SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.13 número42La convivencia social como proyecto político colectivoAgostinho da Silva: Uma poética construção da existência índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

Links relacionados

  • No hay articulos similaresSimilares en SciELO

Compartir


Utopìa y Praxis Latinoamericana

versión impresa ISSN 1315-5216

Utopìa y Praxis Latinoamericana v.13 n.42 Maracaibo sep. 2008

 

El espacio teórico de la narrativa: Un desafío ético y político.

The Theoretical Space of the Narrative: An Ethical and Political Challenge.

Leonor Arfuch

Universidad de Buenos Aires, Instituto Gino Germani, Argentina. 

RESUMEN 

En este trabajo nos proponemos abordar la relación entre la perspectiva teórica de la narrativa, con sus anclajes en la filosofía, la lingüística, la teoría literaria y el psicoanálisis –entre otros– y la problemática contemporánea de identidades y subjetividades desde una perspectiva no esencialista. Recurriremos para ello a una indagación sobre la noción de sujeto y, correlativamente, de espacio biográfico, para articularlos en un tercer momento con el concepto de “identidad narrativa” (Ricoeur), poniendo de relieve la dimensión ética, estética y política de la perspectiva así configurada.

Palabras clave: Narrativa, espacio biográfico, identidades, subjetividades. 

ABSTRACT 

This study proposes to approach the relationship between the theoretical perspective of the narrative, with its anchors in philosophy, linguistics, literary theory and psychoanalysis, among others, and the contemporary problem of identities and subjectivities from a non-essentialist perspective. To accomplish this, we recur to an investigation about the notion of subject and, correlatively, about the biographical space, in order to articulate as a third point, the concept of “narrative identity” (Ricoeur), putting into relief the ethical, aesthetic and political dimensions of the perspective thus configured.

Key words: narrative, biographical space, identities, subjectivities 

Recibido: 07-06-2008  ·  Aceptado: 24-08-2008 

La articulación entre la perspectiva teórica –y ética– de la narrativa y la filosofía es relativamente reciente en términos disciplinares aunque sus territorios se desplieguen desde antiguo en cierta vecindad y sus fronteras sean a menudo indiscernibles. La narrativa como transhistórica, transcultural y universal, como gustaba definirla Roland Barthes, casi una esencia de lo humano, la filosofía como una eterna indagación sobre esa humanidad. Pero ¿qué filosofía? O más bien filosofía ¿para qué? La pregunta no es retórica: ella apunta vivamente a dar cuenta de un reclamo neto de este tiempo y es el de tratar de comprender –y de responder– a los conflictos, las tensiones y contradicciones que supone la creciente injusticia e inequidad en el mundo, y por cierto, su violencia. 

Quizá, para comprender y responder –en el doble sentido que le otorga Mijaíl Bajtín, de respuesta y responsabilidad– hay primero que poder escuchar, estar a la escucha, como propone Jean-Luc Nancy, una función quizá menos ejercida por la filosofía, más llevada a hablar, a tallar el sentido de la palabra en una lengua propia, a veces alejada del diario vivir, a veces girando obsesivamente sobre sí misma. La escucha como posición tendiente al otro, como apertura –desde adentro– hacia el otro, capaz de percibir en un relato la palabra y el sonido, el ritmo, la entonación, la vibración, el silencio y por ende, capaz de unir el comprender y el sentir. 

La posición de escucha requiere entonces de una particular atención: no sólo el qué sino el cómo del decir –y del sentir– no sólo el “contenido” de una historia sino los modos de su enunciación, no sólo el contorno de una imagen sino su profundidad, su fondo, lo que oculta al tiempo que lo muestra. Porque la escucha –en el sentido que le estamos dando, como tensión hacia el otro–, no se aleja de la visión sino que la agudiza en tanto apertura afectiva, percepción de los detalles, curiosidad analítica. Y aquí se delinea en cierto modo el terreno de mi indagación, el camino del diálogo que les propongo. 

