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Utopìa y Praxis Latinoamericana
versión impresa ISSN 1315-5216
Utopìa y Praxis Latinoamericana v.11 n.33 Maracaibo abr. 2006
Cambiar el mundo: Entre la reforma universitaria
y el altermundismo
World Change: Between University Reform and other World Vision
Hugo Edgardo BIAGINI
CONICET-Universidad de Lanús, Argentina.
RESUMEN
Desde la Reforma Universitaria de Córdoba (Argentina), en 1928, hasta nuestros días, los movimientos estudiantiles, entendidos ideológicamente como juvenilismo, no han dejado de ser protagonistas de las transformaciones sociales, consecuentes con la crítica política y la vanguardia utópica de la liberación. Éstos de un modo u otro, entre modernidad y postmodernidad, han logrado sortear la inercia con la que el capitalismo intenta continuamente retener y contener su fuerza social, a través de programas conformistas y uniformes de obediencia generacional. Han realizado la tarea de todos los días: pensar y actuar en pro de un orden social donde el poder sea compartido y autónomo, buscar siempre las alternativas que garanticen la libertad, la justicia, la paz, el reconocimiento del otro, la ciudadanía, la expresión pública de las ideas. La Universidad queda justifica por el valor con el que la legitiman los movimientos estudiantiles.
Palabras clave: Reforma universitaria, movimientos juveniles, América Latina, altermundismo.
ABSTRACT
Ever since the Cordoba (Argentina) University Reform in 1928 up until the present, student movements, understood ideologically as youth movements, have continued to be protagonists in social transformations, and coincidental with political criticism and the utopian protagonism of liberation. These movements, in one way or another, have succeeded in eluding the inertia with which capitalism continually attempts to retain or contain social forces, through conformist and uniform programs of generational obedience. They have undertaken the daily task of thinking and acting in favour of a social order wherein power is shared and autonomous, always searching for alternatives that guarantee liberty, justice, peace, mutual individual recognition, citizenship, and the public expression of ideas. Universities are justified through the values which legitimize student movements.
Key words: University reform, youth movements, Latin America, other-world vision.
Recibido: 10-01-2006 · Aceptado: 23-03-2006
INTRODUCCIÓN
Los ideales juveniles y las movilizaciones universitarias han contribuido a jaquear frecuentemente diversos regímenes coercitivos para propiciar la instauración de un nuevo orden y una nueva humanidad en cuya implementación les toca a los mismos estudiantes ejercer un papel relevante. En América Latina, semejante protagonismo puede verificarse desde el ciclo emancipatorio y más sostenidamente con el movimiento reformista organizado hasta llegar a los actores que irrumpen en los años sesenta y se renuevan en nuestros días, cuando la escalada norteamericana pretende imponer la ideología globalizante a machaca martillo, por la razón de una fuerza abrumadora. Destacaré aquí la brega del alumnado por la excelencia académica, el altruismo, la libertad civil y las identidades culturales, con sus apelaciones al verbo insurgente o a actitudes propositivas. Nos detendremos en el caso iberoamericano durante el siglo XX sin prescindir del contexto internacional.
PROLEGOMENOS
En tanto punto de partida, sostengo la verosimilitud de la siguiente hipótesis: los jóvenes, al menos en términos comparativos, caben ser juzgados como uno de los principales portadores de utopía, entendiendo por ello a una capacidad renovadora de obrar y conocer en base a principios contrarios a asignarle una fuerza irreversible a las penurias colectivas y proclives a combatir ese estado inequitativo de cosas. Ello puede observarse en el devenir de las agrupaciones estudiantiles y, muy especialmente, en el movimiento reformista organizado, el cual mantiene toda su actualidad y trascendencia pese a que su acta de nacimiento corresponda fijarla en la ciudad argentina de Córdoba hacia 1918, con todas sus prolongaciones en el resto de América.
En el trasfondo ideológico inicial de ese movimiento juvenil continental se entrecruzan una variedad de orientaciones y estilos de vida, como el enfrentamiento del bohemio con el burgués o las críticas al sistema capitalista. La identificación de los sectores bohemios con el proletariado induce una nueva ideología: el juvenilismo, según la cual, le corresponde a los jóvenes asumir los problemas sociales y provocar un cambio de tal estructuras que conduzca al establecimiento de relaciones humanitarias.
