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Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales
versión impresa ISSN 20030507
Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales v.11 n.1 Caracas ene. 2005
La investigación universitaria en tiempos
de la sociedad del conocimientoIgnacio Ávalos Gutiérreza
a Facultad de Ciencias Económicas y Sociales - Universidad Central de Venezuela
Resumen
Si la metáfora de la torre de marfil era la que mejor ilustraba, en sus inicios, a la universidad y pareciera que ésta, cuanto más aislada, mejor, ahora el mandato es, por el contrario, la vinculación estrecha con su entorno y la atención a un "pliego de exigencias", como condición para legitimarse y justificar los presupuestos que se le dan. Así, la universidad debe ser capaz, pues, de movilizar su capital intelectual para encarar problemas urgentes de la vida nacional en un contexto marcado, además, por la necesidad de participar en lo global. Pero, cualquier esquema de relación de la universidad con la sociedad parte del hecho, de que, si bien universidad pública tenía, hasta no hace mucho, el monopolio epistemológico y organizacional del saber, lo ha visto desvanecer en alguna medida al paso en que nos adentramos en un nuevo tipo de sociedad, caracterizado por la ubicuidad y diversidad de los actores que lo generan y difunden. Cuál es, entonces, su papel en una situación en la que ha perdido parte de su dominio dentro de la nueva ecología institucional, en la que se observa una muy fuerte tendencia hacia la privatización del conocimiento y en la que este último se ha vuelto un bien de capital determinante en la nueva economía. En este contexto, la universidad, sobre todo la pública, debe ser capaz de fortalecer su papel crítico, independiente y autónomo, su condición de espacio para todos, imprescindible en la sociedad del conocimiento que es, también, la sociedad del riesgo.
Palabras clave: universidad pública, sociedad del conocimiento, investigación, privatización, globalización.
Summary
University Research in the Epoch of the Knowledge Society
If the "ivory tower" metaphor best described the university in its early history, nowadays it is called on to renew its links with society and respond to a varied list of demands in order to legitimate itself and justify the funds that keep it alive. The university must be able to mobilize its intellectual capital in order to respond to urgent national problems, within a context of increasingly globalized competition. However, these new demands come at a time when the public university has been losing its traditional epistemological and organizational monopoly over knowledge, as our society generates and divulges new knowledge by way of more ubiquitous and diverse actors. What then is its role in a situation in which it has lost part of its control within the new institutional ecology, when we can observe a marked tendency towards the privatization of the knowledge that has become an essential capital within the new economy? In the face of this challenge, the university, especially the public university, must prove capable of strengthening its critical function, its independence, its autonomy and its condition as a space open to all, of vital importance in a knowledge society that is, at the same time, a risk society.
Key Words: Public University, Knowledge Society, Research, Privatization, Globalization.
Recibido: 14-10-200X Aceptado: 12-11-2004
INTRODUCCIÓN
Uno siente que el mundo se está revisando de pies a cabeza. Que casi todo está siendo puesto en duda, que nos estamos viendo obligados a cambiar muchos de nuestros puntos de vista, que las ideas que servían antes ahora ya no sirven tanto para explicar la vida y explicarnos a nosotros mismos dentro de ella. En fin, uno siente, según la frase, no por manida menos elocuente y cierta, que el futuro ya no es como era antes, hasta hace poquito. No lo es, por ejemplo, para las universidades. Y, en particular, no lo es más, tampoco, para el formato desde el cual se conciben y se orientan sus actividades de investigación.
Las claves básicas para la interpretación social ya no son tan persuasivas y no hay nada mas sabio que ponerlas en cuarentena, mientras se nos van ocurriendo otras teorías que nos alumbren mejor el perfil del mundo en transición que nos ha tocado en suerte, transición tiene que ver mucho con el espectacular desarrollo tecnocientífico ocurrido en las últimas dos o tres décadas y, para que no suene a un imperdonable determinismo tecnológico, diré que este cobra cuerpo al calor de múltiples causalidades en diversas direcciones, tanto políticas como sociales y económicas las cuales lo envuelven cada uno con su peso, para darle una orientación.
El tema de la relación de la universidad con la sociedad es antiguo, muy antiguo, cuya historia no cabe, desde luego, tratar aquí. Me basta con decir al respecto que, en su nacimiento y durante buena parte de su existencia, la metáfora que mejor expresaba a la universidad era la de la "torre de marfil", puesto que no se le reclamaba una vinculación particularmente estrecha con la sociedad, ésta no le tenia planteado ningún pliego de solicitudes y pareciera, por tanto, que la universidad cuanto mas aislada mejor, pues de esta manera realizaba más cabalmente su diversos cometidos. Pareciera, pues, que la academia resultaba siempre desmejorada como resultado de sus roces con la sociedad. Con el correr del tiempo, la vinculación con la sociedad se ha convertido, por el contrario, en tema no sólo crucial sino álgido, polémico y complejo. Como ser una institución útil, como cumplir un propósito colectivo, como ser pertinente, como pagar la deuda social acumulada, como contribuir a la competitividad económica, esas son las exigencias que se formulan, de las cuales se derivan largas agendas de problemas y estrategias.
No pretendo, desde luego, abordar la respuesta a estos planteamientos, ni mucho menos sugerir estrategias. Quiero ofrecer, más bien, una reflexión cuyo punto de partida es la necesidad de la existencia de nexos, lo insoslayable, lo provechoso e importante que resultan esos nexos tanto desde el punto de vista universitario como social y, a partir de allí, referirme a ciertos rasgos de la sociedad actual, caracterizada como sociedad del conocimiento, y a algunas consecuencias que pudieran derivar de allí para la universidad, así como para la naturaleza de su relación con el entorno y, asimismo, como ya dije, el carácter y condiciones de sus actividades de investigación.