No es un camino estrictamente filosófico sino más bien una articulación de diversos enfoques en el intento de pensar la complejidad de nuestro acontecer y sus desafíos, no sólo para la enseñanza sino también para la vida. ¿Desde dónde partir en este itinerario? En mi caso, desde ese territorio tentativo delineado por la lingüística, la semiótica, la filosofía, el psicoanálisis, la crítica literaria, donde la dimensión simbólica se interpone ante toda ilusión de capturar el “hecho” o “la cosa” en sí, recordándonos que nuestra pertenencia al mundo está modelada por ella: “El hombre es signo”, decía Charles Sanders Peirce, condensando en la economía de un haiku su magna teoría de la representación

Es esta perspectiva la que define “el espacio teórico de la narrativa” anunciado en el título, un espacio donde cobran relevancia los sujetos y sus interacciones, las tramas del discurso social, los pequeños y grandes relatos, la temporalidad, las biografías, las identidades, y donde el impacto de los cambios sociales y la comunicación global en el campo de la educación y el lugar de la educación en esos cambios adquiere una importancia inusitada. Abordaré entonces la cuestión del lenguaje, su relación con el sujeto, el espacio biográfico y lo que podemos llamar “identidades narrativas”, temas a los que me he dedicado largamente. 

I. EN TORNO DEL LENGUAJE 

Si toda topología tiene un norte, en este caso, inequívocamente, es el (amor del) lenguaje. En su dimensión formal como sistema, en su potencialidad semiótica, en su variación sintáctica, en su enorme riqueza discursiva. El lenguaje como objeto de la filosofía, como construcción del mundo, como configurativo de la subjetividad, imprime un giro peculiar a la reflexión –aunque no necesariamente se lo asimile al llamado “giro lingüístico”– atenuando la fantasía de aprehensión del hecho “puro” o el afán de alcanzar la plenitud del sentido. Cuando creemos hablar de los hechos, nos advertía el lingüista francés Oswald Ducrot, en verdad estamos siempre hablando de palabras sobre los hechos. Y la palabra, más allá de su (obligada) pretensión de exactitud, está marcada por la duplicidad, la falta, el desvío, el desvarío… Esta preeminencia de la dimensión simbólica, como distancia crítica de toda afirmación, se postula, en mi perspectiva, como inherente a toda indagación del campo cultural. 

Ubicarse en el camino del lenguaje no significa “olvidar” los otros aspectos de la actividad humana sino más bien establecer una relación indisociable con ellos: por más que la lingüística suponga una especialidad, reglas, lógicas, no puede pensarse –o al menos, no es recomendable– por fuera de la sociedad. Esa profunda implicación es la que ha guiado mi trayectoria: no una jerga que venga a objetivar el lenguaje, extrañarlo de sus usos comunes, sino un cierto saber que permita llegar a una mayor comprensión de aquello que no es “invisible a los ojos”. 

En esta óptica, si el acontecimiento habita el lenguaje lo hace en una noción de discurso que no se deslinda de él: discurso no sólo como palabra sino también cuerpo, gesto, acción, forma de vida, como gustaba definirlo la metáfora de Wittgenstein. Una noción que no supone la reducción de las diferencias respectivas al estatuto de la mismidad pero que nos exime de la vieja distinción entre “discursivo” y “extradiscursivo” así como también entre “sujeto” y “mundo” como dos entidades que se enfrentarían desde una mutua exterioridad. Sujeto en el mundo y mundo en el sujeto, podría ser una manera de enunciar el principio dialógico bajtiniano, ese vaivén que hace de la razón –y de la afectividad– una construcción social al tiempo que una creadora potencia individual. 