Por otro lado, en el plano orgánico tenemos la plasmación de prematuras organizaciones sindicales como la Federación de Estudiantes Brasileños, que nace hacia 1901 en medio de levantamientos populares y evidenciando entre sus finalidades primordiales la eliminación del hostil aislamiento existente entre las repúblicas americanas. Paralelamente, empiezan a efectuarse diversos encuentros corporativos, entre el más pionero de todos el Primer Congreso de Estudiantes Centroamericanos que para ese mismo año bregaría a su vez por una amplia unión regional. Junto a los ideales de confraternidad, se va reforzando la creencia en la profunda transformación histórica e institucional que deben llevar a cabo los jóvenes en cuanto tales.
Es la época en la cual comienzan a producirse serios conflictos universitarios, cuando se inauguran los primeros centros y federaciones estudiantiles que, pese a perseguir propósitos puramente gremiales, serían desconocidas por las autoridades. Asimismo, se inician los congresos internacionales de estudiantes (Uruguay, 1908; Argentina y Colombia, 1910; Perú, 1912). En tales eventos se proclama la rebeldía como principio cósmico omnicomprensivo y se exige un modelo universitario bajo la conducción formal del alumnado. La inadvertida relevancia que revistieron esos encuentros internacionales puede traducirse en motivos de significativa avanzada, dando lugar a un vasto repertorio conceptual que, pese a tanta interpretación encontrada, testimonia la potencialidad reflexiva de nuestra juventud universitaria e insinúa respuestas alternativas a los modelos dominantes en el ejercicio del poder, lo cual resulta singularmente auspicioso para un tiempo como el nuestro, de primacías conservadoras y mentados desencantos.
Durante el I Congreso de Estudiantes Americanos celebrado en Montevideo hacia 1908, además de declararse a la insubordinación como un elemento esencial inherente a la misma naturaleza de las cosas y de reclamarse la plena injerencia estudiantil en las casas de estudio, quedó bien perfilado ese credo juvenilista hasta por el propio Rector de la universidad local, quien sostuvo: La juventud ha sido siempre el portaestandarte de todas las grandes reivindicaciones, la legión sagrada, la vanguardia de los batallones del pueblo, la primera en la audacia, la primera en la gloria, la primera en la muerte. Entre los tantos pronunciamientos lanzados en dicho evento, se llegó a caracterizar al estudiantado como una clase sociológica en sí; una conceptuación que, como la del liderazgo atribuido a ese conjunto juvenil ilustrado, tendría imprevistos alcances en el tiempo.
Si a todos esos antecedentes inmediatos les añadimos algunos factores de relevante magnitud interna y exterior Revolución Mexicana, I Guerra Mundial, Revolución Rusa, democratización gubernativa en el Plata, corrientes vitalistas e idealistas, puede inferirse que se había generado el clima para el célebre estallido con el cual irrumpe la Reforma Universitaria en Córdoba hacia 1918. La proyección continental que alcanzó dicho movimiento estudiantil dio lugar a que el mismo fuese visualizado, con máximo entusiasmo, como la segunda aventura común de los países latinoamericanos, tras los cien años de soledad que siguieron al ciclo de su independencia política.
EL LEGADO REFORMISTA
Más allá de eventuales desviaciones y heterodoxias, al intentar un prieto balance de las tesis y valores propuestos por los expositores de la Reforma Universitaria en distintas épocas y latitudes puede ensayarse la siguiente enumeración relativa a las propuestas para el ámbito institucional interno:
1. Autonomía política, docente y administrativa.
2. Co-gobierno tripartito.
3. Agremiación estudiantil.
4. Asistencia libre e ingreso irrestricto.
5. Libertad y periodicidad de cátedra.
6. Pluralismo doctrinario.
7. Centralidad del alumno.
8. Enseñanza gratuita, laica y de alta excelencia.
9. Elevado presupuesto educativo.
10. Humanismo y especialización.
Estamos ante una concepción sobre la universidad pública netamente original y en vías aún de ejecución acuñada y sostenida por el estudiantado latinoamericano con muchos desvelos y como una síntesis superior de dos modelos en pugna el profesional y el científico que incorpora los contenidos fundamentales de una exclaustración comprometida: crítica social, extensión comunitaria y defensa de los intereses populares.
