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versión impresa ISSN 1315-0162

Saber vol.28 no.4 Cumaná dic. 2016

 

DISCRIMINACIÓN LABORAL INDÍGENA: UNA APROXIMACIÓN DESDE EL IMAGINARIO COLONIAL Y LA TEORÍA ELSTERIANA
 
JOSÉ VÁZQUEZ-PARRA1, CARLOS CAMPOS-RIVAS2

1 Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey - ITESM, Campus Guadalajara, Escuela de Negocios y Humanidades,
Departamento de Formación Humanística y Ciudadana, Guadalajara, Jalisco, México,

2 Universidad TecMilenio, Campus Cumbres, Monterrey, Nuevo León, México.
E-mail: jcvazquezp@itesm.mx / carlosfedericocampos@gmail.com
 
RESUMEN
 
México es un país multicultural, que se distingue por la gran riqueza étnica que ha logrado conservar durante los últimos siglos. Sin embargo,  parece ser que la realidad que viven los pueblos indígenas fuera  un contexto muy diferente al del resto de la población al momento de encontrar un empleo. El objetivo del presente estudio fue  establecer  la  existencia  de  discriminación  laboral  indígena  en  México,  por  considerar  que  estos  tienen menos  capacidad  para  realizar  ciertos  trabajos,  en  comparación  a  otras  razas  que  habitan  en  el  país.  En  gran medida,  se  determinó  que  el  fundamento  de  la  discriminación  laboral  indígena  no  es  confiable,  ya  que  suele sustentarse  en  creencias  de una  desigualdad  educativa  asociada  a las  comunidades  rurales,  cuando muchos  de ellos han sido instruidos en instituciones urbanas. Como conclusión, se identificó que la argumentación de este tipo de discriminación, es en gran medida irracional, pues se basa en creencias que resultan inconsistentes con la realidad, así como atentar contra la dignidad de este grupo vulnerable subestimando factores históricos de su cultura.
 
PALABRAS CLAVE: Trabajo, virreinato, México, creencias.

INDIGENOUS EMPLOYMENT DISCRIMINATION: AN APPROACH FROM THE COLONIAL IMAGINARY AND THE ELSTERIAN THEORY
 
ABSTRACT
 
Mexico is a multicultural country distinguished by the great ethnic richness that has been able to preserve over the last centuries. However, it seems that the reality experienced by indigenous peoples is very different from the context of other citizens at the moment of finding a job. The aim of this study was to establish the existence of indigenous employment discrimination in Mexico, due to the belief that they have less capacity to perform certain  types  of  labor  compared  to  other  ethnic  groups  inhabiting  the  country.  To  a  large  extent,  it  was determined  that  the  labor  discrimination  of  indigenous  people  is  not  reliable,  since  it  is  usually  supported  on beliefs  of  educational  inequality  associated  to  the  rural  communities,  in  spite  that  many  of  them  have  been educated  in  urban  institutions.  In  conclusion,  it  was  identified  that  the  argumentation  of  this  type  of discrimination  is  largely  irrational,  since  it    is  based  on  beliefs  that  are  inconsistent  with  reality,  as  well  as  it attempts against the dignity of this group of vulnerable people, underestimating historical factors of its culture.
 
KEY WORDS: Jobs, viceroyalty, México, beliefs.
 
Recibido: abril 2016. Aprobado: julio 2016. Versión final: septiembre 2016.

INTRODUCCIÓN
 
Es  indudable  que  México  es  un  país  tanto multicultural como pluriétnico, pues su población no  únicamente  se  caracteriza  por  su  gran diversidad  sociocultural,  sino  también  por  su variedad lingüística  y étnica.  Según el II Conteo de Población y Vivienda 2005 (INEGI 2011), en México  hay  un  aproximado  de  10  millones  de indígenas,  quienes  conservan  cerca  de  85 diferentes  lenguas  y  dialectos,  demostrando  la riqueza  étnica  que  actualmente  aún  impera  en  el país.  Sin  embargo,  la  Oficina  del  Alto Comisionado para los Derechos Humanos de las Naciones  Unidas,  considera  que  a  pesar  de  la característica  positiva  que  puede  significar  la conservación  de  la  historia  viva  de  un  país,  los pueblos  indígenas  enfrentan  muchos  desafíos  y sus derechos humanos son violentados constantemente (ONU 2009).
 
En México, ésta situación ha llegado a puntos alarmantes ya que el país es considerado como la segunda  nación  en  el  mundo  con  mayor  tasa  de pobreza  indígena  (8  de  cada  10),  superado únicamente  por  la  República  Democrática  del Congo  (8,5  de  cada  10)  demostrándose  así  que tanto  la  sociedad,  como  los  gobiernos  parecen desconocer  los  derechos  fundamentales  de  los pueblos  naturales.  Esto  se  refleja  claramente  en las  precarias  condiciones  de  salud,  educación  y vivienda  en  la  que  se  encuentran  los  indígenas mexicanos (González 2011). A esto se le suma el alto  grado  de  discriminación  al  que  están sometidos  los  indígenas  en  México,  en  el  que según  datos  del  Consejo  Nacional  para  Prevenir la  Discriminación  (CONAPRED),  se  manifiesta en  situaciones  como  el  acento  al  hablar,  la  vestimenta  o  los  rasgos  faciales  parecen  ser suficientes para que casi el 40% de los indígenas en  México  durante  el  2010,  hayan  sufrido  algún tipo  de  rechazo  por  parte  del  resto  de  la población (Proceso 2011).
 
