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Utopìa y Praxis Latinoamericana

versión impresa ISSN 1315-5216

Utopìa y Praxis Latinoamericana v.12 n.39 Maracaibo dic. 2007

 

Gianni Vattimo, el último comunista 

Gianni Vattimo, the Last Communist 

Daniel MARIANO LEIRO 

Facultad de Filosofía, Universidad de Buenos Aires, Argentina. 

RESUMEN 

Este trabajo tiene la intención de presentar algunas de las ideas del libro Ecce Comu de Gianni Vattimo. Lo que muchos han visto como una radicalización hacia la izquierda en la reflexión ético-política del pensador italiano de los últimos años, no es sino un discurso que busca desenvolver en una situación de crisis como la presente, las consecuencias del estrecho vínculo entre filosofía, política y religión que ya en los 50, representaba para Vattimo la principal de sus preocupaciones. Finalmente, se reconstruyen las razones por las que una filosofía posmetafísica podría justificar la idea según la cual el redescubrimiento de un comunismo liberado del dogma de la objetividad y el desarrollo, sería la mejor alternativa para oponer al capitalismo en las actuales condiciones de la tardo-modernidad.

Palabras clave: Capitalismo, comunismo, emancipación, metafísica. 

ABSTRACT 

This paper presents some of the ideas from Gianni Vattimo’s book, Ecce Comu. What many people have viewed as a radicalization toward the left in the ethical-political reflection of this Italian thinker is not only a discourse that seeks to develop in a crisis situation like the present, the consequences of the close ties among philosophy, politics and religion, which in the 50s, represented Vattimo’s primary concern. Finally, reasons are reconstructed by means of which a post-metaphysical philosophy could justify the idea according to which rediscovery of a communism liberated from the dogma of objectivity and development might be the best alternative for opposing capitalism in the current conditions of late modernity.

Key words: Capitalism, communism, emancipation, metaphysics. 

Recibido: 13-05-2007  ·  Aceptado: 04-09-2007 

A Bernardo Hughes, P.P., 

ejemplo de caridad cristiana 

Entonces les presento aquí una tesis que se puede resumir del siguiente modo: no puede existir un comunismo libertario, “soviético”, sin nihilismo y sin rechazo de la metafísica.

                                                 Gianni Vattimo 

Cuando a comienzos de los años ochenta, Gianni Vattimo decidió, junto al grupo de pensadores que le seguían, acuñar la expresión pensamiento débil1 para designar su propuesta de filosofía teórica, seguramente jamás imaginó el destino de incomprensión que le aguardaba. En efecto, ese ensayo de una propuesta teórica que conoció formalmente su primera expresión programática en el volumen colectivo del mismo nombre, no tardaría en ser señalado por sus críticos como uno de los últimos productos ideológicos del capitalismo tardío que venía a sumarse al canto de sirenas con el que se intentaba en nuestros días persuadir a las almas disconformes a vivir en un mundo competitivo, resignando la capacidad negadora del pensamiento. 

