Servicios Personalizados
Revista
Articulo
Indicadores
- Citado por SciELO
- Accesos
Links relacionados
- Similares en SciELO
Compartir
Cuadernos del Cendes
versión impresa ISSN 1012-2508
CDC vol.30 no.82 Caracas abr. 2013
Convergencias y divergencias en la asociación estratégica ruso-venezolana y sus implicaciones hemisféricas
Adriana Boersner* Makram Haluani**
* Profesora Agregada de la Universidad Metropolitana, Caracas-Venezuela. Correo-e: aboersner@unimet.edu.ve
** Profesor Titular (jubilado) de la Universidad Simón Bolívar, Caracas-Venezuela. Correo-e: mhaluani@usb.ve
Resumen
El resurgimiento de Rusia como potencia mundial a mediados de la década pasada se hace evidente mediante su política exterior cada vez más asertiva ante Occidente. La irrupción rusa en la escena continental americana forma parte de esa estrategia global, que se va acrecentando a través de los lazos comerciales y tecnoindustriales con Brasil, México, Ecuador, Argentina, y en especial con Venezuela. En el caso particular de Rusia y Venezuela, los numerosos acuerdos, convenios y memorandos logrados entre ellos en 1999-2012 representan variables estructurales de importantes afinidades entre Moscú y Caracas. El objetivo central de este ensayo es analizar la asociación estratégica a la luz de las convergencias y divergencias en las políticas exteriores de Rusia y Venezuela, así como sus respectivas implicaciones hemisféricas.
Palabras clave Rusia / Venezuela / Política exterior / Asociación estratégica / Acuerdos
Abstract
In the past decade the resurgence of Russia as a global power manifested itself through its increasingly assertive foreign policy vis-à-vis western powers. The Russian breakthrough in the American continental scene is part of that global strategy, which is getting stronger through trade and techno-industrial ties with Brazil, Mexico, Ecuador, Argentina, and Venezuela in particular. In the specific case of Russia and Venezuela, the numerous agreements, covenants, and memorandums of understanding signed in 1999-2012 exemplify structural variables of significant affinities between Moscow and Caracas. The present work seeks to analyze the strategic association between Russia and Venezuela against the backdrop of the convergences and divergences in their foreign policies, as well as the respective hemispheric implications.
Key words Russia / Venezuela / Foreign policy / Strategic association / Agreements
Recibido: septiembre 2012 ACEPTADO: enero 2013
Introducción
El análisis de la política exterior de la Federación Rusa reviste real importancia para las relaciones internacionales actuales, en particular para aquellas de América Latina, debido a la influencia significativa que ejerce Rusia sobre la conformación del sistema de seguridad europeo y global. Esto se debe al resurgimiento de un Estado ruso con poderes definidos en el contexto internacional tras la Guerra Fría, y más activo en el contexto latinoamericano por las negociaciones comerciales y alianzas cada vez mayores con países como Venezuela, Brasil y Cuba. En el siglo XXI, Rusia ha reimpulsado su política hacia la región de América Latina, y ha iniciado un activismo inusitado en esta zona que se ve patentado, para julio de 2008, cuando el presidente ruso, Dmitri Medvedev, define los conceptos fundamentales de la política exterior rusa, que complementan los que están en vigor para esa nación desde el año 2000, y que atañen en gran medida a Latinoamérica.
Rusia tratará de establecer una asociación estratégica con Brasil; ampliar su cooperación política y económica con Argentina, México, Cuba, Venezuela y otros países latinoamericanos y del Caribe y sus asociaciones, basándose en los progresos logrados en las relaciones con los países de esta región en los últimos años; mejorar su interacción con estos Estados en las organizaciones internacionales; favorecer la exportación de productos tecnoindustriales de Rusia a los países de América Latina, e implementar de manera conjunta, entre otros, proyectos de energía, infraestructura y alta tecnología, de conformidad con los planes elaborados por las asociaciones de integración regional. Una vez Dmitri Medvedev asumió la presidencia rusa en mayo de 2008, empezaron a ser más evidentes varios cambios en los objetivos y estrategias en la política exterior rusa respecto a su antecesor, desarrollándose un activismo más pragmático, no ideológico, y una presencia más estrecha con sus aliados en lo diplomático, político, económico y hasta en lo tecnomilitar.
A comienzos del siglo XXI Rusia ha buscado el reconocimiento de su papel e importancia en el mundo, ganado por el desarrollo que ha tenido en campos como la energía, tanto gasífera y petrolera como nuclear, su liderazgo en mercados como el de cereales, así como en la exploración del espacio exterior, además de su ascendencia dentro del grupo de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) y de contar con una moneda el rublo que es una de las más fiables desde que se iniciara en septiembre de 2008 la crisis financiera mundial que ha tenido a las economía estadounidense y europea sumidas en serios aprietos monetarios. Esa política exterior pragmática, con énfasis en lo económico-comercial, sigue estando vigente y cada vez más activa bajo la tercera presidencia de Valdimir Putin, aunque esta vez con mayores rasgos de autonomía ante los países de la Unión Europa (UE) y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), como lo ha demostrado plenamente la reciente crisis siria.
En el presente artículo abordaremos como objetivo central el estudio de las variables estructurales e implicaciones hemisféricas de la asociación estratégica ruso-venezolana, a partir de 1999 hasta 2012. Para ello, por un lado se analizará la presencia rusa en América Latina desde una perspectiva histórica, haciendo especial énfasis en los aliados latinoamericanos y los objetivos de esta representación en plena Guerra Fría y en la reformulación de la política exterior en la era post-Guerra Fría (1991-1999). Aquí se abordará la importancia y los principales vínculos que la para entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviética (URSS) tenía con Latinoamérica, resaltando las relaciones y los objetivos primarios de su política exterior hacia la región. Por otro lado, se detallan las convergencias y divergencias, como variables estructurales en las relaciones bilaterales de Venezuela con la Federación Rusa, y las implicaciones hemisféricas que tiene la profundización de estas relaciones a partir de 1999. Los cambios en la gestión exterior del Kremlin y el reordenamiento que posteriormente se dará bajo los primeros dos gobiernos de Vladimir Putin (2000-2004/2004-2008), el de Dmitri Medvedev (2008-2012) y el tercero actual de Putin, frente a una Latinoamérica eximida de una influencia estadounidense persistente como la de décadas anteriores, serán el centro del desarrollo para fijar los nuevos objetivos, alianzas y relevancia que para la Federación Rusa tiene la región de América Latina. Como se verá en el texto, el reimpulso de estas alianzas transatlánticas indicará la gama de cambios que augura la actuación de más potencias extraterritoriales como la UE, China o Rusia en el continente americano, haciendo de estos nuevos ejes fuertes focos de influencia para los países de la región y la formación del nuevo orden mundial.
Presencia rusa en América Latina: breve recuento histórico
En el conflicto entre Este y Oeste, el Tercer Mundo jugaba un papel relevante debido a la lucha por mantener la reserva del socialismo y capitalismo en esta parte del mundo. En la época de Nikita Jruschov, la política de la URSS fue agresiva y proselitista, sosteniendo el lema de que el destino del mundo, el futuro del país, dependían del resultado de la lucha en el Tercer Mundo. Con el impulso de la ideología soviética en Latinoamérica para la década de los años cincuenta, Joseph Stalin empleó una tímida política de desafío a la hegemonía estadounidense en el hemisferio occidental, comenzando desde Guatemala. No será sino hasta las siguientes décadas que la URSS ejercerá mayor influencia en la región, en particular sobre Cuba, Chile y Argentina.
Como destaca el general Nikolai Leonov, vicedirector del Comité de Seguridad del Estado (KGB) de la URSS entre 1983 y enero de 1991, en una conferencia y diálogos editados por María Teresa Miranda, la revolución cubana en la política soviética hacia América Latina jugó un papel decisivo: «señala [el general Leonov] que tanto Cuba (triunfo del socialismo sin intervención extranjera) como Chile (instauración del socialismo por la vía electoral) constituyeron dos hitos para las fuerzas socialistas en el mundo entero. Respecto de Chile, además, se refiere a la ayuda prestada por la URSS al gobierno de Salvador Allende, revelando que en el verano boreal de 1973 se habría aprobado el envío de armamento soviético (artillería, tanques) para el ejército chileno» (Leonov, 2010:31).
Tras el triunfo de la revolución cubana en enero de 1959 se restablecieron las relaciones bilaterales, interrumpidas en 1952 bajo el gobierno de Fulgencio Batista, para dar paso a la confrontación de la nueva alianza cubano-soviética frente a los Estados Unidos. A partir de entonces, durante la Guerra Fría La Habana representó el aliado geopolítico, ideológico, más importante de la URSS en la zona de influencia históricamente natural para EE. UU. «A lo largo de sus relaciones, la parte fundamental del comercio se concentró en el trueque de azúcar cubana por petróleo ruso, primero en operaciones comerciales bilaterales subsidiadas por la URSS y desde los años noventa a precios internacionales de mercado» (López Zea y Zea Prado, 2010:58).
Sin embargo, debido al desenlace de la crisis de los misiles en Cuba, Nikita Jruschov fue destituido en el otoño de 1964, produciéndose un giro en la política soviética bajo la administración de Leonid Brezhnev. Problemas de envergadura como la entrada de tropas del Pacto de Varsovia en Checoslovaquia en 1968 o los roces entre Rusia y China para 1969, sumados a la escasez técnica y material, obligaron al gobierno soviético a cambiar sus tácticas y alianzas en el Tercer Mundo, no sólo en Latinoamérica, sino también en el Medio Oriente, apreciándose, en el primer caso, roces importantes con Cuba a mediados de los años sesenta.
Posteriormente, en 1979 la revolución sandinista convirtió a Nicaragua en el segundo aliado de la URSS en la región, hasta la derrota del Frente Sandinista en las elecciones de 1990; a partir de entonces la URSS empleó una política de ampliación de su presencia militar en el Tercer Mundo y de prestar ayuda militar a aquellos regímenes y movimientos de liberación nacional que proclamaban una orientación socialista. «Los partidos comunistas de América Latina eran un factor importante en el movimiento mundial socialista. Numéricamente eran un núcleo fuerte, cerca de veinte partidos. Casi siempre estos partidos estaban a tono con la línea política del Comité Central del Partido Comunista de la URSS. De ahí que las relaciones de cooperación, de contacto, de amistad, fueran muy fuertes. Los líderes de los partidos comunistas gozaban de gran prestigio no sólo en la jefatura comunista, sino también en la sociedad soviética» (Leonov, 2010:38-39).
En materia de recursos naturales la Unión Soviética se autoabastecía prácticamente por completo, de modo que su interés por Latinoamérica estaba lejos de reflejar deseos de iniciar un enfrentamiento bélico directo por los recursos de la región. El comercio extrarregional respondía a pequeñas faltas de productos como carne, granos, café, soya, que se importaban desde México, Chile, Brasil y Argentina. En el aspecto militar, y a diferencia de la política de red de bases militares de EE. UU., situadas por todo el planeta, los rusos emplearon una estrategia basada en el desarrollo de cohetes pesados y armas nucleares (doctrina militar de la Destrucción nuclear Mutuamente Asegurada), además de intensas actividades diplomáticas y de inteligencia (KGB) en América Latina.
El contexto político, económico y social que vivía gran parte de los países de América Latina en plena Guerra Fría, principalmente dictaduras militares, conflictos internos, sistemas políticos débiles, así como crecimiento de movimientos de izquierda, generó, ante la influencia que ejercía EE. UU. en la región, vínculos cada vez mayores con la URSS, alimentando esperanzas, los países de América Central y América del Sur, de obtener la plena independencia de los estadounidenses. «Algunos de ellos incluso reconocieron a la URSS y establecieron relaciones con ella antes que con EE. UU., demostrando así la independencia de su vecino del norte» (Sheykina, 2010:188).
La política exterior de la Rusia de Yeltsin hacia América Latina
Con la desaparición de la URSS en 1991 se produce colateralmente un retroceso en la posición de poder de la Federación Rusa en la esfera internacional. Sus relaciones bilaterales con países de América Latina pierden dinamismo, al tiempo que la ideología soviética deja de ser el ancla de las relaciones, y el pragmatismo en la política exterior de Moscú empieza a tomar preeminencia. Los lazos ideológicos con países como Cuba, Brasil, Argentina y Chile pierden distinción. Con el fin de la Guerra Fría, los primeros años del gobierno de Boris Yeltsin (1991-1999) se caracterizarán por un escenario internacional unipolar en lo estratégico, liderado por EE. UU., y multipolar en lo económico. Las primeras visitas de Yeltsin al extranjero, a partir de 1992, serán a Estados Unidos, Canadá, Gran Bretaña y Francia, definiendo así la orientación de su política exterior. Se creará la Mancomunidad de Estados Independientes (MEI) en 1991 como organismo sucesor de la URSS, y la OTAN se posicionará en varias repúblicas independientes exsoviéticas, al tiempo que EE. UU. fija sus bases militares en zonas de Asia Central.
Bajo los lineamientos de Evgueni Primakov como canciller a partir de 1996, Rusia vuelve a ocupar un importante lugar como exportador de armamentos, mayoritariamente a países del Tercer Mundo, e incrementa su comercio nuclear a naciones de la región asiática, como parte de la iniciativa de recolocar el país en la escena global, sin perjudicar, evidentemente, los proyectos de EE. UU. de asegurarse acceso a los mercados de recursos naturales. Para la cancillería de Primakov, América Latina fue de gran importancia, siendo la primera visita del canciller al hemisferio occidental a Cuba, México y Venezuela en el año de 1996.