La sociedad del conocimiento, en dos palabras
Dicen los estudiosos del tema que el aporte más importante de Thomas Edison fue haber inventado el método de inventar, esto es, haber concebido y puesto en marcha un formato organizativo idóneo para la producción de tecnologías, la semilla, quizá, según se ven las cosas ahora, de lo que un siglo más tarde se ha denominado la "sociedad del conocimiento".
La historia ha mostrado, siempre, desde luego, la huella que dejan las innovaciones científicas y tecnológicas en el molde de las sociedades humanas. Pero lo que está ocurriendo desde las postrimerías del siglo xx es que esta influencia está cobrando alcances inéditos, sus efectos son mucho más visibles y hondos, la marca es mucho mayor en la vida de todos. En otras palabras, el desempeño general de las sociedades actuales depende cada vez más de la capacidad para preparar a su gente, desarrollar posibilidades de investigación e innovación y crear sistemas para acceder, guardar, procesar y usar información y conocimientos; en fin, se encuentra supeditado en buena medida a la inversión en su capital intelectual.
Diversos autores indican que, en la historia reciente, los conocimientos se doblan cada quince años. La mayoría (cerca de 90%) de los científicos que ha habido en la historia de la humanidad están vivos en la actualidad. En muchas ramas de la ciencia, un par de lustros, a veces, es suficiente para dejar obsoletas un conjunto de cosas que se dieron como teóricamente ciertas. Durante la década final del siglo xx se adquirió más conocimientos que en toda la historia previa de la humanidad. Y, así, pudiéramos seguir mostrando datos, pero lo importante es que la incidencia social del conocimiento, los tiempos de impregnación colectiva de las nuevas tecnologías, desde que son vistas como posibles en un hecho científico hasta su uso social, se han acortado ostensiblemente. El teléfono necesitó más de medio siglo para cumplir el trayecto, la radio sólo 35 años, el radar poco más de 15, la televisión alrededor de 10, y el transistor 5. Así se piensa que la distinción entre ciencia básica y ciencia aplicada o, incluso, entre ciencia y tecnología se difumina y pierde utilidad práctica. En cierto sentido, por eso muchos prefieren el término de tecnociencia.
La característica que más profundamente distingue el modelo de sociedad que se viene perfilando en la actualidad, la "sociedad del conocimiento", es el acceso universal, masivo, intensivo y permanente a los conocimientos existentes y a los que se van generando. Es preciso destacar que lo más importante no es tanto el impacto concreto de la microelectrónica, la ingeniería genética, los nuevos materiales o la nanotecnología, sino el efecto agregado de todas ellas y, sobre todo, lo que significa para la sociedad la producción sistemática y masiva de conocimientos
Es la difusión masiva de la información lo que marca la diferencia con el pasado reciente o, para decirlo en otra forma, esa ubicua presencia del conocimiento, la rapidez con la que se crea, se divulga y se hace viejo, allí está el punto crucial. Una manera de definir está sociedad que se nos viene asomando con mucha fuerza es, por tanto, identificarla como constituida y dispuesta desde el punto de vista institucional (es decir, desde el punto de vista de sus valores, normas, leyes, organizaciones, rutinas administrativas) para "tratar" con el conocimiento, para generarlo, almacenarlo, transformarlo, difundirlo y usarlo. La sociedad emergente se caracteriza, entonces, por los siguientes rasgos (Brunner, 1994):
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Una economía cuyo crecimiento se torna cada vez más dependiente de la producción, distribución y aplicación del conocimiento.- La creciente importancia del sector de servicios intensivos en conocimiento (educación, las comunicaciones y la información).
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La convergencia tecnológica de las comunicaciones y de la computación sobre la base de la digitalización de una parte creciente de las transmisiones.-
El valor estratégico cada vez más alto del conocimiento incorporado en personas ("capital humano"), en tecnologías y en las prácticas asociadas al trabajo de analistas simbólicos.-
El rápido desarrollo y difusión de las infraestructuras de comunicación.Y asociado a esto se observa un cambio vinculado a la cultura y que, por ende, alude al conjunto de las formas de vida, los entornos tanto materiales como interpretativos y valorativos, las cosmovisiones, las formas de organización social, la relación con el medio ambiente.
De paso, cabe advertir, sin embargo, que la sociedad del conocimiento no equivale, según se ve en cierta parte de la literatura sobre el tema, a un modelo único de organización colectiva, mucho menos a un formato ideológicamente aséptico, suerte de utopía feliz, como algunos han asomado. Por lo que se está viendo, el conocimiento es cada vez más una variable clave en la distribución del poder y, por supuesto, en los conflictos a que éstos dan lugar.
La sociedad del conocimiento vista por su otra cara
El desarrollo tecnocientífico cobra, como dije, un enorme significado en tanto factor de estructuración social. En ese grado es, por tanto, asunto del mayor interés publico. La fe en la ciencia, compartida por Marx y Lenin, pero también por Adam Smith y Henry Ford, ya no es tan ciega ni tan radical. En efecto, se ha debilitado la premisa según la cual la ciencia dejada a su aire aseguraba, por sí misma, las condiciones para la generación de innovaciones tecnológicas, las cuales garantizaban el crecimiento económico y éste, a su vez, el bienestar, la cohesión social y la paz. En pocas palabras, se advierte de manera cada vez más ostensible que la ciencia ya no es únicamente la solución de los problemas, sino parte de algunos de esos problemas. Para decirlo en cápsula, no sabemos cuáles son las consecuencias que se desprenden de lo que sabemos.
