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Salud de los Trabajadores
versión impresa ISSN 1315-0138
Salud de los Trabajadores v.14 n.2 Maracay dic. 2006
Subjetividad, trabajo y Salud Mental
Subjectivity, work and Mental Health
Joyce Esser Díaz1 & Carlos Rojas Malpica2
1 Unidad de Investigación en Calidad de Vida y Salud, Facultad de Odontología Universidad de Carabobo - Valencia. Venezuela
2 Laboratorio de Procesos Sociales, Facultad de Ciencias de la Salud - Universidad de Carabobo. Venezuela. E-mail: clanrojas@movistar.net.ve
Fecha de recepción: 12 de agosto de 2006. Fecha de aceptación: 25 de noviembre de 2006.
Sujeto y objeto en el lenguaje de la ciencia.
No una, sino varias acepciones admite el término sujeto en el Diccionario de la Real Academia Española (Diccionario de la Real Academia Española, 2001). Nos interesan todas las acepciones, desde las de uso más común hasta las filosófìcas y gramaticales. Etimológicamente la palabra "sujeto" proviene del latín subiectãre, intensivo de subiicere, que alude a poner debajo, someter. En .losofía, es el espíritu humano, considerado en oposición al mundo externo, en cualquiera de las relaciones de sensibilidad o de conocimiento, y también en oposición a sí mismo como término de conciencia. Pero el Diccionario Latino-Español de Valbuena (Campos, 2003), va más lejos aún y propone que subiectare es someter a dominio o contener algo y que iecur es hígado, donde los antiguos ponían el asiento del ánimo y las pasiones. De similar manera, en el Diccionario Manual Latino-Castellano de De Andrea (1954), se entiende que iecur o jecur es hígado, espíritu, alma e inteligencia. La palabra "objeto", por su parte, puede ser descompuesta en su pre.jo ob, que significa poner delante, oponerse a algo, y el su.jo iectus, que signi.ca pasión. De tal manera, que para lograr la distinción entre objeto y sujeto, ha de partirse, por lo menos etimológicamente, de una raíz común indistinta que los nuclea como anverso y reverso de una misma moneda, y que tiene que ver con un órgano y sus supuestas funciones pasionales. Como más adelante veremos, en la manera como se entiende hoy al sujeto, se recupera algo de esa indistinción original.
Después de la radical separación introducida por Descartes (1596-1650), entre res cogitans o sustancia pensante y la res extensa o materia, ambas derivadas de la gracia divina, las humanidades se dedicaron al estudio de la res cogitans y las ciencias naturales a la res extensa. Esa separación entre las dos categorías terminó por darle mayor rango epistemológico al estudio de las cosas y a considerar el cogito como mera reproducción especular del mundo exterior. La res cogitans cartesiana, daba el testimonio de la existencia (cogito, ergo sum) y era independiente de la res extensa, aunque ambas se comunicaban en la glándula pineal. Descartes pensaba al mundo organizado con arreglo a la razón, incluso por modelos mecánicos y matemáticos, que tomaba por testimonio de lo bien pensado, lo cual a su vez, entendía como expresión de una determinación divina: No reconozco ninguna diferencia entre las máquinas de los artesanos y los diferentes cuerpos creados por la naturaleza veo al cuerpo humano como una máquina en mi opinión un enfermo y un reloj mal hecho pueden compararse con mi idea de un hombre sano y un reloj bien hecho (Capra, 1985).
