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Frónesis
versión impresa ISSN 1315-6268
Frónesis v.14 n.2 Caracas ago. 2007
La matricentralidad de la familia venezolana desde una perspectiva histórica
María Susana Campo-Redondo, Jesús Andrade, Gabriel Andrade
Facultad de Humanidades y Educación. Universidad del Zulia. marisucampo@yahoo.com
Facultad de Ciencias. Universidad del Zulia. jandrade01@yahoo.com
Facultad de Humanidades y Educación. Universidad del Zulia. gabrielernesto2000@yahoo.com
Resumen
En este artículo se elabora un esbozo general de la familia venezolana. En sintonía con autores como Alejandro Moreno y José Luis Vethencourt, se sostiene que la familia venezolana es matricentrada. Asimismo, se exponen algunas de las razones históricas por las cuales la familia venezolana tomó esta estructura singular. Se concluye que el modelo de la familia matricentrada seguirá presente en Venezuela, y que la mejor manera de acoplarse a esta realidad es ofreciendo a la mujer mayores espacios de participación social, de forma tal que se quiebre el círculo vicioso entre pobreza y familia matricentrada.
Palabras clave: Familia matricentrada, familia venezolana, historia, mujer, participación social.
Matricentrality in the Venezuelan Family from a Historical Perspective
Abstract
This article presents a general view of the Venezuelan family. In accord with authors such as Alejandro Moreno and José Luis Verthencourt, it holds that the Venezuelan family is matricentric. The article also explains some of the historical reasons why the Venezuelan family takes this peculiar structure. It concludes that the matricentric family model will continue to exist in Venezuela and the best way to cope with this reality is by offering women wider spaces for social participation, thus breaking the vicious circle between poverty and the matricentric family.
Key words: Matricentric family, Venezuelan family, history, woman, social participation.
Recibido: 13-11-2006 · Aceptado: 09-03-2007
Introducción
Dice Aristóteles (1986, c.1) en la Política, que el Estado (la ciudad) es una forma de organización social que es antecedida, en cronología, pero no en importancia, por la familia. De organizarse en torno a familias, el hombre pasa a organizarse en tribus y, finalmente, en ciudades, ratificando su condición de animal político. De forma tal que aún si Aristóteles considera que el Estado es anterior en importancia a la familia, no deja de considerar que la familia es parte fundamental del Estado.
Los vicios y virtudes de la ciudad pueden verse reflejados en la familia. Pues, siendo la ciudad un todo, lógicamente sus características encontrarán reflejo en las partes, incluyendo a la familia. Si, como tantas veces se repite, la familia es la célula de la sociedad, entonces un buen lugar para empezar a buscar el origen de los males o bienes de una sociedad es en la propia familia.
Todo gerente social, dirigente político, sociólogo o politólogo debe estar al tanto de estos principios. La familia es algo así como una muestra de sangre que permitirá al médico tener acceso a una visión general del organismo, a saber, el Estado y la sociedad en general. Si hemos de abrir cualquier periódico venezolano de los últimos quince años, no vacilaremos en afirmar, como tanto se hace, que Venezuela ha atravesado y sigue atravesando una profunda descomposición política y social.
Entrado el siglo XXI, la sociedad venezolana tiene por delante el reto de hacer frente a una crisis económica, política y social que se ha venido formando desde hace décadas. El ímpetu con que los analistas e interventores sociales se han esforzado para plantear soluciones a los problemas sociales venezolanos resulta muy esperanzador. Pero, de poco servirá si no se cuenta con una visión que permita apreciar los orígenes de nuestros problemas. Es menester recurrir al examen de lo que Alexis de Tocqueville ha llamado puntos de origen. La familia es un punto de origen de la sociedad. Si hemos de elaborar un esbozo de la sociedad venezolana en pro de la intervención social en el futuro, la familia ha de ser nuestro punto de partida para esos propósitos.
1. La familia matricentrada
Desde los años setenta, un grupo de investigadores e investigadoras venezolanos se ha dado a la tarea, de forma muy competente, de presentar una propuesta de estudio de la familia venezolana. El tema ha sido de particular interés entre los investigadores, pues casi todos coinciden que la familia venezolana, especialmente en sectores populares, dista de tener la estructura que caracteriza a la familia en el resto de las sociedades occidentales.
La familia nuclear o tradicional, conformada por la madre, padre e hijos, es la estructura que prevalece en buena parte de las sociedades occidentales. Mientras que la familia extendida es una forma de organización social donde varios hermanos comparten el mismo hogar con sus hijos y esposas, así como también con los padres, y dependiendo del contexto, la familia extendida puede estar conformada por varias generaciones, la familia nuclear es aquella conformada por el hombre, la mujer, y sus hijos. Esto no quiere decir que en las sociedades occidentales modernas sólo los padres, hijos, hermanos y cónyuges son parientes. Efectivamente, la sociedad occidental moderna conoce bien las relaciones entre primos, suegros, tíos, etc., pero el tipo de organización social fundamental es la familia nuclear: es en torno a ella como el individuo pasa buena parte de su vida.
Durante cierto tiempo se pensó que, la sociedad venezolana, teniendo un amplio legado occidental, estaba estructurada por la familia nuclear. Pero, gracias a la labor de varios investigadores, entre los que destacan José Luis Vethencourt (2000: 65-81) y Alejandro Moreno (1995), la prominencia de la familia nuclear en la sociedad venezolana ha sido seriamente puesta en tela de juicio.
Desde la década de los setenta, José Luis Vethencourt ha venido advirtiendo que la familia venezolana entre las clases populares no está conformada por el modelo nuclear tradicional del padre, la madre y los hijos. Por el contrario, lo que prevalece en la familia venezolana es una estructura familiar atípica, donde la pareja como institución familiar es muy débil. El lazo entre hombres y mujeres nunca ha sido lo suficientemente fuerte como para sostener la estructura de la familia nuclear. El resultado ha sido una estructura familiar inestable, donde luego de la procreación, la pareja se disuelve. La disolución de la pareja alimenta, en palabras de Vethencourt, una muy frecuente poliginia sucesiva e itinerante y, a la vez, en una frecuente poliandria, también sucesiva, pero menos itinerante (Citado por Moreno, 1995: 430).
