuando el deshielo del sistema en Perú comenzó a hacerse perceptible, por primera vez en las elecciones municipales de Lima en 1989, el sistema de partidos no podía hacerse valer de reformas destinadas a evitar un mayor deshielo, ya que la mayoría de las reformas más realistas y razonables ya existían. Lo que parece haber ocurrido en Perú, y no ocurrió en Venezuela, fue un deterioro por partes: un partido identificado con el sistema ganaba unas elecciones (como el AP en 1980), tenía un mal desempeño en el gobierno, y luego de cinco años era reemplazado por otro partido (como el APRA en 1985), el cual repetía el mismo patrón. Pero el partido AP no pudo recuperarse de su derrota en 1985, y por tanto no se pudo reconstruir para las elecciones de 1990, momento para el cual el APRA también estaba hecho trizas al igual que la izquierda.

El apoyo y lealtad al sistema de partidos estaba debilitado o ausente por completo. Ninguno de los dirigentes de los cuatros partidos identificados con el sistema parecía estar dispuesto a trabajar para hacer sobrevivir al sistema. La competencia llegó a ser vista en términos del juego suma-cero; si el partido de uno ganaba, el de alguien más perdía, y por tanto la competencia electoral era feroz y altamente personal, en oposición a ser organizativa. La idea de que el sistema de partidos podría también ser un perdedor rara vez –si es que alguna vez– se cruzó por la mente de alguien.

Adicionalmente, los dirigentes políticos de Perú fueron incapaces durante los años ochenta de llegar a algún tipo de acuerdo o arreglo entre las élites, tal como el Pacto de Punto Fijo en Venezuela. Tanaka (1998:83-84) relata que hubo muchos intentos durante la década de los años ochenta de formar este tipo de alianzas, pero sin excepción ninguna de estas iniciativas condujo a resultados concretos. El autor concluye que la sociedad peruana se estaba haciendo cada vez más compleja durante los años ochenta, y por tanto cada vez más difícil de ser representada por el sistema de partidos políticos. Aun así, el tono de las discusiones que se generaban entre los partidos políticos identificados con el sistema de la nación era más dirigido hacia mantener el statu quo del sistema de partidos que hacia el ajuste a los cambios y desafíos de la sociedad en general.

Si en algún momento se llegó a algún tipo de acuerdos entre las élites en Perú, éstos fueron acuerdos parciales entre élites individuales que no podían o no tenían intención o deseo de hablar por las organizaciones partidistas que representaban, ni tenían un interés perceptible de trabajar para el sistema que presuntamente apoyaban y que los apoyaba. Para el momento del gobierno de Fujimori, la política electoral se había convertido casi por completo en un juego de personalidades, debido a la amplia deslegitimación a la que todos ellos habían estado expuestos y a los frecuentemente virulentos sentimientos anti-partido que pululaban entre el electorado peruano.

Personalismo. El deshielo del sistema de partidos en Perú se debió en gran medida al alto grado en que los partidos afines al sistema se habían personalizado. A diferencia de los partidos de Venezuela, los cuatro partidos más importantes que se identificaban con el sistema en Perú no fueron nunca capaces de asentar fuertes raíces institucionales de lealtad al partido en la sociedad.

La única excepción posible a esta regla fue el APRA, pero la fortaleza a prueba de todo que en una época se le había atribuido se disolvió rápidamente. El APRA entró en los años ochenta con la muerte de Haya de la Torre. Una vez que el partido resolviera una lucha sanguinaria y que Alan García tomara el mando como Secretario General del partido y luego como candidato presidencial, el partido parecía invencible. Pero el comportamiento a menudo virulentamente sectario de García (y de su partido) ofendía a muchos de los que una vez lo habían apoyado. Para finales de la década, los fieles al partido se encontraron en una situación obligados a reconocer que García y el partido habían desperdiciado su oportunidad de probarle al país que eran capaces de gobernar de manera efectiva y para el beneficio de todos. Cuando los problemas económicos del gobierno de García comenzaron a crecer inconteniblemente a finales de los años ochenta, el partido comenzaba a ser abandonado por todos menos sus miembros más fieles. Pero antes, cuando García había ganado la competencia electoral presidencial en 1985, no había forma de determinar cuántos de sus votos habían sido emitidos personalmente para él y cuántos eran debidos al partido.9