A partir de Descartes la lógica racional se fue convirtiendo en la episteme dominante de las ciencias, con lo que sujeto y objeto entraron en su órbita de saber. Bacon (1561-1626) propuso que toda afirmación científica debía ser sometida a una comprobación coherente con los modelos matemáticos del momento. Posteriormente, el desarrollo del positivismo en la ciencia occidental condujo a una progresiva eliminación del sujeto. Se quiso construir una ciencia fundada en datos objetivos explicados por la razón. Los logros alcanzados por esta vía fueron formidables. Pero al mismo tiempo se creó una tensión irresoluble entre sujeto y objeto. La subjetividad pasó a ser entendida como un estorbo, como aquello que impide una intelección adecuada de la realidad. Allí donde se insinuaba, debía ser colocada entre paréntesis. Ningún investigador aceptaba que una molécula de su propia subjetividad formara parte de sus resultados. Poco a poco, las funciones que antes se adjudicaban al espíritu fueron trasladadas al cuerpo. La psicología conductista del Siglo XX hizo todo lo posible por convertir la subjetividad en un objeto más de estudio, tarea en la cual es acompañada por las neurociencias hasta la actualidad, que se proponen descubrir los fundamentos cerebrales del comportamiento normal o patológico. Es así como se llega a la hipótesis neuroconductual, de innegables logros para la comprensión del comportamiento humano (Kandell, 1999; Figueroa, 2002). Se propone que todo comportamiento, desde el más elemental, que ocurre en la intimidad organísmica y no llega a convertirse en un acto de consciencia, hasta la más profunda re.exión, está precedido por una activación/inhibición neural que lo precede y es su requisito. El pensamiento mismo, algunas veces de.nido como lenguaje interiorizado, requiere la integridad estructural y funcional de sus zonas de comando cerebral. Al transformar la subjetividad en objeto, se hace entonces cognoscible, determinada y determinable, externa a la conciencia, manipulable por la técnica y la ciencia; pero mientras tanto, el sujeto investigador se hace un lugar por fuera, en el que trata de eliminar todo aquello que juzgue como indeterminado, imponderable, incognoscible y/o ruido molesto en la producción de saber, es decir, todo el caudal oscuro de su propia subjetividad con el que ha concurrido a esa investigación. En el afán de descubrir regularidades se ha dejado por fuera todo aquello que no se comporte con arreglo a la legalidad admitida por la ciencia positiva. La expulsión del sujeto del campo epistemológico de las ciencias lo entregó en brazos de otros modos de conocer genéricamente comprendidos en las humanidades. En las humanidades es más aceptable la idea de un sujeto impredecible, azaroso y complejo que en el discurso o.cial de la ciencia, y con Bachelard, se acepta incluso la ensoñación y la penumbra como medios alternativos de producción de saber.
La manera como se entiende hoy al sujeto ya no implica una separación tajante con el objeto. En la teoría compleja de Morin (2003), el sujeto tiene su raíz en los primeros seres biológicos capaces de autonomía. Es lo que Maturana ha denominado autopoyesis. Pero a diferencia de las concepciones clásicas y monistas, el sujeto es entendido como un sistema abierto, donde hay autonomía/heteronomía con respecto al objeto. No hay duda que el sujeto de mayor re.namiento es el ser humano, pero la filogénesis nos muestra que antes de llegar allí fue necesario pasar por un complejo proceso de desarrollo. Cada especie biológica se reproduce a través de sus especimenes singulares, cada uno distinto del otro, pero al mismo tiempo portador de una matriz común especí.ca. Esos sujetos ciertamente están atados a un programa genéticamente codi.cado, pero también generan y se nutren del azar y de las inconstancias en un proceso de enriquecimiento y desgaste continuos. De tal manera que Morin ha a.rmado que la especie es un gran productor de singularidades. En todo caso, la condición de sujeto perfecciona a la especie al mismo tiempo que le separa del conjunto. En el caso del sujeto humano, cada ser se siente y percibe distinto y singular de sus congéneres, siendo esa tendencia a la distinción, de todas maneras, un rasgo característico y común a la especie humana. Podría decirse que en la especie humana se da el más alto grado de complejidad y autopoyesis.
La relación sujeto/objeto en el momento del trabajo ofrece particularidades que ameritan una lectura especial. A continuación trataremos de abordarla, para luego ocuparnos de sus incidencias en la salud mental.
