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Revista de Ciencias Sociales

versión impresa ISSN 1315-9518

Revista de Ciencias Sociales v.14 n.3 Marcaibo dic. 2008

 

Identidades en debate, ciudadanías para la inclusión: Ser Queer en un mundo Straight*

Pérez Jiménez, César**

* Este trabajo es producto de las reflexiones producidas en el marco de las actividades académicas y de investigación desarrolladas en la Línea de Investigación Representaciones, actores sociales y espacios de poder, coordinada por la Dra. Belín Vázquez, y adscrita al Doctorado en Ciencias Humanas y al Centro de Estudios Históricos de la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad del Zulia.

** Doctor en Ciencias Humanas (LUZ). Psicólogo (URU) y Psicopedagogo (CUMT). Magíster Scientiarum en Educación Especial y Rehabilitación (UGMA). Diplomado en Formación de Docentes en el enfoque CTS (OEI-UNIOVI). PPI Nivel II Nº 4462. Investigador adscrito a la Línea de Investigación Representaciones, actores sociales y espacios de poder. Profesor de pre y postgrado de la Universidad del Zulia. Profesor del programa de Maestría de Psicología Educacional de la Universidad Rafael Urdaneta. Telf.: 0416+4686444. E-mail: cesarperezjimenez@yahoo.es, perez_jimenez_cesar@hotmail.com

Resumen

El estudio de las identidades se ha consolidado sobre un problema central en la construcción democrática de nación: ser ciudadano de derechos y deberes desde las lógicas identitarias corporizadas en las prácticas e imaginarios sociales. Esto presupone analizar cómo se han construido las identidades y ciudadanías, enfatizando productos reguladores emanados de discursos hegemónicos propios de códigos disciplinares y normalizadores de la vida social, entre los que cuenta el lenguaje y las palabras como mediadores de tales procesos. Estos pretenden homogeneizar los patrones culturales definitorios de lo colectivo, escondiendo aquellas identidades “raras” y marginadas del imaginario de buen ciudadano, inspirado en los legados napoleónicos. La intención de este trabajo es analizar, sobre la base de un triálogo, cómo se entretejen y superponen las diversas identidades en un mundo normalizado y sustentado en el discurso regulador de buenas costumbres, traducidas en la construcción de un imaginario de ciudadanía normal, universal y unificado que devela cómo la sociedad de control acciona sus mecanismos de vigilancia y suplicio. Finalmente, se genera un espacio para la reflexión emancipadora de aquellos que, siendo distintos, aspiran un espacio en la supuesta normalidad; enfatizando las identidades reconciliadas como base para la construcción de lógicas ciudadanas inclusivas, pues suponemos que éstas albergan el sentido de tolerancia que complementa la diversidad y la diferencia desde la condición humana.

Palabras clave: Identidades, ciudadanías, inclusión, tolerancia, teoría queer.

Identities In Debate, Citizenships For Inclusion: To be Queer in a Straight World

Abstract

The study of identities has been consolidated around a core issue for the democratic construction of a nation: to be a citizen with rights and duties from the perspective logics of identity embodied in social practices and imaginaries. All this implies analyzing the way identities and citizenships have been constructed, emphasizing regulatory products emanating from hegemonic discourses that belong to disciplinary codes and normalize social life, among which language and words count as mediators for such processes.  They intend to homogenize cultural patterns that define the collective, hiding those weird identities that are usually set apart from a good citizen’s imaginary, inspired by the Napoleonic heritage. The purpose of this study is to analyze, based on a trialogue, how different identities are interwoven and overlapped in a regulated world supported by a controlling discourse on good manners, translated into the construction of an imaginary about normal, universal and unified citizenship that reveals how the control society operates its own mechanisms of vigilance and punishment. Finally, a space is generated for the emancipating reflection of those who, being different, aspire to have a space in what is supposed to be normality; emphasizing reconciled identities as a basis for constructing inclusive citizen logics, because we suppose that these harbor the sense of tolerance that complements diversity and difference in the human condition.

Key words: Identities, citizenships, inclusion, tolerance, queer theory.

Recibido: 07-07-20 Aceptado: 08-04-17

Introducción

Lo que se pretende abordar en este artículo es, apenas, una visión susceptible de confrontaciones mayores, que puede generar un debate controversial sobre el asunto de las identidades y las ciudadanías, no sólo en su devenir en la tradición histórica, sino en una historia construida por seres pensantes, sintientes y actuantes, y que, no sólo, implica una acción global, sino también local. Esa propuesta sólo busca establecer espacios para la discusión sobre el ser y el saber social; discusión que procura ser amplificada desde el diálogo trans-disciplinar sobre las identidades y las ciudadanías, entendiendo que ambas dinámicas, sociales e individuales, superan los aportes históricos, no los obvian, por ser asuntos sociales y culturales que requieren un discurso integrador en si mismo.

De este modo, el propósito central es analizar la vinculación entre identidades y ciudadanías desde el marco ilustrativo generado por la dicotomía queer-straight, la cual actúa como referente de la noción binaria que supone la legitimación de la homogeneidad social, contraria al sentido heteronómo suscrito en la comprensión de la diversidad y la diferencia. Con ello, la discusión se fundamenta en cómo las palabras sesgan las reflexiones sobre la pluralidad humana y, es allí, donde los discursos sobre los géneros constituyen un potencial eslabón para la confrontación sobre las identidades y las ciudadanías como prácticas sociales diversas y múltiples.

