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Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales

versión impresa ISSN 20030507

Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales v.11 n.3 Caracas sep. 2005

 

Del 11 al 13 de abril. Del efecto de una condena a la revuelta política: imaginarios en desacuerdo

en una época de transición político-cultural*

Miguel Ángel Contreras Nateraa

aEscuela de Sociología. Universidad Central de Venezuela

* La socióloga Reina David trabajó como Asistente de Investigación en la investigación que condujo al presente trabajo.

Resumen

El presente trabajo centra su atención en los principales acontecimientos sociopolíticos vinculados tanto al golpe de Estado del 11 de abril de 2002, como a su respuesta popular-militar el 13 de abril del mismo año. En primer lugar, se bosqueja una explicación sucinta de los discursos en pugna por hegemonizar la crisis de representación de la política en la década de los 90. En segundo lugar, se traza una interpretación sobre los acontecimientos y sus significaciones imaginarias en el triunfo del presidente Chávez en la campaña electoral de 1998. Tercero, se delinean los referentes simbólicos de los discursos tecnocrático-neoliberal y democratizador-nacionalista en un contexto transformativo y dinámico, conflictivo y polarizador. Estas líneas prefiguran y caracterizan a los imaginarios en desacuerdo antes de los sucesos de abril. En cuarto lugar, en una perspectiva antidescriptivista se reconstruyen los discursos y las acciones de los actores nacionales y transnacionales que hicieron posible el golpe de Estado del 11 de abril. Quinto, se perfila en términos de revuelta política las acciones y discursos de restablecimiento del gobierno del presidente Chávez el 13 de abril. Por último, y de manera inconclusa, se proyectan los decursos de las acciones políticas como consecuencia del carácter aporético de los conflictos y antagonismos que se suceden en el país.

Palabras clave: imaginarios; neoliberalismo; democracia; conflictos; antagonismos; Venezuela.

From the 11th to the 13th of April. Imaginaries in Conflict en an Epoch of Politi-cal and Cultural Transition

Summary

This article examines the April 2002 coup and the popular and military response two days later. It starts with a brief presentation of the crisis of representation in the nineties and the two alternative discourses competing for hegemony as a result. It then offers an interpretation of the impact in terms of social imaginary of Chávez’ electoral victory in 1998, and the subsequent polarization between the Nationalist-Democratic and the Neoliberal-Technocratic discourses that imbued the political forces that opposed each other during the coup.

Key Words: Imaginaries, Neoliberalism, Democracy, Conflicts, Antagonisms, Venezuela.

Recibido: 14-02-2005 Aceptado: 09-05-2005

INTRODUCCIÓN

El mes de febrero de 1989 representa un quiebre profundo en las formas institucionalizadas de representación de lo político y de la política en Venezuela1. Las convenciones sociopolíticas instrumentadas en el Pacto de Punto Fijo que habían adquirido un carácter naturalizado comenzaban a desestructurarse, conformando una pluralidad de modalidades de interacción y en general estableciendo nuevos decursos para la acción social y política (Contreras, 2004, 113-117). La transfiguración del orden social en un aparente orden natural que había conducido a grandes exclusiones y negaciones en la realidad venezolana experimentaba un proceso de desedimentación social y política como consecuencia de los acontecimientos del mes de febrero (Lechner, 2002, 15; Contreras, 2003, 51). En cierto modo, la lógica de la naturalización de lo social fue atravesada por lo que Rancière denomina el efecto de la igualdad2.

La década de los 90 representa una agudización en la conflictividad de la crisis de lo político en tanto y en cuanto se profundiza la politización de lo social y, simultáneamente, se asiste al resquebrajamiento definitivo en las formas institucionalizadas de la política en Venezuela desde 1958. Las transformaciones en los modos de producción de representaciones de la política implicaban la búsqueda de nuevas definiciones del poder de representación de la política en la sociedad venezolana. El debate a finales de la década de los 90 sobre el monopolio de la autoridad para producir representaciones de la política se circunscribía fundamentalmente a dos discursos emergentes con capacidad de convertirse en fuerzas configuradoras y movilizadoras de lo social y lo político.

Por un lado, un discurso tecnocrático-neoliberal que profundizaba la crisis de representación de la política en cuanto supone un enfriamiento de lo político. La antipolítica, como estratagema política del discurso tecnocrático-neoliberal, pugnaba por llenar el vacío de representación creado principalmente por la crisis de los partidos. El debate sobre los límites de la política impulsado por la ofensiva tecnocrático-neoliberal caracterizaba el proceso de despolitización y redefinición de las fronteras de la política3. Así, el funcionamiento del sistema económico, y por consiguiente del mercado, se convirtió en el objetivo fundamental del debate político en la era de la globalización neoliberal. Para ello, el discurso tecnocrático-neoliberal movilizaba argumentos de la economía neoliberal, de la sociobiología y de la genética humana, de la crítica al socialismo y de la teoría elitista de la democracia para la defensa política de una racionalidad tecno-instrumental y del horizonte sentido que representaba la globalización neoliberal4.

Pero, además, se asentaba sobre el terreno de una sociedad orientada al crecimiento económico y referida exclusivamente a los fines del mercado. De modo tópico, sobre el Consenso de Washington y los tres componentes inherentes a él (el consenso del Estado débil, el consenso de la democracia liberal y el consenso del Estado de derecho) se edificaba la eficacia simbólica del discurso tecnocrático-neoliberal (Santos, 2003, 183). La legitimación política y cultural del discurso tecnocrático-neoliberal procedía tanto de la deslegitimación de la ideología del Estado de bienestar (de conciliación nacional-popular), como de los problemas estructurales inherentes de la economía venezolana.

La construcción simbólica y política del mercado como mecanismo de integración e interpelación de la sociedad venezolana suponía un proceso de reculturización global que lo hacían un fenómeno constitutivamente cultural. Ya no se trataba simplemente de localizar una dominante cultural, sino que lo cultural se convertía en la instancia dominante del discurso tecnocrático-neoliberal. En la medida en que la lógica de valorización capitalista se apropiaba también de la dimensión cultural, esta última se revelaba como un medio inmediato de control social (Contreras, 2004, 116).

Por el otro lado, emerge un discurso democratizador-nacionalista que persigue por el contrario la politización de lo social y supone la búsqueda de una nueva representación de la política. Las potencialidades democráticas de este discurso se asentaban sobre la defensa de derechos sociales (salud, educación, vivienda) amenazados y, sobre todo, en la exigencia de un control participativo de las entidades públicas con iniciativas concretas para su institucionalización (por ejemplo: la convocatoria de una asamblea nacional constituyente). El discurso democratizador-nacionalista movilizaba una elevada sensibilidad pública frente a la corrupción y a los abusos de poder; una apreciable mayor disposición hacia comportamientos políticos no-convencionales y finalmente, una mentalidad de protesta cada vez más consistente en sus motivos, cuyas distintas expresiones se mantenían unidas a través de orientaciones de valor de igualdad social y participación política.

El discurso democratizador-nacionalista expresaba el agotamiento y la posibilidad de superación de las estructuras y relaciones que caracterizaron el sistema político venezolano. Cimentado en la profunda aunque indirecta influencia de la movilización popular de los años 90, el complejo juego de interacciones entre actores institucionales y nuevos actores estaba en vías de transformar definitivamente el mapa sociopolítico del país. El agotamiento del sistema político y el conjunto de factores que deterioraban progresivamente los niveles de calidad de vida de la población estaban in crescendo, desencadenando procesos sociopolíticos inéditos en la sociedad venezolana. En un contexto de desencanto político y frustración social comenzaba a perfilarse una lógica de cambio estructural incipiente como respuesta al fracaso de las mediaciones entre la sociedad y el Estado, fracaso que se traducía en la exclusión de amplios sectores de la población en la toma de decisiones que los afectaban directamente.

La campaña electoral a la Presidencia de la República de 1998 y sus altos grados de fluctuación electoral resumía la pugnacidad entre ambos discursos políticos. El Polo Democrático, con un discurso tecnocrático-neoliberal, impulsaba la necesidad de profundizar la reestructuración económica iniciada por el gobierno de Pérez. En él coincidían AD, Copei, Proyecto Venezuela, La Causa R y los partidos vinculados a la candidatura de Irene Sáez5. Su referencia básica era impulsar los derechos de libertad y de propiedad privada como la punta de lanza de las exigencias de la sociedad civil en su lucha contra el Estado venezolano. En el Polo Patriótico se encontraba la candidatura de Hugo Chávez Frías con la propuesta de una convocatoria de Asamblea Nacional Constituyente. Dicha propuesta contaba con un conglomerado de partidos de izquierda y organizaciones emergentes y, se centraba principalmente en un revisitado proyecto político de corte nacionalista. El planteamiento de Chávez giraba alrededor de un proyecto de consolidación del Estado-nacional que revalorizaba su rol en la salud, la educación y la justicia social.

Frente a un escenario de profunda dislocación y fragmentación del imaginario social y político y con un discurso de interpelación democrático-popular que captaba los sentimientos latentes antioligárquicos y antiimperialistas de las clases subordinadas, Chávez triunfaría en las elecciones de 1998. Las profundas mudanzas sociales y políticas que el triunfo del presidente Chávez le imprimen al país implicaban la trasgresión y desestabilización de órdenes y predios antes seguros, la pluralidad de formas participativas de actores emergentes consolidaban un futuro preñado de posibilidades, a la par que la incertidumbre y el desasosiego crecía en los actores tradicionales. Cunde ahora un tiempo de tumulto, de efervescencia pública resultante de la politización de lo social. En todo caso, los debates sobre el futuro político de Venezuela se viven, paradójicamente, no como una transición, como una alteración sin quebrantos, sino como una ruptura, como un quiebre profundo con el proyecto político anterior (Contreras, 2004, 125-126).