La falta de fortaleza de la familia monogámica, propicia que el hombre transite en torno a varias mujeres (poliginia) y por extensión, en torno a varias familias, sin terminar de establecerse en ninguna. Así, el padre se desentiende de sus hijos, y la mujer asume la responsabilidad casi total en la crianza de los niños. El padre queda así virtualmente ausente del núcleo familiar, y la madre se convierte en el eje de la vida familiar. De esto se desprende que la familia venezolana sea matricentrada, a saber, el modelo de organización familiar donde, con la virtual ausencia del padre, la madre acapara el mundo emocional del individuo.
Advirtamos que el uso que Vethencourt hace de las palabras poliginia y poliandria es, desde un punto de vista antropológicamente técnico, inapropiado. Poliginia se refiere a la institución donde un hombre puede tener varias esposas, y poliandria es el término empleado para designar la situación donde la mujer puede tener varios esposos. Pero, precisamente, dado el hecho de que tanto la poliandria como la poliginia legitiman la pluralidad de cónyuges, en las sociedades poliginias y poliándricas, el padre no se desentiende de la familia y de los hijos. No existe mayor dificultad en atender a varias esposas y a varias familias. Claramente, no es esto lo que ocurre en la familia venezolana.
Un término más apropiado para describir lo que Vethencourt tiene en mente es policoitia, que describe las situaciones de apareamiento plural sin hacer referencia al hecho de que estén o no casados (Parkin, 1997: 44). Como bien sostiene Vethencourt, la familia venezolana se caracteriza por una pluralidad de parejas sexuales. Pero, tanto el marco legal como los valores superestructurales de la familia venezolana están conformados por la monogamia. Es el desequilibrio entre la monogamia y la policoitia lo que abre paso a la familia matricentrada: el hombre tiene varias mujeres, pero la sociedad le exige que tenga una sola. Cualquier revisión etnográfica general revelará que en la mayor parte de las sociedades poliginias, el padre sigue ocupando una posición importante en la estructura familiar, pues en esos casos, la policoitia encuentra correspondencia con la poliginia.
Aún si no emplea la terminología antropológica correcta, Vethencourt está al tanto de que la familia venezolana sufre de un desequilibrio, por lo que su estructura es atípica, y la experiencia familiar venezolana se acerca a ser un fracaso. Para su óptimo funcionamiento, la familia necesita de una madre y un padre; en la familia venezolana, éste último se destaca por su ausencia.
Moreno (1995) acepta la descripción que Vethencourt ha hecho de la familia venezolana. Su experiencia etnográfica confirma que, efectivamente, la familia popular venezolana es matri- centrada. Pero, allí donde Vethencourt sostiene que la familia matricentrada es atípica y en buena parte un fracaso, Moreno protesta, sosteniendo que la familia matricentrada es tan funcional como la convencional familia nuclear en el resto de las sociedades occidentales.
La madre, nos dice Moreno, constituye el eje de los mundos emocionales de los venezolanos. Por complejas razones históricas a las cuales volveremos más adelante, Moreno sugiere que, siglos de tradición familiar han propiciado que la pareja como institución, nunca consiga suficiente fortaleza y estabilidad entre los venezolanos. Así, el eje de la estructura familiar es, y muy seguramente, seguirá siendo la madre, pues la virtual ausencia del padre no permite que sea de otra manera. El nexo que el hombre venezolano mantiene a lo largo de su vida es con su madre. El hombre venezolano siempre será hijo, mucho más que esposo o padre.
Este fuerte nexo madre-hijo, sostiene Moreno, propicia que el hombre venezolano nunca se entregue de lleno a relaciones con otras mujeres; por ello, sus relaciones conyugales siempre son inestables. La madre, por su parte, alimenta en el hijo esta virtual ausencia en la vida familiar, pues de ese modo logrará que el hijo mantenga toda la vida una íntima conexión con ella. El mundo del venezolano es el mundo de la madre. El venezolano siente un vínculo especial no sólo con la madre, sino con todos los otros elementos que se acercan a ella: sus hermanos uterinos, sus parientes matrilaterales, la casa de la madre, etc. La mujer, por su parte, se emancipará de la madre a temprana edad, pues ella misma aspira ser madre, reproduciendo así la estructura familiar prevaleciente.
La familia matricentrada en Venezuela es una realidad difícilmente discutible. No dejan de tener razón los autores anteriormente mencionados cuando señalan el hecho notorio de que la familia popular venezolana no es como la del resto de las sociedades occidentales modernas.
En efecto, predomina en Venezuela una estructura familiar donde el padre está virtualmente ausente del núcleo familiar. Esta ausencia no es necesariamente física. Bien puede tratarse también de una ausencia emocional: en la mayor parte de las familias venezolanas, el padre es apenas una figura distante, desentendida de los asuntos de los hijos. Su rol puede limitarse a ser el proveedor de ingresos económicos, pero con frecuencia no pasa de eso. Por lo tanto, es la madre la figura verdaderamente central en los mundos de vida de los venezolanos.
De particular interés es la prominencia de la policoitia en la familia venezolana. El adulterio entre los venezolanos es bastante común, tanto así, que rara vez un padre o una madre tendrá todos sus hijos de una misma pareja. La incompatibilidad entre policoitia y monogamia dificulta que un hombre pueda abiertamente tener dos o más mujeres de forma simultánea. Como resultado, se desprende el hecho de que el hombre nunca puede desempeñar sus funciones como padre de forma constante, pues su vida familiar se ve interrumpida cuando la familia alterna le exige un compromiso monogámico.
No dejan de tener razón Vethencourt y Moreno cuando insisten que la madre ocupa el papel central en la estructura familiar. Pero, como el mismo Moreno advierte, de ninguna forma debemos confundir la familia matricentrada con el matriarcado. Dejando de lado las hipótesis de Bachoffen (1987), Reed (1975) y, más recientemente, de algunas feministas, el consenso entre los antropólogos, sociólogos e historiadores es que, el matriarcado nunca ha existido. Una sociedad es matriarcal cuando las instituciones privilegian a las mujeres en las posiciones de poder. La etnología aún no ha encontrado tal sociedad.