De  igual  forma,  según  la  CONAPRED  y  la Facultad  Latinoamericana  de  Ciencias  Sociales (FLACSO), aunque la  Ciudad de México es una de  las  zonas  con  mayor  acumulación  urbana  de población  de  carácter  indígena  en  el  país,  la discriminación  es  latente,  lo  que  lleva  a  que aquellas  personas  que  por  su  apariencia  o  su lengua  sean  señalados  como  indígenas,  solo puedan  conseguir  trabajo  como  albañiles, vendedores  ambulantes,  personal  de  limpieza,  o si tienen suerte, entrar a alguna empresa, aunque difícilmente  ocuparán  algún  puesto  de  mando (Arvizu  2007,  Séverine  2013).  De  esta  forma, pobreza  y  discriminación  parecen  ser  dos situaciones  que  se  entretejen  en  una  compleja trama,  en  la  que  la  economía  moderna  parece cerrar  sus  puertas  ante  los  indígenas,  no permitiéndoles  oportunidades  de  desarrollo laboral  o  bien,  marginándolos  a  aquellas actividades de bajo nivel, por considerar que sus capacidades  son  inferiores  a  los  del  resto  de  la población (Laborín et al. 2012).
 
El  objetivo  del  presente  trabajo  fue  plantear, mediante  un  método  de  reflexión  documental, una  aproximación  histórica  racional  a  la discriminación  laboral  a  la  que  son  sujetos  los indígenas, por considerarlos incapaces de ocupar un  puesto  laboral,  a  diferencia  de  un  blanco  o mestizo,  basándose  en  una  teoría  de  la  acción como  la  propuesta  por  el  teórico  noruego  Jon Elster.
 
El  origen  de  la  discriminación  indígena  en México 

El  fenómeno  del  origen  de  la  discriminación de los indígenas en México, debe  de comprenderse  dentro  de  su  naturaleza  histórica, respondiendo  a  una  serie  de  sucesos  específicos que  se  mezclan  con  nociones  sociológicas  y  el imaginario  medieval,  generando  las  condiciones necesarias para el surgimiento de una estratificación  muy  bien  definida.  El  origen  de este  tipo  de  discriminación,  puede  ser  rastreado hasta  los  principios  mismos  de  la  conquista  de América (Becerra y Rolander 2005). Fue durante el encuentro de civilizaciones, a inicios del siglo XVI,  que  se  comenzó  a  fraguar  en  el  actual territorio mexicano, una sociedad estratificada, la cual  era  el  origen  de  un  discurso  de  castas  que afectaría  profundamente  la  convivencia  social durante los tres siglos de virreinato, definiendo lo que sería la sociedad hispanoamericana (Quijano y Ennis 2000).
 
Tras  la  caída  de  México-Tenochtitlán  en 1521, nació un sincretismo cultural que tuvo por consecuencia un mestizaje racial, el cual terminó generando  una  política  dentro  de  la  cual  se fundamentó una discriminación auspiciada por el poder  virreinal.  Una  vez  que  se  estableció  un nuevo régimen dentro del territorio mexicano, los indios  quedaron  sujetos  a  la  vulnerabilidad  y pasaron  a  ser  súbditos  de  segunda  categoría, individuos conquistados, y por lo tanto, sujetos al pago  de  tributos  de  acuerdo  a  las  tradiciones arrastradas  del  feudalismo  medieval  europeo (León 1924: p. 7).
 
La innegable violencia y ostracismo a la cual se  enfrentaron  los  indios,  fue  solamente contrarrestada  por  la  labor  de  un  puñado  de apologistas  y  misioneros  españoles,  mismos  que tomaron  como  empresa  propia  la  defensa filosófica  y  material  de  la  humanidad  indígena. Esta defensa partía del principio que reivindicaba la  humanidad  y  racionalidad  del  nativo americano,  situación  que  le  colocaría  en  un estadio  intermedio  entre  la  señoría  de  los europeos y la servidumbre de los africanos.
 
Entre  estos  sabios  humanistas,  se  puede  citar a Bartolomé de Las Casas (de Las Casas 1953: p. 23),  Alonso  de  la  Vera  Cruz  (Ponce-Hernández 2007:  p.  68)  y  Bernardino  de  Sahagún, constructores  de  un  corpus  histórico  sobre  los logros  y  naturaleza  de  los  indígenas.  El  impulso de estas disertaciones  y el ideal de la  monarquía universal  abrazado  por  Isabel  la  católica  y  sus herederos,  permitieron  la  reivindicación  de  los indios como pares, dignos de recibir el evangelio. Sin  embargo  la  presión  económica  de  los conquistadores  y  las  ambiciones  propias  de  la política imperial, terminaron por minimizar estos progresos  en  el  tratamiento  de  los  indígenas (Murillo-Rubiera 1992: pp. 174-185).
 