Imaginarios en desacuerdo

La convocatoria mediante referendo consultivo a una Asamblea Nacional Constituyente para redactar y debatir acerca de una nueva Constitución permitió la pacificación transitoria de lo político. En el transcurso del debate constitucional de 1999 comenzaron a decantarse con cierta precisión algunas diferencias sustantivas respecto a la imago mundi del país imaginado como deseo, como anhelo. El debate oscilante entre democracia y tecnocracia abierto en 1989 cobró una dimensión constitucional sin precedentes. Las diferencias entre los proyectos de país apuntaban a dotar de nuevos contenidos a la democracia venezolana. Con la aprobación de la Constitución el 15 de diciembre de 1999 se desplaza el debate público nacional hacia la construcción de la nueva institucionalidad. Independientemente de las innovaciones institucionales y del debate sobre las bondades de la Constitución Bolivariana de 1999 el gobierno del presidente Chávez se enfrentaba a un conjunto complejo de dificultades en su novel gestión de gobierno. Por esto último, había solicitado en 1999, y posteriormente en 2000, una Ley Habilitante con el objeto de legislar en materias consideradas perentorias por el Ejecutivo Nacional6.

Esto acontece en momentos cuando las manifestaciones sociales y políticas a favor o en contra de Chávez se convierten en un evento intrínseco en la cotidianidad de la ciudadanía venezolana en sus múltiples espacios de discusión y movilización. Los imaginarios sociales en conflicto producían un ambiente emocional cuyas vibraciones se palpaban en la superficie de los fenómenos sociales y políticos en lo que Appadurai denomina una comunidad de sentimientos. La profunda pugnacidad de lo político reposaba sobre el contagio afectivo sobre los sentimientos compartidos, sobre la participación en imaginar y sentir cosas en forma conjunta, como grupo social y cultural. Las prácticas, hábitos sociales y mentales de los proyectos políticos se configuraban como géneros comunicativos de constitución de la intersubjetividad de los grupos sociales y culturales. La capilaridad (piel) como efectuación del pathos del estar-juntos se convertía en uno de los signos distintivos de la confrontación política.

La conflictividad y la incomprensión mutua entre las manifestaciones y expresiones sociales divergentes reflejaban la tensión entre dos proyectos antagónicos con representaciones e imaginarios sociales y políticos inconmensurables entre sí7. En efecto, y como consecuencia de las tensiones conflictivas entre imaginarios divergentes, la imaginación y los imaginarios se transformaron en un hecho colectivo sustantivo, y dejaron de estar confinadas a las visiones romantizadas del arte, para formar parte de la cotidianidad de la ciudadanía venezolana. De cualquier manera, en las designaciones de imaginarios sociales y políticos se percibían nodos críticos y nuevos en la comprensión de los procesos culturales transformativos en curso8. Por un lado, se consolidaba una cultura política centrada en la imagen y en la espectacularización de la política que tenía como operadores anafóricos a los medios de información masiva. Por el otro, se visibilizaba una emergente cultura política que tenía como epicentro a una sociedad excluida social y políticamente que se manifestaba con formas de expresión dinámicas y cambiantes, fluctuantes y activas, en donde se revalorizaban los espacios públicos como zonas de regocijo, transgresión y revuelta.

Las transformaciones en los imaginarios sociales y políticos implicaban también redescripciones en las determinaciones temporales. En el presente, el pasado ya no es más un territorio al que volver en una simple política de la memoria. La conexión entre los imaginarios sociales y políticos y el pasado como un reservorio de nuevas representaciones políticas cobró una significación radicalmente novedosa. En consecuencia, la cuestión de cómo encarar el pasado remitía a la imaginación de los futuros posibles del país contenidos en las diversas estrategias políticas. Articular el pasado históricamente no significaba reconocerlo como fue en realidad. El pasado no es simplemente recibido por el presente; el presente es perseguido por el pasado, y éste modelado, inventado, reinventado y reconstruido por aquél.

La capacidad de redención del pasado radicaba en la posibilidad de surgir inesperadamente como fuente de inconformismo contra el presente inmediato. La solidaridad entre pasado, presente y futuro no implicaba, en fin, una sustancialidad del devenir. Por el contrario, generaba una nueva conciencia respecto del carácter agencial subjetivo de la historia venezolana. En todo caso, la acción intencional de los agentes y de los discursos políticos quebraría la repitibilidad de la historia y daría sentido a la expresión "hacer la historia".

Por una parte, el discurso tecnocrático-neoliberal (mercado, individuo, competitividad, orden y seguridad) que recobraba una cierta autoridad simbólica apelaba a una nostalgia restauradora de los procesos de reforma económica y política de la década de los 90. Las estrategias de recuperación nostálgica impulsaban una cosmética del pensar bello como género ornamental y hospitalario de un tiempo ausentado y perdido por la intervención de la barbarie social y política, estableciendo una afinidad estructural entre la alta cultura –sometida a la barbarie chavista– y las formas de privilegio social consideradas necesarias para sostenerla y reforzarla.

El discurso nostálgico-restaurador desplegaba como signo distintivo las diferencias graduadas entre las formas de vestir, de comer y de hablar, así como establecía un índice de distancia espacial en las relaciones sociales. El alineamiento moral y político demandaba la restauración del orden perdido como consecuencia de la degradación moral y política de la cotidianidad e institucionalidad de los venezolanos. Finalmente, el imaginario tecnocrático-neoliberal con claras pretensiones universalistas impulsaba como telos constitutivo y normativo la sociedad de mercado estadounidense (Contreras, 2004, 127-128).

Por la otra, un discurso (democracia, nacionalismo e igualdad) de recuperación selectiva y productiva del pasado en tanto y en cuanto los principales acontecimientos de la historia venezolana (la gesta independentista, la guerra federal, las cartas del Libertador Simón Bolívar), sofocados por una historiografía tradicional y legitimadora de las diferencias sociales, se construyen ahora –estos acontecimientos– como un compromiso nuevo entre el pasado y el presente para impulsar el proyecto social y político del chavismo. El acontecimiento histórico rememorado es expresado en una forma narrativa que construye un nuevo sentido del pasado y por consiguiente del presente y el futuro. Lo que indica este énfasis de recuperación selectiva del pasado es un desafío y en definitiva un rechazo violento de la tradición historiográfica venezolana. El compromiso de ruptura textual con el pasado congelado y pertrificado por la historiografía tradicional conducía a ciertas ambigüedades políticas. Dentro de esos diversos caminos, que pueden recorrerse hasta llegar a posiciones políticas explícitas, hay un conjunto muy complejo de adhesiones que pueden tomar una u otra vía. En todo caso, el horizonte constitutivo y normativo del imaginario chavista tiende a ser utópico e impreciso en su perspectiva del futuro del país. En todo caso, la cuestión de cómo encarar las cuentas con el pasado y de enfrentar el futuro se convirtió entonces en el eje de disputas entre estrategias políticas divergentes y, sobre todo, en una región abierta a la reinterpretación por los diferentes agenciamientos que participan en la crisis de lo político.

Pero, además, en la tensión conflictiva entre imaginarios sociales y políticos divergentes se observaban procesos de bifurcación sistémica que apuntaban a reconfiguraciones profundas en las definiciones de sus fronteras simbólicas. El estado transicional del país –agudización de la confrontación política, exacerbación de la polarización, decantación de los mecanismos de diferenciación material y simbólica de los imaginarios, quiebre de los dispositivos de mediación social y política– se configuraba como un estado indefinible. La incertidumbre de este estado transiccional se deslizaba sobre las fisuras de las convencionalizaciones sociales, políticas y culturales. Convencionalizaciones que comenzaban a implosionar y desestructurarse como consecuencia de las concomitantes transformaciones societales de los últimos años. Este kairós transformacional se manifestaba como una tensión de doble vínculo: tanto como un conflicto de lucha de clases como de un conflicto cultural.

Desde la perspectiva del conflicto de lucha de clases, la pérdida de eficacia simbólica y material (deslegitimación) del discurso naturalizador de la integración social (desigualdad socialmente legitimada) había revelado la latencia histórica del conflicto de clases en el país. Al resquebrajarse las formas de interpelación identificantes (equivalencias inconmensurables) como meros simulacros de sí mismas, se revelaba de modo inexorable la pluralidad de conflictos y antagonismos anatemizados en la historia política venezolana. La fractura del imaginario del desarrollo como imaginario de inclusión de las clases subordinadas había revelado sus límites en la crisis sistémica de las décadas de los 80 y 90. La adopción e instrumentación de sucesivas políticas neoliberales profundizaron los efectos concomitantes de exclusión, atomización y fragmentación de las clases subordinadas.

Por supuesto, el quiebre de los prerrequisitos funcionales y de lo referentes simbólicos a partir de los cuales se legitimaban tanto las desigualdades sociales como los mecanismos de internalización del consentimiento, intensificaban las transformaciones societales en un complejo contexto transiccional. El efecto de la igualdad develaba la latencia del conflicto de clases a causa de la visibilidad política de los intereses divergentes de las clases sociales. La contingencia igualitaria interrumpia el orden naturalizado de las cosas produciendo incipientes procesos de desidentificación y permitiendo espacios de apertura hacia la construcción de una subjetivación política radicalizada9.