La familia venezolana es matricentrada, pero la sociedad venezolana sigue siendo patriarcal. La madre ocupa prominencia como eje del orden familiar, pero sigue siendo el hombre quien ocupa la posición de poder. El poder de la madre es emocional, pero nada más. Asimismo, la madre nunca asume por completo la centralidad de la familia venezolana. Ante la virtual ausencia del padre en las relaciones familiares, la madre casi siempre recurre a una figura paterna para que, castamente, asuma la responsabilidad paternal.
Aparecen así en la familia venezolana las figuras masculinas que reemplazan al padre ausente. La madre está al tanto de que, será inútil solicitar a sus nuevas parejas que se desempeñe como padrastro de sus hijos. La madre parece conocer bien que la relación conyugal no será duradera, por lo que sería un desperdicio tener esperanzas de que el nuevo marido sea el padre de todos los hijos anteriores. Resulta más fructífero recurrir a una figura masculina con quien la madre sepa que pueda ocupar el rol paterno de forma constante.
El hombre venezolano sólo tiene relación estable y duradera con la madre y lo materno. Así, la madre sabe que el mejor padre para sus hijos será aquel hombre con quien tenga un estrecho vínculo; a saber, sus hermanos uterinos. Cada vez más, la familia popular venezolana, se ha acercado al desarrollo de la institución que los antropólogos denominan el avunculado: vínculos especiales entre un individuo y su tío materno. El hermano de la madre, especialmente si es mayor que ésta, aparece como una figura de especial importancia, pues es llamado a proveer el tutelaje masculino de los niños.
La relación entre cuñados se puede tornar conflictiva. El padre venezolano está virtualmente ausente en la familia, pero esto no significa que está totalmente ausente de ella. Aún guarda con recelo el derecho a la tutela de los hijos, derecho que la madre, en buena medida, trata de despojárselo. La madre prefiere que la figura paterna de los hijos no sea el padre propiamente, sino el tío materno. El padre puede llegar a ver con sospecha a su cuñado, pues es la figura que, potencialmente, puede quitarle a sus hijos. Pero, como suele ocurrir en las sociedades avunculales, el padre mismo también puede ser un tío materno, por lo que su interés en los hijos bien puede disiparse para preocuparse más por sus propios sobrinos.
De forma tal que, en la familia venezolana, no suele existir una correspondencia entre la figura paterna, el padre biológico, y el compañero sexual de la madre. De hecho, la figura del padre que ejerce sus funciones castamente (a saber, sin tener relaciones sexuales con la madre) ya había sido prevista por la Iglesia hace siglos. Durante el papado de Gregorio VII, en el siglo XI, se promulgó el celibato de los sacerdotes, de forma tal que los padres católicos podrán cumplir funciones análogas a las de un padre, sin que esto implique una relación sexual con la madre. El líder religioso, o sus equivalentes (líderes comunitarios) muchas veces suplen al padre ausente. Muy frecuente es, entre los venezolanos, el amigo de la familia que se encarga de proveer el modelo masculino a los hijos sin padre.
Más aún, la Iglesia también parece haber anticipado la necesidad del padre casto a través de la institución del compadrazgo. Cada vez menos prominente en el resto del mundo católico, el compadrazgo sigue siendo una institución de capital importancia en toda Latinoamérica. Virtualmente todas las sociedades prevén la posibilidad de que los niños se queden sin padres. Por ello, surgen instituciones alternas para hacer frente a esta dificultad. Algunas sociedades, las más antiguas, han recurrido al levirato (matrimonio de un hombre con la viuda de su hermano), otras a la moderna institución del orfanato. El mundo católico recurrió al compadrazgo: el compromiso de un padrino, un padre suplente en caso de que el padre original llegase a estar ausente.
El compadrazgo tiene una gran presencia en Latinoamérica en general, y en Venezuela en particular, y no podría ser de otra manera. En una sociedad donde es la regla, y no la excepción, que el padre esté ausente del núcleo familiar, se hace necesario fortalecer la relación entre ahijados y padrinos, y entre compadres. Pero, lo mismo que el sacerdocio, esta institución, de origen católico, también tiene una restricción sexual: los compadres no pueden tener relaciones sexuales entre sí.
La ausencia virtual del padre en la familia venezolana propicia que el venezolano siempre esté a la búsqueda de nuevos parientes, de forma tal que, hasta cierto punto, suplan la ausencia paterna, no solo la figura del padre propiamente, sino también de los parientes patri-laterales. Un rasgo muy peculiar de la familia venezolana es la incorporación y prominencia de parientes ficticios; a saber, individuos con quien no se guarda ningún grado de parentesco biológico, pero con quien se establecen relaciones muy parecidas a las que se dan entre parientes.
Tanto es así, que la terminología empleada para referirse a los parientes suele incluir a tíos y primos con quienes el individuo no tiene ningún nexo biológico. A diferencia de otros sistemas de familia y parentesco, la sangre no es el mejor medio para reconocer a los parientes. En muchas instancias, el padre biológico es apenas un señor, y por extensión, todos los parientes del padre biológico son extraños. El venezolano antepone la relación social a la sangre en la construcción de sus relaciones de parentesco (1).
La madre es la figura central de la familia venezolana, y no está dispuesta a renunciar a ello. En una sociedad donde, por lo demás, a las mujeres se le niegan muchos privilegios, la mujer aspira a compensar esta desventaja adueñándose por completo del privilegio emocional del venezolano. No le interesa el amor de su esposo, sino el de su hijo. El esposo llega a ser una amenaza para su imperio emocional. Si el marido no se interesa por ella, es porque al mismo tiempo la mujer no le ofrece la oportunidad de que así sea. Para preservar su control, la madre ha de reproducir la familia matricentrada: tal como sostiene Moreno, la madre alimenta en el hijo el machismo y la conducta sexual promiscua, de forma tal que reproduzca con otras mujeres la misma relación que el esposo tuvo con ella.
