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Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales
versión impresa ISSN 20030507
Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales v.11 n.2 Caracas mayo 2005
Usos e interpretaciones
Juan Eduardo Romeroa
aUniversidad del Zulia
Summary
Cuando hablamos de discurso, se aplica a una forma de utilización del lenguaje, a discursos públicos o, más general, al lenguaje oral, pero asimismo se encuentra referido a un suceso de comunicación que incorpora aspectos funcionales que expresan ideas, creencias, que en sí mismas son parte de procesos más complejos que indican un reflejo de situaciones sociales concretas, en las cuales nos vemos reflejados como ciudadanos4. Para Adriana Bolívar (1997, 26-27), el discurso es social porque las afirmaciones, las palabras y los significados dependen de los grupos sociales que los empleen, de los lugares en que se usen, y de los propósitos con que se utilicen, ello lleva implícito que los actos del habla emitidos no sólo consisten en estructuras de sonidos e imágenes, o en formas abstractas de oraciones o complejas estructuras de sentido local o global, sino que es necesario describirlos como acciones sociales que llevan a cabo los usuarios del lenguaje cuando se comunican entre sí en situaciones sociales y dentro de la sociedad y la cultura en general.
En este sentido, el discurso contribuye a la constitución y/o transformación de la sociedad y la cultura, a través de tres dominios de la vida social: a) las representaciones del mundo, b) las relaciones sociales entre las personas, y c) las identidades individuales y sociales de las personas. Lo que se quiere expresar es que el discurso, más allá de una mera emisión de signos y símbolos, es parte sustancial para comprender las formas de relación de la política y el poder, a través del discurso político, más aún cuando se asiste a un proceso generalizado en Latinoamérica de deterioro de la idea de democracia, cuyos efectos se han registrado en una disminución de las creencias en las posibilidades de los partidos y sus representantes, para solventar las necesidades sociales del ciudadano común.
En las dinámicas cambiantes de la democracia en América Latina en general, y de Venezuela en particular, se asiste a una situación donde la precariedad de la situación social y política hace necesaria la construcción de una serie de estrategias destinadas a lograr el convencimiento general, entendido en términos de legitimación de las relaciones de poder, y para lograrlo el discurso político5 debe perfeccionar sus mecanismos de implementación, recurriendo a acciones que propenden a legitimar los actos del habla de unos y deslegitimar los de otros, y eso se logra a través de lo que Michel Foucault (1970, 11) denominó procedimientos de exclusión, que tienen por función conjurar los poderes y peligros, dominar el acontecimiento aleatorio y esquivar su terrible materialidad. Ya que el discurso no es simplemente lo que manifiesta el deseo; es también lo que es el objeto del deseo; y ya que el discurso no es simplemente aquello que traduce luchas o sistemas de dominación, sino aquello por lo que, y por medio de lo cual, se lucha, aquel poder del que quiere uno adueñarse.
Por lo tanto, aproximarnos a los referentes socio-históricos del discurso chavista, como un discurso del antipoder, que se transformó en hegemónico a partir de 1998, nos permitirá entender la naturaleza del conflicto político experimentado por la sociedad venezolana en los últimos años, sin que con ello queramos señalar que no existió el conflicto socio-político en el período precedente (1958-1998). Esa transformación del discurso político del chavismo6, de un discurso antipoder a uno del poder, debe ser entendido dentro de una dinámica signada por el agotamiento del modelo democrático venezolano, instituido a partir de 1958, y construido sobre una serie de representaciones e ideas que han sido progresivamente desmontadas a través de una estrategia de deslegitimación del chavismo, mediante la cual ha logrado establecerse y mantenerse como opción de poder.
El contexto socio-histórico de surgimiento del discurso político del chavismo (1992-1998)
El sistema político venezolano (SPV) puede ser caracterizado a partir de su instauración en 1958, como una democracia representativa constituida sobre tres grandes condiciones: a) la insistencia en el consenso como expresión político-democrática, que permitiera la búsqueda de soluciones a las divergencias surgidas entre los actores políticos en la implementación de las relaciones de poder, b) la evasión del conflicto, a través del cual se aseguraba que las divergencias debían ser solucionadas a través de los marcos institucionales establecidos por el sistema de partidos y los actores socio-políticos y nunca mediante medios violentos, ello por intermedio de un sistema de pactos o acuerdos, y c) el desarrollo de un Programa Democrático Mínimo (PDM), destinado a la expansión del Estado de Bienestar, y a través de éste el incremento del gasto público y la generación de respuestas sociales a las necesidades del ciudadano, mediante la intermediación de los partidos.
Antes de 1958, se asistió a un proceso de consolidación y/o modernización, que tiene sus inicios en los años finales del siglo xix. En este sentido, la dinámica política que se inaugura en la segunda mitad del siglo xx no puede ser vista más que en una relación de continuidad histórica con ese pasado, a través del cual se inaugura la creación de unas bases institucionales que tendrán como actotun principal al partido político (Bracho, 1992, 39-88; Molina y Pérez, 1996, 25-61).
Este sistema funciono, con gran eficacia hasta mediados de la década de los 80, cuando comenzó a experimentar un agotamiento de sus potencialidades y supuestos, generando una crisis de representatividad que afectó la capacidad del partido político especialmente de los partidos hegemónicos AD y Copei para asegurar la gobernabilidad democrática. Ese comportamiento político al cual hacemos referencia reflejó la crisis del SPV como un proyecto hegemónico planteado por intermedio de los partidos políticos, los grupos económicos, las fuerzas armadas,
La crisis no tuvo resolución, por el contrario los agentes históricos que en 1958 tejieron las relaciones de poder sobre la base del entendimiento devinieron en una confrontación caracterizada por el paso de una relación pura coincidencia a otra puro conflicto, deteriorando la estructura institucional que habían construido previamente7. La política se conformó en un ejercicio de la conflictividad, con una doble consecuencia: por un lado, en lo que respecta a los partidos políticos produjo un desencanto democrático, que los transformó de actores esenciales para la vida pública a grandes responsables de la crisis. Por otro lado, la política adquirió una dimensión a través de la cual el conflicto le asignó una movilidad socio-política importante, que no había tenido previamente, al volverla una actividad entre los hombres, tal como lo señalara Hannah Arendt (1997, 46). Con ello se extrajo parcialmente e imperfectamente la política del campo hegemónico exclusivo del accionar del partido y sus representantes, otorgándole la oportunidad al ciudadano de asumir su papel en el espacio público, a donde acudió en busca de respuestas sociales y nuevos liderazgos colectivos.