El surgimiento de los sistemas de “encomiendas”  y  el  establecimiento  de  un régimen  nominal  de  castas,  terminó  por  generar una  discriminación  que  perdura  hoy  en  día  en Latinoamérica,  dividiendo  a  los  indios  de  los blancos casi de forma perpetua. Estas consideraciones  rigieron  la  vida  social  del virreinato, y llevaron a los indígenas a un estado de  cuasi  servidumbre  frente  a  la  elite  española, encumbrada en la pirámide social (López de Lara 1977: pp. 91-97).
 
Los  indígenas  se  relegaron  a  sus  “repúblicas de  indios”,  pequeños  reductos  donde  pudieron conservar  algunos  de  sus  aspectos  culturales,pero  con  el  paso  de  las  generaciones  terminaron por  ensimismarse  y  alejarse  de  la  realidad  del resto  del  virreinato (Mörner  1974:  pp.  144-145). Los  descendientes  de  caciques  y  líderes prehispánicos, tuvieron otros tipos de suertes, en su  mayoría  se  mezclaron  con  españoles, fundando  las  primeras  familias  mestizas  y conservando  así  cierto  prestigio.  Los  menos afortunados  cayeron  en  la  lógica  de  los encomenderos, raigambre feudal que poco o nada distó  de  una  esclavitud  abierta  (Elliott  2010:  p. 221).
 
Durante tres siglos, los indígenas ocuparon el segundo  escalón  de  la  estratificada  sociedad virreinal,  detrás  de  los  blancos,  pero  delante  de los negros. A pesar de los considerables abusos a los cuales fueron objeto, la legislación oficial de los  Austrias,  y  posteriormente  de  los  Borbones, se  mostró  generalmente  benevolente  frente  a  los intereses  indios,  y  numerosas  leyes  para  su protección  fueron  promulgadas  (Recop.  De  Ind. Lib. VI, tít. I, l. 1).
 
Desafortunadamente, la mayoría de esas leyes se  convertían  en  letra  muerta,  pues  con  el surgimiento  de  otros  grupos  sociales,  política  y económicamente poderosos en la Nueva España, se  aplicó  presión  para  conservar  el  estatus  quo, beneficioso  para  los  intereses  de  la  elite novohispana.  Con  el  paso  de  los  siglos,  otros esquemas  para  la  explotación  del  trabajo indígena  surgieron  en  el  virreinato,  como  el sistema  de  repartimientos,  epitome  de  la corrupción  virreinal  que  surgió  durante  la letárgica  etapa  tardía  del  gobierno  de  los Austrias.  El  moralmente  cuestionable  sistema  de encomiendas habría de perdurar hasta finales del siglo  XVIII,  abolido  durante  la  etapa  del reformismo Borbónico (Barbier 1977.
 
Dentro de la lógica del discurso de castas, los indígenas  no  podían  ocupar  puestos  de  gobierno ya  fuesen  políticos  o  administrativos,  los  cuales estaban  reservados  para  la  “gente  de  razón”  es decir  los  blancos.  Así  mismo  estaban  sujetos  a leyes  diferentes,  tenían  derechos  distintos  a  los de  los  blancos,  como  no  pagar  la  alcabala  (o impuesto  al  comercio) (Hernández-Jaimés  2008: p.  55),  se  les  prohibía  la  portación  de  armas (Recop. De Ind.  Lib.  VI, tít. I, l. 31)  y  debían  de pagar el tributo al rey (Recop. De Ind. Lib VI, tít. V,  l.  1).  De  igual  manera,  la  legislación  oficial les  protegía  de  los  negros,  el  sector  más discriminado  de  la  población  (Recop.  De  Ind. Lib.  VI,  tít.  IX,  l.  15).  Los  matrimonios  entre indios y negros eran profundamente desalentados,  y  trataba  de  buscarse  a  toda  costa que  no  se  mezclaran.  Por  ello  se  prohibía  que indio alguno estuviese al servicio de un negro, y así mismo no se permitía que los negros e indios convivieran  en  sociedad,  pues  se  creía  que  estos últimos afectaban y corrompían al afable carácter de los indios.
 
Es evidente que la observación de estas leyes no  podía  aplicarse  en  sentido  estricto,  y  como testigo  fiel  e  incuestionable,  se  encuentra  el surgimiento de las complejas castas en los siglos XVII  y  XVIII  (Salinas  Campos  2013:  p.  194). Estas  surgían  por  la  mezcla  de  indios,  negros  y españoles, núcleo poblacional que se convirtió en el  estrato  más  odiado  de  la  sociedad  virreinal, compuesto  por  las  masas  de  zambos,  mulatos, cholos, coyotes, entre otros. Estos nuevos grupos eran vistos como proclives a la delincuencia, a la vagabundez y a la ociosidad (Rosenblat 1954: p. 167). Dicho lo anterior es importante puntualizar que el discurso de castas nunca fue análogo a un sistema  pragmático  bajo  la  categoría  de  régimen racial.
 