1. Palabras apropiadas, significados desviados: Una breve introducción para problematizar

Por lo general, adjudicamos categorías valorativas a los eventos que suceden en nuestras vidas y a las personas con quienes nos relacionamos. La valoración supone una práctica cotidiana propia en todo ser humano, que implica un acto relacional, de aceptación o rechazo; así, las valoraciones pueden hacer visibles o invisibles a las personas y hechos sociales, aceptarlos o excluirlos. Asimismo, valorar el mundo social es polarizar personas y situaciones, desterrando opciones intermedias, como consecuencia de la presencia del pensamiento newtoniano-cartesiano en la construcción de la vida ético-moral, la cual discurre en decidir cuáles comportamientos son virtuosos o viciosos, sitiando a las personas ante la escogencia entre el bien y el mal (Russell, 2003).

Este planteamiento conlleva un problema ontológico que determina cómo comprendemos las relaciones sociales, en términos de puntualizar la dicotomía identitaria y ciudadana en base a la negación cultural de la diversidad y la diferencia subyacentes en la condición humana; lo cual, redunda en el conocer como cuidado del otro que es idéntico a mi y no al que es diferente, distinto. En este sentido, el lenguaje actúa como mediador de tales producciones de sentido, en tanto, posee propiedades que vehiculan las performatividades sociales mediante la relación idea/signo que define la representación como acto de presencia-ausencia del emisor y el destinatario, es decir de reciprocidad de las partes de los sistemas lingüísticos. Creemos, entonces, que las palabras cargan nociones de identidad definitorias de ciudadanías; pues, en ellas está el lenguaje del poder social y, a su vez, hacen de él, un acto social y político. Como muestra de ello, plantearemos un análisis de las identidades construidas en base a palabras, específicamente queer y straight, y cómo éstas producen prácticas discursivas ciudadanas (desde el orden de los cuerpos sexuados).

Las palabras queer y straight se han asumido, durante más de dos décadas, como vocablos que inspiran la separación de grupos humanos, cuyas prácticas sociales, en base a la orientación de su vida sexual, fragmentan la participación inclusiva en los distintos escenarios culturales. Ambas son palabras anglosajonas y aseguran significados específicos: queer implica raro o extraño, y straight se considera como indicador de rectitud o andar derecho. Estos son los significados valorados como apropiados y válidos para la comprensión semántica de ambas palabras, los cuales colindan con las interpretaciones comunes que se le adjudican a estas en la producción discursiva y que generan su ambigua comprensión desde una hermenéutica social (Rorty, 1998; Austin, 1971).

La (des)composición de los significados de las palabras en cuestión, refieren a una manipulación socio-simbólica incorporada al discurso cultural, exacerbando la naturalidad de la igualdad y menoscabando los significantes culturales de la diferencia y la diversidad. No obstante, al revisar algún diccionario de lengua inglesa encontramos que ambas palabras -queer y straight- comportan una vinculación nominal, sustantiva y adjetivada de eventos comunes para las culturas angloparlantes; pero, asimismo, han sido designadas para confrontar la movilización de las identidades en un debate que se fundamenta en la obligatoria aceptación de un binarismo lingüístico-simbólico que define ciertas prácticas culturales excluyentes centradas en la función sexual.

Como consecuencia de las hegemonías lingüísticas, se ha hecho frecuente emplear ambas palabras para etiquetar las actividades sexuales de los grupos sociales, soslayando sentidos de exclusión, por demás peyorativos, debido a la orientación de su vida sexual, como consecuencia del fortalecimiento de prácticas socio-sexuales homogéneas implicadas en y derivadas del ideario binario varón-hembra. Con ello, se cree que los homosexuales, lesbianas, trasgéneros y transexuales son queer debido a lo desviado de sus prácticas socio-sexuales, mientras que quienes eligen una preferencia por el sexo opuesto y una práctica que va en ese sentido, se les asume como straight. Sostener tal diferenciación implica sumar, según una misma fórmula clasificatoria, personas que se asumen como extrañas o raras, o sea queer; en contraposición con otro grupo de personas que ha decidido llevar una vida dentro de los límites de la heterosexualidad pública. Esta separación conlleva vestigios del binarismo occidental y de construcciones simbólicas excluyentes y auto-excluyentes, ya que polariza a las personas sólo por la preferencia o práctica sexual, obviando la auto-producción de los sistemas humanos basados en quiénes somos. A fin de cuentas, lo que se debate es la construcción de identidades para la vida ciudadana, en un mundo donde quepamos todos, viviendo bien y juntos.