La conciencia colectiva ha sido tomada por la idea de que la aplicación de los avances científicos y tecnológicos ha contribuido, junto a sus indudables beneficios, a la degradación del ambiente, a la generación de catástrofes, al desarrollo de armas muy poderosas y se ha vuelto, asimismo, factor influyente en la desigualdad social o en la exclusión, así como en la asimetría de la relación entre los países. Ha levantado, además, problemas éticos de gran envergadura que nos tocan (y confunden) a todos.
A veces pareciera que no sabemos qué hacer con lo que sabemos. Que es demasiado acelerado el ritmo de producción de conocimientos, comparado con el tiempo que nos lleva la construcción de un consenso cultural sobre cómo utilizar esos conocimientos. Que nuestras convicciones morales marchan más lentamente que la producción de nuevos conocimientos científicos. Que estamos siempre en situación de "déficit ético" y las normas y reglas siempre quedan por debajo de las nuevas realidades que deben atender.
No está de más indicar, por otro lado, que las interrogantes sobre la ciencia no provienen sólo desde "afuera", sino también, y con mucha fuerza, desde los mismos predios científicos, como lo ha demostrado, en forma descollante, la controversia suscitada por las investigaciones sobre la recombinación del ADN y en general toda la polémica suscitada en los terrenos de la genética en torno a la posibilidad de que, junto a la esperanza de curar ciertas enfermedades, los nuevos descubrimientos atenten contra los derechos humanos, visto que, como más de uno teme, entre la medicina preventiva y la policía preventiva hay sólo un paso (Salomón, 2001).
La razón del interés público radica en buena medida en el hecho de que la sociedad del conocimiento es también, vista por su otra cara, la sociedad del riesgo. El concepto de la "sociedad del riesgo" fue introducido por el sociólogo alemán Ulrich Beck (1986). Este autor sostiene que la tecnología ha creado formas inéditas de riesgo e impone una peligrosidad cualitativamente distinta a la del pasado, incluido el escenario de la autodestrucción. Hoy es cada vez mayor, dice, la posibilidad de que se produzcan daños que afecten a una buena parte de la humanidad, al margen de barreras nacionales, sociales o generacionales. En este sentido, hasta los propios desastres naturales son cada vez menos naturales dado que están inexorablemente vinculados a acciones humanas, influenciables, previsibles. Hay, pues, dos tipos de riesgo. El riesgo externo, el cual se experimenta como proveniente de la naturaleza. Y el riesgo manufacturado, creado por el propio impacto de nuestro conocimiento creciente sobre el mundo. Este segundo tipo de riesgo se refiere a situaciones de las que disponemos muy poca experiencia histórica. La mayoría de los riesgos medioambientales entran en esta categoría (Giddens, 2003).
Por tanto, hablar de riesgo no es sólo hablar de pérdidas y averías potenciales, sino también de imputar responsabilidad a algún actor social, por acción u omisión. En la nueva sociedad a la que nos adentramos, el eje que estructura la sociedad no es tanto, sostiene Beck, la distribución de bienes, como la distribución de riesgos. No es extraño, entonces, que el riesgo forme parte central de los debates sociales y políticos contemporáneos.
Así las cosas, en el contexto de la sociedad del conocimiento (y de la sociedad del riesgo), el escrutinio publico sobre las actividades científicas y tecnológicas es asunto que empieza a mirarse como condición, cada vez más crucial, para la existencia de la democracia. Hay un desafió social y ético al que se enfrentan las sociedades contemporáneas, urgidas de innovaciones institucionales capaces de dilucidar los desencuentros entre la lógica tecnocrática y la lógica democrática, o, en otros términos, la lógica del mercado y la lógica ciudadana, y de garantizar la participación pública en la orientación del desarrollo científico y tecnológico.
Los criterios de validación del conocimiento tradicionalmente se referían al conocimiento confiable, aquel que es validado por medio del consenso de la comunidad de investigadores con base, sobre todo, en la replicabilidad de los resultados. Hoy en día cobra cuerpo la noción de que el conocimiento, además de confiable y replicable, tiene que ser calibrado por sus implicaciones sociales y ambientales, tarea puesta en manos de grupos más amplios de actores sociales.
El "capitalismo ingrávido"
Nada aclara mejor lo que vengo señalando que un vistazo, aunque sea breve y rápido, sobre la actual economía. En efecto, se dice que se está viviendo "la transición de las economías industriales a las economías fundadas en el saber" para indicar que todos los modos de formación del valor están asociados por el empleo constante de innovaciones, tanto tecnológicas, como organizativas. Las economías no están basadas única ni principalmente en la acumulación de capital físico y materias primas, sino en la producción permanente del conocimiento. Desde comienzos del siglo xx ha aumentado la importancia del capital intangible (en gran parte constituido por inversiones en capacitación, instrucción, actividades de investigación, información, es decir, las inversiones dedicadas a la producción y a la transmisión y uso de conocimientos, expresado en diseños, marcas, patentes, know how ) con respecto al capital tangible (infraestructura y equipos físicos, recursos naturales ). Aumentan las evidencias que demuestran la cada vez más determinante influencia del capital intelectual en el desarrollo productivo. Si hubiese que decirlo en pocas palabras, la mejor manera de hacerlo sería indicando que el conocimiento se ha convertido en el bien de capital más influyente dentro de la actividad productiva, para cuya incubación, difusión y utilización se siguen reglas de juego distintas, en buena medida, a las que rigen en el caso de los bienes tangibles.
