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versión impresa ISSN 1315-9496
Tiempo y Espacio v.18 n.49 Caracas jun. 2008
Analaectas de conciencia petrolera: Rómulo Betancourt y las nacionalizaciones de Bolivia y México
Tomás Straka
Instituto de Investigaciones Históricas Hermann González Oropeza, sj Universidad Católica Andrés Bello. Caracas-Venezuela. tstraka@ucab.edu.ve
Resumen
Como lo indica el título de este trabajo, en él se recogen algunos puntos importantes propuestos por Rómulo Betancourt, durante su carrera política e intelectual, alrededor del petróleo y la industria petrolera. Salta a la vista, en lo aquí redactado, su visión acerca de las nacionalizaciones del petróleo en México y Bolivia en la década del treinta de la centuria pasada. Las propuestas de Betancourt respecto al papel que debían cumplir las corporaciones transnacionales petroleras en suelo venezolano, no se circunscriben a una actitud acomodaticia sino, por el contrario, estratégica. Betancourt alcanzó a visualizar la importancia de estas corporaciones en aras de obtener conocimientos técnicos y tecnológicos de ellas; así como la posibilidad de lograr el desarrollo definitivo de Venezuela.
Palabras clave: Petróleo, Estado, nación, nacionalización, transnacionales, democracia.
Abstract
As the title of this work, it reflects some important points suggested by Rómulo Betancourt during her political career and intellectual, some oil and the oil industry. Obvious, as written here, his vision of the nationalization of oil in Mexico and Bolivia in the mid-thirty in the last century. Betancourt proposals regarding the role to be fulfilled by transnational oil corporations in Venezuela, are not limited to an accommodative attitude but, rather, strategically. Betancourt was to visualize the importance of these corporations in order to obtain technical and technological knowledge of them, as well as the possibility of achieving the ultimate development of Venezuela.
Keywords: Oil, state, nation, nationalization, transnational democracy.
Recibido: 07-02-2008. Aprobado 20-03-2008
Introducción
El conjunto de ideas, sentimientos y valores que los venezolanos hemos venido desarrollando en torno al fenómeno petrolero desde que cambió radicalmente nuestras vidas durante la década de 1920, y que acá definimos como conciencia petrolera a cuyo esbozo se dedica la primera parte de este ensayo- representa un capítulo de la historia de las ideas latinoamericanas que debe ser leído con detenida atención por todo aquel que quiera comprender al subcontinente. Representa, como veremos, la suma de muchos de sus anhelos altos y temores más afianzados, que en Venezuela, gracias a los singulares procesos que desencadenó el hidrocarburo, adquirieron un tinte más radical y a trechos violento, llegando por lo tanto a ser el nuestro un caso emblemático, pudiera decirse que hasta prototípico, del camino experimentado por los latinoamericanos hacia la modernidad, sus logros y sobre todo sus frustraciones.
A lo largo de un siglo el país contó con los recursos suficientes para ensayar sueños compartidos por todo el vecindario, pero que pocos estaban en condiciones de pagar; e incluso para vivir la ilusión, durante mucho tiempo, de creer haberlos alcanzado. Tal es la primera tesis que esperamos demostrar en las siguientes páginas. No obstante la idea es ir un poco más allá: tomando un aspecto muy específico de allí lo de analectas-de esta conciencia tres comentarios que Rómulo Betancourt hizo sobre las nacionalizaciones de las industrias petroleras en Bolivia (1936) y México (1938)-esperamos hilvanar sus elementos esenciales, no sólo para proyectarlos como la base de la política que el Estado venezolano emprende a partir de entonces (y en buena medida sostiene hasta la actualidad) sobre la industria, sino como la espina dorsal de un proyecto más amplio de modernización.
Sostenemos que tal es el núcleo de todo el proceso. Tanto la forma en la que se concibió en la mente de los venezolanos el fenómeno petrolero, como las medidas que sobre esta concepción llevaron adelante, sólo son plenamente discernibles en el contraste con un anhelo mayor, latinoamericano, de modernidad que hunde sus raíces mucho más atrás: el de la superación de las formas de vida colonial, que define la fundación misma de nuestras repúblicas en la primera mitad del siglo XIX.
Betancourt fue de los que más pensó y escribió sobre el punto, en todas sus dimensiones: lo específicamente petrolero, qué hacer con eso, cómo convertirlo en una forma nueva y superior de vida; pero además ha sido de los pocos hombres en la historia que han contado con la extraordinaria oportunidad de llevar a la práctica, hasta donde le fue posible, sus ideas. Así que no son las tesis de un pensador o un académico confinado a su gabinete las que acá se analizan, sino las de un hombre de acción que dejó una impronta fundamental en su país. Sus largos períodos de exilio y clandestinidad le sirvieron para el estudio y el diseño de proyectos. Su capacidad de lectura es legendaria, así como la fluidez de su pluma y la floritura de su lenguaje. Para cuando redacta y publica la mayor parte de los textos citados, es un líder clandestino en trance de otro destierro. Son, sin embargo, días de intenso debate. Los hechos de Bolivia y México requieren una orientación por parte de sus seguidores. Representan en buena medida el correlato continental de lo que pasa en Venezuela, las otras versiones de una aspiración compartida por veinte repúblicas desde la secesión de España. Betancourt aprovecha la oportunidad para hacer sus deslindes y, con ellos, sentar las bases de lo que luego será una política de Estado. No está en el alcance del texto determinar los aciertos y las fallas de su propuesta. Simplemente son las analectas de una forma de pensar que intuimos de alcance continental.