El último libro del filósofo italiano, Ecce Comu que ha publicado la editorial Ciencias Sociales de Cuba y cuenta ya con una primera versión italiana, desmiente ese juicio apresurado, acentuando de un modo intempestivo la crítica de izquierdas en un momento donde el retroceso de las fuerzas progresistas en el mundo desarrollado, ha hecho perder a la izquierda democrática los rasgos de su identidad hasta el extremo de lo irreconocible, en un esfuerzo por cuidar la moderación frente a las exigencias del nuevo ordenamiento económico que, bajo la tutela de los EEUU, impera a escala planetaria2. Pero la radicalización de la crítica en la hermenéutica de Vattimo no debe entenderse –al menos así lo ha querido subrayar el propio filósofo italiano– como un vuelco “ ético-político” dado a su pensamiento, después de constatar el exceso de afirmación en la que, repitiendo los defectos de la figura nietzscheana del asno, parecía desembocar la aporética situación del antifundacionalismo y su amistosa mirada al mundo de las apariencias, que se derivaba del descubrimiento de que no hay hechos, sino más bien interpretaciones. Sin embargo, lejos de ser un “giro” como a menudo se suele sostener, la acentuación de la crítica en un mundo que se ha endurecido en su horizonte reaccionario, pretende responder fielmente a una motivación original –fundamentalmente práctica– que había inspirado el comienzo de la reflexión del pensador italiano. Dicha motivación como, sin duda, lo sugiere el título provocador de la obra que comentamos, Ecce Comu, tampoco puede desligarse por completo –y pese a todas las dificultades que ello comporta–, de un interés muy en boga en el pensamiento crítico de los años 60 que impulsaba a buscar una síntesis del espíritu más contestatario de Nietzsche y Marx. El título algo hermético del libro empieza a aclararse cuando se advierte su procedencia marcada por el sabor amargo de una experiencia política partidaria en cierto modo frustrada, la del breve período de Vattimo como eurodiputado en las filas de los demócratas de izquierda dentro del grupo de los socialistas europeos. Se trata, en todo caso, de un episodio en una vida política dilatada que transcurrió en su mayor parte alejada de la contienda de los partidos, pero que se ha visto signada por un compromiso “católico-comunista” al cual Vattimo nunca ha querido renunciar desde la edad adulta. Así, se entiende que este testimonio del paso del filósofo de Turín por la arena política pueda comprenderse como un intento de explicación que, parodiando en cierto modo a Nietzsche con “un poco de ironía libre y goliardezca”, relata las peripecias de un intelectual europeo (y más precisamente católico e italiano) para llegar a ser lo que se es en política. 

Pero para seguir el hilo conductor de su desarrollo conviene no perder de vista los apuntes que anteceden a los primeros trabajos del libro, en los que Vattimo revisa sus intervenciones en distintos ámbitos públicos y medios de prensa, dando muestra de un pensamiento vivo, constantemente sometido a autocrítica que se esfuerza por responde a los envíos del Ser. Allí el pensador italiano aprovecha la ocasión para reconstruir con la perspectiva más amplia que puede ofrecer la distancia, el itinerario de su “larga marcha por las oposiciones” que, comenzó setenta años después de la partida de Mao en aquel célebre periplo por su país natal, dibujando una suerte de “autobiografía” política que acabará con el redescubrimiento de la actualidad del comunismo. 

El socialismo, según Vattimo, revela toda su actualidad al presentarse también como un momento de la historia del debilitamiento del ser. Así, la verdad del comunismo se manifiesta en la época del ocaso del ser metafísico como el darse del objeto en la perenteoriedad de la presencia, como una forma de antinaturalismo radical que coincide con la herencia secularizada del mensaje cristiano. El socialismo acompaña ese proceso de liberación de la objetividad del ser verdadero en que consiste el nihilismo con la progresiva disolución de los presupuestos ideológicos que permitían justificar la desigualdad natural. Esa pues había sido la forma con la que el pensamiento de derecha ha pretendido fundar el mito del progreso para el cual las desigualdades con las que los hombres vienen al mundo se vuelven beneficiosas y hasta necesarias, pues motorizan la competencia, impulsando el desarrollo. Sin embargo, con la culminación de la metafísica se han desplomado las máscaras ideológicas que mantenía calmados el espíritu de los pobres y dejaba tranquilas a las conciencias de los explotadores. 

Después de algunas décadas de globalización y predominio neoliberal que ha conseguido imponer en el mundo entero un régimen de competencia económica ilimitada, las promesas de un mayor progreso para todos se han esfumado, y ni siquiera en la capital del imperio mundial, los Estados Unidos de Norteamérica, esas buenas expectativas han podido cumplirse allí donde fácilmente se advierte que la brecha entre ricos y pobres, lejos de disminuir como se pensaba, ha aumentado. Algunas consecuencias de ese desolador panorama se revelan en la marginación de la mayoría de la humanidad a la utilización de los recursos del planeta que sólo puede imponerse a la fuerza, si la sociedad opulenta acepta el alto costo – también en términos económicos para quienes intentan llevarlo a cabo– de convertirse en una fortaleza militarizada para mantener su actual ritmo de consumo. Pero difícilmente esos privilegios que el mundo desarrollado puede todavía disfrutar vayan a conservarse por demasiado tiempo, no sólo porque siempre está latente la posibilidad de que los oprimidos por la violencia intolerable del sistema deseen algún día liberarse del yugo que pesa sobre ellos, sino también porque la propia explotación irracional de los recursos naturales a la que ha dado rienda suelta la ideología del progreso, torna más incierto el futuro de la especie humana sobre la tierra. 