En este contexto de crisis de representación, de desencanto y desilusión con el SPV, y ante la imposibilidad de salidas institucionales al agotamiento del modelo de representación, es que surgen las intentonas de golpe de Estado de febrero y noviembre de 19928, donde un grupo de militares emergen como una opción ante la decadencia de la democracia venezolana, entre ellos Hugo Chávez Frías, teniente coronel del ejército. Si bien la intentona fracasó, la breve aparición pública del militar marcó significativamente la psiquis del venezolano promedio, desatándose un revuelo que fue recogido por los medios de comunicación en Venezuela y el mundo. Se constituyeron en una referencia identitaria, en un factor de congregación y aglutinación de las voluntades políticas del ciudadano
El discurso de los complotados del 4 de febrero de 1992 rompió con algunas de las determinantes básicas del simbolismo surgido durante la instauración de la democracia a partir de 1958: a) con la idea de que los partidos políticos podían satisfacer los requerimientos del ciudadano común, pero al mismo tiempo beneficiarse del ejercicio del poder mediante un clientelismo sin límites; b) los partidos políticos tradicionales (AD y Copei principalmente, pero también URD), y por lo tanto sus líderes Rómulo Betancourt, Rafael Caldera, Jóvito Villalba eran los padres de la democracia, equiparados en su majestad e impacto histórico con los padres de la patria y como ellos impolutos e intocables; y c) que el centro de la actividad pública estaba no en el ciudadano, sino en el líder surgido de la militancia política, que señalaba al pueblo ignorante el camino a seguir.
El discurso de Chávez, y los otros miembros del MBR-200 comenzó a construir una doctrina9, que hoy en día se asume como totalmente cierta, compuesta por tres afirmaciones esenciales: 1) que la insurgencia del 4 de febrero adquiere un carácter reivindicativo de la condición política de los ciudadanos, y con ello se desprenden del hecho cierto de que su acción significó una reacción legítima contra el SPV, 2) la acción de los complotados en 1992, por su significado ético y moral, provee por osmosis de capacidad técnica y política para gobernar a todos ellos, y 3) se plantea una nueva lectura de la historia política venezolana, con un antes y después del 1992, que es en sí misma un intento de reconstruir los referentes de interpretación de todo el pasado histórico reciente y lejano venezolano y de la venezolanidad misma.
Los intentos de golpe de Estado de 1992 no sólo introdujeron el problema del resurgimiento de la conflictividad entre el poder militar y el poder civil en el SPV10, sino que también agregaron condiciones socio-políticas que incrementaron la ya difícil gobernabilidad democrática de la sociedad venezolana. Con ello, se entró en un proceso que algunos teóricos han denominado como coyuntura crítica11, que en el caso de Venezuela significó el debilitamiento institucional de la estructura de poder, los símbolos de su ejercicio y los actores hegemónicos que le daban jerarquía, de forma tal que se produce la aparición del fenómeno de la antipolítica (Rivas Leone, 1999, 22).
En ese contexto determinado por la antipolítica, y la aparición de outsiders, es que se desarrolla la transformación del discurso político de Hugo Chávez Frías, entre su liberación de la cárcel en 1994 y el triunfo abrumador en las elecciones de diciembre de 1998, iniciando una transición política que aún hoy no ha culminado12.
La recreación de la historia de Venezuela en el discurso político de Hugo Chávez (1998-2003)
Los manejos simbólicos del discurso político hegemónico (1958-1998)
El problema esencial que abordamos es el de la legitimidad, como un elemento para el mantenimiento del orden político. De lo que se trata es de cómo se construye simbólicamente el mundo vivido, la realidad social experimentada por los individuos como ciudadanos de un espacio público. En el caso de la historia de Venezuela, la legitimidad ha estado asociada entre otros elementos a la construcción de proyectos nacionales y a la forma cómo los actores políticos que la proponen logran la aceptación y el sometimiento de los demás sectores sociales. El proyecto nacional, esbozado en la primera mitad del siglo xix, llegó a expresar el inicio de la ideologización del pasado histórico, como una fuente para la justificación del orden y las relaciones de poder establecidas por la elite política surgida triunfante de la independencia.
El siglo xx no fue la excepción, y, a través de un planteamiento que sustentaba la continuidad de la lucha por la libertad, la participación y la democracia, desde los inicios de la vida republicana, se manipuló la historia13 para establecer una unidad o continuo histórico, con la gesta independentista, que asociaba la lucha por la instauración de la democracia con los procesos desarrollados en el siglo xix. A través de la cultura del petróleo, se llegó a hablar de una segunda independencia14, para justificar el ascenso al poder de una elite socio-política surgida paralelamente a la expansión de la explotación del petróleo en Venezuela, durante el período 1926-1945.
El pensamiento político democrático (PPD), durante el período 1958-1993, hizo uso de un planteamiento que sustentaba el accionar de toda la dinámica de participación y toma de decisiones sobre los partidos políticos, asegurándose de esa forma el control sobre los beneficios derivados de la renta petrolera. Este control vino acompañado de ciertas restricciones simbólicas, expresadas en el caso venezolano por el uso exclusivo de la simbología bolivariana como representación del poder político. En este contexto, el bolivarianismo, auspiciado a través de la historia oficial, las sociedades bolivarianas, la Academia Nacional de la Historia, se aseguraba de mantener alejado, mediante una idealización y /o endiosamiento, la figura de Bolívar del resto de los ciudadanos, asumiendo la exclusividad de su uso y representación. El pueblo, en esta perspectiva, se construye a sí mismo como simple espectador, que no anhela otra cosa que la satisfacción de sus necesidades sociales mediante el accionar del partido político, pero al mismo tiempo la noción histórica que maneja se encuentra imbuida de una profunda religiosidad, mediante la cual se extrapola la fe y la obediencia en Dios, a la fe y obediencia al líder político resurgido, tal como lo señalan Ferrer y García (1997, 23-24).
Este sincretismo religioso-político permite el mantenimiento en el pensamiento socio-cultural del venezolano de una máxima: la vocación de servicio a la elite gobernante, y por derivación al Estado-nación, es una norma constitutiva esencial de la socialización pública, tanto en la escuela como en la familia. Este planteamiento esconde, sin embargo, una manipulación ideológica, que confina la libertad de disentir, y que en el caso específico reduce la posibilidad de acceder tanto al pensamiento y proyecto bolivariano, como a los símbolos y representaciones del poder. Se generó todo un ritual, de gran contenido simbólico, mediante el cual se establece una analogía religiosa (Dios-mediación de Jesús ante todos-salvación) con los actores políticos (el partido el líder mediador la satisfacción de las necesidades), y por lo tanto, tal como sucede en el acto religioso, no todos pueden acceder al uso de las representaciones de esa religiosidad (no todos imparten la misa, no todos los ciudadanos ejercen el poder).