Con ello, pareciera que lo queer designa, únicamente, la subordinación de un grupo social que, según sus prácticas sexuales, se ha desviado del orden socio-jurídico heteronormativo que deviene en la tradición histórica de la formación del ciudadano de las Luces y de la Revolución (Foucault, 2006; Coutel, 2005). Asimismo, el orden social decimonónico de la modernidad nos ha heredado la distinción de categorías representacionales, no sólo asociadas al género tal como lo plantea Butler (2006), sino sobre el mundo simbólico cotidiano; así, se encuentran categorías binarias por doquier que implican la asimetría de las relaciones sociales entre los grupos humanos, como por ejemplo niño-adulto, hombre-mujer, maestro-alumno, homosexual-heterosexual, entre otras dicotomías no menos importantes que refuerzan una cierta episteme-estética-straight, comprendida en términos de producciones identitarias centradas, visibles, definidas, naturales, normalizadas y un largo etcétera para indicar, siguiendo a Ingraham (2005), no sólo la producción de actos correctos (act straight), sino el aprendizaje de un pensamiento correcto (think straight). En suma, estas dicotomías son creaciones sociales dispuestas para una pedagogización cultural que funciona según los designios de un currículum empresarial y colonial, dirigido a la higienización del conocimiento como fuente reguladora de la formación ideológica y ciudadana contraria a la descolonización del deseo, la memoria y las lógicas simbólicas (Steinberg y Kincheloe, 2000; Giroux, 2003; Alexander, 2005).

Complementariamente, encontramos que los discursos capitalistas-desarrollistas han acentuado en los imaginarios colectivos representaciones fuertemente arraigadas sobre la presencialidad e individualidad, el apogeo de la propiedad privada en detrimento del bienestar público y el nacionalismo a ultranzas, dibujando una ética del consumismo que consolida las prácticas de producción que han penetrado los distintos espacios sociales de vida ciudadana. Hablar de identidades en debates y ciudadanías para la inclusión, nos acerca a una comprensión metafórica de la coexistencia pacífica desde la convivialidad humana (Walzer, 1998), en contraposición con diversas confrontaciones enmarcadas en la convivencia social basada en la lucha del capital y en la competitividad para la producción de bienes. Esto sobre la base de un análisis, breve, sobre el impacto de las palabras en el mundo socio-simbólico de las cotidianidades que enmarcan la construcción de diversas identidades y ciudadanías inclusivas.

Por tanto, sobre la base de un triálogo (1), la intención de este artículo es analizar cómo se entretejen y superponen las diversas identidades en un mundo normalizado y sustentado en el discurso regulador de buenas costumbres, traducidas en la construcción de un imaginario universal, ilustrado y unificado de ciudadanía normal, la cual devela cómo la sociedad de control acciona sus mecanismos de vigilancia, observancia y control, motorizando el funcionamiento político del ojo del poder como anclaje para la comprensión de la díada dominado-dominador y, por ende, de las dinámicas de dominación (Foucault, 1989). Consecuentemente, algunas tendencias de la sociedad capitalista, fortalecedoras de prácticas separatistas, definen sistemas cerrados de socialización conducentes a la exclusión social de las minorías ciudadanas, demostrando la pertinencia de analizar el problema de las identidades producido a propósito de la valoración social de las personas según lo queer y lo straight, o según lo raro y lo correcto de sus vidas; asimismo, enfatizamos como unas palabras conllevan una política identitaria y ciudadana que supera la política sexual y se convierten en un asunto público sobre la condición humana.

2. Palabras con identidades

Si bien es cierto que las palabras conllevan significantes sociales con los que fluimos culturalmente mediante la comunicabilidad, también sirven como filtros perceptuales que designan condiciones humanas respondientes a órdenes establecidos a partir de las dinámicas histórico-culturales de los grupos sociales (Berger y Luckmann, 1979). De este modo, la complementariedad significados-con-significantes adviene en la complejidad de las simbolizaciones encarnadas en las prácticas sociales, actuantes de precisión identitaria en los colectivos, bien como representación, imaginario, simulacros.

Sontag (2005: 37) advierte que el lenguaje comporta la conquista de la conciencia histórica secular, por lo que éste debe buscar su liberación en los predios del silencio pues sin la polaridad que éste produce el primero fracasaría. Así, “la palabra puede esclarecer, destacar, confundir, exaltar, infectar, hostilizar, satisfacer, lamentar, aturdir, animar” y, por tanto, el lenguaje es en si mismo la ejecución de una acción. Según este planteamiento, la relación entre lenguaje y acción advierte la posible diatriba entre los sentidos-significantes de las palabras y lo que éstas producen al ser entendidas como vasos comunicantes que interconectan las representaciones y las prácticas sociales mediante el lenguaje ordinario; de allí que, sobre las palabras, siempre ronde la necesidad de aclarar asuntos filosóficos de la vida, lo cual conlleva un análisis histórico de las palabras que usamos, pues las preguntas filosóficas son preguntas del lenguaje (Rorty, 1998).

En la línea de pensamiento de Rorty, quien discurre en una discusión sobre la visión austiniana-wittgesteiniana del lenguaje, el uso ordinario de las palabras acusa la presencia de la falacia de la ambigüedad, pues “si gastamos mucho tiempo en observar cómo usamos ordinariamente ciertas palabras, nuestros ojos se abrirían a la diferencia entre el uso normal y el filosófico” (Rorty, 1998:88); asomando un problema: la transformación de significados populares en significantes de poder, tal como sucede con nuestras palabras queer y straight. Al respecto, Derrida (2003) señala que el entrelazamiento del lenguaje contiene, además de ser significante en sí mismo, conceptos de sentido que se matizan en el querer-decir que se asume como punto del tejido lingüístico en el que se develan los propios significantes producidos en la cotidianidad.