El partido AP dependía casi enteramente de Fernando Belaúnde como su fundador, y de sus cualidades personales como candidato, por su éxito. Pero mientras él era siempre un candidato regio y reconfortante, sus deficiencias como presidente se hacían evidente en todos sus períodos (1963-1968, 1990-1995). Con muy poca disposición o capacidad de interesarse por los detalles cotidianos de la administración, e igualmente poca disposición para controlar o destituir a algunos de sus allegados de confianza que luego resultaron ser corruptos, el AP no podía gobernar de manera consistentemente fuerte o convincente, especialmente en materia económica, y para 1985 el partido se había convertido en una sombra de lo que había sido cinco años antes. Pero lo que fue más crítico para el sistema de partidos de los años ochenta fue el hecho de que el AP no fue capaz de recuperarse de su derrota de 1985 y sus propias debilidades sirvieron para hundir al sistema en general.

El PPC (también conocido como CODE) era un partido bien construido con severas limitaciones. Fundado por Luis Bedoya Reyes, el antiguo alcalde de Lima, el partido tenía una orientación centro-derechista, lo que pudo no haber sido una limitación como tal. Pero el partido (y Bedoya) nunca fue capaz de extender su atractivo más allá del área metropolitana de Lima, donde de manera consistente le iba muy bien en los distritos habitados por las clases media y alta.

En 1998 el AP y el PPC formaron una alianza conocida como Fredemo, el vehículo mediante el cual Mario Vargas Llosa se lanzó a la presidencia en 1990. Esta coalición de dos partidos de centro-derecha era, al menos momentáneamente, atractiva a muchos electores. Pero el atractivo de Fredemo existía no por la presencia de estos dos partidos afines al sistema, sino de muchas maneras, a pesar de ellos y debido a la naturaleza no partidista de Vargas Llosa como candidato. La campaña militante y entusiásticamente neoliberal de Vargas Llosa espantó a muchos votantes, pero el hecho de que su movimiento político estaba basado en dos partidos existentes y desacreditados era probablemente más importante aún como factor explicativo de su derrota ante Alberto Fujimori.

La izquierda política bajo el nombre de Izquierda Unida tuvo una cierta fuerza significativa en Lima a inicios de los años ochenta, cuando ganó la campaña electoral por la alcaldía de la ciudad, pero este atractivo se explicaba más por su dirigente Alfonso Barrantes que por su capacidad organizativa o de persuasión ideológica. Aunque era siempre un movimiento internamente dividido y propicio a choques de personalidad y aparatosas disputas ideológicas, Barrantes logró desempeñarse de manera admirable durante sus tres años como alcalde de Lima. Pero sus dos derrotas en el período de 1995-1996 (cuando se lanzó a la presidencia y luego a la reelección como alcalde de Lima) hicieron que salieran a flote las tensiones dentro del IU. Gran parte del electorado presumiblemente izquierdista desertó al partido, lo que resultó en más recriminaciones.10 El IU había esperado que fuera (y se había pregonado como tal) un electorado leal que no lo fue en absoluto.

A fin de cuentas, ninguno de los cuatro partidos que se identificaban con el sistema, de manera individual o como un grupo, pudo demostrar para 1990 que poseía la capacidad organizativa para superar las debilidades inherentes al liderazgo personalista.