Algunos verán en esta reproducción una extraña forma de masoquismo: la madre quiere que su hijo reproduzca la paternidad ausente, que, aparentemente, tanto la ha hecho sufrir. No hay duda de que las madres sufren cuando son abandonadas por los padres de sus hijos. Pero, la red de parientes que ha construido ha sido tal, que visto de otra forma, disfruta mucho más su soledad. La soledad disfrutada por la madre es análoga a la soledad disfrutada por el ganador que se queda sin rival.
El hijo es el capital emocional de la madre venezolana. Cuantos más hijos tenga, mayor será su imperio emocional. Siente que, de cada compañero sexual, debe concebir al menos un hijo. El hijo concebido suplirá la ausencia del marido que pronto se marchará. Sólo en décadas muy recientes, la sociedad venezolana ha adquirido una conciencia maltusiana (2).
Durante siglos, Venezuela fue un país tenuemente poblado, por lo que nunca se sintió una verdadera presión demográfica por el control de natalidad. Esto ha venido cambiando en las últimas décadas, especialmente en las zonas urbanas. Pero, la madre venezolana no tiene demasiada preocupación demográfica. Su preocupación es más bien emocional: la incomodidad del hacinamiento se ve compensada con la inmensa red de parientes, iniciada con los hijos, en los cuales se apoya para vivir.
El monopolio emocional que la madre tiene sobre el hijo es tal, que cuando en el mundo del hijo aparecen nuevas relaciones, se propicia el conflicto familiar. Además de cerrarle paso al padre, la madre ve con preocupación una relación conyugal estable de su hijo. La nuera es un personaje bastante incómodo para la madre venezolana: las relaciones entre ellas no suelen ser muy armoniosas. La nuera amenaza con quitarle al hijo de su lado. Es la madre misma quien, con frecuencia, alimenta en el hijo la irresponsabilidad paternal y conyugal. No desea que su hijo sea padre o esposo, desea que sea enteramente hijo. Gran poder y voluntad tienen las madres venezolanas, pues su ventaja sobre las nueras es virtualmente indiscutible. Más aún, la nuera tiene una gran desventaja en su contra: ella misma eventualmente se convierte en madre, cerrándole el paso al marido, y desentendiéndose de él. Sólo toma prestado al hijo por un breve período de tiempo, pues éste siempre regresa a la madre.
No obstante, la suegra desarrolla un sentimiento de culpa y empatía para con la nuera. Se identifica con ella como madre al fin, y de manera inconsciente, reconoce su responsabilidad en el machismo del hijo. De forma tal que siente esa extraña combinación de dolor y satisfacción al ver a la nuera abandonada por su hijo. Es frecuente que la nuera y la suegra estrechen relaciones sólo después que el padre se haya marchado. A partir de ese momento, nuera y suegra dejan de ser rivales, y se abre paso a la solidaridad y la cordialidad entre ellas. Aún sin ser especialmente fuertes, las relaciones entre suegras y nueras suelen ser mucho más duraderas que las relaciones entre marido y mujer.
Por su parte, la hija en la familia matricentrada pronto deja de ser hija, para convertirse en madre. No ha de sorprender la temprana edad para la maternidad de la mujer venezolana. De la misma forma en que el gran empresario empieza su negocio desde muy temprana edad, la mujer venezolana empieza su negocio emocional apenas culminando su adolescencia. Siempre estará cerca de la madre; incluso en términos físicos, estará más cercana que el hijo. La familia popular venezolana se acerca más al modelo de la familia extendida que al de la familia nuclear: las hijas y los hijos con frecuencia siempre vivirán junto a sus madres. Pero, la hija nunca estará igual de cercana en términos emocionales que el hijo, pues ella tiene sus propios hijos con quien dividir su mundo emocional.
Lo hasta ahora expuesto es, claro está, una aproximación descriptiva. Venezuela es un país de profundos contrastes en su población, por lo que se dificulta hablar de la totalidad de las familias venezolanas como matricentradas. Ciertamente es la estructura familiar más común entre las clases populares, las cuales constituyen cerca de un 80% de la población venezolana. La familia de la clase media venezolana no presenta exactamente las mismas características que hemos reservado para la familia popular, pero es destacable el hecho de que ha sido el vulgo, y no la elite, el que ha marcado la pauta de la organización familiar en Venezuela.
La familia de la clase media se acerca más al modelo de familia nuclear convencional del resto de Occidente, pero sólo parcialmente. Si bien la clase media venezolana se esfuerza en seguir una estructura familiar similar a la de otras naciones occidentales, no ha podido dejar de incorporar rasgos de la familia matricentrada popular. El hombre de la clase media asume con mayor responsabilidad su paternidad, pero no totalmente. Incluso en la clase media, la pareja como institución sigue sin conseguir plena fortaleza.
La policoitia también es prominente en la clase media. Pero, a diferencia de lo que ocurre en las familias populares, el hombre de clase media rara vez abandona a su mujer. Es mucho más frecuente el amancebamiento y el adulterio en la clase media que en las clases populares. El adulterio es una preocupación menor entre las clases populares, simplemente porque la pareja como institución es muchísimo más débil. La mujer de la clase popular no espera que su pareja esté a su lado por un período muy largo. El hombre da por concluida la relación, y se marcha, probablemente para no regresar más. No ocurre así en la familia de la clase media. La institución del matrimonio tiene mayor fortaleza en la clase media. Pero, no por ello deja de haber policoiotia. Puesto que el matrimonio monogámico exige fidelidad, la policoitia entre la clase media pasa a la clandestinidad. La alteración entre lo transparente y lo secreto es lo que da pie a la mayor preocupación con el adulterio.
El padre en la clase media no abandona a la familia con la misma frecuencia con que ocurre entre las clases populares. Puede seguir teniendo contactos con otras mujeres, sólo que de forma simultánea y clandestina. Así, privilegia a una familia por encima de las otras. Este privilegio propicia que haya un desequilibrio entre esas mismas familias: unas cuentan con un padre presente, otras con uno ausente.