Desde amplios sectores de las clases subordinadas comenzaron a operar procesos de fluidificación comunicacional10 que –por lo general– implicaban la reflexividad en la elaboración de motivos (valores, normas y la interpretación de necesidades), que emanaban de los diversos ámbitos del mundo de vida (principalmente en los espacios de las clases populares: barriadas, urbanizaciones de clase media baja e incipientemente en algunos sindicatos de trabajadores) y estaban transformando diversos ámbitos de la sociedad venezolana11. Al mismo tiempo, se delineaba una pluralidad de esferas de conflicto político-cultural que se caracterizaba por la heterogeneidad de los portadores de los grupos afectados. Tras la desaparición de los medios tradicionales de unificación de la voluntad, los plexos de acción social y política se estaban reconstruyendo sobre la base de actos de construcción del entendimiento colectivo.

Por el otro, desde la perspectiva del conflicto cultural y en clara corrrespondencia con el conflicto de clases, los patrones intersubjetivos de la identidad del venezolano soportados sobre la función esencial de confirmar y conformar la matriz cognitiva y teórica de Occidente (del sí mismo), comenzaron a resquebrajarse en la medida en que la estructura de presencia por ausencia empezaba a implosionar como consecuencia de prácticas contrahegemónicas de una pluralidad de subjetividades invisibilizadas (los otros colonizados)12. Las efectuaciones y entrelazamientos entre el conflicto de clase y el conflicto cultural producen entre otros tópicos un profundo y radical cambio en el imaginario colonial de la sociedad venezolana. Ciertamente, soportado sobre prácticas sociales y culturales, esferas intersubjetivas e instituciones de carácter liberal, el imaginario colonial practicaba el disciplinamiento social y cultural en los términos de una duplicación, asumiendo sus propios esquemas una vez como leyes y construcciones ideales y otras como cosas, como naturaleza.

En la institución imaginaria del colonialismo-liberal habían sido trazadas las grandes líneas de una suprema armonía destinada a legitimar las desigualdades sociales y culturales, los sufrimientos de los grupos sociales subalternos y de los individuos en el interior de ellos. La crisis del imaginario colonial-liberal ha estado signada por la emergencia de nuevas necesidades y por consiguiente de nuevos modos de ver y percibir alternativas. En este sentido, la concepción pactista colonial de la política13 es subvertida y rebasada en tanto los procesos y acontecimientos sociopolíticos son portadores de nuevas significaciones y coherencias capaces de transformar, desencadenar y posibilitar nuevos decursos de la acción social y política de los imaginarios sociales emergentes (Castoriadis, 2001, 193).

El resquebrajamiento de los patrones políticos, institucionales y simbólicos de la concepción pactista colonial de la política suponía un proceso de desidentificación y desnaturalización de lo social14. En la reconfiguración actual de lo social y lo político, las manifestaciones y expresiones de calles y plazas por los conflictos entre los distintos agenciamientos y sus imaginarios pueden considerarse guerras de interpretación, dentro de las cuales la orientación y significación de los proyectos políticos antagónicos se construyen mediante una multiplicidad de prácticas, mediaciones discursivas, juegos de lenguaje y movilización de pasiones.

Las subjetividades políticas emergentes visibilizan su peso y su voz en la sociedad, en tanto suponen la reconfiguración de las identidades, sus campos de experiencias y sus funciones en la construcción de la nueva hegemonía y la correspondiente redistribución simbólica de los cuerpos (Rancière, 1996, 54). Antes bien, las divergencias interpretativas en el revisitado y pluralizado ágora político –las calles y las plazas, el hogar y la familia, los espacios televisivos y la prensa escrita– que se han tornado sucesivas y cotidianas tienden a desbordar los encauzamientos institucionales y democráticos durante el transcurso del año 2001.

Las circunstancias históricas que sirven de contexto a los primeros tres años de la gestión del presidente Chávez se caracterizan por la polarización, la confrontación y el antagonismo en lo que Walter Benjamin denomina un campo de fuerzas entre la prehistoria y la poshistoria. Tal campo de fuerzas se caracteriza por la cambiante intersección y superposición de dinámicas discursivas que impulsan y vehiculan proyectos políticos en confrontación. Este campo de fuerzas está construido no meramente por pasados y presentes, sino también por la anticipación del futuro (Jay, 2003).

De la eficacia de una condena a la revuelta política

Como consecuencia de la profunda dislocación de actitudes, relaciones y prácticas y de la intensa conflictividad entre imaginarios divergentes crece la atención internacional sobre Venezuela. En este último sentido, la importancia de Venezuela en la geopolítica mundial es revalorizada en cuanto el discurso del presidente Hugo Chávez avanza a contracorriente con las propuestas de apertura de la economía inspiradas en la visión neoliberal de la globalización15. El debate sobre la política energética, el rol del Estado en la consecución del bienestar social, la necesidad de construir sobre nuevos referentes los intercambios comerciales, la búsqueda de una integración económica y cultural de los países latinoamericanos convierten al presidente Chávez y al país en un laboratorio excepcional para quienes se ocupan de la observación y análisis de los procesos históricos sociales y políticos contemporáneos (Medina, 2003, 9).

En todo caso, tanto los trágicos acontecimientos del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y el consecuente discurso polarizador y antiterrorista de la América Amenazada de George W. Bush16, como la aprobación el 13 de noviembre de 2001 de un paquete de leyes incluidas en la Ley Habilitante, entre las que se encontraban la Ley deTierras, la Ley de Pesca y la Ley de Hidrocarburos, convierten a ambos acontecimientos en dispositivos fundamentales de las estratagemas materiales y simbólicas de la oposición política al gobierno del presidente Hugo Chávez. Dispositivos y estratagemas que revelan, sin mediación alguna, la activación de una lógica interior (protestas reiteradas y múltiples contra la Ley Habilitante) y exterior (discurso antiterrorista de George W. Bush), que supone la intervención externa como mecanismo de aceleración y resolución de la conflictividad política del país.

Posterior a la aprobación de las leyes contenidas en la Ley Habilitante se convoca a un paro general el 10 de diciembre del año 2001. Paro que convocan Fedecámaras y la CTV a través de sus líderes fundamentales. Pedro Carmona Estanga y Carlos Ortega respectivamente. Para el 10 de diciembre de 2001 Fedecámaras y la CTV anuncian el primer paro general de empresarios y trabajadores. Al paro del 10 de diciembre se le sumaron un conjunto importante de manifestaciones públicas, así como la lucha simbólica-política por las fechas relevantes de nuestra reciente historia política (un claro ejemplo de ello son las manifestaciones convocadas para la celebración del 23 de Enero) (Contreras, 2004, 127-129).

Los acuerdos tácticos y estratégicos entre Fedecámaras y la CTV, dos actores fundamentales en la oposición política al gobierno del presidente Chávez, se van consolidando luego de la evaluación política que se realiza del paro general convocado el 10 de diciembre de 200117. Las recurrentes movilizaciones sociales el 4 de febrero y el 27 de febrero y la sobresaturación mediática inoculada en la cotidianidad de la sociedad venezolana, van produciendo, consolidando y configurando un clima de crispación social y polarización política general. El encauzamiento democrático se ve desbordado y un sentimiento generalizado de crisis se va apoderando de los actores políticos previendo en el corto plazo una resolución inmediata y final a tal situación. El nombramiento de la nueva junta directiva de Pdvsa, presidida por Gastón Parra18 (en sustitución del General Guaicaipuro Lameda) en febrero de 2002, creaba una situación de confrontación abierta entre la alta gerencia de la empresa y el Ejecutivo nacional. Las consecuencias –de las decisiones del Ejecutivo nacional y su recepción crítica en la oposición política– en el desarrollo posterior de los acontecimientos presagiaban una agudización del conflicto. La televisión, la radio y las páginas de los principales diarios de circulación nacional se convirtieron en espacios de confrontación y defensa a la amenaza representada por la barbarie simbolizada en el presidente Chávez19.

Los medios de información masiva (radio, televisión y prensa escrita), en tanto definidores secundarios de los acontecimientos políticos y de las movilizaciones sociales que se suceden en el país, reúnen una pluralidad de expresiones y una multiplicidad de discursos en una red coherente de significado clausurando con su interpretación otra posibilidad explicativa20. En todo caso, la cuestión subyacente es que el discurso mediático –en tanto definidor secundario de los acontecimientos– adquiere una autoridad y un uso mayor incluso que el acontecimiento que describe. Al desbordar la multiplicidad de los modos de construcción, la eficacia de las invariables del discurso termina por producir una unificación imaginaria y valiéndose del poder de su designación, el acontecimiento interpretado se impone en la intersubjetividad de los agentes sociales.

Mediante la construcción de tal situación los medios conforman e intentan trasmutarse en orden social. El poder de edición e interpretación de los acontecimientos que tienen los medios de información masiva (por recurrencia y sobresaturación) fijan y cristalizan en un orden natural el sentido de los actos que interpretan. Las representaciones de los medios aparecen de manera independizada como la naturaleza de las cosas, como una fuerza natural que emana del descontento generalizado contra la barbarie simbolizada y representada en la figura del presidente Hugo Chávez. Ello ayuda a entender la ubicuidad del discurso mediático sobre la violencia y la racialización de lo social como estratagemas políticas de estigmatización y discriminación de la barbarie chapista.

