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Tiempo y Espacio

versión impresa ISSN 1315-9496

Tiempo y Espacio v.18 n.49 Caracas jun. 2008

 

Venezuela, política y petróleo, una revisión historiográfica en el marco del centenario de Rómulo Betancourt

José Alberto Olivar

Instituto Pedagógico de Caracas Centro de Investigaciones Históricas “Mario Briceño Iragorry”. Caracas-Venezuela. jeremias570@hotmail.com

Resumen

Con motivo de la conmemoración del centenario del natalicio de Rómulo Betancourt en febrero de 2008 se ha abierto un interesante debate sobre la proyección de su ideario y actuación pública en el desarrollo de la Venezuela contemporánea. La oportunidad es propicia para realizar la revisión de una de sus mayores obras escritas Venezuela, política y petróleo editada por vez primera en 1956. Inscrita en la historiografía, como un testimonial de primera mano para comprender la estrecha relación entre los negocios del capital extranjero vinculados con el oro negro y los regímenes de gobierno sumisos ante la voluntad imperial de las grandes potencias. A lo largo del voluminoso texto, el escritor, periodista, político y hombre de su tiempo se confunden para ofrecer además, una expedita defensa de su propia gestión de gobierno durante el trienio (1945-1948) que constituye un punto de partida para sus inéditas memorias.

Palabras claves: Venezuela, Betancourt, petróleo, Estado, economía, política.

Abstract

In the occasion of the commemoration of the centenary of the natalicio of Rómulo Betancourt in February of 2008 one has opened to an interesting debate on the projection of his ideario and public performance in the development of contemporary Venezuela. The opportunity is propitious to make the petroleum and one of its greater written works political, Venezuela revision published for the first time in 1956. Registered in the historiography, as a testimonial one of first hand to include/understand the narrow relation between the businesses of the tie foreign capital with black gold and the submissive regimes of government before the imperial will of the great powers. Throughout the voluminous text, the writer, journalist, politician and man of their time are confused to offer in addition, an expeditious defense of their own management of government during the triennium (1945-1948) that constitutes a departure point for its unpublished memories.

Key words: Venezuela, Betancourt, petroleum, State, economy, political.

Recibido: 12-03-2008. Aprobado: 23-04-2008

1. Valoración historiográfica de Venezuela, política y petróleo

En el año 2008 se conmemora el centenario del natalicio de Rómulo Betancourt y junto a este cincuenta y dos años de la primera edición de su mayor obra intelectual: Venezuela, política y petróleo. La distancia marcada por el transcurrir del tiempo ofrece la oportunidad propicia para hacer un ejercicio reflexivo sobre la dinámica existencial de una controvertida figura pública y sobre todo de su pensamiento plasmado con tinta y papel, como forma de contribuir al debate político en una Venezuela con poca experiencia democrática y de muy añejada costumbre autoritaria.

La redacción del libro objeto del presente estudio, estuvo signada por los avatares del diario trajinar de su autor, cuyos primeros pasos en la agitada vida política comenzaron con un altisonante discurso en medio de un festival estudiantil para luego sentir en carne propia los grilletes de la ignominia, experiencia que le redundaría un amplio currículo de destierros, carcelazos, lucha legal o clandestina y mucho andar de trashumante actividad política.

Las primeras líneas de Venezuela, política y petróleo, señala el autor, empezaron a ser escritas en 1937, cuando apenas el país recobraba el sentido después de una prolongada dosis de solución pretoriana a los viejos males heredados del decimonono. Algunos párrafos circularon impresos bajo la forma de folletín panfletario como réplica opositora al discurso oficioso de los detentadores del poder.

Entre originales perdidos y un nuevo esbozo de libro que finalmente encontró editor en tierras aztecas, las ideas de Betancourt lograron burlar el cerco policial hasta colarse dentro de las mugrientas celdas de la tristemente célebre seguridad nacional, donde sería leído por los protomártires de la resistencia antidictatorial.

A partir de ese momento el libro, se inscribió en la historiografía venezolana como una referencia obligada a la hora de estudiar la simbiosis neocolonialista entre el capital extranjero y los gobiernos de corte autoritario, a través del testimonio de uno de sus protagonistas más controversiales. Así lo esclarece Betancourt (1986) entre sus conclusiones: “…pocas dudas podrán tener quienes hayan leído este libro acerca del rol cumplido por los capitales foráneos aplicados a la industria petrolera en la promoción y apoyo de lo gobiernos dictatoriales”.