Sobre la conciencia petrolera
El pensamiento latinoamericano del siglo XX puede resumirse como el prolongado anhelo de un continente por su liberación1. Aunque el término padece el descrédito de todos los que han sido manoseados por el proselitismo político, acá lo empleamos como la categoría conceptual que mejor explica esa suerte de estado de ánimo compartido; de fondo de certezas comunes que llevaron a las elites de la región, por caminos tan disímiles como pueden haberlo sido el comunismo cubano frente a los neoliberalismos de los noventa, a experimentar los más variados proyectos para alcanzar, finalmente, el sueño fundacional con el que estas repúblicas del sur se echaron a andar una vez separadas de España en el primer tercio del siglo anterior: la construcción de un modo de vida entendido como superior al colonial.
En efecto, desde el primer momento la independencia representó un proyecto de connotaciones ético-políticas, donde el resto de los factores en los que normalmente se han detenido los analistas por ejemplo las reformas económicas- han constituido más bien medios para alcanzar ese buen vivir anhelado que fines en sí mismos. Dicho en términos muy amplios, la sociedad colonial transformada en república identificará esa anhelada elevación ético-política anhelada como la superación del orden colonial en el grado en que fuera capaz de acercarse a la europeidad, restringida en principio sólo a las elites criollas que las dirigen. Se trata, claramente, de una herencia de subordinación anterior a los modelos de la metrópoli, pero no es una herencia del todo ilegítima habida cuenta la raíz europea de quienes son los únicos, a inicios de la vida republicana, en condiciones de liderar el proceso, es decir, los herederos y descendientes de los conquistadores; y eso sin contar que, en términos de lenguaje, religión, demarcación territorial y buena parte de sus valores matrices, los elementos a mano para la consolidación de los nuevos Estados e incluso la idea de Estado misma- eran todos legados del orden colonial. Ni siquiera quienes propugnaron un pensamiento más original y americano, como Simón Bolívar, Simón Rodríguez o José Martí pudieron sustraerse del todo a esta realidad.
Ahora, no se trataba de cualquier europeidad, porque al fin y al cabo ya había una en las ciudades criollas. Se trataba de una encadenada a lo último del estado de las cosas en Europa, y eso para mediados del siglo XIX se asociaba a la idea de modernidad. De modo que la liberación era entendida como algo más que la simple emancipación política de España, Francia o Portugal: significaba la ruptura con los modos y los gestos coloniales, es decir, en buena medida una liberación de sí mismos, de lo que éramos, de lo que habíamos sido hasta entonces, para ser más europeos, o sea, modernos. Así, por ejemplo, la prosperidad esperada de las reformas liberales y capitalistas que se aplicaron en todo el continente debía servir, antes que nada, de base para una reorganización más amplia de la vida social. La alacridad y prontitud con la que las elites del período, que va de mediados de siglo al entresiglo (circa 1870-1930), se lanzaron a la apropiación de al menos los signos de la modernidad constituciones y códigos, urbanismo y urbanidad, ferrocarriles, planes de estudios en las universidades- así lo muestra. Es la idea de progreso que en México, Brasil y Argentina alcanzó sus formas más completas. Pero es también la idea de revolución que, sucediéndola, cunde a partir de 1930, e incluso antes si contamos al glorioso antecedente mexicano de 1910 como su banderazo inicial.
Pues bien, tanto la conciencia petrolera venezolana, así como los proyectos que de ella se emanaron, deben ser entendidos dentro de este marco, acaso como un capítulo más, uno incluso singularmente ilustrativo y hasta cierto punto afortunado, del pensamiento libertario de América Latina. Como decíamos, después de 1930, tanto el hecho de que los caminos experimentados hasta el momento para la liberación del pasado colonial, en el que aún se sumían las masas cada vez mayores de los más pobres, habían demostrado su corto alcance, como el nuevo estadio al que había advenido el pensamiento moderno en general y de cuyos vaivenes seguimos dependiendo- con las tesis socialistas de revolución, hicieron que en conjunto el anhelo de modernización entró en otra fase. La Revolución Mexicana, las tormentas que azotaron al mundo en la primera mitad del siglo XX, la quiebra del liberalismo tras la Primera Guerra Mundial, la crisis de 1929, el New Deal, el modelo socialista, a partir de entonces todo ello condujo a que la modernización no fuera ya una cosa de liberalismo, orden y progreso para pasar a ser algo asociado, en todas sus gradaciones posibles, a tesis revolucionarias y estatistas, dirigidas a la inclusión de las bondades de esa modernidad de los sectores marginados hasta entonces. Desde el justicialismo argentino al aprismo peruano, de Sandino a la revolución boliviana de 1952, la tendencia histórica pasa por esos parámetros. Venezuela, obviamente, no constituye la excepción. Al contrario, de estar rezagada en la carrera, un conjunto de circunstancias, no pocas azarosas, le permiten avanzar al grupo de la vanguardia.