Las amantes del padre de clase media venezolano suelen ser de inferior condición social, pues el amancebamiento en la clase media venezolana tiene una marcada tendencia hipergámica (la unión de un hombre con una mujer de menor condición social). El padre no puede dedicarle la misma atención a los hijos de la esposa que a los hijos de la manceba: lógicamente, el privilegio va hacia los primeros. Así, la familia de clase media sí cuenta con el padre, mientras que la familia popular es relegada a un segundo plano, con una virtual ausencia del padre. De esa forma, la familia de la manceba pasa a ser, una vez más, matricentrada, reproduciendo y expandiendo el modelo familiar.
Si la familia matricentrada predomina mucho más en la clase popular que en la clase media, ¿acaso existe una correlación entre pobreza y la familia matricentrada? Se trata de una pregunta difícil de responder. Sólo tenemos certeza de que, efectivamente, sí existe una correlación, pero hasta ahora no conocemos muy bien en qué sentido; no conocemos bien si la familia matricentrada es causa o consecuencia de la pobreza. De ninguna manera Venezuela es la única región donde predomina la familia matricentrada: ha sido ampliamente documentada en países del Caribe, entre la población negra y blanca pobre de los EE.UU., en algunos sectores de España y Portugal (Shoumatoff, 1990). Pero, más allá de esta diversidad, existe una constante en todos estos escenarios: aparece en zonas particularmente pobres.
La familia matricentrada, como hemos mencionado, tiende a generar un alto índice de hijos por mujeres, pues ante la virtual ausencia del padre, los hijos reemplazan su vacío, y se convierten en una suerte de capital emocional para la madre. Pero, esta pluralidad propicia el problema maltusiano de la pobreza: en las zonas urbanas, tener muchos hijos se convierte en un problema, pues no se cuentan con los suficientes recursos para mantener un óptimo estilo de vida. Si bien los índices de hijos por mujer han descendido de seis, en 1970, a cuatro, en 1980, sigue siendo especialmente alto para un estilo de vida urbano, el cual ocupa cerca de un 80% de la población venezolana (López, 1988a: 1028).
Si la familia matricentrada venezolana no fuese urbana, sino rural, quizás las consecuencias de tener muchos hijos no serían perjudiciales, pues tener hijos en el campo no es tan desventajoso (el territorio es más extenso, los hijos sirven de fuerza laboral). Curiosamente, en el campo venezolano, la familia matricentrada no es tan prominente como en la ciudad. Moreno (1995: 399) escribe: la familia andina [campesina] parece obedecer a otro modelo [diferente de la familia matricentrada]. La diferencia está en que en los estados andinos predomina la familia constituida por una pareja (padre y madre) y los hijos (3).
Pero, el caso es que la familia matricentrada aparece especialmente en las ciudades y su alto número de hijos genera pobreza. Como hemos mencionado, de ninguna manera la familia matricentrada ha de ser asimilada al matriarcado. En Venezuela, la mujer dista de poseer las mismas oportunidades laborales y económicas que el hombre, por lo que su capacidad para generar ingresos es bastante inferior. Precisamente el desequilibrio que se genera entre el patriarcado y la familia matricentrada alimenta aún más la pobreza en la familia popular venezolana. La mujer tiene un capital emocional en sus hijos, pero a la vez una gran carga económica. El hombre, por su parte, no cuenta con el capital emocional de los hijos, pero sí cuenta con mayor capital económico. La mujer es centro de la familia venezolana, pero de ninguna manera es el centro de la sociedad venezolana. Aristóteles no parece haber estado enteramente correcto, pues la familia no siempre es un microcosmos de la sociedad. Esta disparidad obliga a la mujer a proveer el sustento de su familia, pero sin contar con las suficientes oportunidades laborales.
Si el padre sentía algún apego por su familia, la pobreza lo aleja aún más de ella. La mujer venezolana está resignada a entregarse a sus hijos y a la pobreza, de forma tal que sus aspiraciones socio-económicas no son muy altas. El padre, por el contrario, con mayores oportunidades laborales, crece en aspiraciones, mucho más que la madre. Las aspiraciones socio-económicas lo desapegan de la familia, pues llega a reconocer que ésta puede convertirse en una razón de hundimiento en la pobreza. De manera tal que, si la familia matricentrada es causa de la pobreza, también es su consecuencia: para evadir tropiezos al crecimiento económico, el padre abandona a la familia, alimentando aún más la estructura familiar matricentrada.
Vethencourt ve con preocupación el auge de la familia matricentrada venezolana, pues la considera un fracaso. Aprecia en ella un modelo familiar incoherente, con repercusiones perjudiciales en la estructura psicológica de los individuos y en la sociedad de forma general. Moreno (1995: 434), por su parte, de manera admirablemente osada, critica a Vethencourt, sosteniendo que nuestra cultura matrial no es, a mi entender, en principio, lamentable, o por lo menos, no más lamentable que la patrial Las mujeres que tienen hijos de distintos padres y que viven una historia de concubinatos sucesivos, no se sienten- por lo menos no lo he encontrado- culpables y avergonzadas. Para Moreno, la familia matricentrada funciona adecuadamente, pues la mujer, esperando poco del hombre, no se ve afectada por su ausencia, y logra construir un mundo emocional sano con otras alternativas, a saber, sus hijos.
Moreno no deja de tener razón cuando dice que la familia popular venezolana no vive un mundo emocional particularmente perturbador. Aunque diferente, la familia popular venezolana es emocionalmente bastante coherente. Pero, no sólo de las emociones vive el ser humano. Si bien la familia matricentrada puede ser un espacio seguro y sano para el desarrollo emocional del individuo, cabe poca duda de que guarda una estrecha relación con la pobreza, bien sea causa o consecuencia de ella. Alejandro Moreno es un sacerdote salesiano que vive en un barrio popular; un hombre que, teniendo las comodidades de una vida clerical, permaneció fiel a sus votos de pobreza. Se desprende de sus puntos de vista un cierto ascetismo religioso característico de los misioneros españoles que vinieron a América. Moreno no parece estar muy preocupado con la riqueza o la pobreza; le preocupa más la estabilidad emocional de los venezolanos. Pero, tristemente, este ascetismo no está difundido entre los propios venezolanos. En Venezuela se sufre por la pobreza; no basta con tener una madre amorosa si no se ha comido el desayuno. La familia matricentrada puede ser un espacio de estabilidad emocional, pero es al mismo tiempo causa y consecuencia de la pobreza, condición que perjudica muchísimo al mundo emocional de los venezolanos.
