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Revista de Ciencias Sociales

versión impresa ISSN 1315-9518

Revista de Ciencias Sociales v.XII n.2 Marcaibo ago. 2006

 

Postergación del matrimonio en las mujeres y cambios de las expectativas femeninas sobre el amor

Montilva, Maira*

* Socióloga. Magíster en Sociología. Profesora del la Escuela de Sociología e Investigadora del Centro de Estudios Sociológicos y Antropológicos. Facultad de Ciencias Económicas y Sociales. Universidad del Zulia. E-mail: montilva@yahoo.com

Resumen

A partir de que el hogar dejó de ser el exclusivo lugar de desarrollo de las mujeres en sociedad, se vienen produciendo cambios en los roles y metas de género, que parecen haber afectado lo que las mujeres jóvenes consideran una pareja y una relación ideal, postergando como consecuencia el matrimonio. En este Artículo, se realizó una exploración de las expectativas sobre la vida de pareja de las profesionales de dos capitales latinoamericanas, Santiago y Caracas, con el fin de mostrar las diferencias y distancias que existen respecto a las generaciones anteriores, específicamente a la generación de sus madres con respecto a las expectativas femeninas sobre el amor.

Palabras clave: Postergación, matrimonio, mujeres, expectativas femeninas, amor.

Post-Ponement of Marriage on the Part of Women and Changes in Female Expectations in Relation to Love

Abstract

Since the home is no longer the exclusive place for female development in society, changes have been occurring in gender roles and goals, which seem to have affected what young women consider to be a male partner and an ideal marital relation, postponing marital relationships. In this article we explore the expectations as to marital life for professionals, and the concept of an ideal relationship, postponing as a consequence the decision to marry. In this article we explore the expectations of professionals in two capital cities in Latin America, Santiago and Caracas, in relation to married life, for the purpose of showing the differences and distances that exist in relation to previous generations, and specifically the opinions of mothers with respect to feminine expectations in relation to love.

Key words: Marital delay, marriage, women, feminine expectations, love.

Recibido: 05-10-13   Aceptado: 06-01-30

Introducción

Durante las últimas dos décadas vienen observándose cambios en los patrones de formación y disolución de las parejas, relacionados con la mayor autonomía económica y cultural de las mujeres. Los estudios estadísticos parecen demostrar claramente dos relaciones: para las mujeres, cuanta mayor autonomía laboral y económica, mayores las probabilidades de divorcio (Herrera, 2003; Cacique, 2000) y cuantos más años de escolarización, mayor la edad en que contraen matrimonio (Katzman, 1999).

El análisis estadístico sin embargo no da cuenta de cambios en los patrones de unión y disolución de las parejas que tienen que ver con lo que hombres y mujeres consideran una relación satisfactoria en la actualidad. Desde el punto de vista sociológico, aprehender las transformaciones contemporáneas sobre lo que actualmente se considera una relación de pareja satisfactoria implica explorar y teorizar sobre las transformaciones de género, tomando en cuenta particularmente que el hogar dejó de ser el lugar exclusivo del desarrollo de las mujeres como personas (Guiddens, 1999; Beck, 2001; Sigly, 1990). En el presente artículo se exploran las diferencias que, en materia de patrones de unión, presentan las jóvenes profesionales de Latinoamérica, a partir de un estudio cualitativo sobre aquellas que se encuentran postergando el matrimonio (1).

1. Consideraciones generales

Si bien a nivel mundial las mujeres siguen llevando la mayor carga del trabajo doméstico y el cuidado de los hijos, en las generaciones jóvenes las expectativas de igualdad y más colaboración de los varones en los planos tanto laboral como familiar se incrementan, lo que está ocasionando una transformación respecto a lo que se considera una pareja adecuada o ideal (Lipovesky, 1999).

América Latina no ha escapado a estas expectativas de cambio en los roles de género, lo que se hace evidente -según se podrá comprobar a lo largo de este estudio- en una ampliación de las pretensiones de las mujeres latinoamericanas respecto lo que consideran una pareja adecuada. Por ejemplo, según algunas encuestas realizadas en México, el ideal de pareja no sólo debe ser “trabajador” sino también -ahora se agrega- fiel, compresivo e inteligente (Salles y Huirán, 2001).