Se entiende, entonces, por qué algunos estudiosos vienen advirtiendo mutaciones muy importantes en la propia naturaleza del régimen capitalista, al observar el desplazamiento desde un régimen de propiedad de los bienes hacia un régimen de acceso, sustentado en la idea de tratar de garantizar el uso limitado y de corto plazo de bienes cuya propiedad es controlada por redes de proveedores. El centro de la economía se desplaza hacia el objetivo de comercializar conocimientos e informaciones. Sin anunciar, ni mucho menos, la desaparición de la propiedad, diversos autores vaticinan, para ciertos sectores, su progresiva salida del mercado como objetivo central de la actividad comercial. De esta manera los oferentes del mercado retienen la propiedad y lo que hay para comerciar se ofrece en leasing, en alquiler o por medio de una cuota de admisión. La primera consecuencia es la marginación de la propiedad física y el ascenso de la propiedad intelectual en sus distintas variantes, dando lugar a la "economía ingrávida" (Rifkin, 2000). Estamos, pues, ante un régimen económico en el que el arriendo de intangibles cobra enorme significación.
Visto lo anterior resulta más que comprensible la acelerada, y por lo visto imparable, tendencia hacia la privatización del conocimiento. El mercado se ha vuelto un factor determinante en la orientación del progreso tecnocientífico. El sector de la salud es un ejemplo bastante claro, quizá por lo dramático. OMS señala que los países de rentas bajas agrupan 85% de la población y soportan 92% de la "carga de enfermedad (una medida de la mortalidad prematura, la incapacidad y la pérdida de la vida por causas patológicas), mientras que los países ricos, con 15% de la población mundial, soportan sólo 8% de esa carga. El 90% del presupuesto se gasta en el estudio de enfermedades que causan 10% de las muertes y, al revés, una parte mínima de los recursos se orienta hacia las enfermedades que se relacionan con el fallecimiento de una porción mayoritaria de la población. Así, por ejemplo, la neumonía y las diarreas infecciosas, que dan cuenta de 11% de la mortalidad y la incapacidad, sólo atraen 0,2% del dinero dedicado a investigación sanitaria. La obesidad o el envejecimiento, problemas típicos de países ricos, atraen una tajada enorme (90% del presupuesto en países ricos, y 50% en manos privadas). Como se sabe, la ciencia se organiza para responder las preguntas que se le formulan y, por decirlo de alguna manera, la capacidad de pregunta está desigualmente distribuida. Eso explica por qué sabemos unas cosas e ignoramos otras muchas.
Estamos, pues, ante la privatización de un bien que, como se sabe, tiene conceptualmente las características de público. Cabe recordar que, de hecho, durante mucho tiempo la investigación fue en varios sectores, por ejemplo en salud y agricultura, financiada con recursos del Estado y sus resultados fueron divulgados y empleados en forma gratuita, esto es, se consideraron bienes a disposición de quienes los requirieran.
En el contexto de una tensión con el desarrollo de las tecnologías de la comunicación y todo lo que ellas significan en cuanto a la difusión acelerada y masiva de información, se han venido ampliando sensiblemente, por otra parte, los derechos de propiedad intelectual, dificultando la circulación del conocimiento y restringiendo su libre disponibilidad, incluso en áreas que hasta ahora era consideradas de carácter publico (como, por ejemplo, algunas investigaciones básicas, programas de informática, bases de datos). En fin, al paso en que se desarrolla la "economía del conocimiento", más notable se ha hecho el endurecimiento de los derechos de propiedad, con implicaciones en la determinación de la estructura industrial, la distribución de los beneficios, la difusión tecnológica y los flujos comerciales.
En este sentido vale la pena señalar que la OMC, en buena medida como resultado de la presión estadounidense, ha promulgado normas para ampliar considerablemente la cobertura de la apropiación, y a la vez los mecanismos de sanción a los infractores se hicieron cada vez más variados y severos.
La situación anteriormente descrita ha despertado cierta alarma y suscitado, como consecuencia, un debate que subraya las implicaciones negativas de la excesiva privatización del conocimiento, aunado al hecho de su concentración, según lo expresa la circunstancia de que 97% de las patentes están en manos del mundo industrializado, particularmente en manos de sus grandes empresas. Si bien es cierto, entonces, que domina la tendencia a reforzar la apropiación, no lo es menos la existencia, por otro lado, de propuestas relevantes que tratan de establecerle límites y controles al derecho de propiedad intelectual, mediante varios recursos. En tal sentido, cabe señalar que en Estados Unidos se está discutiendo, desde hace algún tiempo, acerca de la conveniencia de restringir de alguna manera la propiedad sobre el conocimiento en ciertas áreas, por considerar que allí están envueltos asuntos de carácter estratégico para la sociedad norteamericana, los cuales se verían comprometidos por el dominio privado.
¿Cuál es la proporción deseable entre la propiedad sobre el conocimiento y su difusión pública?, es en términos generales la pregunta central de una discusión de gran complejidad y de trascendentales efectos en múltiples planos. Cómo conciliar la lógica del mercado con la lógica del interés publico, la lógica del control del conocimiento, propia de las empresas, con la lógica de la distribución del conocimiento, propia de las comunidades del saber. En términos más específicos, la tarea consiste, así pues, en encontrar soluciones para alcanzar un mejor equilibrio entre bienes privados, bienes colectivos y bienes públicos (Avalos, 1999).
La producción de conocimientos conforme a un nuevo formato
La ciencia, según señalan los especialistas, no sólo esta propiciando enormes cambios en el plano político, económico y social, sino que a su vez está ella misma experimentando grandes transformaciones, tanto en las teorías, las disciplinas y en los fundamentos epistemológicos sobre los que se basa, como en la forma de llevarse a cabo y las condiciones institucionales dentro de las que tiene lugar.