Por supuesto, al constituirse a partir de 1958 un discurso democrático-popular marcado por esa relación ritual partido-líder-satisfacción de necesidades, se produce un proceso a través del cual se genera la aceptación del todo social de una forma de gerenciar y administrar los recursos públicos, se crea una creencia política15 que resultó vital para el control político efectivo.
El mantenimiento de esa creencia política, a través de la protección de los símbolos-rituales que la caracterizan, hizo posible la precondición del SPV de evitar el conflicto e insistir en el consenso. Por lo tanto, el proceso suscitado a partir de 1992 significó una interrupción de la dinámica social hegemónica de las creencias políticas surgidas desde 1958, y el inicio de una nueva construcción de creencias que compiten por el espacio, el poder y el convencimiento del pueblo, que no tenían como protagonistas a los partidos históricos tradicionales (AD, Copei, grupos económicos, entre otros).
El discurso del poder en Hugo Chávez. Consideraciones generales
Tal como se ha referido, el discurso del poder expresa, por decir lo menos, las diversas construcciones que los hombres realizan de sí mismos y de las relaciones que establecen en la vida social. El caso que nos ocupa, la construcción del discurso del poder en Hugo Chávez, tiene según hemos señalado con anterioridad (Romero, 2001a, 229-245; Romero, 2002c) un elemento contextual que lo explica y le da significado: la crisis del sistema de partidos en Venezuela.
El discurso político chavista, por lo tanto, encaja en unas condiciones de cambio histórico en la concepción, valores y tradiciones de la democracia venezolana, construida a partir de 1958. De lo que se trata es de una relación mediante la cual se va planteando una reconstrucción del discurso del poder, con la inserción de algunas determinantes diferentes en las asociaciones simbólicas, las creencias y valores que habían sido hegemónicos y dominantes durante una temporalidad prolongada (1958-1998), es decir, se asiste a una estructuración lógico-discursiva que, basándose en la crisis como soporte, llega a plantear la problemática en términos concretos de lucha o superación cultural de los referentes que le dieron sentido y significado a un modelo de vida democrática16.
Para otros autores como Molero (1999,145-157), el discurso de Chávez encaja en una situación de deterioro de la realidad política venezolana, a través de la cual se ha venido estructurando una descomposición de las instituciones, actores y dinámicas del sistema, y por lo tanto su propuesta plantea un cambio radical de las condiciones que caracterizaron al SPV. Expresado a través de un cuadro que señala el campo semántico de la descomposición
Cuadro nº 1
Campo semántico de la descomposición en el discurso de Hugo Chávez
Campo | Lexías |
| Podredumbre |
| Estar podrido |
| Degenerar en pobredumbre |
| Gangrena política |
| Gangrena absoluta y total |
| Ingobernabilidad |
Descomposición | Derrumbarse |
| Estar en el suelo |
| Venirse abajo |
| Proceso catastrófico |
| Corrupción incrustada hasta la médula |
| El país vive en medio de una catástrofe |
| El país fracasó |
| Sistema horrendo |
| Horripilante sistema de exclusión |
| Situación social del país espeluznante |
Fuente: Molero (2001)
Esa caracterización, impuesta por el populismo, es desestructurada en la dinámica discursiva de Hugo Chávez, estableciendo un manejo más incluyente de la representación del pueblo, a partir del cual éste se constituye en el referente sustancial, en el sujeto predominante, en la razón de ser, de sus constantes alocuciones públicas, señalando de esa forma una ruptura significativa con las formas de construcción y representación de lo sujetos sociales en el discurso del poder. En la práctica, esta situación no sufre grandes cambios, pero la capacidad de persuasión del discurso chavista, para representar una idea de pueblo como sujeto histórico activo, es efectiva, congruente y dinámica, permitiendo construir una base de apoyo para establecer una forma de socialización política, que, al contrario del discurso puntofijista/populista, no tiene como actor primordial al partido.
El discurso de Chávez señala una construcción simbólica importante, mediante la cual el ciudadano/pueblo pasa a ocupar un lugar resaltante en la estructura expresiva empleada por el líder, en él el pueblo no se asume como un unicornio indefenso, o un ser grotesco plagado de raíces de ignorancia, por el contrario, la expresión socializante del sujeto pueblo, en su discurso, está impregnada de valores sociales positivos, de civilidad, de ciudadanía, que se traducen en una identificación de ese ciudadano con el líder.
Romero (2002c) señala que el chavismo ha tenido que marcar su carácter de ruptura del puntofijismo, para lograr que su discurso de poder, en cuanto discurso destructor del viejo orden, se convierta en persuasivo. La persuasión resulta esencial para adelantar las modificaciones del orden que se han transformado en la esencia básica del chavismo, ello con el fin de convencer a los actores sociales de la viabilidad del proyecto político adelantado desde el MVR. De tal forma que la práctica discursiva es empleada como un elemento justificador del desenvolvimiento político, que taxativamente conlleva una relación de conflictividad con los actores políticos tradicionales.
Hay otro rasgo resaltante en los discursos de Hugo Chávez, y es, precisamente, la expresión personal que asume en su relación con ese pueblo. Encontramos una familiaridad que se concreta en formas de locución afectivas, que hacen uso del tratamiento personal, en confianza, que contribuye a la transmutación de un vínculo eminentemente impersonal la relación entre el líder/gobierno en un nexo íntimo con el ciudadano/pueblo.
Esta estrategia viene acompañada, en su caso, de una desmitificación de la figura del líder, en el desmantelamiento de la idea de caudillo, que domina e impone al colectivo su parecer, aunque en la práctica política se asista a un ejercicio unipersonal del poder, en donde su palabra es la última decisión del adepto bolivariano. Discursivamente, se apela a la emotividad, derivada de las referencias personales en las alocuciones, a las personas que intervienen, señalando un lazo de conocimiento poco común en los discursos políticos, que permite que el ciudadano/pueblo se haga público ante el líder, pasa del anonimato al reconocimiento, estableciendo una relación intimista, signado por el empleo de entidades genéricas amigo, amiga, hermano que le dan significado y trascendencia a la intervención.
La personalización es una demostración de confianza, de cercanía del presidente con el ciudadano, a través del cual se construye una imagen de un presidente amigo, próximo a todos y no contaminado por el poder, que contrasta con la típica formalidad del cargo; y por lo tanto rompe con los rituales del ejercicio del poder en Venezuela. Esta acción ha sido efectiva, a nuestro modo de ver, para ir construyendo, para viabilizar las posibilidades de concretar el Proyecto Bolivariano, esbozado desde los albores del golpe de Estado de 1992.