Por ello, apelar al sentido de las palabras presume la existencia de un amplio espacio para la separación social fundamentado en el discurrir de diversos enfoques sustantivos que le otorgan sus propias polisemias. Las palabras arguyen conceptos de sentido que fluyen en la comunicabilidad humana y facilitan la representación del sentido común, y son vertebradoras y articuladoras de prácticas de socialización cuyo referente, indiscutible, es la simbolización. Ello comporta una vinculación proporcional entre el querer-decir y el concepto de sentido producido en la internalidad-externalidad de las palabras, lo cual supone la relación entre la-palabra-y-el-hecho, significado y significante, exacerbando la angustia de querer nombrar exactamente lo que vivimos. Esto implica un acto de consagración a un cierto tipo de dominación fijado por una objetividad pretenciosa de opacar la subjetiva naturaleza humana y, por ende, social; los significantes lingüísticos-vivenciales contenidos en las palabras, están vinculados con formas epistémicas sobre el mundo y las relaciones sociales, lo cual implica el uso (y abuso) de los conceptos que implican signos de identidad (Foucault, 1970).

Ahora bien, si asumimos que el lenguaje es dinamizador funcional y estructural de la interacción cara a cara, es meritorio asumir que éste implica separatividad y presencia en la cotidianidad, pero es en ese contexto simbólico donde el lenguaje actúa como mediador recíproco de signos que son subjetivados y activados más allá de la objetivación (Berger y Luckmann, 1979). En este sentido, la sociedad es una composición estructural de actores-y-acciones dotados de voluntad para actuar, querer y poder, implicados en la relación mía-con-los-otros, que orienta la convivencia social desde la mismidad; en ello, subyace un entramado de relaciones que develan la interacción simbólica entre diferentes actores en base a necesidades e intereses individuales y colectivos, responsables de la construcción de nuevos modos de significación implícitos en las psico-socio-dinámicas cotidianas que configuran las identidades desde la composición histórico-cultural de los grupos sociales.

Con ello, se precisan límites en la construcción social de las identidades, pues lejos de creer en un sentido de unicidad, universalidad y homogeneidad de rasgos que nos hacen idénticos, las identidades socavan el mundo de la singularidad y penetran en la vida colectiva, cuya inspiración en una filosofía pública promueva la formación de subjetividades reveladoras de signos identitarios contra-hegemónicos que se develan en la performatividad simbólica (Giroux, 2003; Andacht, 2005; Córdoba, 2003). Y es este acto performativo, el que “produce al sujeto estableciendo las coordenadas de su identificación y (…) de su posicionamiento (y existencia) en la red de relaciones que estructuran lo social” y “son inscritos allí por el acto de nominación y definición” (Córdoba, 2003:91).

3. Identidades y ciudadanías: las prácticas sexuales a propósito

La actualidad se vislumbra como un territorio de posibilidades, en el que toda aspiración y/o deseo humano puede ser realizado sin mayores dificultades que las generadas por la misma lógica humana. Sin duda, los humanos somos seres simbólicos, dotados de funciones lingüísticas que mediatizan nuestros contactos aperceptivos (2) con el mundo y las formas estratégicas de acercarnos unos a otros en la convivencia cotidiana. El modo de vida constituido en prácticas sociales de relación entre las personas, implica atender los dilemas ético-morales que se entretejen en torno a las diferentes dimensiones y definen la condición humana; pues como seres complejos, nos auto-producimos mediante sistemas funcionales adaptativos-e-interpretativos de la realidad desde la interacción.

El estudio de las identidades sociales se ha consolidado a partir de distintas visiones sobre un problema central en la construcción democrática de nación: ser ciudadano de derechos y deberes desde las lógicas identitarias corporizadas en las prácticas e imaginarios sociales. Esto presupone un análisis preliminar sobre cómo se han construido las identidades y ciudadanías, enfatizando los productos reguladores emanados de los discursos hegemónicos en la definición de códigos disciplinares y normalizadores de la vida social. Tales códigos pretenden homogeneizar los patrones culturales y comportamentales definitorios de lo colectivo, excluyendo aquellas identidades “raras”, fuera de lugar en un mundo normal y marginadas del imaginario de buen ciudadano, inspirado en los legados napoleónicos (3).

En este sentido, la emergencia e influencia de los discursos mediáticos sobre la exacerbación del deseo, el cultivo del cuerpo, la presencialidad individual, así como la definición de políticas de producción-consumo, establecen órdenes sociales distintivos sobre la base de atributos pensados para el control colectivo basados en un lenguaje de dominación. Con esto, se separan los diversos modos de vida más allá de la frontera geográfica que, de por sí, se establece como cimiento en la construcción de las identidades ciudadanas (Castells, 2001a,b; Echeverría, 1999); la definición de territorios nacionales, Estados, nacionalismos, entre otros tipos de separación social en grupos, hace de la interacción humana un espacio simbólico donde se conjugan las diferencias y diversidades, surgidas como caracteres adversos a la hegemonía de los discursos unificadores del cuerpo, el sujeto y la vida social; los cuales están suscritos al ideario ilustrado, derivándose nociones unívocas de identidades y ciudadanías.