Las nuevas demandas respecto a lo que debe ser una pareja y la relación de pareja van más allá de la democratización del poder cotidiano y de la posibilidad de un desarrollo profesional e individual: abarcan mayores expectativas sobre entrega y cercanía, y sobre sentimientos de enamoramiento. Como bien lo explican Ulrick Beck y Elizabeth Beck en su obra “El Normal Caos del Amor” (2001), si bien los hombres tienden a tener un sentido más instrumental del amor y el matrimonio -y entonces esta demanda femenina de mayores expresiones de afecto siempre ha existido- a partir de que las mujeres ahora se ven más a sí mismas como individuos, ya no aceptan tan tácitamente que sus expectativas no puedan ser cumplidas. La resignación a amar y no ser correspondidas -al menos no en la misma proporción- porque los hombres tienen otras cosas más importantes que hacer, parece formar parte de los roles que se desvanecen o se cuestionan.

Para Ulrick y Elizabeth Beck la diferencia entre lo que las mujeres jóvenes esperan ahora de un matrimonio y de la vida de pareja respecto a las generaciones pasadas es de tal magnitud que “… lo que podía ser considerado un matrimonio aceptable para sus abuelas y madres ya no lo es para ellas” (2001:16).

A diferencia de las generaciones pasadas, actualmente las mujeres se niegan a tener una relación de pareja donde no sean comprendidas, y a recibir menos afecto del que dan. Cada vez toleran menos la infidelidad y cada vez son más numerosas las que piden el divorcio por ello. “Prefieren optar por la soledad y la brutalidad de la separación antes que vivir el desamor y la falta de armonía día y noche. Cuanto más independientes son, menos aceptan un matrimonio destrozado, no conforme con sus expectativas de ternura y compresión, de intimidad” (Lipovesky, 1999: 29-30) (2).

De allí que la soledad y la soltería se han convertido en estados de los que se puede salir y volver a entrar, y esto último se justifica por la pérdida de la magia del amor. Tal como lo expresó la profesora Carmen Alborch (1999: 36): “Las mujeres solas no nos conformamos. Vivimos acompañadas mientras nos sentimos queridas, mientras se mantiene el deseo, mientras perdura la complicidad y el respeto. Pero cuando no existe sincronización con nuestra pareja, preferimos estar solas que resignarnos al desamor. En cualquier caso no somos militantes de la soledad”.

La sociología viene demostrando que el incremento de la soltería femenina asociado a una mayor independencia económica de las mujeres, no implica un desinterés por el matrimonio, solo ha elevado los criterios de selectividad de lo que se considera como una pareja adecuada. Las mujeres ya no se ven obligadas a aceptar una pareja de baja calidad para no permanecer solteras. Esto último ya no es sinónimo de infelicidad (Oppenheimer, 1989).

Para confirmar estos hallazgos y profundizar en el tema, en el presente estudio de caso se rastrearon las pretensiones y exigencias que en materia amorosa y de pareja presentan las profesionales solteras y convivientes en dos ciudades capitales latinoamericanas: Santiago de Chile y Caracas. Específicamente, a través de entrevistas a profesionales solteras de dichas ciudades se buscó constatar si hay cambios o diferencias en las pretensiones sobre lo que es una pareja y en qué medida lo que se considera hoy una relación satisfactoria se distancia de lo que en la generación de sus madres se consideraban metas y roles propios de las de las mujeres.