2. Exploraciones históricas
Si la familia matricentrada está tan arraigada entre los venezolanos, ha de ser porque ha contado con suficiente tiempo para echar raíces. Pues, así como hemos recorrido el punto de origen de la sociedad en un sentido sincrónico (la familia), ahora corresponde hacerlo en un sentido diacrónico; a saber, elaborar una aproximación a las condiciones históricas que abrieron paso a la familia matricentrada en Venezuela.
En la familia matricentrada, como hemos mencionado, no existe la institución de la pareja propiamente dicha. Todas las sociedades del mundo efectivamente conocen alguna forma de apareamiento social, pero esto no es constituyente de lo que entendemos por pareja. La familia nuclear occidental, conformada por un padre, una madre y los hijos, depende de unos vínculos conyugales fortificados. Como en ninguna otra estructura familiar, la familia nuclear depende de la continua confianza, interacción y convivencia del hombre y la mujer, de la pareja. Se necesita del amor romántico, pues es éste el sentimiento que propiciará el vínculo duradero que sostenga a la familia nuclear. El venezolano conoce muy bien el amor. Pero, su amor no es romántico. La mujer ama a sus hijos y hermanos, y el hombre ama a su madre y hermanos. Pero, dista de amar con la misma intensidad a la pareja.
Si esto es así, la estructura familiar venezolana dista de ser atípica. Pues, una influyente escuela de historiadores de la familia ha llegado a la conclusión de que el amor romántico es un fenómeno especialmente moderno, y atípico en relación a las demás sociedades. De acuerdo con la mayoría de las historias convencionales de la familia occidental, el amor romántico sólo hizo su masiva aparición en Occidente alrededor del siglo XVIII. Según esta escuela, las variables demográficas, sociales y económicas desempeñaron un papel fundamental en el auge del amor romántico. Buena parte de los etnólogos parecen estar de acuerdo con estos historiadores, pues en sociedades ajenas a Occidente, el amor romántico no parece ser una preocupación demasiado grande. El amor a la pareja nunca deja de ser importante en las sociedades no occidentales, pero es secundario frente a la institución del matrimonio, la cual es el verdadero fundamento de la organización social de muchos pueblos. Puesto que el matrimonio es un asunto tan importante en otras sociedades, no se puede tener el lujo de que una persona decida por sí sola con quién ha de casarse. Importa poco si la pareja conyugal es amada o no, aunque esto no quiere decir que no pueda haber amor entre ellos.
Previo al siglo XVIII, no parece haber habido en Occidente demasiada preocupación con el amor romántico. Buena parte de los matrimonios eran arreglados por los parientes, de forma tal que, en muchas ocasiones, no se desarrollaba un amor especial por la pareja conyugal. Y, aún si podía haber elección libre para el matrimonio, las parejas seguían sin desarrollar profundas emociones. ¿A qué se debe esta virtual inexistencia del amor romántico, y cómo repentinamente apareció hacia el siglo XVIII?
El historiador inglés Lawrence Stone (1977) ha propuesto una influyente explicación demográfica y económica. Previo al siglo XVIII, el nivel de vida en Occidente era precario, con altas tasas de mortalidad. La esperanza de vida era bastante corta, con un promedio de alrededor de los cincuenta años. Con una esperanza de vida tan corta, los matrimonios sólo duraban un promedio de diecisiete años, pues la muerte interrumpía la relación. Comprometerse sentimentalmente con algo o con alguien requiere de tiempo y de una garantía de que la relación será duradera. En la Europa pre-industrial, no se contaba con esta garantía, y la gente tenía miedo de comprometerse en relaciones sentimentales, pues el dolor, en caso de muerte, sería mucho más grande.
La aproximación demográfica al amor romántico en Venezuela bien podría ser adecuada. Desde la llegada de los españoles al territorio venezolano, las condiciones sanitarias del país han sido particularmente precarias. Los españoles trajeron consigo enfermedades para las cuales el sistema inmunológico de los nativos no estaba preparado, generando un alto índice de tasas de mortalidad por siglos. Desde entonces, las epidemias han azotado a Venezuela por siglos: paludismo, sarampión y fiebre amarilla siendo las más destacables. Asimismo, mientras que Europa Occidental entraba en una etapa industrial ya para el siglo XVIII, Venezuela apenas la empezó a vivir a comienzos de la explotación petrolera en la tercera década del siglo XX. Hasta ese entonces, la tasa de mortalidad en Venezuela seguía siendo elevada, y sólo en décadas recientes, y no para todos los sectores de la población, la situación ha mejorado.
Con este escenario de fondo, la tesis de Stone puede ser parcialmente validada. No hay duda de que el amor romántico y la pareja tienen más fortaleza entre los venezolanos de clase media que entre las clases populares. Asimismo, el acceso a la salud en Venezuela sigue siendo desigual, con una marcada tendencia a favor de la clase media: las clases populares tienen menos acceso a la salud y tasas de mortalidad más elevadas. De forma tal que, si no podemos elaborar una causalidad entre una y otra variable, al menos sí podemos sostener que existe una correspondencia entre ellas. Como sugiere Stone, el amor romántico necesita de una seguridad demográfica con suficiente tiempo como para instituirse; Venezuela apenas alcanzó esta seguridad, y sólo parcialmente, durante los inicios del siglo XX.