 

EL DESHIELO SE CONVIERTE EN UN DILUVIO: EL COLAPSO DEL SISTEMA DE PARTIDOS

Si suponemos que un deshielo ocurre durante unas elecciones nacionales (esto es, presidenciales) cuando el apoyo a los partidos que se identifican con el sistema decae por debajo del 50 por ciento, y si en las próximas elecciones nacionales el número total de votos para estos partidos decae por debajo del 15 por ciento (o 10 por ciento), entonces un «diluvio» ha hecho colapsar el sistema de partidos que ha dominado por largos períodos y lo que queda es un «post-aluvión». En un colapso de esta magnitud, los partidos políticos históricamente identificados con el sistema pierden su capacidad para ganar votos en una elecciones, y su caída no es transitoria. En cambio, nuevos partidos políticos o movimientos personalistas emergen y conquistan los cargos electorales luego de lanzarse con una plataforma que específicamente haga un llamado a acabar con el sistema existente de partidos políticos.11 Una vez en el poder el gobierno antisistema establece una serie de cambios institucionales que eliminan virtualmente toda posibilidad de regreso al anterior sistema de partidos. El colapso, por tanto, tiene dos componentes básicos: en primer lugar, una caída veloz y fatal en el apoyo de los electores hacia los partidos políticos históricamente dominantes y hacia el sistema de partidos como tal; y en segundo lugar, la aparición de una alternativa opuesta al sistema, frecuentemente de carácter neopopulista, que no sólo toma el poder, sino que activamente hace todo lo posible por enterrar al sistema que ha derrotado.

 

EL SISTEMA DE PARTIDOS VENEZOLANO ARRASADO

El diluvio. La inversión de la ruptura del sistema de partidos políticos venezolano visualizado por algunos en diciembre de 1995 probó ser sólo ilusorio. El deshielo que comenzó a inicios de los años noventa terminó siendo un diluvio a finales de la década. Únicamente el 11 por ciento de los electores dio su voto a los candidatos presidenciales de AD y Copei en diciembre de 1998. En las elecciones presidenciales de julio de 2000 estos partidos políticos que una vez dominaron el escenario político ni siquiera compitieron en la campaña presidencial. Mientras que AD y Copei juntos obtuvieron el 21 por ciento del total de curules en la Asamblea Nacional, sólo AD ganó algunas gobernaciones, en estados pequeños y de relativamente poca importancia al nivel nacional. Este mismo patrón se observó en las elecciones para concejos municipales de diciembre del mismo año, y en el año 2001 la condición de AD y Copei se deterioró aún más (ver cuadro 1). El primero se dividió en dos grupos, uno dominado por la dirigencia nacional del partido y el otro apoyado por varios de los dirigentes regionales más atractivos del mismo. Copei continuó perdiendo dirigentes de jerarquía media que no podían ser reemplazados. Ninguno de los dos partidos volvió a ver oportunidad alguna de retornar al poder en un futuro cercano.

Las causas de este diluvio que arrasó con los dos partidos políticos dominantes de Venezuela se remontan a 1994, cuando el presidente Rafael Caldera perdonó al comandante Hugo Chávez Frías por su intento de golpe de Estado y le restauró sus derechos políticos. Chávez rearmó su equipo de conspiradores, al cual le agregó varios dirigentes políticos olvidados desde hacía tiempo del extinto partido URD y del minúsculo PCV. El inicial populismo nacionalista de Chávez adquirió un aire marxista que atrajo algunos intelectuales izquierdistas de importancia. A finales de 1997 Hugo Chávez anunció la creación de un nuevo partido político, el Movimiento V República (MVR) y entró en la campaña electoral presidencial de 1998 como candidato por ese partido.12

La situación política para inicios de 1998 era, según estándares venezolanos, altamente fluida. La alcaldesa independiente del próspero municipio Chacao, Irene Sáez, se encontraba montada en la cresta de la ola de las encuestas de opinión pública. Ni AD ni Copei tenían un candidato interno que pudiera inflamar la imaginación popular, así que ambos probaron su suerte apoyando a Sáez. Sin embargo, la ex Miss Universo no pudo perpetuarse en el entusiasmo del público. Mientras más hablaba, menos preparada para gobernar parecía. Chávez superó a Sáez en las encuestas de opinión pública en junio, más o menos al mismo tiempo en que el MAS sorprendió a todos al brindarle su apoyo a la candidatura presidencial del ex líder golpista. Después de eso la popularidad de Chávez se despuntó y ganó tal ventaja que nunca más tuvo competencia cercana.