2. Resultados de la investigación

Las pretensiones de las entrevistadas sobre la vida de pareja se distancian notablemente del acatamiento a los roles afectivos que tuvieron sus padres. Las mujeres entrevistas expresaron que, ahora que trabajan, ellas son merecedoras de las mismas consideraciones íntimas que antes demandaba el hombre con esta justificación: “Yo me diferencio de mi madre como pareja en que doy y pido el regaloneo (mimos) con mucho cariño físico, harto. Y yo creo que tengo la posibilidad de manejar y pedir eso. En cambio siento que mi mamá no tenía la posibilidad de manejar eso. Ella en la casa, mi papá trabajando, la esposa era una compañera que estaba en la casa. En cambio yo sí creo que tengo derecho a decir “abrázame”, yo también salgo a trabajar”. Santiaguina, Periodista, Media Alta, 29 años.

La importancia de lograr las metas que se proponen en el plano de los afectos es de tal magnitud, que muchas de las chilenas de los estratos altos y medios altos que tuvieron madres profesionales toman distancias respecto a las metas económicas y profesionales, no están dispuestas a asumir como costo una vida en pareja donde no haya espacio y tiempo para las demostraciones de los afectos: “Yo sería más hogareña y enfocada al éxito emocional que al éxito profesional. Aunque mi mamá estaba pendiente de esto último, a eso yo le sumaria más cariño, más afectos, más abrazos, más besos”. Santiaguina, Periodista, Ejecutiva, Media Alta, 26 años.

En cambio en Caracas, las mujeres provenientes de los estratos altos y medios altos no presentan un mayor cuestionamiento al éxito laboral de sus madres. Ello se debe a que consideran que tal éxito se dio en equilibro con los demás roles, sobre todo el de madres, tal como lo pretenden ahora las chilenas. Las caraqueñas de los estratos altos creen que sus madres lograron su éxito personal en el contexto de la consolidación de una relación de pareja afectuosa, amorosamente satisfactoria, donde las parejas (sus padres) desarrollaron una mayor flexibilidad en los roles en el hogar: “Mis padres tienen 31 años de casados. Han aprendido a querer los defectos del otro, ellos son felices, ellos se disfrutan el uno del otro. Mi mamá es profesional, acaba de terminar su doctorado summa cum laude. Ella es psicóloga infantil, ha creado teorías, es una académica fuerte, profesora de la (Universidad) Católica Andrés Bello. Ella no nos descuidó. Nosotros fuimos unos niños totalmente cuidados. Mi mamá tiene un desarrollo académico, y aunque las mujeres sean las que más llevamos el hogar, mi mamá hace la comida y mi papá lava los platos”. Caraqueña, Socióloga, Estrato Alta, 26 años.

2.1. De la rigidez de los roles domésticos en la vida de pareja a la democratización de los roles

Es tan fuerte el propósito de lograr una relación de pareja donde no se dé un acatamiento rígido de los roles propios de la división sexual del trabajo doméstico -donde la mujer es la única responsable del aseo, de la atención doméstica a los miembros de la familia- que, aún reconociendo o considerando que sus padres tuvieron una relación de pareja muy amorosa, no desean una división sexual en el hogar similar a la de éstos: “Mis padres son súper pololos, ellos van a la playa y les gusta caminar por la arena, todos románticos, siempre están románticos. Pero me diferenciaría de ellos en que yo no quiero las diferencias de roles, tan marcadas, que hay entre ellos... a mí no me gustaría que mi marido tenga súper marcados los roles. Por ejemplo hay cosas que mi mamá nunca hace, como poner un clavo -esa inutilidad entre comillas- o mi papá le dice ‘sírveme un té a la camita’”. Santiaguina, Periodista, Estrato Medio, Soltera, 26 años.

Las pretensiones de alcanzar una vida de pareja donde los roles no estén tan marcados no sólo abarca temas referidos a la división del trabajo doméstico, sino a esferas donde se demuestra la exigencia del respeto a la individualidad y la distancia respecto a la autoridad de sus padres. La importancia de tal respeto es de tal magnitud que aunque los padres hayan tenido una relación afectivamente satisfactoria se distancian de ésta si es que alguno de los dos estaba subordinado. En el caso de las convivientes, se puede observar la concretización de estas diferencias sobre el ideal de pareja: “Mi papá es muy fuerte, mi mamá nunca trabajó. Mi papá es montacarguista, trabaja en la Coca Cola, creo que tiene sexto grado. Aunque mi mamá no se dejaba (maltratar), eso (los intentos) me molestaba mucho y a veces teníamos que meternos en las peleas. Y yo dije ‘yo no me voy a dejar montar la pata’. A toditas (sus hijas) mi mamá nos decía que viéramos (nos fijáramos bien) con quién nos íbamos a casar. De ahí que mi pareja no es como mi papá. Él me colabora para mi trabajo y me da libertad para que pueda dedicarme plenamente a mi trabajo”. Caraqueña, Conviviente, Educadora, Estrato Bajo, 30 años.