Otro exponente influyente de la aproximación demográfica es el historiador francés Philippe Aries (1990). Mientras que Stone dedica sus análisis mayormente a la relación existente entre el amor romántico y las condiciones demográficas, Aries se concentra más bien en la relación entre el amor hacia los niños y la demografía. A través de un ingenioso estudio del arte pre-industrial y de documentos de la época, Aries parte del supuesto de que, previo al siglo XVII, el concepto de infancia no existía. Los niños eran una suerte de hombrecitos, no separados del resto de la sociedad, y tratados como si fuesen adultos, a saber, sin ternura y consideraciones especiales. Si los niños morían a temprana edad, no era motivo especial de tristeza, pues, a decir verdad, era lo esperado.
Las transformaciones demográficas propiciaron que, una vez que los niños ya no morían con tanta frecuencia, los padres estuvieran más apegados a ellos, y desarrollaban mayores emociones por ellos. Aunado con las transformaciones demográficas, Aries atribuye la ternura hacia la infancia al desarrollo de una conciencia cristiana que separaba a la infancia del resto de las etapas de la vida, hasta convertirse el niño en el eje de la vida familiar. El creciente afecto hacia los niños pronto se traspasó a las relaciones entre hombres y mujeres. Con una familia basada en el amor hacia los hijos, a las parejas no se les hizo difícil amarse mutuamente, pues además de esto, las transformaciones demográficas también les permitían tener garantía de que su compromiso emocional sería duradero.
La descripción que Aries elabora de las transformaciones en la familia occidental sólo encuentra mediana correspondencia con la realidad histórica de la familia venezolana. El amor en la pareja venezolana es débil, pero no así el amor hacia los hijos. Si bien es cierto que, en muchas instancias, la clase media venezolana no ha terminado de separar la infancia de la adolescencia y la adultez, en su trato hacia las clases populares, no se puede decir que el niño en la familia venezolana deja de ser amado. Todo lo contrario, el fundamento de la familia matricentrada es el profundo sentimiento que se desarrolla entre la madre y sus hijos. En este sentido, las descripciones que Aries hace de la familia occidental pre-industrial son muy diferentes de la realidad venezolana.
Venezuela bien podría estar viviendo esta etapa de transición. Valga mantener presente que, mientras que en Europa estas transformaciones demográficas se empezaron a suscitar hacia el siglo XVIII, en Venezuela sólo empezaron en el siglo XX, y aún están en desarrollo. El amor hacia los niños (de parte de la madre) parece haberse asegurado en la familia matricentrada, pero no el amor en la pareja. Quizás, en un futuro no muy lejano, el amor hacia los niños sea extendido hacia la relación de pareja.
Las historias convencionales de la familia occidental sugieren que las transformaciones económicas también desempeñaron un papel importante en el auge de la moderna familia nuclear, y el amor en la relación de pareja. Tanto Stone como Aries estiman que las profundas mejorías en el estilo de vida que fueron propiciadas por la revolución industrial, permitió el espacio de seguridad económica como para desarrollar las emociones que caracterizan al amor romántico.
Queda poca duda de que la familia matricentrada venezolana es mucho más común entre las clases populares que entre la clase media. Tal como hemos mencionado, existe una correlación entre la pobreza y la familia matricentrada. Se corrobora así, al menos parcialmente, la aproximación economicista a la historia de la familia. Desde el período de Independencia, las condiciones de vida no han mejorado significativamente en Venezuela. El siglo XX dio inicio a una etapa de mejoría en las zonas urbanas, pero el masivo éxodo campesino hizo colapsar esos niveles. Al parecer, la pareja venezolana no ha contado con la suficiente seguridad económica como para amarse mutuamente.
Algunos antropólogos e historiadores han protestado contra el enfoque hasta ahora presentado, pues aprecian en él un cierto etnocentrismo y triunfalismo de la modernidad y del capitalismo, que no es necesariamente acorde con los hallazgos historiográficos y etnográficos. Los pueblos del Tercer Mundo no han alcanzado óptimas condiciones demográficas y económicas, pero esto no significa que las parejas no se amen en esos países. La etnografía ha provisto suficientes instancias de pueblos tribales que, aún sin contar con un bienestar económico especial, demuestran grandes emociones hacia los cónyuges. Baste pensar en los estudios etnográficos de autores como, Isaac Schapera (1940), o Jack Goody (1990). Si bien el motivo demográfico y económico parece ajustarse a la realidad de la familia venezolana, tan sólo es secundario. Es menester explorar otras razones.
La aproximación de José Luis Vethencourt es de considerable importancia. De acuerdo con este autor, la pareja como institución es virtualmente inexistente en la familia venezolana, debido, en buena parte, a la manera en que se llevó a cabo el proceso de conquista y colonización, no sólo de Venezuela, sino de toda América Latina. La conquista española destruyó las formas familiares nativas y no tuvo éxito en trasladar a los nuevos territorios una estructura familiar coherente, conformando así un vacío con amplias repercusiones en la vida familiar contemporánea. De acuerdo con Vethencourt (2002: 67), los conquistadores y sus descendientes los mantuanos, se entregaron por completo a vivir un doble vínculo en su moral sexual, que trajo como consecuencia desde el comienzo de nuestra historia, la formación de dos ámbitos familiares opuestos. La familia legítima, constituida con familias traídas de la metrópolis o con indias favorecidas, y la ilegítima, formada simultánea o sucesivamente con indias menos estimadas.
Efectivamente, la observación de Vethencourt no deja de ser cierta, pues la Conquista de América fue emprendida por hombres, los cuales muy esporádicamente trajeron consigo a sus mujeres desde la metrópolis. Muchos de ellos con la esperanza de regresar a España, los conquistadores y colonizadores de América establecieron encuentros sexuales y amancebamientos con las mujeres nativas, pero éstas siempre ocuparon una posición secundaria, pues la mujer legítima se encontraba en España. Cuando las mujeres españolas empezaron a migrar a los nuevos territorios, la dualidad entre la mujer legítima y la mujer ilegítima ya había alcanzado suficiente fortaleza como para que, aún con la mujer legítima en América, continuase el amancebamiento.