Estos elementos, formulados en forma muy general, nos sirven de marco referencial para comprender el manejo que establece el discurso chavista, acerca de la historia de Venezuela, como parte de sus estrategias enunciativas para propiciar su propia legitimidad.
El manejo del tiempo histórico en el discurso de Chávez
Sí, tal como hemos señalado en otras partes de este trabajo, el discurso del poder busca establecer mecanismos simbólicos para propiciar la apropiación de los privilegios y ventajas del poder político, el discurso chavista establece una reestructuración del tiempo histórico, en un intento de desmontar, de deslegitimar las creencias políticas generadas en el marco de la democracia populista (1958-1998). Esto se concreta en una serie de afirmaciones que procuran el logro de objetivos claros: a) la desmitificación del ritual simbólico que asocia la implementación de la vida democrática en Venezuela, a través de los padres fundadores (Rómulo Betancourt, Rafael Caldera y Jóvito Villalba, y b) una relectura del pasado reciente próximo, que ha sido presentado como pernicioso y antidemocrático, para la vida política venezolana, especialmente en lo referente al balance político de los gobiernos de Eleazar López Contreras e Isaías Medina Angarita.
La historiografía adeca ha insistido en la negación del carácter democrático y civilista en el período 1936-1945, de hecho toda la estructura discursiva del pensamiento político democrático (PPD) se plantea como un rechazo a la acción política desarrollada en ese lapso histórico, manifestada a través de una justificación del accionar de Acción Democrática (AD) y la Unión Patriótica Militar (UPM) que los lleva al golpe de Estado del 18 de octubre de 1945. Nadie mejor que el propio Rómulo Betancourt para demostrar la apología a la subrepción del orden político, como una causa justa:
El país sabe cuántas fueron las proposiciones conciliatorias que se formularon al Gobierno de Medina Angarita, depuesto por el Ejército y Pueblo unidos el 18 de octubre, para que se realizara una consulta electoral idónea a la ciudadanía (...) El procedimiento extremo a que se apelara [habla del golpe de Estado] fue provocado por quienes se negaron obstinadamente a abrir los cauces del sufragio libre... (Betancourt, 1977, 75).
La imposibilidad de desarrollar la democracia y el esfuerzo adelantado a partir del golpe de Estado del 18 de octubre de 1945, pasarán a constituirse en el mito inaugural del ritual mágico-religioso de la democracia. Insistir en la sagrada misión emprendida por el partido-pueblo y el ejército, como paladines de la libertad se constituyó en una de las bases históricas del discurso de la dominación esbozado a través de los líderes de los partidos políticos17, quedando con ello establecidos los mecanismos de funcionamiento institucional que se estructuraron desde 1958. La idea sustancial de esta creencia política es que los partidos históricos sobre todo AD actuaron (tal como los padres de la patria) desde un principio para construir un régimen democrático. De tal forma que, en la estrategia de deslegitimación empleada por el discurso chavista, es esencial desestructurar el mito del origen de la democracia en Venezuela, y nada mejor para ello que reivindicar el carácter de trascendencia histórica del período comprendido entre 1936-1945, que tan maltratado ha sido por la historiografía tradicional venezolana. Con esta legitimación del papel cumplido por los gobiernos de López y Medina Angarita, se propende a exaltar el carácter ilícito del orden político establecido por los adecos18, en un primer intento en 1945, y posteriormente implementado en forma definitiva desde 1958; de lo que se trata es de señalar una continuidad en el accionar político de los partidos históricos desde 1945 hasta el momento cuando son desplazados por Hugo Chávez y el Polo Patriótico (PP).
Se intenta expresar, enmarcado en una asociación histórica, una reconstrucción del pasado reciente, a través del cual se ansía no sólo la reivindicación del proceso político ocurrido entre 1936-1945, sino que al mismo tiempo se aspira hacer evidente el hecho de que la democracia no fue establecida a través de la acción de los partidos históricos AD y Copei, como tanto han insistido los líderes de esas agrupaciones, sino que el desarrollo de la democracia en Venezuela fue interrumpido por los intereses de los grupos representados en los partidos políticos, y por lo tanto con su acción truncaron una evolución política que conduciría irremediablemente a un camino signado desde su óptica por la prosperidad social y económica.
Subyace en las afirmaciones de Chávez, un sentido de valoración del pasado reciente que contrasta con el balance que se ha hecho de ese proceso, por parte de la historia oficial, pero básicamente de la historiografía adeca, cuya mejor expresión es la obra de Rómulo Betancourt: Venezuela, política y petróleo, que la ha presentado como un régimen de atraso, decadencia y corrupción. En una vía contraria, se encuentra la reinterpretación construida por el discurso chavista, donde resalta la civilidad de los gobernantes defenestrados y execrados a partir del golpe del 18 de octubre de 1945, al mismo tiempo que interrumpe el mito iniciático de la construcción de la democracia venezolana, señalando claramente que ésta se encontraba en construcción, antes de la acción conjunta de los civiles y militares.
La estrategia deslegitimadora del discurso chavista introduce un segundo elemento asociativo, derivado del hecho de que la acción que condujo a la interrupción del desarrollo democrático en 1945 fue el resultado de las apetencias de una elite que no valora el papel de la libertad y el desarrollo económico-social, que sólo responde a sus intereses y que no duda en traicionar al pueblo, relegándolo al olvido. La noción de desgarramiento, de putrefacción de la sociedad venezolana a partir de las acciones de las elites, está presente reiterativamente en sus discursos, en ese intento de lograr la persuasión acerca de la perversidad del modelo de democracia implementado definitivamente desde 1958.
Encontramos en el discurso de Chávez una estrategia que acompaña el uso de referentes históricos, mediante la implementación de una constante apelación a los afectos, que queda demostrada en el empleo de adjetivaciones dramáticas (situación horrorosa, elite insensata, insensible, dedo implacable), con lo que se intenta recalcar el manejo simbólico del pasado que desarrolla en toda su argumentación. No se trata acá de una simple reconstrucción del pasado histórico, lo que se busca es lograr a través del uso de los afectos, del sentimiento, validar esa lectura que favorece en su construcción última a la propia acción emprendida el 4 de febrero de 1992.