Con respecto al posicionamiento extra-académico frente a la problemática mundana puede observarse básicamente un ideario de este tenor:
1. Integración continental y ciudadanía iberoamericana.
2. Comunidad universal.
3. Rreconocimiento de la alteridad.
4. Antiautoritarismo y desmilitarización.
5. Nueva cultura y nueva moralidad.
6. Sociedad abierta, digna y transparente.
7. Nacionalización y redistribución de la riqueza.
8. Antiimperialismo y antichovinismo.
9. Democracia participativa.
10. Derechos humanos y justicia social.
Además de la montaña de documentos redactados valerosamente por la muchachada universitaria en torno a esos puntos cruciales, nos hallamos ante una cosmovisión que, con diferentes matices e inflexiones, ha sido sustentada por grandes intelectuales dentro y fuera de Nuestramérica. Entre las tantas figuras ya fallecidas tenemos a Ingenieros, Korn, Vasconcelos, Alfredo Palacios, Haya de la Torre, Mariátegui, Mella, Ponce, Henríquez Ureña, Neruda, Gabriela Mistral, Asturias, Arciniégas, Carlos Quijano, Ricaurte Soler, Unamuno, Ortega o Waldo Frank.
En suma, junto a la representación estudiantil, el movimiento reformista propició la extensión universitaria, la sensibilidad social y la mancomunión con la clase obrera, el pacifismo y la lucha contra el imperialismo, la oligarquía y el clericalismo. Sus acercamientos efectivos a la solidaridad latinoamericana y a la unión integral de nuestros pueblos convierten a dicho movimiento en uno de los más importantes precedentes culturales con el que deben contar proyectos regionales como los del MERCOSUR frente a otros planes monopólicos de integración continental como el de los Estados Unidos con el ALCA. Es que la Reforma Universitaria en Latinoamérica constituye una de las tantas expresiones que revierte la trillada versión sobre los ascendientes hegemónicos desde el norte hacia el sur para entroncarse con otras vertientes innovadoras como el modernismo literario o como la filosofía y la pedagogía de la liberación.
Entre los aciertos puntuales que trajo la prédica reformista se encuentran sus esfuerzos por resignificar la idea de cultura para que ésta deje de ser considerada en términos ornamentales o acumulativos y pase a visualizarse como la realización de determinados valores prioritarios, fundamentalmente, el intento por afirmar la justicia, el orden y la libertad en un orbe injusto, desordenado y opresivo. Se tiende aquí a encuadrar la universidad como una república de estudiantes, tanto en su sentido más restringido, centrando el proceso educativo en el alumno, como en una acepción más amplia que abarca a la comunidad electiva de maestros y discípulos regida por una mayoría efectiva y basada en la índole soberana de sus claustros.
Una universidad que además de conllevar el doble sello del universalismo y la particularidad, del diálogo de las culturas, de la unidad en la diversidad y la diversidad en la unidad contiene un germen solidarista continental. Si la universidad no resulta una casa vacía y si la ciencia deja de ser un organismo ciego, se trata de no instrumentar el conocimiento para minoritarios pero poderosos intereses, de abandonar la creencia de que las universidades latinoamericanas pueden hacer gala de apoliticismo y flotar como islas en un mar de injusticias. La defensa de la universidad como una institución abierta al campo popular ha sido reiterada por ulteriores vertientes reformistas.
Otros conceptos de similar tenor se cuelan entre los tantos millares de paginas escritas por el pensamiento reformista en nuestra América y cuya mayor parte han sido plasmadas con estudiantil ahínco. Un pensamiento soslayado hasta por los expositores de la historia intelectual que no están enfrentados con dicho ideario; al punto de que se haya querido presentar como una absoluta innovación del hemisferio norte la relevancia asignada a las ideas de generación y de cultura juvenil durante los años sesenta, cuando tales ideas habían sido enunciadas y articuladas en vísperas de nuestro movimiento reformista organizado ya casi un siglo atrás.
¿DE LA INSURGENCIA A LA DESMOVILIZACIÓN?
No cuesta advertir el antagonismo y la prolongada incompatibilidad estimativa entre el militarismo y el movimiento estudiantil que, desde sus inicios, ha desarrollado una fuerte campaña contra el espíritu guerrero. La nueva generación reformista se enfrentó con toda una plataforma patriotera a la cual le opuso la consigna de vivir y no de morir gloriosamente, de evitar el derramamiento de sangre juvenil salvo en defensa de legítimas posturas antidictatoriales, hasta inclinarse por una alternativa que prefiere un siglo de revolución a cuatro días de tiranía. Bajo esas premisas insurreccionales, podrá comprenderse en buena medida la trágica historia de nuestras naciones, teñida por la persecución, la cárcel, el exilio y el mismo exterminio físico que ha sufrido el estudiantado latinoamericano.