Diversos autores vienen coincidiendo desde hace cierto tiempo en torno a la identificación, como tendencia, de un nuevo esquema para la creación y difusión del conocimiento, el cual dista mucho, se encuentra casi en sus antípodas, del que hasta hace relativamente poco fue el predominante, caracterizado este último, si se me permite una simplificación excesiva, por entender que la investigación se justificaba por sí misma, a la vez que era validada principalmente por la opinión de los llamados "colegios invisibles", integrados por pares. Era, por otra parte, una actividad realizada dentro del marco de disciplinas aisladas, en el seno de instituciones científicas individuales (fundamentalmente laboratorios de corte más o menos académico, ubicados casi todos en las universidades), constitutivas de un espacio político, social y cultural casi "autorreferenciado", el llamado, dentro de la jerga política, "sector de ciencia y tecnología".
El nuevo modelo (véase, por ejemplo, a Gibbons y otros, 1994) encara, por un lado, la permanente necesidad, por parte de la sociedad, de nuevos conocimientos cada vez más sofisticados y, por el otro, el aumento considerable del número y variedad de los encargados de producirlo. En vista de esto último, se dificulta la identificación misma de quiénes son los científicos. Anteriormente, éstos eran fácilmente identificables dentro del mencionado "sector", al cual le competía la realización de la actividad científica. Ahora, aparecen varios y diversos actores sociales, también con esa función, actuando en sistemas abiertos en cuyo seno se genera, desde diferentes puntos y con distintas direcciones, un conjunto de informaciones y conocimientos de diversa índole, lo cual contribuye a hacer mucho menos diáfana la distinción entre oferentes y demandantes, porque los propios usuarios dejan de ser pasivos receptores y se incorporan también al proceso de generación de novedades. Por eso se habla de un modo de producción de conocimientos "socialmente distribuido". Los problemas son formulados y la investigación se desenvuelve en un "contexto de aplicación", y se dirige a la solución de problemas, involucrando una compleja interacción entre especialistas, usuarios y financistas. El mencionado "contexto de aplicación" encierra una dimensión económica, social y política de mucho mayor alcance ya que este conocimiento se produce bajo el marco de una negociación continua; es decir, no se producirá a menos y hasta que no se incluyan los intereses de las partes actoras (Gibbons y otros, 1994).
En tal sentido no se trata tanto, según la lógica del "modelo lineal de innovación" (también conocido como el "esquema newtoniano"), de llevar a la práctica conocimientos previamente disponibles, sino de generar conocimientos específicos, referidos a demandas emergentes y constantemente movedizas, surgidas de las permanentes exigencias derivadas de un nuevo contexto económico y social, dentro del que la globalización es un ingrediente de la mayor importancia.
Es, pues, un modelo que, huelga decirlo, coexiste con prácticas anteriores que conservan una cierta vigencia y por ende no desaparecen del todo (aclaro: además no es deseable que tal cosa ocurra), y representa una tendencia que se implanta a velocidades muy diferentes, de acuerdo con las circunstancias, y cuya novedad, aparte de lo ya recogido, se manifiesta en varios rasgos, entre los cuales cabe mencionar, entre los más básicos, los siguientes:
1. La investigación tiende a ocurrir menos de manera individualizada o en grupos cerrados por disciplina y tiene lugar, cada vez más, en función de la conjunción de diferentes disciplinas, con transferencia de saberes y competencias de una área a otra a fin de abordar problemas según una lógica que implica la multi y la transdisciplinariedad, integrando las ciencias naturales, las ciencias sociales y las ciencias humanas, entre ellas y dentro de ellas. Esta se encuentra determinada principalmente por la complejidad que tienen los problemas de la sociedad contemporánea. La estructura de conocimiento generada por las disciplinas científicas resulta limitada, como se sabe, para comprender y buscar alternativas de solución a los problemas del mundo real.
Se trata, valga insistir, de un enfoque sistémico, basado en la premisa de que el conocimiento sobre la realidad es siempre incompleto y que asume el tratamiento de los temas y los problemas en términos de sus interconexiones, de las relaciones con su contexto, apartándose de esquemas estáticos, aislacionistas y reduccionistas, en progresivo desuso. En efecto, el grueso de los métodos científicos se ha caracterizado tradicionalmente por reducir, normalizar, muestrear, controlar factores externos, de modo que la reputación de la buena ciencia dependía de que se produjera fuera de las perturbaciones de la sociedad. Hoy, por el contrario, además de la confiabilidad, el nuevo horizonte para la pertinencia de la ciencia se traslada crecientemente a la sociedad (Vessuri, 2002). La gran tarea es, por tanto, superar la fragmentación del saber, propia del análisis realizado en las condiciones controladas, típicas del laboratorio, la cual no refleja adecuadamente el mundo real y, por otro lado, promover la consideración de los sistemas complejos, situar las informaciones y saberes en el contexto que les otorga su significado, en fin, anticipar los riesgos y las oportunidades vinculados a la investigación y al uso de sus resultados.
En suma, el logro de este consenso se manifiesta en la construcción de estructuras teóricas y métodos de investigación diferentes y de nuevas formas de práctica de investigación que rebasan a una disciplina y que no están destinadas, sólo ni principalmente, a contribuir al avance y desarrollo de una ciencia y del conocimiento científico, sino, conforme ya se anotó, a solucionar un problema específico. Esta forma de producción de conocimiento dispone de otras vías de difusión del conocimiento producido, distantes de la clásica publicación en revistas especializadas, lugar natural para la legitimación del conocimiento creado por las comunidades científicas
2. La reorganización de los procesos de producción del conocimiento requiere de instituciones abiertas funcionando en redes de colaboración en las que la interdependencia redefine las condiciones de la actividad de investigación; se trata, pues, de alianzas estratégicas y asociaciones circunstanciales, a escala local y mundial, esto es, de diversos tipos de asociación estructuradas con el objetivo de desarrollar conocimientos. En general, se trata de esquemas de cooperación flexibles, heterogéneos y poco jerarquizados (no pocas veces, además, en condiciones laborales inestables para quienes allí se desempeñan), a través de los cuales se logran masas críticas de recursos y capacidades en campos que evolucionan aceleradamente y que suponen la creación de conocimientos por medio de una gran variedad de organizaciones, tanto publicas como privadas, tanto empresariales, como académicas.