Es precisamente la afectividad, la apertura irrestricta que supone la metáfora y el incesante desplazamiento contextual –la célebre iterabilidad derrideana 1 los que alejan al lenguaje de la estrecha concepción de un “código”. Lenguaje como tesoro de la experiencia de la humanidad, donde los sentidos y los sgnificados exceden las diferencias opositivas de los signos en tanto han sido amasados con la vida misma de las generaciones. Lenguaje –lenguas particulares– en cuya puesta en juego puede encontrarse, tal como Émile Benveniste lo vislumbrara, tanto el fundamento de la subjetividad y la persona –“Yo”/¨Tú”– como la fuente del tiempo en su presente –“ahora”– junto a un “aquí”, triangulación que delimita la espacio/temporalidad de la enunciación, haciendo de ella un acontecimiento. La enunciación es entonces el primer paso para la consideración de los discursos, esa “toma” de la palabra por la cual el sistema se tensa, se modula en el uso, hace valer sus reglas formales pero sin reaseguro posible de sus resultados, del punto de “llegada” en la inasible deriva de la comunicación. Instancia conflictiva para todo afán de acotar el sentido, limitar sus efectos o evitar la confusión –todas, potencialmente, “buenas intenciones”– pero que al mismo tiempo torna apasionante el trabajo –el desafío– de la interpretación. 

En esa definición, con ecos fenomenológicos, de la “subjetividad en el lenguaje” –donde el gran lingüista francés se distanciaba de las impersonales “posiciones de sujeto” estructuralistas (Foucault, Pêcheux)– 2 la instancia de la enunciación es también el momento en el cual la multiplicidad constitutiva del sujeto se articula fugazmente en una unidad imaginaria cuyo soporte no es el abismo de la interioridad sino una marca gramatical: “es Ego quien dice `ego´ ” y en ese acto da así testimonio de su identidad3. Esta temprana intuición –que es ya una referencia ineludible– señalaba un camino posible para las definiciones no esencialistas de la identidad que priman en el horizonte contemporáneo. 

Si la teoría de la enunciación conlleva una preocupación ética –el discurso como vínculo social, intersubjetivo, donde la referencia al mundo es co-referencia– ésta se despliega explícitamente en la obra filosófica de John Austin, que considero de la mayor pertinencia para toda perspectiva crítica. En efecto, tanto su concepto de performatividad –la potencia del lenguaje para crear realidades y construir mundos y no meramente “representarlos”– como el de fuerza ilocutoria –aquello que hacemos al decir y entonces, la acción que es consustancial a lo dichocuestionan no solamente la vieja antinomia entre “decir” y “hacer” sino que abren un amplio espacio de indagación sobre las modalidades de la acción lingüística, que son las que dan forma a los enunciados y definen precisamente su sentido. Largamente apropiados por las ciencias del lenguaje, la filosofía política, la crítica feminista, los estudios culturales y otros dominios de las humanidades y ciencias sociales, estos conceptos no sólo enfatizan el carácter configurativo del lenguaje –identidades, identificaciones, posiciones, creencias, tradiciones– así como una cierta ética del decir –lo dicho puede ser reclamado en sus términos de obligación, sea ésta afirmación, promesa, juramento, confesión– sino también su conflictividad inherente, la idea de que los enunciados, en su diversa temporalidad, constituyen siempre campos de fuerzas en pugna. 

II. ¿QUÉ SUJETO? 

Una cita literaria, en curiosa sintonía con la teoría del antagonismo que postularan Ernesto Laclau y Chantal Mouffe ([1985] 2005) en un libro ya clásico, Hegemonía y estrategia socialista4, puede servir para introducirnos en el tema: “...no tenemos sólo un alma sino una confederación de almas que está dirigida por un yo hegemónico, y cada cierto tiempo ese yo hegemónico cambia, de manera que alcanzamos una norma, pero no es una norma estable, es una norma variable...”. 

Esos “yo” hegemónicos variables –que cada uno podría reconocer en su propia experiencia– tomados en un decurso histórico, podrían expresar los cambios en la propia idea de sujeto, desde la metafísica clásica, pasando por el sujeto cartesiano auto-centrado, el sujeto trascendental kantiano, los sujetos de la fenomenología y las diversas deconstrucciones operadas en el siglo XX a la luz del llamado “giro lingüístico” y del psicoanálisis. Mi perspectiva se ubica justamente en el cruce de estas últimas variables, es decir, un sujeto constitutivamente incompleto, modelado por el lenguaje, y cuya dimensión existencial es dialógica, abierto a (y construido por) un Otro: un otro que puede ser tanto el tú de la interlocución como la otredad misma del lenguaje y también la idea de un Otro como diferencia radical. Hablar de subjetividad en este contexto será entonces hablar de intersubjetividad. 