La iniciativa rusa en la región de los Balcanes, Medio Oriente y Asia en la década de los noventa, enfrentándose política y diplomáticamente a los países de la UE y de la OTAN, revela la pretensión de la Federación Rusa de recuperar su ámbito de influencia, fortaleciendo la idea, por un lado, del establecimiento de un mundo multipolar, y por otro, de prestar mayor atención a los países del Este (Asia, Medio Oriente y los países de la Mancomunidad de Estados Independientes MEI). Ya durante el gobierno de Mijaíl Gorbachov (1985-1991) se reforzó la idea de instituir un orden multipolar en el escenario internacional, instaurando la multipolaridad como el concepto clave de la política exterior a partir de esos años, para promover el papel de Rusia como potencia mundial y para expresar el desacuerdo oficial con las acciones hegemónicas del gobierno estadounidense en el escenario internacional.
También en los años noventa se propuso la fórmula de crear el triángulo Rusia-India-China (RIC) como núcleo defensivo estratégico ante la hegemonía estadounidense. El objetivo de Moscú era recuperar su papel como uno de los centros influyentes dentro del nuevo orden internacional que se intentaba establecer en las relaciones internacionales de fines del siglo XX. Latinoamérica se encontraba en la periferia de los intereses rusos, a pesar de seguir siendo los Estados Unidos la fuerza dominante de la región, y bajo el gobierno de Boris Yeltsin principalmente durante su primer mandato los problemas domésticos rusos se reflejaron en su política exterior disminuida y poco ambiciosa. Más allá de Brasil y Sudáfrica, que completan actualmente el grupo BRICS, Rusia, India y China han tomado posiciones de manera conjunta y firme ante las crisis en el escenario internacional.
Las tensiones que acarrearían en Rusia la transición democrática, la aparición de partidos políticos y el surgimiento de líderes políticos postsoviéticos con ambiciones de poder, además del curso errático de las reformas económicas y las privatizaciones desmedidas, el incremento de la pobreza y el avance de las fuerzas nacionalistas y comunistas en el país, llevarían a partir de 1996 a nombrar un nuevo canciller, Evgueni Primakov, con miras a recolocar a Rusia en la escena internacional. Primakov «significó el reconocimiento de Yeltsin de la necesidad de diversificar la política exterior: buscar, rescatar y restablecer amigos en regiones clave para el país; por ejemplo, en los países árabes con los que tenía estrechos vínculos; entre los antiguos aliados del Este europeo; en el continente asiático con países como China, India, Irán e incluso en América Latina» (Sánchez Ramírez, 2010:163).
A partir de 1999, con la llegada del segundo presidente de la Rusia postsoviética, Vladimir Putin (2000-2004/ 2004-2008), se abre un desarrollo tanto a nivel interno como de política exterior, vinculado a una serie de cambios en la esfera internacional que sentarán las bases de las fuentes más importantes de lo que será la política exterior rusa a partir del año 2000. La Concepción de la política exterior de la Federación Rusa y la Concepción de la seguridad nacional de la Federación Rusa ambas publicadas en el año 2000 serán los primeros documentos que contendrán las principales directrices de la actividad exterior del país, así como el sistema de juicios sobre la seguridad nacional contra amenazas tanto internas como externas en todos los ámbitos de actividad vital para Rusia.
Para atender los desafíos y complejidades crecientes en el ámbito internacional, Rusia reivindica la importancia de la elaboración de mecanismos concertados para el manejo de los procesos internacionales y el papel del Consejo de Seguridad y de la Organización de las Naciones Unidas, a los cuales califica de mecanismos sin alternativa, llamados a regular el conjunto de las relaciones internacionales. Rechaza explícitamente el derecho al uso de la fuerza, el reemplazo de los principios de derecho internacional por las doctrinas de «soberanía limitada» y de «injerencia humanitaria», que estarán muy presentes a partir de los sucesos de la torres gemelas en septiembre de 2001. Esta nueva política exterior rusa se caracterizará por ser pragmática y con racionalidad principalmente económica, priorizando en un primer momento los vínculos bilaterales con los Estados miembros de la MEI.
Asimismo, y en contraste con otros líderes del mundo, Vladimir Putin normaliza las relaciones con EE. UU., promoviendo esfuerzos en la lucha contra el terrorismo fundamentalista islámico a partir de los sucesos del 11 de septiembre de 2001, buscando paralelamente la modernización económica del país y su integración a la economía mundial, intentando encontrar nuevos recursos económicos para la reconstrucción del país, y ejercer presión, según esta política «contra el terrorismo», a la conflictiva República Autónoma de Chechenia. A partir de 2000, la política exterior no sufrirá grandes variaciones en comparación con el período 1996 y 1999. Sin embargo, se logra aprobar el «nuevo concepto» de la política exterior de la Federación Rusa, sobre la base principal de mayor seguridad del país y fortalecimiento de su soberanía e integridad territorial; influencia sobre los procesos globales mundiales con el propósito de establecer un «orden mundial estable»; buscar el desarrollo progresivo de Rusia a través de condiciones y reformas político-económicas que generen y propicien el crecimiento económico, el fortalecimiento de las bases constitucionales y el respeto a los derechos y libertades; y construcción de relaciones interestatales sobre la base de un sistema de relaciones de socios y de uniones que permitan mejorar los parámetros de entendimiento e interacción internacional.
A partir del año 2000, la política exterior rusa intentará convertirse en un instrumento eficaz para la realización de la política interna, y en tal sentido tanto el presidente como el canciller despliegan una intensa y variada agenda exterior. La prioridad se dirige a consolidar los vínculos bilaterales con aquellos países de donde provengan beneficios de índole económica, científica y militar para el Estado ruso, preferiblemente, tal como se dio a conocer con las primeras visitas oficiales a países como China, India, Ucrania, Belarús, Kazajstán, Uzbekistán, Polonia, Rumania, Hungría, Irán, Irak, Yugoslavia, así como varios Estados exaliados de la URSS como Corea del Norte, Libia, Cuba, Vietnam, Mongolia, algunos de los cuales eran considerados por Washington Estados problemáticos para el sistema internacional y que durante el régimen de Yeltsin habían estado alejados de los intereses del Kremlin. Moscú dedica cada vez mayor espacio a los intereses económicos del país por encima de los políticos o ideológicos.
En el gobierno de Vladimir Putin se consolidarán tendencias autoritarias, centralistas y nacionalistas, apartándose de las políticas de Yeltsin, congregándose los cargos directivos del Estado en manos de jefes de la ex-KGB, eliminándose las elecciones de gobernadores, desequilibrando los intereses de los nuevos magnates rusos, incluso persiguiéndolos políticamente hasta limitar su influencia político-económica, y reivindicando la posición internacional de Rusia frente a las repúblicas bálticas y centroasiáticas. En nombre de la «lucha contra el terrorismo» Moscú ha endurecido al mismo tiempo su política frente al conflicto en Chechenia, situándolo como una más de las amenazas que el país percibe tras la caída del muro de Berlín en noviembre de 1989: terrorismo fundamentalista, crimen organizado, narcotráfico, así como separatismo étnico.
Las asociaciones coyunturales con países en América Latina y Asia le proporcionarán a Moscú la posibilidad de recuperar y mantener un mayor peso en los acontecimientos y organismos internacionales como mediador y como protagonista, intentando restablecer así la política de Yevgueni Primakov de colocar nuevamente a Rusia en el estatus de gran potencia mundial. El antiguo espacio soviético será un tema álgido y muy presente en la política exterior e interna de los gobiernos de Vladimir Putin (2000-2008). «Para restablecer la influencia rusa, Putin usa todos los medios y apoya a las fuerzas más reaccionarias y represivas, tanto en Asia Central como en Bielorrusia, en Ucrania como en Chechenia. La guerra de Chechenia ha contribuido a la agresividad rusa contra Georgia, contra las ONG rusas, contra la libertad de prensa y de circulación en Rusia. La política interna es inseparable de la externa» (Meyer, 2007:576)
Auge de las relaciones Venezuela-Rusia a partir de 1999: variables estructurales
El primer contacto entre Rusia y Venezuela lo efectuó Francisco de Miranda durante su estadía de casi un año en Rusia (1786-1787), habiéndose realizado esa actuación a título netamente personal del precursor de la independencia venezolana, ya que Venezuela en aquel entonces era una colonia española. Las relaciones formales entre los dos países se remontan a 1857 con el reconocimiento mutuo como naciones soberanas, y el posterior establecimiento de relaciones amistosas entre el entonces presidente de la República de Venezuela, José Tadeo Monagas, y el emperador ruso Alejandro II. Para el año de 1945, el presidente venezolano Isaías Medina Angarita decide establecer relaciones diplomáticas con la Unión Soviética, las cuales serán disueltas el 13 de junio de 1952, paralelo a la firma en agosto del Convenio Suplementario de Comercio con EE. UU., bajo el gobierno dictatorial de Marcos Pérez Jiménez (Radio La Voz de Rusia, 2012). Más adelante, en pleno contexto de la Guerra Fría, bajo el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez (1974-1979) se reconocerá en el marco de la ONU la restitución de las relaciones diplomáticas a nivel de embajadas. Es en el año de 1976 cuando el entonces presidente de Venezuela Carlos Andrés Pérez realiza una visita oficial a la URSS, siendo correspondido ese mismo año por una delegación soviética a Venezuela encabezada por el vicepresidente del Soviet Supremo, K.A. Khalilov (Embajada de la Federación Rusa, 2011).
Más allá de visitas oficiales y delegaciones de ambos países que viajaron entre los años de 1976 y 1997, no existió en todas estas décadas precedentes al gobierno de Hugo Chávez una sistematización y constancia en las relaciones bilaterales ruso-venezolanas como las que se han venido apreciando a partir de 2001 con la declaración conjunta que establece: fomentar la interacción y el diálogo sobre la problemática internacional y regional, coordinar una relación y gestión más estrecha en el ámbito multilateral, y reafirmar el compromiso consagrado en el Tratado de Amistad y Cooperación entre la República de Venezuela y la Federación de Rusia de mayo de 1996. Luego de la llegada de Vladimir Putin al poder en 2000, América Latina comenzó a ocupar un lugar más destacado entre las prioridades de la política exterior del Kremlin, coincidiendo paralelamente en 1999 con el ascenso de Hugo Chávez Frías al poder presidencial en Venezuela. Entre los países latinoamericanos que tendrán un mayor interés para la Cancillería rusa se encuentran Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, México y Venezuela, manteniendo en los años de la presidencia de Putin y Medvedev intercambios políticos intensos y permanentes al máximo nivel.
Sin embargo, las relaciones comerciales y económicas siguen estando en una esfera más bien moderada. El gobierno bolivariano de Venezuela en este sentido se ha convertido en un socio principal para Rusia, incrementando más allá de la cooperación comercial, la venta de armamento y otros materiales militares en Latinoamérica. «De esta manera, Rusia envía una advertencia tácita al gobierno de la Casa Blanca de que podría sustituir su otrora esfera de influencia los países de la MEI, que han sido el blanco preferido por Estados Unidos en los últimos años por la región de América Latina. Se llevan a cabo ejercicios militares conjuntos entre Rusia, Venezuela y Nicaragua» (Sánchez Ramírez, 2010:182). Las principales prerrogativas de colaboración de la Federación Rusa con países de América Latina parecen ir encaminadas en los últimos años hacia la colaboración en el ámbito de energía (petróleo y gas), buscando conjuntamente influir más en el mercado internacional petrolero, comprar directamente productos agrícolas (cacao, azúcar, café, y frutas) en América Latina sin intermediarios, además de la venta de equipos y artículos de armamento cada vez más demandados desde Latinoamérica.
Desarrollando una «diplomacia militar», Moscú ha vendido significativas cantidades de material bélico a Venezuela y otros países de América Latina, entre ellos Bolivia, Ecuador, Brasil, Uruguay y Perú. Las relaciones ruso-venezolanas empiezan a tener mayor dinamismo desde 2004 tras la firma de documentos bilaterales relacionados con la cooperación económica y tecnológica, entre ellos nuevos proyectos para la creación de empresas en el área de petroquímica, gas y petróleo, transferencia de tecnología por parte de Rusia para impulsar empresas venezolanas y el comercio en el área de armamento (v. Anexo).
Los formatos de relación bilateral y multilateral entre Rusia y América Latina procurarán una proyección de cooperación política en la que existen coincidencias tales como fortalecer las relaciones multilaterales, igualdad jurídica de los Estados, y el reconocimiento de la ONU para el tratamiento y solución de los conflictos actuales de la sociedad internacional. Además de estas coincidencias, Rusia ha buscado en América Latina potenciar las áreas privilegiadas y más desarrolladas por los rusos: energía nuclear, defensa armamento e industria espacial. «La venta de armas rusas ya tiene una larga tradición en la región. Comenzó con Cuba y luego siguió con Perú, pero se ha ido ampliando progresivamente a todos los países. [ ] Incluso se han desarrollado ejercicios navales y aéreos combinados con Venezuela en septiembre de 2008, hecho que de paso inquietó a Estados Unidos y Colombia» (Maldonado, 2011).
En ese sentido se puede apreciar bajo los gobiernos de Vladimir Putin y Dmitri Medvedev la aproximación de ambas regiones, que se traduce en numerosas visitas al más alto nivel político y la suscripción de múltiples acuerdos a largo plazo. En los años 1999-2012 se presentó una considerable interacción entre cuadros gubernamentales, que se ve reflejada en la creación, ampliación, renovación y actualización de un total aproximado de 51 acuerdos, convenios, contratos, memorandos de entendimiento en todas las áreas de la cooperación. Más de 150 documentos conjuntos se han suscrito a nivel bilateral en los últimos 12 años: Rusia firmó nuevos tratados marco sobre las bases y principios de la relación bilateral con 15 países; en actividades de promoción comercial y económica con 16 países; en la cooperación cultural con 15; en la cooperación científica y tecnológica con 11; sobre el combate al narcotráfico con 10 y sobre el fomento y protección de inversiones y cooperación en el espacio ultraterrestre con 3 países de la región latinoamericana y caribeña (v. Anexo ).