Primero, el que es un país mínimo hasta el momento, que ha visto caer, una y otra vez, sus ilusiones modernizadoras, pueda, abruptamente, experimentar la ilusión de ponerse al día gracias a una fuente inesperada de riqueza, el petróleo2, permitiendo la creación de una forma determinada de capitalismo y, con ella, de la adquisición de al menos sus manifestaciones somáticas, exteriores, sentaba las condicionantes ideales para que el anhelo de modernización haya sido desplegado con la mayor rapidez posible. Segundo, combinando las posibilidades que dio esa riqueza, la resonancia de las nuevas ideas revolucionarias junto al abismal contraste que la nueva situación acusa entre quienes participan de ella y de la modernidad incipiente que promueve- y quienes no, sobre todo cuando en los enclaves petroleros se tiene una vitrina singularmente atractiva de la misma, el american way of life; combinando todo eso el anhelo modernizador propio de todos los países latinoamericanos tuvo suficientes ingredientes específicos como para adquirir un tinte venezolano3, que no abandona las directrices básicas del conjunto, pero sí le imprime una identidad singular.
Pero hay más. El sólo hecho petrolero creó todo un imaginario que, siguiendo a Luis Pedro España, podemos llamar conciencia petrolera, y que ya hemos definido en otro trabajo4 como la forma en la que el petróleo y sus consecuencias han sido interpretados y ubicados en la mente de la sociedad venezolana. Es decir, la forma en la que los venezolanos entendemos a nuestro petróleo y hemos procurado absorber sus ingresos en función del sueño hasta entonces aplazado de la modernidad. Porque aprehender y procesar los inmensos cambios que desencadenó fue una tarea de proporciones traumáticas para una sociedad que en cien años apenas había duplicado su población y modificado sus normas básicas de sociabilidad. Muchas fueron las propuestas y discusiones al respecto y, la verdad, muchas siguen siéndolo aún, pero, de nuevo siendo muy amplios, todas pueden resumirse en aquél lema que en un editorial publicado en el diario Ahora de Caracas el 14 de julio de 1936, lanzó al ruedo Arturo Uslar Pierti: sembrar petróleo. El temor, alimentado por la fogosidad de las primeras explotaciones así como por un desconocimiento de la dimensión real de las reservas del país, de que el boom petrolero se convirtiera en una efímera fiebre de oro, llevó a Uslar a expresar una idea que rápidamente prendió en todos los venezolanos: antes de que el petróleo se acabe hay que invertir sus ingresos su renta5- en una economía autosostenida que nos lleve a un capitalismo moderno y, con él, ahora sí, a la modernidad en términos más amplios.
La tesis de Uslar pasaba por llevar el dinamismo petrolero a lo que había sido nuestra vida hasta entonces, y que de hecho aún seguía siéndolo para la mayor parte de los venezolanos, la agricultura. O sea, lo de sembrar era literal. Pero esta convicción, que en lo sucesivo se manifestará en la política que el Estado a través de todos sus gobiernos implementa, fue creciendo hacia otras direcciones en la medida en la que el tiempo pasaba, el sector agrícola terminaba de colapsar y el temor de que el oro negro se agotara en lo inmediato se disipaba. La siembra pasó a adquirir el sentido más amplio de la conversión de los petrodólares en industrias, educación, salud, infraestructura. Pero para ello, la primera acción, naturalmente, hubo de estar en lo fiscal: un constante deseo de maximizar la renta, hasta apoderarse completamente de ella como pasó con la llamada nacionalización de 1976- para invertirla en la modernización, a la que después de la Segunda Guerra Mundial empieza a llamársele desarrollo, fue la directriz de la política venezolana en el sector. Es decir, se trata de utilizar la renta para la completa liberación de las ataduras coloniales, tanto en el modo de vida de los venezolanos, como en su relación con las fuentes externas de poder, ahora representadas por las transnacionales que manejan la industria, e incluso con todo el mundo industrial al crear una industrialización vernácula, una fuerte economía nacional.
Por eso la conciencia petrolera es tan compleja. La relación del petróleo con el cuerpo y el alma de la nación se hicieron intensas y fundamentales. Eran (son) destinos atados. Sembrar petróleo logra encerrar todas sus significaciones. No sólo en aspectos específicamente económicos, como el del aprovechamiento de sus recursos antes de que se agote; o éticos porque lo del llamado a la siembra siempre tuvo la connotación moral de volver a la tierra, de ganarse el pan con el sudor de la frente-como las admoniciones al día en que se acabe el petróleo y quedemos en la inopia como castigo a nuestro festín de Baltazar, llegando los días las vacas flacas (estas frases también son de Uslar); la censura de la riqueza fácil y su subsecuente corrupción, o el abandono de los valores raigales por una creciente americanización6. También se manifestó en términos de honor nacional, de franco patriotismo contra como los llamó uno de los más singulares pensadores de este orden, Mario Briceño-Iragorry- los descendientes de Amyas Preston, aquél corsario inglés de la flota de Sir Walter Raleigh que saqueó y quemó Caracas en 15957. Honor nacional no sólo por el saqueo de nuestros pozos a lo Preston, sino por la transculturación que la dinámica de las compañías impuso8. Y si esto decía un católico nacionalista, de convicciones tan profundamente anticomunistas como Briceño Iragorry, qué esperar entonces de los movimientos revolucionarios de izquierda, por esencia anti-capitalistas, antiimperialistas y, en la medida en que identificaron ambas cosas con los EEUU, antiamericanos. Para ellos no sólo los campos petroleros eran los únicos lugares del país con una concentración de proletariados susceptible de ser convertida, como en efecto lograron, en núcleo revolucionario, sino que además representaban la prueba patente del Capital, el imperialismo y sus efectos en el país.