AD y Copei estaban ya tan desacreditados para 1998 que los esfuerzos para detener a Chávez se reunieron en torno a un candidato independiente y no a un dirigente identificado con uno de los dos partidos políticos afines al sistema. Este patrón se mantuvo en la segunda contienda electoral, las llamadas megaelecciones del 30 de julio de 2001. En esta primera contienda de la nueva Quinta República, el opositor más importante del presidente Chávez fue el comandante Francisco Arias Cárdenas, quien alguna vez fuera el confidente más cercano del Presidente. Los resultados de estas dos elecciones presidenciales fueron muy parecidos. En ambas contiendas los electores le dieron a Chávez un margen de victoria de 3:2. Sin embargo, pocos de los que se oponían a la Revolución Bolivariana vieron a AD y Copei como vehículos adecuados para expresar su oposición al nuevo orden político (Carrasquero y Welsch).

EL SISTEMA DE PARTIDOS PERUANO ARRASADO

La política partidista peruana,1989-2001. Las elecciones municipales de 1989 presentaron la más clara evidencia de que un deshielo del sistema había ocurrido y que el viejo sistema de partidos se deterioraba rápidamente. En Lima, Ricardo Belmont, un personaje de TV muy popular sin ninguna experiencia política, ganó una mayoría relativa muy elevada (45 por ciento); el siguiente resultado más grande fue para Fredemo (una alianza entre AP y PPC), llegando al 26,8 por ciento. El APRA y el IU pudieron captar tan sólo 11 por ciento cada uno. El año 1989 fue entonces un año de cambio fundamental en muchas maneras para el sistema de partidos tradicional. Antes de ese año el sistema de cuatro partidos había sido en realidad dominante; sus totales de votos en las elecciones presidenciales, congresionales y municipales habían estado siempre por encima del 80 por ciento, y con frecuencia superaban el 90 por ciento. Sin embargo, de ese año en adelante los totales obtenidos por el sistema de partidos disminuían dramáticamente, cayendo primero a aproximadamente el 70 por ciento en las elecciones congresionales de 1990 y luego a un alarmante 37,6 por ciento en la segunda vuelta de elecciones presidenciales. Desde ese momento en adelante, el otrora dominante sistema de cuatro partidos nunca estuvo por encima del 20 por ciento del total de votos.

A medida que los años noventa avanzaban, el previamente dominante sistema de cuatro partidos mostraba todas las señales de un colapso continuado en las elecciones presidenciales, legislativas y municipales (ver cuadro 1). Adicionalmente, el presidente Fujimori hizo todo lo que estuvo a su alcance, desde el momento que fue electo por primera vez en 1990, para garantizar que los partidos políticos que se opusieran a su régimen, sin importar su lineamiento ideológico, no obtuvieran ningún tipo de ayuda del Estado (Conaghan, 2001; Crabtree, 2001). Por el contrario, como lo hacen notar Mainwaring y Scully, en los años noventa Perú experimentó una «...amplia y creciente sensación… de que nada sirve; la política en este contexto es una política antipartidos» (1995:19).

Cada uno de los cuatro partidos políticos más importantes que se identificaban con el sistema de la década de los ochenta había colapsó para inicios de los años noventa. El AP y el APRA, cada uno de los cuales había ganado elecciones presidenciales con ventajas sustanciales en 1980 y 1985, para 1995 habían recibido un total de menos del 6 por ciento de los votos populares. El IU, que había ganado la Alcaldía de Lima en la contienda electoral de 1983 y cuyo candidato había terminado de segundo lugar en las elecciones presidenciales de 1985, recibió la mitad del 1 por ciento del total de los votos populares en 1995. El PPC (también conocido como CODE), al que rara vez le había ido bien al nivel nacional pero que siempre fue una presencia competitiva en el área metropolitana de Lima, recibió poco más del 3 por ciento al nivel nacional en 1995, pero aún más dicente fue el hecho de no haber postulado siquiera una lista de candidatos bajo su propio nombre en las elecciones municipales. De esta manera, los partidos que se identificaban con el sistema colapsaron a título individual, de igual forma que lo hizo el sistema mismo.