Para los años 2010-2012, las relaciones entre Venezuela y Rusia se podían caracterizar por su profunda colaboración estratégica, debido a los lineamientos principales de la cooperación ruso-venezolana. La gama de los 51 acuerdos, convenios contratos y memorandos de entendimiento ruso-venezolanos, presentados en orden cronológico de suscripción en el Anexo (p. 102), constituyen en términos tanto conceptuales como metodológicos variables dependientes de índole estructural que revelan el alcance numérico y la calidad de la cooperación entre Rusia y Venezuela, asumiendo prácticamente rasgos de una asociación estratégica. Estas variables estructurales pueden dividirse en los siguientes tres principales campos de cooperación:
Seguridad y defensa: alrededor de 4.400 millones de dólares en contratos de armamento entre los dos países es el monto al que asciende este renglón para 2009, aunado a créditos de hasta 2.200 millones de dólares para compra de más armas. En 2011 se coordinó entre Rusia y Venezuela un crédito de 4.000 millones de dólares hasta el año 2013, para la compra de más armamento.
Petróleo y energía: Rusia, ubicándose como segundo exportador mundial de petróleo y líder productor de gas, posee lucrativos contratos que incluyen empresas como Rosneft, Gazprom, TNK-BP, Surgutneftegaz, y la privada Lukoil, en desarrollos en la Faja Petrolífera del Orinoco y en las costas venezolanas.
Comercio: según informes del Sistema Económico de América Latina y el Caribe (2012), la Unión Europea sigue siendo el principal socio comercial para Rusia, y en América Latina, Brasil. Venezuela se ubica como segundo socio comercial en la región, alcanzando entre 2008 y 2010 un incremento sustancial en las importaciones rusas realizadas por el país. «Aumentaron 308 por ciento en 3 años al pasar de 238,5 millones de dólares en 2008 a 973,6 millones de dólares en 2010, después de haber caído hasta 149,5 millones de dólares en 2009» (SELA, 2011).
En sus Líneas Generales del Plan de Desarrollo Económico y Social. Proyecto Nacional Simón Bolívar 2001-2007/ 2007-2013, el gobierno de Hugo Chávez ha previsto una política exterior que conduzca a diversificar las relaciones políticas, económicas y culturales, creando nuevas alianzas y bloques que atiendan al interés geoestratégico venezolano. Rusia, junto con Irán, Siria y Bielorrusia, son en su conjunto países que ya para 2005 empiezan a tener mayor presencia en la escena exterior venezolana a través de los acuerdos, las visitas recíprocas oficiales y las alianzas forjadas por el presidente venezolano. También destacan la consolidación de alianzas con base en intereses nacionalistas, la creación de zonas de intercambio tecnológico y el fortalecimiento de la defensa nacional, además de la postura ideológica común, generalmente antioccidental, en el seno de organismos internacionales, en contra de políticas e iniciativas de bloques y agrupaciones de los países de la UE y la OTAN.
Las variables estructurales, es decir los instrumentos contractuales gubernamentales implementados para ampliar y fortalecer la cooperación entre Rusia y Venezuela a partir del año 1999 y vigentes hasta la fecha, no son únicamente un producto y un reflejo tanto de la política exterior pragmática rusa como de la ideologizada política internacional de Venezuela, sino que representan igualmente una forma de medir cuantitativa (económica y financieramente) y cualitativamente (objetos y campos de la cooperación) las metas trazadas entre los gobiernos en Moscú y Caracas para entablar y consolidar su asociación estratégica. En estas variables se evidencian las convergencias entre el Kremlin y Miraflores, las cuales determinan en gran medida la índole, el contenido y el alcance de los 51 acuerdos, convenios contratos, memorandos de entendimiento ruso-venezolanos ya firmados y otros posiblemente por firmarse.
Rusia y Venezuela: convergencias
Para dos países histórica y geográficamente poco relacionados y con escasos lazos anteriores de cualquier clase, el alcance de las actuales relaciones bilaterales entre la Federación Rusa y Venezuela es definitivamente intrigante. Tanto la cantidad como la esencia de los 51 acuerdos y convenios bilaterales actualmente vigentes entre Rusia y Venezuela son, en términos comparativos, imponentes. Sin embargo, los puntos de convergencia entre las actuales políticas exteriores rusa y venezolana no comienzan en sus respectivas cancillerías, sino más bien en el epicentro de su respectivo poder político doméstico. La actuación externa tanto de Rusia como de Venezuela nace precisamente en el seno del privilegiado Poder Ejecutivo de cada una de estas dos naciones, el cual opera con el mínimo o hasta inexistente insumo parlamentario o societal, es decir de la opinión pública y de grupos no gubernamentales, entre otros factores relevantes en la formación e implementación de toda política exterior nacional. Ambos sistemas de gobierno se distinguen por ser «democracias dirigidas» y por un alto grado de autoritarismo y preeminencia del Poder Ejecutivo sobre el parlamentario y el Judicial.1 Ya la similitud en los modo operandi prácticos de tolda autocrática del sistema político ruso y venezolano, específicamente la toma y ejecución de decisiones con proyección internacional, les permite coordinar y efectuar más eficazmente sus respectivos planes, uno en función del otro.
Para identificar los diversos y sobresalientes puntos de convergencia entre la política exterior rusa y la venezolana vale enfocar ciertos ámbitos de la política internacional que hacen a Venezuela interesante para Rusia e inversamente. En primer lugar, ambos países abogan por un mundo multipolar y multilateral, libre de supremacía de alguna potencia en particular. Ambos aspiran a desempeñar un papel geoestratégico más proactivo y pronunciado en la política global, en pro de establecer parámetros de relaciones internacionales más equitativas entre los más de 196 Estados que conforman este planeta, dentro y fuera de la ONU. Ambos apuntan igualmente a debilitar y hasta neutralizar la influencia de cualquier potencia que ambicione encaminar una postura hegemónica, ya sea regional o mundial; aspiran a agrandar su propia posición geopolítica tanto en su propio contexto jerárquico regional como en el global; y pretenden re-delinear el «mapa del poder mundial», y así redistribuir el poder geopolítico mundial en detrimento de la influencia anglosajona y occidental-transatlántica global. Además, tanto el liderazgo político ruso como el venezolano son altamente ambiciosos en sus planes para sus respectivas regiones, específicamente en aras de agrandar y reforzar el propio poder nacional a costillas de la jerarquía y distribución del poder geopolítico existente.
Un aspecto de alta convergencia entre Rusia y Venezuela lo encontramos en el proceso de la toma de decisiones en sus respectivas políticas exteriores. Cierto es que la Constitución rusa de 1993 no le otorga significativas facultades al Poder Legislativo en esta materia, concentrándolas más bien en el Ejecutivo (Lynch, 2011; McFaul, 1997). En los años entre 1993 y 1999, el presidente Yeltsin estableció varias instancias dentro de la presidencia para ayudarle en la formulación e implementación de la política exterior. En el caso particular de Rusia y dadas las duras circunstancias políticas y económicas de su transición a un sistema democrático representativo, no son escasos los expertos que resaltan la falta de cierta madurez en la política doméstica rusa que influye en su política exterior y su subordinación a los grandes intereses corporativos energéticos e industriales.2 Tal inmadurez deja sus huellas en aquellos mecanismos y procesos estructurales y específicos de toma de decisión que se reflejan en el modus operandi del círculo reducido y cerrado de actores e instituciones que deciden sobre la esencia y el rumbo de la política exterior rusa, bajo exclusión de la opinión pública y sin mayores instancias de insumo de control parlamentario y/o societal.3 En considerable semejanza a la política exterior venezolana, la actuación transnacional rusa se desarrolla y se aplica principalmente desde las más altas esferas ejecutivas de su sistema político, con la diferencia de que en Rusia los diversos think tanks, intelectuales y selectos miembros del Poder Legislativo aportan un insumo importante, aunque invisible, a ese proceso.
Por otra parte, la convergencia ruso-venezolana se concreta en su respectiva apreciación de los cambios geoestratégicos y geopolíticos evidentes a nivel regional y mundial. Tanto Moscú como Caracas opinan que la tendencia global hacia un mayor multilateralismo y pluralismo estructural es irreversible, en especial por el surgimiento de los cinco polos nacionales de crecimiento económico-financiero y tecnológico-industrial de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica; es decir, el bloque de los BRICS. Igualmente, ambos estiman que el creciente multipluralismo no es solamente producto de la propia sinergia de las relaciones internacionales, sino también causa y efecto a la vez del evidente y paulatino debilitamiento de la hegemonía tradicional estadounidense en América Latina y en el Caribe.
Aunque no coinciden totalmente en que el populismo izquierdista surgido en América Latina es el principal promotor del declive de la hegemonía «unilateralista» norteamericana, ambos le suscriben al auge ideológico de la izquierda latinoamericana gran parte del mérito en vigorizar el multilateralismo estructural globalizado. Otra vez identificamos una diferencia en las perspectivas rusa y venezolana: mientras que el Kremlin ve el avance del multipolarismo como una tendencia histórica natural y un producto inesperado, parcial, directo y linealmente derivado de la nueva política exterior estadounidense bajo Barack Obama, Miraflores tiende a presentar su propia campaña ideológica antiestadounidense como la principal causa de la decreciente influencia de Washington en América Latina y en el Caribe.
Para la Rusia moderna de Vladimir Putin y de Dmitri Medvedev (1999-2012), todo desarrollo y evento en las relaciones internacionales contemporáneas son bienvenidos, ya que contribuyen directa o indirectamente, intencional o casualmente, a promover y consolidar la influencia geopolítica, geoestratégica, económico-comercial, energética, tecnológico-militar y cultural, tanto regional como mundial, de Rusia. Desde la perspectiva rusa, en especial desde la óptica de sus élites políticas e intelectuales, Rusia es la heredera geopolítica natural y legítima de la grandeza de la URSS en todo aspecto y a todo nivel.4 Mientras que la Rusia de Yeltsin de 1991 a 1999 ha sido debilitada por el proceso de transformación a un sistema multipartidista en lo político y (neo)liberal en lo económico, la Rusia del tándem político Medvedev-Putin merece desempeñar el papel de gran potencia que le corresponde a la par con EE. UU. Para recuperar, consolidar y engrandecer este estatus de superpotencia, la Rusia del siglo XXI pretende recuperar, reforzar, perpetuar su influencia no solamente en su tradicional «extranjero cercano» (Ближнeе зарубежье), sino más allá de esa masa geopolítica euroasiática y establecer su «extranjero lejano» (Дальнeе зарубежье) en cualquier región del planeta que resulte beneficiosa para su seguridad nacional y desarrollo socioeconómico y tecnoindustrial.
Esta ambición de Moscú, legítima como puede ser, está siendo apoyada proactivamente por una serie de países de una larga y comprobada trayectoria antioccidental, tales como Cuba, Irán, Siria y, recientemente, Venezuela, y a menudo pasivamente en el caso de China. Es de notar que ese conjunto de países considera la distribución del poder geopolítico mundial como una correlación de suma cero y así aspiran consecuentemente a desafiar y disminuir el liderazgo y la influencia occidental en general, y estadounidense en particular, sobre todo en el ámbito regional de cada uno de ellos. Así se observa como persiguen entablar «un mundo sin Occidente», aplicando sus vastos y diversos recursos energéticos y financieros como un arma, usando cada vez más como medio de transacciones financieras el euro en detrimento del dólar norteamericano, a fin de «crear nuevas instituciones económicas y financieras» para sustituir al acuerdo de Bretton Woods (Cohen y Walser, 2008). Al apoyar proactivamente la ambición rusa de recuperar su estatus de superpotencia, la Venezuela de Hugo Chávez estará acercándose a su meta bolivariana de efectivamente disminuir la influencia e injerencia estadounidense no solo en Venezuela, sino en toda América Latina y el Caribe. De allí que la Caracas de la Venezuela bolivariano-revolucionaria encuentra un aspecto de elevada convergencia geoestratégica con el Moscú de la «Rusia reemergente».
Detrás de la ambición de expandir la propia esfera de influencia geopolítica, sea o no a sujeción de la influencia de otras potencias, Rusia y Venezuela se asemejan en sus respectivas políticas de uso de sus recursos energéticos para fines políticos. Así observamos cómo Rusia ha aplicado sus abundantes fuentes de gas natural para renegociar favorablemente sus contratos gasíferos con Ucrania, Bielorrusia y la UE.5 Por su parte, los importantes recursos financieros de Venezuela derivados de su exportación petrolera se han venido gastando para divulgar la revolución bolivariana en América Latina.6 Sin embargo, tal afinidad entre Rusia y Venezuela en el uso de la energía como arma geopolítica no los califica automáticamente para que sean aliados. El aspecto más convergente en las relaciones ruso-venezolanas es la relativamente alta coincidencia en sus puntos de vista ideológicos, en búsqueda del propio engrandecimiento geopolítico. En este sentido, cada uno se sirve de las ambiciones del otro. Razonando que EE. UU. se entromete en su «extranjero cercano» al proveerle armas a Georgia, Rusia accede a vender armas a Venezuela, logrando así cada uno su objetivo al satisfacerle una necesidad al otro (Prudnikov, 2009:99). Siguiendo este mismo razonamiento, la presencia de la OTAN en el Mar Negro y de EE. UU. en Manas, Kirguistán, encontró su respuesta con la aparición de la flota rusa en el Caribe venezolano en noviembre de 2008 y con el intensivo acercamiento ruso-venezolano.