El discurso político chavista emplea mecanismos de atribución de causas a la crisis socio-política experimentada por los venezolanos, y a esas causas que en el discurso están asociadas a la aplicación de una idea de democracia que no se ajustó a las expectativas del pueblo se les vincula, en un determinado tiempo histórico, con las acciones emprendidas por las elites a través de los partidos políticos. Lo que se observa es cómo Chávez establece una continuidad entre la interrupción del desarrollo democrático de los gobiernos de López Contreras y Medina Angarita y el agotamiento del sistema democrático, que quedó en evidencia con el intento de golpe de Estado de 1992. El elemento en común de ambas situaciones históricas está en la forma como se ha traicionado la idea de democracia, es decir, que toda la estructura socio-política implementada tanto en 1945, como en 1958 carece del real significado que debe tener la democracia. Todas las calificaciones dejan entrever una misma intencionalidad, a través de la cual se intenta una revalorización del papel de la historia, más bien de la idea de la historia como herramienta para comprender el alcance y la significación del proceso presente19. Esta estrategia le reconoce a la historia un valor extraordinario, y mediante ese reconocimiento se está asignando una continuidad temporal entre el pasado histórico idílico, casi irreal, y que en la visión chavista ha sido empleado para manipular y el presente marcado por el significado y trascendencia de la revolución bolivariana vivido por los venezolanos.
Esa continuidad, que rompe con las creencias y el sistema de valores establecido tradicionalmente en el discurso político, es una relectura de la interpretación asignada por las elites políticas surgidas del proceso desarrollado a partir de 1958, y que desencaja todo el sistema de valores, actitudes e interpretaciones que la historiografía oficial le ha dado, pero al mismo tiempo inaugura una nueva historia, con nuevos héroes y paladines, con renovados significados y actores, todos devenidos de la acción glorificada del 4 de febrero de 1992.
Lo que se busca, con este sentido del manejo histórico, es presentar las acciones propias las del chavismo con una legitimidad que les es negada a los otros los partidos políticos históricos, enmarcados dentro de la representación del puntofijismo que se asumen como negadores de la historicidad del proyecto bolivariano, que ha sido reiteradamente traicionada en la historia de Venezuela. Para Chávez, la traición moderna pues hay una primera traición que se da con la finalización de la idea bolivariana esbozada en el siglo xix se construye desde el mismo 23 de enero de 1958, cuando se da la espalda a las exigencias y anhelos de un pueblo:
Bien, hoy es 23 de enero, y los bolivarianos y los venezolanos quisimos hoy concentrarnos en esta avenida Bolívar, a los cuarenta y cinco años de aquella jornada cívico-militar que abrió un camino a la esperanza, un camino sin embargo que, bueno es recordarlo, trajo consigo una frustración a los sueños del pueblo, una frustración a la esperanza del pueblo venezolano, diferida durante tiempo; el 23 de enero de 1958 trajo consigo una nueva traición al pueblo venezolano, por eso es que yo he dicho en estas últimas semanas, ratificando nuestra voluntad de lucha popular, que el pueblo venezolano es uno de los pueblos más traicionados de la historia y que el pueblo venezolano no merece ni una sola traición más, el pueblo no se traiciona, con el pueblo se combate y se construye Patria (Chávez, 2003b; resaltado nuestro).
Esa traición representa un retraso en la solución de las necesidades históricas del pueblo venezolano, en esta visión particular de la historia expresada por Chávez. Al plantear de esta manera que la instauración de la democracia por los líderes de los partidos históricos AD y Copei es el fruto de un despojo de los valores, ideales y significados políticos de esa idea, se abre paso a una estrategia de legitimación de la acción emprendida, contra el statu quo en 1992, que coloca a los otros alejados de la propuesta bolivariana fuera del marco histórico de heroicidad manejado por el discurso chavista. De lo que se trata es de construir una macroidentidad cultural mediante la cual se establece un ritual20 que ayuda a la consolidación del discurso político para transformarlo en un factor clave para lograr el convencimiento, a través del cual se instituye una nueva relación cívica, caracterizada por la idea derivada del concepto de revolución, y su asociación con los protagonistas del golpe de Estado encabezado por Hugo Chávez y el proceso por él conducido como un continuo a lo largo de la historia de Venezuela.
La redefinición de los hitos en la historia de Venezuela es parte de una reformulación de la política, a través de la cual se plantea la utilización de la memoria cultural del venezolano para producir una resocialización integradora de un sentimiento venezolanista, que surge como respuesta a la crisis de valores derivados del agotamiento de las identidades políticas de la democracia puntofijista. Se acompaña este proceso con un planteamiento que define una línea de interpretación histórica, diferente a la planteada oficialmente, a través de la Academia de la Historia de Venezuela, mediante la adopción de referentes históricos no incorporados al Panteón de héroes de la Patria, tal es el caso de Ezequiel Zamora, o, como estrategia alternativa y complementaria, la popularización del culto a Bolívar, señalando un manejo de los términos ligados a él, y que se manifiestan en denominaciones como Polo Patriótico, Comando Patriótico, Misión Robinsón, Misión Ribas, entre otras.
Esta reelaboración de la historia de Venezuela, quiere establecer un lazo comunicativo entre el siglo xix y los comienzos del siglo xxi, pasando por una identificación de los fines y sentidos, que desde la concepción histórica del chavismo tiene el llamado Proyecto Bolivariano esbozado desde la llegada de Chávez al poder con los lineamientos trazados durante la construcción de la guerra de independencia. Hay quizás dos elementos claros de esta definición de la historia: 1) que el proceso iniciado en el siglo xix tiene una profunda vocación revolucionaria, integrada por valores tales como el nacionalismo, la educación, la integración de los ciudadanos constituyentes de la sociedad, y que ese proceso tiene una continuidad en el presente, esbozado en el Proyecto Bolivariano; y 2) esa continuidad de las líneas generales del proyecto emancipador del siglo xix con el proyecto bolivariano del siglo xxi está amalgamado a través de dos condicionantes: a) el compromiso histórico de los hombres que insurgieron en 1992 y b) las ideas comunes en torno a los conceptos de patria, libertad y revolución, que pasan a constituir la doctrina bolivariana relanzada.
El primer elemento de definición histórica del chavismo implica asumir la extensión de la heroicidad del siglo xix con la heroicidad del siglo xx, enmarcado todo en la noción de sacrificio, de esfuerzo de ambas coyunturas de acción histórica. De lo que se trata es de resaltar cómo la idea de sacrificio en función del bien común caracterizó estas acciones. Con ello, el discurso político chavista logra al menos identificar plenamente su causa con la causa del bolivarianismo iniciático que propició el llamado culto a Bolívar.
Esta identificación se explica como un mecanismo que busca construir un nuevo elemento a través del cual se funde una forma de socialidad política que sustituya las acciones que fueron implementadas durante la segunda mitad del siglo xx en Venezuela, y que tuvieron como institución base para el logro de la cohesión social al partido político y los lideres estructurados en torno a ellos.