Igualmente se evidencian claros distanciamientos o flexibilización de las actividades bajo las cuales sus madres cumplieron o comunicaron el tratamiento afectivo a sus parejas: “Mi mamá regaloneaba (mimaba) a mi papá con la comida. Yo lo maltrataría si le cocinara porque no sé cocinar. En cambio yo lo invito de vacaciones. Ahora le estoy regalando un viaje a su país (Irlanda). En fin, yo no regaloneo (mimo) en la misma dirección que mi mamá, de tenerle la ropa y eso, no. Mas eso no quiere decir que yo no sea la que más lave la ropa y le prepare el desayuno, pero lo compartimos más”. Santiaguina, Conviviente, Empresaria, Estrato Alta, 29 años.

Por otra parte, en las convivientes de la ciudad de Santiago se puede observar como la búsqueda del no acatamiento estricto de los roles femeninos -y los cambios valóricos que acompañan esta búsqueda- es fuente de conflictos y de descontentos en la relación: Con todo lo abierto y moderno que es mi pareja..... entre nosotros había la visión inconsciente de que la mujer tiene que estar pendiente de la casa. Una igual se siente más responsable de la casa. Tú no querías estar en el rol en el que estás…, pero estás no sabes por qué… Yo espero que para mis hijos sea más fácil. Aunque Pepe es súper liberal se da la desigualdad, y a mí me comenzó a pesar. Hay modelos culturales, nosotros estamos captando eso y por eso estamos en terapia de pareja. Santiaguina, Periodista, Media Alta, conviviente, 28 años.

Las profesionales actuales sienten que con frecuencia los caminos que permiten el equilibrio entre el mundo profesional y el familiar no se dieron. Ellas no quieren desarrollar los saldos negativos que generó la ausencia de sus madres por concentrarse en sus roles profesionales: Hoy en día es súper-confuso dar respuestas certeras. Están las experiencias de nuestros abuelos y las de mis padres. Sé que esos no son los caminos que yo pueda seguir. En mis abuelos era la sumisión de la mujer. La generación de mi mamá fue la primera que se profesionalizó, pero con costos para los hijos y la separación. Pero tampoco tengo la experiencia (suficiente) para decir qué es lo que yo quiero hacer en mi vida y con mi familia. Yo no creo que tenga el camino seguro. Hoy no hay respuestas certeras. Santiaguina, Periodista, Media Alta, soltera, 26 años.

2.2. Del compañero trabajador y bueno al compañero integral y las pretensiones de una vida de pareja mágica no rutinaria

Los nuevos requerimientos para lo que se considera una pareja adecuada se centran en un ser meritocrático donde no solo cuenta el dinero, la educación y el éxito, sino una especie de identidad masculina que debe estar a la par con el nuevo crecimiento y autodesarrollo de las mujeres. A los antiguos atributos de un hombre ideal (estabilidad económica, profesión, entre otros) se suma lo que ellas consideran que garantizará el desarrollo de una relación regida por la compresión y la magia permanente (sensible, cómico, culto, fiel, hogareño, cariñoso).

De allí que encontremos mujeres que, independientemente de que se distancien o se plieguen al ideal “tradicional” del hombre (exitoso, profesional, adinerado, guapo), todas tengan en común la búsqueda de una relación donde logren: (i) el cumplimiento efectivo de su amor y con ello una comprensión que se aleja de la resignación de las mujeres a amar y no ser correspondidas en la misma magnitud; (ii) el crecimiento académico, espiritual, el auto-conocimiento que ellas pretenden en sus vidas y que va más allá del mundo doméstico; y (iii) el respeto y la democratización de los roles de género tanto en la división del trabajo doméstico como en la autoridad o poder dentro de la pareja.