En su libro La nueva diplomacia rusa: diez años de política exterior, asevera Igor Ivanov (2005) que así como la URSS fue el Estado sucesor de la Rusia imperial en 1917, Rusia resultó serlo de la URSS en 1991. En este sentido, el Kremlin renunció a la «lucha de clases a escala internacional», pero asumió a la vez la herencia soviética referente a la creación de la ONU, los acuerdos de Helsinki y el sistema de tratados bilaterales con EE. UU. sobre el control de armas y desarme nuclear, sirviendo a los intereses del actual Estado ruso, así como el apego a la resolución pacífica de conflictos regionales. Paralelo a la diplomacia, Rusia se apoya en el factor militar, energético y tecnoindustrial para perseguir más asertivamente sus intereses nacionales, ya sean en el «extranjero cercano» o más allá del mismo.7 Tanto el nuevo «Concepto de seguridad nacional hasta el año 2020» emitido en mayo de 2009, como la nueva doctrina militar rusa anunciada en febrero del 2010, la política energética de Moscú ante Ucrania y su actuación beligerante ante Georgia en agosto de 2008 reflejan la revigorizada autoestima rusa y su aumentado sentido de holgura ante su entorno regional e internacional, partiendo de la tesis de una «Rusia reemergente» y repotenciada ante el mundo entero.
En este contexto, la voluntad de las actuales élites políticas rusas de volverse a acometer en la escena geopolítica mundial como una superpotencia no solo satisface un anhelo nacionalista interno, sino que coincide con la ambición de varios países tercermundistas, encabezados en el continente americano por Cuba y Venezuela, de desafíar la ya no tan vigente preeminencia estadounidense y cultivar el propio acrecentamiento geopolítico mediante la «alianza estratégica» de intereses globalmente estructurales con Rusia, anunciada por Chávez (Gruzdeva, 2001:4). Por su parte, Rusia aprovecha la oposición venezolana a la hegemonía norteamericana para así contar con «una amplia gama de posibilidades a gestionar por el Estado ruso o sus grandes corporaciones» (Ceseden, 2010:68; Schröder, 2011). En términos de una ecuación de costo-beneficio, la intensa relación bilateral con Venezuela es un importante componente extrarregional y transatlántico de la «diplomacia multivectorial» y de la pronunciada orientación multidireccional de Moscú en pro de fortalecer su posición geoestratégica. Ello forma parte del interés de Rusia de cultivar su imagen de actor superpotente y proactivamente independiente, más no agresivo, en las relaciones internacionales contemporáneas, habiéndose declarado «estratégicamente independiente» de Occidente (Torbakov, 2011:1). El salto ruso hacia tal independencia trascendental de Occidente no significa en absoluto una ruptura con el mismo, sino más bien una cooperación selectiva con las potencias occidentales, basada en los intereses nacionales rusos, tal como los perciben sus élites.
Finalmente, vale destacar otro aspecto de considerable significado geoestratégico convergente entre Moscú y Caracas, el cual consiste en sus respectivas políticas militares, específicamente la política rusa de ventas indiscriminadas de armas por motivos principalmente económicos (Mankoff, 2009:214), así como los planes de rearme a largo plazo de ambos países. La nueva doctrina militar rusa de 2010 y las actuales políticas públicas correspondientes resaltan la modernización de la fuerzas armadas rusas,8 a ser financiada con US$60 millardos para 2011 (RT, 2010). Por su parte, el gobierno bolivariano acentúa sus planes de rearme mediante compras billonarias de armamento ruso (v. Anexo I), basándose en la necesidad de defender Venezuela ante la supuesta amenaza del Plan Colombia y una consiguiente invasión estadounidense.9
La adquisición de armas rusas por parte de Venezuela no debe limitarse a una mera circunstancia de compra-venta de equipos militares. Tales adquisiciones involucran y conllevan necesariamente una estrecha cooperación técnica y política entre Rusia y Venezuela (Mijares, 2011:43-44). Ciertamente los estrechos vínculos ruso-venezolanos desde el más alto nivel y en diversos ámbitos no representan una fase pasajera en la política exterior venezolana, sino un instrumento estratégico y de riesgo calculado en pro de mayor vigencia internacional. Lo mismo no puede afirmarse en cuanto a Rusia, puesto que esta no necesita a Venezuela para incrementar su influencia geopolítica mundial tanto como Venezuela necesita a Rusia para ese mismo fin.
Rusia y Venezuela: divergencias
Sobra afirmar que en aspectos relativos a su seguridad territorial y energética Rusia no puede tener ningún interés directo y de peso en la región andina (Ambrosio, 2005:95). Sin embargo, Venezuela llegó a ser el mayor cliente de armas rusas en el hemisferio occidental, indicando así una importante divergencia en la cooperación ruso-venezolana, en el sentido de que no refleja intereses mutuos, sino que satisface intereses nacionales divergentes: beneficios económico-comerciales para Rusia y una acentuación tecnológico-militar venezolana de incierto efecto regional. Desde que desapareció la URSS en 1991, Rusia fue percibida como una superpotencia derrotada, reducida en territorio regional y en auge internacional. Pasadas más de dos décadas intentando reinventarse, principalmente ante Occidente, Rusia está logrando redefinirse en la escena mundial, concretamente para 2005, coincidiendo con la cancelación de las deudas rusas con los acreedores occidentales y con el alza en los precios del petróleo. Antes de esa fecha, había venido adquiriendo la imagen del «socio inferior» un tanto problemático ante la UE y la OTAN por los inconsistentes suministros del gas natural y por sus impotentes protestas contra el plan antimisilístico estadounidense; del miembro menos adaptado en el G-8, así como del miembro más frágil del grupo BRIC (para entonces sin Sudáfrica). El viraje hacia una política exterior rusa más asertiva a nivel mundial se produjo para 2005 y más aún después de la guerra ruso-georgiana en agosto de 2008, así como con el inicio de la tercera presidencia de Vladimir Putin a partir de mayo de 2012, reflejándose en la postura rusa ante las potencias occidentales referente a la crisis siria.
En una entrevista en abril de 2010 se le preguntó al presidente ruso Dmitri Medvedev qué cara debe ofrecer Moscú al mundo. Su respuesta fue «la que tengo ahora: sonriente, que no desnuda los dientes a nadie, que no anda enojado, ofendido, o arrinconado. Me gustaría ver a Rusia sonriendo con la cara de una persona joven y moderna» (Stott, 2010). Esa misma actitud presidencial la reflejaba igualmente el entonces presidente Putin desde medianos de 2005, en sus actuaciones frente a las potencias de la OTAN, con tónica nacionalista, asertiva, pragmática y con tangentes altamente económico-comerciales. Aquella corta guerra contra Georgia que produjo la separación de Osetia del Sur y de Abjasia de Georgia pareció satisfacer el ego político del liderazgo ruso, permitiéndole desarrollar una política exterior orientada a asegurar inversiones y acuerdos comerciales; es decir, acentuar el pragmatismo y beneficios económicos sobre el rencor y la ideología. Rusia se ha encaminado en una nueva ideología en su política exterior: el dinero, reforzada por la crisis financiera de finales de 2008. Diatribas en contra de Occidente al estilo de la Guerra Fría ya no caben en este viraje, puesto que estorban las negociaciones por dividendos comerciales en el exterior, ya sea cercano o lejano, en particular en cuanto al aspirado ingreso de Rusia a la Organización Mundial del Comercio (OMC).
En mayo de 2010 la cancillería rusa divulgó un documento sobre la nueva política exterior rusa, denominado «Programa para la utilización efectiva sistemática de los factores políticos externos por el objetivo del desarrollo a largo plazo de la Federación Rusa», que Putin ha venido implementando efectivamente desde 2005, y ha sido activamente apoyado por el presidente Medvedev a partir de mayo de 2008. Allí se revela el interés ruso en armonizar las relaciones a todo nivel, establecer un diálogo con todos los actores relevantes y reducir los conflictos, una clara señal de aceptar y cooperar con la política de «reseteo» de las relaciones EE. UU.-Rusia del presidente Obama. En ese documento se designan igualmente tres principales direcciones para la política exterior rusa, a fin de apoyar la agenda doméstica: crear una economía moderna basada en la innovación, el fortalecimiento de las instituciones democráticas y la sociedad civil, así como la lucha contra el crimen organizado/terrorismo. Allí se enfatiza que la política exterior de Rusia debe servir a esas tres metas y que los diplomáticos rusos deben identificar los países que pueden convertirse en socios, aportando así los mayores beneficios posibles para el desarrollo de las diversas industrias rusas y para facilitar la exportación de los productos rusos de alta tecnología a los mercados regionales y globales.
Esa nueva política exterior de la «Rusia reemergente» y estratégicamente independiente del Occidente se manifiesta mediante menos obsesión por lograr una paridad militar y política con EE. UU., más cooperación con la UE en temas gasíferos y menos confrontación con EE. UU. sobre reducción de armas nucleares y referente a Irán y otros países del Medio Oriente. Pero sobre todo se manifestó el viraje ruso en un mayor énfasis en la multidimensionalidad ideológica y en autonomía de acción ante eventos y tendencias regionales de toda índole. El pragmatismo ruso se demuestra en las provechosas relaciones que Rusia comenzó a desarrollar con numerosos países de diversas capacidades y de diferentes orientaciones ideológicas, como lo demuestran sus crecientes lazos comerciales en particular con América Latina, especialmente Brasil y Argentina.10 Es precisamente desde esta multidimensionalidad ideológica y autonomía pragmática de Rusia en sus posturas regionales e internacionales que nace la divergencia con Venezuela. Más allá de América Latina, la «creatividad social» de Rusia se evidencia igualmente en perseguir alianzas con países de envergadura semejante como los BRICS, o de proximidad geográfica y cultural, como la MEI y la Organización de Tratado de Seguridad Colectiva (OTCS), o como un contrapeso a la OTAN, en el caso de la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS).
Así que mientras Rusia quiere desplegar al mundo una cara presidencial sonriente y pragmática en su política exterior, la política exterior venezolana refleja pocas sonrisas y menos pragmatismo, al menos en dirección de las potencias occidentales, y a menudo con sobredosis de ideologías anacrónicas. Este aspecto constituye la primera divergencia entre Rusia y Venezuela en la concepción e implementación de sus respectivas políticas exteriores. Encontramos así que mientras Caracas sigue rígida en su confrontación con la esfera occidental en general, y con EE. UU. en particular, Moscú mantiene posiciones flexibles y actúa en pro de sus intereses, primordialmente de seguridad nacional y económicos, independientemente de la orientación ideológica o del sistema político de sus socios. El volumen de comercio bilateral ruso-venezolano, incluyendo material bélico, revela que su carácter asimétrico favorece en términos económico-financieros a la única empresa rusa exportadora de armas, Rosoboroneksport, y a otras igualmente involucradas en Venezuela como Gazprom, Rosneft y Lukoil, mientras que Venezuela puede alegar y proyectar la impresión retórica de haberse autoascendido al rango de una importante potencia militar regional capaz de contrabalancear a Brasil.
Para Rusia, la exportación de armas representa una fuente segura y provechosa de ingresos en divisas duras. De los $1.630 millardos gastados a nivel mundial en armas, Rusia acaparó en 2010 el segundo lugar con el 4,5 por ciento en la venta de armas, después de EE. UU. con su 6,8 por ciento (SIPRI, 2010), a sabiendas de que con el 3 por ciento ocupaba para ese año el sexto lugar en lo que a su porcentaje del PTB mundial se refiere, después de EE. UU. (20,2 por ciento), China (13,3 por ciento), Japón (5.8 por ciento), la India (5,2 por ciento) y Alemania (3.9 por ciento) para ese mismo año (Economy Watch, 2011). Los compradores de armas rusas se distinguen por ser muy diferentes entre sí. Para Rosoboroneksport, la más grande y única empresa estatal rusa exportadora mundial de armamentos, existe aparentemente un solo criterio para su gestión, el cual es económico-comercial, más no político-ideológico, pero siempre y cuando el criterio comercial no perjudique la seguridad nacional rusa, y respetando sanciones impuestas por la ONU. A diferencia de la política exterior unidireccionalmente ideologizada de Caracas, Moscú ya ni concibe y ni ejecuta su política exterior en función de una determinada potencia y/o ideología, sino de acuerdo a los intereses nacionales rusos, tal como los perciben las élites gobernantes en el Kremlin, coincidan o no objetivamente esos intereses con aquellos percibidos por los demás sectores de la nación rusa.
Otro aspecto divergente entre Venezuela y Rusia consiste en que esta última no comparte la visión venezolano-chavista de ciertos temas mundiales, como la reforma de la ONU, incluyendo pasar su sede al sur del planeta y proporcionarles mayor voz e influencia a los países tercermundistas en temas globales. Pese a la retórica rusa en pro de un mundo multipolar(izado), su actuación se asemeja más bien a aquella de una exsuperpotencia nuclearizada en consistente búsqueda de recuperar ese estatus global. La perspectiva desde Moscú sobre la política internacional de Caracas no es del todo positiva. En una entrevista concedida a un periódico alemán en 2006, el director del Instituto de América Latina de la Academia de Ciencias de Rusia, Vladimir Davidov, asevera que la política exterior «provocativa y arriesgada» de Venezuela no coincide con la de Rusia, puesto que esta busca evitar posibles riesgos para el país en sus relaciones internacionales (Neuber, 2007).