La  falta  de  registros  congruentes  de  la genealogía  poblacional  y  la  ambigüedad  del fenotipo  humano  fueron  barreras  naturales  para permitir  la  observación  puntual  de  las,  a  veces contradictorias,  leyes  y  estatutos  sobre  la jerarquía  social  (Clarac  2003).  A  lo  largo  del virreinato sobrevivieron elites indígenas descendientes  de  las  antiguas  familias  de caciques,  así  mismo  muchos  de  estos  individuos se  asimilaron  a  la  cultura  española  y  finalmente abandonaron sus raíces culturales indígenas (Ros 2004).
 
En  materia  educativa  hay  un  complejo  crisol de  condiciones  y  esquemas  legales  que  descifrar para comprender el estado del indígena a lo largo del  virreinato  (CEE  2010).  En  el  siglo  XVI  se establecieron  numerosos  colegios  y  misiones para la enseñanza del evangelio, el castellano, el latín,  los  oficios  y  costumbres  españolas.  Estos núcleos  tenían  como  principal  misión  la evangelización  de  los  indios  y  su  asimilación  de la  cultura  española,  sin  embargo  su  alcance  fue limitado y estaba en su mayoría restringido a los descendientes  de  caciques  y  familias  poderosas en el sistema prehispánico (López de Lara 1977: p.  188).  La  enorme  mayoría  de  los  indios,  se quedaron profundamente relegados de la cultura, arte  y  ciencia  del  virreinato,  solamente  algunos mestizos  pudieron  destacar  como  lo  hizo  fray Diego  de  Valadés,  primer  escritor  de  origen mestizo  en  publicar  obra  escrita  en  Europa (Carrasco  2000:  p.  36).  Esta  marginación  del núcleo  académico,  literario  y  científico  se  hizo patente en el siglo XVIII.
 
Con  el  surgimiento  de  la  Ilustración,  la presión  de  los  estados  imperiales  rivales  (como lo  fueron  Gran  Bretaña  y  Francia)  y  el  auge  del mercantilismo,  la  política  imperial  tomó  un nuevo  giro  manifestado  a  través  del  reformismo Borbónico.  Fue  especialmente  Carlos  III  (r. 1759-1788) un renovador de la política social de Indias,  a  tal  grado  que  Alexander  Humboldt  lo llamó  el  “Mayor  bienhechor  de  los  indios” (Humboldt 1973: p. 68).  Sin embargo, la política social  de  Carlos  III  respondió  a  una  lógica  con intereses muy específicos, detrás de su reformismo social,  se  encontraba  una  ambición  condicionada por su espíritu ilustrado. Se pretendió reintegrar a los  indios  a  la  sociedad  novohispana,  para aumentar  los  sectores  productivos,  la  explotación minera, la recaudación fiscal y el ensanchamiento de  las  filas  del  ejército.  Esta  política  trató  de llevarse a cabo a través de un nuevo esfuerzo para la  enseñanza  del  castellano  y  las  usanzas españolas (López 1999: p. 472). Sin  embargo  las reformas  Borbónicas  llegaron  tarde,  y  aunque marcaron el inicio de una profunda reestructuración  de  la  vida  política,  social  y económica  del  virreinato,  terminaron  por  verse truncadas  debido  al  miedo  a  las  luces  desatadas por  la  revolución  francesa  de  1789,  el derrocamiento  de  los  Borbones  en  1808  y  la subsecuente  independencia  de  las  colonias latinoamericanas.
 
El  inicio  de  la  vida  independiente  marcó  por primera  vez  en  México  un  nuevo  espíritu  de unión entre los  sectores de la población, abolido de  jure,  el  discurso  de  castas  parecía  quedar atrapado  en  el  pasado.  Sin  embargo  la independencia no fue garantía para el resurgimiento de los pueblos indígenas, el primer presidente  mexicano  de  orígenes  indios  no  llegó sino hasta 1857 con el ascenso de Benito Juárez. Este  hecho  sin  embargo,  no  significó  un  cambio sustancial  en  las  oportunidades  de  la  población indígena,  la  cual  siguió  inmersa  en  un  rezago educacional y laboral, víctima de una discriminación  que  se  ha  arrastrado,  como  se  ha apreciado  aquí  claramente,  desde  la  etapa virreinal (Singer 2014). Es evidente por lo tanto, que  el  rezago  y  discriminación  a  la  cual  está sujeta la población indígena, es una  herencia del periodo  virreinal  y  aunque  ya  han  transcurrido más de dos siglos desde que México proclamó su independencia,  éste  pesado  legado  sobrevive,  a pesar  de  ir  en  contra  de  toda  razón  y  lógica (Vera-Noriega 2006).
 
Si  bien  el  indígena  gozó  formalmente  de “prerrogativas  y  privilegios”  concebidos  para  su protección,  la  legislación  virreinal  quedó atrapada  en  un  sesgo  racial  construido  sobre  un falso  principio  de  superioridad  europea  e inferioridad  amerindia,  que  determinó  que  los indios eran el equivalente a una masa de menores de  edad  que  debían  de  ser  guiados  y  protegidos por la gente de razón (Portal y Valenzuela 1983). Este discurso logró sobrevivir a la emancipación y  se  perpetuó  dentro  de  la  cosmovisión  del mexicano,  constituyéndose  como  elemento cultural  y  social  que  ha  entorpecido  el  natural progreso  de  los  indígenas  bajo  las  condiciones del México actual.
 