No obstante ya tan temprano como en 1937 esta Izquierda acepta diversas lecturas. Entonces padece su deslinde fundamental: aquellos que gravitan en un socialismo que tiene en el PRI y el APRA su gran inspiración, rompen y con los años se erigen en grandes enemigos-con los comunistas de corte soviético. Rómulo Betancourt (1908-1981) es el líder de los primeros y, sin lugar a dudas, el personaje político más importante del siglo XX venezolano. Acción Democrática, el partido que funda y del que es cabeza visible hasta casi el final de su vida, llega al poder en 1945 y salvo la década de la Dictadura Militar (1948-58), se mantendrá directa o indirectamente en él hasta 1998. Pero ni siquiera esta fecha, inicio de la autoproclamada Revolución Bolivariana, ha significado su plena desaparición, sobre todo en cuanto a lo que sus ideas de lo que es y debe ser el país se refiera; ideas que en cincuenta años logró imponer, plenamente. Dicho en forma muy amplia el proyecto que Betancourt va destilando desde su salto a la escena pública en 1928 y su auroral Plan de Barranquilla publicado tres años después, planteó y edificó en cuanto pudo-una economía estatista, donde el esquema fundamental de sembrar petróleo se mantuviera, pero a través de la inversión de la renta petrolera en la construcción de un capitalismo industrial: lo que él llamó la verdadera siembra. En torno a ese capitalismo de estado, habría de crecer un mercado y un fuerte empresariado nacional. Y todo ello, como promesa social, de convertir al colectivo en una gran clase media, donde la vivencia de la modernidad tuviera se manifestara en bienestar (educación y salud públicas, ascenso social, american way of life) y libertad (que será uno de sus grandes argumentos contra el comunismo); y además, todo eso entendiendo, en especial cuando la Guerra Fría estalla y el combate del comunismo requiere un apoyo vigoroso de los Estados Unidos, que con las compañías transnacionales lo mejor era llegar a un status quo en el que las condiciones resultaran lo más favorables posibles para el colectivo, pero sin prescindir de ellas9.
Tal es el modelo que Venezuela ensayó en la segunda mitad del siglo XX. Mientras el petróleo pudo sostenerlo, funcionó, más allá de todo lo que de ficción podía tener y en efecto tuvo ese funcionamiento. Fue un modelo que en un punto dado ya no pudo andar solo, por mucho que el petróleo fuera capaz de pagarlo, de financiarlo10 . Pero cuando sus contradicciones internas lo hicieron inviable a finales de los ochenta, se entró en la crisis por la que todavía pasa el país. Crisis de connotaciones siquiera mucho más graves si se repara en que más allá de las proclamas, no se avista en lo inmediato un sustituto esencial del mismo. Dentro de este concierto, como es de esperarse, el papel de las transnacionales que tuvieron un regreso triunfal en 1996 y hoy otra vez producen casi la mitad del petróleo venezolano-y sus relaciones con el Estado van a recibir una atención fundamental dentro de las lucubraciones petroleras nacionales.
Para la izquierda y en alguna medida para pensadores nacionalistas como Briceño Iragorry el arquetipo del Gringo Feo, del imperialista voraz que se opone al avance del país para su beneficio, del Mr. Danger de nuestra novela más famosa11, calzó muy bien en ellas. Estatizar, nacionalizar, rescatar nuestro petróleo se convirtió, entonces, en la respuesta, en el clamor que la vertiente patriota de la conciencia petrolera, sobre todo la izquierdista, enarbolara una y otra vez, hasta al final imponerse. E insistimos, tal deseo de nacionalizar no sólo se basó en la lógica de maximizar la participación hasta apoderarse completamente de la renta para sembrarla; sino de un asunto más emotivo, de patriotismo: de derrotar a Preston en el siglo XX como no pudimos hacerlo en el XVI. No importa que después de él los ingleses y los holandeses hayan sido batidos una y otra vez en nuestras costas: la estratagema de Preston para burlarnos cayendo sobre Caracas por atrás, aún duele lo suficiente como para que sea traída a colación cuando otra vez los hombres altos, rubios y colorados12 vinieron por nuestras riquezas. Tal fue el talante de muchos de aquéllos discursos.
Lo llamativo es que un hombre con un discurso tan socialista y nacionalista como el Betancourt de la primera hora, jamás apoyara esto, al menos no plenamente y, de hecho, que fuera gracias a él que en 1976 se dejó esa rendija legal por la cual, como, hay que admitir, con acierto advirtió entonces que a la larga sería necesario, regresaran de las compañías veinte años después. ¿Qué lo llevó a tales conclusiones? Cuando en 1936 Bolivia inicia el proceso de estatización de su petróleo y México lo estatiza plenamente en el 38, la opinión pública, sobre todo la de la izquierda venezolana, recibe las noticias exultantes. El líder, sin embargo, toma el riesgoso camino de no sólo no montarse en la ola, sino de oponérsele. Cosa más notable si vemos que entonces se halla en la clandestinidad, aunque con un partido, el PDN13 (base de AD) en franca expansión. Se trata de un acto de valentía condición que ni sus peores enemigos, que los tuvo, y mucho, le regatean-sino de algo más profundo en la historia de sus ideas y, claro, de las del país. Por eso lo que argumenta al respecto es fundamental para entender tanto a nuestra conciencia petrolera, como al camino particular que ensayamos, a partir de ella, para alcanzar nuestro viejo anhelo, tan latinoamericano, de liberación. De dejar de ser como habíamos venido siendo de la colonia, para pasar algo mejor. Algo más moderno.