Esta concepción debe mucho a la teoría de Bajtín5, que considero de toda importancia para el campo de la educación: la idea de un protagonismo simultáneo de los partícipes de la comunicación, en tanto la cualidad esencial del enunciado es la de ser destinado, dirigirse a un otro, el destinatario –presente, ausente, real o imaginario– y entonces, atender a sus expectativas, anticiparse a sus objeciones, responder, en definitiva, tanto en el sentido de dar respuesta como de hacerse cargo de la propia palabra y del otro, en el sentido fuerte de decir “respondo por ti”. Así, respuesta y responsabilidad se anudan en un plano ético. 

Es evidente la potencia de esta concepción en cuanto a la creación –y no mera transmisión– del saber en las instituciones educativas y en particular en la enseñanza de la filosofía. El desplazamiento que implica respecto de la idea de una primacía del enunciador/educador en la escena de la interlocución, ya sea en el aula o en otros espacios correlativos. Y si bien hablar de simultaneidad entre partícipes no supone “equivalencia” ni olvida la cuestión del poder, esa tensión de escucha y de respuesta hacia el otro –el educando– como real inspirador del enunciado coloca a éste en una posición activa, productiva y jerarquizada. 

Por cierto que estos protagonismos no implican estar “en el origen del sentido”. Por el contrario, la concepción bajtiniana ofrece más de una coincidencia con el psicoanálisis, en especial en su vertiente lacaniana: la idea de un doble descentramiento del sujeto: respecto del lenguaje, al que no “domina” como un hacedor sino que adviene a él, ocupa un lugar de enunciación en cierto modo prefijado, habitado por palabras ajenas –aunque pueda apropiarse de ellas a través, justamente, de una combinatoria peculiar, del género discursivo que utilice, de la expresión de su afectividad– y también descentrado respecto de su inconciente, que aparece como un “puro antagonismo” como auto-obstáculo, autobloqueo, límite interno que impide al sujeto realizar su identidad plena y donde el proceso de subjetivización –del cual las narrativas del yo son parte esencial–, no será sino el intento, siempre renovado y fracasado, de “olvidar” ese trauma, ese vacío constitutivo. Podemos encontrar aquí una de las razones del despliegue sin pausa del espacio biográfico, configurado por innúmeras narrativas donde el “yo” se enuncia para y por un otro –de las maneras más diversas, también indirectas, elípticas, enmascaradas–, un gesto que pone en forma –y por ende, en sentido– esa incierta “vida” que todos llevamos, un caótico flujo de sensaciones, palabras y memorias, cuya unidad, como tal, no existe por fuera del relato. 

III. EL ESPACIO BIOGRÁFICO 

Pero ¿a qué llamamos “espacio biográfico”? en mi definición, no solamente al conjunto de géneros consagrados como tales desde su origen postulado en el siglo XVIII6 –biografías, autobiografías, diarios íntimos, correspondencias, confesiones– sino también a su enorme expansión contemporánea en géneros, formatos, estilos y soportes de la más variada especie, de la entrevista periodística al cine documental, de las historias y relatos de vida en ciencias sociales a la autoficción –en la literatura, el cine, el teatro, las artes plásticas, la televisión– y en general, a esa multiplicación de las voces donde lo vivencial, lo privado o lo íntimo se narran desde el registro de la “propia” experiencia, y adquieren así un innegable suplemento de valor: veracidad, autenticidad, proximidad, presencia7

Esta tendencia, que marca de modo peculiar la subjetividad contemporánea –nunca habremos visto tal énfasis del testimonio, tal apasionamiento en dar cuenta “en carne propia” de la eterna travesía del vivir, tal apertura de los espacios más recónditos de la intimidad– no deja de ser sintomática. Por cierto, la mediatización, ahora “global” lleva su parte en el asunto, no sólo con la obsesión, ya clásica, por la vida de los “ricos y famosos” sino también –y a veces, sobre todo– por la fagocitación de las vidas comunes, ya sea a través de la crónica roja o seudo-antropológica como en los ya no tan nuevos géneros del talk show o del reality show. 