Para efectos de esta revisión historiográfica, es conveniente precisar que se trabajará con la edición facsímile publicada en 1986, tomada del primer volumen de las obras selectas de Betancourt, editado en 1979. De acuerdo, con el criterio del autor al pretender exponer cincuenta años de historia contemporánea, éste consideró pertinente organizar el libro en siete grandes partes, diseminados en veinte tres capítulos donde se subdivide el período estudiado de acuerdo a los períodos presidenciales de los personajes destacados a lo largo de la lectura. Cada sección temática, viene adjetivada por una expresión que busca resaltar en cortas palabras la opinión adelantada del escritor en torno al punto a desarrollar en seguidas líneas.

En ese sentido, conviene destacar que en las tres primeras partes, Betancourt se dedica a enjuiciar con elevado tono crítico cada uno de los gobiernos presididos por los generales Cipriano Castro, Juan Vicente Gómez, Eleazar López Contreras e Isaías Medina Angarita. Seguidamente, en la cuarta y quinta parte, centró su atención en realizar más que un balance sosegado una apasionada defensa en primera persona de su paso por el gobierno durante el trienio 1945-1948.

Tanto en las notas de la primera y segunda edición (1956) (1967) del libro Venezuela, política y petróleo, Betancourt abre los primeros fuegos de la polémica afirmando tajante que el texto no se había escrito en “prosa fría y aséptica” y menos tomando el acomodaticio camino de la “neutralidad asexuada” calificando a priori que su libro “es un libro de historia” (Ibídem).

Ante todo, es imprescindible señalar que Betancourt no fue historiador y si pretendió historiar los primeros cincuenta años del siglo XX, lo hizo en función de su actuación como dirigente político, interesado en testimoniar el cuadro de contradicciones nacionales que llevaron a muchos jóvenes universitarios, entre los cuales él se encontraba, a dejar su apacible rutina de romanticismo literario para iniciarse en las escabrosos terrenos de la política venezolana.

A lo largo de sus páginas se deja colar en no pocas ocasiones párrafos alusivos a su directa intervención en los hechos descritos, evidenciando entre los fines de la publicación, un primer trazado de lo que a posteriori serían sus inéditas memorias de hombre público. Aun así, Betancourt se asume de buenas a primeras como historiador de una época que en su opinión apenas comenzaba a revisarse “con perspectiva de tiempo”. En su opinión, quien se dedica a escribir historia independientemente del estilo adoptado para enfilar su particular análisis del pasado, es un relatador en primera persona de todo o una parte de un proceso histórico por el que muestra una determinada afinidad o antipatía ideológica.

En efecto, para el momento en que sale a la luz Venezuela, política y petróleo ya habían sido publicados varios ensayos de carácter historiográfico, calzados bajo la firma de conocidos hombres de letras que alternaban su tiempo en actividades políticas. Betancourt, califica de historiadores a Mario Briceño Iragorry, Ramón Díaz Sánchez y Arturo Uslar Pietri quienes desde su particular óptica habían escrito, en calidad de partícipes en el gobierno derrocado el 18 de octubre de 1945, su propia versión de los hechos.

Por ello, en vista del aparente silencio editorial por parte de los ubicados en la trinchera contraria, Betancourt considera necesario no sólo apuntalar el “violento episodio” del 18 de octubre, sino examinar en retrospectiva histórica el cúmulo de circunstancias que “inevitablemente” llevaron a dar al traste con un viejo orden político y económico cuya data se remonta desde los primeros años de la república.

Así las cosas, el político guatireño tuvo la habilidad de hacer uso de la historia para justificar sus acciones y atreverse a marcar hitos en donde su propia obra quedaba representada como un signo de modernidad política. Con todo y los errores que pudieron ser cometidos durante su primera gestión de gobierno, Betancourt no transigía en su empeño de hacer reconocer en las primeras de cambio el aporte sustancial de su movimiento político en la aceleración del proceso de modernización de la Venezuela contemporánea.