Más aún, España ya conocía bastante bien la barraganía, institución que, aún con el rigor de la monogamia, permitía a los hombres mantener mujeres alternas. En España, la barraganía solía estar reservada a los nobles, pues eran ellos los que mejor podían cumplir con las exigencias económicas de atender a dos o más mujeres. Desde lo inicios de la Conquista, la nobleza mantuana solía ser la escoria peninsular. América fue conquistada y colonizada por individuos de muy baja condición social en sus países de origen, quienes al llegar a América, se aseguraron de forjar un sistema social lo suficientemente estratificado como para asegurar su recién acomodada posición social. Así, no tardaron en adoptar la práctica de la barraganía, pues era éste un hábito mayormente reservado a los nobles en España.
Si en España era ya común la barraganía, en América se intensificó aún más. Los colonizadores se esforzaron por alcanzar un ascenso social, de forma tal que los hábitos de los nobles fueron multiplicados, para dejar poca duda de su nueva condición social. No fue sólo tras el oro que vinieron los españoles. Ansiosos de un ascenso social, la barragana sirvió de capital simbólico. Lejos de la metrópolis, el español no se sintió restringido por el control moral que, quizás, era mayor en la península Ibérica. Podía tener cuantas barraganas quisiera, pues, además de ser un distintivo de jerarquía, no había nadie que realmente se lo prohibiera.
La pareja y el amor entre cónyuges no pueden prosperar si predomina la barraganía. El hombre ha de dividir su tiempo y emociones entre la esposa y la barragana, no estando plenamente con ninguna de ellas. Las uniones sexuales durante los períodos de la Colonia y la Independencia alcanzaron límites asombrosos fuera de la institución del matrimonio. En Venezuela, el número de matrimonios fue excepcionalmente bajo, aunque se aprecia un reciente crecimiento: en 1904 se registran apenas 2.6 matrimonios por cada mil habitantes, mientras que en 1980 se registran 6.1 por cada mil habitantes (López, 1988b: 1125).
Los habitantes pre-colombinos, por su parte, no dedicaban especial importancia a la institución de la monogamia. Buena parte de las sociedades indígenas de Venezuela y de América Latina en general, eran y siguen siendo, en la medida de lo posible, poligámicas. El consenso entre antropólogos, sociólogos e historiadores es que la igualdad, el orden y la estabilidad son propiciados mucho más por la poliginia que por el desequilibrio entre la monogamia y la barraganía. Una de las primeras instituciones que los misioneros y colonizadores trataron de erradicar en la población nativa fue la poliginia. El nativo nunca terminó de asimilar las exigencias monogámicas del colonizador, de forma tal que, continuó frecuentemente con la pluralidad de mujeres. Pero, esta vez, no podía hacerlo como antaño. Debía hacerlo clandestinamente, o al menos, estableciendo una separación entre la mujer legítima y la ilegítima, pues el orden social y jurídico así lo exigía; de forma tal que la barraganía no tardó en extenderse a la población indígena.
Conclusión
Si la familia venezolana ha carecido de padre desde sus inicios en los tiempos coloniales, esta estructura familiar dista de poder ser abandonada. Pues, se sigue promoviendo al adulterio, del cual la población venezolanazo ha logrado salir. Más aún, puesto que la familia matricentrada es causa y consecuencia de la pobreza, se conforma un círculo vicioso del cual es difícil salir, por lo que la estructura matricentrada mantendrá vigencia en los años venideros.
Por los momentos, la alternativa de los venezolanos es aceptar a la familia matricentrada, pues escasamente tienen otra opción. En el plano emocional, hemos visto que, acorde a lo que sostiene Moreno, la familia matricentrada es una estructura relativamente estable, pero no está libre de los resentimientos que la ilegitimidad lógicamente genera. Si el padre ha de seguir estando ausente, y la madre ha de continuar siendo el centro del hogar, entonces es menester tomar las precauciones necesarias para evitar que esta situación se torne desfavorable.
El principal problema de la familia matricentrada es, como hemos mencionado, el desequilibrio que hay entre la estructura familiar matricentrada y la estructura social patriarcal. La madre puede ser el centro de la familia, pero dista de poseer el control en la sociedad, lo cual genera pobreza. De forma tal que el meollo del asunto es un problema de género. En la medida en que a la mujer se le amplíen oportunidades en la sociedad venezolana, este desequilibrio podrá ser aliviado. Y, una vez logrado esto, la madre estará en mejores condiciones de proveer a sus hijos. Su ocupación laboral será una medida contraceptiva natural, pues se verá más presionada a controlar la natalidad que pueda afectar a su rendimiento laboral. Al mismo tiempo, si la mujer cuenta con mejores oportunidades laborales y beneficios económicos, el padre no apreciará una carga en la mujer y los hijos, y estará menos dispuesto a abandonarlos. Las relaciones de pareja más fortalecidas son aquellas donde la simetría marca la pauta. Si los venezolanos desean ver una pareja fortalecida, entonces deben empezar por generar un espacio de simetría social entre hombres y mujeres.
Notas
1. El antropólogo americano David Schneider (1980) ha sugerido que, sólo en algunas sociedades la biología es determinante del parentesco. Para Schneider, el parentesco no tiene ningún fundamento biológico, sólo social. En el caso del sistema de parentesco norteamericano, por ejemplo, Schneider insiste que los parientes no siempre son individuos con quienes se guardan nexos biológicos. Esto bien puede ser así, pero en el caso de la familia venezolana, es especialmente prominente: muchas veces, para un individuo parientes son una pluralidad de personas con quien no necesariamente existe un nexo biológico.
2. Thomas Malthus fue un economista y demógrafo inglés del siglo XIX, célebre por su sencilla teoría de que, mientras que la población humana crece geométricamente, los recursos económicos crecen sólo algebraicamente. Así, fue uno de los primeros en descubrir que la sobrepoblación genera pobreza, y que un método eficaz de combatirla es a través del control de natalidad.
3. No alcanzamos a determinar por qué la familia matricentrada aparece más en la ciudad que en el campo. Una posible razón podría ser que, en la familia matricentrada, se requiere de constante movilidad, pues el hombre transita entre varias familias. La movilidad es facilitada por el estilo de vida urbano, pero no por el rural.
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