Pero este privilegio de la voz, el cuerpo, la persona –que a veces se transfiere a los borradores, cuadernos de notas, fotografías, objetos ligados a la infancia o a la más absoluta cotidianeidad, como lo muestran instalaciones, videos y performances de las artes visuales–, aparece también en la insistencia en relacionar toda ficción con la “vida real” –de cineastas, documentalistas, dramaturgos, guionistas, novelistas– como si ninguna creación pudiera despegarse en verdad de lo “efectivamente” vivido. En la investigación social, por otra parte, se han intensificado los abordajes cualitativos con acentuación en lo biográfico, muchas veces sin los resguardos teóricos necesarios, tanto respecto del lenguaje –y su nunca obligada espontaneidad– como del rol configurativo de las narrativas en el campo de la subjetividad. 

Evidentemente, hay un “valor biográfico”, como lo llamara Bajtín, que impulsa tanto el mercado mediático y editorial como este tipo de indagación académica. Aire de los tiempos o “giro subjetivo”, según una expresión de Beatriz Sarlo8 –contrapartida quizá del anonimato de las redes y los grandes números de las estadísticas–, pero también búsqueda del propio sentido de la vida a través de esa “puesta en orden” del relato, donde la repetición sin pausa de historias singulares entrama a su vez lo social, lo colectivo. Así, la fantasía, a modo de un escenario imaginario –¿y qué otra cosa es el relato de una vida?– proveerá una suerte de apoyo positivo, un ideal de completitud y autorrealización a esos “yo” –modernos, posmodernos– que viene desplegándose en infinitas variables a través de los siglos. 

Si el interés por las vidas ajenas es un viejo mecanismo identificatorio cuyo despliegue público provee modelos de conducta y hasta una pedagogía de las pasiones, también parece ser, en nuestro conflictivo presente, un motor de cohesión social. Así, más allá del voyeurismo y la pulsión escópica, las tragedias contemporáneas, naturales o producto de esa violencia “sin nombre” que va de la delincuencia común a la guerra perpetua, han hecho de la categoría de víctima una figura reconocible también en el espacio biográfico: pensemos en las fotografías, los nombres, los carteles, las breves pinceladas de historias de vida que recorren los más diversos escenarios, desde las ya clásicas movilizaciones por la “Aparición con vida” en mi país, la Argentina, hasta el 11/9 y su posteridad. Como si esas biografías de un trazo, que intentan dejar huella de la falta, de la desaparición, nos recordaran todo el tiempo la fragilidad del vivir, nuestras “vidas precarias”, al decir de Judith Butler9, que parecen hoy más que nunca amenazadas aunque la ciencia y la tecnología avancen –también más que nunca– en su conservación. 

¿Cómo pensar la cuestión de lo biográfico en el campo de la educación? Por un lado, la investigación educativa ha descubierto, como otras disciplinas, el interés que ofrecen las biografías de los actores y los “pequeños relatos” que los involucran en todo intento de historizar y analizar las prácticas, de dar cuenta de lógicas institucionales y dirimir conflictos de interpretación. Por el otro, y éste es el aspecto, creo, menos contemplado y en el que me gustaría insistir, está la cuestión esencial de lo que supone la biografía en el aula, es decir, las experiencias singulares de los educandos en el proceso de la educación. Porque en la tensión uniformizadora de la escuela, en su pretensión de universalidad –de criterios, de conceptos, de creación de ciudadanía, de afianzamiento de la nacionalidad– el grupo prima a menudo por sobre las individualidades y los rasgos propios se diluyen en categorizaciones de orden general. Sin embargo el poder hablar de sí, de la experiencia cotidiana y la trama familiar, de situaciones y conflictos en los distintos ámbitos de pertenencia es una ayuda invalorable para la creación colectiva del saber, al tiempo que el conocimiento recíproco puede aportar justamente al reconocimiento de las diferencias –étnicas, religiosas, culturales, de género, etcétera–, en tempranas etapas de la formación. La biografía puede integrarse también a la propia expresión creativa en cualquier tema, si se le da un lugar preponderante y no se la diluye en la identidad grupal. 