Es posible que el orden vigente pueda solamente sobrevivir al precio de adoptar como un estado normal la “guerra infinit” que quizás ya ha comenzado, señalando un síntoma de enfermedad del capitalismo tardío. Una enfermedad que, según anticipa el oscuro pronóstico del Pentágono Norteamericano, no parece augurar más que una época plagada de conflictos, de la que nadie a ciencia cierta se atrevería a anticipar cuando acabarán, y si es que algún día acabarán. Conflictos en los que lo que estará en juego ya no será la apropiación del petróleo como hasta el momento (tampoco parece que la búsqueda de una fuente alternativa de energía podría mejorar la situación de persistir el mismo régimen de propiedad que hoy impide, por ejemplo, la llegada de medicamentos a millones de africanos que dependen de ellos para continuar viviendo), sino la disputa de un recurso agotable, las reservas del agua pura y aire respirable en el planeta. 

Pero el recurso a una metafísica naturalista no sólo es un patrimonio exclusivo del modo de justificación del imperialismo norteamericano que necesita cubrirse de razones “absolutas” para legitimar la extensión de su proyecto disciplinario de una sociedad de control al mundo entero. 

La metafísica objetivista que puede verificarse también en las pretensiones cientificistas de la tradición soviética, nunca ha sido suficientemente criticada por el marxismo, y si quizás no alcanza a explicar todos los excesos del socialismo real, puede ayudarnos a entender buena parte de sus “desviaciones” autoritarias que terminaron por precipitar en el fracaso a las esperanzas de libertad del comunismo. “Si la clase obrera –escribe Vattimo– es legitimada para hacer la revolución porque, al no tener intereses que defender, posee un acceso más auténtico al Gattungswesen y, por tanto, a la verdad de la historia, sus vanguardias (el proletariado trascendental diferente al proletariado “empírico”: es decir, las burocracias del partido) tendrán el derecho así como el deber, de imponer a todos la verdad que poseen de un manera privilegiada”3. 

A pesar de sus buenas intenciones de realizar la promesa del kantiano reino de los fines que ordena nunca rebajar la dignidad humana a la condición de un simple medio instrumental, la figura del hombre desalienado de Marx se encuentra todavía grávida de la violencia del fundamento metafísico que se presenta como una incontestable figura de autoridad más allá de la cual no se puede ir. 

Sólo un socialismo que ha conseguido abandonar la metafísica objetivista puede encarnar coherentemente la promesa revolucionaria que aspira a que lo dado no sea la última palabra, abriéndose a la posibilidad de la creación de acuerdos en una discusión libre sobre bases convencionales que pueden ser siempre revisadas, pero que comprometen acaso mucho más que cualquier forzada invocación de supuestos principios “eternos”. 

Así se puede entender que el peso de la filosofía haya sido siempre más determinante para la izquierda que para la derecha ligada a posiciones de sentido común, para las cuales lo que se da en la “realidad” nunca representa un serio inconveniente. En efecto, en tanto crítica del orden político existente –y esto podría ser tal vez un primer intento más bien provisional de caracterizar su significado–, la izquierda se ve envuelta en la necesidad de justificar teóricamente la intuición fundamental que lleva a afirmar el pensamiento de que nunca la pura efectividad podría ser la última palabra. 

De allí no es difícil extraer como conclusión la idea de que la negación del status quo no está demasiado alejada del rechazo que inspira a la hermenéutica de Vattimo y que encuentra finalmente su expresión en una negación motivada en razones de carácter ético-político de las consecuencias que se derivan del tipo de concepción que Heidegger llamaba metafísica, en tanto pensamiento que tiende a identificar el ser verdadero con los entes y, en última instancia, con la objetividad manipulable de la ciencia-técnica moderna. Ese pensamiento que conduce al decir de Adorno a la constitución de un “mundo administrado” por el sistema de la organización científico total, con la consiguiente pérdida de libertad y proyectualidad del individuo, no puede ser negado más que en base a las razones ético-políticas que llevan a rechazar la violencia, en suma, las mismas razones por las que no se podría querer que la pura efectividad llegara a convertirse en la palabra definitiva. Pero lo real –escribe Vattimo– como se ve a través de los resultados éticos y sociales de todos los realismos filosóficos, es sólo el orden existente de los vencedores (así los denomina Benjamin en su Ensayo sobre filosofía de la historia) consideran racional y desean conservar”4. En tal sentido, el pensador de Turín propone –siguiendo las enseñanzas de Ser y Tiempo de Heidegger y las del Bloch de El Principio esperanza– una posibilidad de interpretar el misticismo que se ha atribuido al filósofo de la selva negra en la tarea de pensar “lo no dicho" (en definitiva por el poder), lo impensado de la historia del ser como un llamado a recordar a los vencidos que esperan todavía una redención5