La nueva doctrina militar de la Venezuela bolivariana, anunciada en agosto de 2010, prescribe aumentar el poderío militar «antiimperialista» del país, profundizar los lazos civil-militares e involucrar activamente a la población civil en tareas de la defensa nacional. Esta doctrina enfatiza la amenaza militar contra Venezuela proveniente de EE. UU. (Grandin, 2006:82; McPherson, 2006:4, 21). Vale señalar aquí que Venezuela no es el único país latinoamericano que busca diversificar su fuente de proveedores, en detrimento de EE. UU., beneficiando así la industria armamentista rusa. Argentina y Perú también mostraron interés en adquirir helicópteros rusos, mientras que Brasil aspira comprarle a Rusia aviones de combate, en particular el Sukhoi 35 de cuarta generación, así como procurar la tecnología rusa necesaria para un submarino nuclear (Kramnik, 2008). Igualmente, Perú y México están recibiendo material industrial bélico ruso, haciendo que la cooperación técnico-militar con Rusia crezca marcadamente, en aras de satisfacer sus demandas de seguridad (Rosoboronexport, 2011).
Finalmente, podemos identificar un aspecto divergente más en las relaciones Moscú-Caracas, específicamente en el campo mediático. La política comunicacional del Kremlin en cuanto a las numerosas visitas del presidente venezolano Chávez ha sido «cuidadosa y proclive a la discreción, evitando efusividad ante los medios de comunicación», contrastando claramente con la tendencia venezolana a magnificar los hechos (Witker, 2009:10). Sin embargo, la asimetría entre la visión fríamente pragmática de Rusia y aquella efusivamente ideologizada y publicitaria de Venezuela no ha perturbado las aspiraciones de ninguno de los dos en cuanto a sus expectativas del otro: el Kremlin se asegura cada vez mayor presencia prácticamente en todo ámbito estratégico en Venezuela, mientras que Miraflores se contenta con incrementar su sofisticado y costoso arsenal militar, aparte de reforzar su imagen mediática unilateral de un confiable aliado de la importante potencia global eslava. La nueva política exterior rusa, tan multidimensional, independiente, defensiva (excepto en su «extranjero cercano») y simultáneamente pragmática, contrasta claramente con la política exterior venezolana monotemática, retórica, visceral y cautiva de una sola ideología. No obstante, su divergencia en el aspecto estilístico-mediático no deludirá la sustancia en cuanto a la necesidad mutua de vigorizar su cooperación recíproca.
Implicaciones hemisféricas de la alianza ruso-venezolana 1999-2011
Estudiosos de la política exterior rusa coinciden en que el Kremlin del presidente Putin y del primer ministro Medvedev ya no se limita a su esfera de actuación dentro de su «extranjero cercano», sino que más bien extendió la ambición de Rusia de recuperar su estatus de superpotencia global y planifica por ende sus estrategias para actuar más allá de ese tradicional y actualmente vigente concepto ruso del «extranjero cercano».11 Por un lado, las fuerzas políticas neoconservadoras en EE. UU. siguen considerando a América Latina como su «patio trasero» y que toda actuación de potencias extrarregionales, ya sea la UE, Rusia o China, bien pudiera clasificarse como una inaceptable intromisión en asuntos hemisféricos americanos; o sea, desde su perspectiva, una injerencia en la implementación estadounidense de la Doctrina Monroe. Por otro lado, a Rusia en particular le interesa demostrar su alcance global mediante la cooperación multifacética con Venezuela, así como mediante diversos convenios energéticos, comerciales y hasta tecnoindustriales de índole militar con otros países, como la India, China, pero también latinoamericanos, como el Brasil, Colombia y Argentina (Donaldson y Nogee, 2002:274; Viëtor, 2009:87), en aras de ampliar y reforzar la presencia rusa al sur del Río Grande.
Hoy por hoy, la internacionalización de Rusia no está influenciada por ninguna ideología, sino por los provechosos beneficios comerciales de relacionarse con países fuera de su ámbito geográfico euroasiático inmediato. Las divisas duras, el petróleo, el gas natural y la innovación tecnoindustrial lógica, inclusive la armamentista-militar, son los factores que más mueven la política exterior rusa. La Rusia moderna se destaca en su política doméstica por una combinación ciertamente ambigua de un mercantilismo económico, autoritarismo blando y un nacionalismo pragmático, mientras que acude selectivamente al «poder duro», conjuntamente con instrumentos del «poder suave», como inversiones directas, uso muy sofisticado de los medios tradicionales y cibernéticos de comunicación social, así como su atractivo cultural en su esfera de influencia geopolítica inmediata. Rusia quiere «ejercer una política exterior autónoma, estar en el mundo con peso propio, con capacidad de ejercer un carisma particular frente a los países más débiles y de hablar de igual a igual con los más poderosos» (Serra Massansalvador, 2009:194). Diversos sentimientos y anhelos nostálgicos llevan a Moscú a aplicar periódica y selectivamente políticas revisionistas en su «extranjero cercano» que conducen necesariamente a confrontaciones de bajo nivel entre los intereses estructurales rusos con la esfera euro-anglosajona transatlántica, como lo demuestra la diferencia de posturas ante la crisis siria.
Sea o no un desafío directo a la mermada influencia hegemónica estadounidense en América Latina, la presencia rusa en la región andina y más allá obedece no solamente al considerable estímulo bolivariano, sino también a factores internos de Rusia que moldean su política internacional más allá de su tradicional «extranjero cercano». A Rusia le sirve mostrar su bandera y presencia en todos los rincones del planeta, ya sea mediante sus asesores, plantas energéticas, equipos tecnológico-militares y/o bases, en especial en aquellos países latino-cristianos de gobiernos democráticamente electos, aspirando así a proyectar la imagen global, política y moralmente intachable de una Rusia euroasiática, moderna y democrática. Por ende, la «cabeza de puente» que Venezuela le proporcionó a Rusia al iniciar en 1999 sus acuerdos y convenios de cooperación (v. Anexo) para inaugurar la presencia rusa en América Latina bien puede desarrollarse favorablemente para Moscú, y por tanto desfavorablemente para EE. UU., en particular porque este último está ocupado con dos guerras (Afganistán e Irak), la amenaza nuclear norcoreana contra su aliado japonés y el posible desarrollo de Irán en una potencia nuclear desfavorable para su aliado israelí, entre otras ocupaciones del (ahora ex)«globo-cop» estadounidense. Desde la óptica geopolítica neorrealista de una correlación de suma cero, Rusia está ganando terreno parcialmente en América Latina a costilla de otras potencias rivales, en especial de EE. UU.
Sin embargo, la rivalidad bilateral rusa con EE. UU. en el continente americano (trilateral si consideramos a China) no significa crisis ni mucho menos un conflicto ruso-estadounidense. Más bien la política del presidente Obama del «reseteo» de las relaciones con Rusia ha contribuido significativamente a convencer a las élites rusas de que aquellas ambiciones, asumidas vigorosamente por el anterior gobierno neoconservador de George Bush, de presionar y cercar a Rusia de nuevo, ya no aplican en la era de Barack Obama. Más aún, la relativa y comparativamente escasa atención prestada por el gobierno de Obama a temas latinoamericanos justifica plenamente asumir que América Latina ya no es un «patio» ni delantero ni trasero exclusivamente reservado para EE. UU. Ni la cruenta narcoguerra desatada en México y Centroamérica ha hecho que EE..UU. ponga a América Latina por encima de su recesión económica, Irak, Afganistán, el conflicto palestino-israelí, Irán y las revueltas árabes y las todavía vigentes revelaciones «wikilícticas». La renuncia en mayo de 2011 del máximo responsable de la diplomacia estadounidense para América Latina, Arturo Valenzuela, después de apenas dos años en el cargo, atestigua en cierto modo su fracaso al no poder ni aliviar ni acabar con la «negligencia benigna» estadounidense hacia los vecinos latinos (Alandete, 2011).
Analizada desapasionadamente, la alianza transatlántica ruso-venezolana no significa necesariamente consecuencias hemisféricas negativas para esos dos actores, más bien indica la gama de cambios estructurales y funcionales que acompañan la actuación de otras potencias extraterritoriales en el continente americano, tales como la UE y China. En este sentido, el factor iraní y su conexión nuclear con Rusia no pueden pasarse por alto, en especial por la posibilidad de su triangulación con Venezuela. Visto desde Moscú y considerando los intereses domésticos y económicos que influyen directamente en la política exterior del Kremlin, toda relación bi o multilateral económicamente provechosa y políticamente de bajo o hasta de nulo riesgo es digna de implementarse. Así que Gazprom, Rosneft, Lukoil y Rosoboroneksport sobresalen como actores internacionales rusos en búsqueda de optimizar las ganancias del Estado ruso,12 independientemente de si se trata de venderle gas natural a Europa, una planta nuclear a Irán o tecnología nuclear a Venezuela y a otros países en América Latina, siempre y cuando el país comprador no esté bajo sanciones de la ONU. La presencia del «poder suave» ruso en su variante económico-financiera y tecnomilitar en la región andina, y más allá de la misma en América Latina, no es una implicación directa de la alianza ruso-venezolana, sino de facto de la reemergencia de Rusia en la escena mundial.
El «Programa para la Utilización Efectiva Sistemática de los Factores Políticos Externos por el Objetivo del Desarrollo a Largo Plazo de la Federación Rusa», entregado en febrero de 2010 para la consideración del presidente Medvedev y divulgado en mayo de ese año, enfatiza intereses económicos y culturales comunes con EE. UU. y Occidente (Blank, 2010:333). De allí que el auge ruso en América Latina forma parte de la política exterior de Moscú de diversificar sus regiones de interés, su actuación política y económica y cultural más allá de su tradicional «extranjero cercano», donde el Kremlin percibe el gradual deterioro de Rusia como modelo de desarrollo nacional socioeconómico y tecnoindustrial. Siendo América Latina parte del mundo occidental, Rusia pretende hacer sentir su peso geopolítico y económico en el hemisferio américo-continental, principalmente mediante sus relaciones bilaterales de toda índole con Argentina, Brasil, Colombia, Ecuador, México Nicaragua, Perú y especialmente con Venezuela (Mankoff, 2009:214; Wenger y otros, 2006:169). Esta globalización e independencia estratégica asertiva de la política exterior rusa, acentuada a partir de 2005, no está dirigida contra ninguna potencia en particular, sino refleja la extensa preocupación del Kremlin por no modernizar oportuna y adecuadamente y por no poder competir así a futuro con EE. UU., la UE o con los demás miembros del bloque BRICS por los recursos naturales y el acceso competitivo a los mercados globales.
Cierto es también que se evidencian en la América Latina de la segunda década del siglo XXI claros signos de una carrera armamentista. Brasil aspira a proteger sus yacimientos petroleros y de gas recién descubiertos, Venezuela adquiere un aparentemente imponente arsenal ruso, levantando así preocupaciones en Colombia por el posible destino final de algunas de esas armas, mientras que Ecuador, Bolivia y Paraguay también se vigilan mutuamente por sus crecidas compras militares (Rosoboronexport, 2011; Tamayo, 2009).
En este mismo contexto, es igualmente cierto que los motivos de tal aparente rearme continental no obedecen a esta reciente aparición de Rusia en América Latina como proveedor de armas, sino más bien a las tensiones geopolíticas tradicionalmente ya existentes e inherentes a las relaciones bilaterales intralatinoamericanas. Más aún, de no presentarse Moscú como proveedor de armas, otros países con esas mismas capacidades armamentistas, tales como EE. UU., China o diversas naciones europeas, pudieran cubrir toda demanda, salvo con la característica de que los países proveedores de armas pertenecientes a la OTAN bien pudieran imponer condiciones y restricciones relativas al «destino final» de armas o de índole ideológica y geopolítica, mientras que Rusia, China y otros países industriales se presentarían menos exigentes y menos preocupados por la cláusula referente al «usuario final».
La irrupción rusa en la escena continental americana desde el comienzo del siglo XXI tiene varias «parteras», pero podemos nombrar principalmente dos: primero la recuperada autoestima rusa y el deseo del Kremlin de volver a su papel global de superpotencia, o al menos de potencia mundialmente relevante; y segundo el vacío regional dejado por EE. UU. a raíz de su «guerra contra el terrorismo», por estar Washington ocupado y preocupado con las guerras consiguientemente paralelas en Afganistán e Irak, así como con el conflicto palestino-israelí y las impredecibles revueltas en el mundo árabe. Tal debilitamiento de la influencia estadounidense en el hemisferio occidental, acelerado y profundizado por la globalización y la creciente injerencia económica de China en América Latina, bien puede convertirse en un factor permanente en la región. De allí que cuestiones como la triangulación posiblemente nuclear ruso-venezolano-iraní, la «protocolada» simpatía bolivariana por las causas árabes fundamentalistas y/o nacionalistas, más la radicalización de la revolución bolivariana doméstica contribuirían a que la tradicional, conscientemente asumida y practicada «negligencia benévola» estadounidense sea sustituida definitivamente por una «indiferencia calculada», favoreciendo así y a largo plazo mayor presencia tanto rusa como china en toda América Latina.
En este sentido, las políticas de asociaciones estratégicas y alianzas mundiales tanto del Kremlin como de Miraflores lucen como un factor multifacético que une políticamente a esos dos centros de decisión nacional geográficamente distantes por casi 10.000 kilómetros, pero que los separa a la vez. Rusia escoge sus aliados estratégicos confiables de acuerdo a aspectos pragmáticos, geopolíticamente compatibles y geoestratégicamente viables. La estrategia de Rusia de agrandar su posición en su esfera euroasiática condujo a la creación en junio de 2001 y reforzamiento de la Organización de Cooperación de Shangai (OCS), inclusive con su tradicional rival estratégico chino.
En su estudio al respecto, Mark Katz reseña los siguientes factores que pueden afectar negativamente la alianza ruso-venezolana (Katz, 2006:7-8):
Mejora sustancial en las relaciones Rusia-EE. UU.
Serias fricciones ruso-venezolanas sobre cómo manejar sus respectivas relaciones bilaterales con EE. UU.
Debilitamiento nacional y regional de Chávez, por las razones que fueran, volviéndose problemático para Moscú sostenerlo como aliado ruso.