El  enfrascamiento  de  los  indígenas  en  una otredad construida a partir de la visión e intereses de  los  conquistadores  españoles  ha  logrado perpetuarse  y  trascender  a  la  independencia  de México.  Su  condición  cultural  y  lingüística,  su marginación  educativa  y  laboral,  así  como  su enajenamiento  de  la  dinámica  social  principal, tienen  su  origen  evidente  en  la  construcción  de una  sociedad  de  castas  que  se  ha  reinventado para convertirse en  una sociedad estratificada de apariencia democrática.
 
Ésta  cuestión  permite  apreciar  que  la discriminación  indígena  en  México  tiene  bases históricas muy específicas y fácilmente identificables,  que  invitan  a  reflexionar  sobre  la irracionalidad  del  rezago  social  indígena.  Tanto de  manera  inconsciente  como  consciente,  el mexicano  promedio  (mestizo  y  occidentalizado) reproduce  y  perpetúa  los  falsos  prejuicios  sobre el indígena, derivando en una seria problemática de  racismo  y  estratificación,  incoherente  e incompatible  con  los  ideales,  principios  y aspiraciones de la sociedad democrática (Cisneros 2006).
 
La  situación  laboral  actual  del  indígena  en México 

Como se analizó anteriormente, la discriminación  hacia los indígenas en México es un  fenómeno  histórico-social  que  se  encuentra presente de diferentes formas; que han impactado negativamente  en  aspectos  como  la  salud,  la educación, el respeto a los derechos humanos, el acceso  a  los  servicios  básicos,  la  vivienda  y  por supuesto, la inclusión en el mercado laboral.
 
La marginación laboral de la que son víctimas las  personas  indígenas  tiende  a  excusarse, fundamentalmente,  en  la  falta  de  capacidades  de competencia  respecto  a  su  formación  educativa (Hottois  2007,  Horbath  2012).  Esta  situación  se refleja  claramente  en  la  discriminación  al momento  de  ser  elegidos  para  un  puesto  de trabajo  o  en  la  disparidad  de  sueldos  con personas  no  indígenas  que  realizan  la  misma labor.  Según  la  Organización  Internacional  del Trabajo (OIT), las ideas y estereotipos subyacentes  de  las  conductas  discriminatorias hacia  los  indígenas,  obedecen  en  gran  medida  a condicionantes  de  orden  histórico,  económico  y social,  a  los  regímenes  políticos  y  al  contexto cultural de cada país (Horbath 2006).
 
De  acuerdo  con  la  Asamblea  de  Migrantes Indígenas  de  la  Ciudad  de  México  (AMICM), aunque  una  considerable  cantidad  de  sus integrantes  culminan  licenciaturas,  maestrías  y doctorados,  siguen  padeciendo  gran  dificultad para  obtener  empleo.  Según  la  AMICM,  a  pesar de estar igualmente capacitados que el resto de la población,  a  los  indígenas  no  se  les  considera para ocupar puestos gerenciales o de decisión en los  centros  laborales,  lo  cual,  sumado  a  los prejuicios  y  al  olvido  de  la  identidad  mexicana, es  una  clara  evidencia  de  la  discriminación  que aún  se  manifiesta  en  México  (Excelsior  2012). Sin  embargo,  según  el  Programa  de  Apoyo  a Estudiantes  Indígenas  en  Instituciones  de Educación Superior (PAEIIES), la discriminación en función a capacidades distintas,  supuestamente  observables  en  los indígenas,  es  una  razón  bastante  cuestionable. Solamente  del  2002  al  2012,  la  cantidad  de individuos  indígenas  que  se  preparan  en  centros de  educación  superior  en  México  ha  aumentado de  1.309  a  14.130,  sin  considerar  los  2.677 egresados  y  los  1.004  titulados  con  los  que cuenta el Programa (PAEIIES 2008).
 
Además,  un  gran  número  de  universidades  e institutos  de  educación  superior,  cuentan  con apoyos  especiales  para  personas  indígenas,  así como  hay  programas  para  la  realización  de posgrados tanto en México como en el extranjero (PBPI 2013). Todas estas cuestiones son las que permiten  considerar  que  si  en  algún  momento existía  alguna  diferencia  en  la  preparación laboral  de  las  personas  indígenas,  al  día  de  hoy esta  creencia  se  ha  convertido  en  una  postura sesgada, que aunque puede ocurrir, ya no es una generalidad.  Aun  así,  como  se  ha  venido señalando, los centros laborales  y la industria de México sigue teniendo consideraciones especiales con las personas indígenas, marginándolos  a  actividades  con  bajos  sueldos, jornadas  largas  y  sin  las  prestaciones  sociales más  fundamentales  (Rubio  2012,  Meneses  y Ángeles 2014).
 