Este proceso no es nuevo en la historia de Venezuela; en el período de López Contreras se implementó una estrategia similar, que procuraba aglomerar a los ciudadanos no sobre los supuestos de la diatriba política que caracterizó los conflictivos y dinámicos años 30 y 40 en Venezuela, sino estructurarlos alrededor de la idea del culto bolivariano, que en el caso concreto del período 1936-1941 se sintetiza mediante las llamadas Asociaciones Cívicas Bolivarianas (ACB), que sirvieron como factor de organización social, al mismo tiempo que sirvió para ocultar la falta de opciones políticas distintas a las planteadas desde los factores de poder del gobierno de López Contreras.
En el caso del chavismo, la debilidad organizativa y estructural del partido Movimiento V Republica (MVR), base política del proyecto bolivariano, es tan evidente que debe ser complementada mediante una forma de aglutinación social que prevé se dé mediante la acción ideológica del bolivarianismo relanzado a través de los círculos bolivarianos o cualquier otra estructura que con el adjetivo bolivariano se conforme, en todos los ámbitos de la vida pública. Este planteamiento se explica cuando lo contextualizamos con la crisis de representación que experimentan las organizaciones políticas en Venezuela y en América Latina, desde mediados de la década de los 90, y que es un fenómeno que aún se mantiene.
La idea de organización social bolivariana, planteada por el chavismo, obedece a las condiciones de crisis institucional generada por el proceso de transición experimentado en Venezuela desde finales de 1993, y que se han concretado en tres aspectos fundamentales: 1) la crisis de la capacidad de mediación de las formas de representación del partido político; 2) el surgimiento de nuevas formas de expresión de lo político, contenidas básicamente en el uso de la protesta popular, y 3) el desplazamiento de la discusión política de los espacios cerrados de las instituciones del sistema a los espacios abiertos de las calles, plazas, avenidas y cualquier espacio público.
El segundo elemento, que busca trazar una línea de continuidad histórica entre el Proyecto Bolivariano Decimonónico (PBD) y el Proyecto Bolivariano Relanzado (PBR), está constituido por mecanismos complementarios derivados de la identificación del papel y trascendencia de los militares o milicianos si hablamos de los factores sociales aglomerados en torno al mal llamado ejército patriota del siglo xix con las necesidades del colectivo pueblo. Para lograr esa identificación, que establece un lazo comunicante entre las acciones de ruptura del orden institucional, iniciada por quienes insurgieron contra la estructura del imperio español en la capitanía general de Venezuela a principios del siglo xix, con la ruptura institucional derivada de las acciones del 4 de febrero de 1992, el discurso político chavista unifica ambos procesos, señalando que tienen en común el hecho de haber partido la historia de Venezuela en un antes y un después.
Esta identificación, se logra con la mediación de dos construcciones claras: 1) el militar que insurge el 4 de febrero tiene el mismo nivel de compromiso de los civiles transformados en militares del siglo xix y 2) los factores comprometidos con el PBR son los herederos del PBD, que fue olvidado.
La primera construcción eleva a la categoría de nuevos héroes a los militares que intervinieron en el intento de golpe de Estado de 1992, pero más que revitalizar su intervención se plantea con ello una propuesta de organización de la historia reciente, construyendo un hito temporal, una marca en el proceso histórico, dedicado a generar una identidad colectiva. Mediante esa imagen tal como lo hicieron los adecos con la idea de ser creadores de la democracia el chavismo pretende establecer una exaltación de la acción militar, que es equiparable, en cuanto a su trascendencia, logros y compromiso, con el proceso de independencia, que es el gran hito referencial de la historia venezolana.
Al plantear el discurso político chavista que hay una continuidad histórica entre el ejército libertador del siglo xix y este ejército del siglo xxi, se coloca en la misma estatura moral de los protagonistas de ambos procesos. Es decir, el chavismo y quienes se estructuran alrededor de él se colocan en la misma categoría de los denominados padres fundadores, aprovechando el manejo religioso que ha caracterizado en la historiografía venezolana toda la dirección simbólica del tema. Con ello se afirma que la dinámica socio-histórica iniciada con los acontecimientos del 19 de abril de 1810, cuando se marca la decisión de participar en el desmontaje de la estructura institucional del imperio español en nuestro país, tiene una continuidad en la creación de espacios de igualdad y participación social, que propenden a disminuir las diferencias sociales y económicas, con la implantación del proyecto bolivariano desde 1999.
Esta primera construcción, que identificamos como un proceso de proyección de actores, esencialmente devenidos de los acontecimientos de febrero de 1992, es complementada con una serie de acciones de tipo social y económico que teniendo como actor objeto de atención a los sectores más desfavorecidos tradicionalmente, los que socialmente han sido excluidos, implica un planteamiento que adquiere un carácter cercano a lo que algunos autores han denominado populismo transfigurado (Novaro, 1996).
Como parte de los efectos de desestructuración política de los partidos, cuyas secuelas esenciales devinieron en la desaparición casi total de los hilos de acción institucional, y con ello la disolución de los mecanismos formales no sólo de entendimiento, sino de divulgación de los proyectos nacionales, como factor de cohesión social, se empezó a transitar un camino hacia el descontento ciudadano, por la falta de respuestas a sus requerimientos. En Venezuela, este fenómeno, contextualizado desde finales de la década de los 90, significó que el chavismo implementó una segunda construcción que pretende responder a las condiciones de agotamiento y cambio histórico existente desde el punto de vista de la institucionalidad que prevaleció desde 1958.
El chavismo estructura una estrategia de manejo de lo histórico que busca abarcar un doble proceso: a) responder a las condiciones de rechazo de las formas tradicionales de expresión de lo político, recurriendo para ello a nuevas afectividades y b) utilizar los supuestos enunciativos de problemas no resueltos en la historia de Venezuela, y planteados como base del proyecto emancipador, como factor de cohesión e identificación con los actores movilizados. El primer proceso se explica como un producto de la desarticulación de los partidos históricos, de sus bases programáticas y de sus dinámicas de acción, y en ese sentido el MVR, como un movimiento surgido del rechazo a las prácticas que le dieron sustentabilidad al proceso venezolano durante casi cincuenta años, ha planteado recurrentemente su capacidad para articular en su seno las necesidades no canalizadas del ciudadano mediante la estructura de los Círculos Bolivarianos.
Ello denota dos cosas: en primer lugar, que la estructura organizacional del MVR, como partido, tampoco es capaz de responder a los retos de organización y cambio en el espacio público venezolano, y, en segundo lugar, que la capacidad de articular un proyecto de país contextualizado en las condiciones de cambio histórico como las experimentadas por la sociedad venezolana es, por decir lo menos, mínima en cuanto a ofrecer una respuestas programática que incorpore a todos los sectores de la vida pública.