Ahora bien, las democracias formales que concretizan al capitalismo en el plano institucional, manteniendo una distancia cada vez más marcada con las bases sociales, han probado ser totalmente incapaces de acercarse al ideal de una transformación en algún sentido deseable, más aún cuando la sociedad industrial avanzada disfruta de una cómoda “paz” en la etapa pos-fordista del sistema capitalista, sin los sobresaltos de una clase revolucionaria que pueda amenazarla. En efecto, “el mundo industrializado – afirma el filósofo italiano- desarrolla en los ciudadanos un espíritu pequeño-burgués que privilegia sobre todo la seguridad: por tanto, socialismo como welfare, tranquilidad social”6. Asimismo ni la competencia de una China armada en disputa de los recursos naturales, ni tampoco la violencia terrorista de grupos de islámicos fanáticos podrían ser un incentivo adecuado para movilizar al Occidente rico en un sentido constructivo. Tampoco la propuesta de una vía reformista de pensadores de izquierda bien intencionados como Unger de la School of Law de Harvard que vuelve a proponer –en un momento donde el estallido de crisis agudas del sistema ya no parece estar en un horizonte cercano–, el mismo desafío que Schiller se planteaba en Cartas sobre la educación estética de transformar con “pasos cortos ” al Estado sin llegar a detener completamente la maquinaria, logrará trasponer el umbral de la compatibilidad con el sistema, por más que una alternativa moderada de este tipo pueda ser preferible a la de sus adversarios conservadores y de derecha7

En un contexto tan poco alentador, parecería que solamente cabría esperar como anhelaba la poseía de Cavafis y en cierto modo también Nietzsche, la llegada de “nuevos bárbaros”. Sólo que en las actuales condiciones esos bárbaros en cuyo arribo el pensador de Turín quisiera confiar –aunque en verdad sin hacerse demasiadas expectativas de sus posibilidades de transponer la casi inexpugnable fortaleza que la sociedad industrial avanzada ha levantado para su defensa–, vendrán de los países del “Tercer Mundo”, de América Latina, y quizás con más urgencia todavía del África sometida a condiciones infrahumanas, para que el mundo desarrollado que consume la mayor parte de los recursos del planeta, pueda despertar de la macabra pesadilla de destrucción en la que ha entrado. Sin embargo, Vattimo no tiene intención de llevar a cabo el mismo tipo de delegación que se ha visto en otros intelectuales de izquierda como Herbert Marcuse, pues no cree que sea posible que las justas demandas de los oprimidos del Tercer Mundo puedan hacerse oír como un factor de presión lo suficientemente potente para obligar al mundo desarrollado a una dura reestructuración de sus hábitos de consumo. Sin duda, una demanda cohesionada de los condenados de la tierra en este sentido, podría ayudar a impulsar el proceso, pero es claro que si existe todavía alguna esperanza de que el capitalismo pueda transformarse, seguro es que esa posibilidad no sobrevendrá sin un cambio al interior del propio sistema, la sociedad opulenta, que deberá experimentar una profunda transformación de actitud y de mentalidad, como si se tratara de un enfermo en riesgo que decide dejar atrás sus viejos hábitos asediado por el temor a la muerte. Si no existe ninguna garantía acerca de que ese momento llegará cuando ya no pueda ocultarse más el destino de destrucción hacia el cual la humanidad parece fatalmente encaminada, cabe al menos suponer que quizás podría sobrevenir cuando la propia sociedad opulenta descubra lo intolerable que se volvería la vida en una fortaleza militarizada. Pero es difícil pensar que el shock de renovación que las sociedades liberales necesitan pueda acontecer por una vía revolucionaria, entendida en términos tradicionales de la toma violenta del palacio de Invierno. 