Así, nociones abstractas como multiculturalidad, diversidad o “contacto cultural” –un concepto que Alicia de Alba viene trabajando hace tiempo– pueden adquirir carnadura, en el tejido micro del aula, a través de las narrativas biográficas, que hablarán siempre, desde la peripecia personal, de aquello identificable, aún elusivamente, como “colectivo”. 

IV. IDENTIDADES NARRATIVAS 

La dimensión ética alienta también en: la teoría de la narrativa, que tiene un hito en la analítica de la temporalidad de Paul Ricoeur, desplegada en su obra Tiempo y narración y en otras posteriores. El filósofo se hace cargo allí de una larga tradición de la teoría literaria, que va de los formalistas rusos al estructuralismo francés, pasando por diversas vertientes críticas angloamericanas, sin olvido de la lingüística, la semiótica, el psicoanálisis, la historia y por cierto, la filosofía. Aparece allí la idea de un tiempo narrativo, como clase peculiar de discurso (Barthes), un tiempo cósmico, crónico y psíquico (Benveniste), conceptos que Ricoeur reelaborará posteriormente para llegar a su propia definición de un “tercer tiempo”, configurado en el relato, capaz de dar cuenta de una inteligencia narrativa –casi un universal trascendente– que crea cierta unicidad del tiempo histórico donde el ser humano puede situar su propia experiencia en un antes y un después. 

La idea de que la temporalidad sólo es aprehensible en la narración, de que todo relato supone una “puesta en forma” que es a la vez una puesta en sentido, y que por ende es el relato/la temporalidad lo que da sentido tanto a la historia como a la ficción, al testimonio o la autobiografía, introducen en el pensamiento teórico lo que podríamos llamar “el giro narrativo”, que lleva de la teoría literaria a la filosofía, con sus respectivas herramientas conceptuales y en apertura al diálogo con otras disciplinas –la antropología, la sociología, la historia, la teoría política– susceptibles a su vez de aportar sus propios instrumentos. La narrativa como cercana a la experiencia, como inscripción, traza, huella, delinea prioritariamente un espacio ético, que es en verdad el norte de su indagación. Es por eso que no sólo en la formulación del filósofo recientemente fallecido sino también en otros desarrollos “narrativistas” no necesariamente coincidentes –los trabajos de Arthur Danto (1989) o de Hayden White (1992)– la narrativa no consiste meramente en dar estatuto de verdad o de documento fehaciente a “anécdotas” o “supercherías”, como algunos positivistas trasnochados alegan, sino en valorizar justamente la narratividad –puesta bajo distancia crítica y análisis de sus procedimientos– como uno de los modos posibles –y confrontables con todo otro tipo de vestigio o registro documental– de aproximarse al conocimiento a través de la práctica más extendidamente democrática de la humanidad. 

Si, en tanto postura teórica, la narrativa recoge el primigenio sentido ético presente ya en el relato popular desde sus más remotas expresiones10, en tanto perspectiva analítica se aleja de toda ingenuidad respecto del lenguaje y la comunicación, la supuesta espontaneidad del decir, la adhesión inmediata a la voz del testigo o el prestigio de la palabra autorizada. Por el contrario, repara justamente, más allá de la enunciación y de los mecanismos usuales de análisis discursivo, en el componente narrativo, es decir, cómo se cuenta una historia, cómo se articula la temporalidad en el relato, cuál es el principio, cómo se entraman tiempos múltiples en la memoria, cómo se distribuyen los personajes y las voces, qué aspectos se enfatizan o se desdibujan, qué causalidades –o casualidades– sostienen el desarrollo de la trama, qué zonas quedan en silencio o en penumbra… Una tarea por demás reveladora, que torna significantes aspectos que pasarían, en una lectura poco atenta, totalmente desapercibidos. 