La historia en Betancourt es una forma no sólo de entender el pasado mediato de la nación, sino de proyectar a futuro en la conciencia de las nuevas generaciones el esfuerzo de quienes se dedican en el presente a construir una nueva época en el devenir colectivo. Así lo refleja, al rebatir con el mismo ahínco con que cabildeaba en la tribuna pública frente a sus adversarios políticos, los razonamientos expuestos por intelectuales cercanos al medinismo que a su manera de ver las cosas, consideraban a los sucesos del 18 de octubre de 1945 como un movimiento subversivo de hondas repercusiones “…que todavía pesan en la vida pública venezolana” (Uslar Pietri, 1992).

Betancourt sentencia tajante que “ningún historiador es imparcial”. Cada cual interpreta de acuerdo a sus propias convicciones. Sin embargo, en aras de distinguir la “verdad histórica” consideraba necesario sustentar con documentos la explicación de los acontecimientos para evitar distorsiones interesadas. Aun así, el político aparentaba no darse cuenta que con su escrito estaba sentando la base de una nueva historia oficial, cuya prédica echaría raíces a partir de 1958 al consolidarse un nuevo orden, donde su figura y parcialidad política ejercieron notable influencia.

Pese a esta circunstancia, el libro de Betancourt representó un eslabón dentro de una naciente corriente historiográfica opuesta radicalmente a la concepción positivista cultivada por las elítes ilustradas del momento. Correspondió a los exiliados antigomecistas marcar la pauta de aquel nuevo enfoque orientado al estudio de las estructuras sociales, políticas y económicas. Allí están los aportes teóricos del Plan de Barranquilla (1931), donde Betancourt fue uno de sus principales redactores. Además de Latifundio (1937) de Miguel Acosta Saignes, Hacia la Democracia (1939) de Carlos Irazábal, Breve historia de Venezuela (1945) de Juan Oropesa, todos ellos pioneros en la aplicación del materialismo histórico como método para el estudio científico de la sociedad venezolana.

Sin ánimo de caer en la disyuntiva sobre el pasado comunista de Betancourt, es claro en opinión de uno de sus más conocidos biógrafos que el joven revolucionario de los primeros años de la década del ’30 comenzaba a abrevar de las fuentes del marxismo (Caballero, 2004). No en balde, Carrera Damas (2006) asienta que en el proceso de decantación política operada en la estrategia y táctica adoptada por Betancourt en los años subsiguientes, éste no se alejó por completo de la concepción materialista de la historia y pese a la pública ruptura entre él y sus primigenios camaradas ideológicos, mantuvo siempre presente la tarea encomendada de “nacionalizar el marxismo” a través del estudio de las relaciones entre la industria petrolera y los gobiernos venezolanos sujetos a su merced.

En efecto, si bien fue calificado de “reformista” y en extremo de “prevaricador” del ideario nacional-revolucionario, Betancourt conservó la esencia de sus afiebradas lecturas juveniles al descifrar que el problema del poder en Venezuela iba más allá del simple ejercicio despótico de una camarilla caudillezca, sino de la presencia de un modo de producción de carácter latifundista sustentado en la relación patrón-clientela entre la oligarquía terrateniente y el campesinado.

Esta estructura de acuerdo a la dialéctica marxista, favoreció la penetración del capital extranjero en Venezuela a través de la industria petrolera, otorgándole en poco tiempo el dominio de la economía, convirtiéndose además en el principal sostén de los gobiernos que favorecían sus intereses.

Partiendo de estas premisas, Betancourt dedicó su energía vital hacia dos frentes de lucha:

  • A la creación de un partido político de corte policlasista capaz de aglutinar al mayor número de venezolanos convencidos de hacer posible una revolución democrática, orientada a liquidar los últimos vestigios del régimen latifundista y sus relaciones de producción precapitalista.

  • Trazar las líneas fundamentales de un programa político de corte reformista, fruto del análisis científico de la realidad venezolana, donde se preconizaría el nacionalismo económico, la reforma agraria y el establecimiento de un régimen democrático.