Trabajo, sufrimiento y salud mental
Trabajar deriva de la voz latina tripaliãre, de tripal.um, lo que alude a tres palos o estacas con los que se inmovilizaba a los esclavos que se resistían a trabajar y a los caballos para facilitar su herraje ((Diccionario de la Real Academia Española, 2001). Quizás el yugo con el que se yuntan los bueyes para potenciar su fuerza en el arado sea una acertada imagen actual de lo que en sus tiempos fue el tripalium. Aunque la etimología remite al sufrimiento, la injusticia y las reminiscencias bíblicas, es justo anotar que el trabajo ha sido el gran liberador del hombre de su servidumbre con la naturaleza. De hecho, la definición marxista de trabajo propone que el trabajo es, ante todo, un proceso entre el hombre y la naturaleza, durante el cual el hombre, mediatiza, regula y controla el intercambio de sustancias entre él y la naturaleza (Rosental, 1980). De todo lo cual puede colegirse, que pueden asignarse al trabajo, tanto potencialidades liberadoras como de envilecimiento personal.
El trabajo no es un objeto, sino una actividad que da acceso a los objetos que el hombre necesita para su sustento y convivencia social, aunque no en los mismos términos en que el animal se provee de alimentos, conformándose con los productos acabados de la naturaleza. Mediante el trabajo, el hombre modifica la naturaleza y se perfecciona a sí mismo. Transforma y se transforma. Por el trabajo podemos explorar la genealogía de la subjetividad humana. Cuando en la historia se pasa del trabajo manual al trabajo intelectual, ocurre también su representación social como dinero, el cual es un abstracto de la cantidad de esfuerzo laboral contenido en un símbolo vehiculizado como monedas, conchas cauríes o porcelana. El valor de las cosas contiene el trabajo necesario para su (re) producción, pero también el deseo sacrificado en su consecución. Para Kurnitzky (1992), uno de los primeros intercambios se produce cuando el hombre sacrifica su deseo de cohabitar con las mujeres de su prole y se establece la prohibición del incesto. La mujer que ha sido objeto de mujer común: adquiere un valor especial y debe ser distinguida con un nombre del resto de las permitidas. No se le entrega a cambio de nada. Su entrega tiene el rango de lo sacrificial. El deseo, transmutado en rito sacrificial recarga con un simbolismo nuevo la prohibición. El deseo queda ahora mediatizado por una prohibición divina. El sacrificio de algún animal o la entrega de un hato de ganado a cambio de la mujer generan nuevas y cada vez más complejas relaciones. Algunos marxistas han afirmado que fue la mujer la primera mercancía. Aunque esa es una afirmación que hoy en día se discute, queda claro que es posible rastrear una estructura libidinal subyaciendo al dinero y a muchas otras formas de intercambio. Por lo tanto, también debe entenderse, que el propósito del trabajo no es necesariamente el dinero, sino la satisfacción de un deseo, tampoco necesariamente consciente.
En nuestra sociedad el trabajo se remunera con dinero. Con el dinero, y más aún, con su acumulación, se adquieren y manejan mercancías así como relaciones de poder cuya descripción y análisis exceden las intenciones de esta comunicación. Pero de momento podemos señalar que al considerar y convertir el trabajo, simplemente como una mercancía pagable con dinero, se le despoja de un importante monto de significaciones con las que concurre el sujeto al acto laboral. El trabajo estructura la vida cotidiana y le otorga relaciones de sentido trascendentes, amplia los intereses y las relaciones personales, vincula al sujeto con la sociedad en propuestas comunes, configura el self psicosocial, promueve la autoestima, así como el sentido de ubicación y pertenencia social. La energía para su realización, en buena medida ha de ser extraída de la pulsión libidinal. Debe señalarse, por lo tanto, que en la medida en que el trabajo proporciona identidad enriquece al mismo tiempo la subjetividad, pero si la alienación y enajenación en sus diversos ropajes, dominan el acto laboral, el sujeto pierde en centralidad y reduce la saludable significación de su faena. De esa dimensión significativa depende el potencial liberador y de actualización subjetiva del trabajo. Cuando todo ello no se logra o resulta severamente amenazado, el trabajo pasa a convertirse en una actividad esencialmente dañina para la salud mental. Es por eso que una aproximación mecanicista, atrapada por la lógica del estímulo y la respuesta o atravesada por una concepción causalista y cartesiana del trabajo, luce insuficiente para entender los procesos subjetivos del mundo laboral (Rojas , 1991).