Las distintas manifestaciones del conservadurismo y del fascismo vernáculos intentaron destruir los avances reformistas, mediante crecientes avances del Estado sobre la autonomía y el cogobierno universitario, hasta desembocar en la desaparición de numerosos militantes estudiantiles que han protagonizado diversas puebladas bajo el espíritu insurgente de los sesenta, como motor esencial para el cambio, con fenómenos tales como la Revolución Cubana, el Mayo Francés y la apuesta por una liberación absoluta: desde el plano social y nacional hasta la vida sexual y la dimensión teológica. Se enfatizaba el compromiso que debía asumir la comunidad universitaria. Mientras la juventud europea expresaba su hastío por la sociedad opulenta y pugnaba por posicionarse mejor dentro del aparato universitario, en el Tercer Mundo los jóvenes se batían contra el subdesarrollo y la explotación. Con el retroceso capitalista y la generación de la protesta parecía que el crónico sueño de una humanidad unida ya estaba a punto de culminar.
Durante ese interregno, de ebullición utópica, florece la comunidad de los jóvenes. Más que a un desafío o a un huracán juvenil se creyó asistir a una auténtica Revolución Generacional que, a diferencia de todos los otros grandes cambios precedentes, poseía dimensiones multinacionales. En cuanto al significado puntual de los movimientos y las oleadas estudiantiles en el mundo, la cuestión alcanzó dimensiones ciclópeas, subrayándose la relevancia histórica del conflicto intergeneracional hasta elevárselo a una Ley Universal. Partiendo desde los inicios del siglo XIX, se abarcaba en esa portentosa generalización a universidades grandes y pequeñas, a activistas de diversas disciplinas, a países industrializados, tradicionales y en vías de desarrollo, a regímenes capitalistas, socialistas y tercermundistas. De Dakar a México y Santiago de Chile, de París a Berkeley, de Praga a Pekín, el estudiantado lo invade todo y predica el advenimiento de un mundo mejor. Esa época nos ha legado su espíritu de autonomía, resistencia a la opresión y reconocimiento de las diferencias.
El avance de la posmodernidad, que coincide temporalmente con el auge neoliberal y el tardo-capitalismo desde finales de los setenta, no ofrece en cambio demasiadas similitudes con la precedente tradición liberadora, de ascenso popular y movilización estudiantil que, en líneas generales, han emergido precisamente con mayor energía durante las grandes crisis del sistema en juego como ocurrió en las primeras décadas del siglo XX con la debacle del laisser-faire y el conservadurismo o después de la segunda contienda mundial con los procesos de descolonización y la Guerra Fría. Estoy refiriéndome a una sociedad sin valores universales ni proyecto histórico convocante ni vanguardias esclarecidas y con las nuevas generaciones atravesando caminos conformistas o proclives a la cultura de la excitación, el arribismo, el fetichismo y el espíritu posesivo de los ricos y famosos.
La llamada Revolución Conservadora de los años 80 y la caida del socialismo real trajeron aparejado un cambio de paradigma. Así como el nuevo capitalismo liberal ha pretendido instaurarse como la única concepción valedera y el único sistema viable tras el supuesto eclipse de otras ideologías y variantes sociales, también se ha ido erosionando la imagen predominantemente moderna de la juventud como pletórica de proyectos existenciales y enfrentada con los prejuicios y las ataduras. Dicho perfil innovador ha ido perdiendo terreno para dar paso a otro encuadre que muestra a los jóvenes transitando por el camino del disvalor, donde se yuxtaponen la indiferencia o la desesperanza, con la intolerancia y la trivialidad. Entre los motivos que suelen atribuírsele a ese quiebre fisonómico se encuentran instancias que oscilan desde una atmósfera posmoderna que cancela las grandes metas y cosmovisiones hasta la cultura de lo volátil, la sobrestimulación, el videoclip, el zapping y la fast-food. En la era de la competencia irrestricta y las satisfacciones privadas, de tantos íconos deportivos y farandulescos, el intelectual mediático sucede al pensador comprometido con las reivindicaciones más ecuánimes, mientras los adultos sumidos en el vacío o la incertidumbre carecen de ideas humanitarias relevantes para trasmitir a los adolescentes, las universidades se limitan a operar como meros centros expendedores de títulos y la ciudadanía abandona el ejercicio político para cederlo a sus mandatarios.