Incluso, las relaciones sociales se definen en virtud de tales atributos, puntualizándose una nueva morfología de la estructura social fundada en la segmentación cultural producida a propósito de los desarrollos globales, sobre la base de las supremacías tecnológicas y políticas que esbozan relaciones asimétricas de poder y exclusión (Pérez y Cely, 2004). Al mismo tiempo, producen órdenes y controles cosificados en sistemas científicos que apuntan a un reduccionismo del ser y del conocimiento, en los cuales transcurren lógicas compuestas y sus elementos integrantes, traducidas en la separación entre el sujeto y la realidad, exigiendo una conexión causal para comprender el mundo (Negrete, 2003a,b); posición que desplaza las formas de saberes ontológicamente construido en la relación, los cuales esbozan otras maneras de comprender al ser (Montero, 2000).

De este modo, la confrontación discursiva generada en la interacción social comunicativa, conlleva un análisis pormenorizado sobre la construcción de identidades y prácticas simbólicas de ciudadanías, en el marco de un mundo de complejas situaciones que delinean las transformaciones del sujeto moderno. Aquello que se constituye como privado se hace cada vez más público, pues los medios de comunicación se encargan de ello, mostrando dinámicas de vida que se presumían olvidadas y confinadas al silencio y a la inexistencia simbólica, tal como sucedía en los imaginarios sociales victorianos (Foucault, 2006), y a visualizar en un ritual semiótico, disímiles performances de la vida social.

Andacht (2005: 36) advierte que enfrentamos una tematización mediática de la realidad a nivel globalizador, la cual conlleva “el notorio derrumbe de los últimos bastiones de la privacidad y del decoro (…) vigentes”. Para el autor, el reality show es la muestra de mayor representatividad de este argumento; en su interior, sucede una serie de dinámicas simbólicas que actúan con sentido de transferencia con el espectador, quien se recrea en la vida del Otro -en toda su miseria, ventura y azares-. Además, de poner en jaque la auténtica y legítima construcción de identidades, mediante controles jurídicos que soslayan en el quebrantamiento de la esencia ontológica del ser.

En este contexto, la cotidianidad y sus dinámicas implícitas se construyen e interpretan como una propuesta de macdonaldización del “orden e interacción”, (…), de normatizar y poner a la venta ese abundante y ubicuo flujo sígnico que nos acerca y nos aleja, nos pone en afinidad emocional o nos mantiene en distancia formal con nuestro prójimo cuando nos encontramos en co-presencia física” (Andacht, 2005: 37).

La co-presencia vinculativa con el otro, conduce a la formación de nuevos rasgos de identidad mediatizados por parentescos sociales generados en torno a los dispositivos culturales existentes, sustituidos por aquellos creados en la ficción estereotipada de la vida cotidiana. Esto sirve de marco de análisis para la formación ciudadana en un mundo complejo, global e incierto; que lucha entre el control social decimonónico y la exposición de nuevos sentidos humanos, y donde la sexualidad ocupa un sitial de honor.

La sexualidad ha sido considerada uno de los aspectos más relevantes de la vida social humana. La escisión del mundo en uno femenino y otro masculino, derivada del orden natural de los discursos, ha inspirado la consolidación de formas hegemónicas de interpretar lo sexual en lo individual y social. Enfatiza un binarismo positivo que procura el control y la vigilancia de las dinámicas histórico-culturales y, elementalmente, de las prácticas socio-simbólicas que mediatizan la construcción de identidades. Con aires de obviedad, cualquier práctica simbólico-sexual que se configure fuera de los patrones de la heteronormatividad, son sancionados, discutidos y vigilados; o mejor aún, les queda impuesto el “triple decreto de prohibición, inexistencia y mutismo” (Foucault, 2006:5).

No obstante, en la actualidad es común ser-y-saber sobre y/o relacionarse con homosexuales, lesbianas, transexuales, transgéneros, bisexuales, metrosexuales; lo cual implica una cierta amplificación de las zonas de cambio potencial que fundamentan las prácticas simbólicas de la tolerancia social. Esto interviene en la construcción del sentido de convivencia, pues detrás de una preferencia o práctica sexual, todos armonizamos en la esencialidad humana. Por lo cual, el sentido de lo humano es de vital atención en la discusión social, sobre todo cuando se trata de comprender que las prácticas sexuales implican una diferenciación identitaria que pone en juego el sentido ciudadano en escala individual, social y colectivo.

Partiendo de que la sexualidad es un aspecto dinámico de las personas y en su condición humana se focaliza la diferencia y diversidad, es insoslayable que exista una multiplicidad de formas-de-ser-sexualidad. Apuntamos, entonces, a la construcción de una noción pluralista que simbolice la diversidad sexual como parte de la misma diferenciación humana, en la cual se conjugan las subjetividades derivadas de la misma interacción social producida en la cotidianidad.

Spargo (2004: 76-77), siguiendo las ideas foucaltianas sobre la relación entre sexo-y-poder, señala que la sexualidad es un rasgo natural y humano, reprimido en la sociedad y en la cultura occidental debido a patrones de vida en sociedad que se gestaron como consecuencia del apogeo del pensamiento ilustrado. La sexualidad como producto cultural, dista de ser una extensión de un proceso biológico con fines específicos como la reproducción humana. Implica, además, la reflexión comprensiva y crítica de la tergiversación socio-sexual como prácticas incardinadas en un discurso amplificado sobre la sexualidad, el cual va en vías del desanclaje de las nociones naturalizadas de la dicotomía de géneros, la cual “pone de manifiesto la normalización que nos impulsa a interpretar los cuerpos y las identidades de un modo convencional”.