La razón de ello no simplemente hay que buscarla en un principista rechazo de la violencia como podría implicar un cambio tan drástico como una revolución, sino también en un cálculo de la relación de fuerzas en el mundo contemporáneo, que hace que sea muy difícil sino imposible pensar en una victoria de los oprimidos por medios violentos. Lo que parece más seguro es que, aunque los explotados son siempre muchos más en número, ese momento no llegará sin un baño de sangre siempre injustificado, como el que podría dejar en evidencia un sacrificio demasiado elevado en vidas humanas. En cambio, si sucede lo que más razonable parece ser y la rebelión resultara aplacada, lo más seguro es que la situación sería aprovechada por los poderosos que encontrarían así la ocasión de imponer una disciplina más férrea que antes. 

Por eso, siempre será necesario inventar formas de subversión menos violenta con la que, no obstante, se pueda introducir obstáculos al funcionamiento de la democracia formal, imaginando continuamente la posibilidad de nuevos focos de conflicto con el poder central que, según piensa Vattimo, podrían llegar a ser también eficaces, “empezando por el boicot de mercancías impuestas por la pompa mediática”8

Pero ninguno de esos legítimos actos de subversión civil podrían ser admitidos, si se debe renunciar a algunos de los valores básicos de la democracia liberal, como el derecho a decidir por uno mismo sin dejarse encandilar por los encantamientos de la voluntad de la mayoría. 

Como es fácil suponer la revuelta que, según la esperanza de Vattimo, debería sacar “a Europa de la decadencia y el nihilismo reactivo”9, no podrá ser ya la del viejo proletariado mundial que Marx había preconizado, sino la reacción por la supervivencia de una masa heterogénea y anárquica que se parece más a lo que Negri identifica con el término multitud, aunque despojada de ese aura mística, mesiánica que el autor de Imperio le atribuye10. Una masa que no ha pasado por la dura formación de la conciencia de clase, pero que, por sufrirlo en carne propia, alcanza a percibir el desastre hacia el cual el planeta se encamina. Una masa que no porta ya sobre sus espaldas la pesada certeza de un proyecto pensado y elaborado por una élite iluminada que pretende basar la verdad de su incuestionable posición en un conocimiento objetivo de lo real11

Un comunismo anárquico y sui generis así definido conseguiría tal vez liberarse de algunos de los rasgos autoritarios que caracterizaron al modelo soviético y contribuyeron a precipitar su caída. 

En el mundo desarrollado es probable que los nuevos pobres en condiciones de tomar partido en la rebelión de esa masa heterogénea y un poco anárquica que Vattimo desea que algún día pueda llegar a cristalizar, no serán sólo aquellos que, por haber sido expulsados del mundo del trabajo y del consumo, ya no encuentran ninguna esperanza dentro del sistema. Puede suceder también que la nueva pobreza que incite a la rebelión en la sociedad opulenta, termine siendo la de una mayoría desposeída de la propiedad de los medios de información y del control de las tecnologías, que hoy ha hecho que se volviera realidad el ejercicio de una vigilancia electrónica universal sobre los individuos, con la excusa o la razón de una amenaza terrorista. Pero si bien es cierto que una reacción de este tipo está por el momento lejos de ser inminente en las actuales condiciones del capitalismo tardío, en la medida en que las masas tienden a no cuestionar la reducción de las libertades individuales, con tal de no perder los privilegios que el mundo desarrollado puede todavía asegurar; tal vez se pueda imaginar un futuro menos complaciente, en el que el malestar que genera un estado de control oninvasivo, se convierta en una de las consecuencias no deseadas de la revolución informática-informativa que se está apenas creando y quizás –retomando la celebre metáfora del Manifiesto Comunista– podría llegar a crear también a sus propios sepultureros. 

En la formación de ese nuevo proletariado mundial, el Internet tendría una función importante que desempeñar12. No por gusto este medio tecnológico es habitualmente considerado un icono característico, quizás el producto más representativo del actual estado de globalización impulsada por los Estados Unidos. Pero usada con inteligencia, la red de redes, verdadero farmakon –mezcla de veneno y medio de emancipación–, podría también llegar a circular como un valioso instrumento en contra del sistema como lo ilustra el hecho de que a través de ella, diversas expresiones de la resistencia hayan comenzado a tomar forma en distintas partes del planeta, como el ejemplo de los movimientos pacifistas y de oposición a la última guerra en Irak. 