Con respecto, a los problemas no resueltos en el desarrollo del proceso histórico venezolano, el PBR hace especial hincapié en una serie de temas, que circundan aspectos socio-antropológicos, definidos por el problema de la segregación social y el acceso a la propiedad privada. Ambos están concatenados, aunque, si bien la democracia populista había logrado minimizar las profundas raíces de diferenciación étnica y social, en una sociedad multiétnica como la venezolana, estos problemas nunca han desaparecido de la historia, sólo que la inversión social implementada por el Estado-nacional y el proceso de ascenso y oportunidad de escalar socialmente brindada por los programas socio-educativos habían servido de factor de contención al conflicto.
El chavismo, al contribuir con la crisis del sistema político, y con la eclosión de los factores de intermediación implementados por el Estado de Bienestar, a través de la desestructuración y desplazamiento de los actores tradicionales, coadyuvó para activar el disenso como elemento estructurante de la sociabilidad política imperante en el modelo de democracia radical sostenido por el PBR. Este planteamiento se basa en la idea de que el sistema normativo de pactos y regulaciones acordadas, vigente durante la duración del sistema político de conciliación, ya no es aceptable, pues, dentro de la lógica de interpretación del PBR, negociación y acuerdos es traducible a traición y entrega.
Esa negación a los mecanismos de arreglo institucional, establecidos en los supuestos de una democracia conciliadora, ha llevado el plano del accionar político hacia la expresión de las diferencias mediante la territorialización (García Guadilla, 2003), la ocupación de la calle, mediante manifestaciones focalizadas a demostrar el apoyo popular con que se cuenta. Para ello, es clave la creación de una identidad histórica, definida bajo los preceptos del bolivarianismo, que sustituyen otras referencias identitarias, tales como la de militante político, agente social, entre otras, que sí son capaces de estructurar entendimientos formales.
Los problemas de acceso a la educación, posesión de tierras, incorporación de los excluidos son enunciados presentes en las referencias discursivas del chavismo, en forma por lo demás recurrente y repetitiva. Con ello, se completa no sólo una forma de estructurar el proceso histórico, sino que al mismo tiempo, como se ha señalado a lo largo del presente texto, se justifica el accionar y las limitaciones organizativas del PBR.
Lo interesante del caso es que toda la estructura simbólica asignada por el discurso chavista al PBR está basada sobre una historicidad que señala una lectura maniquea de los hechos y procesos sucedidos desde el siglo xix y xx, como un instrumento de control ideológico y hegemónico.
Conclusiones
Las manifestaciones de la crisis que experimenta Venezuela no se concretan únicamente en el campo del accionar de los partidos políticos, de los actores y de las instituciones, por el contrario su manifestación abarca los ámbitos culturales e históricos del modo de vida del venezolano. Ese fenómeno que denominamos el chavismo tiene unas profundas raíces históricas, sobre todo en lo relacionado con la naturaleza del discurso político construido en el transcurso del siglo xx, está asociado a una variada cantidad de situaciones no resueltas en el proceso histórico reciente, y que están íntimamente relacionadas con la vida democrática y los mecanismos que se implementaron para formalizar las relaciones en el ámbito del espacio público.
Es necesario entender que el chavismo encaja dentro de unas condiciones generales de agotamiento de las formas de sociabilidad establecidas en un modelo de democracia, y que la resistencia expresada por los actores políticos tradicionales para renovar esas formas de solución y expresión de los conflictos ha nutrido el crecimiento de una idea no consensual de relacionamiento entre actores antagónicos. Chávez y todo el movimiento social aglutinado a su alrededor han sabido utilizar estas carencias socio-históricas, adecuarlas con un discurso estructurado en función de construir una representación simbólica generalizadora, capaz de concentrar las variadas y múltiples expresiones de la atomización del entorno social, ante el desencaje de los hilos de agregación de voluntades y pareceres sociales, y al hacerlo han empleado una estrategia de legitimación basada en el manejo a su conveniencia del pasado histórico.
Ese manejo del pasado ha sabido aprovechar el vacío creado por el desplazamiento de los partidos como actores estructurantes del orden social, propiciando formas de organización de lo popular, que a través del manejo de la historia sacan a relucir, como elemento de amalgama, el rescate del compromiso esbozado por Simón Bolívar en el siglo xix. Esa línea de continuidad le agrega una base referencial al PBR, que le permite capturar los deseos, anhelos y expectativas de los sujetos sociales, que habían quedado relegados ante el retroceso del Estado de Bienestar, durante los ajustes implementados desde mediados de la década de los 80, a pesar de que en la práctica no se haya logrado resolver sus necesidades, pero discursivamente se construye un proceso de desplazamiento de responsabilidades, que hace ver como culpables de su estado de postración a los otros, que se asumen en su identidad de oligarcas, nuevos ricos, burgueses, que se resisten al acceso popular a los bienes derivados de las riquezas del Estado.
Con ello, se evidencia un enorme déficit en los valores democráticos que caracterizan la sociedad venezolana, que cada vez dinamiza más procesos recíprocos de exclusión y segregación, intolerancia e irrespeto, que no nos conducen a nada, pues no hay una alternativa simbólica capaz de reducir el impacto que la reconstrucción histórica del PBR tiene como factor de agregación de voluntades, de lo que podemos denominar los sujetos excluidos históricamente y que se encuentran movilizados en la defensa de lo que consideran un compromiso de amplio valor social. Hasta ahora, el PBR ha tenido la capacidad de generar un entusiasmo colectivo, a través de una promesa de prosperidad incumplida, pero que ha sido eficaz para concentrar en el espacio público a los sectores que habían quedado huérfanos de representatividad ante el retroceso de los partidos históricos, en este aspecto el PBR ha sido exitoso, y la única salida que se vislumbra a la crisis y al enfrentamiento social en Venezuela pasa por reconstruir esos canales institucionales de entendimiento a través de una sociabilidad democrática de nuevo tipo que aún no está definida.
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1 Es un movimiento social, compuesto esencialmente por profesionales ligados a la industria petrolera. Su origen debe ser ubicado en las controversias surgidas en torno a la política petrolera implementada por el presidente Hugo Chávez, durante su mandato. GP plantea una reducción de los controles administrativos del Estado-nacional sobre los negocios y estrategias implementadas por Petróleos de Venezuela, S.A. (Pdvsa). Su salida pública se encontró signada por la conflictividad política que derivó en el intento de golpe de Estado de abril de 2002.
3 Bobbio (1984, 30) señala al respecto: Entre legitimidad y legalidad existe la siguiente diferencia: la legitimidad se refiere al título del poder, la legalidad al ejercicio. Cuando se exige que el poder sea legítimo se pide que quien lo detenta tenga el derecho de tenerlo (no sea un usurpador). Cuando se hace referencia a la legalidad del poder, se pide que quien lo detenta lo ejerza no con base en el propio capricho, sino de conformidad con reglas establecidas (no sea un tirano).