Las características de la relación y la pareja que se pretende son presentadas en oposición a las que desarrolló la generación de sus padres. Las pocas mujeres que no toman distancia respecto a la relación de sus padres, son las de estratos altos de Caracas, y lo hacen porque consideran que ellos llegaron a desarrollar una relación como la que ellas aspiran. Sobre todo en lo que se refiere al equilibrio entre la profesión y el desarrollo individual de sus madres.

La amplitud de las características de la pareja se hace evidente en el hecho de que la proyección y la carrera profesional del hombre son asumidas como características básicas pero no suficientes: “Yo me enamoraría de un hombre económicamente inferior a mi, sí, pero si no es profesional, no, y además si es superficial tampoco. Es difícil casarme con un tipo que no sea profesional, y si es un huevón (insignificante) o súper-superficial tampoco. Es que no tendría de qué hablar con él”. Santiaguina, Periodista, Media Alta, 25 años.

Se exige que la pareja tenga tal identidad o personalidad que no se caiga en la rutina de los matrimonios antiguos, donde parecía unirlos sólo lo doméstico y aún en esto había esferas separadas: “Es necesario saber que cada uno tiene sus luchas y enriquecerse mutuamente. Yo no soportaría un tipo que caiga en la rutina (sino uno) que trabaja y bien, que los dos quieran ir creciendo, que lea un libro y que lo comente. No soportaría que su vida sea ver un programa de TV. Yo, necesito un hombre que yo vaya creciendo con él”. Caraqueña, Periodista, Media Alta, 26 años.

Todas las profesionales de la muestra, sobre todo las menores de treinta, admiten lo difícil que es dar con el hombre que cumpla con estas cualidades y características. Ellas opinan que la mayoría de los hombres de su generación no están al nivel de sus proyectos y metas, que son escasos especialmente los que apuntan al crecimiento integral que ellas consideran estar desarrollando: “Los chicos de mi edad están en la etapa oral, sólo es trabajar y comer, y no saben qué hacer, no tienen tantos proyectos”. Caraqueña, Socióloga, media alta, 26 años.

No saben si la causa de que falten parejas adecuadas a sus exigencias es externa o interna, pero les parece que los niveles de exigencias sólo dependerían de ellas: “Ellas están solas por decisión. Depende cómo las veas: ellas están buscando pareja pero sus niveles (de exigencia) son tan altos... No sé si es voluntario o, de hecho, no encuentran. No sé si tú te cierras las puertas o ya están cerradas”. Caraqueña, Media Alta, soltera, 26 años.

Justifican su persistencia en conseguir la pareja adecuada afirmando que es algo que merecen, que se han ganado, por lo que están dispuestas a esperar, a pesar del paso del tiempo: “Hoy me siento bien sola, pero yo tengo que encontrar un tipo a mi nivel. A mí me gusta compartir con los hombres, pero como el que yo quiero estar, es uno igual a mí, porque yo sí creo en el príncipe azul. Yo creo que yo me lo merezco, por qué no; si yo me he trabajado toda la vida quiero un tipo que se haya trabajado igual. Siento que yo me lo merezco”. Santiaguina, Ingeniera, media alta, 26 años.

Aunque en todos los estratos y en casi todos los grupos de edad se menciona la falta de parejas elegibles como causa de su soltería, en los estratos bajos de ambas ciudades esta ausencia parece ser mayor. Las dificultades para encontrar una pareja conforme a los nuevos requerimientos parecen originarse en que en su contexto social a ellas se les cierran aún más las posibilidades. A las mayores demandas y pretensiones de crecimiento integral que en general las mujeres parecen presentar (a diferencia de los hombres) habría que añadir que en estos estratos las movilidades laborales, educativas y culturales han sido mayores en las mujeres que en los hombres.