En el mes de marzo de 2002, con la invocación de la desobediencia civil21 consagrada en el artículo 350 de la Constitución, la oposición arreciaba en sus estrategias de desestabilización y deslegitimación al gobierno del Presidente Chávez. Desde la perspectiva de la oposición, quienes participaban en las marchas y concentraciones políticas contra el gobierno estaban protegidos por la justicia y guiados por la razón, en la restauración inminente y necesaria del orden perdido por la intromisión transitoria de la barbarie chavista. En los medios de información masiva se citaban estudios diversos en donde la mayoría de los expertos del país coincidían en afirmar que el presidente Hugo Chávez era el factor fundamental que propiciaba el conflicto político. El mes de abril se concebía decisivo en las definiciones y decantaciones de la crisis política venezolana22. El conflicto en Pdvsa, el resquebrajamiento de la mayoría parlamentaria del MVR (disidencia de los llamados miquilenistas) en la Asamblea Nacional, los pronunciamientos de militares de alto rango contra el gobierno del presidente Chávez, la recurrente sobresaturación mediática y la convocatoria a un paro general por parte de Fedecámaras y la CTV el 9 de abril, eran signos todos de la profundización e irreversibilidad de la crisis política.

El 8 de abril el Gobierno obligó a las cadenas de televisión y de radio a transmitir mensajes oficiales cada cierto tiempo23. El 9 de abril se inicia el paro general de empresarios y sindicatos por veinticuatro horas prorrogables. Este paro general tenía como telón de fondo un debate sobre Pdvsa y la recién nombrada junta directiva de la principal industria del país. El 10 de abril Fedecámaras y la CTV con sus respectivos presidentes –Pedro Carmona Estanga y Carlos Ortega– luego de una evaluación del paro de 48 horas anuncian un paro indefinido. Las tentativas infructuosas del gobierno de buscar salidas institucionales a la crisis chocaba con el clima preinsurrecional del 9 y 10 de abril24.

El 11 de abril los principales diarios de circulación nacional anunciaban en sus primeras páginas un choque definitivo entre los representantes del paro general, los altos directivos de Pdvsa, intelectuales, la clase media profesional, la iglesia católica25, miembros de organizaciones vecinales y de la sociedad civil contra el régimen26 representado por el Ejecutivo nacional. Un claro ejemplo de ello es la primera página de El Nacional el 11 de abril: La batalla final será en Miraflores. Los anuncios de los diarios de circulación nacional estuvieron acompañados por mensajes recurrentes en los medios televisivos y radiales. La convocatoria a una movilización social de respaldo a la destituida directiva de Pdvsa y al paro general que se congregaría en el edificio de Pdvsa con sede en Chuao y marcharía hasta el Parque del Este presagiaban ciertamente un desenlace definitivo27. Entre las consignas de la marcha se evidenciaba una defensa de la propiedad privada, la meritocracia y las relaciones comerciales con Estados Unidos (actitudes, símbolos y pancartas alusivas a la modernidad estadounidense son reiterativas en la marcha del 11 de abril).

Desde muy temprano en la mañana del 11 de abril los medios de información masiva se proponen transmitir en forma precisa, concisa y clara las informaciones que estima esenciales de los acontecimientos que se desarrollan principalmente en el este de Caracas. Los medios actúan como filtros de la información. Difunden aquello que esencialmente pueden explotar mejor. Esta modalización engendra una distancia que señala el puesto de evaluación que ocupa el expositor (los medios). En efecto, el expositor marca ya los contenidos informativos. Despliega la lógica de una situación global y refiere el sentido de los efectos posibles que tienen los acontecimientos en el territorio venezolano. Esta modalización unificó a la marcha del 11 de abril tras la consigna fuera Chávez.

Posteriormente, en horas del mediodía, la marcha es desviada de su itinerario original hacia el centro del poder político en Venezuela, es decir, Miraflores. La simultaneidad de un conjunto de acontecimientos suponía una inminente confrontación entre la marcha de la oposición desviada hacia el centro de la capital y una multitud congregada en defensa del gobierno del presidente Chávez en las inmediaciones de Miraflores. Ante una situación generalizada de violencia social y política en ciernes, el presidente a las 3:45 pm convoca a una cadena de radio y televisión.

La topografía de los acontecimientos comienza a aclararse. La cadena presidencial que tiene como sujeto de interpelación al pueblo venezolano intenta transmitir seguridad, confianza y pleno control de la situación, restando importancia al paro y a la marcha de la oposición; caracteriza a la oposición como irracional y fuera de contexto, e invoca a Dios y a la Constitución como adyuvantes de un discurso presidencial que intenta producir calma y sosiego en la colectividad nacional. La cadena presidencial es intervenida con otros discursos televisivos –sucesos violentos en el centro de la capital, declaraciones del gobernador del estado Miranda Enrique Mendoza, marquesinas y ruido constantes durante la alocución presidencial. El discurso (ruidos, marquesinas y noticias sobre la marcha) de las televisoras interpela a la sociedad entera (clase media), presentando los hechos que se suscitan durante la cadena presidencial como parte de la represión política contra los pacíficos y cívicos manifestantes y como una violación sistemática de los derechos civiles y democráticos en Venezuela; como adyuvante del discurso televisivo se invoca la Carta Interamericana de los Derechos Humanos y la Constitución en menor medida.

La partición de la pantalla de la cadena presidencial ocurre en un contexto de violentos enfrentamientos en las calles del centro de la capital, asesinatos de personas de ambas marchas, francotiradores y decenas de heridos28. Así, representar la violencia en el centro de la capital como responsabilidad exclusiva del gobierno implicó un cierto grado de legitimidad del encuadre mediático29 y sus efectuaciones políticas inmediatas. El tono dramático del discurso televisivo y las resonancias que produce refuerzan el efecto de condena contra el Ejecutivo nacional. El cuadrado mediático produce sus propias efectuaciones políticas.

Por una parte, altos oficiales de las Fuerzas Armadas Nacionales desconocen en horas de la tarde la autoridad del presidente Chávez. El vicealmirante Héctor Ramírez Pérez junto con otros nueve altos oficiales leyó un comunicado en el que desconocieron la legitimidad del jefe de Estado. Un extracto del comunicado leído decía: "Nos dirigimos al pueblo para desconocer al actual gobierno, la autoridad del presidente Chávez y del alto mando militar (...) La Constitución nos obliga a evitar más derramamiento de sangre y esa obligación pasa por la salida pacífica del Presidente y la sustitución del alto mando militar". Por otra parte, sectores del alto gobierno –viceministro de seguridad ciudadana y el ministro de finanzas– renuncian a sus cargos y se adhieren al grupo liderado por el vicealmirante Ramírez Pérez.

El discurso televisivo generó una red coherente de significados alrededor del efecto de condena contra el gobierno del presidente Chávez. Sin duda la recuperación incesante de los acontecimientos por parte de la televisión fue una de las condiciones técnicas y semióticas de la eficacia simbólica del discurso mediático del 11 de abril. En ese torrente mediático algunas palabras, algunos fragmentos de frases, algunas imágenes de violencia terminaron por fijarse y reproducirse en el imaginario de las audiencias televisivas (tanto nacional como internacional). En pocas horas, y como consecuencia de la eficacia simbólica del discurso de condena de los medios y de la construcción de los acontecimientos desde el encuadre mediático, la legitimidad del gobierno se resquebraja y se produce el golpe de Estado que depone al presidente Chávez en horas de la noche.

En la madrugada del 12 de abril se anuncia por los medios audiovisuales la renuncia del presidente Chávez, se debate sobre la junta de transición del gobierno y se celebra en el este de Caracas los resultados de la jornada del 11 de abril. El oeste de Caracas, por el contrario, se convierte en un espacio de persecución y silencio. Nada de libertad para los enemigos de la libertad, reclaman los distintos sectores del gobierno de facto (esta consigna política no es un síntoma singular y circunstancial de mentes turbadas y aisladas en el seno de la oposición; por el contrario, se inscribe en el sino distintivo de la naciente junta de gobierno). La vuelta a lo reprimido se convierte en un signo de las terapias recurrentes de los respectivos síntomas críticos (persecuciones, encarcelamientos arbitrarios, asalto del canal del Estado y salida del aire, allanamiento de Catia TV y Radio Perola, el asalto a la embajada de Cuba, detenciones de ministros y diputados, asesinatos políticos y el quebrantamiento general del Estado de derecho). Una medicina policial (represión) de restauración de las identidades –quebrantadas y alteradas por la barbarie chavista– se conjuga entonces con una medicina mediática de perfeccionamiento del tejido social, para devolver a la sociedad entera la responsabilidad colectiva y la libertad perdida.