Bien lo plantea Giddens (2004), en los experimentos sociales de cada día se produce una plasticidad de la identidad sexual, correspondiente a la emancipación de las subjetividades, el descentramiento de las prácticas lejos del esquema reproductivo, la asociación de las aspiraciones sexuales como parte sustantiva de las personalidades públicas y la construcción de las intimidades como esferas democráticas de intersubjetividad y transformadoras de las relaciones de poder entre los sexos.

A tono con lo expuesto, cabe preguntarse quiénes debido a sus diferenciaciones sexuales -sean simbólicas u orgánicas-, dejarían de ser ciudadanos sociales. Un recorrido comprensivo sobre la noción de ciudadano en la modernidad, revela que la ciudadanía ha estado centrada en la individualidad del sujeto como objeto social de leyes y disposiciones normativas que regulan la actuación ciudadana. Vázquez (2005) señala que el concepto moderno de ciudadano fue precedido del antiguo, surgido con la democracia ateniense; lo cual logra su afianzamiento con el énfasis en los derechos individuales surgidos en el marco de la Revolución Francesa con la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (1789), inspirada en la independencia estadounidense de 1776 y en el espíritu filosófico positivo del siglo XVIII.

Asimismo, indica Vázquez (2005: 69) que el liberalismo contribuyó a la formulación de un ideario de una ciudadanía universal, basada en la concepción que todos los individuos nacen libres e iguales, con la cual la ciudadanía republicana se redujo al estatus legal, estableciendo los derechos que los individuos poseen en el Estado.

En consecuencia, lo identitario queda circunscrito a la comprensión de lo idéntico, como parte de un correlato de homogeneidad y hegemonía sustentado en concepciones universalistas de las relaciones sociales y de los tiempos históricos lineales y únicos. Por ello, asumimos con Vázquez que la ciudadanía, en su transcurrir histórico-lineal, se ha definido con base en pautas de comportamientos subalternos, guiados por cánones valorativos de la buena conducta, incluyendo la sexual. Esto conlleva la adopción de mecanismos de control y de observancia que regulan las prácticas sexuales en el marco del binarismo positivo, característico de la lucha de los sexos por un espacio en las conglomeradas redes del tejido cultural y socio-simbólico en las que vivimos (Foucault, 1999, 2006).

Ante esta situación, es necesario redimensionar la construcción de las identidades como un sistema de simbolizaciones producidas en las prácticas cotidianas y en la que participan procesos socio-mentales complejos fundamentados en la interacción social. En efecto, la actividad socio-simbólica inscrita en las identidades presupone el reconocimiento individual y social del ser producido en la relación, además, cuenta con la posibilidad de formación del yo y del otro y de sus relaciones con el mundo social, de modo que se construyen las múltiples expresiones del ser (Montero, 2000; Silva, 2002).

La construcción de las identidades busca asidero en la interconexión de procesos histórico-culturales que delinean la acción social de los colectivos, en virtud de sustentar la existencia de formas de individuación que colindan en la dimensión social de la cotidianidad. Con ello, se crea un sistema de verdades (4), cuyos matices sistémicos y complejos, busca flexibilizar la comprensión de la vida social, y con ella, la sexual. En tal sentido, estamos inmersos en un mundo donde se dialoga la sexualidad, se hace discurso y aparecen nuevas terminologías de ciudadanía e identidades fundadas en el compromiso y la intimidad, aspectos que una vez fueron privados pero que actualmente se hacen públicos (Giddens, 2004). También, se procuran sistemas funcionales donde la sexualidad se presenta en los modos de relación cotidiana, pues se le considera un aspecto común de la misma y mediadora social de afectos, cuyos contenidos simbólicos implican una forma de saber socialmente sobre el significado de la reciprocidad humana (Heller, 2002).

Según lo expuesto hasta ahora, cabría preguntarse cómo resolvemos la inclusión social de las diversidades sexuales en un mundo que ha sido definido en base a un binarismo sexual; lo cual ha penetrado la conformación de los imaginarios sociales sobre la ciudadanía y las identidades. Por supuesto, esto conduce a un debate de mayores confrontaciones epistemológicas y ontológicas, pues se trata de atender a las diatribas que se forman en torno a la tolerancia como enclave intersubjetivo para la convivencia social.

4. Hacia prácticas ciudadanas inclusivas (o más allá del binarismo simbólico)

Adoptar una posición radical sobre la sexualidad, implica acciones subversivas conducentes a destronar las estructuras decimonónicas del pensamiento social ilustrado de los imaginarios colectivos. Por ello, los aportes de las teorías queer significan un avance para la comprensión crítica y reflexiva de la vida en sociedad, cotidiana y diversa, de cara a consolidar un discurso contra-hegemónico sobre la tolerancia y la diferencia social, en un marco de ideas más amplio, flexible y susceptible de cambios ideológicos sustanciales.