Concomitantemente se ha hablado de una juventud desmovilizada, indiferente a los signos políticos, hundida en la incredulidad y carente de liderazgos, modelos alternativos u organizaciones contenedoras; que cultiva la imagen y el sonido de manera escapista o como ultima ratio; de un conjunto generacional que actúa sin universo propio, más como factor de continuismo social que de cambio o transformación tanto en la producción material de bienes y servicios como en la reproducción de los procesos simbólicos, valorativos e ideológicos. Jóvenes entre cínicos y desfachatados, apáticos o zombies, que parecen restos de un naufragio colosal. En suma, una juventud mucho más pasiva que rebelde, incapaz de evitar la fragmentación social y la dejadez generalizada, que ha enterrado a Benedetti y al Che y se aleja por completo de extendidos símiles como los de José Ingenieros o Salvador Allende cuando establecían una correspondencia biunívoca entre el ser joven y las izquierdas o la revolución.
No obstante, el protagonismo juvenil, puede ser rescatado también desde una línea posmoderna afirmativa que ha contribuido a reinstalar las cuestiones etarias junto a las del sexo, de lo étnico o la preservación de la naturaleza, a formas inusuales de hacer política y alentar la resistencia a través de las diversas agrupaciones civiles emergentes, aunque no pueda asignársele a dichas organizaciones más que un alcance bien acotado que no llega a vulnerar en principio al sistema como tal. De cualquier manera, la propia juventud no ha dejado de dar muestras de una presencia activa y renovada. La misma reserva formal de evitar las generalizaciones conceptuales cuando nos referimos a los jóvenes para evitar las posturas retóricas o líricas sirve también para comprobar cómo muchos de ellos escapan al cliché de la imperturbabilidad posmoderna y siguen en cambio saliendo como siempre a la calle para desfacer entuertos.
Incluso a partir de los años ochenta y la consiguiente restauración conservadora, pueden registrarse distintas exteriorizaciones en muchos lugares con nutrida y relevante presencia adolescente-juvenil. Entre tantas ejemplificaciones, dentro de América Latina el triunfo del Frente Sandinista de Liberación en Nicaragua, la creación del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional en la República del Salvador, el surgimiento del Frente Patriótico Manuel Rodríguez con su guerrilla urbana pugnando en Chile contra el régimen pinochetista; las movilizaciones ante la corrupción en el Brasil de Collor de Melo, en la Venezuela de Carlos Andrés Pérez y el Perú de Fujimori, o ante la asonada golpista de Lino Oviedo en Paraguay, a las políticas de ajuste estructural en Ecuador y otros países de la región, ante el estado de sitio en Bolivia y ante el incremento arancelario en la UNAM y ante proyectos pedagógicos tecnocráticos en Uruguay, Argentina o Costa Rica. Regímenes comunistas como el de China, Rumania y Albania fueron sacudidos por los levantamientos estudiantiles cuya importancia también se ha constatado en la Serbia de Milosevic, en la Intifada palestina frente a la ocupación israelí, en Indonesia para derrocar la prolongada tiranía de Suharto o en Birmania contra una cruenta junta militar. En el mismo Primer Mundo (Estados Unidos, Canadá, Europa, Australia y Japón) tampoco han declinado el activismo y la contestación juvenil para combatir el neoliberalismo y la globalización, a través de numerosas marchas y manifestaciones que, desde Seattle en 1999, han desafiado a los grandes centros crediticios y a verdaderos colosos planetarios con originales estrategias operativas.