Para 1990, el AP y APRA habían declinado de manera precipitosa, el IU ya se había dividido, y Fredemo, el nuevo movimiento de centro-derecha formado por el AP y el PPC (CODE), basó su plataforma electoral en la necesidad (y la promesa) de una política de reajustes severa, una política que asustó a muchos de los ya maltratados votantes. En general, los electores desertaron en grandes números no sólo a los partidos individuales, sino también al sistema de partidos, a medida que se inclinaban hacia la postura explícitamente antipartidista de Alberto Fujimori.

El sistema de partidos de Perú vio entonces cómo todos sus cuatro miembros pasaban de una decadencia seria a un colapso irreparable en un transcurso de aproximadamente un año. De la misma forma, la magnitud del colapso fue total; ningún partido de los años ochenta desempeñaba algún papel importante para mediados de los años noventa.

Las elecciones abortadas del año 2000 fueron conducidas estrictamente con base en personalidades, específicamente Fujimori contra Toledo. Las banderas de los partidos importaban muy poco o nada. El partido Cambio 90-Nueva Mayoría fue creado por Fujimori y para Fujimori desde 1990, y aunque este partido duró hasta 2000 y compitió en contiendas locales a lo largo de ese período, todos sus candidatos eran seleccionados y/o aprobados por Fujimori. En 1995 todos los principales opositores de Fujimori que quedaban (dada la elevada ventaja con que Fujimori ganó las elecciones) se lanzaron con partidos o movimientos que no llevaban los nombres de los cuatro partidos principales de los años ochenta. Por el contrario, todos clamaban enérgicamente que no representaban a estos partidos. La primera vuelta en las elecciones de 2001 indicó que los viejos partidos del Perú no se habían recuperado de ninguna manera. El APRA es la única posible excepción, ya que García terminó en un respetable segundo lugar y pasó a la segunda vuelta. Pero se ha debatido si este éxito electoral se debió a sus innegables cualidades atractivas como candidato, a las dudas sobre sus principales oponentes o a la restauración de la vieja fuerza organizativa del APRA. Cualquiera sea el caso, el viejo sistema de cuatro partidos de los años ochenta ya no se avista en el horizonte.

Al nivel municipal, las elecciones municipales peruanas de 1995 y 1998 demostraron que las personalidades eran todo lo que importaba. Las competencias en Lima fueron en cada caso entre Alberto Andrade, quien buscaba la reelección, y el candidato escogido a dedo por Fujimori. El partido de Andrade (Somos Lima) no existiría de no ser por su líder, más aún, su partido (o más precisamente, su conjunto de seguidores) estaba limitado estrictamente a Lima. En otras palabras, él no era el representante de un partido; él era el partido. Los partidos concebidos como organizaciones viables con vida propia todavía aparentaban estar lejos de ser una realidad de la vida política de Perú.

 

CONCLUSIONES

Los cambios experimentados por los sistemas de partidos de Perú y Venezuela fueron masivos, rápidos e irreversibles. A pesar de que este tipo de cambio, que nosotros hemos denominado «colapso», no es desconocido, es excepcional para la mayoría de las naciones. Como proceso del cambio político, el colapso del sistema de partidos significa la desaparición casi total y el reemplazo de un sistema de partidos dominante entre dos elecciones generales.

Los casos peruano y venezolano juntos sugieren en general que el colapso de un sistema de partidos comienza con un drástico declive en el apoyo de los electores a un conjunto de partidos políticos que ha dominado la política electoral durante más de una o dos elecciones. Este deshielo puede inducir la toma de contramedidas por parte de los partidos políticos que han dominado por largo tiempo; también puede generar el señalamiento de culpables y tendencias hacia la reconfiguración del sistema de partidos. Algunas reformas pueden tener éxito durante un corto plazo, pero en general estas medidas no son capaces de aplacar la amplia insatisfacción manifestada durante la caída del apoyo para los partidos políticos que sostienen el sistema. Ya para el final del ciclo electoral en que apareció por primera vez el deshielo del sistema (la etapa de ruptura), un diluvio ha transformado el paisaje político. El sistema de partidos políticos que alguna vez fuera dominante se encuentra para este punto ampliamente desacreditado; los candidatos de sus partidos rara vez ganan elecciones, especialmente al nivel nacional, y el sistema de partidos preexistente desaparece en el paisaje post-aluvión.13