En los estratos bajos no se subestima la posibilidad de un mayor roce social con otros estratos, lo que ellas pueden lograr con su educación y en su trabajo. Sin embargo la homogamia cultural sigue siendo el patrón de selección de la pareja de la que se enamoran y con quien se casan la mayoría de las personas, por tanto las mayores probabilidades y necesidades de reclutar la pareja se da en el medio social al que se pertenece. En palabras de una de las entrevistadas: “Durante tres años, estuve dispuesta a estar (quedarme) con un hombre socio-económicamente inferior, pero me decepcioné, como que las cosas no se dieron. El próximo tiene que tener un master, conocer París. Son tonterías, él era inferior. Los dos nos conocimos en la Universidad Católica, pero él vive en la zona de Caricuao, clase baja, más baja que media baja, y yo vivo en el Este… Había cosas que definitivamente no iban a funcionar, tú cuando estás en la relación crees que lo puedes negociar. Si tú estas enamorado, lo cultural no lo ves ahorita, pero que el prefiera ver X Men y no el festival de cine francés…” Caraqueña, Periodista, Media Alta, 26 años.

En las profesionales de los estratos bajos se observa que, a pesar de que ellas son profesionales, han entablado relaciones con hombres más próximos a su estrato de origen, y por tanto no profesionales, resultando así lo menos parecido al ideal que ellas creen merecer: “Yo tuve la oportunidad de convivir y casarme con mi último novio, pero no. El era sólo un técnico y es que, aunque hubiese sido profesional, intelectualmente era un tipo que no era esforzado. Lo que pasa es que a mí me tocó ver la vida y evolucionar desde una etapa de estudiante hasta mi etapa de profesional. Entonces (...) mientras (yo) me sacaba la vida estudiando e iba teniendo pequeños logros, el tipo seguía en la misma condición… Con el tiempo me he dado cuenta que quiero una persona que me motive y que sea intelectual, que podamos conversar, que manejemos los mismos códigos, las mismas actividades”. Santiaguina, Bibliotecóloga, Baja, 30 años.

Y todo esto ocurre a pesar de que la importancia del vecindario como lugar de encuentro para la selección de la pareja ha declinado. En efecto: las esferas de encuentro ahora son cafés, discotecas, conciertos, y allí se producen segmentaciones según niveles de estratificación social (Le Gall, 1994). De hecho entre las profesionales de los estratos medios y bajos, encontramos una no correspondencia entre el tipo de hombre que consideran adecuado a sus exigencias con los lugares de diversión que ellas frecuentan: “Lo conocí en un bar. A mí me gusta conocer mucha gente y voy a bares un poco de mala muerte. A mi me gusta ir a esos bares, a mi me encanta. Y me encantaba él (el pololo) y lo pasábamos bien. Yo antes era muy desprejuiciada yo decía ‘si yo gano bien y si la pasamos bien...’. Pero al estar con él, igual había algo... él hablaba súper mal. Y socialmente (...), aunque yo sea muy católica, yo no me sentía bien y fue atroz. Él era ordinario para hablar, y también habían cosas como detalles, como que él nunca había viajado en un avión. Se sorprendía con cosas que eran como súper triviales. Yo soy clase media, un poco relajada pero el era clase media super apretada… además… tampoco era muy inteligente. A él no le daba más... entonces finalmente terminamos. Yo igual como que lo amaba. Pero me molestaban esos detalles que finalmente no eran detalles”. Santiaguina, Periodista, Media Baja, 24 años.