En América Latina se ha renovado a su vez la tónica combativa del movimiento estudiantil que lejos de haberse dejado llevar por las promesas de bienaventuranza lanzadas por la Revolución Conservadora, le ha salido al cruce a la misma y a sus políticas de ajuste estructural. Tras el triunfo de los alumnos paristas en México, al frenar el arancelamiento de la UNAM, ha tenido lugar una serie de episodios que revelan la presencia multitudinaria activa de nuestro estudiantado: ocupación de universidades por los recortes presupuestarios oficiales (Argentina), demandas por el pase libre escolar en los transportes (Brasil, Chile, Paraguay), rechazo a la intromisión policial universitaria (Venezuela), al asesinato de alumnos (Colombia) y a la privatización de la enseñanza oficial (Bolivia, Costa Rica), ampliación del cupo de ingreso (El Salvador), pago de salarios adeudados a los docentes y denuncia a la Cumbre de las Américas y al ALCA (República Dominicana y Perú), cese de las maniobras y ensayos militares de Estados Unidos en Puerto Rico, rebaja de las tarifas eléctricas y telefónicas (Panamá) y más en general extendidas acciones para paliar la crisis económica y los índices de desempleo. Tales acciones han sido llevadas a cabo únicamente por estudiantes o en operativos conjuntos con otros actores sociales y organizaciones populares (obreros, campesinos, desocupados, indígenas, activistas por los derechos humanos, comerciantes, etc.). La misma universidad en tanto institución ha abandonado su ya larga pasividad para pronunciarse ante los problemas mundanos y adoptar una postura más frontal, como la declaración pública que llegó a efectuar el Consejo Interuniversitario Nacional de la Argentina, entre cuyos enunciados figuran:
Que es preciso invertir las prioridades: la sociedad nacional y la justicia social deben estar por encima de los intereses del sector financiero o los monopolios internacionales o nacionales.
Que la Argentina no podrá salir definitivamente del círculo recesivo en que ha caído si no se reactiva la economía con una redistribución del ingreso desde las minorías que más tienen hacia abajo, en lugar de extraer más recursos de los sectores medios y bajos [...]
Que el derecho de la Nación a desarrollarse debe prevalecer por sobre el derecho de los acreedores a cobrar en sus términos una deuda gestada a espaldas de las mayorías [...]
Nos comprometemos a contribuir a [...] defender internacionalmente el derecho de nuestro pueblo a mantener su cohesión social y su entidad como Nación, y a luchar por la democracia efectiva para que esta presión externa e interna que nos tiene paralizados se afloje.
En rasgos generales, todavía puede trazarse un abismo entre el sistema educativo excluyente, pasivo, disciplinario y la cultura juvenil, propensa a expresiones alternativas como las que trasuntan los grafitti y las canciones rockeras frente al establishment y la autoridad. Según ha señalado Fernando Ainsa para experiencias como la instrumentación de espacios de autogestión caso de los okupas en España, Italia y el Cono Sur o los squatters ingleses, alemanes y holandeses, estamos ante un tipo de utopía realmente vivida, a fidedignos testimonios donde cabe aplicar por antonomasia un apotegma antropológico reacuñado por Julia Kristeva: me rebelo, luego apostamos por ser. Una tónica similar aparece en otras modalidades como el Movimiento de Jóvenes contra la Intolerancia, en el cual un millón de muchachos hispanos bregan por una Europa solidaria, mestiza y pluricultural, tomando distancia de otros congéneres racistas y pasotas que, a la voz de emigrantes, maleantes, agreden a quienes persiguen mejores estándares de vida desde un Tercer Mundo largamente postergado por intereses non sanctos.
En consecuencia, no corresponde inferir ninguna retracción hacia los problemas sociales ni apatía o animadversión juvenil hacia la política como suele imputarse sino a una manera de llevar ésta a cabo que discrimina y deja inerme a la misma juventud y a numerosos sectores étnicos, civiles y de género que tampoco cesan de resistirse frente a la expansión capitalista y a la cultura del shopping y lo efímero, bajo supuestos tales como el de globalizar la justicia, las ganancias y los derechos humanos. Asimismo dichos sectores cuestionan la pseudouniversalidad de un nuevo ordenamiento que deriva del mercado, sus entidades representativas y las corporaciones mundiales.
A pesar del atentado al corazón de los Estados Unidos, de la primera guerra de la mundialización, de la tendencia a criminalizar a los movimientos civiles y de juzgar a las protestas contra la globalización financiera como subversivas y terroristas, no se ha apagado la luz del disenso que portan las juventudes idealistas. Si bien el rol de la juventud en esta clase de movimientos reacios a la concentración de poder difiere del de la muchachada que combatía en las calles de París, en el Cordobazo o contra la guerra de Vietnam, la juventud no ha dejado de liderar las movilizaciones ante un mundo como el presente donde todo se remata.