En el terreno simbólico, la política de exclusión y represión (restauración) estuvo acompañada del retorno de imágenes unitarias de la sociedad para reforzar simultáneamente las estructuras jerárquicas y los privilegios tradicionales. En un solo día se impone la restauración de las divisiones sociales. Lo real y su simulación terminan convirtiéndose en lo sucesivo en indiscernibles, lo que equivale a una licencia otorgada a lo real, que ya no necesita presentarse por ser siempre anticipado en su simulacro. La reproducción del mundo como simulacro presupone el vaciamiento de lo real en tanto naturaleza programada. Al querer armonizar la sociedad entera30, los diversos agentes del golpe de Estado intentan el reestablecimiento del orden social naturalizado (anterior) y ponen en vigencia la antigua definición cratiliana del blaberon que implica entre otras cosas la cristalización de un orden: Vuestra desgracia es no ser, dice un patricio a los plebeyos, y esa desgracia es ineluctable (Rancière, 1996, 41). Esta reconstrucción de la unidad simbólica designa solamente el lugar desde el cual la sociedad entera puede relacionarse consigo misma y conformar una imagen de sí como totalidad.

El 12 de abril los principales diarios de circulación nacional titulaban: "¡Se acabo!" (El Universal), "Chao Hugo" (Tal Cual), "Chávez se rinde" (Últimas Noticias) o "Chávez preso" (Abril). En horas de la tarde del 12 de abril, Pedro Carmona Estanga (presidente de Fedecámaras) con el apoyo de los sectores golpistas31, leyendo el Acta de Constitución del Gobierno de Transición Democrática y Unidad Nacional32 y jurando sobre el vacío, se autoproclama Presidente de la República de Venezuela33 (eliminando Bolivariana), disolviendo en cadena nacional de radio y televisión los poderes legítimamente constituidos34. Resulta fundamental comprender el significado simbólico de la autoproclamación del 12 de abril de Pedro Carmona Estanga como Presidente de Venezuela. En tanto acto simbólicamente significativo, Carmona Estanga obtiene la justificación de su poder invocando su interpretación de los acontecimientos del 11 de abril (principalmente la construcción mediática de ellos) y de un entramado jurídico al que no le debe lealtad alguna en cuanto que, el juramento lo realiza en el vacío (lectura del decreto y mano derecha en el aire).

Él –Carmona Estanga– termina siendo el resultado de una efectuación (emanación divina) de la sociedad entera. En su persona se encarna material y simbólicamente el poder político, en donde él actuaría como mediación significativa de la sociedad entera. Poder y sociedad se hacen indiscernibles en la figura del gobernante de facto (un retorno al Estado absolutista hobbsiano del siglo xvii). Ese primer día de gobierno, Carmona Estanga –con todo el poder concentrado y representado en él– atendió al embajador de Estados Unidos, Charles Shapiro, designó a Guaicaipuro Lameda como presidente de Pdvsa, anunció el retiro de Venezuela de la OPEP, creó un Consejo Consultivo e integró parcialmente el gabinete de gobierno.

Entre la noche del 12 y la madrugada del 13 de abril, en un encadenamientos de acontecimientos y procesos sin precedentes en la historia política de América Latina, se producen espontáneas e intensas movilizaciones populares en múltiples lugares del oeste y del centro de la capital, en los alrededores de Fuerte Tiuna, en la carretera Panamericana de Los Teques, en la zona de Petare de la avenida Francisco de Miranda, en la autopista Guarenas-Caracas, en la 42a Brigada de Paracaidista de la ciudad de Maracay y en otras ciudades del país; las concentraciones populares reclamaban y exigían el regreso del presidente Chávez. Así comenzaba a gestarse algo que con el paso de las horas iba difundiéndose minuto a minuto.

Una multiplicidad de canales de información como –la telefonía fija y móvil, los motorizados, la internet, las denuncias sobre el golpe por canales alternativos, radios comunitarias, radio Fe y Alegría, los mensajes boca a boca– hacían posible la emisión simultánea y reiterativa de los mensajes de solidaridad y angustia, y creaban una red informal de comunicación que retroalimentaba las concentraciones y orientaba las actuaciones dentro de ellas. Una plétora de sentimientos -dolor, desasosiego, indignación, resistencia civil- se propagaba de igual modo que la información informal sobre los acontecimientos y sus diversas estrategias. La gente estaba pegada a sus teléfonos celulares y los móviles sonaban sin parar para transmitir información a la gente, que a su vez propagaba las noticias, que corrían de boca en boca.

La división que se excluyó de la visibilidad política con la noción de sociedad entera reapareció como alteridad desnuda. El espacio político se desborda y la alteridad desnuda retorna bajo el signo de lo intolerable en un movimiento de reminiscencia por el orden perdido. Los excluidos y los suburbios abandonados se convierten entonces en los protagonistas fundamentales de las movilizaciones populares, reclamando el derecho a tener derechos en momentos donde se evidenciaban las grietas del gobierno de facto de Carmona Estanga. Unificados en la consigna Queremos a Chávez de regreso la muchedumbre politizada levantó barricadas, vandalizo el centro de la ciudad, rodeó el Fuerte Tiuna y los principales canales de televisión35, se congregó en Miraflores y en la 42a Brigada de Paracaidista en Maracay, con el objetivo único de reclamar el respeto a la Constitución y en defensa legítima de su voto por el presidente Chávez.

De manera predominante fue ésta la sustancia humana que nutrió a la muchedumbre política del 13 de abril. Fue esa gente la que constituyó uno de los factores fundamentales del regreso de Chávez al poder (Medina, 2003, 124). En el proceso de afirmación de una subjetividad politizada la muchedumbre se descubre, en la modalidad de la transgresión, como seres parlantes, dotados de una palabra que no expresa meramente la necesidad, el sufrimiento y el furor, si no que manifiesta inteligencia y, sobre todo, el reconocimiento de percibirse como sujetos portadores de derechos.

Como corolario de las concentraciones y movilizaciones populares del 13 de abril y con los esfuerzos de negociación en y de las Fuerzas Armadas Nacionales36 en la madrugada del 14 de abril retorna37 a Miraflores el presidente Hugo Chávez Frías. Posteriormente, en la propia madrugada con un mensaje de perdón y absolución, y en presencia de sus más cercanos colaboradores, Chávez invoca la reconciliación nacional como mecanismo de resolución de conflictos en la Venezuela venidera. En esa misma alocución, el Presidente se compromete a activar el Consejo Federal de Gobierno como instancia para la construcción de la gobernabilidad democrática y como una muestra de reconciliación entre las partes en conflicto, acepta la renuncia de la recién nombrada Junta Directiva de Pdvsa y restituye en sus cargos a la directiva destituida por él en los días pasados en su programa Aló Presidente38.

A manera de cierre inconcluso

La profundización de la crisis de lo político que se desarrollaba en el país era tal que resultaba prácticamente seguro que se produjeran cambios en uno u otro sentido: o más democráticos o más autoritarios. Así, pues, el anuncio presidencial de instrumentar mesas de diálogo abiertas como mecanismos de coordinación, construcción y producción de la gobernabilidad democrática, replanteaba de nuevo el debate sobre la naturaleza de la democracia venezolana. Por el contrario, el sino que caracterizó el debate político posterior al golpe de Estado del 11 de abril en la Asamblea Nacional y en otros espacios de diálogo fue la exacerbación de la confrontación política, en tanto y en cuanto los actores reconocían la necesidad de esclarecer los sucesos de abril (Comisión de la Verdad), pero, en todo caso, diferían sobre los procedimientos para alcanzarlo e instrumentarlo.

De nuevo, la confrontación y los antagonismos tendían a consolidarse. Sobre todo porque se libraba una lucha en formas múltiples: violencia abierta, solicitud de anticipar procesos eleccionarios, batallas legislativas y judiciales, debates en una pluralidad de espacios de confrontación y llamamientos públicos a desconocer la autoridad del gobierno. En un escenario transiccional de desestabilización de los significados culturales y políticos (los proyectos políticos, sus actores y sus imaginarios sociales) se consolidaba la polarización, los antagonismos y conflictos de la sociedad venezolana39. Este sino inherentemente de confrontación entre los imaginarios y discursos divergentes tendía a culpar al adversario político como mecanismo de identificación y definición de su propia estructura lógica. Precisamente la diferenciación en la confrontación se convirtió en un espacio de identificación intersubjetiva para el desarrollo y consolidación de una moral distintiva que permitiera adoptarse como insignia de adhesión. Sobre este sino aporético transitaba el país.

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ANEXOS y/o PIES DE PÁGINA

1 Entiendo aquí lo político como la dimensión de antagonismo y conflicto que existe en las relaciones sociales. Lo político es el ámbito de ruptura con las configuraciones legales y sensibles donde se definen las partes y sus partes o su ausencia por un supuesto que por definición no tiene lugar en ella: la de una parte de los que no tienen parte. Esta ruptura se manifiesta por una serie de actos que vuelven a representar el espacio donde se definían las partes, sus partes y las ausencias de las partes. Mientras que la política apunta al establecimiento de un orden legal y sensible en donde se definen las divisiones entre los modos del hacer, los modos del ser y los modos del decir, que hacen que tal actividad sea visible y que tal otra no lo sea, que tal palabra sea entendida como perteneciente al discurso y tal otra al ruido. La lógica de lo político actúa sobre la lógica de la política; desplazando, conflictuando y tensionando las formas de representación de la política (Mouffe, 1999, 13-14; Rancière, 1996, 44-45; Contreras, 2004, 112-113).

2 En efecto, la política existe porque ningún orden social se funda en la naturaleza, ninguna ley divina ordena las sociedades humanas. Hay política porque el orden natural es interrumpido por una libertad que viene a actualizar la igualdad última sobre la que descansa todo orden social. Hay orden en la sociedad porque unos mandan y otros obedecen. Pero para obedecer una orden se requieren al menos dos cosas: hay que comprenderla, y hay que comprender que hay que obedecerla. Y, para hacer eso, ya es preciso ser igual a quien nos manda. Es esta igualdad la que carcome todo orden naturalizado (Rancière, 1996, 31).