Se puede extrapolar otro factor en común de las experiencias peruana y venezolana: ambos países mostraron que un deshielo de sistema puede perfectamente estar exacerbado y acelerado por la presencia de un líder político antisistema y contrario a la institucionalidad. Un líder como éste puede persuadir al electorado descontento e indeciso, al ofrecer una alternativa no-sistémica, de alejarse no sólo de los partidos individuales que ellos pudieran haber apoyado en el pasado, sino también del propio sistema de partidos políticos. A medida que el colapso del sistema se vuelve inminente, un líder con esas cualidades puede volverse una opción cada vez más atractiva. Que esté comprometido a jugar bajo las reglas del juego de la democracia o no es un tema que a muchos electores puede parecerles menos importante que la percepción de que no está atado al sistema que se colapsa. De hecho, si un líder como éste puede convencer a los electores de que el sistema es algo que no vale la pena salvar y merece colapsar, entonces este mensaje puede ser una de las claves más importantes de su éxito.

Los casos peruano y venezolano son, como hicimos notar al inicio, extraordinariamente diferentes entre sí. El sistema de partidos de Perú duró menos de diez años a lo sumo, mientras que el venezolano duró cuarenta años. El sistema peruano era un sistema multipartidista; el venezolano se convirtió en uno de dos partidos. La identificación y lealtad a los partidos en Perú eran superficiales y ligadas a los personajes más que al partido; en Venezuela eran profundas y persistentes. No obstante, a pesar de todas estas diferencias aparentemente críticas, ambos sistemas colapsaron de manera rápida y total (en el transcurso de una elección a la siguiente) en un ciclo marcado por dos elecciones nacionales, y ambos cayeron ante líderes personalistas con orientaciones antisistémicas. Una hipótesis que se puede plantear a partir de estos dos casos nacionales extraordinariamente diferentes podría ser que mientras más tienda un sistema de partidos a cualquiera de los extremos en una dimensión o un continuo de institucionalización/no institucionalización, más probable sea que sufra un deshielo rápido y menos probable sea que pueda rescatarse a sí mismo.

Los académicos han prestado muy poca atención a la rápida implosión de sistemas de partidos, o a lo que nosotros denominamos el colapso de sistemas de partidos. La Alemania de Weimar es tal vez el ejemplo mejor conocido de este proceso, pero desde el fin de la Segunda Guerra Mundial muy pocos sistemas de partidos políticos democráticos han sufrido de una implosión en forma tan rápida y total. Sin embargo, este proceso puede volverse más común tras el «triunfo» muy publicitado de las democracias de tercera generación. Muchos de los países que han pasado por un proceso reciente de democratización no han logrado satisfacer adecuadamente las necesidades básicas de sus ciudadanos. Mientras que en algunos casos pareciera que el advenimiento de un sistema democrático haya traído mejoras en el logro de este objetivo, en otras no. En los casos en que las expectativas para con la democracia han superado ampliamente la capacidad del gobierno electo para cumplirlas, la desilusión con los partidos políticos gobernantes será intensa. Los casos de Perú y Venezuela sugieren que si un sistema de partidos políticos que sostiene a una democracia representativa desilusiona a los electores, éstos se tornarán hacia otras opciones, y los partidos establecidos así como el sistema de partidos puede ser arrasado en un abrir y cerrar de ojos.

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NOTAS

1 Es ciertamente posible que la caída de un sistema de partidos puede ser beneficioso para una nación que está luchando para establecer un régimen democrático. Si los partidos que constituyen un sistema de partidos conspiran para impedir la oposición significativa y/o para restringir la participación, su colapso en conjunto pudiera permitir una mayor contestación y participación de los ciudadanos, aunque este resultado no es de ninguna manera seguro o garantizado.