3. En la literatura especializada en estos temas se señala que los cambios no son sólo en el plano de la producción de conocimientos, sino también en el entendimiento de la transferencia de tecnología. Esta ya no es principalmente el traspaso del conocimiento producido desde el que lo genera hasta el que lo usa (según lo pautado por el denominado "modelo lineal de innovación"), sino el resultado de la interacción de muchos actores que intercambian capacidades e informaciones, para hacer posible una vinculación cercana y efectiva de la creación y aplicación de las tecnologías creadas. Para decirlo en otras palabras, en la medida de que supone la presencia de distintos actores, la creación de conocimientos tiende a identificarse con su difusión y uso. El destinatario de los resultados de la investigación no es un receptor pasivo, sino un actor que tiene una función activa en el proceso de investigación.
4. En el nuevo modelo, las implicaciones sociales y ambientales del conocimiento están incorporadas al proceso mismo de su generación, lo cual, como es fácil suponer, cambia radicalmente la óptica desde la cual se construyen los programas de trabajo de investigación, entre otras razones por una que resulta fundamental: las derivaciones de la utilización de conocimientos y tecnologías no son meros "aspectos externos", simples "efectos colaterales" y de los cuales hay que ocuparse una vez que sobrevienen.
La responsabilidad social penetra todo el proceso de producción del conocimiento. Involucra, pues, a todos los actores, ya sean productores o usuarios del conocimiento, lo cual los convierte en agentes activos en la definición y solución de los problemas para los que se genera el conocimiento, sino también en la evaluación de su desempeño. En otras palabras, con el surgimiento de esta nueva práctica de investigación, también ha emergido, como consecuencia, un sistema de control de la calidad que se distingue por intervenir en todo el proceso de generación del conocimiento y no sólo por calibrar el producto o resultado final. Este sistema es mucho más amplio que el sistema de evaluación de la calidad que distingue a la ciencia académica (el control se ejerce a través del juicio de los "pares").
Como resultado de la presencia de una mayor base social, también cambian los criterios para el control de calidad del proceso de producción de conocimiento, ya que no sólo se considera el aspecto científico, sino que se incluyen otros criterios de índole social, política, económica y ambiental que tienen mucho más valor en este sistema. En la medida en que el desarrollo tecnocientífico ha cobrado un gran significado como factor de estructuración social y en ese grado es, por tanto, asunto del mayor interés publico, no obstante encontrarse fuertemente dominado por el interés privado. Topamos así con un tema de trascendencia para las universidades, en particular las públicas.
La universidad y su (nueva) circunstancia
Resumo, pues. Un contexto muy diferente es este, en el que se sitúa la universidad actual. Lo es por la enorme importancia del conocimiento, convertido en un bien de capital del desarrollo económico, pero más allá todavía, en factor decisivo en la estructuración de la sociedad moderna. Por el surgimiento de una nueva institucionalidad asociada a la creación, transmisión y uso del conocimiento. Por la creciente apropiación privada del conocimiento. Por la creciente percepción colectiva de los riesgos asociados al desarrollo tecnocientífico. En tal contexto, el de la sociedad del conocimiento, son otras, desde luego, las condiciones que bordean la investigación universitaria. Veamos.
Hasta no hace mucho, según sostienen los entendidos en el asunto, los problemas universitarios tenían fundamentalmente que ver con el diseño académico, la divergencia entre la formación general y especial, la definición de los estándares de excelencia y cosas por el estilo, sin que estuviera en cuestión la legitimidad de la universidad o de los conocimientos que ella crea, transmite y difunde. La universidad ostentaba el dominio epistemológico y organizacional del saber, el cual parece ahora debilitarse (más en unos países que en otros, claro), en la medida en que nos adentramos en la sociedad del conocimiento, cuyo carácter está determinado, como lo expresé al comienzo del artículo, por la aceleración y volatilidad en la creación de los conocimientos producidos, la ruptura de la tradicional distinción entre sujeto y objeto, entre oferentes y demandantes de conocimiento, entre las capacidades y competencias del "adentro" y el "afuera" de la universidad, etcétera.
La universidad tiene, así pues, a su alrededor instituciones que se complementan con ella, que se solapan con ella y que compiten con ella; no es, pues, la única dentro del sistema institucional asociado a la generación y transmisión del conocimiento en sus diversas formas, ni tampoco, siquiera, en materia de formación de recursos humanos. Es importante advertir, sin embargo, que en Venezuela esta situación, me refiero a la pérdida del monopolio epistemológico, no es, ni por asomo, en las mismas dimensiones en que se da en los países más avanzados, aquellos en los que el tejido institucional propio de la sociedad del conocimiento está más desarrollado y mejor constituido.
Ciertamente, no se necesita averiguar mucho para saber que el modo actual de generación de conocimientos (el delineado anteriormente) plantea la necesidad de diversos cambios en la institucionalidad universitaria. Así, la universidad debe acomodarse institucionalmente para encarar problemas y no organizarse, sólo ni principalmente, en función de los intereses que se derivan desde cada una de las diversas disciplinas, lo cual, como es fácil imaginar, replantea en gran medida toda la cuestión de la división por facultades, escuelas, etcétera, al igual que los métodos de enseñanza y aprendizaje, a fin de hacer posible el cruce de las distintas ramas de las ciencias naturales, sociales y humanas, entre ellas y dentro de ellas, asumiendo, como dato clave, que la producción de conocimientos tiende a identificarse con la difusión y transferencia de los mismos. Y debe asumir, también, el carácter socialmente distribuido de la producción de conocimientos, lo cual significa que no debe actuar como si le tocara suministrarlo en forma casi exclusiva, sino, por el contrario, desempeñarse como un actor más en la división social del trabajo innovativo.