La actividad que hemos convenido en denominar trabajo es una actividad motivada que amerita alguna reflexión. El motivo ocurre del lado del sujeto, mientras que el incentivo y la remuneración se suceden afuera del mismo, aunque siempre están cubiertas por un significado apetecible/aborrecible por el sujeto. Aunque del lado subjetivo, no todo ocurre en la conciencia. El trabajo plantea unas relaciones entre la restricción y libertad donde cabe una aproximación hermenéutica desde la psico(pato)logía laboral. Para que el trabajo promueva la salud mental ha de vivirse como una acción significativa, es decir, como una afirmación de las facultades del yo que se reconoce, amplía y gratifica, tanto en el esfuerzo físico y mental a que de lugar la faena, como con los frutos de un acto libremente elegido. Por el contrario, el trabajo que es vivido como una imposición da lugar a una confiscación del yo que termina por percibirse ajeno o extraño a sí mismo, lo cual tiene nefastas consecuencias en la autoestima y la salud mental del sujeto. La metáfora psicoanalítica que mejor esto describe es la de la castración. En la cotidianidad es imposible conseguir un trabajo que no contenga algo de enajenación y aunque sea un tanto de liberación. Lo que ocurre es que, en condiciones favorables, la restricción se acusa de tal manera en la conciencia del sujeto que puede movilizarlo hacia la libertad y la emancipación. De hecho, en los países donde los hombres dominan todas las decisiones sociales, a las mujeres se les prohíbe trabajar para así evitar su emancipación.
Al interior de la institución donde se trabaja, se genera un vínculo entre los sujetos de facetas poco discutidas. El mecanismo por el que el trabajo introduce normas, esto es, normaliza la subjetividad, entraña una coacción sobre el psiquismo de la cual no es totalmente consciente el sujeto trabajador. No se trata de un mecanismo de defensa individual como los que suelen ser descritos en las neurosis, sino que debe ser asumido por el colectivo para hacer frente a cualquier riesgo que lo aleje del trabajo o lo disocie de los mecanismos de identificación del grupo. Ello permite, entre otros logros, mantenerse alejado del riesgo de un peligro o de un agotamiento corporal, que a su vez, amenace con separarlo del trabajo. En esto va incluida la paradójica conducta colectiva de subestimar el riesgo o de trivializarlo a través de bromas o de chanzas que crean una ceguera de la conciencia ante el peligro, y que se convierte en una cultura grupal que llega a ser asumida como un valor, que algunos han llamado ideología defensiva (Durán, 2003). Para Christophe Dejours (2001 a), el trabajo relaciona al sujeto con lo real, un término lacaniano que se utiliza para describir aquello que se hace conocer al sujeto mediante su resistencia al dominio. Cuando falla la técnica el sujeto se topa con lo real, que también se hace conocer ante la impotencia, el fracaso, el atraso y lo imprevisto. Al conocer lo real se conoce también el propio cuerpo como un registro de sensibilidades. La sensibilidad, al revelarse a sí misma ante la conciencia del sujeto, además de ser vivida como alienación, también incrementa su subjetividad. De manera entonces que el sufrimiento a que da lugar el trabajo es un punto de llegada pero también un punto de partida.