Caída considerable y duradera de los precios petroleros, haciendo difícil, si no imposible, mantener relaciones comerciales mutuamente provechosas y de larga duración.
Modus operandi abierta y excesivamente neoliberal de las empresas estatales rusas se torna ideológica y políticamente cada vez más problemático para Chávez.
Más allá de estos escenarios, o por separado o en cualquier combinación, se puede agregar el deterioro de PDVSA y el creciente peso económico del Brasil, tanto dentro como fuera de América Latina, factor que se vuelve para Moscú más interesante y confiable que Venezuela. A la vez, Rusia busca reforzar su peso global mediante su estrecha cooperación con el bloque cada vez más relevante de los BRICS, contribuyendo así, desde la perspectiva del Kremlin, a la consolidación de una institución estructural multipolar más. Observamos además que Moscú mantiene lazos con China por razones ideológicas, más allá de la cooperación energética, siendo China un «socio antihegemónico» por excelencia y natural para contrabalancear el peso mundial de EE. UU., al igual que países de similar orientación, tales como Venezuela, Cuba, Siria, Libia y Norcorea (Ambrosio, 2005:95). Por su parte, la única alianza que Caracas ha podido sostener hasta la fecha a nivel americano-continental ha sido de naturaleza principalmente ideológica y retórica, es decir la Asociación Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), atestiguando la incapacidad del gobierno bolivariano de institucionalizar e instrumentalizar eficaz y perpetuamente tales alianzas regionales.
Conclusiones
En abril de 2005 y ante la Asamblea Federal rusa, el presidente Vladimir Putin describió la desintegración de la URSS como «la mayor catástrofe geopolítica» del siglo XX. Sus palabras provocaron una fuerte reacción en Occidente y entre los vecinos exsoviéticos de Rusia, y despertaron angustias de una Rusia imperial-zarista-soviética recurrente y amenazante, sobre todo al volver Putin a la presidencia a partir de mayo de 2012. Sin embargo, para Moscú y su ambicioso liderazgo contemporáneo, el «extranjero cercano» ya no representa el principal foco de su influencia orientadora geopolítica, económica y cultural en cuanto a los objetivos de política exterior.
Otro rasgo de la política exterior rusa acapara la atención al respecto y debe tomarse en cuenta. En su discurso ante la Conferencia de Seguridad de Munich en febrero de 2007, Putin despreció esencialmente el papel moralizante y orientador de valores éticos en la política exterior. Presentada como factor duradero de pragmatismo puro y necesario, la esencia de la política exterior rusa consiste en tratar con toda clase de gobiernos, aceptando su realidad, alegando que es su única opción, sin anunciar o seguir ni previa ni posteriormente pautas éticas al respecto, como demuestra la única unión seria que Rusia ha logrado con algún país hasta la fecha, es decir con Belarús, señalado como la «última dictadura en Europa».
Efectivamente, encontramos también que el pragmatismo en la política exterior rusa se refleja en las numerosas críticas del Kremlin a las prácticas democráticas en las repúblicas bálticas, Moldovia, Ucrania, y Georgia, cuando este mismo a menudo incurre en esa misma clase de prácticas políticas domésticas. Ningún gobierno en el mundo puede alegar ser perfecto, pero la mayoría de los gobiernos tiende a pautar valores éticos, aunque sea retóricamente, en su política exterior. De acuerdo con el columnista de Ria Novosti, Konstantin von Eggert, el pragmatismo amoral de Moscú en su actuación internacional revela un vacío moral de toda la nación rusa (Von Eggert, 2011). De allí que lo que se espera de la presencia de Rusia en América Latina es servir el interés nacional ruso desde la perspectiva económico-comercial, tecnoindustrial y energética, asegurándose nuevas y ampliadas esferas de presencia e influencia geopolítica rusófila en territorio continental americano.
Desde la perspectiva latinoamericana, interesa invocar brevemente en este contexto el factor Doctrina Monroe. Sabemos que la misma, tal como fue dada a conocer en diciembre de 1823, ya no aplica desde, a más tardar, la guerra de Las Malvinas de abril-junio de 1982 y que tampoco parece tener ningún futuro en ningún lado del Río Grande. Ahora bien, esté o no «en coma», «desactivada», «en mantenimiento» o formalmente enterrada, para este trabajo tan solo tiene relevancia en el sentido de que interesaría saber qué fuerzas continentales podrían hacerle frente efectivamente a la globalización económica y política que afecta a América Latina, y en particular a la creciente influencia de Rusia, China y la UE en la misma. La presencia rusa en América Latina es una expresión de los nuevos tiempos que se vaticinan para todo el hemisferio occidental, puesto que la globalización, digitalización y la revolución telecomunicacional han eliminado la geografía como barrera física a la integración mundial de economías nacionales. Para Rusia en particular, estas fuerzas han facilitado la creación de su «extranjero lejano», en este caso de tinta latinoamericana.
Aparte de los dos motivos expuestos anteriormente para el incremento de la influencia rusa en el hemisferio occidental la globalización per se y el factor TICs, el bloque BRICS parece ser la plataforma más prometedora para que sus miembros, ya sea individualmente o en cualquier combinación bi o multilateral entre ellos, desempeñen roles cada vez más más prominentes en las relaciones internacionales. Confiables datos econométricos indican que el PTB combinado de los BRICS superará la economía de EE. UU. para 2014, habiendo alcanzado dos veces US$21 trillones anuales de productividad frente a los US$18,8 trillones de EE. UU. (Butler, 2011:1). Rusia tan solo quiere lograr negocios lucrativos y ampliar y arraigar su influencia geopolítica y económica en el «lejano exterior». No aspira a confrontaciones o guerras transatlánticas, y menos por Venezuela u otro país latinoamericano tan lejos de Rusia. No aspira a ninguna crisis o conflicto que la involucre inútilmente con EE. UU. por ningún país latinoamericano poco significante para la seguridad energética y territorial propia de Rusia.
El pragmatismo del Kremlin se evidencia en su política de mantenerse como un actor relevante en la alta jerarquía mundial, como es el G-8 o el bloque de BRICS, pero simultáneamente refuerza constantemente sus relaciones económicamente beneficiosas con países pequeños y medianos como Cuba, Siria, Irán y Venezuela. La gama de escenarios, eventos y/o condiciones, teóricamente probables y hasta posibles, que a continuación presentamos, aumentarían la presencia rusa en términos cualitativos en el hemisferio occidental en general y en Venezuela en particular, en función de las impredecibles altibajos de la política de «reseteo» de Washington, y por ende como respuesta rusa américo-hemisférica a probables y/o posibles actuaciones estadounidenses globales desfavorables al Kremlin:
Reactivación por parte de la OTAN (bajo presiones estadounidenses) del plan de radicar el sistema antimisilístico norteamericano en Polonia y la República Checa.
Decisión por parte de la OTAN (bajo presiones estadounidenses) de situar en Rumanía misiles interceptores como parte del nuevo escudo antimisilístico norteamericano.
Decisión de la OTAN (bajo presiones estadounidenses) de invitar a Georgia y a la Ucrania a formar parte de la misma y que estos acepten.
Decisión de EE. UU. de incrementar su presencia militar en el «extranjero cercano» de Rusia, en especial en Asia Central.
Decisión de Ucrania (bajo presiones estadounidenses) de abrogar o amenazar con abrogar el permiso de la flota rusa del Mar Negro para usar la base naval de Sebastopol.
Aumento de las presiones estadounidenses para debilitar el reclamo ruso a la exploración y el tráfico marítimo en la zona ártica.
Actuaciones estadounidenses en Europa para debilitar el cuasimonopolio ruso sobre los suministros de gas natural a Europa y China.
Implementación de políticas estadounidenses en Eurasia que puedan perjudicar a los aproximadamente veinticinco millones de rusos viviendo todavía en los países antiguamente pertenecientes a la URSS.
Implementación de planes estadounidenses para «cambio de régimen» en Siria e Irán, inclusive por vía de intervención militar directa.
No obstante el pragmatismo amoral comercialmente provechoso ruso y la indiferencia calculada estadounidense hacia América Latina, Venezuela, siendo un poder regional de tercer grado, bien puede beneficiarse, al igual que otros países latinoamericanos con lazos con Rusia, de las recurrentes tensiones entre Moscú y Washington, en el sentido de que toda actuación estadounidense, directa o indirecta, percibida por Rusia como antagónica puede producir una contramovida del Kremlin en América Latina que termine favoreciendo políticamente a los adversarios de Washington en el hemisferio occidental. Las presiones norteamericanas contra Rusia apuntan a que esta baje el nivel y el alcance de su cooperación con Venezuela y otros países latinoamericanos. A cambio de tal «perfil rebajado» ruso, EE. UU. le ofrecerá a Moscú mayor acercamiento a la OTAN, mayor acceso a productos norteamericanos, así como mayor participación rusa en el plan antimisilístico para Europa. El cambio del estatus de Rusia de observador a miembro activo en la OMC ya no entra en este cuadro de ajedrez de negociaciones, ya que Rusia ingresó formalmente a ese organismo en agosto de 2012.
Habiendo superado el invernadero de una década y habiendo encaminado su aparentemente irreversible resurgimiento global, Rusia utiliza la alianza ruso-venezolana, hasta en su carácter de una asimetría estructural, como un instrumento balanceador en las relaciones entre el Kremlin y la Casa Blanca, facilitándose como un mecanismo de presión y de negociación con EE. UU. A manera de ejemplo, la preocupación del Comité de Asuntos Extranjeros de la Cámara Baja del Congreso de EE. UU. por la creciente presencia iraní en Venezuela con supuestas bases misileras (House Committee on Foreign Affairs, 2011) o las alegaciones del exsubsecretario de Asuntos Hemisféricos del Departamento de Estado sobre las supuestas actividades de las milicias del partido shiita libanés Hezbulah en Venezuela (Jackson, 2011) como amenazas a EE. UU., bien pueden ser usadas por Rusia para ofrecerse como mediador y factor mitigador de las ambiciones geopolíticas mundiales tanto del gobierno bolivariano como de los mulás iraníes, por cierto más allá de su respectivo y real poder económico y/o militar regional.
Podemos anticipar que toda actuación rusa en América Latina, específicamente en el Caribe y en la región andina, sea iniciada y/o coordinada o no con Venezuela, ostenta tres niveles: o proporcionalmente ligada a actuaciones estadounidenses, o de interés netamente económico-comercial ruso, o de interés principalmente geopolítico y geoestratégico ruso, pero con vertientes mayormente económicas. El primer nivel se desarrollará como reacción a actuaciones estadounidenses en el «extranjero cercano» ruso, percibidas por el liderazgo del Kremlin como provocaciones contra Rusia y que esta considera propiamente vitales para su seguridad nacional e intereses estratégicos regionales y globales. En el segundo nivel son intereses netamente económico-comerciales que mueven actuaciones rusas en el hemisferio occidental; mientras que en el tercer nivel identificamos aquellas actuaciones que sirven al interés ruso de agrandar su posición global, sea o no mediante los BRICS o alianzas bilaterales con países latinoamericanos, como es el caso con Venezuela.
Entrevistas
1) Dobronravin, Nikolay. Escuela de Relaciones Internationales, Universidad de St. Peterburgo, entrevistado el 21.06.2011.
2) Meister, Stefan. German Society for Foreign Policy, entrevistado el 01.06.2011.
3) Pavlova, Elena. Escuela de Relaciones Internationales, Universidad de St. Peterburgo, entrevistada el 21.06.2011.
4) Schröder, Henning. German Insitute for International and Security Affairs, entrevistado el 14.06.2011.
5) Segbers, Klaus. OstEuropa-Institut, Universidad Libre, Berlin, Alemania, entrevistado el 26.05.2011.
NOTAS:
1 Bugueño Droguett y Placencia Rodríguez, 2008:155-159; Corrales, 2009:103; Oliker y otros, 2009:9-10; Romero, 2010:2.
2 Meister, 2009; Segbers, 2011; Wenger y otros, 2006.
3 Donaldson y Nogee, 2002:333; Mankoff, 2009:20-22, 26; Meister, 2009; Torbakov, 2011:9-11.
4 Oliker y otros, 2009:87-90; Shleifer y Treisman, 2011:123-124; Trenin, 2010:100; Tsygankov, 2010:13-14; Welch Larson y Shevchenko, 2010:78-82.