La  Comisión  Nacional  de  Derechos  Humanos, ha señalado que a pesar de que el artículo 23 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y el  artículo  123  de  la  Constitución  Política  de  los Estados  Unidos  Mexicanos  establecen  que  toda persona  tiene  derecho  al  trabajo  en  condiciones equitativas  y  satisfactorias,  así  como  a  recibir  un salario igual por el mismo trabajo, esto no siempre se  cumple  con  los  indígenas,  de  los  cuales  en  su
mayoría,  estiman  que  no  tienen  las  mismas oportunidades  para  emplearse  que  otros  grupos sociales,  considerando  que  la  discriminación impacta todas las áreas de su vida, imposibilitando que exista una igualdad de su grupo con el resto de la población del país (Silva 2010, Rincón 2012). De tal  forma,  ya  que  las  capacidades  de  los profesionistas  indígenas,  quienes  son  preparados en  las  mismas  instituciones  que  el  resto  de  la población  y  cuentan  con  grados  profesionales  y de posgrado, no presentan diferencias considerables  al  momento  de  responder  a  un requerimiento laboral, ¿Por qué seguir considerando  a  este  factor  como  elemento demeritorio de los trabajadores indígenas?, ¿Qué  tan racional puede valorarse este tipo de acciones discriminatorias?.
 
Para  responder  a  estos  cuestionamientos  y continuar  con  la  reflexión,  es  necesario  no únicamente enfocarse en datos y consideraciones históricas,  sino  también,  como  se  señaló  en  la introducción,  el  discutir  sobre  las  razones  que mueven este tipo de acciones. En este sentido, el texto  se  sustenta  en  la  teoría  de  la  racionalidad elsteriana,  misma  que  permite  hacer  un  abordaje más  estructurado  y  considerablemente  más detallado,  tanto  de  las  razones  que  plantean  los contratistas  al  momento  de  tomar  este  tipo  de medidas  discriminatorias,  como  de  las  creencias que  los  llevan  a  preferir  a  trabajadores  no indígenas para cubrir sus necesidades laborales.
 
La teoría de la racionalidad elsteriana
 
Para  poder  comprender,  los  por  qué  de  la discriminación  laboral  indígena,  es  necesario profundizar  en  las  razones  que  explican  dicho comportamiento
más allá de la simple intencionalidad,  pues  cualquier  agente,  que pueda ser considerado psíquicamente sano, actúa motivado  en  gran  medida  por  la  razón,  aunque ello  no  basta  para  acreditar  que  su  acción  sea enteramente racional.
 
Elster  (1999),  considera  que  la  acción  se manifiesta  como  el  resultado  de  un  elaborado proceso reflexivo, en el que debe tomar en cuenta todos  sus  elementos  constitutivos  y  respetando las  líneas  causales  generadoras  de  cada  uno  de estos  elementos.  La  acción  vista  desde  esta concepción implica tres operaciones de optimización:  hallar  la  mejor  acción  para  las creencias  y  los  deseos  dados,  formar  la  creencia mejor fundada para una prueba dada y acumular la  cantidad  atinada  de  pruebas  para  los  deseos dados  y  las  creencias  previas.  Es  decir,  para  la propuesta  elsteriana,  toda  postura  que  busque explicar  la  actuación  humana,  deberá  primero profundizar  en  los  elementos  de  la  acción, considerando  el  deseo  que  la  mueve  y  las creencias que la respaldan (Vázquez Parra 2012).

La  concepción  elsteriana  de  la  acción considera que todo acto humano nace a partir de un  deseo,  el  cual,  al  fijar  los fines  directos  de  la acción,  permite  que  el  individuo  considere,  con base  en  sus  creencias,  las  posibles  acciones  a realizar  para  alcanzar  dichos  fines.  En  este proceso, cada una de las alternativas de actuación deberá  acomodarse  según  una  escala  de preferencias,  la  cual  se  estructura  a  partir  de  las mismas creencias con las que cuenta el individuo (Elster 1997).
 
Hablar  de  una  elección  racional  consiste  en que  la  decisión  a  realizar  recaiga  en  la  mejor alternativa del conjunto de preferencias planteadas,  cumpliendo  con  tres  condiciones:  a) la  existencia  de  un  conjunto  de  alternativas posibles;  b)  que  el  agente  tenga  un  grado  de certidumbre sobre el resultado de cada una de las acciones  del  conjunto;  y,  c)  que  el  agente  pueda dar  una  medida  cuantificable  de  cada  una  de  las alternativas  propuestas.  Una  vez  que  se  tiene  la escala  plenamente  constituida  se  procederá  a  la elección  de  aquella  opción  que  se  considere  la mejor según los fines señalados por el deseo. De esta  manera,  el  agente  llega  a  una  actuación, consciente  y  plena,  sabiendo  que  lo  que  hace  es lo  que  es  más  acorde  a  su  historia  de  vida  y  sus creencias previas (Elster 2010).
 
Por lo anterior, es que un punto que se vuelve primordial en esta percepción es el del papel que desempeñan  las  creencias  al  fundamentar  las opciones  de  actuación,  ya  que  es  importante considerar  que  no  se  puede  dar  una  acción  sin una elección previa y no se puede llegar a elegir en  aquella  situación  en  que  no  se  tengan  por  lo menos dos opciones que se crean son  óptimas y convenientes  para  nuestros  fines.  Se  debe  hacer hincapié  en  que  para  que  las  alternativas  de actuación, y por ende la elección, sean realmente racionales,  es  necesario  que  dichas  creencias, aunque  nunca  dejen  de  ser  inciertas,  se encuentren  debidamente  fundamentadas,  pues Jon  Elster  considera  que  solamente  será  a  partir de  la  relación  que  existe  entre  las  creencias  y  la evidencia que se posee acerca de ellas, que éstas pueden  ser  consideradas  racionales  y  por  ende, cercanas  a  la  realidad  (Arredondo  y  Vázquez 2013).
 