Este último punto es lo que ha dado pie a endilgar a Betancourt el carácter de “marxista heterodoxo” puesto que se valió de estos postulados para descifrar las causas del atraso venezolano, pero negándose a trasplantar sus fórmulas radicales de transformación social y económica. De allí la franca contradicción expuesta a lo largo de los primeros capítulos de Venezuela, política y petróleo. En ellas, se puede constatar el encendido verbo de un ferviente militante antiimperialista, cuando por ejemplo se refiere a la entrega sumisa de millones de hectáreas a las principales compañías explotadoras de petróleo en tiempos de Gómez:

El agresivo ímpetu juvenil del capitalismo norteamericano había hecho su faena. Llegó tarde pero terminó de puntero. Retrocedía el competidor inglés en un maratón desproporcionado corrido entre la reumática libra esterlina y el ágil dólar (…) Venezuela se había inscrito como el filón más preciado en el imperio petrolero del Tío Sam (Betancourt, 1986).

Este párrafo desentona con la posición más bien conservadora, asumida por el autor en la postrimería de la última dictadura militar:

Acción Democrática ha adoptado siempre una actitud mediata y responsable en lo que a Estados Unidos se refiere. Hemos reconocido la realidad obvia de las ligazones que nuestro país tiene, en el orden político y económico, con la única gran potencia del continente americano, por ende de poderosa gravitación universal (…) Partidos llamados por inevadibles responsabilidades a ejercer una influencia rectora en los rumbos de un país no pueden ni deben ser, en la América Latina, ni pitiyanquis ni yancófobos (Ibídem).

Estas posiciones dicotómicas revelan que la obra escrita por Betancourt fue elaborada en momentos diferentes, cada uno de ellos marcados por la gradual modulación en el discurso y la praxis del dirigente político convencido de su posibilidad cierta de volver al poder en el mediano plazo y dispuesto a evitar crear nuevas fricciones que amenazaren la viabilidad de su proyecto político. Así las cosas, decidió tomar el camino de la conciliación, que para los más ortodoxos es el de la traición a los ideales, prefiriendo pactar con los factores reales de poder inmersos en la superestructura anteriormente combatida.

2. Ascenso del petróleo y crisis de la economía agropecuaria desde la perspectiva betancurista

Sobre las causas que llevaron al desplazamiento de la producción agrícola y pecuaria como sostén fundamental de la economía venezolana, Betancourt dice no compartir la entonces naciente tesis que achacaba única y exclusivamente al petróleo la responsabilidad de las precarias condiciones de producción reinantes en el campo. Por el contrario, alegaba que insistir en aquello significaba seguirle el juego a los “defensores póstumos” del gomecismo quienes libraban de culpa al gobierno del fallecido “Jefe Único”, por el desacertado manejo de la grave crisis que venía aquejando al sector agrícola desde mucho antes del estallido de la gran depresión en 1929.

Para Betancourt, Venezuela venía arrastrando una “crisis crónica” que vino a acentuarse durante el régimen dictatorial de Gómez, debido a la persistencia de un anticuado sistema de producción latifundista, caracterizado por la concentración de la tierra en pocas manos, métodos de cultivo anticuados y el mal aprovechamiento de las aguas para el regadío agrícola. El petróleo, en su opinión, sólo vino a dejar al descubierto un terrible mal olímpicamente ignorado por los personeros oficiales. Más que culpable de la ruina del campo, el codiciado mineral le dio la estocada final a un estado de cosas que no resistía más la inserción de los nuevos tiempos.

La revolución industrial había pasado casi inadvertida por Venezuela. Apenas la humareda de los ferrocarriles construidos por el guzmanato y algunas máquinas de poca monta eran presentadas como símbolos inequívocos de un proceso modernizador que fluiría por si sólo, gracias al apoyo del torrente de capitales ingleses y alemanes dispuestos a rendir frutos en esta parte del mundo.

Haciendo mofa de aquellas expresiones “chapuceras”, Betancourt rebate precisando que si en lugar de haber destinado aquel primer boom petrolero a llenar los bolsillos de los acólitos de turno y a mantener operativo el Estado controlado por Gómez, se hubiese utilizado aquella súbita “riqueza instrumental” para apalancar la economía campesina, distribuyendo su benéfica renta entre toda la población, otro destino se habría escrito para la dinámica productiva del país.