Si partimos que la sexualidad es una construcción cultural determinada por tiempos históricos socialmente definidos, es necesario transformar los discursos circulantes; así como, también desanclar los que hacen mella sobre las intenciones de integración social de aquello que llamamos minorías sexuales. Obviamente, el mundo social e individual está hecho de minorías; pues al interior de cada colectivo comparado con otros, el primero se erige como una micro-esfera social con rasgos particulares y singulares que se complejizan y legitiman en lo cultural; creando de esta forma, los sistemas sociales funcionales articulados entre si por medio de las distintas maneras de interacción que se producen al interior y exterior de los mismos (Vallespín, 2002).

En tanto, el discurso queer aboga por “comprender las relaciones entre la identidad y la acción, (…) de una manera que dé cabida a la agencia individual y colectiva, a fin de oponer resistencia a los saberes y prácticas opresoras” (Spargo, 2004:78). Promueve, a su vez, el fortalecimiento de una política pos-identitaria que ratifica la participación ciudadana de aquellos que actúan fuera de las normas valoradas por la sociedad y viven, consecuentemente, en la segregación social producto de sus prácticas simbólico-sexuales; cuestionando, si el valor de sus acciones conduce a la reivindicación o subestimación de su ciudadanía social.

Por su parte, Vázquez (2005) enfatiza la reconstrucción de una ciudadanía de derechos, que se complementa con deberes y principios ético-morales subyacentes. Para la autora, la ciudadanía emerge de la existencia colectiva, del existir con otros, del convivir, del participar, del hacerse parte de, como representación de la condición humana recreada a la luz de las interacciones socio-culturales en el devenir social de los tiempos históricos.

En torno a ello, vale preguntarse, cómo ciudadanos homosexuales, transexuales, metrosexuales, lesbianas o transgéneros tienen que ocultar sus derechos bajo la sombra omnipotente del ideario binario occidental, cuando su participación no sólo es importante para complementar su ser, sino para fortalecer la construcción de país que aspira una ciudadanía social de derechos y deberes. Es cuando la noción de ciudadanía debe seguir siendo revisada reflexiva y críticamente, de cara a conducir la transformación política de las identidades hacia una cultura democrática de convivencia social.

Así pues, se pretende generar un espacio para la crítica emancipadora de aquellos que, siendo distintos, aspiran un espacio en la supuesta normalidad; enfatizando las identidades reconciliadas como bases para la construcción de lógicas ciudadanas inclusivas, pues suponemos que éstas albergan el sentido de tolerancia que complementa la diversidad y la diferencia desde la condición humana. El propósito focal de la transformación ciudadana implica una apuesta a la inclusión que fomente la autoorganización de los diferentes movimientos sociales y se afirme en la tolerancia frente a la pluralidad, la diversidad y la diferencia en condiciones igualitarias, que se posibilita con la voluntad política que propenda al respeto irrestricto a la vida y a la dignidad humana (…) para construir una sociedad democrática humanizadora sustentada en la equidad, solidaridad y corresponsabilidad (Vázquez, 2005:78).

Complementariamente, la idea de una ciudadanía inclusiva es fortalecer la cultura de tolerancia, de acuerdo a prácticas simbólicas destinadas a comprender el ser en sus dimensiones ontológicas y gnoseológicas; así como, valorar la relación como signo de alteridad que circula al interior de la relación generada cara a cara entre actores sociales. La idea inclusiva de la ciudadanía pretende aliarse a la participación cívica, con el fin de promover una multiplicidad de oportunidades para solucionar problemas sociales, cuyas aproximaciones éticas dibujen el sentido colectivo de construcción del bienestar común (Magendzo, 2004).

Es urgente, entonces, la concepción de una formación ciudadana para la inclusión, la tolerancia y la responsabilidad social dirigida por principios ético-morales de civilidad, justicia y equidad social que redunden en beneficios colectivos. La apuesta es por la construcción de una cultura tendiente a fortalecer el quebrantamiento de los límites impuestos por el binarismo científico ilustrado, de cara a valorar las relaciones desde la base que les concede la condición humana; pues al interior de las mismas, sucede una serie dinámica de eventos y procesos concatenados, que despiertan la posibilidad de establecer formas comunicacionales más complejas.

La ruptura cultural del binarismo, supone la insoslayable apertura ante visiones epistémico-ontológicas sobre el mundo de las relaciones sociales y la realidad; que procure circular en diferentes vías de producción y valore la confluencia armónica de argumentos provenientes de distintas disciplinas científicas y múltiples actores sociales. La construcción dicotómica straight-vs-queer, que se ha puesto tan en boga a través de los medios de comunicación y que no deja de ser parte del binarismo criticado, debe replantearse en torno a las posibles lógicas identitarias que circulan en la práctica socio-simbólica cotidiana. Pues, los discursos socio-culturales requieren un refrescamiento de las nociones científicas y populares que los componen e igualmente, enfrentarse a los desafíos que representa la intersubjetividad como enclave para la vida social y colectiva; tal acción conlleva la descomposición de las palabras, de sus sentidos, significantes, y de las identidades implícitas.