La aspiración al comunismo a la que Vattimo considera que se debería retornar después del fin del comunismo soviético no puede ser otra que la del sueño de una sociedad libre del dominio, en donde se consigue recuperar las dimensiones utópicas de la izquierda. Un mundo ya no alienado por la división del trabajo, en el que “ en la mañana se trabajara un poco –en el jardín, en la computadora, quizás moviendo algún peso–, y en la tarde nos reuniéramos a leer juntos un libro, a mirar una película, a escuchar o componer música y hasta hablar un poco de política”13 sería tal vez un mundo más justo, pero no por eso un mundo perfecto. En efecto, el ideal de una sociedad libre de las relaciones de poder y de la estructura de propiedad dominante que no produce riqueza ni emancipación para todos, no puede simplemente identificarse con el viejo sueño organicista que la izquierda había heredado de la Fenomenología del Espíritu de Hegel: el ideal de una comunidad sin más conflictos (lo que tampoco sería deseable), porque el interés de cada uno llegara a confluir en perfecta armonía con la voluntad de todos. 

En el final de la metafísica cuando han declinado las formas de autoridad del pasado, la posibilidad de un comunismo libertario podría solamente fundarse en una concepción hermenéutica de la sociedad, que, por otra parte, sería más acorde a la vida democrática para la cual el conflicto de interpretaciones debería ser su modo normal de funcionar. Es precisamente el reconocimiento de esa experiencia de la pluralidad liberada del mundo, lo que permitiría que los conflictos pudieran desenvolverse en forma menos violenta, porque se descubren, siguiendo las enseñanzas de Nietzsche, como conflictos de interpretaciones que se asumen como tales, y no ya como verdades contra errores14. De hecho una sociedad tardomoderna en la cual comenzara a tomar cuerpo este ideal comunista, debería ser una sociedad de relaciones más flexibles donde pudieran vivir muchas comunidades diversas que no necesariamente comparten los mismos ideales ni las mismas formas de vida; una sociedad pluralista capaz de tolerar en su interior incluso hasta algunos focos de anarquía, sin necesidad de llegar al límite indeseable de la resistencia antisocial15

La aspiración del comunismo que Vattimo piensa que se debería intentar rescatar, tendrá también que liberarse de los ideales del “desarrollo” y el rendimiento económico que han sido algunas de las consignas que han terminado por hacer desaparecer el contenido libertario del programa leninista de los soviets, en un desesperado intento por convertir a la estructura estatal-comunista en el modelo más eficiente de organizar la producción. Esa ilusión podría tener todavía algún sentido en las condiciones de atraso de una sociedad casi feudal como la Rusia pos-zarista en la que comenzó a levantarse la Unión de Repúblicas Socialista Soviéticas, y donde la alternativa de ingresar en el camino de una industrialización forzada, parecía ser la única posibilidad de no perecer ante el asedio de Hitler durante la segunda guerra mundial o bien más tarde estrangulada por el cerco de las potencias capitalistas. Pero hoy a la vista de las consecuencias del desarrollo tecnocientífico en el que se afirma la pretensión del hombre de realizar su libertad en la lucha contra la naturaleza, podemos ya dudar de la conveniencia y necesidad de seguir la ideología del desarrollo a cualquier precio. En efecto, si alguna conclusión es posible todavía extraer de la experiencia del fracaso del comunismo soviético, así como de los sucesivos recortes al sistema socialdemócrata europeo que en las últimas décadas se han propuesto un intento de racionalización, es que cualquier avance hacia el socialismo se pervierte cuando intenta competir con el capitalismo en términos de su eficacia productiva. En tal sentido, mejor sería (y Vattimo piensa que es lo más sensato), que pudiéramos a abandonar de una vez toda esperanza de que el socialismo pueda hacer funcionar a la economía sin los males de crisis y desocupación de las que pretendió verse liberado el marxismo cientificista, imaginando la posibilidad de un mundo planificado y completamente racional. 