Aunque parecería obvio, cabe decir que todos estos aspectos también son analizables en la narrativa audiovisual y que el propio concepto de “narrativa” comprende todos los registros significantes y no solamente la palabra. Es por eso que un gran relato, como la nación o la nacionalidad, por ejemplo, puede ser estudiado, desde esta perspectiva, incluyendo la multiplicidad de sus registros: palabra, imagen, gesto, mito, rito… El ejemplo nos lleva no azarosamente a un territorio afín, tanto en la reflexión del filósofo como en mi propio trabajo de los últimos años: el de la identidad/identificación, entendida no como un conjunto de atributos inmutables o una esencia, sino como un proceso abierto a la temporalidad y por ende, a la transformación, la interacción, la fluctuación. Ricoeur propone el concepto de identidad narrativa para pensar tanto la identidad personal como la colectiva en el modo de la narración, distanciándose así del esencialismo y postulando justamente la figura del intervalo como la más afín: es en el intervalo entre dos polos hipotéticos, mismidad –el/lo mismo– e ipseidad –el sí mismo/otro– que se despliega la identidad narrativa, a veces más próxima a uno u otro polo pero sin fijarse nunca en ellos. Oscilación entre el auto/reconocimiento de lo que permanece y aquello que se revela como otro, que muestra precisamente, en sus innúmeras facetas, la heterogeneidad constitutiva de cada ser. 

Esta consideración de la diversidad en la configuración misma del sujeto, así como la articulación entre la biografía personal y las trayectorias y memorias colectivas son de toda importancia para una definición no esencialista de las identidades, que atienda a su cualidad relacional, contingente, al devenir más que al ser, como sugería Stuart Hall (1996)11, eludiendo cristalizaciones o definiciones a priori según categorías inmutables –etnia, color, nacionalidad, sexo/género, religión, etcétera. Por otra parte, la fluidez contemporánea en cuanto a las coordenadas culturales, los tránsitos geográficos, la lejanía de lo propio en los términos existenciales del “hogar” –tierra natal, casa familiar, lengua materna– tornan problemáticas las definiciones de una pertenencia, haciendo de la identidad un significante múltiple o aún, indecidible: ser chicano o mexicano en los Estados Unidos, ser indio o turco en Londres, haber nacido allí pero guardar la lengua y el corazón “aquí”, un “aquí” mítico, al que siempre se “vuelve” como Ulises, para encontrar que ya nada es lo mismo o bien para darse cuenta de que no se es en verdad plenamente ni de aquí ni de allí. La multiculturalidad se va transformando, con la comunicación globalizada, en “transculturalidad”, en posibilidad de vivir en varios mundos simultáneamente –y también conflictivamente–, en una especie de intervalo, que recuerda el derrideano “y” “y” o “ni” “ni”. Una migrancia que no necesariamente es territorial, geográfica o geopolítica, también puede ser una sensación que nos acomete aún en el propio lugar, o una tensión que nos lleva, sin anclajes definitivos, de un lugar a otro. El concepto de “identidad narrativa” se revela así de toda pertinencia. 

Esta concepción señala también a las narrativas como consustanciales al campo de la educación: pequeños relatos, historias de vida, experiencias, autobiografías, testimonios, búsquedas identitarias, trayectorias, recuperación de memorias familiares o grupales, que pueden ser analizadas no sólo en “lo que dicen” sino en los modos de su enunciación, atendiendo a las voces del relato, su temporalidad, sus protagonistas, los sentidos de su puesta en trama, la dimensión histórica y existencial que trazan, las tramas de poder que configuran. 