Está planteada, así pues, una investigación menos concebida y ejecutada dentro de las paredes de la academia, más pensada en términos de temas y problemas suscitados por la sociedad y llevados a cabo a través de su pertenencia universitaria a redes que agrupan actores sociales diversos, con lógicas distintas de comportamiento, diversas capacidades e intereses divergentes y hasta opuestos.
Se trata, entonces, de una investigación que debe procurarse fuentes alternas de financiamiento, con todas las oportunidades y riesgos que ello conlleva en términos de sus funciones más esenciales y de los conflictos que genera, por ejemplo entre el largo y el corto plazo o entre la lógica de la academia y la lógica del mercado o, aún más relevante, la lógica de las llamadas demandas "no solventes" (la de los sectores de menores recursos en la sociedad). Debe contribuir al desarrollo económico y social del país sabiendo resolver las tensiones que se plantean entre el beneficio colectivo y el beneficio particular, máxime en una sociedad en donde la exclusión, la pobreza y la desigualdad son su marca definitoria. Debe, pues, operar en condiciones de mayor eficacia y eficiencia, realizando cambios importantes en sus estructuras organizativas y en sus principales mecánicas de funcionamiento sin caer, ojo, en la tentación del modelo organizativo empresarial, suerte de combo tecnocrático que hoy se recomienda casi para cualquier cosa. Y, así, debe atender, entonces, otras demandas, mencionarlas resultaría demasiado largo, cuya respuesta asume, es imprescindible advertirlo, características singulares y de extrema importancia en el caso de las universidades públicas.
Cambiar o cambiar, that is the question
Tal vez la mejor manera de condensar los requerimientos que actualmente se le hacen a la universidad es la de que ésta debe ser pertinente (palabra acuñada en todos los ámbitos) desde el punto de vista social. Al respecto vale la pena llamar la atención sobre el hecho de que, si bien la universidad es una institución que pertenece a la sociedad y en consecuencia debe prestar atención a sus demandas y necesidades, su pertinencia social no debe entenderse única ni fundamentalmente como una respuesta pasiva, manifestada en una réplica del tipo "pavloviano" a esas demandas y necesidades, esto es, que cada vez que suene la campanita del mercado se segregue, sin más ni más, la respuesta correspondiente desde la universidad, conforme a la idea, envuelta en desiderátum de la modernización institucional, según la cual la universidad ha de colocarse, sin remedio "al servicio del mercado".
En efecto, la universidad no debe circunscribir, exclusivamente, su atención y su acción a lo que la sociedad le solicita en cuanto a conocimientos y tecnologías, en cuanto a formación de gente preparada para el ejercicio profesional. Tales cosas hay que hacerlas, pero si se limitara a esto la universidad dejaría de cumplir otras funciones esenciales, me refiero a la función crítica de la realidad (últimamente venida a menos, por cierto) y a algo muy importante en términos de estas páginas: su función de validar el conocimiento, cuya relevancia es difícil de exagerar en los tiempos de la sociedad del riesgo.
Como se recoge de este apretado recuento de exigencias, la universidad no la tiene nada fácil en esta época y más complicada la tiene aún la universidad venezolana. La tarea de cambios es, en efecto, larga y difícil. Se trata, nada menos, de cambiar una institucionalidad (me refiero, como señalé al principio, a valores, estructuras, normas, costumbres, prácticas) que, además de ser de muy vieja data y muy arraigada, ha sido, sin duda, relativamente exitosa si se la mide conforme con los objetivos con que fue ideada y según los cuales se le establecieron sus cauces de funcionamiento. Pero, como decía en la introducción del artículo, para la universidad y para su investigación el futuro ya no es como era antes. El asunto es que los parámetros ahora son otros y dicha institucionalidad ya no pude ser exitosa de la misma manera como lo fue hasta ahora.
Remitiéndome a la investigación, objeto particular de este artículo, y refiriéndome al caso venezolano, en nuestras universidades la llamada ciencia académica se ha venido desarrollando dejando frutos muy importantes. Pero, para decirlo en breve, su práctica corresponde a un estilo que tiende progresivamente a perder espacio (aunque, de paso, no desaparece del todo y es importante que ello sea así), expresado, conforme fue dicho antes, a través de la investigación creída como actividad más o menos autónoma, orientada a la producción de conocimientos científicos, por medio de aportes originales, nacidos desde determinada disciplina, legitimados según normas convenidas en el seno de la comunidad científica, válidas para determinar su nivel de excelencia. En el marco de la sociedad del conocimiento, la investigación universitaria debe pensarse y transcurrir de acuerdo con otros fines y a través de otras mecánicas, tal como lo he apuntado en páginas anteriores, en donde lo fundamental es, si he de sintetizar al máximo las cosas, la idea de la investigación diseñada en función de su aplicación y de sus beneficiarios. En otras palabras, la idea de la pertinencia social.
Así las cosas, las respuestas posibles a las nuevas circunstancias que se le presentan pasan, en buena medida, por su capacidad institucional para resolver la posible tirantez (distinta según las circunstancias) que supone el acercarse al mercado, dejarse guiar por la demanda, asociarse a otros actores sociales, entrar a participar en diversos esquemas de cofinanciamiento, contribuir a la productividad de las empresas, preservar el ambiente, lidiar con asuntos relativos a la propiedad intelectual y cosas semejantes que se desprenden de los pedimentos de la sociedad y del Estado, y, a la vez, como algo básico, mantenerse como productora de bienes públicos, preservar su capacidad para defender el interés colectivo concernido en el desarrollo tecnocientífico, democratizar la difusión de conocimientos e informaciones y acentuar su función de arbitraje en la validación del conocimiento científico y de las tecnologías.