5 Baev, 2008; Gelb, 2007; Yafimava, 2011.
6 Boersner, 2011:20; Hiro, 2010:137-146; Kozloff, 2006:7-21, 105-118.
7 Legvold, 2007:10; Longworth, 2006; Mankoff, 2009:22-23, 26.
8 Nuclear Resonances, «Russias New Military Doctrine in English», art. III, párrafo 17, http://scisec.net/?p=231.
9 Agulló, 2008; Bonfili, 2010:684; Stinard, 2004.
10 Burlyai, 2007:53; Ryabkov, 2010:42-43; Sánchez Ramírez, 2010:368-369, 372; Sizonenko, 2007:125.
11 Dobronravin, 2011; Meister, 2011; Pavlova, 2011.
12 Duncan, 2007; Pavlova, 2011; Segbers, 2011; Wenger y otros, 2006:125-130, 168-169.
Referencias bibliográficas
1) Agulló, Juan (2008). Venezuela en el (Nuevo) Mundo. Dinámicas de la política exterior chavista. CDE. www.elecodelospasos.net/1380-categorie-10175792.html. (Consultado el 23.02.2011). [ Links ]
2) Alandete, David (2011). «Dimite el jefe de la diplomacia de EE. UU. para América Latina». El País, http://elpais.com/diario/2011/05/07/internacional/1304719210_850215.html. [ Links ]
3) Ambrosio, Thomas (2005). Challenging America´s Global Preeminence. Russia´s Quest for Multipolarity. Reino Unido, Ashgate Publishing. [ Links ]
4) Baev, Pavel K. (2008). Russian Energy Policy and Military Power: Putins Quest for Greatness. Londres, Routledge. [ Links ]
5) Batyuk, Vladimir (2010). «The Mechanisms of Russian-American Partnership». International Affairs, vol. 56, n° 4, pp. 92-97, Moscú. [ Links ]
6) Blanco, Ronald y Linares, R. (2008). «Chávez en la política exterior venezolana (ALCA vs. ALBA): de la democracia representativa a la participativa». Aldea Mundo, vol. 13, no 26, pp. 49-58. [ Links ]
7) Blank, Stephen J. (2009). Russia in Latin America: Geopolitical Games in the USs Neighborhood. París, Institut Français des Relations Internationales. [ Links ]
8) Blank, Stephen J. (2010). «Beyond the Reset Policy: Current Dilemmas of US-Russia Relations». Comparative Strategy, vol. 29, n° 4, pp. 333-367. [ Links ]
9) Boersner, Adriana (2011). «Las excesivas bondades de Miraflores con el mundo». VenePolicy, n° 1, enero-marzo, pp. 18-20, http://bit.ly/i5nOqF. [ Links ]
10) Bonfili, Christain (2010). «The U.S. and Venezuela: The Social Construction of Interdependent Rivalry». Security Dialogue, vol. 41, n° 6, diciembre, pp. 669-690. [ Links ]
11) Brzezinski, Zbigniew (1998). The Grand Chessboard: American Primacy And Its Geostrategic Imperatives. Nueva York, Basic Books. [ Links ]
12) Bugueño Droguett, Rodrigo y Placencia Rodríguez, Raúl (2008). «Hugo Chávez y Vladimir Putin: hidrocarburos, regímenes autoritarios y diplomacia energética». Lateinamerika Analysen, pp. 143-176. [ Links ]
13) Bureau of Economic Analysis (2010). Foreign Direct Investment in the US: Balance of Payments and Direct Investment Position Data. www.bea.gov/international/di1fdibal.htm. (Consultado el 13.04.2011). [ Links ]
14) Burlyai, Jan (2007). «Russia´s Latin American Tango». International Affairs, vol. 53, n° 3, pp. 50-54. [ Links ]
15) Butler, Chuck (2011). BRICS Growing in Stature. http://dailyreckoning.com/brics-growing-in-stature/#ixzz1LrCrRLsD. (Consultado el 11.05.2011). [ Links ]
16) Buzan, Barry y Waever, Ole (2003). Regions and Powers: The Structure of International Security. Cambridge University Press. [ Links ]
17) Centro de Estudios Superiores de la Defensa Nacional Ceseden (2010). Influencia de la nueva Rusia en el actual sistema de seguridad. Madrid, www.ceseden.es/centro_documentacion/monografias/113.pdf. (Consultado el 26.04.2011). [ Links ]
18) Cohen, Ariel y Walser, Ray (2008). «The Russia-Venezuela Axis Uses Energy as Weapon». EnerPub: The Energy Publisher, www.heritage.org/research/reports/2008/07/the-russia-venezuela-axis-using-energy-for-geopolitical-advantage y www.energypublisher.com/print.asp?idarticle=15770. (Consultado el 21.04.2011). [ Links ]
19) Cooper, J. (2006). «Can Russia Compete in a Global Economy?». Eurasian Geography and Economics, vol. 47, nº 4, pp. 407‑425. [ Links ]
20) Corrales, Javier (2009). «Using Social Power to Balance Soft Power: Venezuela´s Foreign Policy». The Washington Quarterly, vol. 32, n°4, pp. 97-114. [ Links ]
21) De Haas, Marcel (2010). Russias Foreign Security Policy in the 21st Century: Putin, Medvedev and Beyond. Londres, Routledge. [ Links ]
22) Donaldson, Robert H. y Joseph L, Nogee (2002). The Foreign Policy of Russia: Changing Systems, Enduring Interests, Armon. Nueva York, M.E. Sharpe. [ Links ]
23) Duncan, Peter (2007). «Oligarchs», Business, and Russian Foreign Policy: From El´tsin to Putin. www.ssees.ucl.ac.uk/publications/working_papers/wp83.pdf. (Consultado el 15.04.2011). [ Links ]
24) Economy Watch (2011). Economic Indicators for All Countries. www.economywatch.com/economic-statistics/economicindicators/GDP_Share-of_World-Total_PPP. [ Links ]
25) Elizarov, Nikolaj Michajlovic (1997). «Rusia-Venezuela: relaciones en los años 1856-1996». Mezdunarodnaja Zhizn (Vida Internacional), n° 6, pp. 90-94, Moscú. [ Links ]
26) Ellner, Steve (2009). «La política exterior del gobierno de Chávez: la retórica chavista y los hechos sustanciales». Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales, vol. 15, n° 1, pp. 115-132. [ Links ]
27) Embajada de la Federación de Rusia (2011). Relaciones ruso-venezolanas. Caracas. www.venezuela.mid.ru/relat_e.html. [ Links ]
28) Farah, Douglas (2010). Two Revolutions Betrayed. www.douglasfarah.com/pdfs/Poder-Two-Revolutions-Betrayed.pdf. (Consultado el 7.04.2011). [ Links ]
29) Felgenhauer, Pavel (2006). «Caracas Gets Recycled Russian Weapons to Repel Alleged U.S. Plan to Attack Venezuela». Eurasia Daily Monitor, pp. 20-23, Washington, D.C., Jamestown Foundation. [ Links ]
30) Flemes, Daniel y Detlef, Nolte (2010). «Alianzas externas para armamento y defensa: una nueva dimensión en la agenda de seguridad latinoamericana». Foreign Affairs Latinoamérica, vol. 10, n° 1, pp. 22-33. [ Links ]
31) Fürtig, Henner y Gratius, Susanne (2010). «Iran and Venezuela: Ideology-driven Foreign Policies in Comparison». en Daniel Flemes, ed., Regional Leadership in the Global System: Ideas, Interests and Strategies of Regional Powers, pp. 169-189, Reino Unido, Ashgate. [ Links ]
32) García Gutiérrez, Álvaro (2009). «Nuevas tendencias de la política exterior de Rusia. Perspectivas para América Latina». Revista Afese (Asociación de Funcionarios y Empleados del Servicio Exterior Ecuatoriano), no 47, pp. 101-117, www.afese.com/img/revistas/revista47/tendenciarusa.pdf. (Consultado el 28.05.2011). [ Links ]
33) Gelb, Bernard (2007). Russian Natural Gas. Regional Dependence. Congressional Research Service Report-RS22562. Washington, D.C. [ Links ]
34) González Urrutia, Edmundo (2006). «Las dos etapas de la política exterior de Chávez». Nueva Sociedad, n° 205, pp. 149‑171. [ Links ]
35) González Urrutia, Edmundo (2008). La política exterior de Venezuela y la nueva geopolítica internacional. Ildis/Ceeri, abril. [ Links ]
36) Grandin, Greg (2006). Empires Workshop: Latin America, the United States, and the Rise of the New Imperialism. Nueva York, Holt Paperbacks. [ Links ]
37) Gruzdeva, Yelena (2001). «A Place in a Multipolar World». Trud, mayo. [ Links ]
38) Hiro, Dilip (2010). After Empire: The Birth of a Multipolar World. Nueva York, Nation Books. [ Links ]
39) House Committee on Foreign Affairs (2011). «State Department Heeds Macks Calls for Sanctions Against Venezuela State Oil Company». Official Committee Blog. http://archives.republicans.foreignaffairs.house.gov/news/blog/?1844. [ Links ]
40) Información y análisis de América Latina Infolatam (2010). Relación de Venezuela con Rusia: armas, energía, política. www.infolatam.com/2010/04/04/relacion-de-venezuela-con-rusia-armas-energia-politica/. (Consultado el 30.06.2011). [ Links ]
41) Instituto Universitario General Gutiérrez Mellado (2009). Venezuela y la revolución bolivariana. Madrid, IUGM-UNED. [ Links ]
42) Isacson, Adam (2011). «Why Latin America is Rearming». Current History, febrero, pp. 62-67. [ Links ]
43) Ivanov, Igor S. (2005). La nueva diplomacia rusa: Diez años de política exterior. Madrid, Alianza Editorial. [ Links ]
44) Jackson, Gary P. (2011). «A Chavez Terror Network On Americas Doorstep». en A Time for Choosing, http://thespeechatimeforchoosing.wordpress.com/2011/03/22/a-chavez-terror-network-on-americaporcientoE2porciento80porciento99sdoorstep/. [ Links ]
45) Kahhat, Farid (2008). «¿Guerra Fría en Los Andes?». Foreign Affairs Latinoamérica, vol. 8, n° 3, pp. 35-41. [ Links ]
46) Katz, Mark N. (2006). «The Putin-Chavez Partnership». Problems of Post-Communism, vol. 53, pp. 3-9. [ Links ]
47) Koenecke, Herbert y Toro, Francisco (2001). «La coherencia de la política exterior de Chávez». Veneconomía, www.veneconomia.com/site/files/articulos/artEsp571_331.pdf. (Consultado el 25.03.2011). [ Links ]
48) Kozloff, Nikolas (2006). Hugo Chávez: Oil, Politics, and the Challenge to the U.S. Nueva York, Palgrave Macmillan. [ Links ]
49) Kramnik, Ilja (2008). «Russland fasst Fuß in Lateinamerika: Ein Überblick». AG Friedensforschung, www.ag-friedensforschung.de/regionen/Lateinamerika/russland.html. [ Links ]
50) Lagos, Marta (2006). «A apearse de la fantasía: Hugo Chávez y los liderazgos en América Latina». Nueva Sociedad, n° 205, pp. 92-101. [ Links ]
51) Legvold, Robert, ed. (2007). Russian Foreign Policy in the Twenty-first Century and the Shadow of the Past. Nueva York, Columbia University Press. [ Links ]
52) Leonov, Nikolai (2010). «La inteligencia soviética en América Latina durante la Guerra Fría». Estudios Públicos, n° 73, www.offnews.info/downloads/rev73_leonov.pdf. (Consultado el 10.5.2011). [ Links ]
53) Longworth, Philip (2006). Russia: The Once and Future Empire from Pre-History to Putin. Nueva York, St. Martins Press. [ Links ]
54) López Zea, Leopoldo y Zea Prado, Irene (2010). «Los tres pilares de Rusia en América Latina (después de la Guerra Fría)». Revista de Relaciones Internacionales de la UNAM, n° 108, septiembre-diciembre, pp. 55-80. [ Links ]
55) Lukyanov, Feodor ( 2010). «Rethinking Russia: Russian Dilemmas in a Multipolar World». Journal of International Affairs, vol. 63, no 2, primavera-verano, pp. 19-32. http://jia.sipa.columbia.edu/russian-dilemmas-multipolar-world. [ Links ]
56) Lukyanov, Feodor ( 2010). «Rethinking Russia: Russian Dilemmas in a Multipolar World». Journal of International Affairs, vol. 63, no 2, primavera-verano, pp. 19-32. http://jia.sipa.columbia.edu/russian-dilemmas-multipolar-world. [ Links ]
57) Lynch, Allen (2011). «The Realism of Russia´s Foreign Policy». Europe-Asia Studies, vol. 53, n° 1, pp. 7-31. [ Links ]
58) Maldonado, Carlos (2011). «La Presencia de Rusia en América Latina». Revista Atenea, www.revistatenea.es/revistatenea/revista/articulos/GestionNoticias_3320_ESP.asp. (Consultado el 1.9.2012). [ Links ]
59) Mankoff, Jeffrey (2009). Russian Foreign Policy: The Return of Great Power Politics. Maryland, Rowman & Littlefield. [ Links ]
60) March, Josep (2005). Aproximaciones político-económicas a la transición rusa. España: Universitat de València. [ Links ]
61) McFaul, Michael (1997). «A Precarious Peace: Domestic Politics in the Making of Russian Foreign Policy». International Security, vol. 22, n° 3, invierno, pp. 5-35. [ Links ]
62) McPherson, Alan L. (2006). Intimate Ties, Bitter Struggles: The United States and Latin America since 1945. Herndon, VA, Potomac Books Inc. [ Links ]
63) Mearsheimer, John J. (2003). The Tragedy of Great Power Politics. Nueva York, WW Norton & Company. [ Links ]
64) Meister, Stefan (2011). «Multipolare Rhetorik vs. unilaterale Ambitionen. Die Grenzen russischer Außenpolitk». DGAPanalyse, n° 3, abril. [ Links ]
65) Meyer, Jean (2007). Rusia y sus imperios (1894-2005). España: TusQuets Editores. [ Links ]
66) Mijares, Victor M. (2011). «Guía rápida para analizar las compras militares». VenePolicy, n° 1, enero-marzo, pp. 43-44. http://bit.ly/i5nOqF. [ Links ]
67) Miller, Steven E. y Trenin, Dmitri. eds. (2004). The Russian Military: Power and Policy. Cambridge, Massachusetts, The MIT Press. [ Links ]