De tal manera, y con base en todo lo anterior, se  puede  decir  que  para  llegar  a  una  acción racional,  el  proceso  natural  sería  elegir  entre  las alternativas  que  se  poseen  aquella  que  resulta óptima,  considerando  que  tal  evaluación  se  da conforme a una escala de preferencias, la cual se estructura en gran medida por aquello que se cree permite acercarse lo más posible a la satisfacción del deseo (Vázquez Parra 2015). Sin embargo, si las  creencias  están  erróneamente  fundamentadas o  respaldadas  por  evidencia  claramente  sesgada, es natural que el comportamiento, a pesar de ser negativo,  cuestionable  o  incluso,  discriminatorio no  resulte  desafiante,  pues  se  cuentan  con razones  que  lo  justifican,  aunque  dichas  razones puedan ser calificadas de irracionales.
 
Las  consideraciones  anteriores  permiten comprender  por  qué  es  una  obligación  el  prestar una  especial  atención  a  las  creencias,  pues  éstas resultan  ser  un  tema  determinante  de  ser explicado  y  comprendido  al  momento  de  querer analizar una actuación. Las creencias son la base de  las  alternativas  de  acción  que  se  prevén realizar, así que si el comportamiento se basa en creencias  irracionales,  es  obvio  que  dé  como resultado decisiones igualmente irracionales, que aunque  para  el  agente  tengan  sentido,  resultan desconcertantes para los observadores externos.
 
Así,  antes  de  poder  valorar  un  acto  desde cualquier  perspectiva,  es  necesario  que  se profundice  en  las  creencias  que  respaldan  al individuo  que  actúa,  pues  es  complicado  valorar la  racionalidad  del  comportamiento  sin  antes evaluar  la  racionalidad  de  las  creencias  del agente.
 
Las  creencias  que  respaldan  la  elección  de trabajadores no indígenas
 
Instrumentalmente  hablando,  la  selección  de personal  debe  de  ser  una  actividad  en  la  que  se busque  cubrir  vacantes  laborales  con  aquellos individuos que se considera, por sus conocimientos,  preparación  y  capacidades,  son aptos  para  responder  a  las  necesidades  de  un puesto  específico  (Stevenson  2003).  Por  ello,  se puede decir que la selección de personal debiese traer  consigo  un  conjunto  de  pruebas  y valoraciones  suficientes,  para  determinar  que  la persona  elegida  es  realmente  la  más  capaz, dentro  de  las  alternativas  que  se  tienen, independientemente de la carga subjetiva del que evalúa  o  selecciona  (Ruesgas  y  Heredero  2005). Por  esto  mismo,  muchas  empresas  han  decidido tener  políticas  sobre  lo  que  buscan  o  no  en  un futuro trabajador, haciendo cartas descriptivas de los  puestos  vacantes  y  estandarizando  procesos que  los  encargados  de  recursos  humanos  deben respetar  durante  el  trascurso  de  la  selección  y contratación (Fuentes 2006).
 
En  gran parte, esta  sistematización se apega  a la necesidad que tienen las empresas de garantizar que  el  personal  de  recursos  humanos  tome decisiones que respondan a los requerimientos del puesto de manera objetiva, y no simplemente a su percepción  u  opinión,  pues  estas  no  garantizan  ni certeza,  ni  optimalización  en  la  contratación  de nuevos  empleados  (Ravelo  y  Sánchez  2006).  Sin embargo,  a  pesar  de  estas  previsiones,  una  gran parte de la decisión de a qué persona contratar y a  cual  no,  sigue  recayendo  en  el  personal  de recursos  humanos,  mismo  que  con  base  en  sus creencias y juicio, determina los distintos medios de  valoración  que  tendrá  que  pasar  la  persona que  aplica,  estimando  y  eligiendo  si  éste  es realmente  el  individuo  indicado  para  el  tan anhelado puesto.
 
Para  Jon  Elster,  las  creencias  de  los individuos desempeñan un papel determinante en la  alternativa  de  actuación  que  pueden  elegir, pues  el  respaldo  de  evidencia  e  información  que trae  consigo  la  creencia,  es  lo  que  dice  que  algo es  correcto  o  incorrecto  para  satisfacer  cierto deseo. Por ello, la generación y estructuración de las creencias del agente resultan determinantes al momento de actuar, pues una creencia sesgada da generalmente  comportamiento  irracionales,  pues se  basan  en  información  errónea  que  afecta  las alternativas de actuación (Vázquez Parra 2015).
 