Utilizando datos oficiales de la época que evidenciaba el acaparamiento de la tierra en manos de pocos y poderosos propietarios, el autor adoptar un criterio eurocentrista al comparar la situación del campo venezolano con el régimen feudalista medieval, donde existía una mano de obra analfabeta y enfermiza como suerte de “siervo de la gleba” en las haciendas y hatos de un gran señor feudal, apellidado Gómez.

Aprovechaba también para impugnar la falsa conseja que atribuía al petróleo el desarraigo de aquellas masas campesinas al optar por desplazarse paulatina y sostenidamente hacia los nuevos enclaves productivos, situados en los “campamentos del oro negro”. Entendía que la causa de aquellas primigenias migraciones internas, radicaba en el estancamiento de la economía agropecuaria, limitada para seguir garantizando al menos las precarias condiciones de subsistencia a las que estaba acostumbrado el hombre del campo.

Allí es donde apunta su certera acusación, no hacia Gómez mismo, quien no era más que un viejo representante de una estirpe en decadencia, sino a la casta de intelectuales que estaban bajo su servicio, lo cuales fueron incapaces de encauzar el avasallante flujo de nuevos ingresos hacia un verdadero y no ficticio programa de modernización agropecuaria.

En esto insistió Betancourt a lo largo de su trajín político y a ese convencimiento había llegado después de 1928, cuando se dedicó durante su primer exilio a estudiar los fenómenos históricos y los procesos sociales a la luz de las lecturas de diversos autores, entre los que figuraban los textos de Hegel, Marx y Engels. En efecto, al describir aquella época señala:

Fue operándose en nuestras conciencias un proceso de esclarecimiento ideológico. Comenzamos a darnos cuenta de cómo Gómez era algo más que un déspota nacional: era el instrumento y el vehículo para el control férreo de la economía venezolana, aliado y siervo de poderosos intereses extranjeros (ibid).

Esta manera de ver el escenario nacional se mantuvo presente a lo largo de su trayectoria, así lo refleja en la densidad de alegatos que profiere en cada uno de los capítulos del libro, donde va analizando la actuación de quienes los antecedieron y precedieron en su primera experiencia de gobierno.

Por ejemplo, al referirse a la reforma petrolera instrumentada por el presidente Medina Angarita en 1943, Betancourt señala que este no fue más que un nuevo capítulo de frustraciones en donde coincidieron plácidamente los intereses pecuniarios del gobierno y los propósitos monopolistas de las compañías petroleras. El entonces dirigente opositor colocaba en entredicho la legitimidad del régimen para negociar la citada reforma, por carecer de una base de sustentación popular ganada en comicios electorales limpios de triquiñuelas ventajistas. Además acusaba al gobierno de haber adquirido obligaciones a espaldas del país, aun mucho antes de darse por aprobada la nueva ley de hidrocarburos contentiva de la reforma.

No menos contundente es el autor, cuando toca referirse a la “sumisa y colonialista” política petrolera de la dictadura militar a partir de 1949. Durante aquellos años se volvieron a las viejas prácticas de los días de Gómez en donde las compañías tuvieron la primera y la última palabra en materia de producción y comercialización del hidrocarburo. Se echó por tierra las medidas tomadas durante el trienio adeco y en el peor de los casos hubo un retroceso vertiginoso en comparación las tímidas reformas del medinismo.

En efecto, cuando Betancourt enjuicia los procederes de la dictadura militar en materia petrolera, no deja de vanagloriar la gestión “patriótica” iniciada desde el gobierno los “hombres de Acción Democrática”. Una y otra vez, a medida que despotrica de sus antecesores y sucesores, el político hace gala de una posición antiimperialista, no frente al gobierno de una potencia que protegía los intereses de sus contribuyentes más estrechos, sino ante un “cártel” de grandes compañías petroleras que usufructuaban la riqueza del subsuelo.

Para Betancourt, los grandes consorcios petroleros tenían un amplio margen de maniobra que inclusive rebasaba la “normalidad institucional” de sus países de origen. Explica utilizando publicaciones periódicas de los Estados Unidos, la muy conocida estrategia de estas compañías de lograr favores gracias al financiamiento de campañas electorales a senadores y representantes que integran el congreso norteamericano. Estos “métodos nada asépticos” redundaban en la aprobación o rechazo de medidas legales que pudiesen afectar la marcha de sus negocios.