Al mismo tiempo, por otro lado, surgen, desde el proceso de globalización, nuevas exigencias que luego se traducen en propósitos y fines institucionales. En este caso la tensión es recorrida por la necesidad de participar en lo global al mismo tiempo que se debe rendir cuenta de lo local, asunto que por otro lado incorpora también la tirantez entre el carácter universal de las disciplinas frente a la pertenencia siempre territorial de la universidad y de buena parte de los temas y problemas que la rodean.
En fin, de lo que se trata es, como han dicho algunos, de salvaguardar, en medio de su fuerte inserción al entorno, el papel crítico, independiente y autónomo de la universidad, de conservarla como espacio público entendido como un "intelectual colectivo" imprescindible en esta sociedad del conocimiento que es también, no olvidarlo, la sociedad del riesgo.
ANEXOS y/o PIES DE PÁGINA
1. Este artículo fue redactado a partir de tres conferencias dictadas por el autor. Una, "La investigación universitaria en la actualidad" dicha en el simposio "De la gerencia de ciencia y tecnología hacia la gerencia del conocimiento", organizado en La Universidad del Zulia. Otra, "Perspectivas de la sociedad del conocimiento en América Latina", pronunciada en el Centro de Estudios de América Latina, de la Universidad Central de Venezuela (junio, 2004). Y la última, "La universidad y la sociedad del conocimiento", leída en "lasjornadas de extensión de la Facultad de Economía", de la Universidad Central de Venezuela. Es, pues, en muchos sentidos, una integración de las tres.
2. Llama la atención lo dicho hace más de tres décadas, en tono casi profético, por el sociólogo norteamericano Daniel Bell hablando de la era postindustrial, aludiendo a cinco características básicas, las cuales tengo memorizadas. Señalaba Bell, en efecto, que el futuro se caracterizaba por:
-la importancia central del conocimiento científico para el proceso de generación de innovaciones productivas
-la creciente importancia de un conjunto diferenciado de instituciones encargadas de la producción y divulgación del conocimiento
-el papel estratégico de lo que denomina el "capital humano"
-la emergencia de nuevas tecnologías que potencian la generación y difusión del conocimiento, la importancia de la "prospectiva" como técnica para la orientación de las sociedades.
3. La fuerte tendencia hacia la privatización del conocimiento está planteando, según muchos autores, la crisis del "modelo de ciencia abierta", mediante el cual se asumía el conocimiento como un bien de carácter público, alterando, por tanto, en las tradicionales prácticas relacionadas con la divulgación y publicación de conocimientos, parte esencial del ethos académico.
4. Dice Cristvau Buarque (2004) quien fuera rector de la Universidad de Brasilia, en Brasil, que esto causa que mucha gente produzca conocimiento fuera de la universidad. Esto es un fenómeno sorprendente para aquellos que recuerdan la fuerza que poseía la universidad hace muy poco tiempo. En el pasado, pocos profesores o investigadores trabajaban fuera de las paredes universitarias. Era imposible para una persona joven lograr el conocimiento máximo sin la ayuda y guía de un profesor universitario. Esto ha cambiado en décadas recientes. Una variedad de campos de conocimiento se han desarrollado fuera de la universidad. Esto se ha dado en los negocios que mantienen sus propios centros de investigación y en las instituciones de aprendizaje superior que son llamadas universidades corporativas, como una manera de demostrar que ellas brindan educación superior sin enseñar lo mismo que enseñan las universidades tradicionales. Por eso, argumenta Buarque, poco a poco la universidad entra a formar parte de un mercado del conocimiento y compite con otras instituciones especializadas en el almacenamiento, procesamiento y difusión de información, que les llevan la ventaja en cuanto a flexibilidad y posibilidades.
5. La universidad no tiene que estancarse en esquemas obsoletos ni casarse con una organización sólo monodisciplinar. Desde las partes excedidas en celo independentista y autosuficiente captamos una realidad deformada porque no se pueden ver, desde cada parcela, las cadenas de los impactos actuales y futuros del mismo conocimiento, las series de acciones y retroacciones que rebotan y cambian de rumbo y sentido generando lo que no estaba en los planes y cálculos de partida, no se ven los conjuntos interactivos de más amplia dimensión y diversidad, no se ve la interdependencia y el movimiento en dimensiones espacio-temporales que rebasan nuestro objeto de investigación. No se ve lo que están haciendo los demás investigadores, las otras disciplinas, las diferentes prácticas. No se ve la realidad, sino sus figuraciones inmediatas, sus tramos próximos, sus instantáneas, eslabones irreales porque, al fin y al cabo, todo va unido (Gutiérrez Gómez, 2004).
6. La excelencia de la investigación se define en torno a los siguientes criterios: a) La capacidad del investigador ligada a la calidad y productividad científicas, medida a partir de los artículos originales que ha generado, el reconocimiento logrado por la comunidad científica, el prestigio de la institución de donde proviene el científico, etcétera. b) La originalidad de la investigación. c) El grado de cobertura alcanzado por la investigación una vez que se termine, y la manera como va a afectar a otras áreas de la ciencia.
7. No significa esto último que la universidad deba realizar sus investigaciones de la misma manera como las lleva a cabo una empresa. Claro, nada impide (al contrario, es necesario que lo haga) que se vincule a ella, que desarrolle actividades conjuntas con ella, pero resguardando su razón de ser institucional, máxime si se trata de universidades públicas.
REFERENCIAS
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