3 El conocimiento tecnocrático informa sobre los efectos de determinadas causas y sobre los medios para alcanzar determinados fines, pero en ningún caso problematiza la determinación de causa o fin. Ponderar las condiciones sociales en que los fines y/o los medios son determinados significaría explicitar un interés, un punto de vista, lo que contraría la neutralidad valorativa del enfoque tecnocrático. Las decisiones políticas y, por consiguiente, los intereses que las orientan quedan así al margen del análisis científico y pueden ser sustraídos del debate público. Ello permite ocultar su carácter arbitrario. Sin embargo, al seguir vigente el principio de la soberanía popular (exigiendo la responsabilidad de la dirección política), faltaría legitimar la restricción de la discusión política. Ello se intenta cambiando la noción de política. Se busca desplazar la política como organización de la voluntad colectiva, como lucha entre sentidos de orden alternativos y sustituirla por la instrumentación de reglas técnicas en un orden dado. La política dejaría de ser una confrontación entre posibilidades alternativas para transformarse en la determinación de la solución óptima (Lechner, 1986, 95).

4 La teoría de Schumpeter y de sus herederos liberal-conservadores era, y quería serlo, una teoría de la democracia realmente existente. Su verdadera fuerza radicaba en el realismo político. Sin embargo, el modelo realista de la democracia elitista se ha venido transformado en un modelo normativo, o cuya normatividad latente se ha puesto de manifiesto a partir de finales de la década de los 70 con los gobiernos de Ronald Reegan y la Margareth Thatcher. La equiparación de modelo y realidad social, que constituyó la principal y más sugerente ventaja de la teoría elitista, ahora debe ser llevada a cabo de modo práctico-político. En consecuencia, una sociedad renovada de forma neoconservadora no sólo sería autoritaria en su organización política: bajo la capa de ideologías renovadas de carácter meritocrático y sociobiológico, aumentarían y se consolidarían las formas existentes de desigualdad social (Dubiel, 1993, 56).

5 Al final de la campaña electoral la coalición de partidos de la propuesta modernizadora (Polo Democrático) se vio forzada a favorecer la candidatura de Proyecto Venezuela, representada por Henrique Salas Römer ex gobernador del estado Carabobo, para enfrentar la inminencia del triunfo de Chávez. El acto de respaldar la candidatura de Salas Römer representa un quiebre con los mecanismos tradicionales de AD y Copei de elegir y apoyar un candidato a la Presidencia de la República. Pero, además, el acto político (el parricidio político) de AD (en el jefe de la campaña electoral Antonio Ledezma) de quitarle el apoyo a su candidato, Luis Alfaro Ucero, para otorgárselo a Henrique Salas Römer puede interpretarse como el quiebre definitivo (homicidio simbólico) con las tradiciones instituidas de la democracia puntofijista.

6 Son leyes habilitantes las sancionadas por la Asamblea Nacional por las tres quintas partes de los diputados, a fin de establecer las directrices, propósitos y marco de las materias que se delegan al Presidente (a) a dictar decretos con fuerza de ley. La Asamblea Nacional debe fijar el plazo de su ejercicio al Presidente (a) para que dicte decretos con rango y valor de ley. Ver artículos 203, 204 y 236 numeral 8 de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela.

7 En la vida social, la imaginación funciona de dos maneras diferentes: por un lado, la imaginación puede funcionar para preservar un orden. En ese caso, la función de la imaginación consiste en producir un proceso de identificación que refleja el orden. Aquí la imaginación tiene la apariencia de un cuadro. Pero, por otro lado, la imaginación puede tener una función destructora; puede obrar como agente demoledor. En este caso, su imagen es productiva, una imagen de algo diferente, de otro lugar. En cada uno de sus tres papeles, la ideología representa la primera clase de imaginación que tiene la función de preservar, de conservar. La utopía, en cambio, representa la segunda clase de imaginación que es siempre una mirada procedente de ninguna parte. Debemos destruir una metáfora, dice Ricoeur (1989, 28), empleando una metáfora contraria; por eso vamos pasando de metáfora en metáfora.

8 Los imaginarios son campos organizados de prácticas sociales, una forma de trabajo, y una forma de negociación entre posiciones de agencia y espectros de posibilidades globalmente definidos (Appadurai, 2001, 45).

9 Por subjetivación política se entenderá la producción mediante una serie de actos de una instancia y una capacidad de enunciación que no era identificable en un espacio de experiencia dado, cuya identificación, por lo tanto, corre pareja con la nueva representación del espacio de experiencia (Rancière, 1996, 52).

10 El programa Aló Presidente que conduce y dirige el presidente Hugo Chávez Frías y que se transmite todos los domingos por Radio Nacional y Venezolana de Televisión, se convirtió desde sus inicios en un espacio de pedagogía política dirigido a las clases subalternas. Como tribuna política centró su atención en explicar la Constitución, los horizontes de la democracia participativa y protagónica y la plétora de derechos de ciudadanía contenidos en la propia Constitución. Esto ha permitido construir audiencias politizadas alrededor del proyecto político del chavismo, así como un espacio de interrelación y de diálogo entre el Presidente y sus seguidores. Sobre un modelo expresivo sencillo y práctico, el Presidente a través del relato de sus propias experiencias e imprimiéndole su carácter y su sello narrativo se comunica con sus seguidores políticos convirtiéndose –esta comunicación– en un catalizador intangible de los procesos transformativos. Pero, además, en tanto y en cuanto espacio audiovisual de pedagogía política, también se había convertido en un espacio de confrontación y dirección de la conflictividad social y política del país.

11 La relación entre el Estado y los procesos de organización popular se encuentra atravesada en los actuales momentos por riesgos, potencialidades y confluencias. Por un lado, se pueden percibir procesos de colonización de la sociedad por el Estado, con múltiples modalidades de clientelismo, paternalismo y control vertical sobre las organizaciones de la sociedad. Por el otro, también se constata la emergencia y el fortalecimiento de una red plural de organizaciones con capacidad de construir un tejido social auto-sostenido en el tiempo. La simultaneidad, interpenetración, disyunción y confluencia entre dos visiones opuestas de los derechos de ciudadanía y la democracia están configurando nuevos patrones intersubjetivos e intelectuales para pensar y repensar las promesas de un horizonte democrático, inclusivo y auto-sostenido (Lander, 2004, 7).

12 Como es sabido, el colonialismo como sistema político formal se había extinguido en el siglo XIX, sin embargo el poder social estaba aún constituido sobre la base de criterios originados en la relación colonial. Debe recordarse, en primer lugar, que el control del poder poscolonial fue ganado por los herederos de los colonizadores. De ese modo, la colonialidad pudo ser inclusive acentuada, una vez terminado el colonialismo (Quijano, 1992, 7; Contreras, 2000, 107).

13 La trasgresión en las fórmulas verbales y el socavamiento de las relaciones jerárquicas asociadas al discurso y la figura del presidente Hugo Chávez Frías se conciben como un desconocimiento del pacto de caballeros implícito en el tratamiento de lo político y la política entre los distintos círculos del poder. El mundo de la distinción y la sensibilidad de las clases dominantes se transforma por la intromisión de lo vulgar (asociado a la figura del presidente Chávez). Como lo ha sugerido François-Xavier Guerra, los pactos políticos entre elites no son nuevos en América Latina; éstos no son una reflexión puramente teórica de la voluntad general expresada en las constituciones de las repúblicas latinoamericanas, sino vínculos reales entre actores reales: familias poderosas, Fuerzas Militares, la Iglesia, corporaciones transnacionales, entre otros, son actores de primera línea en la consolidación de los pactos políticos y económicos en la región (Schor, 2000, 89).

14 En el preámbulo de la Constitución venezolana de 1811 el significado de Nos el pueblo venezolano era preciso en cuanto a su representación política: hombre, mayor de edad, blanco, propietario o bien poseedor de una determinada renta. A la construcción de estas equivalencias le subyace el planteamiento de que los ingresos o el carácter de propietarios de bienes dotaba a los individuos de mayor conciencia y responsabilidad política; ésta era la esencia exclusiva de ser ciudadano activo en el sentido kantiano en la definición del Nos el pueblo. En tal sentido, el hecho de que el ciudadano activo (propietario) tenga acceso al poder de hacer leyes, para dirigir y gobernar, significaba que la propiedad tenía una implicación política directa e inmediata.

15 En las guerras de la pos-Guerra Fría, en las que ha tomado parte Estados Unidos, la cuestión petrolera ha tenido una significación decisiva; al fin y al cabo en ellas se inscribe el proceso de imposición de un nuevo orden geopolítico del mundo del cual es parte fundamental el nuevo orden petrolero mundial. La grave crisis energética que prevé sufrir Estados Unidos en un futuro próximo ha llevado al gabinete más petrolero de su historia a tomar medidas para asegurarse por todos los medios el control de los principales recursos mundiales de petróleo y gas (Medina, 2003, 38).