Por eso Víctor Frankl (1.957) hablaba del sufrimiento como una tensión fecunda. De allí nace el ingenio, porque el sufrimiento se transforma en conocimiento o habilidad que emancipa al sujeto de lo real, de manera entonces, que siguiendo con Dejours, debemos admitir que restricción y libertad no son puntos antagónicos en el trabajo (Dejours, 2001 b). Hay aquí un momento de cruce y coincidencia con la concepción cristiana propuesta por Juan Pablo II cuando califica al trabajo de bonun arduum, es decir, un bien digno y útil que se revela por la carga de fatiga o de dolor que lo acompaña. También hay un puente teórico similar con el denominado acto creador de los estetas, caracterizado por una sensación de presión interior o dolor creador, cuya descarga da lugar a una vivencia de liberación o de cansancio plácido (Alonso-Fernández, 1.996).
Por el contrario, el racionalismo cartesiano, y luego el positivismo de Comte, excluyeron toda posibilidad de producir saber por fuera de la razón. Pero en todo caso, hay que señalar que lo referido hasta ahora corresponde a una elaboración pensada desde la psicopatología del trabajo y por fuera del trabajador, porque cuando el sujeto trabaja no se ve a sí mismo ni hace mucha conciencia de su malestar, pues hay sufrimientos, que al igual que algunos placeres, solo pueden vivenciarse con los ojos cerrados. Llegados a este punto, debemos preguntarnos qué ocurre en el trabajo con el freudiano principio del placer.
En lo denominados Adictos al Trabajo (AT) se produce una entrega frenética al trabajo que los enfermos justifican con racionalizaciones como el valor del sacrificio, la responsabilidad y la abnegación, pero que evidencian que el yo ha quedado organizado por el principio de la realidad, que ofrece mayor seguridad y posibilidades de éxito que el principio del placer. Sin embargo, los instintos buscan sus salidas, pues la AT puede vivirse como una especie de gratificación motora que daría lugar a una corporeización de la psique, resentida como un intenso voltaje interior, que podríamos denominar un goce, muy parecido por cierto al que experimentan los denominados adictos a la adrenalina o buscadores de sensaciones, donde hay una mezcla de placer y miedo o incluso hasta dolor, que categóricamente debe ubicarse mas allá del principio del placer (Rojas y Esser, 2000).
Pero, por otra parte, en el denominado trabajo negro o trabajo precario lo que ocurre es una represión brutal de los más elementales niveles de gratificación espiritual. Lo que realmente caracteriza al trabajo precario no es el esfuerzo desmedido ni la baja remuneración, sino su extremada carencia de significación social. No hay nada en él que permita llenar el YO del que lo realiza con algún contenido enaltecedor. La liberación de la energía invertida en el acto laboral, lejos de convertirse en una vivencia placentera, por un mecanismo de contracatexis, pasa a transformarse en malestar. Es por ello que la existencia se vacía de sentido y la precariedad le obliga a reclutar conductas de mera supervivencia que llegan a direccionar la vida. La realización simbólica del trabajador precario es mínima y su vida interior resulta muy empobrecida, cuando no francamente embrutecida. En su psiquis se instala una fatídica profecía de fracaso resistente a la reversión. En esta lamentable situación se encuentran arrojadas cada vez más personas a lo largo del planeta. Aunque predomina en los países del tercer mundo, ya comienza a observarse también entre los excluidos del primero.