El nacionalismo petrolero de Betancourt
En general el pensamiento económico, pero en especial el petrolero, de Rómulo Betancourt estuvo definido por el nacionalismo. Claro, un nacionalismo imbricado con una idea de reformas más o menos socializantes, según el sentido que esto pudiera tener en la Venezuela de los treinta, y de obvia desconfianza, compartida entonces por todos, hacia el viejo liberalismo decimonónico. Pero hay algo más particular en ese nacionalismo: nunca se opuso per se, ni siquiera en los liminares días del Plan Barranquilla14, al hecho de que la exploración y explotación del petróleo se mantuviera en manos de transnacionales, por mucho que propuganara unas relaciones más dignas con ellas, más rentables para el Estado.
Aunque, como escribiría después de su primera (y fracasada) experiencia gubernamental, si en alguna materia no tuvimos que improvisar los hombres de Acción Democrática cuando asumimos las responsabilidades del Gobierno fue en ésta de la política petrolera. Teníamos conocimientos del problema, fórmulas concretas para abordarlo y decisión de rectificar, de una vez por todas, el rumbo entreguista, o vacilante, que siempre habían adoptado los gobiernos venezolanos ante los consorcios del petróleo.15 Aunque nadie duda que eso fue así, lo que se criticó fueron las relaciones con los consorcios, no la presencia de ellos en sí mismos.
Tres trabajos, de la columna Economía y Finanzas, que estando en la clandestinidad publica en el diario Ahora entre 1937 y 1939, demuestran a las claras estas ideas ya en aquellos tiempos considerados por muchos de heroicos. El primero se titula Significado y Trascendencia de la Nacionalización de la Industria del Petróleo en México y merece ser analizado y citado in extenso. Publicado el 23 de marzo de 193816, después de felicitar el razonado y valiente alegato de Lázaro Cárdenas a la hora de expropiar las compañías petroleras, y después de señalar que posiblemente, en las últimas cinco décadas de historia americana no se ha tomado una medida gubernamental de envergadura semejante a ésta de México, al nacionalizar la industria petrolera17, agrega:
Es cierto que la administración boliviana del coronel Toro, insospechable de tendencias socializantes, ya había nacionalizado, con fecha 13 de marzo de 1937, las concesiones de la Standard Oil of Bolivia. Más las circunstancias son diferentes. Bolivia tiene una producción anual de aceite que se expresa en centenares de barriles, consumidos en su mayor parte en el mercado interno. México, en cambio, lanza anualmente a los mercados consumidores casi 40 millones de barriles de petróleo; y tiene una capacidad virtual de producción que supera sensiblemente esa cifra. Las inversiones de capital aceitero en Bolivia son reducidas; en cambio, en México las 17 compañías norteamericanas e inglesas allí operantes tienen aplicados muchos millones de dólares y de libras esterlinas en las construcciones al rededor de los pozos, en las magníficas refinerías y en la red de distribución de carburantes, extensa en una nación tan poblada y de tan vastas posibilidades como consumidora de los productos derivados del aceite mineral. Bolivia, por último, es una nación embotellada, sin costas sobre el mar. México tiene extensas costas abiertas y una larga, vulnerable frontera terrestre con el Estado que alguna vez expresó, por boca del presidente Calvin Coolidge, el propósito de respaldar con una bayoneta norteamericana cada dólar invertido en el exterior.18
Así las cosas, es digna de todo encomio la valentía de Cárdenas. Pero que la emoción no nos embriague. La nuestra, es una situación muy otra. Sí, algún día habrá que arreglar cuentas con las transnacionales, pero de momento eso no debe implicar una ruptura, ningún desafío que por heroico no deja de ser algo insensato-con las bayonetas (y los acorazados) de Coolidge. De hecho, nunca tendría porqué implicar ruptura si se llega a algún avenimiento:
En esta coyuntura, Venezuela no es espectadora. Es actora de primer plano. El drama no tiene por escenario a México exclusivamente. Sobre la ancha extensión americana se proyectan las perspectivas históricas de ese gran acontecimiento mexicano. Particularmente cobra interés lo sucedido en la tierra de Benito Juárez para países como Venezuela, Colombia, Perú, inscritos entre los grandes petrolíferos del mundo.
La actitud que, en concepto nuestro, debieran adoptar estos pueblos, la fijaremos en un segundo comentario. Y conste, de manera explícita, que no profesamos una inconsulta y apasionada xenofobia. Afirmamos la necesidad en que están nuestros pueblos, de economía rudimentaria y sin grandes reservas propias de capital y de técnica, de recibir y asimilar las que vengan de los países de alto desarrollo industrial.
Empero, somos al mismo tiempo decididos y convencidos adalides de la tesis de que ni la soberanía nacional ni el mañana de las naciones deben salir vulnerados de nuestras relaciones con el capital extranjero. Defender su autonomía histórica y poner a salvo su gran riqueza minera de la incontrolada explotación extranjera es lo que ha hecho la administración de Cárdenas en México.19
Que vengan, pues, las tecnologías y los capitales, pero que se respete nuestra soberanía. Es decir, las transnacionales no son amorales per se, es más, en los países de economía rudimentaria y sin grandes reservas propias de capital y de técnica, es decir, en los países llamados entonces atrasados, pueden tener hasta un influjo provechoso, pero siempre en pie de respeto. En el otro artículo que traeremos a colación, publicado un poco antes, dice: Venga capital extranjero a Venezuela. Explote nuestras reservas, aún vírgenes, de riqueza. Roture la selva guayanesa y actualice su potencial; pero, eso sí -alega-que ese capital no se invierta en las condiciones en que lo fuera hasta ahora. Interfiéralo y controle el Estado. Reserve previsivamente para la Nación una parte de las riquezas que se exploten. Obligue a tributar de acuerdo con sus utilidades, que se ponga, en fin, al servicio del país, porque si no es en estas condiciones preferible es que no venga capital extranjero. Esperen vírgenes nuestras riquezas al momento en que podamos explotarlas sin necesidad de recibir trato de colonia20.