Aun así, en medio de su exilio transcurrido bajo la órbita de los Estados Unidos, el líder adeco veía complacido algunas importantes opiniones publicadas en lo que él calificaba como “prensa liberal norteamericana”, donde se criticaba la influencia negativa de los grandes consorcios petroleros y la actitud benevolente de la Casa Blanca ante la situación de los derechos humanos en Venezuela. Betancourt prefería hablar del escaso conocimiento que sobre la realidad venezolana se tenía en los Estados Unidos en lugar de atizar la hoguera del odio en contra del máximo representante del capitalismo occidental.

En contraste a las prácticas “entreguistas” de los gobiernos subordinados, Betancourt insistía en reivindicar el papel de Acción Democrática y su primer gobierno en haber obtenido para Venezuela una “participación real” en los ingresos petroleros a fin de ejecutar una política de retribución de la riqueza hacia el desarrollo de planes de fomento agrícola e industrial.

3. Un modelo de desarrollo capitalista para Venezuela

De la lectura del copioso libro se denota la clara identificación de Betancourt con el  modelo de desarrollo capitalista. Tajantemente lo expone:

Los gobernantes venezolanos de 1946 estábamos – y estamos – convencidos de que nuestro país no puede saltar la etapa de desarrollo capitalista de su economía. El estado que atravesamos reclamaba una transformación nacional-revolucionaria y no una ajustada a modelos socialista o comunista (ibid).

De hecho, si se cuantifica la cantidad de veces en que se utilizan palabras claves como  desarrollo, modernización, capitalismo, industrialización se verá que estas en su conjunto aparecen en más de trescientas oportunidades a lo largo de la obra. Un párrafo elocuente donde  se resume la manera de poner en práctica su proyecto de modernización económica es el  siguiente:

No podía cruzarse de brazos el Estado venezolano a esperar que la iniciativa privada desarrollara y diversificara la producción, porque la tendencia a seguir la vía de menor resistencia en un sector apreciable de los capitalistas criollos, los impulsaba a ser caseros y comerciantes antes que agricultores o industriales. Tenía que actuar, en consecuencia, como Estado estimulador, financiador y orientador de las actividades económicas que tendieran a hacer más abundante y variada la producción doméstica; y como Estado-empresario, para desarrollar algunas actividades directamente vinculadas al interés público… (ibid).

Para Betancourt, el Estado como dueño primario de la renta petrolera debía erigirse en el  primer financista y más que financista, en articulador de todas las fuerzas productivas, a fin de encaminarlas hacia un objetivo en común: la modernización capitalista del país. Esa  modernización era entendida como la superación de toda forma tradicional de subsistencia mediante la aplicación de técnicas y procedimientos innovadores capaces de operar un cambio histórico en los patrones de producción y consumo.

El logro de esta premisa en condiciones normales significaría dejar transcurrir varios lustros para el mejor aprovechamiento de todas las condiciones naturales a fin de impulsar un ritmo de crecimiento permanente de la economía, favorable para la acumulación de capital por parte de los dueños de los medios de producción. Sin embargo, para los grupos políticos que comenzaban hacer vida pública hacia el primer tercio del siglo XX, resultaba inexcusable no utilizar el maná de ingresos petroleros atesorados por el Estado para saltar los tiempos y acelerar la llegada de una fase expansionista de la economía sustentada en el desarrollo industrial y la ampliación del mercado de consumo.

Betancourt se anotó entre quienes predicaban esta formula redistributiva y por ello consideró importante la toma del poder político pero a través del libre juego de los partidos y del sufragio universal, para de esta forma legitimar la intervención del Estado en los asuntos económicos.

Desde los primeros años de la república, uno de los principios fundamentales que guió la gestión económica del Estado fue el sacrosanto respeto a las libertades económicas en beneficio de las casas mercantiles extranjeras instaladas en el país, las cuales fungían de agentes financieros de los gobernantes de turno. De allí el rechazo a cualquier iniciativa que pretendiese colocar en entredicho los postulados de la escuela manchesteriana. No obstante, los desequilibrios en el sistema financiero mundial, reflejados en el abandono del patrón oro y las restricciones en el comercio internacional como producto de la Gran Depresión, hizo insostenibles aquellas máximas.