En las estadísticas de salud asociadas al desempleo aparecen registros verdaderamente preocupantes: altas tasas de morbilidad y mortalidad, mayor índice de suicidios y trastornos mentales. Se ha establecido con bastante claridad que la población desempleada sufre depresión, insomnio, irritabilidad, nerviosismo, pérdida de concentración y abandono físico, y cuando la situación se prolonga por más de un año, las tasas de suicidio se duplican con respecto a la población general. Existe además un incremento de las drogodependencias, la delincuencia y las más diversas expresiones de disfunción social. Los efectos parecen agravarse cuanto más prolongada es la situación de desempleo, aunque hay una pequeña minoría que al quedar desempleada llega a sentirse mejor (Ozamiz y cols, 2.001). Es seguro que la picaresca y la psicopatía se conjugan para incrementar las cifras de desempleo. La vagancia y la pereza han recibido expresiones de encomio por los pensadores de todos los tiempos. Erasmo elogió la pereza que se apoya en los codos y tiene los brazos cruzados, mientras que Bertrand Russell afirmaba que la creencia en la virtuosidad del trabajo está haciendo mucho daño al mundo moderno y que la organización científica de la producción hace posible mantener las poblaciones modernas con una pequeña parte de la capacidad de trabajo del mundo entero. El ocio, sigue Russell, es esencial para la civilización, y en tiempos pasados, el ocio de unos era posible gracias al trabajo de los más ..si lográramos trabajar no más de cuatro horas al día, habría más felicidad, alegría de vivir, en lugar de nervios gastados, cansancio y dispepsia (Russell, 1953). Lo más probable, sin embargo, es que vago no pueda ser quien quiera, sino quien pueda, pues para fraguar en el tipo de personalidad característico de la vida picaresca, parece ser necesario un cierto pathos peculiar que a lo mejor requiere de una determinada disposición neural innata (Rojas y Esser, 2002)
El potencial morbígeno del estrés laboral, que tantos estudios ha recibido en las últimas décadas, sólo puede ser comprendido en función del sujeto que lo padece. El mismo estresor tiene una significación distinta para cada individuo y su peculiar circunstancia social y personal. Lo idiográfico resulta especialmente relevante en su valoración. Así, el mobbing, psicoterror o maltrato laboral, el denominado Síndrome de los Quemados o Burn Out y la muerte por agotamiento laboral o Karoshi, tienen peculiaridades que sólo pueden ser entendidas considerando al sujeto en su comunidad cultural de valores y conciencia. Es posible que para algunas culturas sea un horror morir cumpliendo obligaciones laborales, mientras para otras sea un honor trabajar hasta la exhaución (Rojas y Esser, 2000).
Por un replanteo conceptual de la salud mental
Los conceptos de salud y enfermedad han sido construidos por la razón positivista de la modernidad como categorías redondas y delimitadas, definidas como hechos objetivos, medibles y pesables, dejando por fuera la subjetividad, a la que se considera un estorbo que debe ser colocada entre paréntesis. En sus avances lógicos, los hechos han sido factorizados y luego relacionados entre sí como si se tratara de entidades discretas. No como partes o componentes de un sistema integrado, en los que el todo está en cada parte y cada parte también lo está en el todo, en un estado permanente de tensiones energéticas. Con esa realidad recortada en rebanadas, se han pretendido crear verdades de valor absoluto. Pero para comprender la salud mental, es inexcusable abordar la subjetividad y sus recodos menos ponderables, así como reconocer las tensiones liberadoras o restrictivas a las que una misma situación puede dar lugar. Ello implica una hermenéutica dialógica, que reconozca que las cosas no marchan en una sola dirección, sino que deben reconocerse procesos destructivos de entropía coexistiendo con una afirmación autopoyética, que ocurren sincrónica y diacrónicamente en un mismo sujeto. De todo ello esta compuesta la salud mental y se hace especialmente visible en el momento del trabajo. No se trata entonces de una especie de estado idílico, donde el dolor y el sufrimiento están ausentes en un sujeto que vive rebozando felicidad. El momento del trabajo ofrece una posibilidad fascinante para abordar esta empresa intelectual. Arturo Campaña (1995) considera indispensable introducir lo laboral en el estudio de la salud mental, pues las ciencias psicológicas, para ser auténticas no pueden prescindir del estudio de la reproducción social y del trabajo. A lo cual debe agregarse que en todo trabajo hay un componente de sufrimiento, goce y placer que, al mismo tiempo, es consustancial a la faena y a la subjetividad a la que da lugar.
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