La dimensión ética es aquí fundamental: un principio de equidad del discurso que hace a esos pequeños relatos, a esas voces que se entraman en la escena de la educación, protagonistas reconocibles y valorados en el juego de interacciones de la institución. La inclusión en la interlocución se revela así como el primer paso de la inclusión, a secas. Porque, más allá de los condicionamientos sociales y materiales que trazan asimetrías y desigualdades, la exclusión de la palabra –o el silenciamiento de la voz– imponen un límite simbólico difícilmente franqueable. Permitir que esa palabra tome cuerpo, fluya, dé lugar a la expresión de la subjetividad y por ende de la diferencia –y no intentar reponer, aún “literalmente” la “voz del otro”– me parece un primer gesto necesario al reconocimiento, un significante esencial en el momento presente, donde la discriminación y la xenofobia, la violencia física y discursiva, parecerían triunfar en todo tipo de escenarios. 

Quizá esta perspectiva, con una fuerte impronta en los afectos, permita en cierto modo competir con la colonización que los medios hacen del espacio/tiempo del pensamiento y la afectividad, sobre todo en niños y jóvenes, y también con viejas lógicas institucionales respecto del saber, el poder y la autoridad. Así, aunque no tengamos el éxito asegurado, habremos aportado sin duda, en alguna modesta medida, a crear mejores condiciones para un mundo posible, de mayor respeto y equidad. 

Notas:

1 La iterabilidad es para Derrida el modo mismo de ser del lenguaje, la posibilidad de cada signo de ser a un tiempo el mismo y otro, según los contextos de su aparición, virtualmente infinitos, que suponen una espacio/temporalidad diferente en cada ocurrencia. De ahí su conocido aserto “no hay textos, sólo contextos”. DERRIDA, JACQUES 1989 [1987]. “Firma, acontecimiento, contexto”, in: Márgenes de la filosofía, Madrid, Cátedra. pp. 347-372. 

2 Michel Pêcheux, por ejemplo, uno de los representantes de la “Escuela Francesa” de Análisis del discurso, criticaba la “ilusión formalista” que oponía esta “subjetividad en el lenguaje” al concepto –compartido por Althusser y Foucault– de “posiciones de sujeto” marcadas por fuertes determinaciones sociales que rigen lo que debe y/o puede decirse. Esta crítica no invalidaba por cierto la relación admirativa hacia quien fuera uno de los grandes maestros del grupo estructuralista. PÊCHEUX, MICHEL (1990). L´inquiétude du discours, textos presentados por Denise Maldidier, Paris, Éditions des Cendres. pp. 157-173. 

3 BENVENISTE, E (1983) (1971) [1966]. Problemas de lingüística general I. Ibíd. II 1983 (1977) [1974], México, Siglo XXI, p. 173. 

4 LACLAU, E & MOUFFE, CH (2005) [1985]. Hegemonía y estrategia socialista, Buenos Aires, FCE. 

5 BAJTIN, M (1982) [1979]. Estética de la creación verbal, México, Siglo XXI. 

6 LEJEUNE, PH (1970). Le pacte autobiographique, Paris, Seuil. 

7 ARFUCH, L (2002). El espacio biográfico. Dilemas de la subjetividad contemporánea, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica. 

8 SARLO, B (2005). Tiempo pasado, Buenos Aires, Siglo XXI. 

9 BUTLER, J (2006). Vida precaria, Buenos Aires, Paidós. 

10 Nos referimos a las peripecias del héroe o la heroína que, superando los infortunios y la eterna disputa entre el bien y el mal, lograban vencer a este último y alcanzar así madurez, prestigio, felicidad, restauración del orden o la justicia. Motivos que la narrativa moderna reencuentra, transformados, en torno del “sentido de la vida” o la “vida buena” de una época. 

11 HALL, S & DU GAY, P (Eds) (1996). Questions of cultural identity, London, Sage. 

Referencias Bibliograficas

1. BAJTIN, M (1982) [1979]. Estética de la creación verbal, México, Siglo XXI.         [ Links ]

2. HALL, S & DU GAY, P (Eds) (1996). Questions of cultural identity, London, Sage.         [ Links ]

3. LACLAU, E & MOUFFE, CH (2005) [1985]. Hegemonía y estrategia socialista, Buenos Aires, FCE.         [ Links ]