El quid, entonces, está en la soberanía nacional, es decir, en la defensa de la soberanía del Estado y sus leyes, a las que han de plegarse las compañías, en suma, el nacionalismo. Es, como vemos, el anhelo de liberación con los agregados que la conciencia petrolera imponía. Por eso el trato dictaminado para las compañías era el que el definido por sus autores-programa mínimo de Barranquilla trazó: sólo revisar los contratos para ajustarlos a derecho criollo. Y tan convencido estaba Betancourt de esto que, muchos años después, ya al final de su vidabiológica y política, que para él fue casi lo mismo-cuando parecía que todo lo pasable había pasado, cuando después de una larga historia de sucesivas conquistas del Estado en la apropiación definitiva de la renta, del fifty-fifty21, de la OPEP, de la CVP22, de, incluso, la estatización, al discutirse en el Congreso las condiciones de la Ley de Nacionalización, en su largo y enjundioso discurso ante el senado el 6 de agosto de 1975, una de las pocas veces en que hizo uso de sus funciones de Senador Vitalicio23, señaló que si bien es la hora del total control por los Estados de la Industria Petrolera24, con todo soy partidario del Artículo 5º25 de dicha ley:
La controversia ha girado en el Congreso en torno a ese Artículo 5º del Proyecto de Ley. Voy a decir que respaldo a plenitud ese artículo 5º, el cual no establece sino dos posibilidades: la posibilidad de contratos operacionales de la casa matriz que va a administrar toda la industria; o de contratos de asociación, que no podría hacerlos el Ejecutivo Federal sin el apoyo del Congreso, reunido en sesión conjunta de las dos Cámaras (...) Puede presentarse la coyuntura en que sea favorable y necesario para los intereses del país un convenio de asociación. Que ese convenio vaya a significar una nueva etapa de entreguismo no lo concibo, porque tengo fe en Venezuela y tengo fe en los venezolanos 26
No obstante esa fe, argüía para los que no estaban tan seguros, que de todos modos esos contratos de asociación no están a la orden del día (...) no se ha hablado una palabra de contratos de asociación. Simplemente de cooperación técnica durante tres años, por contratos que podrán ser renovados en años siguientes27. He ahí el detalle, invariable en casi cuarenta años: recibir y alimentar capitales y técnicas provenientes de países de alto desarrollo industrial siempre es una posibilidad ante la que no hay que estar cerrado.
El tercer artículo de la columna Economía y Finanzas al que hacíamos referencia más arriba, es el publicado en dos entregas el 24 y el 25 de enero de 1939 bajo el título de Hacia la Explotación Nacional de Nuestro Petróleo28, es sencillamente la declaración de principios de lo que referente al asunto petrolero pensó Betancourt a lo largo de toda su vida. Glosémoslo, pues, brevemente.
Rómulo abre fuegos denunciando que los (pocos) impuestos que pagan anualmente las compañías petroleras y los (bajos) sueldos que se le paga a la mano de obra, constituyen el ingreso único obtenido por Venezuela como participación en la fabulosa riqueza del subsuelo nacional29, por ello se había extendido el firme anhelo de venezolanizar el petróleo. De incorporarlo al patrimonio de la República, no obstante:
La fórmula mexicana de nacionalización no puede plantearse actualmente en Venezuela. Ni los más intransigentes nacionalistas consideran viable, ni oportuno en estos momentos, un decreto de nacionalización de la industria petrolera en nuestro país. Los objetivos concretos a que apuntan las fuerzas sociales interesadas en rescatar el petróleo para Venezuela son, en este momento histórico, los siguientes: aumento real de los ingresos fiscales que derivan el fisco y el trabajador nativo de la industria del aceite mineral; y comienzo de la explotación venezolana de la industria, en línea paralela con la realizada por el capital extranjero y utilizando exclusivamente capital nacional y de particulares.30
Y es más, esa participación venezolana ha de ser, en coherencia de lo que es su pensamiento, con el concurso del capital privado nacional y de fondos suministrados por el Estado31. Así, después de señalar las factibilidades financieras y técnicas de que Venezuela asumiera la explotación del petróleo por vía propia, concluye que sólo bastaría para ello que el Gobierno Nacional encarara el problema y que los capitalista nuestros abandonaran la idea de que sólo comprar fincas urbanas, para arrendarlas a precios altos, constituye la misión social del hombre adinerado32.
He allí, resumidas, las tres directrices básicas de lo que será el resto del pensamiento y de la acción gubernamental de Betancourt frente al petróleo: 1º) aumentar la participación del Estado; 2º) venezolanizar, que no estatizar, la industria: de hecho se requería el concurso de un empresariado con una musculatura y aliento mayor al que tenía; 3º) sembrar sus ganancias en inversiones más productivas que el simple rentismo. Es por eso que cuando toma el poder en 1945, se trazó una política cuyas líneas matrices resumió de esta manera:
1. Elevación de los impuestos hasta el límite que entonces se consideró razonable, dentro del sistema capitalista y la economía de mercado.