La búsqueda de la pareja pretendida es fundamental ya que ellas en su vida de pareja requieren el cumplimiento de la demanda afectiva del amor, y esto se da tanto en las mujeres que hacen énfasis en el prototipo de una pareja que incluya el proveedor material, como las que buscan ir más allá de este rol. De hecho algunas hablan de un tiempo para lograr el cumplimiento de la demanda afectiva durante el “pololeo” o “noviazgo” y en caso de que no ocurra viene la ruptura. Esto está afectando las probabilidades de que el pololeo o noviazgo termine en una relación más formal: “Yo soy súper selectiva, para mí si las güevadas (la relación) no comienzan a funcionar (los echo), pero igual les doy la oportunidad. Aunque me cueste y me duela estar sola. Me está pasando ahora, yo soy súper emocional, me gusta tanto… me parece que le voy a dar una oportunidad para saber si él me va a dar lo que yo necesito”. Santiaguina, Soltera Periodista, Alta, 26 años.

De hecho, casi la totalidad de las entrevistadas aluden a la infidelidad y el agotamiento del sentimiento amoroso como las principales razones o como causa suficiente para el término de una relación. Y se entiende al sentimiento amoroso como el enamoramiento, el encantamiento, la “magia” -en los términos de Giddens y Alberoni (1999)- ya que la representación que tienen del amor parece descartar la rutina y un compañerismo más allá de la costumbre. La falta de magia y la rutina sin conflicto fue dada por algunas exconvivientes como la principal causa del rompimiento y la causa de no proseguir una relación de pololeo o convivencia: “A mí no me gusta ni me basta (sólo) estar bien en pareja, yo quiero estar vibrando; y mis quejas no son porque me lleve mal con él, él es una persona con la que la convivencia está muy bien. Pero a mí no me basta con estar bien, yo quiero más y de hecho voy hablar con él. Yo quiero una persona que sienta y dé más cosas por mí. Si él no las siente, no lo puedo obligar, pero tampoco me voy a quedar o conformar con él así”. Santiaguina, Periodista, Post-grado en Literatura, Alta, Conviviente, 26 años.

Las exigencias sobre lo que es una pareja adecuada o suficiente para el amor que ellas consideran merecer -aú en el pololeo o noviazgo- son realizadas en un contexto de diferenciación de lo realizado por sus madres y contemporáneas en esta materia. Especialmente en lo que se refiere a la búsqueda de una pareja con la que podrían desarrollar un amor más completo y más acorde con los deseos y necesidades femeninas.

Consideran que, a diferencia de sus madres, ellas enfrentan una menor presión para ingresar al matrimonio, lo que se plasma en comportamientos guiados por la meta de hallar no solo un hombre noble y trabajador sino que además cumpla con lo que ellas demandan del amor. Una persona con la que puedan crecer y auto-realizarse y, sobre todo, vivir enamoradas: “Mi mamá se casó con el que le tocó… En esa época era así, uno se conformaba con el primero que le llegaba”. Santiaguina, Periodista, Estrato Alto, 26 años.

Las jóvenes profesionales presentan una diferencia respecto a sus contemporáneas: el matrimonio no es una meta a lograr para satisfacer referentes externos. No lo es en particular como una obligación a cumplir en un período de edad dado, especialmente si ello conlleva un detrimento en las exigencias respecto a la pareja adecuada: “Yo tengo una amiga que se casó porque necesitaba casarse, ella no podía tener treinta y dos años sin casarse, todos sus hermanos se habían casado. Si se tratara de llenar el vacío con cualquiera, yo ya me hubiese casado. Ella se casó por eso, entonces yo me hubiese casado con cuanto tipo me lo propuso”. Caraqueña, Relacionista Pública, Media, 32 años.

Ellas consideran que, a diferencia de antaño, no sólo no están frente a la dicotomía matrimonio/pareja o soledad/infelicidad -ya que están respondiendo al desarrollo de otras áreas de su vida- sino que sienten no ser las únicas que están en este proceso, y por tanto no son un caso atípico como hubiera sido en antaño: “Yo me deprimía antes cuando cachaba (me daba cuenta) que estaba sola y quería tener a alguien me dé cariño, ya que si tenía algo era corto. Lo pasé mal un tiempo. Pero hace tiempo que me siento bien, ya no me lo cuestiono, ya que yo sólo me casaría si creo que quiero tanto a alguien como para casarme, si me vuelvo loca de amor. Tiene que ser alguien súper especial y no creo que pase. Pero aun así no me imagino como la vieja perpetua soltera triste, porque yo siempre viajaré, me gusta vivir sola, no quiero vivir con cualquiera. Además no seré la única de mis amigas o contemporáneas que estarán solas, ya sea que no se hayan casado o que ya estén separadas”. Santiaguina, Profesora Universitaria, Media Baja, 25 años.