16 Como consecuencia de la instalación del terror y el miedo ante un posible ataque terrorista en la cotidianidad del imaginario de la sociedad norteamericana, el Presidente Geroge W. Bush califica a los atentados como actos de guerra y anuncia inmediatamente represalias infinitas contra los culpables. Al respecto, el gobierno de Estados Unidos invoca por primera vez el artículo V de la Carta de la OTAN, que compromete a los Estados miembros a salir en defensa de cualquiera de sus socios agredido por un ataque exterior. El Consejo de Seguridad de la ONU votó la resolución 1368, reconociendo el derecho de Estados Unidos a su legítima defensa (Montoya, 2003, 377; Contreras, 2003, 49-50).

17 El 5 marzo de 2002 los directivos de Fedecámaras y la CTV firmaron un documento en el que establecían los lineamientos para un acuerdo democrático orientado a fijar las bases para la salida de la crisis. Desde esta fecha los directivos de la oposición mantuvieron dos planos de acción: la movilización callejera cortejada y estimulada por los medios de la movilización y las conversaciones destinadas a coordinar el acuerdo con parte del alto mando militar y la presión sobre la otra parte (Medina, 2003, 85-86).

18 El economista Gastón Parra Luzardo miembro del Banco Central de Venezuela y defensor teórico y político de una estrategia nacionalista en materia energética fue objetado y cuestionado por la directiva de Pdvsa, como nuevo director-presidente de la industria.

19 Tras el derrumbe de las convenciones políticas del Pacto de Punto Fijo ha venido surgiendo y consolidándose desde febrero de 1989 un plexo de comportamientos sociales y relaciones intersubjetivas en las clases medias y altas que tanto en sus relaciones intra como en sus relaciones inter se caracterizan por fomentar desde diversos espacios de mediación comportamientos discriminadores y estigmatizadores contra las clases subordinadas. En este sentido, la recurrencia y las repeticiones de los argumentos racistas tienen un carácter sociopolítico y se correlacionan con la emergencia del neoconservatismo político y el neoliberalismo económico de la década de los 90, principalmente vinculado con las campañas de reducción del gasto del Estado en los programas sociales (minimización de los derechos sociales). A comienzos de 2000 el fomento del racismo se asociaba con los temores de las clases dominantes respecto a las actuaciones políticas de las clases subalternas (clases peligrosas). La visibilización de nuevas identidades políticas ha permitido el florecimiento y la consolidación de tendencias racistas en la sociedad venezolana, tendencias que empiezan a salir de su latencia histórica. Podríamos caracterizar esta tendencia como un racismo liberal, tendencia que se caracteriza principalmente por una actitud antirracista pública que coexiste con un apoyo a los efectos y consecuencias del racismo (Balibar, 1991). El racismo liberal no encubre simplemente el estado real de las cosas; la distorsión está inscrita en su esencia misma. Como lo diría Peter Sloterdijk, el sujeto cínico (racista) está al tanto de la distancia entre la máscara y la realidad social, pero pese a ello insiste en la máscara. La fórmula, como la propone Sloterdijk, sería entonces: ellos saben muy bien lo que hacen, pero aun así lo hacen (Zizek, 2004, 347).

20 La privatización progresiva de la condición de ciudadano y la trivializaciónromantización de cuestiones de interés público es uno de los cambios más significativos de la cultura política del venezolano en la década de los 90. La cultura política centrada en la imagen contribuye con el enfriamiento de lo político y con la despolitización de los principales problemas nacionales con el dominio hegemónico del discurso tecnocrático- neoliberal. El señoreo de las culturas mediáticas comenzó a transformar al ciudadano en consumidor y a los políticos (tecnócratas) en las nuevas estrellas mediáticas. Los desplazamientos y las confluencias entre una cultura centrada en la imagen y una cultura que reivindica el contacto y la calle comienzan a tensionarse e interpenetrarse desde el triunfo del presidente Chávez en diciembre de 1998 (aunque es posible rastrear esta tendencia en Venezuela desde finales de la década de los 80) (Stevenson, 1998, 90).

21 El deliberado quebrantamiento de normas, la infracción de reglas, la no aceptación de la obediencia al derecho caracterizan la desobediencia civil como protesta. Esta línea de conducción política sirvió de horizonte a la oposición política del gobierno del presidente Chávez. Sobre las consecuencias de la desobediencia civil, véase (Rödel, Frankenberg y Dubiel, 1997).

22 Sobre una política ambivalente respecto a la situación venezolana y con la profundización de la crisis en el Medio Oriente, Washington seguía apostando en este contexto a la preservación y fortalecimiento de las relaciones comerciales y energéticas que mantiene con Caracas. Para el Departamento de Estado, ante cualquier alteración del orden democrático y del estado de derecho en Venezuela, Estados Unidos recurrirá al mecanismo consagrado en la Carta Democrática Interamericana de la OEA, el cual plantea un marco normativo para lidiar con democracias en riesgos. El propio director de la CIA ante el Senado norteamericano aseguraba que la insatisfacción doméstica con la revolución bolivariana del presidente Chávez está creciendo, las condiciones económicas se han deteriorado con la crisis del petróleo y la atmósfera de crisis probablemente va a empeorar. Como bien lo señala Medófilo Medina, la anterior es una fórmula para presentar una apuesta política bajo la apariencia de una perspectiva objetiva (El Universal, 11-4-2002; Medina, 2003, 73).

23 Éste fue un catalizador fundamental en el desarrollo de los acontecimientos posteriores. Las televisoras intervinieron las cadenas del gobierno partiendo las pantallas en dos –un hecho sin precedentes en la historia política y comunicacional venezolana. Por un lado, transmitían la cadena del gobierno y por el otro, intervenían con un discurso disonante y contrario al gobierno las cadenas en cuestión. La declaración oficial del presidente de la Cámara de la Industria y la Radiodifusión, Miguel Ángel Martínez, aducía la inminencia de la estatificación de los medios y la defensa de la democracia como la justificación esencial de la política de partición de pantalla.

24 El 9 de abril a las 8:30 de la mañana en reunión de dueños y presidentes de medios a la que asistieron Guillermo Zuloaga, Marcel Granier, Omar Camero, Albertina Petricca, Victor Ferreres, Carlos Bardasano y Enrique Cuzcó se discutió entre otras aspectos, no trasmitir las cadenas del gobierno y la desconexión total. Se acordó, sin embargo, no reunirse con el vicepresidente ejecutivo, Diosdado Cabello (quien los había convocado para una reunión en horas de la tarde), y continuar con la política de partición de la pantalla en los mensajes del gobierno (Tal Cual, 2002, 2). En horas de la tarde del miercoles 10 de abril en la sede del canal de noticias Globovisión se reúnen Diosdado Cabello, vicepresidente ejecutivo, y José Vicente Rangel, ministro de la Defensa, con los presidentes de los canales de televisión para tratar diversos temas de gobernabilidad democrática, la cuestión de las cadenas y la división de pantalla, pero no hubo acuerdo entre las partes en conflicto (El Universal, 10-4-2002).

25 "El padre Pedro Freites, ex subsecretario general de la Conferencia Episcopal Venezolana y actual rector del Colegio Venezolano en Roma, expresó la solidaridad de la iglesia católica con la huelga general indefinida y señaló que es un acto que merece el aplauso (...) Felicitó la labor de la sociedad civil y de los medios de comunicación, señaló el prelado" (El Universal, 11-4-2002). (las cursivas son mías)

26 El calificativo de "régimen" conlleva tratar a todas las prácticas y actividades vinculadas a los adeptos del gobierno, al presidente Chávez y al ejecutivo nacional como propiedades sustanciales inscritas de una vez por todas en una esencia inmutable sustraída del decurso evolutivo de Occidente. En sentido estricto como una esencia cristalizada y naturalizada anclada en una concepción historiográfica del caudillismo decinomómico.

27 "Lo verdaderamente hermoso de todo esto es que la sociedad entera, al incorporarse a la lucha de los trabajadores de Pdvsa, se ha encontrado a sí misma frente a sus propios deberes democráticos y con la necesidad urgente de salir a la calle a movilizar este país contra el autoritarismo y la mediocridad. Sólo por este aspecto ya estamos en deuda con la gente de Petróleos de Venezuela. Al salir a la calle a darle nuestro respaldo estamos recobrando un país que había sido secuestrado por un grupo de matones, sin ideología alguna, sin proyectos ni visión para conducirnos hacia la modernidad, ni ayudar a la derrota conjunta de la pobreza y el desempleo (...) Esta batalla está llegando a su final" (El Nacional, 11-04-2002) (las cursivas son mías).

28 El documental del cineasta venezolano Ángel Palacios "Puente Llaguno: Claves de una masacre" ha reconstruido con absoluta fidelidad y precisión los acontecimientos violentos y sangrientos del centro de la capital. La deconstrucción de los videos difundidos por los medios de comunicación nacionales (principalmente la cobertura realizada por Venevisión que le distinguió con un prestigioso premio en España), y la reconstrucción espacio-temporal de los acontecimientos de el Puente Llaguno, ha contribuido a ofrecer clarificaciones fundamentales sobre los sucesos y las responsabilidades políticas asociadas a ellos. En palabras de Ángel Palacios el mundo entero conoció que un 11 de abril de 2002, durante el golpe de Estado, ocurrió una masacre. Varias personas que disparaban desde un puente de Caracas fueron señaladas por los medios de comunicación como los autores de la masacre que cobró 19 víctimas fatales. Pero junto a los muertos y heridos de ese día, aparece otra víctima: la verdad. Este documental muestra imágenes, testimonios y hechos clave de una historia que muchos medios de comunicación ocultaron sobre la masacre de Puente Llaguno.