Estos argumentos conllevan asumir una transformación complementaria del sentido epistemológico de lo queer, que se centre en la renovación ontológica de vasos comunicantes entre la ciencia y el pueblo, de cara a reforzar las políticas identitarias derivadas de lógicas y racionalidades disímiles de ser-humano-sexual. Por ello, con ánimos de dejar inconcluso este debate, que de hecho siempre lo estará, es pertinente subrayar el valor ontológico del movimiento queer, en tanto integra aspectos vinculados con la vida social, fundados en las prácticas de la tolerancia, presumiendo que ésta, como representación y práctica social, delinea nuevas pautas de relación producidas por los movimientos naturales de la interacción humana.

5. ¿Por qué no concluir?

La modernidad ha hecho que nos apropiemos de pseudoseguridades conceptuales e ideológicas que atisban en el ordenamiento canónico del mundo de las ideas y de las relaciones sociales. Entender las identidades es una ardua tarea, por demás inconclusa, que deviene en la profunda apertura de nuevos rumbos de significación de la vida ciudadana simbólica e históricamente construida en tiempos sociales. Negamos todo intento de aducir formas unísonas de comprensión de las identidades y las ciudadanías, que no se sustente en la descolonización del ser y el saber (Mignolo, 2006), de cara a fortalecer la participación planetaria desde las polisemias locales que se dibujan en la interacción cotidiana de las tramas de significación cultural definitorias de la vida común desde la diferencia y la diversidad.

El reto más abarcativo de la reflexión queer, sería comprender el mundo de las relaciones humanas en un plano de amplificación interactiva en el que predomina la libertad como una práctica ética donde los unos y los otros se reencuentren en modos de cuidado personal, conducentes a renovar los significados de la civilidad en un mundo que funciona de maneras cada vez más insospechadas, pues refiere a lógicas bifurcativas de sensibilidad, racionalidad y humanidad que desdibujan los preceptos decimonónicos de la vida social. Por ello, es necesario apuntar que “un sistema social sabio debería alentar los impulsos compasibles y desalentar los impulsos conflictivos, por medio de la educación y de los sistemas sociales creados con este fin” (Russell, 1993:19).

Convocamos a la participación y a repensar que para ser queer en un mundo straight (5), bastaría con reconocer el poder reconciliatorio de las lógicas identitarias, con ánimos de fortalecer los discursos ciudadanos para la inclusión.

Notas

1. Forma semántica de representar una concepción de la comunicación más allá del diálogo, sustituido por comprensiones complejas, en los cuales se argumenta que la posibilidad de comunicación no sólo es el acto locutorio entre dos o más personas, sino los actos ilocutorios entre estas y sus realidades simbólicas. Implica un sentido gráfico de entender la comunicación en tres (o más) dimensiones; el triálogo es un acto semiótico-social complejo y supeditado a la variabilidad de las relaciones sociales en el mundo cotidiano de los saberes.

2. En un sentido amplio, la apercepción sugiere un modo de interpretación de la realidad basado en la participación de la conciencia en los procesos perceptuales sobre el mundo de los objetos. Más allá de la tradición racionalista del concepto, entendemos aquí que la apercepción es un proceso de dependencia en que toda nueva percepción se encuentra respecto a la anterior experiencia de la vida del individuo y del estado psíquico del mismo en el momento en que se produce la percepción. Con ello, supone una vinculación entre la corporización del conocimiento, la cognición y la experiencia sobre la base de una circularidad de la experiencia: “estamos en un mundo que parece estar allí antes de que comience la reflexión, pero ese mundo no está separado de nosotros”; idea de Merleau-Ponty que inspira las ciencias cognitivas (Varela, Thompson y Rosch, 1997:27).

3. Para una discusión ilustrativa de cómo se ha construido el discurso de lo normal y lo anormal en el siglo XIX, es apropiado revisar los aportes de Hardt y Negri (2007) y Rodríguez (1997) sobre las reflexiones sobre la performatividad surgida en la disolución de los cuerpos tradicionales, a propósito de la vida-otra profesa en la monstruosidad ingobernable de la carne, tal como se explicita en Frankestein (Shelley, 2004; Lecercle, 2001) y Drácula (Stoker, 2006). Con ello, queda entredicho que lo normal ha sido cuestionado reflexivamente, evidenciando que lo anormal de lo monstruoso implica la valoración de la singularidad de cuerpos sociales no-unificados, tal como muestran las producciones televisivas de las décadas de los 60 y 70, que aspiraban la formación de contra-identidades inspiradas en el discurso camp.

4. Para Maturana (2002), la adopción de verdades conlleva un juicio ético-moral acerca de la realidad y su relación con la episteme –personal y social-. Dice el autor, que no hay verdades absolutas ni relativas, “sino muchas verdades diferentes en muchos dominios distintos” (p. 54); lo cual supone un entramado de verdades interdependientes de las lógicas subjetivas que se recrean y encuentran en las relaciones sociales.

5. Vale destacar que algunos aspectos sobre la polémica queer, asociada a la identidad de comunidades homosexuales, ha sido abordada ampliamente por Ochoa (2004) y Muñoz (2003), quienes presentan referencias empíricas que pueden servir de inspiración para otros trabajos en el área. Asimismo, es necesario recalcar que la intención de este artículo es, básicamente, el análisis discursivo de las prácticas identitarias, esperando que los argumentos aquí presentados sirvan para orientar otras investigaciones de campo.

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