En vista de esta situación, Betancourt se adhería a los postulados de John Maynard Keynes, expuestos en su obra Teoría de la ocupación, interés y el dinero publicada en 1936. En esta, el economista inglés, destacaba que el equilibrio natural entre la oferta y la demanda no sólo era posible a través del libre mercado, sino que en momentos de crisis era necesaria la intervención del Estado para estimular una de las variables; en este caso, el lado de la demanda.

Escribía Keynes que sólo promoviendo el aumento del consumo y de la inversión fiscal se estimularía una ampliación de la capacidad ociosa del aparato industrial, requiriéndose en consecuencia un mayor empleo de mano de obra, generando un “efecto multiplicador” que reactivaría el funcionamiento de la economía.

Este tratado de economía moderna fue tomado en cuenta por Betancourt a partir del golpe del 18 de octubre de 1945 cuando asume las riendas del país. Aun cuando, sus fundamentos ya habían comenzado a aplicarse a través de políticas públicas como el “Plan Trienal” de 1937 y el “Plan Quinquenal de Obras Públicas” de 1942, la Junta Revolucionaria de Gobierno presidida por Betancourt puso en práctica su propia versión Keynesiana, alegando que “…la tesis del intervencionismo estatal (…) constituye el ABC de toda moderna política de Gobierno” (ibid).

Epílogo

Compartimos la opinión historiográfica acerca de la ubicación de Betancourt como uno de los cuatro o cinco hombres más importantes de la historia de Venezuela, no tanto por su actuación benéfica que es harto cuestionable sino por la influencia de su personalidad, de sus ideas y decisiones en el proceso de evolución política de la sociedad contemporánea. Eso no obsta a caer en la comedia apologética de pretender ensalzar su figura. Cuestión que no hace sino  reforzar esa tendencia al culto en donde se sobreestima el paso de un hombre por la historia (Pino Iturrieta, 2006).

Betancourt fue un hombre de apasionado verbo combativo que no pedía ni cejaba cuartel. Frente a él no cabían las medias tintas, o se era leal o simplemente se estaba en la trinchera contraria. Su obra de gobierno aun da mucha tela que cortar, no simplemente para enaltecer su contribución al establecimiento de la democracia representativa, sino por el ejercicio represivo del poder. Uno de sus mayores méritos históricos es haber demostrado que los civiles pueden llegar a ser tanto o más autoritarios que los hombres de uniforme. Desmitificando con ello lo que él mismo llamó el “complejo varguiano” y asentó lo que ahora podemos calificar de patología obsesiva, es decir, la ambición por el poder y el hambre desmedida de historia. La mayoría de nuestros presidentes han sido presa de esa patología, desde Bolívar, pasando por Páez, Guzmán, Castro, Gómez, Betancourt hasta el comandante Chávez. Pese a todo, el “Napoleón de Guatire” como lo llamaban sus más acérrimos opositores marcó una impronta difícil de desestimar, colocándose entre los abanderados de las luchas por el otorgamiento del derecho al voto para las mayorías populares, la organización de la clase trabajadora en sindicatos y el encauzamiento de la lucha política por medio de estructuras partidistas ideológicamente definidas.

Referencias

1. Betancourt, R. (1986). Venezuela, política y petróleo. Caracas, Colección Tiempo de Venezuela, Monte Avila Editores.        [ Links ]

2. Caballero, M. (2004). Rómulo Betancourt, político de nación. Caracas, Alfadil – Fondo de Cultura Económica.        [ Links ]

3. Carrera Damas, G. (2006, Julio). El sentido de la historia de Rómulo Betancourt, su obra, vida y acción (Documento en línea). Discurso ofrecido en el Acto conmemorativo de los 50 años de la publicación de Venezuela, política y petróleo de Rómulo Betancourt, Caracas. Disponible: http://www.c3ig.com/webFRBAgosto2006/Actvidades.htm Consulta: 2008, Abril 12.        [ Links ]

4. Pino Iturrieta, E. (2006). El Divino Bolívar. Caracas, Biblioteca Elías Pino Iturrieta, Alfadil Ediciones.        [ Links ]

5. Uslar Pietri, A. (1992). Golpe y estado en Venezuela. Santa Fé de Bogotá, Colombia: Editorial Norma S.A.        [ Links ]