2 Los partidos que sostienen el sistema deben, obviamente, estar en desacuerdo entre sí acerca de virtualmente todo, menos que esté dentro de sus intereses individuales y colectivos mantener al sistema mismo tal como esté constituido para el momento. Cuando un partido decide (en efecto) abandonar al sistema del cual forma parte, puede tropezarse con dificultades para lograrlo, a menos que asuma una posición extremista (por ejemplo, que abogue levantarse en armas). Un abandono de esta naturaleza puede provocar el colapso del sistema o no, dependiendo más que nada de: 1) el comportamiento de los otros partidos que conforman al sistema y/o 2) la capacidad del partido que se separa de atraer un apoyo significativo a su abandono.

3 Este artículo no se inmiscuye en análisis de electores; la intención básica es plantear un modelo de proceso sobre cómo y por qué ocurre el colapso de un sistema de partidos. Pensamos posteriormente integrar un análisis del comportamiento de los electores en Perú y Venezuela.

4 Lo que ocurre después del colapso es por supuesto un tema de importancia crucial, pero no es a lo que nos referiremos aquí, en primer lugar porque los dos casos bajo estudio son muy recientes para poder hacer cualquier juicio empírico o para que se pudieran considerar comparaciones. Una manera posible de abarcar al período poscolapso es a través del planteamiento de Roberts, que indica que un sistema se puede reconstruir a sí mismo o pasar por un proceso de realineación. Un resultado probable (al menos sugerido por las experiencias peruana y venezolana hasta ahora) podría ser el surgimiento de un sistema dominado por el populismo, donde los partidos como tales han sido reemplazados por lo que podría describirse mejor como conglomerados de seguidores basados en el liderazgo personalista.

5 Tuesta (1994:240-241) enumera de manera conservativa alrededor de treinta y ocho partidos fundados entre 1928 (el comienzo de la política basada en masas) y 1948 (cuando ocurrió el golpe de Estado militar de Odría). Sin duda se hubieran creado otros partidos, pero de ser así habrían sido de vida muy corta como para ser recordados por los historiadores.

6 Estas dos alternativas no necesariamente son opciones mutuamente excluyentes, aunque podrían serlo, esto es, ya sea que se señalan intensivamente a los culpables, lo que conduce a la división y la ruptura del sistema, o se hagan muchos esfuerzos para reformar y mantener o reestructurar al sistema, de manera de mantener el control. Sin embargo, una mezcla de estos dos comportamientos es ciertamente posible, tanto teórica como empíricamente.

7 La mejor discusión de estos esfuerzos es la de Naím (1993).

8 Las entrevistas realizadas por David Myers (en abril y mayo de 1998) con varios dirigentes de los partidos AD y MAS consiguieron un consenso de que el presidente Caldera, una vez que concluyó que Copei no entraría en un nuevo movimiento político de democracia cristiana, se dedicó a destruir al partido político que había fundado y nutrido por más de cuatro décadas.

9 En las elecciones del año 2001 García retornó a la política peruana y por poco ganó la carrera contra Toledo. Para esta elección se volvió a preguntar: ¿Qué tanto de los votos fueron apristas y qué tanto alanistas?

10 La historia de la izquierda política durante la mitad y finales de los años ochenta es enormemente compleja y no puede ser tratada aquí de manera adecuada. Entre los que han tratado este tema figura Tanaka (1998).

11 Para un análisis iluminador del paisaje post-aluvión que se estableció en Italia, ver Wellhofer (2001:178-180).

12 Dos buenas referencias para el surgimiento de Hugo Chávez son Garrido (2000) y Vivas (1999).

13 Componentes individuales del sistema de partidos se pueden recuperar por sí mismos. Un nuevo liderazgo disociado del viejo puede ser capaz de resucitar a la organización de un partido e incluso traer un lustre renovado al nombre del partido, pero el resurgimiento del sistema de partidos previo como tal no es posible.