En cuanto al tema que se aborda en este texto, el agente, que en este caso es el encargado de la contratación,  suele  estimar  con  base  en  sus creencias,  aquellas  alternativas  que  se  presentan como las más óptimas preferencias de actuación, las  cuales,  por  medio  de  la  constitución  de  una escala, le permitirá elegir aquella alternativa que considere  le  acerca  a  sus  fines,  tanto  de  manera consistente,  como  racionalmente  (Franco  2015). Este proceso reflexivo, obliga a que las creencias se  encuentren  debidamente  fundamentadas,  pues tanto  el  exceso,  como  el  sesgo  de  información  y evidencias, pueden llegar a ser determinantes en el momento de valorar la racionalidad de las mismas, afectando en la generación de una adecuada escala de preferencias, en la toma óptima de una elección, e inclusive, en la ejecución racional de una acción.
 
La  discriminación  laboral  indígena  tiene  una clara  relación  con  esta  situación  distorsionada  de generación  de  creencias  que  se  viene  arrastrando desde  la  época  virreinal,  mismas  que  parecen sustentarse  en  evidencia  errada  e  infundada  de  las capacidades  laborales  de  este  grupo  étnico (Soberanes  2010).  Varias  son  las  creencias  que pueden  hacer  que  un  reclutador  margine  a  las personas  indígenas  durante  el  proceso  de contratación  (Solé  et  al.  2005).  Se  tienen  desde aquellas  que  se  basan  en  la  idea  de  que  los indígenas  son  flojos  e  irresponsables,  o  bien,  las que  se  dan  simplemente  porque  se  valora  que estos  tienen  menor  capacidad  de  responder  a necesidades  laborales  que  una  persona  no indígena (Rodríguez 2005, Singer 2014).
 
La creencia de que los indígenas son flojos o irresponsables,  común  entre  los  dominadores hacia  los  dominados,  suele  sustentarse  en  gran medida  al  desconocimiento  que  se  tiene  de  las condiciones  de  vivir  en  el  campo  o  en  las  zonas rurales, situación que ocasiona que los que viven en  zonas  urbanas  estimen  que  la  vida  en  dichos sitios  es  más  tranquila,  llevadera  y  que  exige menores  presiones  (Hernández  2011).  En  cuanto a la creencia de que los indígenas tienen menores capacidades  para  responder  a  las  necesidades laborales de una empresa, esta es una idea que se sustenta en la presunción de que la educación que se  da  en  las  zonas  rurales  es  deficiente  y  que  en la  mayoría  de  los  casos  los  indígenas  no  cursan todos  los  grados  de  educación  básica.  Sin embargo,  esta  situación  puede  ser  debatida cuando  la  persona  que  busca  empleo  cuenta  con educación  universitaria  o  de  posgrado,  pues  así como  se  había  señalado  anteriormente,  día  con día,  un  mayor  número  de  personas  indígenas  se matriculan en la mayoría de las universidades del país,  lo  que  invalida  la  creencias  de  que  hay cierta diferencia formativa.
 
Así, es notorio que la evidencia que respalda a  la  mayoría  de  los  reclutadores  que  marginan laboralmente  a  los  indígenas  son  inconsistentes, pues  no  cuentan  con  la  evidencia  óptima necesaria,  sino  más  bien,  se  fundamentan  en creencias  erróneas  e  incompletas  que  no  les permiten actuar con objetividad. La discriminación  laboral  indígena  no  únicamente puede apreciarse como un acto de segregación  y rechazo a un grupo significativo de la población, sino también como un comportamiento cuestionable  desde  el  análisis  de  la  acción  al  ser una  elección  fácilmente  debatible  por  ser  poco óptima y claramente irracional.
 
CONCLUSIONES
 
No  cabe  duda  de  que  a  pesar  del  notable desarrollo  de  la  humanidad  en  las  últimas décadas,  existen  factores  históricos  que  parecen estar  grabados  de  una  manera  muy  profunda  en las  creencias  y  concepciones  de  ciertas  culturas, dando  cabida  a  situaciones  que  pueden  resultar inconsistentes  cuando  se  analizan  bajo  el escrutinio de la racionalidad. Como se ha podido apreciar  en  este  texto,  una  gran  parte  de  las creencias  que  se  tienen  como  fundamento  de  la discriminación  laboral  indígena  son  carentes  de un  respaldo  o  evidencia  confiable,  ya  que  se relacionan  con  creencias  de  una  desigualdad existente  en  el  desarrollo  educativo  de  las comunidades  rurales,  razón  que  falla  cuando  la persona indígena ha sido formada en instituciones  urbanas.  Las  creencias  de  que  el individuo  indígena  cuenta  con  deficiencias formativas  que  justifican  su  segregación  laboral del  resto  de  la  población  son  tan  infundadas  e irracionales,  como  creer  que  cualquier  individuo que sale de una institución universitaria posee las destrezas  y  competencias  suficientes  para desempeñar su trabajo, lo cual, aunque resulta ser un ideal, muchas veces se constituye simplemente  como  una  utopía.  Demostrar  esta incongruencia  de  las  acciones  con  las  creencias que se tienen sobre la realidad y el entorno es la mayor aportación del texto, instando la necesidad de cuestionar el nivel de comprensión que tienen los  agentes  sobre  sus  acciones,  ya  que  los ciudadanos  contemporáneos  tienen  la  obligación de  hacerse  de  creencias  óptimas  para  tomar decisiones  racionales,  aunque  sus  rasgos  sean mestizos, blancos o indígenas.
 
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