El origen estructural de las nuevas metas y roles mas allá de la vida en pareja, y la necesidad de un proyecto de vida individual, se hace evidente: “En pareja yo sería diferente a (como son) mi papá y mi mamá. Ellos viven juntos para arriba y para abajo. Me parece que era algo normal de su época, cuando no había tanta libertad, tanta tecnología. El punto número uno era hacer una familia, casarse… pero hoy en día no. Yo daría y exigiría más espacio para mí y para él, para su desarrollo y el mío”. Caraqueña, Empresaria, Media, 29 años.

3. Consideraciones finales

A partir de todo lo señalado se puede afirmar que los comportamientos guiados por los nuevos valores y las metas que las jóvenes profesionales solteras tienen sobre el amor y la pareja, están repercutiendo en que se dan un mayor tiempo para el proceso tanto de de escogencia y conocimiento previo como para el desarrollo de un noviazgo o pololeo que pueda terminar en matrimonio y/o de una relación estable. Este mayor tiempo que se dan, esta relativa indiferencia respecto a casarse o no casarse, contribuye a la postergación del matrimonio, sobre todo en comparación a la generación de sus madres, quienes al parecer no invertían tanto tiempo en ese conocimiento y selección: “Yo no me casaría sin conocer muy bien a la persona, pero ella (mi mamá) lo conoció muy poco tiempo, tuvo menos de un año (para conocerlo). Creo que yo nunca haría eso. (Nosotros sólo) después de dos años y medio (hicimos la) planificación de la boda… que nunca se dio”. Caraqueña, Funcionaria de organismo internacional, Media alta, 27 años.

Sin embargo la mayoría, ya sea que: 1) desde pequeñas afirmaron que no se casarían, 2) aspiren sólo a “pololear” o tener una pareja más sólida, y/o 3) crean que ya no encontrarán pareja y, en general, se encuentren resignadas y/o disfrutando de una soltería buscada o no, admiten que si se encuentran con la persona adecuada redefinirían su posición o comportamiento hacia la soledad y al matrimonio: “Yo creo que tengo varios hombres en mi vida pero en estos instantes no me siento capaz de compartir mi vida con uno… Tendría que ser un hombre increíblemente extraordinario (...) Este muchacho con el que salgo ahora es increíble pero no he encontrado lo que quiero. Claro que si lo encuentro no lo voy a dejar perder, no soy tonta”. Santiaguina, Licenciada en Artes, Media Alta, 29 años.

Sobre todo se destaca que los planes iniciales o valores definidos antes de casarse no se redefinen ante la necesidad afectiva de tener una pareja. Ello parece desmentir los postulados en el sentido de que las mujeres estarían postergando el matrimonio por razones e ideologías meramente hedonistas, egoístas y que el amor ha desaparecido de sus vidas.

La investigación efectuada permite comprobar que las mujeres jóvenes tienen pretensiones en sentido de desarrollar una vida de pareja con una mayor “democratización” de los roles domésticos y con un cumplimiento de demandas femeninas de afecto, que hace que se diferencien y superen lo esperado por las generaciones anteriores de mujeres.

Para dichas mujeres, la postergación del matrimonio asociada a los nuevos niveles de autonomía económica de las profesionales no implica la pérdida de la importancia del amor. Por el contrario, más que nunca se exige que éste satisfaga plenamente las necesidades afectivas femeninas.

Los criterios y tiempo destinado a la selección de la pareja adecuada se han incrementado, perdiéndose el carácter trágico o disruptivo que la soledad femenina tenía antaño. Más que nunca la soledad se presenta para las mujeres como el producto de sus propias decisiones.

Bibliografía citada

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