En el Foro Social Mundial de Porto Alegre, al que asisten muchos miles de jóvenes acampantes, se lanzó un proyecto para organizar las luchas globales de resistencia anticapitalista sin que las mismas se agoten meramente en las calles; el movimiento estudiantil se planteó allí como fuertemente internacionalista y democrático desde sus orígenes mientras se sostuvo que la juventud enfrenta viejos y nuevos desafíos, como uno de los sectores más atacados por el neoliberalismo, siempre el primer blanco de las ideologías del consumo, de la competencia individualista, de la modernización tecnológica, de la mercantilización de la cultura [...] y son todavía los jóvenes aquellos premiados en luchar en los frentes militares en nombre de los intereses de la clase dominante. Ese foro social, al que confluyen personas y agrupaciones de todos los rincones del planeta, representa un fuerte mentís a quienes, desde posiciones de presunta vanguardia, repudian la puja contra la globalización por considerarla una manifestación típicamente nordatlántica y ajena a las demandas del Tercer Mundo, como sumatoria de intereses contrapuestos piloteada por una juventud banal e incapaz de alentar grandes cambios.
UN APORTE VALEDERO
Si deseamos recuperar la óptica estudiantil sobre el mundo histórico deberíamos problematizar algunos rasgos conceptuales que remarcan el carácter innatamente progresista de la juventud así como el esencialismo que absolutiza el valor propio de la mocedad o las distintas categorías estereotípicas aplicadas en modo irreversible a esa etapa de la existencia humana. Así deberemos relativizar el papel mesiánico, redentor o sacrificial atribuido a los jóvenes; relativizar su mentalidad sectárea e intolerante; su talante apático y egocéntrico; relativizar su actitud evasiva y superflua o su escepticismo derrotista.
De tal manera, nos situamos en un miraje más auténtico para conectar el ideario y la praxis del estudiantado hasta identifcar legítimamente a las tradiciones juveniles en lucha bajo la común denominación de la rebelión de los dependientes; rebelión que para expertos como Eric Erikson incluía a su vez a las mujeres y a la población de los países periféricos.
Más allá de que con mayor o menor frecuencia se observe a los universitarios en las primeras filas para reclamar por un orbe más habitable, la misma juventud ha jugado un rol clave en los cambios socioculturales afirmando el valor de los principios y la rectitud de procedimientos como motivaciones capaces de superar los condicionamientos sociales y materiales. Tal impronta transformadora se insinúa al menos desde comienzos del siglo XX en Latinoamérica y desde la segunda mitad de esa centuria en Estados Unidos y Europa, sin ignorar que muchos jóvenes impulsaron diferentes movimientos revolucionarios e independentistas desde épocas anteriores en el viejo y el nuevo mundo. A ese empeño en instalar condiciones humanitarias se añade hoy otra pugna juvenil: la de suplir una abrumadora falta de horizonte laboral.
Entre las concepciones rescatables, corresponde hacer hincapié sintéticamente en aquella cosmovisión que ha acompañado al movimiento reformista en nuestra América. Primordialmente, se trata de una cultura de la resistencia contra el subdesarrollo y la marginación, las dictaduras y un conjunto de tendencias retrógradas (antidemocráticas, autoritarias, excluyentes): neocolonialismo, chovinismo, latifundismo, etnocentrismo. La Reforma Universitaria ha alentado precozmente el reconocimiento de la alteridad, la integración regional y la ciudadanía iberoamericana, la comunidad universal y las relaciones internacionales como vínculos entre pueblos sojuzgados, la unidad obrero-indígena-estudiantil, las redes solidarias intra y extracontinentales para neutralizar la despiadada brega por la supervivencia.
Uno de los mayores logros teóricos en dicha perspectiva consiste en la misma idea de universidad y en los pilares ya señalados que la sustentan: autonomía, cogobierno, libertad y periodicidad de cátedra, enseñanza laica y gratuita, ingreso irrestricto, pluralismo doctrinario y excelencia académica, centralidad del educando, extensión comunitaria. Mucho antes de los sesenta, gracias a la Reforma ya se había hecho carne la participación oficial de los jóvenes en nuestra educación superior, mientras que en la letrada Europa recién medio siglo más tarde empieza a admitirse la consulta institucional a los estudiantes que, después de la II Guerra Mundial, venían bregando por ello y por otros principios lanzados entre nosotros hacia 1918 como la búsqueda prioritaria de solución para los grandes malestares sociales.