2. Concurrencia de Venezuela como entidad autónoma al mercado internacional del petróleo, vendiendo directamente sus regalías.
3. Cese radical del sistema de otorgamiento de concesiones a particulares, y planeamiento de una empresa del Estado a la cual se atribuiría la facultad de explotar directamente, o mediante contratos con terceros, las reservas nacionales.
4. Industrialización de la mayor parte del petróleo venezolano dentro del país; y organización de una refinería nacional, con capital estatal o mixto.
5. Adecuadas medidas para la conservación de la renta petrolera, típico recurso natural no renovable; y utilización del gas emanado de los pozos que tradicionalmente se venía desperdiciando.
6. Reinversión por las compañías concesionarias de una parte de sus utilidades en la vitalización y desarrollo de la economía agropecuaria.
7. Mejoras sustanciales en salarios, prestaciones sociales y condiciones de vida y trabajo de los obreros, empleados y técnicos venezolanos.
8. Inversión de una cuota elevada de los ingresos obtenidos de la nueva política impositiva sobre el petróleo en crear una economía diversificada y propia, netamente venezolana.33
De esta forma, en su primer ejercicio como presidente de la Junta Revolucionaria de Gobierno (1945-1948), se llevan adelante tres políticas que desde entonces delinearon, salvo el intermezzo dictatorial de Pérez Jiménez, la acción sucesiva del Estado en este sector: la política del fifity-fifity, como pábulo para un aumento sostenido en la participación en la renta; la de no más concesiones, con la esperanza de consolidar una gran reserva nacional para cuando el Estado asumiera la administración de la industria; y la creación de la Corporación Venezolana de Fomento, como gran engranaje de inyección de la renta petrolera para su siembra en el resto de la economía nacional.
A modo de conclusión
Las nacionalizaciones de Bolivia (1936) y México (1938) representan un momento clave en la configuración del pensamiento liberacionista latinoamericano. Entrado en su nueva fase de carácter revolucionario y estatista, el viejo anhelo de la ruptura con lo colonial en pos del alcance de la modernidad, alcanza algunos de sus gestos más esperanzadores con estas medidas. Un Estado que se haga dueño de la explotación de sus riquezas, para ponerlas a trabajar en función de las más amplias transformaciones sociales y económicas, parecía ejecutar el decálogo que la hora prescribía como la vía más expedita hacia la felicidad.
Venezuela no puede sustraerse de ello. La relación con el petróleo es compleja. La conciencia desarrollada al respecto tiene muchas aristas. A la vez genera temores e ilusiones. La censura moral por la riqueza fácil y la americanización al costo de un verdadero saqueo de nuestros yacimientos por transnacionales que disfrutan concesiones en extremo ventajosas para sus intereses; se matiza con el aumento de los recursos, que corren en proporciones nunca antes vistas, y la oportunidad, gracias a ellos, de darle -¡finalmente!-el viraje anhelado por la sociedad desde la fundación de la República. ¿Cómo llegar entonces a un punto medio entre la contrición y la esperanza?
Sembrar el petróleo, he ahí la respuesta trazada: hacer gracias a él más dinámica la vida tradicional, es lo que plantea Uslar. Sembrarlo, sí, plantean todos los demás, pero poco a poco cambian la dirección de las semillas: sembrarlo para construir un capitalismo moderno, para que los empresarios dejen de ser simples usureros, para que las riquezas vírgenes del país se potencien. Rómulo Betancourt está en esta esfera. La cosecha, lo sabe él y lo saben todos, será proporcional a la siembra, y para eso hay que maximizar la participación en la renta. Pero Venezuela no está en condiciones de asumirla completa sacando del juego a las compañías.
Su argumento sobre Bolivia y México es contundente. La industria boliviana es pequeña, se restringe a unos centenares de barriles; la mexicana es grande, como grande es todo el país. Venezuela, aunque produce casi tanto como México, está en la mitad. Nacionalizar en Bolivia, por razones de escala, es fácil; en México, en buena medida por lo mismo aunque poniéndose al otro extremo-también. En Venezuela, no. Necesitamos capital extranjero. Necesitamos tecnología. Y sólo los podremos alcanzar por las compañías. Que se queden, entonces, pero que se queden en condiciones de más respeto. Que con su base se vaya paulatinamente venezolanizando la industria, tanto por la participación del Estado como por la creación de un empresariado vigoroso. Eso es lo que plantea Rómulo. Tal es el camino que propone en nuestra versión, muy propia, de la latinoamericana filosofía de la liberación.
Notas
1 Véase, para un esfuerzo interpretativo del conjunto: Leopoldo Zea, Filosofía de la historia americana, México, FCE, 1987; y La filosofía como compromiso de liberación, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1991.
2 Las categorías entre comillas son de Asdrúbal Baptista, Una historia que no se hizo historia. El siglo XX venezolano, Caracas, Comisión V Centenario de Venezuela, 1999.
3 Véase al respecto: Fernando Coronil, El Estado Mágico. Naturaleza, dinero y modernidad en Venezuela, Caracas, UCV/Nueva Sociedad, 2002.