La finalidad de un cambio en las relaciones de poder vinculado a la estructura de propiedad como aquel que el pensador italiano nos propone, nunca podría seguir los mismos criterios de rendimiento y eficiencia económica que el capitalismo persigue, sino el interés de asegurar una vida “buena” a una mayor cantidad de personas, lo que solamente se puede apreciar desde una lógica del don diferente de la que actualmente domina el mundo del mercado. 

Pero esta idea del socialismo que, según el filósofo de Turín, vuelve a cobrar vida y significación en el presente, y se revela quizás como la mejor alternativa para oponer al capitalismo, no puede ser asumida sino como una interpretación que no pretende pasar por más verdadera, pero que cuenta con buenas razones de su parte para persuadir incluso a sus adversarios. Se trata en todo caso de la conclusión a la que llegaría alguien que, como Vattimo, compartiera un mismo rechazo hacia la violencia por motivos éticos y se negara a aceptar resignadamente que el dominio pudiera enseñorearse en el mundo como algo indiscutible. 

Desde una racionalidad hermenéutica no-metafísica como la que el pensador italiano defiende y elabora sus argumentos, la necesidad del socialismo debilitado en las actuales condiciones de la tardo-modernidad, no puede justificarse más que haciendo referencia a una posible respuesta que el penseiro debole intenta ofrecer a la transmisión histórico-cultural en la cual se ha formado y en la cual como es obvio, la escucha atenta del mensaje de la caridad del cristianismo secularizado, donde un Dios piadoso se encarna, no más en señor sino en hermano, no podría dejar de ejercer un peso fundamental16. Naturalmente que el lúcido pesimismo de Vattimo no podría ignorar que un ideal de una sociedad justa y augurable como a la que aspira este comunismo reencontrado, no parece muy cerca de poder realizarse en la situación del mundo actual17. Pero aún así mantener viva esa esperanza parece ser la única alternativa por la que vale la pena todavía luchar18

Referencias Bibliográficas.

1. VATTIMO, G & ROVATTI, PA (988). El pensamiento débil. Madrid, Cátedra, Madrid.        [ Links ]

2. VATTIMO, G (2006). Ecce Comu. Ciencias Sociales, La Habana, Cuba.         [ Links ]

3. VATTIMO, G (2004). Nihilismo y Emancipación. Santiago Zabala (comp.), Paidós, Barcelona, España.         [ Links ]

Notas:

1 VATTIMO, G & ROVATTI, PA (988). El pensamiento débil. Madrid, Cátedra, Madrid. 

2 En sus inicios en los años 80 el pensamiento débil intentó responder a la degeneración violenta del movimiento del 68, que en Italia había desencadenado una macabra danza de muerte sin sentido. En ese contexto era no menos importante para Vattimo tomar distancia ética de las iniquidades y abusos cometidos por la experiencia del llamado “socialismo real”, cuestionando la metafísica que en parte las explicaba y justificaba. Vattimo define a la política que expresa a la posición teórico-práctica de aquellos años con una metáfora tomada del mundo del ajedrez: “jugada del caballo” en tanto procura con una suerte de movimiento lateral “no entrometerse en la política del poder, hacer sólo política de base, lo local contra lo local siempre violento” (VATTIMO, G (2006). Ecce Comu. Ciencias Sociales, La Habana, Cuba, p.37). Pero no por ello se debe pensar que esta alternativa motivada en parte por los acontecimientos del mundo significaba abdicar de una posición de izquierda que, según Vattimo, ha sido siempre consustancial con su ontología hermenéutica del declinar que busca redefinir las posibilidades de emancipación humana en términos de una progresiva reducción de la violencia y el dogmatismo. 

3 VATTIMO, G (2006). Op. cit. 

Ibid., p. 105. 

Ibid., p. 84. 

Ibid., p. 96. 

Ibid., p. 108. 

Ibid., p. 49. 

Ibid., p. 104. 

10 Ibid., p. 71. 

11 Ibidem

12 Ibid., p. 67. 

13 Ibid., p. 66. 

14 Ibid., p. 106. 

15 VATTIMO, G (2004). Nihilismo y Emancipación. Santiago Zabala (comp.), Paidós, Barcelona, España, p.136. 

16 Ibid., p.106. 

17 Ibid., p. 109. 

18 Ibid., p. 110.