Todas las finalidades básicas que la UNESCO postula sustenta hoy como metas para la universidad fueron adelantadas por el movimiento reformista latinoamericano a través de un aluvión de escritos redactados por nuestras juventudes idealistas en medio de vigilias, persecución, cárcel, exterminio y desapariciones. Estamos aludiendo a los siguientes objetivos institucionales propugnados por aquél máximo organismo rector, tanto para el área intrínsecamente académica como para su costado comunitario: elaborar conocimientos nuevos (investigación creativa), formación de personal altamente calificado (enseñanza y comunicación), prestación de servicios a la sociedad (alcance civil) y función ética (crítica social).
El movimiento estudiantil se ha perfilado como el sector más antagónico al militarismo y al derramamiento de sangre salvo en defensa de causas muy nobles. De allí que en América Latina la juventud no resulta sólo asociada con el simple tránsito de una edad a otra sino con todas aquellas personas que pelean contra la injusticia y en favor de los desposeídos. Se trata de una plataforma militante en la cual se recrean nuevos sujetos, utopías y variantes identitarias, donde se plasma una cultura endógena menos permeable a las hegemonías transnacionales, con una profunda democratización de la existencia junto al postulado humanista de la unidad en la diferencia. De allí mi propuesta para valerse de un espectro socio-ideológico como el que contiene tales vertientes juveniles frente a la subestimación de las peculiaridades culturales por parte de la globalización o la mundialización neoliberal.
Una de las acechanzas principales que se ciernen sobre la tradición reformista se halla en las universidades-enseñaderos, cementerios de conciencia al servicio de los grupos más privilegiados, de la libre empresa o el confesionalismo. Hasta la universidad pública se ha ido plegando a los centros crediticios transnacionales, en detrimento de su propia autonomía y de la orientación recomendada por los más altos organismos en materia educativa. La universidad inficionada por el neoliberalismo responde a una lógica mercantil que coopta intelectuales, forma una casta profesoral y directiva lindante con la corrupción, margina estudiantes, explota a la mayoría de los docentes y administrativos. Se crea una atmósfera institucional anestesiante que genera conocimientos para elegidos, donde imperan normativas favoritistas, procedimientos sinuosos y una máxima por excelencia: hago lobby, luego existo.
Sin embargo, son justamente las nuevas generaciones, privadas de ideales y de porvenir por la modernización conservadora, quienes siguen batallando por las reivindicaciones sociales y por visiones humanistas, como las de la Reforma Universitaria, que han permitido concebir un mundo para todos pese al repliegue de muchos elencos supuestamente avanzados. Generaciones que asumen así el perentorio desafío multisectorial de rescribir nuestra memoria popular y reactualizar indeclinables proyectos para mejorar la realidad hoy abandonados por un manejo que no ha trepidado en restaurar los más caducos planteamientos y modus operandi capitalistas. Se trata entonces de complementar el aporte de los movimientos civiles excluyentemente revalidados por la posmodernidad con un rescate crítico de los grandes objetivos igualitaristas cuya efectivización sigue siendo una asignatura pendiente, contrarrestada por quienes desde el unicato doctrinario pretenden acabar con las utopías y con el pensamiento alternativo, en un ámbito tan distante del realismo político como la cultura latinoamericana y una de sus expresiones más connotadas: la plataforma estudiantil reformista.
Sin lugar a dudas este libro ... se inscribe en una perspectiva conceptual ...que exige como punto de partida la especificación del lugar desde el cual se habla Nos introduce de este modo en las múltiples dimensiones que atraviesan todas sus escrituras: la ética, por la decisión del hablante de hacerse cargo de su discurso; la estética, que reconoce la importancia del contenido de la forma y de los vínculos específicos que ésta crea; y política, porque pretende un lugar en el entramado relacional contemporáneo .
En este sentido, Transformaciones sociopolíticas recientes en América Latina, presentado por el filósofo venezolano Álvaro B. Márquez-Fernández y prologado por el politólogo mexicano Robinson Salazar, se ofrece a la comunidad intelectual y a la sociedad en general, como la consecución de una serie de trabajos encaminados a interpretar la realidad de los distintos países que compartimos este mosaico cultural que compone Latinoamérica, retomando planteamientos locales e insertándolos a un análisis de la región. En esta empresa, acuden distintos invitados de igualmente distintos puntos del continente, atendiendo a un debate por la construcción de referentes analíticos que permitan vincular el entorno sociopolítico con las directrices económicas trazadas por la lógica del capital.