4 Tomás Straka, Los obispos y el excremento del Diablo. La cuestión petrolera en los documentos del episcopado venezolano, Espacio abierto, Vol. 12/No.3, 2003. Hemos recogido el texto como el capítulo IV de T. Straka, Un reino para este mundo. Catolicsmo y republicanismo en Venezuela, Caracas, UCAB, 2006.
5 Entendemos por tal al conjunto de los ingresos que percibe el Estado por concepto de los impuestos pechados a la industria petrolera. El esquema básico de relación es el de un Estado que es dueño del subsuelo que a través de concesiones le otorga la explotación de un recurso dado a compañías privadas, que por razones de capacidad técnica y de capital, solieron ser norteamericanas e inglesas. Los impuestos, que van de la regalía al de aduana para la exportación, que pagan, constituyen la renta. Desde 1976 estas compañías fueron reunidas en una, Petróleos de Venezuela Sociedad Anónima (PDVSA), cuya totalidad de las acciones está en manos del Estado. PDVSA, no obstante, sigue pagando los impuestos. Véase: Luís Pedro España y Osmel Manzano, Venezuela y su petróleo. El destino de la renta. Caracas, UCAB/Centro Gumilla, 2003.
6 Cfr. Straka, Op. Cit.
7 Sobre la obra de este autor es mucho lo que se ha escrito. Para un trato directo con sus tesis al respecto, véanse sus ensayos más célebres: El caballo de Ledesma (1943) y Mensaje sin destino (1951).
8 Sobre la formación del nuevo venezolano surgido a partir de entonces, véase: Miguel Tinker-Salas, Cultura, poder y petróleo: campos petroleros y construcción de ciudadanía en Venezuela, Espacio abierto, Vol. 12/No.3, 2003; Lorenzo González Casas y Orlando Marín, El transcurrir tras el cercado: ámbito residencial y vida cotidiana en los campos petroleros de Venezuela (1940-1975), Espacio abierto, Vol. 12/No.3, 2003. Para una visión más amplia: Marisol Pérez Schael, Petróleo, cultura y poder en Venezuela, Caracas, Monte Ávila Editores, 1993
9 Sobre el pensamiento de Rómulo Betancourt, entre otros: Arturo Sosa, Rómulo Betancourt y el Partido del Pueblo (1937-1941), Caracas, Editorial Fundación Rómulo Betancourt, 1995 y Rómulo Betancourt y el Partido Mínimo (1935-1937), Caracas, Editorial de la Fundación Rómulo Betancourt, 1995. Para una visión de conjunto: Coronil, Op. Cit. y Diego Bautista Urbaneja, Pueblo y petróleo en la economía venezolana del siglo XX, Caracas, Monte Ávila, 1995. Para leer directamente la fuente betancuriana, sigue siendo insustituible su clásico: Rómulo Betancourt, Venezuela, política y petróleo, México, FCE, 1956.
10 D.F. Maza Zavala, Venezuela, crecimiento sin desarrollo, México, Nuevo Tiempo, 1976; y Moisés Naím y Ramón Piñango, El caso Venezuela, una ilusión de armonía, Caracas, IESA, 1999.
11 Doña Bárbara, de Rómulo Gallegos, aparecida en 1929.
12 Enrojecidos. Condición típica del blanco por los efectos del sol tropical.
13 Partido Democrático Nacional.
14 Sobre la inmensa significación de este proyecto redactado en el exilio al alimón con sus compañeros de la Alianza Revolucionaria de Izquierdas (ARDI), su primera organización política, véase: Germán Carrera Damas, Emergencia de un Líder, Rómulo Betancourt y el Plan de Barranquilla, Caracas, Editorial Fundación Rómulo Betancourt, 1994.
15 Betancourt, Venezuela, Política y Petróleo, edición de Monte Ávila Editores, 1986, p. 281.
16 R. Betancourt, Antología Política, Caracas, Fundación Rómulo Betancourt, 1995, Tomo II, p. 301-303.
17 Ibid. p. 301.
18 Idem.
19 Ibid. p.303.
20 R. Betancourt, Inversionistas, sí; explotadores, no, 19/03/1939, La Segunda Independencia de Venezuela, Tomo II, Caracas, Fundación Rómulo Betancourt, 1992, p. 101.
21 Política implementada a partir de 1945, por la que Estado y compañía se repartían las ganancias a mitad y mitad.
22 Corporación Venezolana de Petróleo. Ente estatal creado en 1960 para el inicio, por parte del estado venezolano, de la explotación de algunos yacimientos, la distribución y venta de gasolina y gas.
23 Honor que según la constitución de 1961 se le reservaba a los ex-presidentes de la República.
24 Rómulo Betancourt, Discurso en el Senado de la República, en R. Betancourt, Venezuela Dueña de su Petróleo, Caracas, Centauro, 1975, p.58. Este trabajo, organizado como un ensayo titulado Venezolanización del Petróleo, aparece en El petróleo de Venezuela, Barcelona, Seix-Barral, 1978, pp. 9-32.
25 Artículo que permite, dentro de la Ley que reserva al Estado la Producción y Comercialización del Petróleo, la presencia de empresas privadas en la explotación de dicho recurso en asociación al Estado.
26 R. Betancourt, Discurso..., Op. Cit. p. 61.
27 Ibídem p. 62.
28 R. Betancourt, La Segunda Independencia... pp. 38-41.
29 Ibid. p. 38.
30 Ibídem.
31 Ibid.
32 Ibid. p. 41.
33 R. Betancourt, Venezuela, Política y Petróleo, pp. 283-284.