29 El encuadre mediático permitió la construcción e instrumentación de un cuadrado ideológico. Poner énfasis en sus aspectos positivos (oposición) o poner énfasis en sus aspectos negativos (gobierno); quitar énfasis de sus aspectos negativos (oposición) o quitar énfasis de sus aspectos positivos. Todo ello con el uso constante de hipérboles o eufemismos, con titulares grandes o pequeños. Pero, además, el uso de topoi como estándares de dominio público o argumentos preparados es otro tópico fundamental de la eficacia del cuadrado ideológico como configurador de un ethos de crispación y violencia previo al 11 de abril (Van Dijk, 2003, 58).

30 El editorial de El Nacional del 10 de abril denominado Jornada de rebeldías se postula como una práctica hegemónica que intenta construir una sociedad totalmente suturada en tanto y en cuanto habría llegado a sus últimas consecuencias y habría logrado, por consiguiente, identificarse con la transparencia de un sistema simbólico cerrado. Al postular la acepción de sociedad entera como mecanismo de interpelación e integración sin fisuras de la ciudadanía venezolana se clausuran los antagonismos y conflictos de la sociedad venezolana cristalizando un instante de la historia política del país en un orden social naturalizado (Laclau y Mouffe, 1987, 53-54).

31 "El peregrinaje de las principales figuras de la oposición a Washington formó parte del preámbulo a la organización del golpe en Venezuela (...) Los portavoces de la política exterior de Estados Unidos no ocultaron su satisfacción por el golpe militar que derrocó temporalmente a Chávez. En la primera declaración oficial, hecha en forma conjunta con España, no se hace referencia alguna a la interrupción del orden constitucional. Sólo expresan su deseo de que la excepcional situación que experimenta Venezuela conduzca en el breve plazo a la normalización democrática plena y sirva para lograr un consenso nacional y la garantía de los derechos y libertades fundamentales (...) De acuerdo a la generalmente bien informada empresa de inteligencia privada conservadora estadounidense Straffor: Nuestras fuentes en Venezuela y Estados Unidos reportan que la CIA tenía conocimiento, y probablemente hasta apoyó a los civiles ultra-conservadores y oficiales militares que (intentaron derrocar a Chávez). De acuerdo con esta empresa, existían dos operaciones paralelas (CIA y Departamento de Estado) cuyo objetivo era apoyar el derrocamiento del Presidente Chávez. Wayne Masden, exoficial de inteligencia de la marina de los Estados Unidos, informó al Guardian que funcionarios de la agregaduría militar en la embajada de Estados Unidos en Venezuela, barcos de la marina y agentes de la lucha contra los narcóticos estuvieron implicados en el golpe. De acuerdo con la hoja de registro de entradas y salidas de la sede de la Comandancia General del Ejército (Fuerte Tiuna) en Caracas, centro de las operaciones militares del golpe de Estado, tanto el jefe de contraterrorismo de la embajada de los Estados Unidos, James Gerald Rodgers, como el agregado militar, teniente coronel Ronald Mac Canno, estuvieron en dichas instalaciones en el transcurso del gobierno de facto" (Lander, 2002, 6-8).

32 En la elaboración de este decreto írrito participó el notable abogado constitucionalista Allan Brewer Carías quien lo fundamentó en el artículo 350 de la Constitución y en la Carta Interamericana Democrática de la OEA. En el Acta de Constitución del Gobierno de Transición Democrática y Unidad Nacional se refiere a la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela solamente de manera estratégica, puesto que al final la aspiración fundamental de los agentes del golpe es desconocer el entramado jurídico venezolano y liquidar con ello la democracia. La eliminación de la nominación de Bolivariana, la disolución de los poderes públicos, el quiebre del esquema de sucesión del poder, el establecimiento de una agenda arbitraria son uno de los tantos signos del desconocimiento radical de la Constitución y la democracia. La invocación de la Constitución en esta Acta es meramemente accidental en tanto la lealtad a la Constitución es proscrita en cuanto el horizonte fáctico que se va desarrollando el 12 de abril es de menoscabo, privación y arbitrariedad de los derechos fundamentales de la ciudadanía y la democracia. Los artículos 7, 8, 9 y 10 del Acta de Constitución son un claro ejemplo de la orientación autoritaria del gobierno de facto.

33 Hasta un niño de 11 años en ese entonces, mi sobrino Kevin José Contreras Hernández, se preguntaba sobre la ausencia de un libro simbólico (Constitución o Biblia) donde se prestara el juramento de lealtad de Pedro Carmona Estanga.

34 El propio Teodoro Petkoff anticipaba el desarrollo de los acontecimientos del 12 de abril en la tarde. En su editorial –de la misma fecha– titulado Chao Hugo decía: "Esa cadena de la tarde de ayer, grotesca, realmente kafkiana, fue deliberadamente realizada para cubrir la información sobre la masacre que los matones y francotiradores de Bernal perpetraban. Dada la emboscada montada a la manifestación, es obvio que Chávez sabía perfectamente que mientras hablaba sus hombres estaban asesinando a mansalva a decenas de compatriotas (....) Esta no es una hora de venganza sino de justicia. Los responsables de los asesinatos de ayer deben ser encontrados, para someterlos a juicio, comenzando por el propio Chávez (....) Aquí no hay manera de resolver institucionalmente el cambio político habido. El Vicepresidente, presidente de la Asamblea Nacional, presidente del Tribunal Supremo no sobreviven al colapso del chavetazo. Esa línea de mando institucional murió con el régimen" (Tal Cual, 12-4-2002). El artículo de Roberto Giusti "El último crimen de un diactador" argumentaba en términos similares: "Si alguien alguna vez tuvo dudas sobre el carácter fascista y asesino de este régimen que agoniza, ayer debe haberlas despejado y si ese mismo alguien llegó a pensar que la vena heroica del pueblo venezolano había dejado de palpitar hace mucho tiempo, tendría que haber estado en la Plaza O'Leary del Silencio. Después de años y años de jurar solemnemente que como presidente nunca ordenaría disparar contra el pueblo, ayer Hugo Chávez se manchó, una vez más, las manos de sangre. Al final se quitó la careta democrática y quedó al descubierto su verdadera naturaleza de matón sin escrúpulos que ordena disparar, a su cuerpo de guardia, contra una multitud pacífica y desarmada. Implacable, dispuesto a conservar el poder sobre una montaña de cadáveres, si fuera necesario, mientras discurseaba sandeces extemporáneas por radio y televisión, las calles aledañas a Miraflores se convertían en un campo de batalla que no era tal porque de un lado estaba la casa Militar, la Guardia Nacional, los círculos chavistas y los francotiradores del alcalde Bernal, y del otro decenas de miles de manifestantes que protestaban según las normas civilizadas existentes en cualquier sociedad democrática" (El Universal, 12-4-2002) (las cursivas son mías). Los esfuerzos de inculpación-exculpación posterior al fracaso del golpe de Estado de muchos columnistas, intelectuales y empresarios –incluyendo a Teodoro Petkoff y Roberto Giusti–, pretenden hacer frente a sus análisis, editoriales, entrevistas y opiniones –ampliamente reseñadas en los medios escritos y audiovisuales– tratando de expulsar al diablo invocando, no ya a Belcebú, sino a todos los demonios.

35 La libertad de prensa que se reflejó en los medios fue absolutamente unilateral: los medios se concentraron en transmitir películas, documentales, comiquitas y programas de concursos durante todo el día 13 abril; invisibilizando las concentraciones y movilizaciones populares acaecidas en distintas ciudades del país. El efímero gobierno de Carmona Estanga y los medios audiovisuales ocultaron información y violaron los derechos más elementales de la colectividad nacional: el derecho a la libertad de expresión y al derecho a la información. La prensa que seguía los acontecimientos en los diversos puntos de concentración era principalmente extranjera.

36 Al mando de la 42a Brigada de Paracaidista el general Baduel dirigió los esfuerzos de rescate del presidente Chávez. Pero, también, el general Montoya como enlace Maracay- Caracas y el general García Carneiro desde Fuerte Tiuna contribuyeron en la restitución del gobierno legítimamente elegido.

37 Un aspecto clave, en la recuperación y restitución del gobierno del Presidente Chávez, fue el rescate de la señal del canal 8 y la posibilidad de transmitir ante el silencio acordado por los dueños de los medios de información masiva.

38 El Dr. Alí Rodríguez Araque, quien se desempeñaba como secretario general de la OPEP con sede en Viena fue designado para ocupar la cuestionada presidencia de Pdvsa en los días siguientes a la alocución presidencial del 14 de abril.

39 A pesar del agotamiento ideológico de la fórmula amigo-enemigo, y de la red de posibles antíesis que proporciona, el uso de conceptos contrarios de acuerdo con una experiencia histórica particular, puede servir para que se rellenen asimétricamente ambos conceptos semánticos. En todo caso, esta antítesis es un concepto de lo político y no de la política. Quien formula la paz como concepto superior para amigo y enemigo tendrá que tomar como punto de partida que para la paz son necesarios dos, al menos dos que sean capaces y tengan voluntad de firmarla. Non ergo ut sit paz nolunt sed ut ea sit quam volunt. "No es que se tema a la paz, sino que cada uno busca la suya" (Koselleck, 1993, 250).