4 Un estudio amplío y detallado de la importancia y significado del discurso puede encontrarse en la obra de Van Dijk (2000), en donde se establece una aproximación a los problemas del análisis del discurso.
5 Según Fabbri y Marcarino (2002, 18), se define como un discurso de campo, destinado a llamar y a responder, a disuadir y a convencer; un discurso de hombres para transformar hombres y relaciones entre los hombres, no sólo un medio para reproducir lo real.
6 En un trabajo anterior, señalamos que cuando hablamos de chavismo, lo hacemos para referir el fenómeno político construido en torno a la figura de Hugo Chávez Frías, ex comandante del ejército venezolano, que insurgió en contra del gobierno de Carlos Andrés Pérez en
7 Pueden ser consultados los trabajos de Álvarez (1992, 1996), Kornblith (1992, 1998), Valecillos (1992), Caballero (2000), donde se aborda desde diversas ópticas el agotamiento del SPV.
8 Sobre los intentos de golpe de Estado en 1992, pueden consultarse los trabajos de Catalá (1998), Sanoja (2001), Zago (1993), Machillanda (1993), Müller Rojas (1992), entre otros.
9 Según Foucault (1970, 37), vincula los individuos a ciertos tipos de enunciación y como consecuencia les prohíbe cualquier otro; pero se sirve, en reciprocidad, de ciertos tipos de enunciación para vincular a los individuos entre ellos, y diferenciarlos por ello mismo de los otros restantes. La doctrina efectúa una doble sumisión: la de los sujetos que hablan a los discursos, y la de los discursos al grupo, cuando menos virtual, de los individuos que hablan.
10 El problema de las relaciones entre el poder civil y militar, si bien no es objeto del presente trabajo, constituye por su importancia un elemento de reelaboración simbólica e histórica establecido por el discurso político de Hugo Chávez. Sostenemos que como un efecto de las condiciones de cambio histórico que experimentó Venezuela, a partir de las insurgencias militares de 1992, se entró a un proceso en donde los militares ante los vacíos, cambios y crisis de los sistema de representación institucionales del SPV asumieron roles que antes fueron cumplidos por los actores políticos, asistiendo a una progresiva politización de los militares, que es distinto que afirmar que hay una militarización de la política. Hemos abordado esta temática en dos trabajos anteriores (Romero et al., 1999; Romero, 2002a), pero son de resaltar los aportes realizados por Irwin (2001 y 2003), y Ferrero (2002), Romero (2002), Yépez Daza (2002) entre otros.
11 Collier y Collier (1991, 29) la definen como un período de cambio significativo que ocurre de distintas formas en países diferentes y que genera un nuevo legado / herencia que será incorporado a otro nuevo período de crisis o de coyuntura crítica.
12 Consúltese a Romero y Lares (2002b, 71-98), en donde se aborda, a partir de la conceptuación de transición política sugerida por Manuel Alcántara Sáez, el proceso venezolano entre 1993-2002.
13 Germán Carrera Damas (1998, 6-73) es quien desarrolla la idea del manejo historiográfico realizado por la historia oficial para justificar la hegemonía de los grupos de poder. Dice: La historiografía patria consagrada a la justificación de la independencia y la nacional dedicada a fundamentar el proyecto nacional han fomentado sobre este trance creencias engañosas. Movidas por un elemental patriotismo, acorde con los tiempos, esas historiografías han pretendido dar por sentado que la aspiración de independencia y de organización nacional ha caracterizado, desde siempre, a la sociedad venezolana. Es más, esa aspiración habría estado, desde el inicio, asociada con el régimen republicano. Se han producido, de esta manera, deformaciones históricas de larga proyección.
14 La expresión es de Rómulo Betancourt, en su obra Venezuela, política y petróleo (1979). En ella se recoge el mito de la lucha contra el invasor extranjero, que explota las riquezas del venezolano y ante el cual hay que erguirse a defender el suelo patrio. Por supuesto, esa defensa realizada bajo los auspicios del planteamiento político contenido en el Proyecto Modernizador Betancurista, mediante el cual los instauradores de la democracia serían los nuevos padres de la patria.
15 Geovanni Sartori (1999, 119) señala que son ideas tenidas por ciertas, que se dan por descontadas, y por lo tanto ampliamente exoneradas de inspección y revisión. Si se quiere, las creencias son ideas enraizadas en el subconsciente cuya función es economizar el pensar. Por lo tanto, cuando hablamos de creencias políticas, lo que hacemos es señalar cómo surge y se institucionaliza una idea del relacionamiento entre grupos, actores y ciudadanos en un espacio público, que sirve para explicar las relaciones de poder.
16 Consúltese los trabajos de Ramos Jiménez (2002a y 2002b), donde se aborda el desarrollo de lo que el autor llama el fenómeno Chávez, como un proceso signado por el deterioro del sistema democrático.
17 En un comunicado del gobierno provisional surgido el 18 de octubre de 1945, se dice lo siguiente: Esta noche, después del triunfo alcanzado por el Ejército y el pueblo unidos contra el funesto régimen político que venía imperando en el país, ha quedado constituido un gobierno revolucionario provisional (Suárez, 1977, 70-71). Alocución de
18 En Venezuela tradicionalmente se ha denominado de esa forma a los militantes del partido socialdemócrata Acción Democrática (AD), fundado en 1941, y que durante la historia política venezolana ha sido parte consustancial de las dinámicas y cambios sufridos por el sistema político.
19 Esta revalorización de la historia no es sólo una alabanza de ella misma, sino que en el discurso político chavista tiene un doble propósito: la de la enseñanza, cuando la historia ayuda a encarnar los valores que exaltan al hecho político adelantado por la revolución bolivariana, y la otra, más importante en su contenido ideológico-político, de crítica a la historiografía oficial, que según su criterio ha ocultado, tergiversado y manipulado la realidad histórica. Un ejemplo de ello se encuentra en una alocución de Hugo Chávez, en enero de 2002, durante la juramentación del Comando Patriótico de
20 El ritual señala características y cualidades que tienen los individuos que emiten el discurso y son esas cualidades las que permiten definir sus gestos, su comportamiento, las circunstancias en que se producen y los signos que acompañan el discurso, haciéndolo capaz de transmitirse y multiplicarse al común de los individuos. El ritual, por lo tanto, fija las condiciones que inciden en la efectividad del enunciado descrito por el individuo y que debe ser objeto de reproducción, adquiriendo significado (Romero et al., 2001b, 58).