68) Ministerio del Poder Popular del Despacho de la Presidencia ( 2009). Proyecto Nacional Simón Bolívar. Líneas Generales del Plan de Desarrollo Económico y Social de la Nación. 2007-2013, Caracas. [ Links ]
69) Monaldi, Francisco y otros (2008). «Political Institutions and Policymaking in Venezuela: The Rise and Collapse of Political Cooperation». en Ernesto Stein y otros, eds. Policymaking in Latin America: How Politics Shapes Policies, pp. 371-417. Inter-American Development Bank. [ Links ]
70) Mora Brito, Daniel (2004). «La política exterior de Hugo Chávez en tres actos (1998-2004)». Aldea Mundo, vol. 8, n° 16, pp. 76-85. [ Links ]
71) Morini, Daryl (2010). «Quo Vadis Rossiya? Recent Trends in Russian Foreign Policy». Forward. Global Analysis, http://foreword.com.au/foreword/1-latest-news/60-quo-vadis-rossiya-recent-trends-in-russian-foreign-policy-.html. [ Links ]
72) Neuber, Harald (2007). «Venezuela und Russland suchen neue Wege». Neue Rheinische Zeitung, www.nrhz.de/flyer/beitrag.php?id=10020. [ Links ]
73) Oliker, Olga y otros (2009). Russian Foreign Policy: Sources and Implications. RAND Publishing, www.rand.org/pubs/monographs/2009/RAND_MG768.pdf. [ Links ]
74) Oppenheimer, Andrés (2007). Saving the Americas: The Dangerous Decline of Latin America and What the U.S. Must Do. Nueva York, Random House Mondadori. [ Links ]
75) Pavlova, Elena (2011). «Latinoamérica y Rusia». Foreign Affairs Latinoamérica, vol. 11, n° 2, abril-junio, pp. 58-67. [ Links ]
76) Pellicer, Olga (2010). «La seguridad regional. Los caminos divergentes de Latinoamerica». Foreign Affairs Latinoamerica, vol. 10, n° 3, pp. 45-50. [ Links ]
77) Prudnikov, Valentina (2009). «¿Continuidad o cambios en la política exterior de Rusia?». Revista de Relaciones Internacionales de la UNAM, n° 103, enero-abril, pp. 79-102. [ Links ]
78) Prudnikov, Valentina (2011). El Reposicionamiento de la Federación Rusa: retos y alternativas geoestratégicas. CEIICH/UNAM. [ Links ]
79) Radio La Voz de Rusia ( 2012). «Rusia-América Latina: diplomacia y diplomáticos. Don Régulo de Venezuela». http://spanish.ruvr.ru/radio_broadcast/62943756/68878449.html. [ Links ]
80) Romero, Carlos A. (1999). «Venezuela, los cambios globales y su política exterior». América Latina Hoy, no 21, pp. 95-112. [ Links ]
81) Romero, Carlos A. (2006). «Venezuela y Estados Unidos:¿una relación esquizofrénica?». Nueva Sociedad, n° 206, pp. 78-93. [ Links ]
82) Romero, Carlos A. (2010). «La política exterior de la Venezuela bolivariana». Plataforma Democrática, www.plataformademocratica.org/Arquivos/ Laporciento20politicaporciento20exteriorporciento20deporciento20laporciento20Venezuelaporciento20bolivariana.pdf.(Consultado el el 24.11.2010). [ Links ]
83) Romero, Lemairie (2006). Hacia un paradigma bolivariano de la política exterior de Venezuela. http://www.isri.cu/publicaciones/articulos/2007/0907.pdf. (Consultado el 18.3.2011). [ Links ]
84) Romero, María Teresa (2009). Política exterior venezolana: el proyecto democrático, 1958-1998. Caracas, Ediciones El Nacional. [ Links ]
85) Rosoboronexport State Corporation ( 2011). Russia and Peru: A Partnership Based on Confidence and Advanced Defence Technologies. www.defpro.com/news/details/24356/?SID=a3ae7278e27ae21b00b4a25bf6357a62. [ Links ]
86) Rusia Today -RT - (2010). Russia to Spend One-Fifth of its Budget on Military Upgrade. http://rt.com/news/prime-time/military-budget-russia-2011. [ Links ]
87) Ryabkov, Sergey (2010). «Russia-U.S.: Time to Make Up for Lost Time». International Affairs, vol. 56, n° 4, pp. 36-43, Moscú. [ Links ]
88) Rybas, Aleksandr (2008). «Avance en el mercado global de armas». Rossia v Globalnoi Politike, vol. 6, n° 2, pp. 113-123, Moscú. [ Links ]
89) Rybas, Aleksandr ( 2010). La nueva política exterior rusa, Cámara de Diputados, Dirección de Servicios de Investigación y Análisis, Centro de Documentación, Información y Análisis. México. www.diputados.gob.mx/cedia/sia/spe/SPE-ISS-04-10.pdf. (Consultado el 28.07.2011). [ Links ]
90) Safranchuk, Ivan (2008). «Traveling in Different Boats». Russia in Global Affairs, vol. 6, n° 4, pp. 78-89. [ Links ]
91) Sánchez Ramírez, Pablo Telman (2010). «La Federación Rusa y su entorno geopolítico en los nuevos arreglos mundiales de poder». Política Culural, nº 34, pp. 159-185. [ Links ]
92) Sánchez W., Alejandro (2010). «Russia and Latin America at the Dawn of the Twenty-First Century». Journal of Transatlantic Studies, vol. 4, nº 8, pp. 362-384. [ Links ]
93) Santos, Gabriel (2010). Rusia en América Latina, Cámara de Diputados, Dirección de Servicios de Investigación y Análisis, Centro de Documentación, Información y Análisis. México. www.diputados.gob.mx/cedia/sia/spe/SPE-ISS-06-10.pdf. (Consultado el 28.07.2011). [ Links ]
94) Saradzhyan, Simon y Logan, Sam (2008). Backyard Games, ISN Security Watch/International Relations and Security Network. www.res.ethz.ch/news/sw/details.cfm?Ing=enyid=92776. [ Links ]
95) Schröder, Henning (2008). «Medwedew ante Portas.: Konturen der neuen russischen Außenpolitik». SWP-Aktuell, junio, p. A 58. [ Links ]
96) Schweller, Randall L. (2008). Unanswered Threats: Political Constraints on the Balance of Power. Princeton, NJ, Princeton University Press. [ Links ]
97) Serra Massansalvador, Fransesc (2009). «Rusia y su política exterior. Médvédev: un duro período de prueba». Anuario 2009-2010, pp. 181-195, CEIPAZ, Icaria. [ Links ]
98) Serra Massansalvador, Francesc (2010). Russia´s Foreign Policy in a World in Crisis: A Long Path to Fluid and «Normal» Relationsa, http://aei.pitt.edu/29782/1/SerraRussian_FPWorldCrisisLongMay10.pdf. (Consultado el 15.04.2011). [ Links ]
99) Shearmen, Peter, ed. (2004). Russian Foreign Policy since 1990. Boulder Co, Westview Press. [ Links ]
100) Sheykina, Violetta (2010). «Historia de las relaciones Rusia-América Latina: evolución y prospectiva». Centros de Estudios de Iberoamérica, vol. 4, n° 1, www.urjc.es/ceib/investigacion/publicaciones/REIB_04_10_Sheykina.pdf. (Consultado el 30.5.2011). [ Links ]
101) Shifter, Michael (2006). «In Search of Hugo Chávez». Foreign Affairs, mayo-junio, www.foreignaffairs.com/articles/61703/michael-shifter/in-search-of-hugo-chporcientoC3porciento83porcientoC2porcientoA1vez. (Consultado el 19.10.2010). [ Links ]
102) Shlapentokh, Dmitri, ed. (2007). Russia between East and West. Scholarly Debates on Eurasianism. Boston, Brill. [ Links ]
103) Shleifer, Andrei y Treisman, Daniel (2011). «Why Moscow Says No». Foreign Affairs, enero-febrero, pp. 122-138. [ Links ]
104) Sistema Económico Latinoamericano y del Caribe -SELA- ( 2012). Las compras de Venezuela a Rusia aumentaron 308 por ciento en tres años, http://216.122.62.22/view/index.asp?ms=258ypageMs=26402yitem_id=92708. (Consultado el 2.9.2012). [ Links ]
105) Sizonenko, Aleksandr I. (2004). «América Latina y Rusia». Mezdunarodnaja Zhizn (Vida Internacional), n° 10, pp. 90-101, Moscú. [ Links ]
106) Sizonenko, Aleksandr I. (2007). «Latin America. A Fixture in Russian Diplomacy». International Affairs, vol. 5, n° 1, pp. 117-131. [ Links ]
107) Smith, Mark A. (2009). Russia y Latin America: Competition in Washingtons «Near Abroad»?. Defence Academy of the United Kingdom, Shrivenham. [ Links ]
108) Smith, Peter H. (2008). Talons of the Eagle: Latin America, the United States, and the World. Oxford University Press. [ Links ]
109) Stinard, Philip (2004). «Venezuela Invasion?». Z Communications, www.zcommunications.org/venezuela-invasion-by-philip-stinard. [ Links ]
110) Stockholm International Peace Institute -SIPRI - (2010). Yearbook 2010, http://www.sipri.org/yearbook/2010/files/SIPRIYB10summary.pdf. [ Links ]
111) Stott, Michael ( 2010). Russias New Foreign Policy Puts Business First .Russia Has Discovered a New Ideology in its Foreign Policy: Money, Reuters - US Edition, www.rueters.com/article/2010/05/25/us-russia-policy-idUSTRE64O28020100525. [ Links ]
112) Suchlicki, Jaime (2009). El desafío de Cuba y Venezuela a la seguridad del hemisferio: implicaciones para los Estados Unidos. Centro para la Apertura y Desarrollo de América Latina, www.cadal.org/documentos/documento_110.pdf. (Consultado el 8.4.2011). [ Links ]
113) Tamayo, Juan O. (2009). «The World: S. American tensions grow as arms sales do: One may or may not call it an arms race, but weapons spending is up, fueling mistrust among neighbors». Los Angeles Times, http://articles.latimes.com/2009/nov/15/news/adfg-latam-weapons15. [ Links ]
114) Torbakov, Igor (2011). «What Does Russia Want? Investigating the Interrelationship between Moscow´s Domestic and Foreign Policy». DGAPanalyse, n° 1, mayo, www.dgap.org/2011/05/24/what-does-russia-want. [ Links ]
115) Toro Hardy, José (2008). Las alianzas extrarregionales en la política exterior de Venezuela. Ildis/Ceeri, abril, http://library.fes.de/pdfiles/bueros/caracas/05563.pdf. (Consultado el 13.04.2011). [ Links ]
116) Trenin, Dmitri (2008). «Russias Coercitive Diplomacy». Carnegie Moscow Center Briefing, vol. 10, nº 1, pp. 1-8. [ Links ]
117) Trenin, Dmitri (2009). «Russia: The Loneliness of an Aspiring Power Center». Internationale Politik und Gesellschaft, no 2, pp. 142-153. [ Links ]
118) Trenin, Dmitri (2010). «Rusia rediviva. La reinvención de la política exterior de Moscú». Foreign Affairs Latinoamerica, vol. 10, n° 1, pp. 88-100. [ Links ]
119) Trinkunas, Harold (2005). «Defining Venezuela´s Bolivarian Revolution». Military Review, julio-agosto, pp. 39-44. [ Links ]
120) Trinkunas, Harold (2006). «What´s New about Venezuela´s Bolivarian Foreign Policy?». Strategic Insights, vol. 5, n° 2, www.nps.edu/Academics/centers/ccc/publications/OnlineJournal/2006/Feb/trinkunasFeb06.html. (Consultado el 13.10.2010). [ Links ]
121) Tsygankov, Andrei P. (2010). Russia´s Foreign Policy. Change and Continuity in National Identity. Maryland, Rowman & Littlefield Publishers, Inc. [ Links ]
122) Tulchin, Joseph S. y Ralph H, Espach (2000). Latin America in the New International System. Boulder CO, Lynne Rienner Publishers. [ Links ]
123) Urbancic, Frank C. (2006). «Venezuela: Terrorism Hub of South America?». Declaraciones ante el Subcomité de Relaciones Internacionales, Cámara Baja del Congreso estadounidense, Washington, D.C., julio 2006, http://commdocs.house.gov/committees/intlrel/hfa28638.000/hfa28638_0f.htm. (Consultado el 13.04.2011). [ Links ]
124) Viëtor, Marcel (2009). Russian Foreign Policy between Security and Economics. Lit-Verlag. [ Links ]
125) Villarroel, Yetzy (2008). «La política exterior de Venezuela: continuidad y discontinuidad con el pasado». Cuestiones Políticas, vol. 24, n° 41, pp. 169-190. [ Links ]
126) Von Eggert, Konstantin (2011). «Due West: Russias Two-Faced Approach to Foreign Policy». RIA Novosti, http://en.rian.ru/columnists/20110518/164098932.html. [ Links ]
127) Walser, Ray y Mackenzie, Eaglen (2008). Putins Navy, Chávezs Ambition, and the Caribbean Adventure. Heritage Foundation, Washington, D.C. www.heritage.org/Research/LatinAmerica/wm2082.cfm?renderforprint=1. [ Links ]
128) Welch Larson, Deborah y Shevchenko, Alexei (2010). «Status Seekers: Chinese and Russian Responses to U.S. Primacy». International Security, vol. 34, n° 4, pp. 63-95. [ Links ]
129) Wenger, Andreas., Jeronim, Perovic y Orttung, Robert W. eds. (2006). Russian Business Power: The Role of Russian Business in Foreign and Security Policy. Londres, Routledge. [ Links ]
130) Witker Barra, Iván (2009). «Actores extrarregionales en escenarios complejos: Rusia como nuevo actor hemisférico». Security and Defense Studies Review, www.ndu.edu/chds/SRC-Colombia09/Papers/Witkerporciento20CHILE.pdf. Consultado el 14.4.2011). [ Links ]
131) Yafimava, Katja (2011). The Transit Dimension of UE Energy Security: Russian Gas Transit across Ukraine, Belarus, and Moldova. Oxford University Press. [ Links ]
132) Zubelzú de Bacigalupo, Graciela (2009). El mundo según Moscú. Percepciones y objetivos de la política exterior rusa. Centro de Estudios en Relaciones Internacionales de Rosario. www.cerir.com.ar/libro.php?id=0000085. (Consultado el 20.06.2011). [ Links ]